Para el día de hoy (09/04/14):
Evangelio según San Juan 8, 31-42
El Evangelista San Juan, a través de la liturgia de estos últimos días, nos vá acercando paulatinamente al centro del misterio que rodea y envuelva a la persona de Jesús, como centro y razón de toda la historia y hacia donde convergen y cobran sentido pleno todos los caminos humanos y el mismo cosmos.
Por eso el Maestro se dirige desde esa revelación a los judíos que le escuchaban y que creían en Él, pues los auténticos discípulos vivirán la verdad en plenitud, y por esa verdad serán plenamente libres.
No se trata de la adhesión a un concepto, ni la defensa ad nauseam de una pertenencia: la liberación plena surge de Alguien antes que de algo, de una persona antes que de una idea, de vivir como Jesús de Nazareth, de amar como Jesús de Nazareth, de orar como Jesús de Nazareth, de seguir con toda confianza a Jesús de Nazareth.
Es claro que muchos de esos hombres a los que Él se dirigía -que buscaban suprimirlo, humillarlo, matarlo- estaban más que orgullosos de sus raíces nacionales y religiosas: se reivindicaban como hijos de Abraham por la sangre heredada, y como tales no serían pasibles de soportar ninguna esclavitud.
Una simple mirada de los hechos históricos derribaba esas afirmaciones: esos pretensos herederos de Abraham eran apenas unos súbditos más entre los millones que poseía el César romano.
Más esa no es la cuestión: la libertad no es cuestión de credenciales, sino más bien de ética, es decir, de cómo se vive, de cómo se actúa en el mundo.
Las mujeres y los hombres verdaderamente libres actúan y obran como hijas e hijos de Dios, hermanos de ese Cristo libérrimo que transparenta absolutamente la eternidad de Dios, porque la identidad es total, de tal modo que Dios es Jesús y Jesús es Dios.
Como hijas e hijos seremos libres de toda cautividad, y esa es la verdad definitiva y definitoria, don y misterio de bondad asombrosa y de amor entrañable, don que ni la cruz más horrorosa puede torcer.
Paz y Bien
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