Para el día de hoy (25/09/15):
Evangelio según San Lucas 9, 18-22
En la época del ministerio de Jesús de Nazareth, especialmente en Palestina, se vivían tiempos confusos, violentos, un pueblo angustiado en plena ebullición: la opresión romana que hollaba el suelo sagrado de la Tierra Santa, la brutalidad de los tetrarcas -Herodes y Filipos- y una religiosidad que asfixiaba las almas en el abuso de las normas impuestas y el purismo ritual.
Así, el pueblo se aferraba a expectativas que solían coincidir con sus esperanzas y frustraciones, es decir, expectativas de liberación en las que proyectaban todo lo que les pasaba.
Por ello el surgimiento del Maestro y su anuncio de Buenas Noticias los confundía, y así le irrogaban al rabbí nazareno identidades diversas. Que es el Bautista, que es Elías, que es uno de los antiguos y nobles profetas que ha regresado.
Porque en realidad, ellos suponían que el Mesías de Israel sería un Mesías glorioso y revestido de poder, que se impondría con fuerza demoledora a sus enemigos y que gobernaría la nación judía por siempre.
Cristo es un profeta, claro está, pero es mucho más que un profeta, y su pueblo aún no ha madurado para comprender su identidad mesiánica. Así entonces el llamado a silencio: Jesús es también un fiel hijo de su pueblo, que sufre con los suyos, pero todo tiene un tiempo de maduración. A las cuestiones espirituales instantáneas es mejor posponerlas o eludirlas en su mayor parte.
Pero el Maestro quiere que los suyos le digan qué piensa de Él. Lector como nadie del corazón humano, sabe de los torbellinos y preconceptos que hay en las mentes de esos hombres, sus amigos, sus hermanos.
Pedro, en nombre de todos, toma la palabra y afirma y confiesa que Jesús de Nazareth es el Mesías de Dios, y la contundencia de la afirmación nos sigue estremeciendo hasta nuestros días. Allí está el Espíritu Santo encendiendo al pescador galileo que ahora es pescador de hombres y roca en donde se confirma la fé de sus hermanos.
No se trata solamente de un acontecimiento histórico, acotado a un momento determinado. La Palabra de Dios es Palabra de vida y Palabra viva, y Dios nos habla hoy.
Confesar a Jesús de Nazareth como Mesías de Dios, como Cristo libertador sólo acontecerá dentro de la comunidad cristiana en donde ese Cristo se hace presente, la sostiene y la hace florecer.
Aún hoy nuestras expectativas han de madurar. A menudo le transferimos al Señor nuestras inquietudes, angustias, aspiraciones y deseos. Gustamos más de un Cristo a la medida de nuestras necesidades, y así nos dibujamos el rostro del Maestro como una caricatura banal. Un dios aspirina que nos alivia los dolores. Un dios sedante para nuestras angustias. Un dios psicoanalista, terapeuta de nuestras neurosis. Un dios proveedor de las cosas que nos faltan o de las que deseamos. Un dios verdugo severo. Un dios al que se le arrancan favores mediante el trueque de piedades acumuladas.
Pero el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios de Amor, Padre de misericordia que nada se reserva para sí, que se brinda por entero para el bien de toda la humanidad, y por eso el Mesías, Jesucristo, será un varón de dolores, un esclavo entregado a la muerte ignominiosa de la cruz en ese mismo amor infinito, para que no haya más crucificados, para que no prevalezca la muerte, para la Salvación.
Paz y Bien
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