Para el día de hoy (01/10/19):
Evangelio según San Lucas 9, 51-56
Es imprescindible ir más allá de la pura letra. Todo texto tiene niveles de profundidad, y los Evangelios son como un mar infinito, sin orillas.
Desde esa perspectiva, la contemplación el Evangelio de Lucas expresa mucho más que un desplazamiento geográfico de Jesús de Nazareth desde la periferia galilea hacia el centro jerosolimitano: ese camino es un ascenso hacia la cruz, hacia la realización plena de su misión en fidelidad y en amor a Dios, libre absoluto y sin condicionamientos ni miedos.
Galilea se ubica al norte de Tierra Santa, mientras que Jerusalem está en el centro. La ruta razonable atraviesa Samaría por el medio, toda vez que las alternativas son la peligrosa orilla este del Jordán o la ruta marítima, mucho más extensas. El paso por Samaría es una cuestión razonable y práctica, pero expresa también que los caminos de la Buena Noticia no se cierran a nadie, que la Salvación se ofrece -incondicional- a todos los pueblos sin distinción.
Los samaritanos mantenían un odio acérrimo y recíproco con los judíos, pues ellos se consideraban auténticos cultores de la Torah y devotos de su Dios en el monte Garizim, mientras que para los judíos los samaritanos eran unos apóstatas, impuros despreciables que, varios siglos atrás, se habían contaminado con extranjeros y habían vulnerado la verdadera fé de Israel edificando un propio templo fuera de Jerusalem. Ese odio se mantenía con el correr de los siglos, llegando a acciones violentas en varias ocasiones.
Desde esa perspectiva tal vez se comprenda mejor la importancia de la parábola del Buen Samaritano; en el caso que hoy nos ocupa, nos refleja también una de las causas de la reacción de algunos discípulos.
El Maestro envía mensajeros delante de Él, quizás en tren de preparar alojamiento temporal para la travesía, aunque se trate en un plano más profundo de la misma misión cristiana al modo del Bautista, precursores que allanen los caminos para el Cristo que llega.
Pero esos enviados no llevan a Cristo en su corazón, y sí a sus viejos esquemas e ideología. Probablemente han informado a esos samaritanos que por allí pasaría el renombrado rabbí galileo que se encaminaba a Jerusalem a restaurar la corona y la gloria perdidas de Israel. No hay verdad en ello, sólo una torpe afrenta que reaviva antiguos rencores nacionalistas y religiosos, y por ello no le reciben en esa aldea samaritana.
La reacción de Juan y Santiago -Jacobo- es brutal. Son hombres de caracteres fuertes y apasionados que se dejan ganar por la ponzoña del fundamentalismo, el escaso horizonte en donde no hay lugar para el distinto, para el otro, sólo para el par. Esos deseos punitivos de exterminio son llamativamente actuales, las ganas de aplastar al consierado indigno, execrable, y arrogarse venganzas en nombre de un Dios que es Padre y que es amor. La imagen de un fuego arrasador que desciende del cielo y demuele a sus enemigos refiere a una tradición del profeta Elías.
La reprimenda del Maestro no es sólo un reto que cuestiona sus posturas: tiene el mismo tenor y énfasis con el que Él expulsaba los demonios que menoscababan las mentes y las vidas de tantos.
Porque frente a la incomprensión y a las vendettas pendientes -que se encienden con facilidad-, es menester sí, pedir fuego del cielo, más no un fuego de castigo y violencia, sino el fuego del Espíritu que se expresa en humilde servicio, en la paciencia que se encarna -la ciencia de la paz-, en la capacidad de descubrir en el otro, aún en el enemigo, a otro hijo de Dios ante el cual se hace presente también el convite mayor a la Salvación.
Paz y Bien
Desde esa perspectiva, la contemplación el Evangelio de Lucas expresa mucho más que un desplazamiento geográfico de Jesús de Nazareth desde la periferia galilea hacia el centro jerosolimitano: ese camino es un ascenso hacia la cruz, hacia la realización plena de su misión en fidelidad y en amor a Dios, libre absoluto y sin condicionamientos ni miedos.
Galilea se ubica al norte de Tierra Santa, mientras que Jerusalem está en el centro. La ruta razonable atraviesa Samaría por el medio, toda vez que las alternativas son la peligrosa orilla este del Jordán o la ruta marítima, mucho más extensas. El paso por Samaría es una cuestión razonable y práctica, pero expresa también que los caminos de la Buena Noticia no se cierran a nadie, que la Salvación se ofrece -incondicional- a todos los pueblos sin distinción.
Los samaritanos mantenían un odio acérrimo y recíproco con los judíos, pues ellos se consideraban auténticos cultores de la Torah y devotos de su Dios en el monte Garizim, mientras que para los judíos los samaritanos eran unos apóstatas, impuros despreciables que, varios siglos atrás, se habían contaminado con extranjeros y habían vulnerado la verdadera fé de Israel edificando un propio templo fuera de Jerusalem. Ese odio se mantenía con el correr de los siglos, llegando a acciones violentas en varias ocasiones.
Desde esa perspectiva tal vez se comprenda mejor la importancia de la parábola del Buen Samaritano; en el caso que hoy nos ocupa, nos refleja también una de las causas de la reacción de algunos discípulos.
El Maestro envía mensajeros delante de Él, quizás en tren de preparar alojamiento temporal para la travesía, aunque se trate en un plano más profundo de la misma misión cristiana al modo del Bautista, precursores que allanen los caminos para el Cristo que llega.
Pero esos enviados no llevan a Cristo en su corazón, y sí a sus viejos esquemas e ideología. Probablemente han informado a esos samaritanos que por allí pasaría el renombrado rabbí galileo que se encaminaba a Jerusalem a restaurar la corona y la gloria perdidas de Israel. No hay verdad en ello, sólo una torpe afrenta que reaviva antiguos rencores nacionalistas y religiosos, y por ello no le reciben en esa aldea samaritana.
La reacción de Juan y Santiago -Jacobo- es brutal. Son hombres de caracteres fuertes y apasionados que se dejan ganar por la ponzoña del fundamentalismo, el escaso horizonte en donde no hay lugar para el distinto, para el otro, sólo para el par. Esos deseos punitivos de exterminio son llamativamente actuales, las ganas de aplastar al consierado indigno, execrable, y arrogarse venganzas en nombre de un Dios que es Padre y que es amor. La imagen de un fuego arrasador que desciende del cielo y demuele a sus enemigos refiere a una tradición del profeta Elías.
La reprimenda del Maestro no es sólo un reto que cuestiona sus posturas: tiene el mismo tenor y énfasis con el que Él expulsaba los demonios que menoscababan las mentes y las vidas de tantos.
Porque frente a la incomprensión y a las vendettas pendientes -que se encienden con facilidad-, es menester sí, pedir fuego del cielo, más no un fuego de castigo y violencia, sino el fuego del Espíritu que se expresa en humilde servicio, en la paciencia que se encarna -la ciencia de la paz-, en la capacidad de descubrir en el otro, aún en el enemigo, a otro hijo de Dios ante el cual se hace presente también el convite mayor a la Salvación.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario