Cristo origen, transcurrir y destino












Para el día de hoy (31/12/18):  

Evangelio según San Juan 1, 1-18








Palabra, Alfa y Omega, principio y fin. 

Luz en las tinieblas, palabra de amor que crea y re-crea. Palabra eterna, Verbo de Dios. 

Palabra que traza humildes caminos a través de toda la historia humana, y cuyos ecos escuchamos en la lejanía cordial de Abraham, en los sueños de José, en los combates de Jacob, en los andares de Israel por el desierto bajo el cayado de Moisés. 

Palabra que se anuncia por los profetas. Palabra que se clama en el Bautista. Palabra que se hace carne, tiempo, historia, un bebé en brazos de su Madre y habita entre nosotros.

Verbo que se hace tiempo para que recuperemos el habla, la capacidad de decirle cosas a Dios y al hermano, corazones que sepan escuchar y comprender.

Palabra que crea y re-crea.

En el desierto, el pueblo de Israel se afirmaba en la Tienda del Encuentro, encrucijada santa de Dios con su pueblo.
En Tierra Santa, el vórtice se encuentra en el Templo.

En estos tiempos y para siempre, el punto de encuentro definitivo es Cristo, Señor y hermano nuestro, hijo de María, hijo de Dios.

Que Cristo sea tu comienzo, tu transcurrir, tu destino. Que el Niño en pañales en brazos de su Madre -señal fundamental de la Gloria de Dios- signe tu camino y alumbre tus tinieblas. 

Y que tengas un magnífico año en Dios.

Paz y Bien

La Sagrada Familia: Dios se hace pariente de cada uno de nosotros














La Sagrada Familia de Jesús, María y José

Para el día de hoy (30/12/18)  

Evangelio según San Lucas 2, 41-52








Usualmente, se utilizan conceptos actuales para mensurar acontecimientos de otras épocas, y esos anacronismos poco tienen de veraces y, mucho menos, de justos. Así entonces, cuando abordamos la reflexión de la lectura que nos ofrece la liturgia de este día, nos quedaríamos solamente con una imagen pueril, infantil, del Jesús que junto a sus padres sube a Jerusalem, al Templo.

La religiosidad judía tenía tres fiestas insoslayables para el pueblo: la Pascua, la Fiesta de las Semanas -Pentecostés- y la Fiesta de las Tiendas o Tabernáculos -Sukkot-. En las tres, todos los judíos estaban obligados a participar con presencia personal, aún cuando no vivieran en Jerusalem o en sus cercanías. La presencia de la familia de Nazareth indica que eran fieles a las tradiciones de sus mayores, judíos hasta los huesos, continuadores de una historia que se enraizaba en siglos.
Pero la mención que realiza el Evangelista a la edad del Hijo no es circunstancial, y aquí regresamos al párrafo inicial: a los doce años, todo varón judío alcanza la mayoría de edad, con los derechos y obligaciones propias de un adulto, y es por ello que Él también participa como un hombre de las celebraciones de la Pascua junto a María y José.

En las tradiciones talmúdicas que perduran hasta nuestros días, el varón entre los doce y los trece años es considerado un hijo de la Ley, hijo de los Preceptos, y hay un rito de iniciación y plegaria hacia esa vida adulta y comprometida que se espera del joven -Bar Mitzvah-.

Pero en tiempos de Jesús, a esa edad se consideraba que el joven estaba debidamente formado para asumir sus responsabilidades familiares, comunitarias y religiosas, todas ellas recíprocas entre sí. Y en la vertiente familiar, se ubicaba la continuación del oficio paterno: ya a los doce años, los jóvenes varones judíos eran aprendices avanzados del oficio de su padre, y el no seguimiento del mismo significaba una ruptura con la tradición difícil de remontar -algo de ello podemos observar con Juan el Bautista-. Por lo tanto, la edad de doce años señalada es crucial, decisiva: Jesús de Nazareth asume su condición de Hijo y las cosas de su Padre en el lugar propio para ello, el Templo de Jerusalem. Ello se ubica en la pura tradición de Israel, como un Hijo fiel de su Padre.
Su tarea no será sacerdotal, cultual, eso le corresponde a otros, y por eso enseña a doctores de la ley que lo escuchan estupefactos. El ministerio del Maestro comienza mucho antes de lo que solemos considerar, y asoma humilde desde su infancia madura.

En ese aspecto, su compromiso es absoluto, y parece olvidarse de todo excepto de aquello que concita su atención y toda su existencia, las cosas de Dios. 

Para sus padres, José y María, aún cuando respeten a ultranza la Ley y las tradiciones, ese Jesús sigue siendo su niño, el niño de los asombros, el bebé de Belén, no todavía un adulto. La pérdida o extravío del hijo durante tres días es simbólica, y refiere a un futuro no tan distante, que es parte de la misma fidelidad que encarna: implica el tiempo de muerte y tumba, de luz incontenible en la Resurrección al tercer día.
El joven matrimonio galileo también anda perdido y sin comprender, pero al tercer día no caben en sí de asombro, y surge el discipulado cristiano: aunque la razón no pueda darle respuestas, María -madre y discípula- atesora en las honduras de su corazón la Palabra del Hijo.

El joven Jesús -que ya no es niño- regresará a su Nazareth con sus padres. Allí vivirá sujeto a ellos, obediente y trabajador como el padre, creciendo en Gracia y en sabiduría a los ojos de Dios y de las gentes, un Dios tan cercano que se hace pariente, parte de la familia, que vive y crece con nosotros, que bendice nuestros días, que santifica lo cotidiano.

En la calidez del hogar podemos contemplar al niño y al joven que regirá el universo desde la caridad.

Paz y Bien

Un bebé muy pequeño que es más grande que todo el universo














Para el día de hoy (29/12/18):  

Evangelio según San Lucas 2, 22-35










Los datos crudos y lineales nos dejan sólo en un plano limitado, el de una joven pareja de provincias con un bebé en brazos, que concurren al Templo de Jerusalem a cumplir con las prescripciones estrictas de su religión y con las tradiciones de sus mayores. Son judíos hasta los huesos, pero a su vez son muy pobres y el acento delata que vienen de esa zona galilea de donde nada bueno se espera.

Un bebé tan chiquito en un Templo tan grande e imponente, y ellos como unos granitos de arena en el mar de gente que viene y vá, el aroma del incienso y el humo de la grasa de los animales que se quema en los sacrificios.
El Dios del universo que llega a santificar verdaderamente a ese templo de piedra pero nadie lo vé.

Se presentan por dos ritos puntuales, la purificación de la madre y el rescate del hijo. Bajo las rígidas normas de impureza ritual, las parturientas devenían en cultualmente impuras, y cuarenta días luego del parto debían ofrecer un sacrificio cerca de la Puerta de las Mujeres. Por otra parte, los primogénitos de Israel pertenecían a Dios y debían dedicarse al servicio del Templo: por ello los padres ofrecían un sacrificio o pago como rescate de ese niño.
Extraño tiempo en donde la más pura concurre humildemente a ser purificado, y Aquél que es nuestro redentor y nuestra liberación es llevado en brazos para ser rescatado.

El abuelo Simeón es un hombre profundamente piadoso, de vida orante, esas vidas tenaces que nunca, jamás, abdican la esperanza. Un hombre que reza y confía tiene una mirada extensa y profunda aún cuando el desgaste de los años le complique las cosas. Un hombre así -laico, viejo, gastado- es un profeta aunque no se lo reconozca como tal, amigo de su Dios y fiel vocero de sus cosas.

Un detalle fundamental: Simeón está en Jerusalem pero nó en el Templo, pues su templo se ubica en las honduras de su corazón. Él se dirige a esa construcción imponente movido por el Espíritu de Dios, y se deja conducir por Él. Simeón es un hombre justo que espera contra toda lógica, justo por ajustar su voluntad a la voluntad de Dios.

Cuando el hombre confluye en su alma y sus acciones en las cosas de Dios acontecen los milagros.
Simeón, profeta y abuelo cordial, ingresa al mismo tiempo en que la sagrada familia nazarena se hace presente allí, fiel a la fé y las tradiciones de sus mayores.
No los sacerdotes ni los escribas ni los levitas se dan cuenta de lo que pasa. Pero los ojos cansados de Simeón se encienden a pura profecía.

Ese bebé en sus manos es Aquél que su pueblo espera con ansias, el que fué prometido desde siempre por su Dios, el que rescataría a los suyos, el que revestiría de Gloria a Israel y derramaría bendición a todas las naciones.
Ese bebé santo se vuelve plegaria de gratitud y paz en sus brazos, y él podrá irse en paz porque en Su presencia, su vida ha sido colmada y plena.

Ese niño colma los corazones de las mujeres y los hombres de buena voluntad que se mantienen en su fé, y a la vez será señal de contradicción y hasta dolor para su Madre, Con Él todo saldrá a la luz.

Paz y Bien

Los Santos Inocentes y los Herodes de todos los tiempos














Los Santos Inocentes, mártires

Para el día de hoy (28/12/18):  

Evangelio según San Mateo 2, 13-18









Las coincidencias históricas entre los diversos hechos narrados por los Evangelistas son, a menudo, difíciles de comprobar por la historiografía y por otras disciplinas. Y está que así sea: los Evangelios no son crónicas históricas exactas, sino más bien relatos teológicos, es decir, espirituales.
Así entonces, de manera directa, es difícil encontrar alguna fuente que ratifique lo que narra San Mateo respecto de la matanza de niños en Belén y alrededores. Sin embargo, por duro que parezca, hubiera significado el homicidio de aproximadamente veinte niños menores a dos años en un pueblo pequeño sin demasiada relevancia. Y la historia no suelen escribirla los pequeños, la dictan los poderosos, y es una causa probable que ello causara un dolor extremo a las familias de dichos niños pero, a la vez, que el hecho hubiera sido relativamente desconocido.

Una vía probable sería a través del instigador de estos homicidios, el rey del lugar llamado Herodes el Grande o Herodes I. Era de origen idumeo, formado bajo una cultura y educación helenizadas, por lo que no era -para Israel- un rey auténtico. Antes bien, era considerado por la mayoría de sus súbditos como un usurpador violento e inescrupuloso, y gobernaba sobre Judea, Galilea, Idumea y Samaria. Su poder se cimentaba especialmente en el apoyo explícito -militar y político- que le brindaba el ocupante imperial romano, de quien se consideraba vasallo absoluto. Así mismo, contrataba mercenarios como propia tropa de choque, feroz e inmoral.
Si bien sería recordado por reconstruir el Templo de Jerusalem, también era temido hasta límites asombrosos. Todos sabían que que había mandado ejecutar a toda la familia real asmonea, dinastía que lo precedió en el dominio de Judea; todos conocían que también envió a la muerte a dos de sus propios hijos bajo sospechas éstos de conspiración y traición, y que no vacilaba a a hora de reprimir violentamente cualquier indicio de disenso o de asomo de alzamiento zelota.

Con estos precedentes, no es para nada improbable que, al enterarse por boca de los magos de Oriente del nacimiento en Belén de un Niño prodigioso de la estirpe de David, imagine allí en ese bebé un enorme riesgo a mediano plazo que venga a cuestionar su corona de dudoso origen, Alguien que con su sola presencia pondría en entredicho su poder. Y que al no tener certezas de quien és, mande ejecutar a todos los niños del lugar, indefensos testigos de ese Cristo que recién amanece a la existencia.
Sus hijos, que heredarían dominio y corona,, no serían mejores que él. Arquelao lo superaría en crueldad junto a Filipos, y Antipas acabaría orgiásticamente con la vida del Bautista.

A través de los siglos, y en nuestros tiempos también, hemos tenido y tenemos muchos Herodes brutales, impunes, impiadosos, especialistas en atropellar las vidas de niños en pos de la conservación de su poder.
Herodes que abusan de los niños, especialmente aquellos que se aprovecharon de investiduras y posiciones.
Herodes del aborto fundado en ideologías, progresismos, modernidad, Herodes del asesinato concienzudo y racionalista, aprovechándose abiertamente de aquellos que no pueden defenderse ni tienen voz.
Herodes pretendidamente pro-vida, que ignoran a los niños luego de que nacen, y no les importa que queden abandonados a su suerte, a la miseria, a la explotación. Si el primer derecho es el derecho a la vida, estos Herodes reniegan del que le sigue, el derecho a una vida digna.
Herodes de la guerra, de la tecnología bélica que justifica la muerte de niños como daños colaterales.
Herodes -aves negras y rapaces- del narcotráfico.
Herodes de la explotación sexual y laboral de criaturas.

