La fé de los apóstoles




Jueves de la Octava de Pascua

Para el día de hoy (31/03/16):  

Evangelio según San Lucas 24, 35-48



La escena que nos brinda el Evangelista Lucas en el Evangelio del día presenta dos aristas contrapuestas que podemos reconocer entre el saludo de paz del Resucitado -Shalom que no deja dudas- y la reacción atónica y temerosa de los Once, el colegio apostólico.

Esa reacción es propia de hombres a los que aqueja grandes culpas, la sombra del abandono del Maestro en las horas decisivas de la Pasión y su incredulidad en la resurrección frente al testimonio veraz de otros discípulos fieles de Jesús.

Ellos se han quedado presos de los esquemas de un Mesías victorioso y revestido de gloria que se imponga por sobre sus enemigos y restaure la corona davídica y, con ello, la soberanía de la nación judía. Pero a la vez, la imagen sangrienta y agonizante del Señor se les había quedado impresa en su memoria y su razón: es por ello que cuando Cristo irrumpe en la estancia en donde se encontraban, creen ver un fantasma, una ilusión, el regreso del ánima de un muerto que viene a exigirles rendición de cuentas.

En las mesas de Cristo siempre acontecen hechos asombrosos, pródigos de eternidad, revelaciones divinas, y esta ocasión no es distinta: el Resucitado come frente a ellos pero también con ellos. Allí están sus manos y sus pies traspasados, pero sigue siendo el mismo Cristo que ha compartido con ellos Palabra, caminos y pan, que murió en la cruz y que ahora ha resucitado. No se trata de una aparición fantasmagórica ni de una trampa psicológica, es el Señor.

Son hombres culposos, pero re-creados por la inmensa misericordia de Dios que los renueva desde el Pan y la Palabra compartidas, porque al Resucitado ha de encontrársele siempre en comunidad, vocación familiar y eterna de un Dios que se hace presente en la Iglesia.

El testimonio de María de Magdala y de los discípulos de Emaús son importantísimos, pero esa no es nuestra fé.

Nuestra fé es la fé de los apóstoles, y se funda en el testimonio de aquellos que han sido testigos vitales de la vida, la muerte y la Resurrección de Cristo, mensaje definitivo que hemos de llevar a todos los pueblos, servidores humildes de una luz que no nos pertenece.

Paz y Bien


Emaús




Miércoles de la Octava de Pascua

Para el día de hoy (30/03/16):  

Evangelio según San Lucas 24, 13-35



Emaús es una pequeña aldea, cercana a Jerusalem, a unos diez u once kilómetros; aunque no está explicitado, es dable entender que se trata el poblado en donde viven esos peregrinos, que aunque no forman parte de los Once apóstoles son también discípulos.
Conocemos el nombre de uno de ellos, Cleofás, y por el Evangelista Juan sabemos que una tal María, mujer de Cleofás formaba parte de ese pequeño grupo de mujeres que junto a María de Nazareth permanecen fieles al pie de la cruz. Por ello, suscribimos humildemente la teoría de algunos exégetas que sostienen que esos peregrinos en realidad era un matrimonio: ambos ofrecen la hospitalidad de su hogar con la calidez propia de una familia.

Sin embargo, cada vez que un Evangelista omite un nombre nos está invitando a colocar el nuestro allí, a ser partícipes plenos y no meros espectadores abstractos.

Otra señal que nos brinda Lucas es inequívoca pues nos sitúa en el primer día de la semana, a horas de la Resurrección del Señor pero a pasos también de la pasión, y esos caminantes aún están agobiados por las horas precedentes que han vivido, el clima espantoso de derrota y estupor, de dolor terrible, cuando la soledad se afinca y no parece irse nunca. Así entonces, Emaús es el ámbito conocido en donde encontramos refugio y, quizás, un olvido que aligere las penas y fracasos, un Emaús que solemos buscar en los momentos gravosos que la existencia nos depara.

Ellos van conversando por la ruta, porque el dolor compartido alivia la carga, y porque es mejor verbalizar las cosas a esperar que socaven el corazón cuando el silencio se impone y no se elige. Hay en ellos algo que les impide reconocer al forastero que se une a ellos en el camino, el Señor Resucitado: se trata de la ideología que les impide ver más allá de la superficie, de los viejos esquemas que se expresan en las menciones que refieren, un profeta poderoso en obra y palabras, el esperado libertador de Israel.
Cristo sin dudas es un profeta, pero mucho más que un profeta, y es un rey pero su reino no es de este mundo, no tiene nada que ver con las especulaciones del poder, la restauración davídica, las victorias gloriosas. 
Ellos no pueden reconocerlo porque a Cristo se le reconoce desde la fé.

El extraño caminante parece más forastero que nunca, pues aparenta no saber nada de lo que ha sucedido en los pasados días, y es la misma extrañeza que le adjudicamos a aquellos que no ingresan a la lógica cerrada de nuestro dolor. Ellos van con un rumbo definido de refugio, pero es insuficiente, y el peregrino los hace reflexionar desde la Palabra, una Palabra que adquiere pleno sentido en el Cristo que creen perdido.
La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva que no es solamente objeto de estudio intelectual, que debe encarnarse desde la oración, el diálogo fecundo con ese Cristo compañero de todos los caminos de la vida.

