Para el día de hoy (14/10/14)
Evangelio según San Lucas 11, 37-41
Uno de los grandes motivos de controversia entre Jesús de Nazareth y los fariseos radicaba en la estricta observancia que realizaban estos últimos acerca de las normas y preceptos religiosos, establecidos por tradiciones y, muy a menudo, definidos por ellos mismos.
Esto implicaba la repetición a ultranza de gestos y ritos con exactitud y precisión, sin reflexionar demasiado -o nada- por su sentido o trascendencia: había que hacerlo y punto, cada uno era un rito reconocido y establecido que se cumplía a rajatabla.
En realidad, escondían tras de esa rigurosidad la creencia de que la Salvación, la bendición de Dios, era algo a obtenerse por los méritos acumulados, por las acciones piadosas. Y no está mal, claro está, llevar una vida piadosa en todos los ámbitos de la existencia.
El grave problema es suponer que la Salvación se obtiene a través de una matemática religiosa, y eso conlleva a afincarse en la pura exterioridad, descuidando la tierra fértil de los corazones.
Porque con Cristo se ha inaugurado el tiempo de la Gracia, de lo gratuito, de lo dado a pura generosidad y bondad, tiempo de amores, tiempo de la Salvación sin fronteras.
El conflicto entre el Maestro y el fariseo extrañado porque Él no realiza las abluciones previas a la cena habla de ello, y refiere a las formas perimidas, formas agotadas no tanto por antiguas sino porque se quedan en la superficie y no involucran un cambio profundo.
Porque el rito primero es la compasión.
Lo que cuenta y decide es todo lo que se hace con el fin de purificar el corazón de las cizañas del egoísmo, del yo antes, yo primero, yo sin prójimo. El modo es a través de la limosna, es decir, del darse a sí mismo, y no dispensar lo que sobra.
Pero más aún, no preocuparse demasiado por todo lo que suponemos que hacemos por Dios, sino antes bien, descubrir agradecidos todo el bien que Dios hace y hará por nuestras existencias.
Paz y Bien
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