La matanza de los inocentes quizás nos recuerde que este Dios con nosotros no ha venido revestido de gloria, con abierta voluntad de imponerse por la fuerza. Este Dios se ha quedado entre nosotros desde la debilidad, la fragilidad, y cuenta con nuestras manos para salir adelante.

Paz y Bien

San Juan Evangelista: la comunidad cristiana es el Discípulo Amado


















San Juan, apóstol y Evangelista

Para el día de hoy (27/12/18):  

Evangelio según San Juan 20, 1-8








En los tiempos del ministerio del Señor, era creencia popular que el espíritu del fallecido permanecería en los alrededores de la tumba por tres días y por ello los deudos visitarían la tumba solamente en ese lapso. El dato es costumbrista, pero nos abre otra perspectiva también al tercer día que anunciaba Cristo para su Resurrección.
Sin embargo, aquí cuenta para referirnos a la mención que realiza el Evangelista acerca de la presencia en la tumba de María Magdalena: ella llega el primer día de la semana. Las rígidas normas religiosas vigentes en su tiempo impedían que en pleno Shabbat se desarrollara cualquier actividad, y menos aún acudir a una tumba por razones de impureza ritual, ante lo cual María de Magdala sólo podría haber ido el sábado al caer el sol -luego de la primer estrella-, y nó antes. Pero nada dice de que haya ido el tercer día post crucifixión: la construcción es simbólica, pues en verdad se trata de un nuevo día que no es tanto cronológico sino fundante del tiempo definitivo de la Salvación, de la victoria de Cristo sobre la muerte.

Un nuevo día. Todo estaba sumido en las sombras, en una oscuridad que refleja la tristeza de María, la luz de la fé que está ausente, y será Cristo quien la iluminará. Cristo enciende todas las luces en nuestras noches.
Ella vé que la enorme piedra que obtura el acceso a la tumba nueva está corrida; piensa -con razón- que como una afrenta postrera, los enemigos del Maestro han robado el cadáver, quizás también en la idea de negarle a sus seguidores un sitio de encuentro y veneración, y así su tristeza dá paso a la desolación, al horror.
Que ella corra a dar parte de lo ocurrido a Simón Pedro y al Discípulo Amado tiene una gran importancia, pues es el símbolo de la comunión eclesial que debe permanecer firme aún en los momentos más difíciles. Pero hay más, siempre hay más.

Ella es mujer, y como tal carece de voz y de derechos legales. De ese modo, los dos apóstoles -Pedro y el Discípulo Amado- haciéndose presentes en la tumba vacía será importantísima: ellos dos conformarán los extremos jurídicos requeridos para que un testimonio sea veraz, la verdad de una tumba que es inútil, que ya no es hogar de la muerte porque la muerte ha sido vencida.

La noticia les pone prisas. Ellos corren como nunca lo han hecho, pero el Discípulo Amado se adelanta, llega primero. Quizás ello delate que es más joven que el pescador amigo del Señor, roca de la comunidad. Pero en verdad se trata del amor, que llega siempre antes y con mayor profundidad que cualquier razón.
El Discípulo Amado mira la tumba vacía, los lienzos que hacían de mortaja apartados, inservibles porque no hay un cuerpo muerto que contener. El Discípulo Amado no ingresa a la tumba vacía, pero mira, vé y cree. Su mirada se aclara y se vuelve profunda desde la fé.

Tradicionalmente se ha asociado al Discípulo Amado con el Evangelista Juan, hermano de Santiago, hijo de Zebedeo y Salomé, y razones no faltan. Algunos exégetas, en cambio, lo identifican con Lázaro de Betania, amigo del Señor.
Sin embargo, hay un dato significativo: el Discípulo Amado no tiene, en esta lectura, un nombre que lo identifique. Allí pueden estar los nombres de cada uno de nosotros, y por ello el Discípulo Amado es la comunidad cristiana, testigo fiel de la resurección de Cristo.

Del pesebre pobre y humilde de Belén nada se esperaba.
De la tumba sólo se supone muerte y final. Pero el Padre de Jesús de Nazareth empuja la vida con su Gracia en un pesebre en donde todo comienza y en una tumba inútil en donde todo amanece de manera definitiva.

