Nuestra Señora del Pilar
Para el día de hoy (12/10/19)
Evangelio según San Lucas 11, 27-28
Quizás esa mujer que eleva su elogio en medio de la multitud fuera una paisana nazarena. O tal vez una vecina de Cafarnaúm, en donde el Maestro habitualmente enseñaba, o de Caná de Galilea, en donde su madre era conocida. Ciertas historias difusas -apócrifas- hasta le adjudican origen preciso y un hijo llamado Dimas, con tendencia zelota.
Más allá de todo ello, vayamos por la vereda sencilla, que por ello mismo no deja de ser profunda: se trata de una mujer, probablemente una madre, la que en realidad se dirige a otra mujer como ella a través del Hijo, un Hijo que suscita en ella asombro y admiración. Es una dicha compartida entre mujeres, entre madres, ellas y sólo ellas son capaces de comprenderle en las honduras de su significado, en sus entrañas, en su afecto y su sangre.
No podemos sino sumarnos a ese gozo incontenible, bendito sea el Hijo de María, y benditos sean también todos nuestros hijos, que amamos más que nuestras propias vidas.
Pero el Señor vá más allá porque es el tiempo de la Gracia, y hay más, siempre hay más.
Sin lugar a dudas María de Nazareth es bendita por haberlo llevado en su seno, por haberlo criado y cuidado, por lucir con genuino y humilde orgullo su condición de madre.
Pero María de Nazareth es mucho más, es Bienaventurada, es plena, es feliz para siempre porque ha escuchado con atención la Palabra de Dios y la ha conservado en la tierra sin mal de su corazón nobilísimo y puro.
María de Nazareth es Bienaventurada por Madre y por discípula, una creyente con una fé pródigamente frutal, una fé que se expresa en lo concreto, en lo cotidiano, que no se queda en la declamación o en abstracciones a las que uno se adhiere, sino que es el Espíritu Santo que la transforma, clave de todo destino, vino de todas las alegrías.
Más allá de todo ello, vayamos por la vereda sencilla, que por ello mismo no deja de ser profunda: se trata de una mujer, probablemente una madre, la que en realidad se dirige a otra mujer como ella a través del Hijo, un Hijo que suscita en ella asombro y admiración. Es una dicha compartida entre mujeres, entre madres, ellas y sólo ellas son capaces de comprenderle en las honduras de su significado, en sus entrañas, en su afecto y su sangre.
No podemos sino sumarnos a ese gozo incontenible, bendito sea el Hijo de María, y benditos sean también todos nuestros hijos, que amamos más que nuestras propias vidas.
Pero el Señor vá más allá porque es el tiempo de la Gracia, y hay más, siempre hay más.
Sin lugar a dudas María de Nazareth es bendita por haberlo llevado en su seno, por haberlo criado y cuidado, por lucir con genuino y humilde orgullo su condición de madre.
Pero María de Nazareth es mucho más, es Bienaventurada, es plena, es feliz para siempre porque ha escuchado con atención la Palabra de Dios y la ha conservado en la tierra sin mal de su corazón nobilísimo y puro.
María de Nazareth es Bienaventurada por Madre y por discípula, una creyente con una fé pródigamente frutal, una fé que se expresa en lo concreto, en lo cotidiano, que no se queda en la declamación o en abstracciones a las que uno se adhiere, sino que es el Espíritu Santo que la transforma, clave de todo destino, vino de todas las alegrías.
Paz y Bien
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