Para el día de hoy (21/04/14):
Evangelio según San Mateo 28, 8-15
Esas mujeres se encaminaron hacia el sepulcro movidas por un amor entrañable al Maestro que había sido ejecutado en la cruz. Van a cumplir con los ritos mortuorios, van en búsqueda de ese cuerpo muerto que veneran, las honras afectuosas que persisten y que no disipa ningún duelo.
Pero se dirigen a una casa de muerte, un sepulcro prestado, un muerto inocente. Sin embargo, sucede algo extraordinario y ese amor que profesan lo que quizás les permita ese asombro poblado de lágrimas y alegría, y es que han encontrado al Señor vivo, hablándoles mansamente con palabras de consuelo y paz.
Es que la vida suele hacer eso, nos sale al cruce y nos despierta en medio de nuestras noches, de las sombras que gustamos permitirnos.
Nada será igual, y ellas -a quien nadie, excepto el mismo Dios, tiene demasiado en cuenta- son testigos privilegiadas del Resucitado, evangelizadoras de los apóstoles pues llevan a los discípulos dispersos y ateridos de miedo la mejor de las noticias, Cristo está vivo, la muerte no tiene la última palabra.
Sin embargo, hay otros testigos también. Ellas no son las únicas.
Unos soldados habían sido ubicados a la entrada del sepulcro para evitar pretendidas manipulaciones, el afán de ponerle vigilancia a ese muerto inquieto al que muchos le temen. Ellos también son testigos de lo acontecido, pero no son testigos de amores sino fedatarios de las tinieblas: con pasmosa facilidad aceptan el dinero sobornador que les ofrecen para comprar su silencio, para que se expanda la muerte que campeó en en la cruz. Terribles los que los compran pero terribles los que se venden, el dinero socio indispensable de la muerte.
Fieles a la verdad, testigos del Resucitado, hemos de irnos a todas las Galileas para el reencuentro, las Galileas donde nada se espera, las periferias olvidadas, para juntarnos con los hermanos del Señor a compartir alegrías, la vida misma.
Paz y Bien
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