El odio del mundo




Para el día de hoy (30/04/16):  

Evangelio según San Juan 15, 18-21




En los días previos, reflexionamos con profunda atención la enseñanza del Maestro sobre el amor, su herencia definitiva que hace a nuestra identidad cristiana. Sin embargo, de manera subrepticia y casi arrolladora, Él plantea otro aspecto centrado en el odio, en el odio del mundo, el odio que se ejercerá cruelmente contra los discípulos.

En el lenguaje teológico joánico, mundo refiere a todo aquello que per-vierte, que subyuga, que aliena, que vulnera la humanidad y avasalla la vida, en franca oposición al proyecto de Dios, y por ello mundo no es tanto una categoría sociopolítica sino ante todo espiritual. Así entonces, los discípulos y seguidores de Jesús -la Iglesia- estarán en el mundo pero no le pertenecerán pues ser del mundo implica compartir esos criterios de dominio e inhumanidad en donde no hay lugar para el amor y, por lo tanto, para Dios.

No es cosa fácil. Ese odio se suele expresar de manera sangrienta y dolorosa, y las primeras comunidades cristianas conocieron en su propia piel el sufrimiento de las persecuciones por su fidelidad a Cristo, como lo supieron todos los mártires a través de los tiempos, como ahora lo sufren nuestros hermanos perseguidos en diversos sitios del planeta. Más aún, en muchos casos la persecución -como proféticamente lo ha enseñado el Santo Padre- se disfraza con un guante blanco, con formas aparentemente civilizadas y razonables, pero cuyo objetivo sigue siendo el mismo, aplastar cualquier brote de libertad, cualquier germen del Evangelio.

Es que eso que llamamos mundo refleja todo lo que tiene precio, las regulaciones del poder y de los poderosos, la ansiedad de dominio, la intolerancia frente al disenso, el espanto y el asco frente a los corazones libres, el desprecio a toda generosidad incondicional, a la donación sin pedir nada a cambio, a ceder el paso y el sitio a los que están fuera de todo, a compartir la mesa sin exclusiones, a ofrecer la vida para que otros vivan, el manso compromiso por la dignidad humana en todos los ámbitos.

 
Con todo y a pesar de todo, es menester estar en guardia frente a cierta ponzoña que se nos anda colando, que se filtra por entre la amplia red de la Iglesia, y que es la mímesis, la asimilación de criterios y categorías mundanas de poder y nó de servicio, las justificaciones razonadas de la miseria, el acostumbramiento a la corrupción.

Las persecuciones son la medida de la fidelidad de la Iglesia, pues son el resultado de permanecer firmes junto a Aquél que no nos abandona, el único que tiene palabras de vida eterna, y espejan al Maestro que los impulsa en esos amores.

Una mención y una plegaria muy especial por todos los cristianos hoy perseguidos en Siria.

Paz y Bien

Ricardo 

Un amor escandaloso





Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia

Para el día de hoy (29/04/16):  

Evangelio según San Juan 15, 12-17




Es necesario andarse con cuidado; siempre hay una persistente tendencia a ponerle edulcorante a la contundencia de las palabras del Maestro, hacerla más ligera, que no molesta, duela o comprometa, pues la lectura que hoy nos comvoca se ubica a la sombra de la cruz, con todo su horror pero más aún, como signo perfecto del amor mayor.

La otra advertencia que deberíamos señalarnos es que Jesús de Nazareth no propone una alternativa relacional más, ni tampoco un nuevo paradigma religioso en el sentido usual, es decir, un canon de doctrinas a las que adherir, una lista de preceptos a cumplir y un culto específico y regulado. Más allá de todo ello, el Maestro es obediente hasta los huesos al Padre que le envía en sintonía eterna de amor al rescate de toda la creación. Por eso la revelación mayor es, precisamente, el rostro amoroso del Padre.

A ese amor no se le puede poner límites, ni se lo puede encuadrar, limitar. Tampoco, quizás, interpretarlo. Se lo vive, se lo recibe como bendición cotidiana, bendición que restaura, redime, transforma y nos vuelve cada vez más humanos.
Porque ese amor es escandaloso: gratuito, incondicional, que incluye a todos y no conoce límites. No hay segundas intenciones, sólo la felicidad, la plenitud de los hijos de un Padre que se des-vive por todos, que jamás descansa, que nos busca en cada recodo, a cada paso.

En este mundo en donde todo parece tener precio o intereses oscuros, y en donde todo se estructura en escalones de mayor a menor, Dios nos sale al encuentro en Cristo para que nos descubramos queridísimos hijos suyos y hermanos inquebrantables de una familia siempre creciente.


Paz y Bien

Permanecer





Para el día de hoy (28/04/16):  

Evangelio según San Juan 15, 9-11



El párrafo que nos brinda la liturgia de este día es breve pero a la vez intenso y gravitante. Nos sitúa junto a Cristo en los umbrales de la Pasión, un Cristo que está a punto de morir y no quiere dejar librados a su suerte a sus amigos. Se trata quizás de un último gesto, de la verdadera herencia, y por ello será atesorada por los Once y por todos los discípulos de todos los tiempos.

En la cruz se revelará el misterio mayor de Dios, su amor entrañable e infinito. Por eso mismo, esa cruz asumida en entera libertad y como vida en oblación total y sin reservas para que otros se salven, ya no será patíbulo, cadalso, señal de espanto sino la señal del amor absoluto. Con esa cruz nos identificamos, desde esa cruz encontramos la identidad de hijos, nuestro horizonte inquebrantable de amor y plenitud.

La clave de todo destino pasa, precisamente, por el amor de Dios que se expresa y manifiesta en Jesucristo, el amor del Padre que palpita y expande el Hijo, amor primordial pues de Dios son todas las primacías.
Es Dios quien nos sale al encuentro en cada recodo, en todas las encrucijadas, nos aguarda en cada esquina, vá con nosotros a cada paso que damos, Padre ansioso sin descansos que se desvive por todas sus hijas e hijos.
Amor es ser para el otro, morir a uno mismo y vivir en y por los demás. A-mort, no sin muerte, que despeja todas las banalidades pseudorománticas y se encarna, amar hasta que duela, que conmueva los huesos, que movilice.

Por ese amor dejamos de ser esclavos para gozar la noble libertad de los hijos de Dios, don y misterio. Por ese amor la historia se transforma y todo puede encontrar un sentido trascendente y definitivo.
Por ese amor nace la alegría, la verdadera alegría, firme y frondosa que no se cae aún en las tormentas bravas de la existencia, mansa alegría que permanece y, muy especialmente, alegría que se nota en la mirada y en los gestos.

Permanecer en el amor de Dios es vivir como Jesús vivía, amar como Jesús amaba y nos ama, alegrarnos sin desmayos como identidad primordial de la fé que se nos ha concedido, para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien


Labriegos de la mies del Reino




Santo Toribio de Mogrovejo, obispo - Patrono del Episcopado latinoamericano

Para el día de hoy (27/04/16):  

Evangelio según San Mateo 9, 35-38





Una simple observación nos puede menoscabar las intenciones e impulsos frente a la enormidad de la tarea: un mar de gentes presas del desconsuelo, abandonadas a su suerte, boyando entre sinsentidos y un nihilismo descendente, la angustia de no significar ni importar para nadie excepto de vez en cuando para los votos, cosas que se trafican, variables económicas. Es claro que entre ellos podemos descubrirnos también. 
Y a partir de allí comienzan los sesudos razonamientos, las prudentes justificaciones para eludir compromiso y misión, en pos de calmar las fauces del miedo y no abandonar el área mínima de confort y seguridad.

Puede ser que estemos presos de esos temores. Pero también porque quizás miramos las cosas desde el lugar equivocado. 
Todo comienza en la oración, y por ello el Maestro nos impulsa a suplicar que el Espíritu nos conceda trabajadores para la mies. Allí comienza todo: ni la mies, ni los sembrados ni la cosecha nos pertenecen. 
La buena semilla, esa que crece humilde e imparable y suscita frutos santos de justicia, de paz, de amor y Salvación, también es cuestión del Dueño del vergel.
Lo verdaderamente asombroso es que se nos ha invitado a la tarea, lo descollante es la confianza que se nos ha depositado sin merecerla.

