Para el día de hoy (05/04/19):
Evangelio según San Juan 7, 1-2. 10. 14. 25-30
A pocos días del Viernes Santo y con la cruz en ciernes, la lectura de este día parece palpitar peligro y nos predispone a la Pasión que acontecerá en breve.
Jesús de Nazareth quería quedarse en la relativa seguridad de Galilea, pues en Judea lo estaban buscando con la abierta intención de matarlo, la supresión del profeta, la violencia como solución religiosa y política. Una orden de arresto se había emitido en su contra.
El Maestro trata de eludir el arresto, pues no es su hora: la Pasión será entera consecuencia de su entrega plena y libre antes que de la eficacia de sus enemigos.
Por aquel entonces se celebraba Sukkot, la Fiesta de los Tabernáculos, una de las festividades más importantes de la nación judía junto a Seder Pesaj -Pascua- y Yom Kippur -Día del Perdón-. Sukkot, también conocida como fiesta de las chozas o tiendas, poseía una doble vertiente, el memorial de los años de liberación en el desierto, y también como fiesta de vendimia y cosechas. Ningún varón judío que se preciara de tal evitaría la celebración, y Jesús de Nazareth, fiel hijo de su pueblo y de las tradiciones de sus mayores, ingresa a la Ciudad Santa de manera anónima, casi clandestina.
Extraños vaivenes y contrapuntos. El Santo de Dios llega a Jerusalem como un proscrito que es necesario evitar, un Mesías incómodo y peligroso. Y está allí, en fiesta de cosechas, Aquél que ratifica con su sangre que es menester que el grano de trigo caiga en tierra y fructifique, en la inmensa vendimia de su sangre.
Aún así, con esa confidencialidad, no pasa inadvertido, y los jerosolimitanos creen reconocerle. Por supuesto, aplican preconceptos y prejuicios y sólo esbozan una caricatura banal.
Cuando a Cristo no se lo contempla con los ojos de la fé no se le reconoce, y sólo podrá observarse un reflejo que se acomode a ciertos narcisismos y necesidades individuales.
En el rostro del Señor descubrimos al Padre que lo ha enviado. En Él Dios se revela en plenitud.
Paz y Bien
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