Para el día de hoy (09/02/15)
Evangelio según San Marcos 6, 53-56
Para un observador objetivo y desconectado afectivamente, la escena descripta por el Evangelista Marcos es pasmosa: multitudes de gentes que se encaminan presurosos hacia donde Jesús ha desembarcado con los discípulos, a orillas del lago Genesaret.
Llegan de toda la región, y todos traen consigo a sus enfermos. Algunos, sostenidos a duras penas entre dos, con pasos vacilantes. Otros aupados el trecho que se pueda. Los más, en camillas que son muy distintas a las que conocemos hoy, de caño, metal y ruedas. Se trata de angarillas hechas con ramas y maderas, y en muchos casos de las mantas sucias en donde el enfermo languidece, portando al doliente por parientes y amigos que se esfuerzan llevando una punta cada uno para llegar donde está Cristo, que es salud y liberación, que a nadie rechaza, que a nadie niega su bendición y su bondad.
Y la situación se repite por cada aldea, pueblo y ciudad por donde el Maestro pasa. Es como si el mundo fuera un desierto agobiante y el paso redentor de Cristo una ansiada lluvia bienhechora que rehace y restituye la vida.
Nos bastaría contemplar la fé de esas gentes, aunque sea imperfecta, y es iluminador redescubrir cada día a ese Cristo que sólo hace el bien, que a nadie rechaza.
Sólo agregaremos una humilde mención a esas esforzadas personas que llevaban a tantos quebrantados por la enfermedad y por la exclusión religiosa, la impureza cultual. La caridad no es una abstracción que se absorbe de modo académico. La caridad es concreta, cordial, sanguínea. La caridad cristiana, rostro definitivo de la misión, es llevar a todos a la presencia redentora del Señor, y muy especialmente y ante todo a los que están caídos, olvidados a un lado de la vida, descartados de la existencia, en camillas de fraternidad, de compasión, que son fuertes y resistentes pues están tejidas de eternidad.
Paz y Bien
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