Casa y diaconía




Para el día de hoy (14/01/15) 

Evangelio según San Marcos 1, 29-39




La transición desde la celebración del Shabbat en la sinagoga de Cafarnaúm al hogar de Pedro y Andrés posee un carácter eminentemente simbólico que a la vez es muy provocador. Parece que las cosas del Reino de Dios no acontecen tanto en los espacios considerados sagrados como la sinagoga, sino más bien en los ambientes profanos como la casa, el hogar, y es signo cierto de una Salvación que se encarna allí en donde la vida acontece. De esa manera, el mensaje profundo es que la existencia deviene sagrada por la presencia eterna de Cristo, Dios con nosotros.

En el hogar, que será para los cristianos la Iglesia primordial, a Jesús de Nazareth le advierten acerca de los padecimientos de la suegra de Pedro. Cuando alguien sufre, no hay que esconderle ni callarse.
Esa mujer es última entre los últimos. Ante todo, es mujer y para los parámetros sociales de la época carece de derechos y relevancia social y religiosa. Probablemente sea viuda y no tenga hijos varones que la amparen, y por ello viva en la casa familiar de Pedro como único refugio posible.
Como si ello no bastara, está enferma. La fiebre no es síntoma de una patología determinada, es considerada enfermedad en sí misma bajo los criterios religiosos imperantes, es decir, la enfermedad como consecuencia/castigo por pretensos pecados y, a su vez, condición ineludible de impureza ritual y comunitaria.

En esos tiempos, ningún varón judío le dirigiría la palabra a una mujer que no fuera su hija o su esposa, o acaso un familiar directo. Mucho menos tendría un somero contacto físico, contacto que estaría a un nivel moral escandaloso.
A Jesús de Nazareth estas cuestiones no lo preocupaban demasiado. En cambio lo conmovía hasta las profundidades de su corazón el sufrimiento de los demás, y es la compasión la expresión cabal de un Dios que asume todo lo que minimiza y acota la humanidad de sus hijas e hijos. Así, en un gesto de inefable bondad, toma la mano de la mujer y la pone en pié; levantarla es también símbolo de la Resurrección, de erguirse de toda muerte, y la caridad, la compasión, la ternura sanan y liberan.
Esa mujer, reconocida en su irrevocable dignidad, expresa su gratitud por su humanidad restablecida sirviendo a los demás. El servicio no es una limitada acción de los menesteres caseros, que se corresponde a una minusválida mirada acerca del lugar de la mujer.
Esa mujer sirve a los demás en la trascendencia de la vida ofrecida en la sintonía de la Gracia, del Reino aquí y ahora, de la la diaconía en una comunidad de rostro familiar en donde todos cuentan, todos son importantes.

La fama del maestro se extiende por todas partes, y al caer el sol -al finalizar el Shabbat- traen a su presencia a todos los enfermos. Se trata de cuestiones erróneas, pues buscan al sanador, al taumaturgo y nó al Mesías.
Pedro y los otros también están en ese plano de comprensión equivocada, y quizás quieren potenciarlo, por eso su reclamo de que todos lo buscan. Pero el Señor no es propiedad de nadie, y por eso mismo es de todos.

A la Buena Noticia no hay que encerrarla, sino permitir que como lluvia bienhechora llegue a todas partes, haciendo fértil y fructífero todo destino.

Paz y Bien


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