La tarea no es sencilla, y se agiganta en la medida en que abrimos el corazón a la compasión, al sufrimiento del otro, haciendo nuestras esperanzas y dolores, sufrimientos y angustias, aflicciones y alegrías de todos los pueblos. Por ello la justicia jamás nos será ajena: una Buena Noticia que se acota a la vida piadosa del culto dominical es reflejo de una fé sesgada, sin encarnarse.
Es menester no subirse a lomos de la praxis continua, y saber advertir la diferencia entre lo urgente y lo importante. No perder de vista el crecimiento milagroso y tenaz de la semilla del Reino, servidores de la vida en ciernes.

Y cuando llegue el momento, retirarnos humildemente felices, en el frondoso silencio de José de Nazareth, sabedores de haber cumplido simplemente con lo que nos correspondía hacer, para glorificar a Dios cada día, a cada instante, desde estos mínimos seres que somos.

Paz y Bien 

Shalom, promesa y esperanza







Para el día de hoy (26/04/16):  

Evangelio según San Juan 14, 27-31a




Jesús de Nazareth conoce como nadie las cosas que se anidan en los corazones, y por ello, frente a su inminente partida -estamos en los umbrales de la Pasión- se preocupa por las cosas que han de sucederle a sus amigos. Sabe bien que ellos no han comprendido del todo su carácter mesiánico, su misión divina; ellos siguen presos de los viejos esquemas que indicaban a un mesías glorioso con carácter mundano, que se impondría por la fuerza, que aplastaría a sus enemigos y restauraría la soberanía de Israel y la dinastía davídica. Así, el Maestro les había lavado los pies como lo haría un esclavo, y frente a los anuncios de la Pasión del Señor, al aviso de una derrota aparente a manos de sus enemigos sin combatir, a derramar su sangre como un criminal abyecto, estaban sumidos en el estupor, el desconcierto y con rapidez les iba ganando cada vez más espacios el miedo, un miedo que paraliza y hace olvidar fidelidades comprometidas.

Es la Última Cena, cena final, cena de despedida. La memoria humana suele atesorar los últimos gestos a menudo como los más valiosos y dignos de conservarse, por ello todo lo que acontezca en esos instantes es tan importante. El Maestro lo sabe, y por ello no se detendrá en brindar un sucedáneo a los conflictos presentes y a los inminentes, un calmante pasajero que no dirime las crisis, una aspirina espiritual.

En Israel el deseo de paz -Shalom- era el saludo tradicional al encontrarse dos personas y al despedirse. Si bien tenía una clave connotación espiritual, la costumbre cotidiana como suele suceder en todos los pueblos y culturas, lo volvió banal e intrascendente. Sin embargo, el Maestro parece querer saludarlos al modo de sus mayores, como sus discípulos entienden.

No hay trivialidad en el Señor. No hay un simple chau porque no se trata de una simple despedida, sino de un enorme A-Dios pues Cristo sí, se está yendo pero se quedará para siempre de otro modo, nunca abandonará a los suyos de todos los tiempos. Su muerte no será trágica porque a pesar de todos los horrores será la vida -su vida- la que prevalezca, expresión absoluta del amor de Dios en la cruz. 
En la paz que les deja es Él mismo quien se brinda, y supera infinitamente una simple expresión de deseos.

Su paz nada tiene que ver con la paz mundana. La paz de los cementerios. La paz como ausencia de conflictos. La paz quimérica que ofrecen ciertas ideologías que prometen la bendición de falsos dioses de culto inmanente pero en donde la gran ausente es la justicia. La pax romana, imposición de los poderosos, migajas de calma para los pobres.
Todas esas variables son del Maligno. Hace demasiado tiempo han perdido sentido de Dios y el reconocimiento de la identidad y la trascendencia humana.

La paz de Cristo es Shalom, promesa y esperanza. Promesa de que no andaremos solos en estos caminos tan hostiles, tan nefastos, una paz tenaz que los demonios del desconsuelo y la costumbre no derrumban. Esperanza porque el regreso del Señor significará la paz definitiva, don y misterio del amor de Dios que ya comienza a florecer por el esfuerzo cotidiano de los creyentes, paz que es mandato y es misión, paz que se fundamenta en el deseo de eternidad, el deseo de Dios.

Paz y Bien

Señales misioneras




San Marcos, Evangelista

Para el día de hoy (25/04/16):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-20





En los tiempos que corren resulta cada vez más decisiva la influencia de los medios de comunicación, en gran parte por la globalidad de su alcanza, en gran parte también por la velocidad o instantaneidad de la llegada. 
Probablemente, el problema subyacente se encuentre en los valores o disvalores ocultos que a través de esos medios se transmitan; la mediación, a su vez, modifica consideraciones ontológicas, de modo que lo que es debe pasar por el tamiz de los medios. Sin embargo, lo que en verdad tuerce el crecimiento de los cultivos -eso que llamamos cultura- radique en que los medios han dejado de ser tales para convertirse en fines en sí mismos, indicios pasmosos de superficialidad.

La web no es ajena a ello, y por eso cualquier cosa que se publique, desde unas simples líneas o un comentario menor, tienen su importancia, pues se ha desdeñado el valor de la palabra. Sin otro ánimo que el de reflexionar, sólo diremos que en cada palabra nos jugamos la vida, pues en cada expresión se vuelca lo que somos aún cuando se escondan o enmascaren virtudes, defectos y ansias.

En tiempos tan complejos, la comprensión o aceptación de un milagro resulta una tarea ímproba cuando nó imposible. Es claro que es por demás persistente el concepto de milagro como un hecho espectacular, un show descollante, señales asombrosas para un mundo que ha perdido su capacidad de asombro.
Pero la misión cristiana no ha de internarse por esos senderos erróneos.

Ante todo, se trata de la confianza que se nos ha brindado. El mismo Cristo confía en los suyos, con todo y a pesar de todo, para continuar su tarea de anunciar la Buena Noticia a toda la creación, una Buena Noticia que no se limita por fronteras ni por cuestiones sociales; de allí que hay Buenas Noticias hacia la naturaleza, cuidado de una tierra que es parte del acto de amor maravilloso y creador de Dios.
No se trata solamente de prolíficos discursos, ni de quedarse en los umbrales de la declamación pura. El anuncio se acompaña y refrenda con señales inequívocas de vida, de amor y de liberación.

Vida que se expande y no se amilana por la violencia y las enfermedades, vida que prevalece aún traspuesto el portal de la muerte. 
Amor que implica desertar de los egoísmos, hacer lo que se debe sin pedir nada a cambio, ir hacia el otro sin que lo llamen y sin otro interés que el bien del prójimo, tendiendo puentes amistosos que superen todos los abismos injustos que nos separan.
Liberación que depura las mentes, las almas agobiadas por mil anteojos ideológicos, por tantas imágenes que nos sobresaturan, peleas impuestas por otros y que en verdad no deben ser de nadie. La vida pasa por otro lado.

Señales misioneras y verdaderamente milagrosas de Dios con nosotros.

Paz y Bien




Glorificación y comunidad




Quinto Domingo de Pascua

Para el día de hoy (24/04/16):  

Evangelio según San Juan 13, 31-33a. 34-35





Como si de un hito se tratara, de una frontera divisoria que separa territorios, así sucede en la lectura de hoy con la salida de Judas Iscariote del ámbito de la Última Cena. 
Una mirada superficial indicaría que todo se desata desde una traición y el terrible escenario de una derrota total, porque traiciona siempre el que tiene cercanía cordial, el hermano, el amigo, el propio y nó el extraño, el foráneo, el que no es nuestro. Por ello las traiciones suelen ser tan demoledoras, porque la confianza raigal se pisotea en pos de otros intereses y sin importar ni medir las consecuencias.

