Para el día de hoy (29/04/14):
Evangelio según San Juan 3, 7b-15
Durante demasiado tiempo hemos oscilado entre repudiar lo corporal -la carne- en pos de una supuesta y etérea vida espiritual. Pero mucho más gravoso ha sido que gustosamente hemos abierto sendos paraguas que impiden que el sol del Evangelio, que la lluvia fresca del Espíritu nos toque, casi como que nos hemos vuelto inmunes a cualquier novedad, una religiosidad definitivamente establecida que no admite cambios, y por eso mismo conversión.
Amor ritual, literalidad en la Palabra, la fé como un acontecimiento social más que se practica los domingos y fiestas de guardar y concienzudamente se olvida el resto de los días.
El bautismo, con su profunda simbología de sumergirse en las aguas para emerger a una vida nueva, feliz ingreso a la comunidad cristiana, ha de renovarse de continuo, tal como renovamos las promesas bautismales en magnas celebraciones.
Porque las cosas mundanas, por buenas que fueren, son limitadas e inmanentes. Son tantas las creaciones de aquí abajo que gustamos de elevar a rangos divinos, y suelen convertirse en causa de opresión, de exclusión, de rostros severos en donde la alegría de la mesa y la fraternidad compartidas no tienen espacio para crecer y florecer.
Nacer de lo alto es permitir que el Espíritu del Resucitado nos transforme. Es renegar felices de esa torpe soberbia de imaginarnos todas las cosas que podemos hacer por Dios, cuando en realidad el universo de la Gracia inaugurado por Cristo es más bien todo lo que Dios quiere hacer generosa e incondicionalmente por nosotros.
Nacer de nuevo, nacer de lo alto es permitirnos la trascendencia, los asombros, descubrir que en nuestra misma cotidianeidad hay mucho más que lo aparente, atreverse a saborear la eternidad que es posible por esa indescriptible bondad de la Encarnación, de Dios con nosotros, tiempo santo de Dios y el hombre.
Nacer de nuevo es volvernos capaces de confiar que en medio del horror y de las tinieblas de la muerte, la vida prevalece cuando se ama sin límites, como el amor mayor de Cristo elevado en la cruz, señal de espanto pero más señal definitiva de amor que jamás se agota, luz para todas las naciones, todos los pueblos de todos los tiempos.
Paz y Bien
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