Para el día de hoy (22/09/15):
Evangelio según San Lucas 8, 19-21
La lectura que nos ofrece la liturgia en el día de hoy es breve, consta de tan sólo dos versículos, pero esa brevedad implica también una profunda y decisiva revelación.
Para situarnos en el contexto y ambiente, imaginémonos por un momento la situación: en el siglo I seguía teniendo una influencia decisiva el clan, la tribu, entendidas como familia extensa que otorgaba identidad y además imponía carácter y tradiciones. Era muy infrecuente que ningún varón -las mujeres no contaban- rompiera con esos códigos preestablecidos, y por ello, cuando ya hombre Jesús de Nazareth se larga a los caminos en cumplimiento de su vocación, menudo escándalo se debió desatar entre los parientes.
Seguramente se esperaba de Él que siguiera con la tradición familiar, que fuera carpintero como José, que se casara y tuviera hijos, que viviera su vida bajo la mirada de su Dios en su pueblo, junto a los suyos.
Pero este Cristo no hace lo que se supone que hará, siempre anda sorprendiendo. Curiosamente, no cumple con los planes de los otros, permanece fiel a su misión, y esa misión lo llevará a los caminos, a restaurar en humanidad y en salud a los enfermos y excluidos, en sentarse a la mesa con los que todo el mundo desprecia, a hablar de Dios como Padre y de un modo tan distinto a la enseñanza de escribas y fariseos.
Por ello es lógico que sus parientes crean que enloqueció. Los riesgos a los que se enfrenta son muy grandes, y en cierto modo el oprobio consecuente, tarde o temprano, caerá sobre su clan.
Por eso se quedan a las puertas de la casa en donde se encontraba el Maestro con los discípulos, y en apariencia el motivo que les impide acercarse es la nutrida multitud que busca beber de las palabras del Maestro. Pero es una construcción a la vez simbólica: los parientes se quedan fuera, no son parte de los discípulos, están allí por otros motivos, reclaman quizás una propiedad del rabbí que se entrega a todos sin condiciones.
Es que el Maestro ha inaugurado una nueva familia siempre creciente, que no se limitará a los vínculos de sangre. Se trata de la familia reunida por vínculos que refieren siempre al amor de Dios y al amor al prójimo, vínculos permanente, vínculos definitivos que surgen de la escucha atenta de la Palabra, y de su puesta en práctica.
Así en la comunidad cristiana, en esta nueva familia, a Dios se lo puede llamar Padre, Madre, hermano. Dios es familia en donde todos crecen en solidaridad, en justicia, en libertad, en cielos abiertos que se enraizan en la cotidianeidad.
Por ello el pronunciamiento del Maestro es un profundo elogio a María de Nazareth. A pesar de todas las situaciones confusas, aún cuando luego de treinta años Él parece apartarse de su lado, María sigue atesorando la Palabra en las honduras de su corazón purísimo, encarnando cada día en su ser a ese Dios que la ama, y que es su Hijo y su Señor. Hermana, Madre y discípula, la más feliz, espejo de nuestras existencias, compañera de todas nuestras luchas, siempre atenta a cuando el vino de la vida plena parece apagarse.
Paz y Bien
2 comentarios:
La familia cristiana se convierte en un Evangelio vivo, que todos pueden leer, en signo de credibilidad quizás más persuasivo y capaz de interpelar al mundo de hoy .
Así es, sin cosas rimbombantes, con la humildad y la tenacidad de la semilla, rescoldo de una esperanza que no se apaga.
Gracias por su constante presencia fraterna
Paz y Bien
Ricardo
Publicar un comentario