La viuda de Naím, la comitiva de la vida









Décimo Domingo durante el año

Para el día de hoy (05/06/16):  

Evangelio según San Lucas 7, 11-17



El Evangelio de día nos sitúa en las inmediaciones de Naím, distante a unos catorce kilómetros de Nazareth, en la Galilea profunda, como si en la periferia de la sospecha, de donde nunca se espera nada acontecieran las cosas importantes.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, una mujer viuda se encontraba en un grado de vulnerabilidad y desprotección extremas; según los criterios imperantes de la época, una mujer tenía atada su existencia y supervivencia a un varón. De niña dependía de su padre, luego de su esposo -la protección y el sustento- y, eventualmente, si enviudaba dependería de sus hijos varones. La escena que nos ofrece la liturgia nos indica que el hijo que ha muerto de esta mujer era hijo único, por lo que esta mujer ha quedado en absoluto desamparo, sin posibilidad siquiera de una mera supervivencia.

Esa comitiva, cumpliendo con los ritos mortuorios, lleva en andas un féretro hacia el cementerio, pero en verdad allí hay dos muertos. 

La comitiva fúnebre rodea a esa mujer, que está muriendo ante sus ojos y sólo puede brindarle la compañía de sus lágrimas y el coro de sus lamentos. Es compañía valiosa, y sin embargo están resignados ante esas muertes que entienden definitivas.

El grupo de Jesús, los discípulos y una gran multitud parece ir en dirección contraria, a contramano de ese luto arrollador, pero en realidad es la comitiva de la vida que sale al encuentro de la muerte de frente, sin deserciones. Cualquier otro, por la inercia propia del movimiento seguramente hubiera seguido de largo, tan contrapuestas las escenas, tan duro el momento, tan irrevocable el dolor.

Pero el Maestro no sigue de largo. Lo mueve la compasión y asume el dolor del otro como propio, a tal punto de sufrirlo en sus huesos y en las honduras de su corazón sagrado.
Las rígidas normas de pureza ritual impedían taxativamente el contacto con cadáveres. Pero al Maestro no le importaban demasiado los reglamentos que cercenaban la caridad, y mucho menos el qué dirán.
Su compasión era tan entrañable que el dolor del prójimo se le hacía intolerable, y por ello su respuesta es tan absoluta, raigal. Con delicadeza y ternura toca el ataúd con una hermosa insolencia a los estrechos criterios establecidos; el amor es siempre inconveniente, revolucionario, re-creador. 

Allí acontece más de un milagro: el Señor restituye la vida del joven muerto y también la existencia y la esperanza de la mujer viuda, porque su voz es la autoridad que hace crecer cosas, la Palabra que renueva la vida, pujante y plena.

A nosotros la comitiva de la vida se nos hace misión que sale al encuentro de todas las comitivas de la muerte, del luto encallado, de la miseria razonada, haciendo presente el Reino, el amor de Dios que todo lo transforma, la Buena Noticia que Dios nos ha visitado.

Paz y Bien

1 comentarios:

ven dijo...

La compasión nos asemeja a Dios; nos lleva a disculpar a los demás, a pasar por alto sus faltas para evitarles una vergüenza o un sufrimiento, a perdonarlos de corazón, a cargar con sus pecados. Gracias, ¡feliz día en dulce nombre de Jesús.

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