Extraño tiempo el inaugurado por este Cristo, que aún traicionado persiste -tenaz y locamente- en hablar de amor. Porque la salida de Judas dá inicio a la Pasión, y es precisamente en la cruz donde el grano de trigo caerá para dar fruto.
Ese fruto asombroso es el producto de la muerte del grano de trigo, la vida que se ofrece sin límites ni condiciones porque se ama la vida, y más aún, se ama a Aquél que dá la vida y por quien la vida tiene sentido.

Amor sin adjetivos, a -mort, mucho más que un sentimiento aunque pueda albergarlo. Amor que no se cuantifica, pues responde a la misma infinita esencia de Dios, inconmensurable. 
Se trata, nada más ni nada menos que de morir/se sin reivindicar el horror de la muerte pero tampoco de absolutizar esta vida. Se trata de hacerse ofrenda para que otros vivan, aferrarse sí pero al amor de Dios, la vida eterna entre nosotros.

La comunidad cristiana ha de carecer de credenciales y rótulos. Su identidad se revela en plenitud en el amor que practica y expresa en lo cotidiano, alabanza real y concreta, humilde glorificación de Aquél que nada se reserva para sí.
Mucho más que un reglamento, que una tabulación de estricto y obligatorio cumplimiento, el Maestro nos deja en herencia un mandamiento nuevo que el pueblo de Israel no desconocía, el amor al prójimo. Sin embargo es nuevo porque nueva es esta alianza sellada con sangre, porque no es autorreferencial, porque inaugura el tiempo absoluto en donde el verdadero poder radica en el servicio, donde se derrota al yo buscando la bendición en el nosotros, donde el borde riguroso del par se desdibuja por esa familia grande de los hermanos y amigos del Señor.

Paz y Bien


Signos de la presencia de Dios




San Jorge, mártir

Para el día de hoy (23/04/16):  

Evangelio según San Juan 14, 7-14




En la lectura que nos brinda la liturgia del día, el apóstol Felipe se dirige al Maestro con un pedido que expresa la mentalidad de los Doce; así, como si fuera un vocero, también enarbola el pedido de muchos creyentes, el ruego de que se le exhiba a Dios según sus criterios.
Esa exigencia responde a una linealidad interpretativa de signos y símbolos, una religiosidad que se atiene a la letra pero que no vá más allá, no profundiza, se atiene al acotado plano sensorial. Deben aprender -aprehender y comprender- que el Padre no es accesible por la mirada sino por la contemplación, y precisamente ella se fundamenta en el signo mayor del Padre, el Hijo y sus obras.

Sólo luego de la Resurrección, y de manera definitiva en Pentecostés, los discípulos ingresarán al misterio pleno del Hijo, puente tendido entre el Creador y la humanidad, sacerdote eterno tan cercano a nosotros, el significado divino de sus obras. Dios es Jesús y Jesús es Dios en identidad absoluta.

Así, desde la contemplación, descubrimos al Padre en la persona y las acciones de Cristo y por ello, en todas las acciones que sus amigos y hermanos, los cristianos, realizan en su Nombre, signos de la presencia de Dios en el mundo.

Cristo templo definitivo, Cristo ámbito de encuentro entre el creyente y Dios, que desdibuja las teorizaciones relativistas pues hablamos asombrados de un Dios encarnado, de un Dios que asume nuestra pequeñez, nuestras debilidades, nuestra fragilidad humana, un Dios tan cercano como un vecino, un pariente, un Hijo que amamos.

Por eso lo seguimos, por eso lo redescubrimos vivo y presente en la Eucaristía, nos nutrimos en la Palabra y sintonizamos nuestra existencia con la suya en la oración, para ser humildes Evangelios vivos, signos del amor de Dios en la tierra.

Paz y bien

Casa y camino







Para el día de hoy (22/04/16):  

Evangelio según San Juan 14, 1-6




Una clave fundamental para bucear en las profundidades del Evangelio para este día la encontramos situándonos en ambiente y lugar: la enseñanza del Maestro acontece durante la última Cena, ágape de despedida de un Cristo que está a las puertas de la Pasión y de la muerte, un Cristo que se irá, unos discípulos demolidos de tristeza y confusos, enredados en imágenes antiguas. En cierto modo Jesús de Nazareth les está dejando su herencia, y por ello no se acota a los Doce sino a los discípulos de todo tiempo y lugar.

Dios nunca ha dejado solos a los suyos. Lo encontraban en la nube que acompañaba a los peregrinos en el desierto, lo escuchaban en la voz fuerte de los profetas, lo reverenciaban en el ámbito sagrado del Templo de Jerusalem. Sin embargo, en los últimos tiempos -tan nuevos, tan definitivos- ese Dios ya no estará en la nube distante, y la voz de los profetas será plenamente justificada y renovada en Jesucristo su Hijo, presencia real de un Dios que se encarna, se hace hombre, pariente, vecino. 

Con un Dios tan cercano se produce un nuevo éxodo, un desplazamiento del Templo de piedra al Templo vivo que es Jesús de Nazareth, la perfecta casa de oración que no ha sido mancillada por los traficantes y ladrones de fé, morada ofrecida por el Padre a todos los hijos. 
La casa del Padre tiene muchas habitaciones, tantas como caracteres e identidades quizás encontremos en esos hijos, la palpitante diversidad que se nutre del mismo tronco raigal, la caridad; patria definitiva en donde habitaremos para siempre, viviendo plenamente la vida misma de Dios, un modo pleno de existencia más que la mera descripción de un lugar físico.

A esa patria prometida nos conduce el Maestro: la puerta ha sido abierta por el sacrificio inmenso de su vida ofrecida en la cruz. Es preciso descreer de esas cuestiones mágicas, instantáneas, clicks de los corazones. Todo tiene su tiempo y su proceso, su germinación y su crecimiento hasta el tiempo santo de la cosecha, y es en el durante, en el mientras tanto que debemos seguir andando, a paso firme, sin claudicar ni desfallecer.
Cristo, nuestro hermano y Señor, es precisamente el camino para llegar a la casa del Padre, camino para no quedarse, verdad para encontrar destino, sentido y libertad, vida que nos despeje todas las muertes que nos aquejan.

La morada de Dios no es una locación espiritual post mortem, una difusa promesa para el después, sino que se intuye y se comienza a saborear en lo cotidiano. Dios se brinda a sí mismo aquí y ahora.

Paz y Bien


La constante realidad de la Salvación






Para el día de hoy (21/04/16):  

Evangelio según San Juan 13, 16-20





La pregunta que sobrevolaba los ambientes era siempre referida a su misión e identidad -¿Quien eres tú?-. La presencia del Maestro suscitaba interrogantes, controversias, no pasaba inadvertido, y es una cuestión también crucial para todos nosotros. Saber quién es. Saber qué significado tiene en mi existencia. Descubrir su Pascua cotidiana, encontrarle allí precisamente en donde lo pasamos por alto, imbuídos en los quehaceres cotidianos, en la locura diaria, montados para peleas que nunca debieron ser nuestras.

Ya en varias oportunidades Cristo se ha valido de la expresión -Yo Soy- para revelar sus raíces divinas, su carácter mesiánico, su absoluta identidad con el Padre: el tempo de la lectura de este día cambia radicalmente pues la revelación se proyecta desde el presente hacia el futuro, hacia todas y cada una de las historias futuras de la Iglesia, de la humanidad, de cada uno de los creyentes.

El énfasis del mensaje se encuentra en los gestos. Esta revelación acontece mientras el Maestro lava los pies de sus amigos,  humilde servidor, casi un esclavo, que se ofrenda sin reservas para la vida de los demás.
El origen mismo de la comunidad cristiana se encuentra allí, afincado en el corazón sagrado del Señor, en dinámica santa del servicio, el otro nombre del amor que es esencia de Dios, amor que es principio, camino, fuerza, método y destino.

Como la zarza ardiente para Moisés -signo inequívoco y santo de la presencia de Dios-, la cruz será elevada como señal absoluta del amor de Dios en Jesucristo. Y se inaugura, digan lo que digan, una nueva generación de privilegiados, aquellos que quieren vivir de acuerdo a la Buena Noticia, los que no se resignan y se revisten de la esperanza que fecunda el Espíritu, los que prefieren morir a traicionar, los que confiesan la fé aún en los ambientes más sombríos, aún frente a la amenaza de violencia más inverosímil, los que reclaman el privilegio de ser últimos, de no figurar, de ceder el paso al hermano..

La Salvación posee una constante realidad pues se ha encarnado en la historia merced al amor de Dios en Cristo y se renueva a diario en sus hermanas y hermanos.

Paz y Bien 



El grito del Señor




Para el día de hoy (20/04/16):  

Evangelio según San Juan 12, 44-50




La Palabra de Dios es Palabra de vida y Palabra viva que nos habla hoy, nos interpela, nos despierta y con frecuencia nos pone evidencia.
Así el Evangelio es Buena Noticia y enseñanza del Maestro en un presente perpetuo, en el siglo I, en nuestros días y en los días de aquellos que vengan tras de nosotros hasta el retorno final del Señor.

En la lectura que la liturgia del día nos ofrece nos encontramos con un Cristo que eleva su voz, que enarbola un grito dirigido no solamente a esos hombres empecinados en el odio y en la incredulidad en el Templo de Jerusalem, sino a todas las gentes de todos los tiempos, entre los que nos encontramos también nosotros mismos. 
Su grito realza la importancia fundamental de lo que revela, para que no se pase por alto, para que se escuche y no se olvide, y es que quien cree en Cristo cree también en Dios, el Padre. Dios es Jesús y Jesús es Dios, la fé en Cristo y la fé en Dios son indivisibles. El Padre y el Hijo son uno.

Mensaje para los creyentes: la fé en Jesucristo no se agota en una creencia, en una idea abstracta a la cual se adhiere. La fé en Jesucristo es, precisamente, seguir a una persona, a la persona del Resucitado, sacerdote eterno, puente hacia Dios.

En el Templo, unos enormes hachones iluminaban la imponente construcción y su fulgor se distinguía a varios kilómetros de distancia. Justamente allí, el Maestro se presenta como la luz del mundo; la luz no es ya un hecho físico ni una expresión alegórica, sino la persona de Jesucristo que nos tiende desde un amor infinito la voluntad salvadora de Dios para todos los pueblos. Para que nadie se pierda, para que florezca la Gracia y despunte un sol de justicia, para que la muerte no se afinque por todas partes, pues en Cristo se revela el amor incondicional que Dios tiene por toda la humanidad.

Paz y Bien

En la Fiesta de la Dedicación





Para el día de hoy (19/04/16):  

Evangelio según San Juan 10, 22-30 




La lectura que nos ofrece la liturgia del día nos sitúa junto a Jesús de Nazareth dentro del Templo de Jerusalem durante la celebración judía de la Fiesta de la Dedicación o Hannukah/Jánuca, y que tenía un doble cariz nacionalista y religioso.
En el año 167 ac gran parte de la nación judía se encontraba sometida a los dictados del rey Antíoco IV autodenominado Epífanes, apodo que expresaba visos de de divinidad, como si fuera un dios que gobernaba sus dominios entre los que Judea era otra provincia. Además de la imposición de una cultura extranjera, Antíoco Epífanes prohibió expresamente que se practicara la fé judía bajo apercibimiento de aplicar la pena capital; como si ello no fuera suficiente, la humillación se proyectó de modo geométrico al profanar el Templo, estableciendo dentro del santuario ofrendas al dios Zeus.

Un sacerdote judío de un pueblito periférico llamado Matatías -Matityahu ben Johanan- solía prestar servicios litúrgicos en el Templo según su turno, como todos los sacerdotes de Israel; los funcionarios seleúcidas de Antíoco pretendían también que los representantes de la fé del pueblo sometido también rindieran culto al dios helénico impuesto. Matatías se rehusa con violencia y posteriormente, frente a las autoridades que lo quieren arrestar, se refugia en el desierto y desde allí convoca a la resistencia y a la lucha armada contra el invasor: las filas de los combatientes se incrementaban día a día al igual que una violencia demasiado desigual, un grupo de guerrilleros rurales frente a uno de los mejores ejércitos de su tiempo. A la muerte del sacerdote Matatías, la lucha la prosiguen sus cinco hijos entre los que se destaca Judas -el hijo mayor-, llamados todos ellos Macabeos, término que traducido significa martillo o maza.
La lucha no era sólo militar: los Macabeos destruían todos los templos paganos que encontraban, reviven el culto prohibido por los seleúcidas y hacen circuncidar a los niños judíos a los que no se había sometido al precepto legal por temor a las represalias del emperador. 
Finalmente, en el año 165 ac las fuerzas macabeas desalojan a los invasores de Jerusalem: Judas Macabeo -ante todo un hombre de fé- recupera el santuario para su pueblo, lo despeja de toda intromisión pagana y extranjera y ofrece sacrificios para volver a dedicar el Templo al Único Dios vivo y verdadero.
Cada año, desde ese 165 ac, los hijos de Israel celebraban su independencia, su liberación y su paz. Por ello no es difícil imaginar a Cristo, fiel hijo de su pueblo, entre las enormes columnas que guarnecían el Templo y la alegre pompa de las tradiciones renovadas celebrando con lus suyos.

La mentalidad farisea era demasiado rigurosa. Más que su precisa puntillosidad, tal vez lo que moleste es su manifiesta incapacidad de disfrute, de alegrarse con cosas sencillez, de vestirse con el corazón del pueblo.
Ellos valoraban la restauración macabea, pero consideraban que la dedicación de Judas Macabeo -aún con su fé, aún con toda la sangre que se había derramado- no era suficiente, y esperaban que el Mesías prometido vendría a poner las cosas en su sitio, especialmente, a purificar el Templo y la fé de Israel definitivamente, una cierta obsesión por la brecha abismal entre lo puro y lo impuro. En ese orden se inscribe la pregunta que le realizan al Maestro, de un talante similar a la que en alguna oportunidad le remite el Bautista: quieren saber sin ambages si Él es el Mesías, si no tendrían que esperar más.

No se trata de exhibir credenciales ni de reivindicar rótulos. Jesús de Nazareth no rehuye de dar una respuesta, pero nó al modo caprichoso de esos hombres: sus obras hablan por Él, sus signos son claros, su Palabra es escuchada y puesta en práctica por los que en verdad aman a Dios, su pueblo, ovejas fieles de su rebaño.

La Fiesta celebrada tenía un significado simbólico importantísimo para todos aquellos que querían vivir de acuerdo a su Dios y que estaban dispuestos a luchar y morir por ello. Las ansias de que la santidad del Altísimo no sea profanada y todo lo abarque, y muy especialmente, que el Templo vuelva a ser casa de encuentro y oración, faro unificador de toda la nación judía.

Eso no cambia. Lo que se transforma tiene un decisivo rasgo de éxodo: la victoria macabea se hace definitiva en ese humilde rabbí nazareno que camina por entre las columnas del Templo, y la santidad se desplaza desde las joyas, las piedras talladas, las lámparas votivas a la persona de Jesús de Nazareth, templo vivo y latiente que será derribado por la muerte en el sacrificio de la cruz, pero que será restaurado por el amor de Dios en la Resurrección y en el que se celebra la vida y la libertad en plenitud.

Paz y Bien

La puerta abierta de par en par




Para el día de hoy (18/04/16):  

Evangelio según San Juan 10, 1-10



Jesús de Nazareth era un magnífico educador pues a menudo se valía de las situaciones que tenían importancia para las gentes de su tiempo y que involucraban su vida cotidiana; en resumidas cuentas, el Maestro enseñaba a partir del acontecer diario de las gentes de su tiempo, y muy probablemente no se trate solamente de una habilidad metodológica, sino de darle importancia nuevamente a las cosas en apariencia pequeñas pero importantes de las mujeres y los hombres de hoy.

Así entonces, siempre tenemos que tener presente las características de Tierra Santa en el siglo I: antes que ser zona proclive a los cultivos, es más bien área de pastoreo, de cría de ganado ovino que fundamentará la economía junto con la pesca, y que a su vez brindará leche y carne para la alimentación y lana para vestidos y telas. Al ser los rebaños tan importantes, las tareas se organizaban rigurosamente y el cuidado de los mismos no quedaba librado al azar: se confiaba la custodia y el seguimiento a gente capacitada y de confianza, de tal modo que habitualmente los pastores llevaban años trabajando cada uno con su rebaño, de tal modo que se forjaban profundos vínculos entre pastores y ovejas. Los pastores conocían muy bien a sus rebaños y viceversa, los rebaños reaccionaban positivamente frente al silbo de su pastor.

En ciudades y aldeas, por el abrigo nocturno y por la protección frente a los salteadores, los rebaños se resguardaban en un corral común a cada pueblo, el que a su vez se subdividía en rediles menores, uno para cada rebaño particular, al cual se accedía por un hueco sin portón. En esa abertura, el pastor tendía su manta y de ese modo su propio cuerpo se convertía en puerta de las ovejas, por lo que el acceso al rebaño inevitablemente se realiza a través del pastor.
La salida para apacentar los rebaños sigue ese orden de ideas: eran muchos los rebaños y por lo tanto muchas las ovejas en cada pueblo, por lo que se volvía determinante el vínculo entre el pastor y el rebaño: el pastor se ubicaba delante de la salida y a pesar de toda la bulla, la majada no se extraviaba. Ni una. Cuestión de olfato fino, de pastores con un persistente aroma a oveja, el perfume identificatorio y único de su rebaño.

Cristo es el Buen Pastor. se involucra desde siempre con el rebaño. Conoce a sus ovejas por su rostro y su nombre, y los suyos le reconocen y siguen. Con su cuerpo ofrecido en la cruz es la puerta de la Salvación, puerta que se abre de par en par hacia los campos de la vida, de la libertad, de la Gracia. Ovejas plenas, que no borregos sumisos y manejables, considerados por los salteadores cosas de su propiedad a favor de su lucro y su beneficio. El Buen Pastor cuida a los suyos, y nunca antepone ninguna cuestión particular al bien del rebaño.

Quiera Dios concedernos pastores así, pastores con un tenaz perfume a rebaño. Y que no perdamos la capacidad de escuchar la voz de Aquél que nos guía a los buenos pastos de la Salvación.

Paz y Bien

Lo que oímos y lo que escuchamos




Domingo Cuarto de Pascua

Para el día de hoy (17/04/16):  

Evangelio según San Juan 10, 27-30



Hay cosas que se dan por supuestas en el vertiginoso acontecer diario, una uniformidad sin matices, sin detenerse a la reflexión, perdiendo el sentido. Es comprensible, pues en lo habitual se prioriza la pura praxis y la eficiencia por sobre todo lo demás, pero así se extravía cualquier atisbo de orientación. 
Así nos sucede con lo que pasa alrededor, pues es mucho lo que oímos pero quizás poco lo que escuchamos.

Oír remite a una función sensorial, biológica en la que no media la voluntad; a menos que utilicemos algún instrumento hecho para eso o padezcamos alguna patología incapacitante, el oír es una cuestión prácticamente refleja, automática.
Muchos de nosotros, insertos sin remedio en la locura mórbida de la vida moderna en las grandes urbes, solemos estar agobiados de tantas cosas que oímos, y por desgracia se nos hace costumbre, la bulla habitual que no tiene demasiado sentido o que está allí puesta ex profeso para desviar la atención, para mirar para otro lado, para andar siempre distraídos, embarcados en batallas vanas que no son nuestras sino impuestas por los poderosos. Pero lo verdaderamente grave es que perdemos la capacidad de disfrutar el silencio y, más aún, la capacidad de la escucha, de la escucha atenta que puede cambiar todo. Escuchar con atención al hermano, al pueblo, a Dios.

La lectura del Evaangelio que hoy nos convoca se desarrolla en Jerusalem, durante la celebración de la Fiesta de la Dedicación -Hannukah-: en ella se hacía memoria y se renovaba el festejo de la victoria de Judas Macabeo y sus hermanos sobre las tropas invasoras del rey Antíoco Epífanes., quien en el ámbito sagrado del Templo había erigido un altar para adorar al dios Zeus. De allí el nombre de Dedicación: se purificaba el Templo de toda profanación y se lo volvía a dedicar al culto del Dios de Israel.
Como festividad, poseía un doble cariz religioso y nacionalista, pues se restaauraba la fé verdadera y se liberaba al pueblo del yugo extranjero, despejando toda posible contaminación con no judíos o gentiles profanos/paganos. Con el correr de los años, esa fiesta cuyo núcleo era la grata memoria de la liberación devino en una elitista reivindicación exclusivista que rechazaba y expulsaba todo asomo de gentilidad o extranjería, por somero que éste fuera. 
Por ello es que los dirigentes religiosos judíos estaban furiosos con Jesús de Nazareth: su predicación, su enseñanza que Él declaraba producida por su total identidad con el Padre contradecía todos esos postulados. Para ellos, ese rabbí galileo pobretón y sin pergaminos estaba subido a lomos de una blasfemia brava, pues el Dios que presentaba era un Padre que a todos llamaba y aceptaba sin excepciones, un Dios Padre de la humanidad, de todos los pueblos, inclusive esos que ellos despreciaban con fervor. 

Para la cultura de ese tiempo, la imagen del pastor es corriente, y en lo simbólico tiene una carga decisiva. Sin embargo, para esos hombres -tremendamente piadosos, religiosos profesionales- tienen una función de pastores del pueblo de Israel, pero en un sentido de propietarios pastoriles por su lado, y en el escalón del pueblo de una sumisión sin desvíos, manada que se lleva de un lado hacia otro sin cuestionamientos, ovejas que oyen las órdenes y son llevadas según los caprichos y el sometimiento establecido de un lado hacia otro, masa informe de bajo valor.

Nada más opuesto a la predicación del Maestro.

Mientras esos hombres consideraban al pueblo que conducían su propiedad, y le imponían intolerables reglamentos -una Ley interpretada múltiples veces- como medio para acceder a los favores divinos, Jesús de Nazareth se presenta como Buen Pastor, servidor generoso e incondicional de sus ovejas al punto de dar la vida por ellas, ovejas a las que ama y respeta, ovejas que pueden correr el riesgo de extraviarse porque son libres, y que son felices porque la única mediación para llegar a Dios, a su plenitud la encuentran en Cristo.

Puede que tengamos que oír un cúmulo de cosas. Las trampas mundanas, las tentaciones del poder, el egoísmo masificado, las vanidades que desdibujan rostros e identidades.
A pesar de todo, aún con nuestras limitaciones y quebrantos, escuchamos la voz del Buen Pastor y lo reconocemos, pues sabemos que para Él todas las ovejas, sin excepción, son importantes, ninguna vale menos, ninguna ha de perderse, todas han de resplandecer en justicia y caridad frente a ese Dios que nos sale al encuentro en cada encrucijada de la vida.

Paz y Bien


Nosotros no nos iremos





Para el día de hoy (16/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 60-69





La lectura de este día nos refleja con exactitud lo que les sucedía a los discípulos del Maestro en los tiempos de su ministerio, un grupo que era mucho más grande que el de los Doce apóstoles. En ellos persistían los criterios impuestos por la Ley y las tradiciones de sus mayores, quizás de manera más específica, la interpretación que la religiosidad oficial hacía de esa Ley y esas tradiciones; así las enseñanzas y el lenguaje de Jesús de Nazareth les resultaba inadmisible y escandaloso.

Es que no era fácil para ellos seguir sus pasos, asumir en sus vidas lo que Él predicaba, un Dios tan cercano como un Padre, un Dios que se brinda a todos por igual y al que no parece importarle demasiado el origen nacional, racial, el género, las ideas, la religiosidad practicada, y que por ello bendecía a todos los pueblos.
Golpe terrible para su orgullo nacional, no les caía nada bien que un samaritano, que una pagana, que una prostituta los precedieran en las cosas de Dios y pudieran enseñarles cuestiones que ellos, por simple pertenencia, creían tener asegurada. 

