Para el día de hoy (13/11/15):
Evangelio según San Lucas 17, 26-37
En la época del ministerio de Jesús de Nazareth y durante las primeras comunidades cristianas, las expectativas por el fin de los tiempos estaban altísimas, y ello provocaba encendidas discusiones, pues además de prever catástrofes inmensas, muchos pretendían saber o establecer la fecha exacta de de la Parusía entendida como el final de la historia y nó como su plenitud, como si las acciones de Dios pudieran programarse en algún calendario o agenda.
El tiempo humano es chronos, aquél que se mensura por relojes y dispositivos, finito, limitante, acotado a la materia.
El tiempo de Dios es kairós, tiempo santo que no puede medirse al igual que el tiempo humano, pues es esencialmente infinito, totalmente presente.
El tiempo de Dios atraviesa en silencio la historia humana y la fecunda, de tal modo que este tiempo que nos toca vivir, desde la Encarnación de Dios, es el tiempo santo de la Gracia, el tiempo santo de Dios y el hombre, y la fidelidad a esa bendición asombrosa pasa por saber reconocer el paso salvador de Dios por nuestras existencias.
Honrar la memoria, pero a su vez hacer que el pasado sea tal, es decir, sea historia.
Edificar con mirada de futuro pero floreciendo este presente que somos, sin mirar atrás pues hemos nacido a la vida nueva de la Salvación. Quedarse atado a lo que ha muerto nos petrifica en deshumanizaciones, vivir como si nada pasara, con talante de más de lo mismo, es resignarnos a que nada pueda cambiar, comenzando por nosotros mismos.
Cristo volverá de manera definitiva, es una promesa y una certeza, para que la historia y el cosmos lleguen a su plenitud en Dios.
Pero Cristo está de regreso en la Palabra, en la Eucaristía y en el prójimo.
Allí, en los ojos del hermano, en la Palabra viva, en la mesa compartida, el tiempo santo de Dios nos vuelve a bendecir a diario con albores de esperanza, justicia y liberación
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario