Para el día de hoy (08/10/19):
Evangelio según San Lucas 10, 38-42
Jesús de Nazareth no tuvo casa propia: de niño su hogar era el de José de Nazareth. Ya hombre e inmerso en su misión, su hogar estaba en Cafarnaúm, la vivienda familiar de Pedro y Andrés, adonde regresaba con sus amigos en busca de reposo, calidez, volver a enfocarse, aunque a menudo las multitudes suplicantes de consuelo y auxilio no lo dejaban ni comer.
En otras ocasiones a sus anchas en sitios insospechados, mesa de publicano y fariseo, pan compartido con miles en el campo.
La escena que nos ofrece el Evangelio para este día sigue esa tonalidad: nos encontramos en Betania, en la casa familiar de Lázaro, Marta y María. No debemos perder de vista que el Maestro está camino a Jerusalem, a su Pasión, a la cruz, y que Betania es prácticamente un arrabal de la Ciudad Santa dada su cercanía, unos pocos kilómetros.
El Evangelista Lucas omite la mención a Lázaro, quizás en aras de destacar que al Maestro no le importaban demasiado ciertas convenciones férreamene instaladas, como aquella que definía que ningún rabbí entablaría diálogo con mujeres, ni mucho menos ingresaría a una estancia en donde sólo estuvieran ellas.
Parece mentira que veinte siglos después sigamos discutiendo estas cuestiones.
Pero allí, en casa de Marta y de María el Maestro se encontraba a gusto, en casa, y es sorprendente la familaridad en el trato.
María, sentada a los pies del Señor, representa al discípulo de Cristo que escucha atentamente su Palabra, que medita y guarda sus cosas en su corazón, lo que prevalece y no perece. Por eso nada ni nadie podrá quitárselo. Cristo es Palabra que llega a las honduras de cada corazón para quedarse.
Marta se afana en las tareas de la casa, en el servicio generoso y amplísimo al recién llegado, en trascendente clave de hospitalidad. Esa hospitalidad es clave: hace al viajero sentirse en casa, al caminante le descubre hogar cordial desde la caridad, desde un amor afectuoso, incondicional.
Marta no se equivoca -para nada!-, su servicio es imprescindible, pero a menudo hay que suplicarle que se detenga un rato, que haga una pausa en donde ese amor no falte, que beba nuevamente la Palabra, el verdadero reposo, el auténtico descanso. No hay reproche en el Maestro, sólo palabras afectuosas a una amiga entrañable que se ha dispersado en pos de los demás.
Hospitalidad es la clave. El Señor no tiene casa, su hogar está precisamente en la casa de sus amigos que le reciben con afecto y atención.
La Iglesia es hogar de Cristo, hogar del servicio y de la escucha que recibe al Señor y, por eso mismo, tiende una mesa grande para todos los viajeros de la vida.
Paz y Bien
En otras ocasiones a sus anchas en sitios insospechados, mesa de publicano y fariseo, pan compartido con miles en el campo.
La escena que nos ofrece el Evangelio para este día sigue esa tonalidad: nos encontramos en Betania, en la casa familiar de Lázaro, Marta y María. No debemos perder de vista que el Maestro está camino a Jerusalem, a su Pasión, a la cruz, y que Betania es prácticamente un arrabal de la Ciudad Santa dada su cercanía, unos pocos kilómetros.
El Evangelista Lucas omite la mención a Lázaro, quizás en aras de destacar que al Maestro no le importaban demasiado ciertas convenciones férreamene instaladas, como aquella que definía que ningún rabbí entablaría diálogo con mujeres, ni mucho menos ingresaría a una estancia en donde sólo estuvieran ellas.
Parece mentira que veinte siglos después sigamos discutiendo estas cuestiones.
Pero allí, en casa de Marta y de María el Maestro se encontraba a gusto, en casa, y es sorprendente la familaridad en el trato.
María, sentada a los pies del Señor, representa al discípulo de Cristo que escucha atentamente su Palabra, que medita y guarda sus cosas en su corazón, lo que prevalece y no perece. Por eso nada ni nadie podrá quitárselo. Cristo es Palabra que llega a las honduras de cada corazón para quedarse.
Marta se afana en las tareas de la casa, en el servicio generoso y amplísimo al recién llegado, en trascendente clave de hospitalidad. Esa hospitalidad es clave: hace al viajero sentirse en casa, al caminante le descubre hogar cordial desde la caridad, desde un amor afectuoso, incondicional.
Marta no se equivoca -para nada!-, su servicio es imprescindible, pero a menudo hay que suplicarle que se detenga un rato, que haga una pausa en donde ese amor no falte, que beba nuevamente la Palabra, el verdadero reposo, el auténtico descanso. No hay reproche en el Maestro, sólo palabras afectuosas a una amiga entrañable que se ha dispersado en pos de los demás.
Hospitalidad es la clave. El Señor no tiene casa, su hogar está precisamente en la casa de sus amigos que le reciben con afecto y atención.
La Iglesia es hogar de Cristo, hogar del servicio y de la escucha que recibe al Señor y, por eso mismo, tiende una mesa grande para todos los viajeros de la vida.
Paz y Bien
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