Tampoco puede soslayarse la necesidad de sostener una imagen tremenda, gloriosa de poder que se ejerce, de victorias aplastantes sobre cualquier enemigo, más nunca un mesías que se entrega con mansedumbre, que ofrece su vida con una libertad que estremece, un Dios que es derrotado, aniquilado por el odio.
Esa libertad los escandaliza. Preferirían persistir bajo el grave yugo de los dictámenes, de las recetas piadosas seguidas al pié de la letra, de las recompensas obtenidas merced a la observancia de los preceptos. Por eso es tan duro soportar a un Dios que se revela Padre universal, Padre por siempre y por sobre todo, Padre que ama, Dios de la Gracia y la misericordia, y muchos se van, pues les resulta más fácil, quizás menos temerario, regresar a lo viejo, a las costumbres, a lo conocido, una religión de esclavos devotos de un ídolo y nó del Hijo del hombre, Señor de la historia, Hijo de Dios.

Nosotros, junto a Pedro, no nos iremos. No es fácil ni simple batallar contra el ego y la soberbia, pero aún así permaneceremos. No hay respuestas en el dios dinero, ni en los falsos ídolos del poder, en las tentaciones del mundo, en las vanas peleas que nos ofrecen los poderosos. La vida pasa por otro lado, la vida plena, la vida eterna está en Cristo y su Palabra.

Paz y Bien


Tan sencillo y trascendente como el pan





Para el día de hoy (15/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 51-59



A veces es necesario regresar a los recuerdos vívidos que en la velocidad cotidiana suelen olvidarse, gratas y valiosas vivencias que explican lo que somos y lo que podemos ser. Así, en la memoria de muchos de nosotros está el calor familiar de padres y abuelos: los increíbles esfuerzos, las inverosímiles luchas de nuestros mayores para que nada nos falte, aún en momentos críticos, toda una existencia ofrecida en el pan que se nos ofrece en la mesa familiar, un pan amasado con trabajo y silencioso amor incondicional de la madre. Por eso mismo, por más que el pan tenga que ver con la pervivencia biológica, no tiene sentido en sí mismo sino por la vida que se brinda generosa en la mesa de la familia. Cuando compartimos el pan cotidiano también compartimos la vida de todos los que trabajaron para que ese pan llegue a nuestra mesa, nos alimentamos de ese amor, mos nutrimos de ese afecto entrañable y fiel.

Con Cristo en la Eucaristía encontramos también señales similares pero llevadas a su estadio perfecto, absoluto. su vida entera ofrecida para la vida del mundo, para la vida eterna, para sostenernos en este peregrinar hacia la casa del Padre.
Nada más ni nada menos que una convocatoria a todos los pueblos, una humilde invitación a ser partícipes de la eternidad.

Comer su carne no puede comprenderse en el sentido literal, tal como hacían los fariseos, que se horrorizaban ante una imagen de comer trozos de un cadáver. Pero hemos andado algo extraviados, y quizás la Eucaristía se nos haya vuelto demasiado abstracta, confusamente impoluta.
No podemos soslayar a la sencillez del pan ni a la existencia misma de Cristo que se nos brinda desde la cruz, la vida de un Dios que desanda su eterna gloria y desciende a nuestros bajíos de humanidad en el fango, comunión total de amor, de destino, de vida que se ofrece en los altares diarios para que otros vivan, vidas como pan para que nadie desfallezca en un mundo que desciende a pasos agigantados en humanidad y, por lo tanto, en espacios santos.

Paz y Bien

Para la vida del mundo




Para el día de hoy (14/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 44-51





Es preciso recordar el entorno que rodea al discurso del Maestro sobre el Pan de Vida, parte del cual nos brinda la lectura del día: los eruditos judíos y la gran mayoría de la dirigencia religiosa se escandalizaba y murmuraba colérica cuando escuchaban que Jesús de Nazareth se identificaba como pan vivo bajado del cielo. En ellos había una gran carga de literalidad -origen de todos los fundamentalismos-, de desprecio y de prejuicio. Era injurioso que ese galileo pobre dijera que era como el maná cuando ellos presumían conocer sus orígenes nazarenos, su padre y su madre tan pero tan terrenales, tan poco celestiales según sus criterios.

El Maestro no hace en esta ocasión referencia a sí mismo o a sus signos, sino directamente al Creador, al que Él llama y reconoce como Padre. 
Escuchando con atención al Padre, a sus amigos los profetas, aprendiendo de las Escrituras, se llega felizmente al Hijo. Todo lo señala, todo se encamina a Él.
Dios es el Totalmente Otro, infinito, incognoscible, y es el Hijo el único que conoce en verdad al Padre, y es a través del Hijo como conocemos la esencia misma de Dios y podemos ser partícipes felices de su eternidad.

El maná era crucial para la supervivencia del pueblo recién liberado en el desierto, peregrino hacia la tierra prometida; signo certero de la bondadosa providencia divina. Pero ese maná tenía por objeto precisamente el sustento corporal, y revelaba la bondad de Dios, más no revelaba al Padre como vida eterna: quienes se alimentaron del maná cumplieron su ciclo vital y murieron.
Aún así, el Padre es un Dios muy extraño para ciertos conceptos, un Dios inaccesible pero que nada se reserva, que se brinda por entero y sin reservas a sí mismo en el Hijo para la salvación de la humanidad, y el Hijo, en la donación total de su vida en la cruz, revela el amor absoluto del Padre, amor eterno en donde la muerte no tiene lugar ni preponderancia.

Lejos de toda teorización conceptual o de toda abstracción desencarnada, Cristo deja las cosas bien claras: el pan es su carne, ofrenda para la vida del mundo, cordero de Dios de nuestra liberación. Con su sangre pintamos las puertas de nuestros corazones para que la muerte pase de largo.    

Las primacías son de Dios. En Cristo, Dios nos sale al encuentro para que nadie se pierda, para vivir la vida en plenitud del mismo modo que el Hijo, por el cual todos somos hermanos, hijos amados de un Padre que nunca nos abandona.

Paz y Bien

Atreverse a otro pan





Para el día de hoy (13/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 35-40




El sentido común dicta cuestiones fundamentales que tienen que ver con la pervivencia, con las limitaciones existenciales, con la finitud biológica; sin embargo, a menudo es imprescindible su ejercicio desde una perspectiva de madurez y nó tanto desde una ilusoria adolescencia que proyecta imágenes de un modo cinematográfico. A cada cosa su tiempo y su edad.

Así, ese sentido común -el menos común de los sentidos, es claro- indica que el pan entendido como sustento es decisivo a la hora de la supervivencia. Sin sustento no hay nutrientes, proteínas, oligoelementos, vitaminas que respalden al organismo y lo establezcan sano; por ello, sin pan uno se muere. 
No obstante ello, en muchas sociedades y comunidades el hambre no es una urgencia ni una preocupación, pero aún así la muerte es un horizonte cierto al que tarde o temprano se arriba de manera ineludible.

Por eso podemos intuir asombro y estupor entre esas gentes en Cafarnaúm que escuchaban atentamente al Maestro: Él mismo se presenta como Pan de vida, y como si no fuera suficiente, que ese pan generosamente ofrecido es alimento para la vida eterna, para franquear gratamente las fronteras de la muerte.

Ver, venir y creer. Ingresar sin miedos y con valor a esa dinámica que Cristo nos propone, la aceptación de su Persona, muy diferente a la simple adhesión a una idea. Alimentarnos con el pan definitivo de su Palabra para que nadie más languidezca en estos arrabales mundanos. Aceptar con gratitud la vida plena que se nos ofrece, que sólo Cristo comunica, pan que nos vivifica para llegar íntegros y libres a la tierra prometida de la eternidad.

El Dios del universo ha tendido un puente salvando todas las distancias, y ese puente/sacerdote es Cristo, Dios con nosotros, nuestro hermano y Señor.