Aún así, no terminan de entender. Su fé está presente, pero es incipiente y debe madurar. Todo tiene su tiempo que no está definido por plazos automáticos predeterminados, y en esa incomprensión se ubica la tarde que cae y el Maestro que quiere seguir de largo.

La cálida hospitalidad ofrecida supera los mandatos sociales solidarios de su tiempo: se trata de ofrecer sinceramente y sin reservas el calor de esta casa-corazón que somos, hogar de hermanos para el Señor, Iglesia que palpita.

Al Maestro vivo, al Cristo Resucitado lo reconocen en la fracción del pan, y todo adquiere un sentido nuevo y definitivo, señal para todos los hermanos que no hemos conocido a Cristo por ser de otro tiempo, pero que está vivo y presente cada vez que en la mesa fraterna se celebra la vida como una bendición infinita de un Dios que nos ama sin descanso, en nuestro Emaús cotidiano

Y también es una humilde invitación a todos aquellos que no creen. A pesar de tantas miserias razonadas, a pesar de ciertas lógicas ideológicas que se asoman inconmovibles, a toda mujer y a todo hombre se le dice que cada vez que se comparte el pan, la eternidad expande la vida cotidiana. Y allí está Dios.

Paz y Bien

María Magdalena, amor obstinado y tenaz



Martes de la Octava de Pascua

Para el día de hoy (29/03/16):  

Evangelio según San Juan 20, 11-18




María Magdalena está derrumbada por la tristeza, inmersa en un llanto que no quiere contener. A la tristeza inmensa de la muerte del Maestro, ahora le añade que, en apariencia, se han llevado el cuerpo; ella sigue con su corazón fijo en el Crucificado, y aún debe hacer su Pascua.
Busca un cuerpo, un cuerpo muerto para honrar. A pesar de ello, es la búsqueda de alguien que ama, y e implica que busca a una persona.

El Maestro ha restaurado su estatura de hija de Dios reconociendo por entero su dignidad de mujer y de discípula: su búsqueda es una obstinada y tenaz búsqueda de fé, aunque sea imperfecta, pues la fé significa buscar a Alguien que nos ha encontrado primero, que ha salido a nuestro encuentro en las esquinas de nuestra existencia. 

Pero el lugar en donde llora no es un camposanto, lúgubre necrópolis que alberga a la muerte. El sitio en donde está el sepulcro vacío es un huerto, y es símbolo del jardín del Edén en donde acontece la creación; en este jardín sucederá la mejor noticia de la creación definitiva.

Hay allí unos mensajeros, y la blancura de sus vestidos señala que portan un mensaje divino. Hay que estar atentos a esas señales que Dios nos brinda, para abandonar el llanto, para regresar a la alegría.

El Resucitado le pregunta el motivo de su llanto; ella no lo reconoce, pues mira hacia otro lado, hacia el lado de la muerte, hacia el sitio equivocado, hacia la tumba vacía. Pero cuando Él menciona su nombre, María lo reconoce, pues las ovejas reconocen la voz del Buen Pastor.

Cuando se reconoce al Cristo vivo, todo cambia, nada volverá a ser igual. María ha reconocido al Maestro, pero persiste en ella la imagen de Aquél que conoció, y no el Resucitado. Ha de madurar en la fé, y lo principal, el amor a Cristo se expresa en el amor al prójimo, en especial a los más pobres y los más pequeños.

El amor recuperado restaura su alegría, y pone alas a sus pies. Toda buena noticia ha de compartirse, y por ese amor que no se resigna se convierte, a pura profecía, en apóstol de los apóstoles, evangelizadora primera de la comunidad cristiana, mensajera de la mejor de las novedades para aquellos que, como ella, son hermanos del Señor, vínculo filial que nos ha regalado desde el Espíritu, por la ofrenda inmensa de su vida.

Con María Magdalena, nos obstinamos también en llevar al mundo el mensaje maravilloso y eterno de que Cristo vive, de que la muerte no tiene la última palabra.

Paz y Bien
 


Testigos de la primer hora




Lunes de la Octava de Pascua

Para el día de hoy (28/03/16):  

Evangelio según San Mateo 28, 8-15




La tumba abierta provoca prisas. Son días en que en la Escritura parecen estar todos corriendo, apurados, como si quisieran despertarse del sopor que la muerte les ha impuesto. Cristo, para las mujeres devotas, para los soldados temerosos, es en apariencia un muerto inquieto e inconveniente.

Ellas tienen un distingo único: todos se han escondido y dispersado por el miedo y se han doblegado frente al estupor de una derrota tan ignominiosa, pero ellas -aún cuando sigan aferradas a la muerte, al Crucificado- se movilizan al alba, plenas de ternura. Hay cuestiones que deben madurar, hay una Pascua que les debe germinar, pero siempre prevalece el amor a ese Cristo manso e inocente que en apariencia ha sido arrollado por el odio de sus enemigos. El amor jamás nos permite resignarnos ni abdicar la esperanza aún cuando la muerte parezca clausurar toda posibilidad.

