Segundo Domingo después de Navidad
Para el día de hoy (04/01/15)
Evangelio según San Juan 1, 1-18
Hay un desplazamiento que podemos entrever, del Dios escondido tras la inmensidad inaccesible, eterno e infinito que establece la tienda del encuentro en el desierto, que impone el magno Templo de Jerusalem a un Dios que asume la condición humana, su debilidad y fragilidad, que rehuye templos, poder y gloria mundana, un Dios que se adormece en la noche fría, un Dios que se acuna en brazos de madre.
Es un éxodo total, y a la vez un descenso tan humilde, que su conjunción adquiere ribetes de una epopeya única y definitiva para toda la humanidad.
Dios, el totalmente Otro, creador del universo, se hace totalmente humano, asumiendo el tiempo, fecundando la historia.
Doble movimiento. El descenso amoroso -porque amar es, ante todo, salir de sí mismo- en Belén, y el ascenso de la humanidad a la condición eterna de hijas e hijos, Logos nacido de mujer, Verbo que se hace carne para salir del peor de los silencios, aquél que implica no poder comunicarse, ni saber qué decir, bien-decir.
Pero la Encarnación de Dios puede llegar a ser incómoda. Un Dios tan humano, tan cercano, tan nuestro, nos deja demasiado en evidencia lo que somos, tal cual somos. Nada ha de quedar oculto, y a un Dios así no se le tuerce la voluntad con rituales predeterminados, ni con la acumulación de méritos piadosos.
A un Dios así se le cuida, se le abriga y acuna, dejando de lado cualquier interés egoísta pues se trata de un Niño pequeño.
Y su rostro se adivina en los pobres y en los más pequeños, y por ese misterio insondable de amor inexpresable, cada mujer y cada hombre se vuelve templo vivo y latiente de ese Dios que ha plantado su tienda para siempre entre nosotros.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario