Para el día de hoy (25/10/14)
Evangelio según San Lucas 13, 1-9
Siempre es pertinente recordar/nos que los Evangelios no son crónicas históricas estrictas: no es ese su fin, ni tampoco su constitución. Los Evangelios son relatos teológicos, es decir espirituales, aún cuando se mencione en numerosas ocasiones hechos que puedan tener su correlato histórico y social.
En la lectura para el día de hoy, Jesús de Nazareth hace mención de dos hechos que hoy, más de dos milenios después, no podemos constatar científicamente por vías historiográficas convencionales, pero que podemos suponer la importancia que tenían para los oyentes del Maestro.
Una de esas cuestiones mencionadas es el asesinato de varios galileos en el Templo de Jerusalem por parte de Pilato, el procurador romano. El hecho es terrible: al homicidio cruel, los legionarios romanos añaden la increíble ofensa a la nación judía de mezclar la sangre derramada de los asesinados con la sangre de los sacrificios ofrecidos en el altar del Templo, y quizás a nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, se nos haga difícil captar la profunda significación de estos hechos. Y si bien no podemos constatar este hecho por otras fuentes, es perfectamente acorde al uso brutal del poder que efectuaba Pilato, a su brutalidad ilimitada y a un antisemitismo usual que buscaba constantemente humillar a la sometida Israel. Pero la respuesta del Maestro es desconcertante, no parece demostrar empatía para con los masacrados y más aún, hace un inefable llamado a la conversión; para una cultura férreamente nacionalista como aquella, aparenta no importarle demasiado la brutalidad del ocupante imperial y su conducta injuriosa.
Esa respuesta entraña una valentía difícil de mensurar, en una circunstancia que normalmente podría desatar las furias de los presentes; en su propia patria chica, los nazarenos intentaron despeñarlo por elogiar a los gentiles.
También Jesús hace mención a otro hecho luctuoso, la muerte de dieciocho jerosolimitanos a causa de del derrumbe de una torre en Siloé. Y la conclusión del Maestro es la misma.
De un lado, galileos probablemente comprometidos con el movimiento zelota, masacrados por los romanos bajo motivos sediciosos. Del otro, pacíficos habitantes de la capital nacional que, sin connotaciones políticas, mueren a causa de un accidente. Simbólicamente, toda la nación judía está comtemplada, el norte galileo, el sur jerosolimitano.
La cuestión raigal no es el espanto de una muerte inesperada, de una muerte injusta, violenta, supuesta como antes de tiempo y su causa. En esa época, la tradición que prevalecía sostenía la idea de una religión retributiva, y de un Dios que amerita o castiga a las gentes según los pecados evitados o cometidos, y para Jesús de Nazareth la desgracia no estriba en el modo de morir, sino más bien en cómo se ha vivido. Valga lo que valga la redundancia aparente, la desgracia proviene de desechar la Gracia.
Podemos pensar al modo de aquella época, justificando de alguna manera las desgracias que acontecen. Podemos también resignarnos ante lo inevitable, y es que todos moriremos.
Pero ambas actitudes ocultan lo que verdaderamente cuenta, y es el vivir, vivir en plenitud, vivir de veras, no apenas sobreviviendo, no afectados por el devenir de los días o las rutinas a las que nos aferramos.
Siempre hay tiempo para ser felices, que no es otro el significado de la plenitud.
Por eso, en la santa ilógica del Reino, la conversión no es una pauta regulada, normada en manuales o dogmas obligatorios, sino más bien un asombroso regalo, un don concedido sin tener en cuenta méritos, a pura bondad y afecto, tiempo santo para el regreso a los campos fértiles de la Gracia, para que nuestras vidas sean frutales y abundantes.
Ese tiempo inmerecido ha sido generosamente comprado para nosotros a precio de sangre por Jesucristo, nuestro hermano y Señor.
Paz y Bien
1 comentarios:
Gracias, por el compartir de hoy.
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