Santa María, Madre y Medianera de la Gracia
Para el día de hoy (07/11/15):
Evangelio según San Juan 2, 1-11
La lectura nos sitúa en Caná de Galilea, en la celebración de unas bodas. El marco no es tanto histórico o folklórico como teológico: expresa una profunda imagen y a su vez describe espiritualmente la relación de Dios con su pueblo, un vínculo que es indisoluble, signado por el perpetuo amor y fidelidad de Dios y las infidelidades y quebrantos de su pueblo.
Nada es casual, siempre hay una causalidad misteriosa y grata en las Escrituras. María de Nazareth está allí, presencia siempre en medio del pueblo, certeza para los hijos que nunca andarán librados a su suerte o a destinos azarosos.
El Maestro arribará luego, porque nada se hace por las malas, a la fuerza. Cristo comparte la mesa en la que es invitado, y su mesa es la de sus amigos.
La Madre del Señor está siempre atenta a lo que le sucede a las hijas y a los hijos, al pueblo golpeado por los dolores, la resignaciones, la desesperanza, las miserias que portamos. El vino de la alegría -certidumbre del Reino- parece no alcanzar, y no haber motivos para el festejo, para la alegría, para la celebración de la vida.
La fé de Israel se expresaba por la ley grabada en piedra y en los corazones de los hombres. La nueva ley de la Gracia surge de la confianza puesta en una persona, Jesucristo. Creemos en Alguien antes que en algo, y por eso las palabras de la Madre son definitivas y redentoras: -Hagan lo que Jesús les diga-.
El agua se utilizaba en las abluciones de purificación antigua, pero el tiempo ha sido santificado por un Dios que se encarna, que se hace tiempo, historia, hombre entre nosotros, kairós de la Salvación. El agua de las tinajas no purifica ya y deviene inútil, porque el que en verdad purifica y nos muestra el rostro pleno de Dios es Cristo, que nos ofrece el mejor vino, el vino nuevo de la Gracia, abundante, pródigo y vivificante para los corazones que se adormecen.
Seis tinajas son una enormidad, aún para unas bodas como las de ese tiempo, de numerosos asistentes y que se prolongan varios días. Más de seiscientos litros.
Ese vino incalculable y asombroso que parece bullir en las tinajas es vino de esas bodas en ese pueblo galileo, pero es vino para nosotros también, vino que nunca se acaba, vino para todos los han de venir.
Que la Madre de Dios le hable al Hijo de nosotros, del vino que nos falta, de la vida que se nos apaga, de la tristeza que nos doblega.
Donde está la Madre está el Hijo, y Ella no abre ventanas nuevas, sino que predispone corazones con ternura maternal para que acontezca aquí y ahora la Salvación en nosotros.
Paz y Bien
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