Una gran luz

Para el día de hoy (07/01/10)
Evangelio según San Mateo 4, 12-17. 23-25

(Juan había sido arrestado por los esbirros de Herodes.
Nos dice el Evangelio para el día de hoy que, al enterarse, Jesús se retiró a Galilea.

Se retiró embargado con su corazón embargado de tristeza, para hacer silencio y oración, y para prepararse: los grilletes que esconden a Juan en las mazmorras de Herodes es la señal que le indica que comienza su ministerio, su misión.

Y su misión tiene tres pilares: enseñar, proclamar y sanar.

Enseña en las sinagogas -sinagoga es un vocablo de raíz grecolatina que significa reunir, congregar-; el Maestro no espera que las gentes se lleguen hasta Él, nada de eso. Él vá y se hace presente en donde sucede la vida diaria, lo cotidiano de las personas, reuniéndolas, congregando a los dispersos.

Proclama la Buena Noticia del Reino: que Dios es Padre y somos sus hijas e hijos, y nos ama de tal manera que Él mismo se ha hecho, a través de su Hijo, uno de nosotros... Por eso no prevalecerá oscuridad alguna, por eso multitudes agobiadas por las tinieblas y el dolor verán una gran luz, Jesús el Emmanuel -Yahveh Salva, Dios con nosotros-.

Sanar: Jesús curaba toda enfermedad y dolencia... La salud del cuerpo, el alma y el espíritu por la Gracia de su Palabra es el signo cierto, sensible y eficaz de la presencia del Reino aquí y ahora, pues las cosas del Reino no se trata de abstracciones o utopías sino de realidades bien concretas.

Como Juan, Jesús inaugura su ministerio, su servicio, con su mismo mensaje: -Conviértanse, porque el Reino de Dios está cerca-

Pero a diferencia del Bautista -que enfatizaba la necesidad de conversión contraponiéndola a castigos inminentes- el Maestro invita a la conversión, pero nada será igual.

Es año de Gracia y Misericordia, un año mucho más extenso que 365 días.

Sin conversión no hay Buena Noticia -sólo un dato más-; sin conversión no hay comunidad, sino amontonamiento de personas; sin conversión no se puede sanar.

Dios es el primero en ponerse en marcha.

Brilla una gran luz, y hay que saber mirar y ver con un corazón despojado de todo esquema, un corazón de pobre.

Como el de María, que guardaba la Palabra meditándola en su interior)

Paz y Bien

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