Nuestra Señora de Lourdes
Para el día de hoy (11/02/15)
Evangelio según San Marcos 7, 14-23
Jesús de Nazareth es un maestro inigualable, y no es nada difícil imaginarnos allí, entre la multitud, convocados a reunirnos cerca de Él para aprender. Siempre hay que aprender.
Y hoy nos sigue convocando y enseñando a través de la Palabra y por su propio Espíritu.
Entre las enseñanzas de Jesús de Nazareth y las de escribas y fariseos había un abismo infranqueable. Primero y principal, porque el Maestro enseña con una autoridad única, la de su identidad plena con su Padre. Pero más aún, la raíz de todos los conflictos es el Dios que Cristo revela.
Escribas y fariseos propalan la imagen de un Dios distante e inaccesible, severo y verdugo rápido, un Dios airado con facilidad, un Dios al que el pueblo le tiene miedo y no temor, ese temor de Dios que es santo. Para esos hombres, hay todo un manual de procedimientos piadosos para acceder a la bendición divina, para purificarse, para sacralizarse.
En el kairós, tiempo propicio de Dios que es tiempo santo de Dios y el hombre, Jesús de Nazareth nos revela el rostro de un Dios que es Padre y Madre, que se desvive por todas sus hijas e hijos y al que le pertenecen todas las primacías e iniciativas, un Dios que sale siempre al encuentro, un Dios de amor y misericordia.
El Dios de Jesús es el Dios que libera, que purifica, que nos renueva las transparencias cordiales que solemos opacar con nuestras miserias, nuestros quebrantos, nuestros olvidos y omisiones.
Los rituales son necesarios y valiosos siempre y cuando no olviden al Dios que les confiere sentido y trascendencia y es ese mismo Dios al que se orientan por esa necesidad vital de ser hijos.
Que ese Cristo vuelva a limpiarnos, que las almas emprendan el desalojo de lo vano, de lo fútil, de lo que perece. Que los corazones son el templo vivo del Dios de la Vida, feliz de hacer morada en nuestras existencias.
Paz y Bien
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