Para el día de hoy (30/10/14)
Evangelio según San Lucas 13, 31-35
Jesús de Nazareth continúa tenaz y decidido su peregrinar a Jerusalem, en donde le espera la cruz, la Pasión, la muerte. Pero su fidelidad y su libertad es mayor a cualquier amenaza y a cualquier miedo.
Algunos fariseos se acercan a Él, curiosamente sin intenciones ocultas: lo anotician y le advierten que Herodes está buscando matarle.
Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, gobernaba con poder omnímodo y despótico sus dominios; a su vez, su poder era vasallo del César, y eran las legiones romanas quienes garantizaban en cierto modo su trono. Antipas es hijo de Herodes el Grande, aquel rey que intentó -siendo un bebé- acabar con la vida de Cristo en Belén; en una siniestra coincidencia, parece una tradición familiar el querer matar al Mesías.
El asesinato de Juan el Bautista es otra muestra explícita de la brutalidad sin límites de este reyezuelo infame, para el que la violencia es una herramienta política fundamental para perpetuarse en el poder, y es dable suponer que la figura ominosa de Herodes proyecte terror sobre todo el pueblo y la misma dirigencia, incluidos allí los fariseos.
Pero el Maestro no se deja amedrentar. Siguiendo la tradición de los profetas, se mantiene incólume, firme en su fidelidad, constante en su misión, el fuego del Espíritu que lo anima no puede apagarse. Porque los profetas anuncian las cosas de Dios, y con la misma voz fuerte y clara denuncian todo aquello que se le opone y es contrario a la voluntad divina, a la vida misma.
Jesús de Nazareth no es un provocador ni alguien que se toma con ligereza todas las cuestiones. Sin embargo, su fidelidad está revestida -como los profetas- de valentía, una valentía que se vuelve explícita en la respuesta a ese consejo de unos fariseos: con algo de ironía y humor, pide que le transmitan al tetrarca su horario, y las cosas que hará; el calificativo de zorro a Herodes sólo tiende a relativizar el aparente poder arrollador de Herodes.
Antipas no es tan importante ni todopoderoso: quien cuenta y quien en verdad decide la historia es su Dios.
Pero a pesar de su ácida ironía, hay una carga simbólica importante: en el hoy, mañana y tercer día se condensan su existencia, su Resurrección, su misión inclaudicables.
Jesús es un fiel hijo de su pueblo, y lleva a su patria en los huesos. Por eso llorará al divisar a Jerusalem cerca de los días de su Pascua, por eso eleva sus ayes.
Jerusalem es santa por el Dios que la ha bendecido y que le confiere sentido eterno, y nó por las impresionantes construcciones y por su historia. Lo que cuenta es el presente, y en ese presente los que deciden y rigen los destinos son los fariseos, los escribas, Herodes, los romanos, y todos ellos han desplazado a Dios.
Hay sitios -y la tierra entera- que devienen sagrados porque la Encarnación de Dios inaugura el tiempo santo de Dios y el hombre, y el anuncio de la Buena Noticia bendice a toda la creación.
Quiera Dios que por todos los profetas fieles que siguen estando entre nosotros, nos demos cuenta que a pesar de todas las amenazas no pueden avasallar corazones si Dios está presente.
Y más aún, que cada vez con mayor frecuencia descubramos la necesidad de descalzarnos frente a la presencia sagrada de Dios en el pan de la Eucaristía, en el rostro del hermano.
Paz y Bien
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