Evangelio según San Juan 10, 31-42
El ambiente estaba cada vez más enrarecido, tenebroso, violento; en cierto modo, la Pasión de Jesús comienza muchos días antes que el santo memorial que realizamos en la Semana Santa.
Porque al Maestro lo insultaban, lo despreciaban sin motivo, lo rechazaban violentamente y buscaban su muerte de un modo constante, como un tumor social y religioso a ser extirpado por su peligrosidad, y tal vez nos estemos adeudando una profunda reflexión acerca de la soledad y el dolor que golpeaban sin misericordia su Sagrado Corazón.
Están enfurecidos, pero no dejan de ser hombres profundamente religiosos, y ello es síntoma de que a veces las prácticas piadosas -cuando no transforman corazones ni trascienden hacia Dios- se vuelven literales en su interpretación de las Escrituras y por ello, duramente fundamentalistas. No son tradicionalistas que buscan salvaguardar la historia y la religión de su pueblo, a veces con fervor desmedido: son hombres que se creen justificados para ejercer violencia en nombre de Dios, y que se creen única voz autorizada -la ortodoxia pura- con la autenticación divina que los habilita a execrar de cualquier modo a quien piense o actúe de un modo distinto al que ellos permiten o toleran.
Aquí, el intento de homicidio del rabbí galileo quebranta ciertas normas, que en la jornada del Viernes Santo retomarán: la ley de Moisés tenía prevista la pena de muerte por lapidación para el blasfemo. Pero Israel era, desde varios siglos atrás, una provincia más del imperio romano, y toda condena a muerte había de ser, invariablemente, convalidada por la autoridad romana. En este caso, tal es su furia que lo que cuenta es que opere la muerte.
Porque se han encendido de furia no por todo lo que Jesús ha hecho, por las almas cautivas liberadas, por los enfermos sanados, sino por la intrínseca identidad entre Dios y Jesús. Ellos lo han comprendido perfectamente en sus razones, pero no lo toleran en las honduras de sus corazones.
No hay espacio para ese Cristo, Mesías humilde y servidor que tantas verdades les dice, verdades que sin lugar a dudas les van haciendo mella. Ellos sólo ven a un hombre, tan sólo a un hombre, y sin darse cuenta así lo honran. Nadie hubiera podido hacer lo que Él ha hecho sin la intervención misma de Dios.
Es un galileo -un hombre pobre de tonada campesina- que no ha de rendirles honores que ansían, que se arroga la pretensión de ser Dios, y de exigir una vida distinta y plena, un Dios que no es esconde, un Dios cercano, un Dios Padre y Madre.
En ese hombre creemos, y por ese hombre viviremos para siempre, nuestro hermano y nuestro Dios y Señor.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario