Llamado, comunidad y misión

Para el día de hoy (22/01/10)
Evangelio según San Marcos 3, 13-19

(Jesús subió a la montaña, y nos cuenta el Evangelista San Marcos -sin dejar lugar a dudas- que "...llamó a los que Él quiso...".

En ese subir está el símbolo del encuentro del hombre con Dios, el símbolo de la trascendencia, el símbolo inequívoco del paso de una vida acotada y estéril a la plenitud, a la subida o elevación del alma.

Más no es una cuestión genérica o abstracta: el Maestro llama a los que Él quiere, indicativo veraz de una elección personal, definida, concreta, con nombre y apellido.
Llama a su lado a Simón Pedro, a Juan y Santiago -hijos de Zebedeo-, a Andrés y Felipe, a Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago -hijo de Alfeo-, Tadeo, Simón el de Canaán y hasta el mismo que lo traicionaría, Judas Iscariote.

Pescadores, campesinos, recaudadores de impuestos, estudiosos de la Torah...

Son personas específicas, rostros y corazones únicos e irrepetibles insertos en una realidad concreta, con sus luces y sombras, con sus potencialidades y sus limitaciones, con sus fidelidades y sus traiciones.

Gentes de carne y hueso, no entelequias o sujetos idealizados.

Ese llamado es el tuyo y el mío, y nuestros nombres bien pueden reemplazar los nombres que relata el Evangelista, mujeres y hombres que responden y no hacen oídos sordos a la llamada del Maestro.

Hay un primer paso siempre dado por Dios, que sale constantemente en nuestra búsqueda: su llamado que espera pacientemente nuestra respuesta.

Luego, ese llamado sólo madura en comunidad... La vocación cristiana está íntima y definitivamente unida a la común unión.
Sin renunciar a la personalidad y a la individualidad que nos define, no se crece fuera de la unión con los hermanos.
Y más aún.

Jesús llama a los discípulos que Él quiere para que estén con Él: por ello, no hay comunidad que crezca y esté viva sino madura alrededor de Jesús...

Desde esa comunidad que tiene al Señor por centro y por destino, se nos invita a una misión tal como se les invitó y envió a los Doce: el mandato de nuestro Bautismo, de nuestra nueva vida es el anuncio de la Buena Noticia y el poder de expulsar demonios.

No es poca cosa.

Con nuestras luces y nuestras sombras, desde nuestra pequeñez y finitud, tenemos el increíble y maravilloso mandato de dar la Buena Noticia de que Dios nos quiere a un mundo para el que -habitualmente- las noticias son más que malas, horrorosas, plenas de espanto y dolor.
Y el poder que llevamos en estas vasijas de barro que somos, el de expulsar los demonios del egoísmo, de la desesperanza, del desamor, de la opresión, de la tristeza, de la miseria, del hambre, de todo dolor.

No hay lugar para el no se puede: el Maestro vá por delante.)

Paz y Bien

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