La Epifanía del Señor - Solemnidad
Para el día de hoy (06/01/15)
Evangelio según San Mateo 2, 1-12
La celebración de la Epifanía del Señor -manifestación del Señor- implica reivindicar que hay un orden muy distinto de las cosas, en contraposición a las exigencias mundanas del poder y al campo acotado de la lógica.
Un Dios que se manifiesta, que se comunica a sí mismo en la debilidad de un niño pequeño. Adorar a un Dios así pone en entredicho al palacio, la pompa y a todos los fulgores de dominio. Dios se acerca desde una fragilidad que es bien nuestra, y precisamente allí está su grandeza.
En cierto modo, la Epifanía es la amorosa ratificación de todos los asombros de la Navidad, ampliándose a todos los confines de la tierra y el universo.
Esos hombres vienen de lejos. El término magoi remite a magos, pero no en el sentido actual de los ilusionistas ni tampoco a los efectores de doctrinas secretas, arcanas; en tiempos en los que ciencia y religión a menudo eran sinónimos o, por lo menos, confluyentes, es dable pensar que esos hombres fueran estudiosos, científicos. Quizás, cultores persas de Zoroastro, siempre escudriñando a conciencia la bóveda celeste con hambre perpetuo de de verdad y sabiduría.
Con un poco de coraje, tal vez encontremos algo más que una señal en la estrella inquieta que les vá guiando los pasos: el nacimiento de Cristo es Salvación para todos los pueblos implica también un acontecimiento cósmico. Todo el universo se transforma desde un refugio de animales en Belén de Judea.
Todo en esos hombres habla de extrañeza, de alteridad, de lo ajeno. Son venidos de Oriente, símbolo de todo lo foráneo para un pueblo que hacia otra latitud tiene el mar; habrá cuestiones de idioma, vestimenta, culturas. Ellos buscan al rey de los judíos para rendirle honores; sin embargo, cualquier judío que se precie se habría referido en tal sentido como rey de Israel, siguiendo la dinastía davídica.
Pero el rey no está en Sión, que alberga al brutal Herodes, al Templo, a los religiosos profesionales. El rey está en la pequeña Belén de Judea, en un pesebre.
Esos hombres exhiben una despreocupada imprudencia, al preguntar por el rey de los judíos en la propia presencia de Herodes el Grande, voraz de poder y violentamente paranoico. A veces la prudencia excesiva sólo esconde cobardía, y esos hombres -aún portando tesoros- buscan el bien más valioso. Nada importa más, y en esos extraños está la vocación universal/católica de un Dios familia que sale al encuentro de todos los pueblos, de todas las naciones.
Sea cual fuere el origen de donde se provenga, siempre hay una estrella, una estrella amiga, inquieta y movediza, una estrella de Salvación para enderezar la huella, para ir abriendo caminos.
Quizás haya que sortear desiertos intolerables, la abulia de incontables días iguales y monótonos, la carencia de agua fresca, el peligroso encanto sibilante del poder que todo contamina y encierra.
Pero es cuestión de atreverse a buscar sin desmayos la verdad, la vida, lo realmente humano. Que ese hambre nunca nos falte. Para seguir hacia adelante es menester mirar hacia arriba, mirar al cielo.
Entonces sí, esa ruta larga habrá valido las penas y se habrán acortado esas distancias tan lejanas por haber llegado al centro de todo destino, un Niño en brazos de su Madre, ternura de un Dios que se deja encontrar.
Paz y Bien
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