Al Cristo que se busca de corazón siempre se le encuentra.

La Resurrección del Señor desaloja todos los nunca, los no se puede, los jamases

La Resurrección del Señor es la nueva creación, es definitiva, y su signo primordial se explicita en el miedo que se desaloja: -Alégrense!- es la señal bondadosa de que no es tiempo de rictus amargo, de miedos paralizadores, de vidas restituídas, las propias unidas al que está vivo y presenta. 
Esa alegría es la presentación eterna de un Dios que busca nuestra plenitud, no nuestra sumisión ni nuestro pesar temeroso, la misma alegría que fecunda la vida de María de Nazareth.

Esas mujeres han ido a honrar el cuerpo del Crucificado, más se han encontrado con el Resucitado. Es el mismo amor que sólo puede comprenderse desde la fé, y ese amor les pone alas en el alma y en sus pies.
Esas mujeres a las que nadie toma demasiado en cuenta -no tienen importancia por ser mujeres- tienen una misión única y poco reconocida: son testigos fieles de la Resurrección, apóstoles y evangelizadoras de los apóstoles, pues la misión cristiana es dar testimonio del Cristo vivo y a su vez transformar la existencia y vivir de acuerdo a ello. Aún sabiendo que no se les tiene demasiado en cuenta, ellas van presurosas y confiadas.

El reencuentro será en Galilea, y no se trata de unas coordenadas geográficas, pues en la periferia sin importancia es donde todo ha comenzado, en el borde en donde nunca pasa nada Dios teje eternidad y salvación, y por ello hay que regresar a las fuentes, reencontrarse allí con el Resucitado.
La clave que todo lo desata es que los apóstoles no son solamente discípulos o seguidores: por la vida ofrecida generosa y sin límites ni condiciones, por el Espíritu que todo lo renueva, ahora los discípulos son hermanos del Señor, y esa es precisamente la vocación infinita de la fé cristiana, un Cristo hermano y Señor, un Dios tan cercano que se hace parte de la familia.

Hay otros testigos de la primer hora. Los soldados -armados para custodia de un muerto, extraño combate- se adormecieron en sus deberes, en el momento importante. Nunca hay que dejar de estar atentos, a pesar de que los sopores mundanos nos aplasten. Aún así, también son testigos primeros de la tumba vacía e inútil, aunque carecen de la fé que concede trascendencia y significado.
Sin la fé, la tumba vacía es sólo eso, o eventualmente el producto de una conjura.
Ciertos dirigentes compran el silencio de esos testigos con un soborno significativo, malditos corruptos y miserables sin destino. No todo puede comprarse, hay cosas que no tienen precio.
El dinero que cambia de manos evidencia sin ambages que la corrupción siempre está vinculada a la muerte.

Pero la verdad siempre saldrá a la luz, o mejor dicho, la verdad siempre se hará luz. Felizmente hay gentes que los traficantes del odio y de la muerte jamás podrán comprar.
Los testigos del Resucitado son gratas señales de auxilio en un mundo empecinado en sumergirse en las sombras.

Paz y Bien






Domingo de Pascua: Cuéntanos, Magdalena




Pascua de la Resurrección del Señor

Para el día de hoy (27/03/16):  

Evangelio según San Juan 20, 1-9



No ha sido la historia pródiga en justicia para con María de Magdala. Cierta torpe tradición misógina la asocia a una prostituta recuperada de su vida de pecado por el Señor; aún cuando sea de tenor involuntario, tal criterio carece de fundamentos evangélicos. Más cerca en el tiempo, otra hipótesis la ubica como pareja de Jesús de Nazareth, compañera sentimental y madre de un hijo de ambos; fuera de toda precisión histórica, literaria y espiritual, ha tenido por consecuencia un estruendoso negocio literario y fílmico.

El Evangelista Lucas nos acerca cierto perfil, mencionando que la acción de Cristo ha liberado el alma de María Magdalena de siete demonios que la enfermaban. No es un dato menor, discípula que sigue a Cristo por descubrir el paso bondadoso de Dios por su vida.

Pero es el Evangelista Juan quien nos pinta lo verdaderamente importante acerca de ella: se trata de una mujer, entre varias, que acompañaba al Maestro en su ministerio, discípula como el que más, que permanece firme al pié de la cruz, que ama sin desmayos, que se pone en marcha, que no se resigna aún cuando los discípulos la traten como algo menos, como una alucinada que desvaría.

La lectura que nos brinda la liturgia Pascual tiene una dinámica extraña: todos corren, todos andan con prisas.
Sabemos que se trata del primer día de la semana, es decir, que ha terminado el Shabbat, pero hay en el dato un contenido simbólico, es el día novísimo de la nueva creación. María Magdalena se encamina a la tumba de Jesús en plena madrugada, cuando todos duermen, cuando los demás andan en otras cosas. Aunque todo esté oscuro en su alma, aunque el dolor la peine de luto, ella vá decidida allí donde reposa el Maestro que ama, y es ese amor que todo lo anticipa y que configura el alba que está próxima.
Aún perduran las sombras en su corazón, ella busca a un muerto pero a un muerto que ama sin desmayos. Aunque sea sin la Pascua que ella tiene que realizar en su interior, sus pasos la llevan sin vacilaciones al lugar en donde supone se encuentra Aquél que la ha amado primero.
El amor es la clave de la Resurrección.

