Viernes Santo: la soberanía de la cruz














Viernes Santo de la Pasión del Señor 

Para el día de hoy (19/04/19):  

Evangelio según San Juan 18, 1-19, 42
 






Jesús de Nazareth no busca perder la vida al modo de los suicidas, ni es una víctima de la violencia que suelen ejercer los poderosos para acallar las voces de los pobres, para aplastar a los débiles.

El Maestro entrega voluntariamente su vida en ofrenda absoluta que no es decisión del pretor, ni del Sumo Sacerdote, ni de la soldadesca ni del traidor que era su amigo. Él, y sólo Él, decide cuando morir y porqué morir, el amor que Dios nos tiene ratificado para siempre con su sangre para que no haya dudas.

Tal vez ninguno haya sabido re-conocerle en profundidad.
Ni los apóstoles que se esconden, ni la policía religiosa que lo busca, ni los legionarios romanos, ni los líderes religiosos que lo menospreciaban y subestimaban. Tal vez nosotros tampoco y quizás hizo falta el beso del traidor para que ellos supieran a quien detener.

El juicio es amañado. Israel -tan estricto en cuanto a procedimientos a observar de manera taxativa- parece haberse transformado en un carnaval de torpezas antes que garantizar el debido proceso. Así es llevado como ganado y de manera casi clandestina entre las casas de Anás, Caifás, Herodes y finalmente Pilato.

Quizás el rictus del Viernes Santo nos haga olvidar un detalle no menor: el Maestro estuvo preso y maniatado, un Dios con grilletes, escandalosa imagen para las razones del poder.

Pilato es mucho más que un cobarde. El relativismo que desconoce la verdad responde a la pura praxis sin ética, esa política para la cual el fin justifica cualquier medio. Sin embargo, está sordo en su alma a aquello que es diáfano ante sus ojos: ahí hay un hombre y más que un hombre, ahí hay un rey cuyo reino no es de este mundo, ahí hay un inocente. 

Los romanos tenían una siniestra precisión en la ejecución de los condenados a muerte. Previo al cadalso, había todo un sangriento proceso de tortura, humillación y ablandamiento del condenado. Porque la cruz se reservaba para los crímenes más abyectos y también -especialmente- para los condenados políticos, sublevados contra la autoridad imperial romana, y su exposición pública tenía por objeto la oscura admonición a todo el pueblo.

El sanedrín lo condena por blasfemo. El pretor, por desafiar al César. El título que hace colocar Pilato -Jesús Nazareno Rey de los Judíos- tiene mucho de burla, pues el título exacto hubiera sido rey de Israel, pero a su vez es una declaración que exuda política y poder: el lavado de manos es echarle la responsabilidad de la ejecución a la dirigencia religiosa.

En silencio, corazón adentro, contemplamos a ese hombre con su cuerpo desgarrado que agoniza en el madero, a la vista de todos. Pocos lo ven en verdad, pues sólo se comprende desde la fé, una fé que nos dice que no hay derrota, que hagan lo que hagan los brutos no hay mayor amor ni poder que dar la vida por los amigos, que con todo y a pesar de todo ese hombre en esa cruz es soberano, rey extraño de todos los corazones, que muere crucificado pero que está más vivo y pleno que sus ejecutores, un Cristo erguido en ese árbol de donde brota vida y salvación.

Paz y Bien

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