Para el día de hoy (17/01/15)
Evangelio según San Marcos 2, 13-17
En los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth, los publicanos eran un grupo fervorosamente detestado. Ellos cobran los impuestos o tributos debidos al ocupante imperial romano, y tenían permitido cobrar una sobretasa que excedía al impuesto tabulado, lo que en general ocasionaba abusos y excesos, siendo los pobres los principales perjudicados.
Por su función, tenían contacto habitual con extranjeros/gentiles, razón por la cual se los consideraba impuros rituales, es decir, incapacitados de participar en la vida religiosa de su pueblo. Por sus abusos, se los despreciaba por ladrones. Por trabajar para los opresores, se les consideraba traidores, a tal punto que los publicanos estaban impedidos de prestar testimonio jurídico válido.
Para una mentalidad religiosa tan puntillosa que suele perderse en detalles y se olvida de Dios, un publicano es un pecador y un pecador público, en la misma estatura moral de las prostitutas, por lo cual su vida social también está restringida a los vínculos con sus pares.
El llamado de Jesús de Nazareth a Leví el publicano es escandaloso, aunque ello no parece importarle demasiado al Maestro, como tampoco ofender un nacionalismo acérrimo; al fin y al cabo, un publicano es un infame traidor.
Se pueden realizar múltiples conjeturas acerca de las nubes que se tejían en el alma de ese publicano, las pesadas cargas de la traición, de la injusticia, de la corrupción, de una existencia acotada por las miserias que propaga pero que a su vez aniquilan cualquier fruto cordial. Las razones son tan oscuras que no hay otro futuro avizorable más allá de las capas de ego que se le acumulan.
Tal vez no haya demasiada justicia en el convite de Cristo al llamar a un hombre así: pero en la ilógica del Reino, la justicia de Dios se expresa en la misericordia, y es esa misericordia que resplandece en la mirada del Señor la que transforma a Leví. El encuentro con Cristo augura buenos presagios y más aún, abre una enorme ventana de una vida posible, de una vida nueva y re-creada.
La vocación es un insondable misterio de misericordia para vivir y andar junto a Cristo, como Cristo, en Cristo, y es menester tener oídos atentos y la mirada clara.
Oídos que sepan escuchar por entre tanta bulla la llamada del maestro.
Ojos que descubran el paso redentor de Dios en la vida de los demás, especialmente por aquellos por los que nuestros mezquinos juicios no dan un centavo.
Hay una mesa grande tendida para celebrar, ágape en donde la vida compartida se festeja. Y en ella, toda la humanidad tiene un sitio esperándole.
Paz y Bien
1 comentarios:
La vocación es un insondable misterio de misericordia para vivir y andar junto a Cristo, como Cristo, en Cristo, y es menester tener oídos atentos y la mirada clara.
Muy bien expresado.
Demos gracias a Dios por ello.
Un saludo en Cristo
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