La piedra enorme que obtura la entrada del sepulcro ha sido corrida, y no se trata tanto de liberar la entrada para posibilitar una improbable fuga desde adentro, sino como señal de tumba vacía, casa inútil de la muerte.
Ella sigue inmersa en la línea del espanto previo, y ese espacio sin cuerpo le indica que se lo han robado, que se lo han llevado sin saber dónde está.
Pero Cristo perdura vivo como bondadoso rescoldo en las honduras de su alma, y la noticia no es para guardársela, ha de ser compartida y comunicada. Ella es discípula y así corre urgente hacia donde están los otros discípulos. Pase lo que pase, suceda lo que suceda, nunca ha de quebrarse la comunión.

Ella es una mujer, y es discípula por la bondad y decisión de Cristo. Sin embargo para los otros, sólo es una mujer, alguien a quien no se tiene en cuenta.
Quizás por la certeza del mensaje, quizás por la pena veraz de sus ojos arrasados por las lágrimas, pero seguramente por el Espíritu que sostiene a la Iglesia, el aviso moviliza y pone prisas a Pedro y al Discípulo Amado. Nunca se puede medir el alcance cordial de un testimonio.

La tradición suele identificar al Discípulo Amado con Juan, Evangelista e hijo de Zebedeo. Algunos exégetas establecen que en realidad se trata de Lázaro de Betania, amigo entrañable de Jesús, redivivo de la muerte y la enfermedad. Sin ánimos polémicos, sólo diremos que cuando los Evangelios omiten los nombres propios tienen una intencionalidad catequética, es decir, que allí deben ir nuestros nombres, y por eso se propone en esta ocasión -humilde y limitadamente- pensar que el Discípulo Amado es la comunidad cristiana, la asamblea de los fieles, pueblo santo de Dios.

Pedro y el Discípulo Amado corren con la urgencia de la esperanza, extraña maratón de misericordia. El Discípulo Amado llega primero precisamente por ello, porque su identidad se resuelve y define desde el amor, porque el corazón del pueblo siempre llega antes que Pedro. Pero a su vez, cede el paso a quien es la roca que confirma y cimenta la fé de los hermanos, y que deberá ser testigo para los hermanos que no podrán visualizar los signos de la muerte en retroceso. El cuerpo no ha sido robado, pues el sudario está cuidadosamente colocado a un costado, como indicando que allí había un cuerpo pero que ahora no hay cadáver que revestir, que los ornamentos funerarios no sirven de nada ni tienen sentido.
Las vendas en el suelo son otra señal, pues ya no hay un muerto al que aferrar a las entrañas de la tierra, un Cristo Resucitado liberado de las garras de la muerte.

Ellos ven las señales y creen en la vida, aún cuando sea una fé germinal, aún cuando deban madurar desde la Palabra hacia la plenitud del Resucitado, la fé pascual de los apóstoles.

Cuéntanos Magdalena lo que has visto. Vuelve a contarnos esa noticia asombrosa de la tumba vacía en medio de nuestros miedos y nuestras noches, para que se nos vuelva a encender la esperanza, para que nos madure la fé, para seguir creyendo y confiando sin abdicar jamás, sin bajar los brazos, sin quedarnos quietos.

Vuelve a contarnos Magdalena lo que has visto, para que todo vuelva a tener sentido, para que nos renazcan todas las alegrías.

Feliz Pascua de Resurrección

Paz y Bien


Sábado de Gloria: buscando al que está vivo



Sábado de Gloria

Vigilia Pascual en la Noche Santa

Para el día de hoy (26/03/16):  

Evangelio según San Lucas 24, 1-12


Esas mujeres, seguramente, oscilaban entre la tristeza y el estupor del inocente ajusticiado, la pérdida del Maestro que amaban, el ambiente de derrota definitiva que las embargaba, un afecto entrañable que no se doblega ante la muerte, una fidelidad que supera el dolor.

Los brutos y eficaces crucificadores descansan los rigores de la ejecución, ajenos a cualquier injusticia. Los que se empeñaron en odiarle, duermen un piadoso sueño de labor cumplida, un sueño satisfecho sin ángeles ni Dios. 
Los discípulos casi seguro que no han pegado un ojo, demudados de miedo y con sus viejos moldes en ruinas. 
Pero esas mujeres,a pesar del llanto, no se quedan quietas. Sus figuras se encaminan al alba, y no se trata solamente de una hora del día, sino que es presagio de un tiempo nuevo. Los perfumes que llevan son para ungir a un cadáver, el cuerpo del Maestro amado, quizás con la intención de restablecer aunque sea un poco la dignidad maltrecha por las torturas y la violencia profesional; esos perfumes tal vez desalojen los hedores de la muerte, pero más allá de los ritos mortuorios, en las manos de esas mujeres son silenciosas caricias para el Señor amado.
Esos perfumes renuevan la noche cerrada con el aroma tenaz de la ternura.

