Para el día de hoy (13/10/14)
Evangelio según San Lucas 11, 29-32
Lejos de toda valoración moral, la intencionalidad de esos hombres que requerían de Jesús de Nazareth un signo que certificara su condición mesiánica refiere a esa necesidad de ver para creer, es decir, exigirle a Cristo que proporcione una prueba constatable, palpable por los sentidos y la razón.
Pero esos hombres también exigían un signo porque se consideraban interpretes válidos y únicos de toda verdad religiosa, fedatarios de toda ortodoxia, y el rabbí galileo -consideraban- tenía la obligación de someterse a su escrutinio. Y más allá de una lógica necesidad humana de saber y conocer, quedarse en el terreno de los signos sin viajar a los planos simbólicos, implica quedarse en las limitadas áreas cerebrales, y desertar del viaje santo hacia la tierra prometida de la trascendencia, que no puede acotarse ni mensurarse, y por ello es ámbito de la fé.
La fé es ante todo don y misterio. Pero en nuestros arrabales se enraiza en abandono y en confianza. En abandono de toda cómoda certidumbre menor -tan a menudo banal-, y en confiar cordialmente en el paso salvador de Dios por cada existencia, recinto ilimitado de verdad y amor y por ello, casa inmensa de justicia y liberación, de eternidad en el aquí y el ahora.
Desde esa postura de mujeres y hombres frutales -pues todos somos tierra fecunda que anda- no deviene necesaria la búsqueda de señales pues todo está allí, evidente a la fé y al amor, en la cercanía inmediata de los corazones.
Cristo ha abierto las puertas a esa tierra prometida de la Salvación y la vida por siempre; en nosotros, nuestros pasos rectos y eficaces han de recorrer senderos de conversión.
Paz y Bien
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