Para el día de hoy (19/09/15):
Evangelio según San Lucas 8, 4-15
Diversos son los tipos de terrenos que podían encontrarse en la Palestina del siglo I, que tanto Jesús como las gentes que le escuchaban conocían bien. Terrenos cuidados por labriegos, roturados con frecuencia y con una adecuada rotación de cultivos, para mantenerlos siempre sanos, pero que a menudo están cruzados por rutas y calzadas, con nutridos vehículos y caminantes. Terrenos en los que abundan las piedras, los roquedales y la arcilla que empuja, en donde difícilmente pueda hundirse cualquier raíz. Terrenos abandonados, baldíos, en donde con facilidad la cizaña se mimetiza con el trigo y acaba desalojando al grano que debería ser pan bueno. Terrenos fértiles, humíferos, en donde maravillosamente todo puede crecer.
Y en una zona tan pequeña como esa, a menudo los diversos tipos de terrenos conviven, son parte del mismo país.
Pero todos tienen en común, en mayor medida, tierra, tierra en donde a pesar de las características a menudo complejas y difíciles, siempre está latente la posibilidad de una germinación o un crecimiento.
Sin abundar en análisis ajenos a nuestra capacidad, es importante detenerse en la actitud del sembrador. Parecería despreocupado, quizás algo tonto. Esparcir semillas en terrenos dudosos.
Nada de eso.
El sembrador tiene una confianza enorme e inquebrantable, y aún a sabiendas de los riesgos de esterilidad potencial, sigue sin pausa ni desmayos en su tarea, porque pone sus manos, su esfuerzo y su corazón en la bondad maravillosa de la semilla, una semilla que a menudo es pequeña pero que cae en tierra, germina, crece y produce rindes asombrosos, inesperados, incalculables, en el tiempo de la Gracia, del amor infinito de Dios.
No podemos dejar de sembrar, por ningún motivo y bajo ninguna excusa. La siembra, claro está, no se efectúa siempre con prédicas orales. La mejor prédica es una vida que exprese en cada latido la Buena Noticia.
Es menester atreverse a sembrar, a fuer de adquirir rótulos menores de ingenuidad. La semilla puede germinar en terrenos insospechados, y a veces los pequeños yuyitos pueden transformarse en robustos árboles de sombra bienhechora y abundantes frutos
La semilla es la Palabra de Dios, la tierra es el hombre, y la Encarnación de Dios nos recuerda en su tenaz ternura y en su firme humildad que todo es posible.
Paz y Bien
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