Lo que no puede obviarse es que ellas son tan discípulas como el que más.
La roca de peso inverosímil que obturaba la tumba está corrida, y nada tienen que decir. A veces, cuando todo parece inmóvil, pesadísimo, definitivo, es necesario confiar en que Otro moverá todas las piedras de nuestros caminos. Nunca hay que rendirse. Otro se ocupará de que en los ámbitos cerrados de la muerte vuelva a ingresar la luz que no se disipa.

Ellas buscaban un muerto, pero se encuentran con una tumba que es inútil, vano hogar de una muerte en retroceso. Aún no entienden, y cuando la razón no alcanza, es menester rumbear por las huellas del co-razón.
Dos mensajeros las deslumbran con sus vestidos asombrosos, y les despejan todos los desconciertos. Desde sus corazones, albergue cálido de la fé que se les ha concedido, han de hacer memoria de la Palabra del Señor, una Palabra que es Palabra de Vida y Palabra Viva. 
Han ido buscando un muerto pero el muerto no está, y les anuncian que ha resucitado. Han de abandonar una búsqueda errónea, y encaminarse sin miedos hacia un puerto nuevo. Ellas han de hacer también su Pascua, su paso santo de la muerte hacia la vida.

El Cristo amigo que compartió caminos y pan, el rabbí galileo, el Hijo de María, el Maestro, el Hijo de Dios, el Señor está vivo. Todo ha comenzado en la Galilea en donde nunca pasa nada y de donde nada bueno ni nuevo se espera, santa urdimbre de Dios que teje salvación desde todas las periferias de la existencia.

Con esa novedad única que les pone prisas a sus pasos y les aligera el alma, tienen ahora una misión, que es contarle a los demás esa noticia definitiva que ha de crecer. El grano de trigo ha germinado en las honduras de la tierra, pan de vida para todos.

Y con ellas, a pesar de las incredulidades, de los desprecios, buscamos al que está vivo en cada palabra de consuelo, en cada gesto de misericordia, en cada acto de justicia, en cada brote nuevo de amor que sana, salva y libera.

La sangre del Cordero pinta nuestros corazones para que la muerte pase de largo, y nos obstinamos felices en la esperanza, humildemente enamorados de una vida que prevalece porque Dios así lo quiso, porque el Resucitado es la mansa certeza de que es el amor de Dios el que todo lo decide, y nos alegramos junto a un universo que no será igual. Nada será igual. Todo comienza en esta noche santa con el perfume del para siempre viviremos.

Feliz Pascua de Resurrección

Paz y Bien


Vigilia Pascual - Liturgia y lecturas

Sábado Santo

Vigilia Pascual en la Noche Santa


Primera parte: Solemne comienzo de la Vigilia - Lucernario

Bendición del fuego y preparación del Cirio

Queridos hermanos: En esta noche santa, en la que nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerte a la Vida, la Iglesia invita a sus hijos diseminados por toda la tierra a que se reúnan y permanezcan en vela para orar.

Si hacemos memoria de la Pascua del Señor, escuchando su Palabra y celebrando sus misterios, esperemos con fe compartir su triunfo sobre la muerte y vivir siempre con él en Dios.

(A continuación el sacerdote bendice el fuego y dice, con las manos extendidas:)

Oremos. Dios nuestro, que por medio de tu Hijo has dado a tus fieles el fuego de tu luz, santifica X este fuego nuevo y concédenos que, por esta celebración pascual, seamos de tal manera inflamados con los deseos celestiales, que podamos llegar con un corazón puro a la fiesta de la luz eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Pregón Pascual

Alégrese en el cielo el coro de los ángeles, exulten los ministros de Dios, y por la victoria de un Rey tan grande, resuene la trompeta de la salvación.

Alégrese también la tierra inundada de tanta luz, y brillando con el resplandor del Rey eterno, se vea libre de las tinieblas que cubrían al mundo entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia, adornada con los fulgores de una luz tan brillante; y resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

V.-El Señor esté con ustedes.

R.-Y con tu espíritu.

V.-Levantemos el corazón.

R.-Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V.-Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

R.-Es justo y necesario.

Realmente es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto de la mente y del corazón al Dios invisible, Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Él pagó por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán, y borró con su sangre la sentencia del primer pecado. Estas son las fiestas pascuales, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles. Esta es la noche en que sacaste de Egipto a nuestros padres, los hijos de Israel, y los hiciste pasar a pie por el mar Rojo. Esta es la noche que disipó las tinieblas de los pecados con el resplandor de una columna de fuego. Esta es la noche en que por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo, arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos. Esta es la noche en la que Cristo rompió las ataduras de la muerte y surgió victorioso de los abismos. ¡Qué admirable es tu bondad con nosotros! ¡Qué inestimable la predilección de tu amor: para rescatar al esclavo, entregaste a tu propio Hijo! ¡Pecado de Adán ciertamente necesario, que fue borrado con la sangre de Cristo! ¡Oh feliz culpa, que nos mereció tan noble y tan grande Redentor! Por eso, la santidad de esta noche aleja toda maldad, lava las culpas, devuelve la inocencia a los pecadores y la alegría a los afligidos. ¡Noche verdaderamente dichosa, en la que el cielo se une con la tierra y lo divino con lo humano! En esta noche de gracia, recibe, Padre santo, el sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te presenta por medio de sus ministros, en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas. Por eso, te rogamos, Señor, que este cirio consagrado en honor de tu Nombre, continúe ardiendo para disipar la oscuridad de esta noche y, aceptado por ti como perfume agradable, se asocie a los astros del cielo. Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana, aquel lucero que no tiene ocaso: Jesucristo, tu Hijo, que resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.