Paz y Bien

San Esteban, testigo fiel de la vida















San Esteban, primer mártir

Para el día de hoy (26/12/18)  

Evangelio según San Mateo 10, 17-22






Como un contrapunto de notas graves y agudas, la Iglesia nos propone a través de la liturgia del día la contemplación del martirio de San Esteban, protomártir -primer mártir-, y en apariencia, se derrumba la imagen bucólica del pesebre de Belén que tanto nos gusta, y que suele estar tan alejada de la infinita fidelidad del Dios que nos nace. 

Porque del pesebre de Belén surge una luz incandescente que poco tiene de folklórica o romántica: ese Niño Santo es también un Niño frágil que por ese amor que se encarna, será perseguido con saña, sin compasión. Ese Niño lleva inscrito en las honduras de su corazón sagrado una fidelidad que, a su tiempo, lo conducirá al Gólgota, a los horrores de la cruz.

Amar a ese Niño implica involucrarse, comprometer toda la existencia tras esa vida que nos amanece hasta las últimas consecuencias. 

La otra cara de Belén entonces es, precisamente, permanecer fieles frente a las persecuciones. El amor es peligroso para los déspotas de todos los tiempos. Y signo de salvación es la fidelidad que se mantiene y no se resigna.

Esteban lo comprendió en lo profundo de su existencia. El Niño de Belén, el que sería su Maestro y Señor, eligió la pobreza, los márgenes, la bondad y la mansedumbre. Y Esteban, frente al embate cruel de los poderosos, frente a la persecución enardecida, no abdica en su fidelidad, testigo de la vida en medio de la noche de la violencia.

Que el Espíritu nos mantenga en pié en los momentos difíciles.

Paz y Bien

El Verbo se hizo carne, misterio de ternura y solidaridad













La Natividad del Señor

Para el día de hoy (25/12/18)  

Evangelio según San Juan 1, 1-18







Misterio infinito de ternura. Puente que franquea todos los abismos insondables, el Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros.

Perdidos entre el ruido, heridos de soledad, mudos sin remedio, Dios se hace Palabra para que recuperemos el habla. Para dialogar y escucharnos entre nosotros. Para escuchar y hablarle a Dios.

Misterio maravilloso de solidaridad y compasión, Dios asume nuestra frágil condición para elevarla a su plenitud. 

Todo parte desde Él, todo vá hacia Él,  todo destino encuentra su sentido pleno en Él.

El mundo se empeña en no escuchar esa Palabra que es su salvación y su vida, en violentos esfuerzos que pretenden imponer una reducción a un silencio estéril.
Cómo haremos para reencontrarnos, en estos tiempos tan oscuros y confusos, con ese Dios que abaja, que se llega al arrabal de nuestras existencias?

El Verbo es la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Buenos y malos. Creyentes o incrédulos, amigos y enemigos.

Aquél que hizo cielos y tierra, que sostiene al cosmos, que es infinito y todopoderoso se ha hecho un bebé santo que tiembla en la noche fría. Niño Rey sin otro palacio que un refugio nocturno de animales, sin otro trono que los brazos de su Madre.

Cómo se celebra entonces la Navidad?

Haciendo familia al extraño, al que nadie quiere, al que languidece en soledad. Edificando humildes puentes de solidaridad. Tendiendo manos fraternas que se ocupan y preocupan por el otro. Reivindicando y defendiendo la vida cada día, todos los días sin medias tintas. Bajando al llano del hermano doliente desde los páramos cerrados de nuestros egoísmos.
Descubriendo al Dios del universo en cada niño que se gesta y que nace, misterio total de la vida que siempre prevalecerá.

Dios se encarna en la historia desde la fragilidad y la inocencia, desde la ternura y la compasión, y nada será igual. No hay más imposibles.

Muy feliz Navidad.

Paz y Bien


Niño, pañales y pesebre, señal de Salvación












Vigilia de Navidad - Misa del Gallo

Para el día de hoy (24/12/18)  

Evangelio según San Lucas 2, 1-14








Ciento veinte kilómetros, aproximadamente, es la distancia que separa Nazareth de Galilea de Belén de Judá.
Visto sobre un mapa, y más en estos tiempos, no parece una gran distancia. Tampoco le importa mucho al César Augusto, que manda empadronarse a todos sus súbditos a su lugar de origen.

