Para el día de hoy (10/02/15)
Evangelio según San Marcos 7, 1-13
En la lectura que nos ofrece la liturgia del día de hoy, hay un dato por demás ominoso: envían a expertos desde la misma Jerusalem a observar a Jesús y sus discípulos, lo que hacen, lo que dicen y como actúan. Esa visita no tiene otro interés que el detectar potenciales quebrantos a la ortodoxia con el fin de propiciar una condena religiosa o, al menos, ridiculizarle frente al pueblo.
A menudo los poderosos ejercen ese tipo de violencia que no es física pero que implica aniquilar honras y menoscabar imágenes, una suerte de homicidio en el plano civil que condena al ostracismo. Por ello y por ser tan actual, totalmente inhumano y preponderantemente injusto -como cada vez que los fines justifican los medios- no puede ni debe ser pasado por alto.
En esta ocasión, la crítica apenas solapada refiere a la aparente falta de respecto por parte de Jesús y sus discípulos a las tradiciones consideradas sagradas. Para esta cuestión, es menester tener en cuenta que escribas y fariseos no están apuntando a un ámbito higiénico, lavarse las manos antes de comer por motivos sanitarios y de urbanidad. No, ellos refieren a las abluciones propias de la pureza ritual establecida a partir de la ley de Moisés.
Como motivo devocional, es saludable y plausible: el problema estriba en tanto que las tradiciones se ubican en el mismo plano de la Palabra de Dios, y más aún, olvidando a ese Dios que le concede sentido, suplantándolo. Sólo Dios, Santo de santos, hace sagradas personas y cosas. Lo demás es medio, canal, signo.
Porque la verdadera pureza surge de los corazones, de lo que se dice y hace, y tan a menudo de lo que se calla y omite. Son los corazones los que deben limpiarse antes que las manos o cualquier parte del cuerpo, templo latiente del Dios de la Vida.
Por eso Cristo es tan eficazmente un infractor grácil de tradiciones, porque son tradiciones que han devenido en traiciones al sentido primordial del bien y la vida, Dios mismo.
Entre tantos reclamos vanos, reivindiquemos las manos sencillas. Son las más cálidas, las que se estrechan con franqueza en saludo amistoso y en juramento que no requiere documentos, manos que procuran humildemente el sustento, manos de madre que protegen y cuidan con solicitud la vida de todos, manos de justicia, manos de paz, manos de bendición cotidiana.
Paz y Bien
1 comentarios:
la verdadera pureza surge de los corazones,Cuanto más de Cristo tenemos en nuestros corazones, menos espacio tenemos para nosotros mismos.
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