Segunda parte: Liturgia de la Palabra


1ª Lectura       (Breve) Gn 1, 26-31a

Lectura del libro del Génesis.

Al principio, cuando Dios creó todas las cosas, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra”. Y continuó diciendo: “Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde”. Y así sucedió. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno.

Palabra de Dios.


Sal 103, 1-2a. 5-6. 10. 12-14ab. 24. 35
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva toda la tierra.

Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. R.

Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡No se moverá jamás! El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas. R.

Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas. Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas. R.

Desde lo alto riegas las montañas, y la tierra se sacia con el fruto de tus obras. Haces brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva. R.

¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice al Señor, alma mía! R.


Oremos

Dios todopoderoso y eterno, tú eres admirable en todas tus obras; te pedimos que quienes hemos sido redimidos por ti, comprendamos que la creación del mundo, en el comienzo de los siglos, no es obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo, realizado en la plenitud de los tiempos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.


2ª Lectura       (Breve) Gn 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18

Lectura del libro del Génesis.

Dios puso a prueba a Abraham. “¡Abraham!”, le dijo. Él respondió: “Aquí estoy”. Entonces Dios le siguió diciendo: “Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré”. Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: “¡Abraham, Abraham!”. “Aquí estoy”, respondió él. Y el Ángel le dijo: “No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único”. Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: “Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz”.

Palabra de Dios.

Sal 15, 5. 8-11
R. Protégeme, Dios mío, porque en ti me refugio.

El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré. R.

Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.

Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.


Oremos

Dios y Padre de los creyentes, que multiplicas a los hijos de tu promesa derramando la alegría de llegar a ser hijos de Dios, y por el misterio pascual cumples la promesa hecha a Abraham de hacerlo padre de todas las naciones; concede a los pueblos de la tierra responder dignamente a la gracia de tu llamado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


3ª Lectura       Éx 14, 15—15, 1a

Lectura del libro del Éxodo.

El Señor dijo a Moisés: “Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie. Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros. Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros”. El Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de adelante hacia atrás, interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar. Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos. Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: “Huyamos de Israel, porque el Señor combate a favor de ellos contra Egipto”. El Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros”. Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar. Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó. Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor. Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor:


(Sal) Éx 15, 1b-6. 17-18
R. Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria.

Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: Él hundió en el mar los caballos y los carros. El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. Él es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza. R.

El Señor es un guerrero, su nombre es “Señor”. Él arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo. R.

El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar. Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo. R.

Tú llevas a tu pueblo, y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos. ¡El Señor reina eternamente! R.


Oremos

Dios nuestro, cuyas maravillas vemos brillar también en nuestros días, porque lo que hiciste a favor de tu pueblo elegido librándolo de la persecución del Faraón, lo realizas por medio del agua del bautismo para la salvación de las naciones; te pedimos que todos los hombres del mundo se conviertan en verdaderos hijos de Abraham y se muestren dignos de la promesa de Israel. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


4ª Lectura       Is 54, 5-14

Lectura del libro del profeta Isaías.

Tu esposo es Aquel que te hizo: su nombre es Señor de los ejércitos; tu redentor es el Santo de Israel: Él se llama “Dios de toda la tierra”. Sí, como a una esposa abandonada y afligida te ha llamado el Señor: “¿Acaso se puede despreciar a la esposa de la juventud?”, dice el Señor. Por un breve instante te dejé abandonada, pero con gran ternura te uniré conmigo; en un arrebato de indignación, te oculté mi rostro por un instante, pero me compadecí de ti con amor eterno, dice tu redentor, el Señor. Me sucederá como en los días de Noé, cuando juré que las aguas de Noé no inundarían de nuevo la tierra: así he jurado no irritarme más contra ti ni amenazarte nunca más. Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, mi alianza de paz no vacilará, dice el Señor, que se compadeció de ti. ¡Oprimida, atormentada, sin consuelo! ¡Mira! Por piedras, te pondré turquesas y por cimientos, zafiros; haré tus almenas de rubíes, tus puertas de cristal y todo tu contorno de piedras preciosas. Todos tus hijos serán discípulos del Señor, y será grande la paz de tus hijos. Estarás afianzada en la justicia, lejos de la opresión, porque nada temerás, lejos del temor, porque no te alcanzará.

Palabra de Dios.


Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
R. Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste.

Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.

Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.

Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.


Oremos

Dios todopoderoso y eterno, para que tu nombre sea glorificado multiplica la solemne promesa que hiciste a nuestros padres en la fe y aumenta con tu adopción los hijos de la promesa, para que tu Iglesia reconozca, desde ahora, el cumplimiento de cuanto creyeron y esperaron los patriarcas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


5ª Lectura       Is 55, 1-11

Lectura del libro del profeta Isaías.