José y su familia son originarios de esa Belén que tantas tradiciones porta, y cuyos orígenes refieren al rey David. Y hacia allí van, quizás en un viaje arduo y trabajoso por varios senderos de montaña, tal vez un viaje de diez días.

Una distancia sin dudas enorme para un embarazo tan avanzado como el de María.

Pero otra distancia no tan visible es la que no pueden franquear. Ellos son galileos, de un pueblito que no figura en los mapas: como tales, son siempre sospechosos de heterodoxia, de contaminación profana, y una mirada despectiva hacia los provincianos desde la rigurosa Judá de la estricta observancia religiosa. Seguramente las ropas y el acento los venden sin ambages. Quizás fuera ése uno de los motivos para no brindarles alojamiento en la posada, con la excusa de que no hay lugar por la marea de gente que vá de un lado hacia el otro por el censo imperial.
Pero María está en trabajo de parto, y una parturienta -para los severos criterios imperantes- es una impura que es mejor aislar, y esa impureza se propala a todos los que estén cerca o entre en contacto con la novel madre. Esa misma muchachita judía de la periferia concurrirá poco tiempo después al Templo y ofrecerá dos pajaritos como ofrenda de purificación.
Mejor no arriesgarse a tales problemas, ni locos. Fuera, es una posada respetable.

El apuro no se puede postergar. Basta un poco de imaginación para situarse en las angustias de esa joven madre primeriza en un refugio de animales -casi a la intemperie-, y de ese artesano galileo que quizás no sepa qué hacer en esos menesteres del parto.

Por la zona trabajan unos pastores que pasan la noche al aire libre, al cuidado de sus rebaños. Son los últimos, los trabajadores muy mal pagos y que se desloman por su pan. Carecen de buena fama porque los suponen amigos de lo ajeno y, por oficio, infractores frecuentes del sábado e impuros por las heces de las ovejas. No, no los invitarías a tu mesa navideña, y en esos tiempos menos que menos les abrirían las puertas del hogar familiar.

Tiempo nuevo, tiempo extraño, tiempo asombroso. El Ángel del Señor lleva una gran noticia, la mejor de las noticias: ha nacido un Salvador que será una enorme alegría para todo el pueblo, Aquél que todos esperaban, empezando por ellos mismos.
Mensaje imborrable por el cual la historia humana dá un giro definitivo, y que se escucha con gloria y con paz en los corazones de los humildes.

Hay una señal para reconocer al Salvador: bebé, pañales y pesebre.

Dios asume nuestra limitadísima condición desde la fragilidad de un niño que se adormece en brazos de su madre, que sufre el frío y tiene hambre.

Bebé santo, pañales para cuidar la vida, pesebre humilde de cobijo. Señales de salvación para todos los pueblos.

Feliz Navidad para todos

Paz y Bien



Benedictus: tiempo gratísimo en donde se cambia la historia desde los pequeños













Misa de la mañana 

Para el día de hoy (24/12/18) 

Evangelio según San Lucas 1, 67-79








La oración de la Iglesia contempla y reza cada mañana en Laudes la profecía de Zacarías, el llamado Benedictus. Ora con fervor a ese Dios que disipa todas las sombras de la muerte, que nos crece amaneceres de continuo.

Porque Dios es un Dios que cumple sus promesas al pié de la letra, profundamente implicado en la historia de la humanidad.

Hagamos memoria: Zacarías era sacerdote de edad avanzada: con su esposa Isabel no habían podido tener hijos hasta ese tiempo en el que se asomaba ya la muerte natural. Sin embargo, la intervención de la asombrosa misericordia de Dios les regala un hijo. Quizás porque estaban más para abuelos que para papás, quizás porque cuando no hay cosas nuevas que decir, quizás porque a menudo hay que dejar que la fé nos despeje oscuridades, Zacarías sucumbe a una tozuda mudez.

A veces lo que se aparece como un castigo es una bendición con otro perfil. Ese silencio obligatorio le permite madurar una vida nueva a pesar de ser un hombre mayor.

Quién dijo que ya está, que no se puede, que todo ha terminado?

