Un Dios pobre



Para el día de hoy (23/11/15): 

Evangelio según San Lucas 21, 1-4



El Maestro sabía mirar y ver como nadie, superando todas las apariencias y superficies. Árboles y bosques, o mejor aún, árboles dentro del bosque.
Así puede descubrir la verdad más profunda por entre la multitud que discurre, por entre las estruendosas ofrendas de los ricos, por entre el palabrerío de las plegarias repetidas que tan a menudo desdicen su sentido de oración: allí, en la sala del Tesoro del Templo destella ante sus ojos, como una diadema muy valiosa, el gesto infinito de la ofrenda de una viuda pobre.

Durante su ministerio, Jesús de Nazareth planteó en numerosas ocasiones una antítesis escatológica entre el Reino y las riquezas, entre la inminente liberación de ese Reino y la esclavitud del dinero, entre el aferrarse a lo que perece o afirmarse en lo que trasciende, aunque a los ojos del mundo sea algo menor, ínfimo, irrelevante.

Sin embargo, no se trata únicamente de una enseñanza moral. Hay más, siempre hay más, manantial inagotable es la Palabra.
La humilde ofrenda de esa mujer conmueve al Maestro: mientras los ricos dan lo que poseen y lo que les sobra -y por eso son poseídos por las cosas-, ella se brinda a sí misma en esos dos shekels menores, su subsistencia consagrada para los demás, sin limitarse ni menguarse en precauciones, pues abandona toda cautela arrojándose por entero a un presente que engalana con su ofrenda y con su fé. 
Ellos dan lo que poseen, mientras que ella posee lo que dá, su vida misma ofrecida.

El Maestro se conmueve porque en el profundo gesto de esa mujer encuentra el rostro amable de su Padre, un Dios pobre que no se limita, que se brinda incondicionalmente desde una indigencia asumida por amor a sus hijas e hijos, sin reservarse nada, en la alegría absoluta del vivir por y para los otros.

Que el Espíritu nos abra los ojos para reconocer los gestos eternos que redimen nuestros días, imágenes santas del Dios de la vida.

Paz y Bien

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