Así habla el Señor: ¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David. Yo lo he puesto como testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones. Tú llamarás a una nación que no conocías, y una nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del Señor, tu Dios, y por el Santo de Israel, que te glorifica. ¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes. Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.

Palabra de Dios.

(Sal) Is 12, 2-6
R. Sacarán aguas con alegría de las fuentes de la salvación.

Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. R.

Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.


Oremos

Dios todopoderoso y eterno, esperanza única del mundo, por la voz de tus profetas diste a conocer los misterios salvadores que sucederían en el tiempo; acrecienta los santos propósitos de tu pueblo, porque tus fieles no podrán alcanzar la santidad sin la ayuda de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


6ª Lectura       Bar 3, 9-15. 32—4, 4

Lectura del libro de Baruc.

Escucha, Israel, los mandamientos de vida; presta atención para aprender a discernir. ¿Por qué, Israel, estás en un país de enemigos y has envejecido en una tierra extranjera? ¿Por qué te has contaminado con los muertos, contándote entre los que bajan al Abismo? ¡Tú has abandonado la fuente de la sabiduría! Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre. Aprende dónde está el discernimiento, dónde está la fuerza y dónde la inteligencia, para conocer al mismo tiempo dónde está la longevidad y la vida, dónde la luz de los ojos y la paz. ¿Quién ha encontrado el lugar de la Sabiduría, quién ha penetrado en sus tesoros? El que todo lo sabe, la conoce, la penetró con su inteligencia; el que formó la tierra para siempre, y la llenó de animales cuadrúpedos; el que envía la luz, y ella sale, la llama, y ella obedece temblando. Las estrellas brillan alegres en sus puestos de guardia: Él las llama, y ellas responden: “Aquí estamos”, y brillan alegremente para aquel que las creó. ¡Este es nuestro Dios, ningún otro cuenta al lado de él! Él penetró todos los caminos de la ciencia y se la dio a Jacob, su servidor, y a Israel, su predilecto. Después de esto apareció sobre la tierra, y vivió entre los hombres. La Sabiduría es el libro de los preceptos de Dios y la Ley que subsiste eternamente: los que la retienen, alcanzarán la vida, pero los que la abandonan, morirán. Vuélvete, Jacob, y tómala, camina hacia el resplandor, atraído por su luz. No cedas a otro tu gloria, ni tus privilegios a un pueblo extranjero. Felices de nosotros, Israel, porque se nos dio a conocer lo que agrada a Dios.

Palabra de Dios.
Sal 18, 8-11
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R.

Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. R.

La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R.

Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. R.


Oremos

Dios nuestro, que haces crecer a tu Iglesia convocando a todos los pueblos; protege siempre a cuantos purificas en el agua del bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


7ª Lectura       Ez 36, 17a. 18-28
Lectura de la profecía de Ezequiel.

La palabra del Señor me llegó en estos términos: “Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel habitaba en su propio suelo, lo contaminó con su conducta y sus acciones. Entonces derramé mi furor sobre ellos, por la sangre que habían derramado sobre el país y por los ídolos con que lo habían contaminado. Los dispersé entre las naciones y ellos se diseminaron por los países. Los juzgué según su conducta y sus acciones. Y al llegar a las naciones adonde habían ido, profanaron mi santo nombre, haciendo que se dijera de ellos: ‘Son el pueblo del Señor, pero han tenido que salir de su país’. Entonces yo tuve compasión de mi santo nombre, que el pueblo de Israel profanaba entre las naciones adonde había ido. Por eso, di al pueblo de Israel: ‘Así habla el Señor: Yo no obro por consideración a ustedes, casa de Israel, sino por el honor de mi santo nombre, que ustedes han profanado entre las naciones adonde han ido. Yo santificaré mi gran nombre, profanado entre las naciones, profanado por ustedes. Y las naciones sabrán que yo soy el Señor –oráculo del Señor– cuando manifieste mi santidad a la vista de ellas, por medio de ustedes. Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios’”.

Palabra de Dios.


Sal 41, 3. 5bcd; 42, 3-4
R. Mi alma tiene sed de Dios.

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? R.

¡Cómo iba en medio de la multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de alegría y alabanza, en el júbilo de la fiesta! R.

Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. R.

Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío. R.


Oremos

Dios de poder inmutable, cuyo resplandor no conoce el ocaso, mira con bondad a tu Iglesia, signo de tu presencia entre nosotros; prosigue serenamente la obra de la salvación humana según tu proyecto eterno, y haz que todos los hombres experimenten y vean cómo lo abatido por el pecado se restablece, lo viejo se renueva, y la creación se restaura plenamente por Cristo, de quien todo procede. Que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.
Comentario

Desde la primera página del Génesis, Dios pone su obra del lado de la luz. Todas las lecturas proclamadas esta noche son testimonio de la luz de Jesucristo Resucitado, que ya estaba presente en la creación del mundo. Dejemos que nuestra vida transcurra iluminada por la diáfana presencia del Señor, vivo en medio nuestro.

Oración colecta

Dios nuestro, que iluminas esta santísima noche con la gloria de la resurrección del Señor; acrecienta en tu Iglesia el espíritu de adopción de hijos para que, renovados en el cuerpo y en el alma, te sirvamos con plena fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.