Un hijo es una bendición infinita, una humilde ratificación desde la ternura que la vida prevalece. 
En estos tiempos de crueldad bruta y cobarde escondida tras una pátina de corrección política, ser padres es un acto revolucionario.

Como todos los hombres de Dios, de mirada profunda. Zacarías sabe que ese hijo suyo será importantísimo para un tiempo que se viene asomando, el tiempo santo de Dios y el hombre.

Tiempo gratísimo en donde se cambia la historia desde los pequeños.
Tan importantes y cruciales son los niños que el Dios del universo decide llegarse a nuestros humanos arrabales siendo un bebé santo en brazos de su Madre, y por el que todos los niños son sagrados.

Hermanos y amigos, que en esta Navidad Dios les siga suscitando salvación en sus existencias, y que en verdad nazca en sus corazones el sol que nace de lo alto, disipando todas las tinieblas y sombras de muerte.

Paz y Bien

Navidad es Jesús, y no hay Navidad sin María de Nazareth













Domingo Cuarto de Adviento 

Para el día de hoy (23/12/18) 

Evangelio según San Lucas 1, 39-45








La Liturgia nos regala una lectura plena en contraposiciones, como si fuera una sinfonía cuidadosamente elaborada. Una sinfonía espiritual.

Una de las dos mujeres es bastante mayor, casi una abuela para los trajines de una maternidad en ciernes. En aquellos tiempos la esterilidad se consideraba una maldición por pretéritos pecados; no obstante, lucir una panza de seis meses frente a las vecinas traería una multitud de comentarios sotto voce -quizás de índole sexual-, con lo cual Isabel se recluye en su hogar, como escondida, guardándose ese bien que Dios le ha prodigado a ella y a su esposo Zacarías. Esos dos ancianos son el símbolo de un Israel que, a pesar de envejecido en su historia, aún puede dar frutos asombrosos.

La otra mujer está en las antípodas de Isabel. Es jovencísima -una adolescente a nuestros ojos, casi una niña-, muchachita que sale presurosa al encuentro de su parienta, casi abuela.

Isabel y Zacarías tienen su hogar en Ain Karem, en las montañas de la Judá de la religiosidad estricta, la religión que se cree pura y perfecta.
María proviene de una aldea polvorienta que no figura en los mapas: Nazareth está enclavada en plena Galilea, tierra siempre sospechosa de contaminación extranjera, a la que los jefes religiosos de Jerusalem suponen baldada y estéril, un arrabal turbio en donde nunca pasa nada bueno, fuente permanente de problemas.

Isabel es esposa de un sacerdote -Zacarías- de la casta u orden de Abdías. Sirve en el Templo, y eso le otorga cierto estatus social, tranquilidad económica y prestigio entre sus vecinos.

María está deposada con José, que si bien desciende del rey David, es un artesano que a duras penas gana el sustento con el esfuerzo de sus manos. María es una campesina de provincias.

María también está embarazada. Lleva tres meses de un bebé que se gesta en su seno, un bebé asombroso, fruto del Altísimo. Aún así, sale sin demoras -alas en sus pies descalzos-, por el aviso de un Mensajero. Ella sabía que la situación de Isabel también era cosa de su Dios, y con un corazón de mujer que vá a ser madre sale al encuentro de su parienta. La caridad expresada en la solidaridad pone prisas y no admite demoras.

Sin embargo, la causal primordial es que todo esto es cuestión divina. Su urgencia en recorrer los casi cien kilómetros -sola, jovencita, embarazada- entre Nazareth y Ain Karem es su respuesta cordial a la Palabra que escucha y cobija en las honduras de su corazón puro e inmenso, y que se le ha revelado por el Mensajero.

No basta con oír. Es menester escuchar, escuchar con atención y dejar que esa semilla de la escucha atenta germine y produzca frutos.

Sucede entonces el encuentro entre esas dos mujeres con el grato horizonte de madre. En estos tiempos -y tal vez en aquellos también- gestar a un hijo con amor y esperanza es un hecho profundamente humano y revolucionario, que excede todas las biologías y reafirma a la vida que siempre, con todo y a pesar de todo se abre paso.

Ellas dos se encuentran. Se conocen y re-conocen, y por ello hay alegría y profecía que se escucha sin ambages. Todo es posible si nos atrevemos a encontrarnos de verdad.

