Para el día de hoy (10/04/19):
Evangelio según San Juan 8, 31-42
La Pasión está muy, muy cerca, y los mecanismos propios del odio parecen estar a plena marcha.
Ayer contemplábamos como sus enemigos lo vindicaban como un potencial suicida, tan intoxicados de literalidad y de prejuicios que estaban: hoy lo injurian, quizás indirectamente, diciendo que es hijo de una prostituta.
Meterse con la Madre es una frontera que jamás debería trasponerse, pero ellos lo hacen, orgullosos y soberbios que exhiben pertenencia y credenciales como distintivo y condición necesaria y suficiente para ser hombres plenamente libres, nunca esclavos, descendientes de Abraham.
Es clara su visión sesgada. Olvidaron los ladrillos del Faraón, el exilio babilónico, las invasiones asirias. En ese tiempo, el orgullo nacional se encontraba hollado por la bota imperial romana, y ese pueblo único entre todos los pueblos era, a todos los efectos, un grupo menor provincial entre las vastas posesiones del César.
Aún así, su mezquina perspectiva les impedirá ir más allá, les obtura cualquier éxodo cordial, la conversión.
La pertenencia no basta, no es suficiente ni es condición absoluta de plenitud y libertad, pues en el tiempo de la Gracia se nos revela que el pecado es el origen de todas las esclavitudes, las de ese tiempo y las de éste. Al fin y al cabo, todo encuentra su raíz en el corazón humano.
Somos libres si permanecemos en la verdad, si nos afianzamos en el amor de Dios, si guardamos la Palabra de Cristo y la hacemos tiempo, vida cotidiana.
La verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio, señal de la vieja vida esclava del pecado en paso franco a la humilde y gloriosa libertad de los hijos de Dios, ricos por darse, felices por amar.
Paz y Bien
Ayer contemplábamos como sus enemigos lo vindicaban como un potencial suicida, tan intoxicados de literalidad y de prejuicios que estaban: hoy lo injurian, quizás indirectamente, diciendo que es hijo de una prostituta.
Meterse con la Madre es una frontera que jamás debería trasponerse, pero ellos lo hacen, orgullosos y soberbios que exhiben pertenencia y credenciales como distintivo y condición necesaria y suficiente para ser hombres plenamente libres, nunca esclavos, descendientes de Abraham.
Es clara su visión sesgada. Olvidaron los ladrillos del Faraón, el exilio babilónico, las invasiones asirias. En ese tiempo, el orgullo nacional se encontraba hollado por la bota imperial romana, y ese pueblo único entre todos los pueblos era, a todos los efectos, un grupo menor provincial entre las vastas posesiones del César.
Aún así, su mezquina perspectiva les impedirá ir más allá, les obtura cualquier éxodo cordial, la conversión.
La pertenencia no basta, no es suficiente ni es condición absoluta de plenitud y libertad, pues en el tiempo de la Gracia se nos revela que el pecado es el origen de todas las esclavitudes, las de ese tiempo y las de éste. Al fin y al cabo, todo encuentra su raíz en el corazón humano.
Somos libres si permanecemos en la verdad, si nos afianzamos en el amor de Dios, si guardamos la Palabra de Cristo y la hacemos tiempo, vida cotidiana.
La verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio, señal de la vieja vida esclava del pecado en paso franco a la humilde y gloriosa libertad de los hijos de Dios, ricos por darse, felices por amar.
Paz y Bien
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