Epístola          Rom 6, 3-11

Lectura de la Carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.

Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.

Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23
R. Aleluya, aleluya, aleluya.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor! R.

La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.


Evangelio        Lc 24, 1-12

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: ‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día’”. Y las mujeres recordaron sus palabras. Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.

Palabra del Señor.


Tercera parte: Liturgia bautismal

Letanías

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.

Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.

Santa María, Madre de Dios. Ruega por nosotros.

San Miguel. Ruega por nosotros.

Santos ángeles de Dios. Ruega por nosotros.

San Juan Bautista. Ruega por nosotros

San José. Ruega por nosotros.

Santos Pedro y Pablo. Rueguen...

San Andrés. Ruega...

San Juan. Ruega...

Santa María Magdalena. Ruega...

San Esteban. Ruega...

San Ignacio de Antioquía. Ruega...

San Lorenzo. Ruega...

Santas Perpetua y Felicidad. Rueguen...

Santa Inés. Ruega...

San Gregorio (Magno). Ruega...

San Agustín. Ruega...

San Atanasio. Ruega...

San Basilio. Ruega...

San Martín (de Tours). Ruega...

San Benito. Ruega...

Santos Francisco y Domingo. Rueguen...

San Francisco (Javier). Ruega...

San Juan María (Vianney). Ruega...

Santa Catalina (de Siena). Ruega...

Santa Teresa de Jesús. Ruega...

Todos los santos y santas de Dios. Rueguen...

Por tu bondad. Líbranos, Señor.

De todo mal. Líbranos, Señor.

De todo pecado. Líbranos, Señor.

De la muerte eterna. Líbranos, Señor.

Por el misterio de tu encarnación. Líbranos, Señor.

Por tu muerte y resurrección. Líbranos, Señor.

Por el envío del Espíritu Santo. Líbranos, Señor.

Nosotros que somos pecadores, te pedimos. Escúchanos, Señor.



- Bendición del agua bautismal

- Bendición del agua común


Renovación de las promesas bautismales


Queridísimos hermanos: Por el Misterio Pascual, en el bautismo fuimos sepultados con Cristo para que también nosotros llevemos con él una vida nueva. Por eso, culminado nuestro camino cuaresmal, renovemos las promesas del santo bautismo, por las que un día renunciamos al demonio y a sus obras y prometimos servir al Señor en la santa Iglesia Católica.

Por tanto:

S. ¿Renuncian al demonio?

T. Sí, renuncio.

S. ¿Renuncian a todas sus obras?

T. Sí, renuncio.

S. ¿Renuncian a todos sus engaños?

T. Sí, renuncio.


O bien:

S. ¿Renuncian al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

T. Sí, renuncio.

S. ¿Renuncian a los engaños del mal para no ser esclavos del pecado?

T. Sí, renuncio.

S. ¿Renuncian al demonio, que es autor del pecado?

T. Sí, renuncio.


Después el sacerdote prosigue, diciendo:

S. ¿Creen en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?

T. Sí, creo.

S. ¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de la Virgen María, padeció y fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?

T. Sí, creo.

S. ¿Creen en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la Vida eterna?

T. Sí, creo.

Y el sacerdote concluye:

Y Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha hecho renacer por el agua y el Espíritu Santo, y nos ha perdonado los pecados, nos conserve con su gracia en Jesucristo nuestro Señor, para la Vida eterna.

T. Amén.



Cuarta parte: Liturgia eucarística

Oración sobre las ofrendas

Señor Dios, recibe las oraciones de tu pueblo junto con estas ofrendas, de manera que tu acción sacramental inaugurada por los misterios pascuales nos sirva de remedio para la eternidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión  cf. 1Cor 5, 7-8

Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, esta fiesta con los panes sin levadura de la pureza y la verdad, aleluya.

Oración después de la comunión

Infunde en nosotros, Padre, tu espíritu de amor, para que, saciados con los sacramentos pascuales, permanezcamos unidos en la misma fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Bendición solemne     

Dios todopoderoso los bendiga en esta solemne fiesta de Pascua y, por su bondad, los proteja de toda sombra de pecado.

R. Amén.

Él, que por la Resurrección de su Hijo los ha renovado para la vida eterna, les conceda la recompensa de la inmortalidad.

R. Amén.

Y ya que han celebrado con honda alegría esta Pascua, al terminar los días de la pasión del Señor, les conceda participar con inmensa alegría de los gozos eternos.

R. Amén.

Y los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo.

R. Amén.


Solemne saludo a nuestra Señora

Queridísimos hermanos: En esta noche, la más santa de todas, en la que permaneciendo en vela hemos celebrado la Pascua del Señor, es justo alegrarse con la Madre de Jesús por la Resurrección de su Hijo.

Este fue el acontecimiento que realizó plenamente su esperanza y dio a todos los hombres la salvación. Así como nosotros, pecadores, la hemos contemplado unidos en el dolor, así, como redimidos, la honramos unidos en el gozo pascual.
Oremos

Señor, que has alegrado al mundo por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, concédenos que por la intercesión de su Madre, la Virgen María, alcancemos los gozos de la Vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

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