Paz y Bien

Del maná al pan del cielo



Para el día de hoy (12/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 30-35



La lectura del día nos presenta la tensión existente entre tradiciones y tiempos viejos y la novedad del Reino inaugurada y proclamada por Jesús de Nazareth. 
Para las gentes que lo interpelaban había una separación que no podían ni querían franquear: antigua y nueva alianza, tiempo de maduración, de preparación, de promesas y tiempo de cumplimiento y plenitud.

La figura de Moisés para el pueblo judío es incuestionable y es el ejemplo en donde todos se miran. Lo que él hizo por su pueblo es determinante para todas las generaciones, y no debe controvertirse por ningún motivo. Por ello el planteo de exigir un milagro mayor o espectacularmente superador que la distribución del maná durante los años de peregrinación en el desierto, camino a la tierra prometida.

Señal de la divina providencia, de la bondad de Dios para con su pueblo, el maná sostenía la vida, respaldaba la supervivencia de toda la comunidad, buenos y malos, justos y pecadores por igual. No era propiedad de nadie, pan gratuito y generoso para todos, pan equitativo, pan fraterno. No era acaparable ni acumulable, por eso cuando los peregrinos lo guardaban se echaba a perder, y desde ese tiempo, con ellos y con todos los pueblos, suplicamos a Dios que nos dé el pan nuestro y suyo de cada día, porque prevalece la confianza en la bondad de Dios.

El mana sostenía la vida para que el pueblo fuera libre para honrar y vivir según su Dios: al llegar a la Tierra Prometida finaliza su función, su mediación.

Frente a ese Cristo que nos recuerda y hace presente el amor de Dios, que nos regresa siempre a los orígenes frutales -tal es el significado primero del vocablo jerarquía, jer arjé, regresar al origen- volvemos a rogar por el pan bajado del cielo, pan vivo para la vida. 
En cierto modo, nosotros también somos peregrinos como Israel, pero nuestro andar se dirige a la casa del Padre, y es precisamente ese Pan, la Eucaristía, el pan de Dios que  ha sido concedido al pueblo de Dios, a la Iglesia y a todos los pueblos para sostener nuestros pasos, para establecernos firmes en el amor de Dios, para volvernos nosotros mismos pan de servicio y oblación para el hermano, como el Pan asombroso e inagotable que sacia todas las angustias y hambres, Cristo, verdadero pan de vida que perdura por siempre.

Paz y Bien


El pan definitivo




Para el día de hoy (11/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 22-29



La lectura que nos ofrece la liturgia de este día nos presenta una especie de movimiento centrífugo, de la multitud que se sacia hasta el Maestro que llega solo a las inmediaciones de Cafarnaúm, pues los discípulos habían decidido navegar sin Él. 
Cuando vamos más allá de la simple letra, podemos descubrir que este movimiento se corresponde a la profundización en las enseñanzas del Reino, en la trascendente referencia de los signos, en el compromiso que implica el creer, como si a medida que Cristo revele la voluntad de Dios las gentes se alejen, enfrascadas en sus limitados intereses.

La multitud -miles de personas- habían sido saciadas en su hambre. Quizás por el hecho milagroso, quizás porque el Maestro era en verdad el único que se preocupaba y ocupaba de ellos, de lo difícil de sus existencias cotidianas, se encendieron de euforia. Quisieron coronarlo rey, allí mismo, en los arrebatos típicos de esa euforia que a menudo es tan lábil que sólo es la contracara de la depresión y el desánimo. 

Nada peor que vivir atados a los estados de ánimo y no afirmarnos en suelos más sólidos.

Por ello es que cuando lo buscan advierten que el Maestro no está en el lugar que ellos esperan, sus senderos son otros y nó, no pide permiso ni conformidad masiva para permanecer fiel. Ellos se quedaron con la expectativa milagrera y desdeñaron el destino del signo, que es orientar la mirada pues no es un fin en sí mismo. Lo decisivo se encuentra en el corazón sagrado de ese Dios que multiplica los panes, y no en el pan abundante y multiplicado.

En la ilógica del Reino, el pan definitivo no es el que sacia el hambre circunstancial, más allá de que luchar contra el hambre que se impone es santa tarea. El pan definitivo es creer en Cristo, unirse Su persona antes que a un compilado de ideas, vivir como Él vivía, amar como Él amaba, servir sin condiciones, suplicar a diario para que nunca nos falte el hambre de Dios.

Paz y Bien

Las redes de Pedro





Domingo Tercero de Pascua

Para el día de hoy (10/04/16):  

Evangelio según San Juan 21, 1-19




Desde los Doce discípulos iniciales, pasando por la traición de Judas, nos encontramos hoy con siete de ellos, cada uno con sus caracteres puntuales, con su personalidad, con sus lealtades y quebrantos: ello simboliza la unidad en la diversidad de la barca de la Iglesia, mientras el número siete su universalidad.

Varios de ellos, antes de la vocación a la Buena Nueva, habían sido pescadores de ese mar en el cual navegaban, pescadores de oficio, pescadores expertos. 
Habían tenido la experiencia del encuentro con el Señor Resucitado, pero esa Pascua aún no había calado hondo en sus corazones, pues en ellos persistían las viejas ideas, los antiguos esquemas, la vida anterior que ya se había dejado atrás. Por ello, que se embarquen con ganas de pescar implica un regreso a lo anterior, cierto retroceso en pos de buscar la tranquilidad de lo conocido, volver a ser simples pescadores en desmedro del llamado e invitación sagrados a ser pescadores de hombres.
La preponderancia de Simón Pedro, llevando la iniciativa y la voz cantante, intenta destacar a nuestra mirada la importancia de la iniciativa y misión del pescador galileo y de todos los Pedros que a través de los tiempos le sucederán.

La noche refleja sus ánimos confusos y los esfuerzos vanos -la pesca estéril- son signos contundentes de una Iglesia que olvida y que no navega con Aquél que es luz del mundo. Aún así, es imperativo no desesperar y seguir, no aflojar, no bajar los brazos porque el amanecer de la presencia sagrada del Resucitado nos arrima a las orillas de la Gracia, a la tierra firme de la Salvación. Él está allí a pesar de que a veces no seamos capaces de verlo, de reconocerlo desde las lejanías que solemos poner para un resguardo propio sin sentido ni destino.
La ausencia de comida es el alma que languidece sin la Palabra y sin el Pan de Vida. Pero Él está allí, fiel, incansable. Como bien lo sabía María de Nazareth, hay que hacer lo que Él diga.
Así entonces los esfuerzos no devienen inútiles, así las redes desbordan de peces de toda forma y tamaño. Esas redes jamás se romperán: si la Iglesia se mantiene unida y fiel, esas redes tendrán el entramado absoluto de la caridad.

En la lejanía, el Discípulo Amado -la comunidad cristiana- reconoce la presencia del Señor, fé y amor en mixtura de esperanza que no se resigna, y Simón Pedro ha de escuchar siempre a ese discípulo amado que reconoce desde el amor al Cristo Viviente en todas las orillas de la existencia.

Ceñirse los vestidos, en aquellos tiempos, poseía el valor simbólico de alistarse para la batalla. Pedro sólo lleva una túnica, reflejo de una desnudez interior aparejada por las veces que negó con rapidez al Maestro en las horas de la Pasión. 
Aún así, se ciñe lo poco que tiene pues emprenderá la más difícil de las batallas, que es la que se libra contra el propio ego.
Aún así, se arroja sin vacilaciones a las aguas, y mientras nada sucede su bautismo definitivo, las aguas lavan su alma, tiene el coraje de la fé en el Cristo que lo espera y no lo abandona.

La mesa está tendida. Es un desayuno que alivia el luto/ayuno de la muerte, es el ágape cordial del Resucitado, del pan de los hermanos, el pan del servicio, el feliz anticipo de la mesa definitiva.

Las preguntas que el Resucitado le realiza a Pedro parecen demudar de tristeza al pescador galileo; no hay recriminaciones ni castigos, pero al pescador le pesan los quebrantos pasados. Por eso mismo, las preguntas son una enseñanza y también una liberación: a pesar de todo, el perdón hace historia las miserias e inaugura futuro y compromiso que estará signado por el amor a Aquél que nos amó primero, misión de paz para los hermanos, misión de servicio antes que de jefaturas, misión que a menudo es cruz que se asume con serena alegría porque Cristo le confía el cuidado de lo que más quiere, su rebaño, sus ovejas.

