Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Para el día de hoy (09/11/15):
Evangelio según San Juan 2, 13-22
Hoy la Iglesia celebra una fiesta poco conocida, la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán o Lateranense.
Finalizadas las brutales persecuciones contra los cristianos por parte de los emperadores romanos, Constantino dona al papa San Silvestre los terrenos en donde se levantaría la Basílica Catedral de Roma, la que se termina de construir y se consagra en el año 324, dedicada primero al Salvador y luego a San Juan Bautista. Durante bastante tiempo fué celebración exclusiva del pueblo romano, y luego se extiende a toda la Iglesia, honrando el signo que irradia, y es que la Iglesia de Roma, de la cual el Papa es obispo, es la Iglesia madre del urbe y del orbe, primus inter pares en la caridad, señal de la universalidad/catolicidad de la Iglesia por el amor.
Desde los primeros tiempos -aún en los más difíciles- los cristianos edificamos templos y sitios de oración para que la comunidad se reuna para el culto, la alabanza y la oración, todos ellos lugares de respeto y veneración.
Hay que navegar en la historia que nos nutre: un joven judío de Nazareth al que llamamos Señor y Dios fué presentado en el Templo de Jerusalem a los pocos días de nacido. Sus padres, honrando la tradición de sus mayores, lo llevaban para las fiestas más solemnes, y Él asimilaba como propio todo ello, quedándose sólo alli en ese Templo inmenso a los doce años, ocupado en las cosas de su Padre, revestido de un fuego amoroso por el Templo que se había profanado por los mercaderes y cambistas pero también, por aquellos que abusaban de su poder y mostraban el rostro de un Dios violento y vengativo, inaccesible excepto para ellos.
Jesús de Nazareth lo sabía bien, y lo expresaría en su propio cuerpo en su Pasión y su Resurrección. Antes que en los edificios consagrados, a Dios se le adora en Espíritu y en verdad.
En el tiempo de la Gracia, la comunión de dos o más hermanos reunidos en su Nombre garantiza la presencia de Cristo, Hijo de Dios que santifica.
Tenemos una persistente tendencia pagana, que es la de confinar la presencia de Dios a determinados recintos. Pero sabemos por la Buena Noticia, por el asombroso misterio del Dios que se encarna, que cada hombre y cada mujer es Templo vivo y latiente del Dios de la vida, por el Espíritu que nos habita.
Más aún, a pesar de tantas miserias, la tierra y el universo se santifican por el paso salvador de Cristo en la historia.
Los discípulos somos, por el bautismo, también templos dedicados a Dios. Templos vivos, y cada mujer y cada hombre también pues allí palpita la imagen infinita de un Dios que es Padre sempiterno.
En estos tiempos de cultos extraños, hay otros tipos de templos restrictos. Cines, estadios, tarimas políticas, la televisión y los medios, los palacios del poder.
Los templos en donde nos reunimos en nombre y memorial del Redentor merecen respeto, afecto y veneración. Pero debemos preguntarnos si honramos con la compasión y la misericordia a todos esos templos que somos y a los que caminan junto a nosotros, el templo de la propia existencia, el templo santo del hermano, para mayor gloria de Dios.
Paz y Bien
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