Para el día de hoy (14/06/16):
Evangelio según San Mateo 5, 43-48
El Evangelio, la Buena Noticia de Jesucristo es un constante ir más allá de los límites presuntos que se han establecido absolutos, inconmovibles, definitivos. Hay más, siempre hay más, fronteras que se desvanecen al paso salvador de Dios por la historia de la humanidad y especialmente por estas pequeñísimas historias que son nuestras existencias.
La Pascua verdadera celebra ese paso redentor de Cristo por nuestros corazones, en nuestra cotidianeidad.
Pero seguimos empeñados en restablecer muros y alambrados, pertinaces en seguir siendo islotes aislados: lo macro es habitualmente objeto de estudio de las ciencias, aunque bien puede hallarse su razón -y su co-razón- anidada en las honduras de las almas.
El Señor traspuso la última frontera, infranqueable bajo nuesta lógica, las puertas de la muerte, y en el sacrificio inmenso de la cruz, asumida a puro amor y en plena libertad, acontece otra cuestión que no puede obviarse, y que es parte de ese mismo éxodo pascual, a tal punto que es el distingo principal de la fé cristiana: el amor a los enemigos.
En el Antiguo testamento -las Escrituras en tiempos de Jesús- no está puntualmente referido el odio a los enemigos, al contrario del amor al prójimo, por lo cual es dable suponer que la expresión del Maestro se deba mayormente a una costumbre propia de su tiempo. Ello es muy probable, toda vez que la rígida casuística imperante delimitada el concepto de prójimo al par, al connacional, al otro creyente de la misma fé, relegando al carácter de gentil a todos los demás. Desde esa perspectiva restricta y exclusivista es posible inferir que el odio o la inquina al distinto, al ajeno y, peor aún, al enemigo de Israel -que en la zona eran muchos y peligrosos- se aceptaba naturalmente como consecuencia lógica.
Precisamente ésa es la frontera que atraviesa el Maestro, la del yo para ir al encuentro del tú, del otro y quizás conjugar el nosotros aún cuando todo diga que nó, aún cuando los imposibles tengan una voz única y atronadora.
Amar al enemigo no es fácil, claro está, pero el amor no es justamente una reducción a un sentimentalismo edulcorado, sino imitar con todas las fuerzas el corazón sagrado de Dios, viviendo la providencia que a todos nos amanece y nos llueve, justos y pecadores, buenos y malos, todos hijos del mismo padre.
Más complicado es tender una mano fraterna al que procura nuestro mal, nuestra miseria, nuestra muerte.
Se trata de la ilógica del Reino, se trata de crecer en humanidad y en santidad, y su comienzo sucede en la oración. Porque aunque todo diga que nó, todo puede ser, todos podemos ser camellos imposibles en feliz galope, atravesando todos los ojos de todas las agujas, pues todo es posible para Dios y por ello mismo para todas sus hijas e hijos.
Paz y Bien
La Pascua verdadera celebra ese paso redentor de Cristo por nuestros corazones, en nuestra cotidianeidad.
Pero seguimos empeñados en restablecer muros y alambrados, pertinaces en seguir siendo islotes aislados: lo macro es habitualmente objeto de estudio de las ciencias, aunque bien puede hallarse su razón -y su co-razón- anidada en las honduras de las almas.
El Señor traspuso la última frontera, infranqueable bajo nuesta lógica, las puertas de la muerte, y en el sacrificio inmenso de la cruz, asumida a puro amor y en plena libertad, acontece otra cuestión que no puede obviarse, y que es parte de ese mismo éxodo pascual, a tal punto que es el distingo principal de la fé cristiana: el amor a los enemigos.
En el Antiguo testamento -las Escrituras en tiempos de Jesús- no está puntualmente referido el odio a los enemigos, al contrario del amor al prójimo, por lo cual es dable suponer que la expresión del Maestro se deba mayormente a una costumbre propia de su tiempo. Ello es muy probable, toda vez que la rígida casuística imperante delimitada el concepto de prójimo al par, al connacional, al otro creyente de la misma fé, relegando al carácter de gentil a todos los demás. Desde esa perspectiva restricta y exclusivista es posible inferir que el odio o la inquina al distinto, al ajeno y, peor aún, al enemigo de Israel -que en la zona eran muchos y peligrosos- se aceptaba naturalmente como consecuencia lógica.
Precisamente ésa es la frontera que atraviesa el Maestro, la del yo para ir al encuentro del tú, del otro y quizás conjugar el nosotros aún cuando todo diga que nó, aún cuando los imposibles tengan una voz única y atronadora.
Amar al enemigo no es fácil, claro está, pero el amor no es justamente una reducción a un sentimentalismo edulcorado, sino imitar con todas las fuerzas el corazón sagrado de Dios, viviendo la providencia que a todos nos amanece y nos llueve, justos y pecadores, buenos y malos, todos hijos del mismo padre.
Más complicado es tender una mano fraterna al que procura nuestro mal, nuestra miseria, nuestra muerte.
Se trata de la ilógica del Reino, se trata de crecer en humanidad y en santidad, y su comienzo sucede en la oración. Porque aunque todo diga que nó, todo puede ser, todos podemos ser camellos imposibles en feliz galope, atravesando todos los ojos de todas las agujas, pues todo es posible para Dios y por ello mismo para todas sus hijas e hijos.
Paz y Bien
1 comentarios:
Gracias, por hermoso compartir, Dios sea con usted y su familia..
Publicar un comentario