Paz y Bien




Pescador de hombres -canción-




PESCADOR DE HOMBRES

Tú has venido a la orilla.
No has buscado ni a sabios ni a ricos:
tan sólo quieres que yo te siga.

Señor, me has mirado a los ojos.
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca.
Junto a ti buscaré otro mar.

 

Tú sabes bien lo que tengo:
en mi barca no hay oro ni espadas,
tan sólo redes y mi trabajo.

Señor, me has mirado a los ojos.
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca.
Junto a ti buscaré otro mar.

 

Tú necesitas mis manos,
mi cansancio que a otros descanse,
amor que quiera seguir amando.

Señor, me has mirado a los ojos.
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca.
Junto a ti buscaré otro mar.

 

Tú, pescador de otros lagos,
ansia eterna de almas que esperan,
amigo bueno, así me llamas.

Señor, me has mirado a los ojos.
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca.
Junto a ti buscaré otro mar.
Junto a ti buscaré otro mar.

 

Cesáreo Gabarain

versión original de su autor:




 

Reverencias





Nuestra Señora del Valle

Para el día de hoy (09/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 16-21





Ya se había alimentado a esa nutrida multitud en el campo, en medio de la nada. Todos se habían saciado y quedaban doce canastas llenas. Los discípulos, entre tanto, se dirigieron a la costa y se embarcaron en una barca -quizás la de Pedro- en dirección a Cafarnaúm que se ubicaba en el otro margen del mar de Galilea, probablemente a la casa familiar de Andrés y Pedro.

El primer dato importante es que ellos van solos. La ausencia de Jesús de Nazareth a bordo es ante todo cordial: la multitud, montada en el potro bravo de la euforia, había intentado coronar al Maestro como su rey, un monarca poderoso que escuche a los pobres y dolientes, un rey de gloria que restaure la nación judía libre de todas las opresiones que la aplastan. Los discípulos estaban muy cerca de esos pareceres, pues también ellos tenían enquistada esa imagen de un mesías que se impondría por la fuerza a los enemigos, un caudillo santo, un jefe incuestionable; no habían comprendido el verdadero y real carácter mesiánico del Señor. Por eso es que van solos y por eso es que el Señor se vá, pues le es ajeno el poder mundano, los rótulos vanos, lo que aquí se considera superior.

Así también cada vez que nos borroneamos un ídolo falso a medida de nuestras necesidades, y no dejamos que Dios sea Él mismo en nuestros corazones. Eso es navegar solos por acción, por elección y también por omisión.

La noche cerrada remarca la ausencia de Cristo en la barca. Las oscuridades y tinieblas que lastiman a tantos desde la frágil barca de la Iglesia indican también el olvido del Resucitado, la indifelidad a quien se ha quitado del navegar hace ya tiempo.
El fuerte viento que agita el mar y las tranquilidades señala que el calado es pequeño, que la barca es frágil, que las tormentas nos superan con facilidad. A veces quizás sean dables y deseables los temporales para recordar lo pequeños que somos, la debilidad que nos constituye.

Un Cristo que camina apacible sobre las aguas turbulentas los reviste de temor, pero no es un miedo a un fantasma ante sus ojos, ni a un espíritu confuso que los confunde. Él expresa sin ambages -Yo Soy-, expresión divina del santo Nombre de Dios, cuya presencia despeja todos los males que aquejan y acosan las existencias de los hombres. 
El temor de los discípulos es reverencial pues son testigos de una teofanía, de una inequívoca manifestación de lo divino, y contra toda especulación llegan a buen puerto, llegan a la costa, una costa que en el maremagnum del miedo les parecía demasiado distante pero en realidad estaba cercana.
A veces en las crisis nos parece que todo termina allí pues se nos disuelven las perspectivas y se nos desdibuja el horizonte.

Pero la presencia poderosa del Señor jamás nos abandona, el mismo Señor que nos sana de todas las dolencias, el mismo Señor que multiplica los panes y nos colma de Dios.

Quiera el Espíritu que recuperemos una honda capacidad de reverenciar esa presencia sagrada y salvadora de Dios en todo nuestro andar, en el pan compartido, en medio de su pueblo.

Paz y Bien  




De pan y hambre




Para el día de hoy (08/04/16):  

Evangelio según San Juan 6, 1-15





Los cuatro Evangelios dan cuenta de la multiplicación de los panes en tierra de Israel; no obstante, sólo el Evangelista Juan es quien nos brinda un dato importantísimo y es que acontece en cercanía a la celebración de la Pascua judía. Es un signo crucial que no podemos pasar por alto.
Las gentes que acudían masivamente para las festividades al Templo de Jerusalem ahora llegan a celebrar la Pascua allí en donde se encuentre Cristo, verdadero templo vivo de Dios, espacio definitivo de Salvación. Celebrar la Pascua era hacer memoria del paso liberador de Dios en la historia de Israel: ahora, la verdadera liberación sólo se encontrará en Aquél que a todos recibe y a nadie rechaza.

El protagonismo del pan en la historia de la Salvación es, cuanto menos, asombroso y extraño. Hay una lista inverosímil de alimentos y comidas, pero para todas las culturas el pan representa el núcleo del sustento sin el cual es imposible la vida. Dios decide y elige la vía del pan para llegar a la vecindad humana, y se hace hombre en Belén -Beth-Lehem, literalmente Casa del Pan-. Dios se hace algo tan sencillo y tan común a todos los hombres como ese pan que se parte, reparte y comparte.
Su Hijo amado es el pan de vida para todos los pueblos.
En un camino cercano a una aldea perdida, es reconocido por los suyos en ese pan compartido, una existencia corporal que se abandona y se hace ese pan bendito, ofrenda divina para la Salvación.

El cálculo de Felipe bien puede ser el nuestro, y expresa el problema desde el lado de los costos, de las imposibilidades razonadas, del cruzarse los brazos resignados frente a la necesidad del otro. Igualmente, doscientos denarios son un dineral para esas gentes en ese tiempo: sin embargo, será Cristo quien pague el precio mayor, su propia sangre derramada generosamente, para que esa multitud se sacie, y haya abundante pan para todos los que vengan, peregrinos de todos los tiempos.

Un niño tiene cinco panes de cebada y dos pescaditos, un almuerzo de pobre, y aún así ofrece al Maestro lo que tiene, que aparenta poco pero es muy valioso, porque allí se juega su existencia. Con el apóstol Andrés, cuando las situaciones nos sobrepasan y la razón nos indica que nada se puede hacer, es menester volver a los gestos de humilde solidaridad, a la mano tendida en silencio, que aunque parezca mínima esconde un tesoro cordial que Dios hará maravillas. Probablemente sea una ingenuidad frente a los terribles problemas actuales, pero si así fuera, es preferible esa pretendida ingenuidad compasiva y solidaria a la razonada aplicación de políticas de hambre. Porque el hambre impuesto y no elegido es una ofensa gravísima a Dios en el rostro del prójimo, y si ese hambre sucede a causa de la corrupción, hay allí una maldición mortal que es imperativo barrer de nuestros patios y nuestros corazones, en manso afán de justicia.

Cristo, Pan de vida, nos compromete con la oblación de su vida entregada por todos, incluidos los que le odian y le persiguen. Porque no debe faltar pan en el plato del hermano, porque solidaridad y inteligencia no se contraponen, y cuando ellas están iluminadas y orientadas por la fé, la mesa de los hermanos se agranda y celebraremos cada vez más, agradecidos, a ese Cristo que se ha ido para quedarse definitivamente como sustento eterno.

Y roguemos, amigos y hermanos, roguemos sin cesar para que nunca nos falte el hambre de Dios, un intenso hambre de paz, una persistente sed de justicia, un hambre sin desmayos por el amor de Dios que restaura, crea, perdona y nos pone de pié frente a Su mirada.

Paz y Bien


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