Para el día de hoy (05/10/14)
Evangelio según San Mateo 21, 33-46
La viña, como símbolo, era muy cercana a la religiosidad judía: representaba al mismo Israel y a su Dios, dueño de ella. A todo ello, debemos añadir las tradiciones agrícolas de la Palestina del siglo I, así como también las particulares circunstancias imperantes en el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, con la proliferación de enormes latifundios y la tierra de cultivo en manos de unos pocos, dejando a una gran marea de labriegos rompiéndose la espalda para apenas llevar el pan a sus familias. Esa situación generaba tensiones y profundos resentimientos sociales.
Por ello mismo, los que escuchaban con atención al maestro lo comprendían con claridad. Este rabbí galileo hablaba su mismo idioma, el de la cotidianeidad, el de las cosas que le acontecían a diario, y a pesar de tantos siglos pasados, nosotros hemos perdido esa capacidad de diálogo con nuestros congéres y coetáneos, en lenguaje y empatía con mujeres y hombres de hoy.
La parábola que el Maestro refiere es durísima, toda vez que tiene por objetivo primordial a los dirigentes religiosos de Israel. A ellos los sindica como corruptos, ladrones y homicidas.
El gran problema es de los frutos, y la calidad y cantidad de esos frutos que se obtendrán obedece a lo que hagan los labradores y viñadores. El gran dilema expresado es más que moral, implica una ética enferma y torcida.
Porque a esos hombres y a ninguno de nosotros nos pertenece la viña. La viña es ajena, puesta allí para que dé frutos por el Dueño del campo en donde la vida florece.
Cuando se comete el gravísimo y grosero error de arrogarse/nos la propiedad de la viña, todo fruto deviene malo, y cualquier mensajero que haga retornar al camino recto, al camino de la verdad y la justicia, ha de ser suprimido y descartado su mensaje.
Cuando se suprimen mensajeros, no existen límites pues el único modo es la violencia. Y si se quiere, esta viña es una empresa familiar; por eso todo usurpador rechaza al Dueño y desprecia al Hijo.
Es una llamada de atención que no ha de ser pasada por alto. Ni por los pastores ni por nosotros, simples fieles.
La vocación de labriegos comienza por la confianza que ha depositado en nosotros el dueño del campo, servidores humildes y esforzados. Y cuando esta confianza se quebranta, comienzan la noche. Confianza y fé son distintos reflejos del mismo misterio insondable del amor de Dios.
La viña no nos pertenece. No podemos apropiarnos de lo que es ajeno. Hay que volver a dar frutos de servicio, de justicia y de mansa y humilde fraternidad.
Paz y Bien
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