Sea nuestra Navidad un encuentro jubiloso porque la Virgen siempre quiere visitarnos.

Navidad es Jesús, y no hay Navidad sin María de Nazareth.

Paz y Bien






El Dios de María de Nazareth es un Dios de amor, de misericordia y ternura












Para el día de hoy (22/12/18):  

Evangelio según San Lucas 1, 46-55










El Magnificat, canción de María de Nazareth que hoy contemplamos en la Palabra del día, posee profundas reminiscencias veterotestamentarias. Con relativa facilidad podemos rastrear el cántico de Ana, la madre de Samuel -que el pueblo judío rezaba con frecuencia- y que alaba a un Dios que nunca se desentiende de las cosas que le pasan a los suyos, un Dios involucrado con su pueblo, un Dios que cumple sin vacilaciones lo que promete.

Aún así, aún cuando la Antigua Alianza le aporte toda su poesía, la música es completamente nueva, novísima, música de la Gracia. En el gozoso canto de María ya percibimos las Bienaventuranzas del Hijo y unavisión de la historia que estremece y sacude preconceptos, producto de la profunda vivencia de su Dios, un Dios que crece y madura en su seno y que se ha hecho realidad primero en su corazón inmaculado.

Esa alegría tan maravillosamente contagiosa expresa, ante todo, la emoción de su alma y el motivo de ese gozo, su magnífico Dios que ha inclinado su rostro hacia su pequeñez, su humildad y su pobreza, un Dios que dá y se dá, un Dios que plenifica, un Dios que acrecienta la vida. Un Dios asombrosamente parcial para con los pequeños.

Por ello y por creer aunque todo diga lo contrario, todas las generaciones la reconocerán feliz, bienaventurada, mujer creyente, Madre, hermana y discípula, con una alegría trascendente que viene del Altísimo y se dirige a Él, pues no se agota en resoluciones de problemas mundanos. Santo y alabado sea el nombre de Dios.

Ella lo sabe bien: en su interior crece el Hijo de sus amores, carne de su carne y motivo de su fé, hacia quien se ordena toda la historia de la Salvación. La historia y el universo convergen hacia el Hijo que crece en su interior, Cristo, un Hijo que es rey del universo. Pero su reino no es de este mundo.

El Reino del Hijo tra señales inequívocas del amor de un Dios profundamente enamorado de su creación y que jamás se desentiende de sus hijas e hijos, de las cosas que le pasan, un Dios que exalta a los humildes, que dispersa a los soberbios y a los arrogantes, Dios defensor de los pobres que derriba a los poderosos de sus tronos, un Dios que colma de bienes a los hambrientos y despoja a los ricos, porque el Dios de María de Nazareth es justicia para con los anawin que sólo confían en su misericordia, un Dios que es motivo de todas las esperanzas, impulso para nuestras cobardías, compromiso para nuestras omisiones.

El Dios de María de Nazareth es un Dios de amor, de misericordia y ternura que inaugura el tiempo santo entre Él y la humanidad. Ella lo vive en su fé y lo siente crecer en su interior y con Ella atesoramos Su Presencia en la nuestras existencias para que retrocedan todas las miserias y se santifiquen la tierra y los tiempos, tenaces y humildes obreros de la Gracia y del Reino del Hijo.

Paz y Bien



Donde esté la Madre nos encontraremos al Hijo












Para el día de hoy (21/12/18): 

Evangelio según San Lucas 1, 39-45








En las mentes y corazones de todos está presente esa estrella amistosa e inquieta que guía el trabajoso y extenso andar de los magos de Oriente hasta los pies del Niño añorado y esperado, rey de las naciones nacido de mujer en un portal. Es indicio también de las implicaciones cósmicas de la llegada del Redentor, y por sobre todo, que cuando la vida nos arroja a callejones sin salida, el buen Dios nos abre caminos, nos dirige los pasos inciertos hacia rumbos seguros.

De un modo más sencillo, en la espesura oscura de la noche Dios siempre hará destellar una estrella para que no se nos caigan las esperanzas.

En nuestras existencias, también solemos ser peregrinos distantes en busca del Redentor.
Las diversas circunstancias de la vida, los preconceptos, las comodidades y conveniencias nos van alejando de esa profunda humanidad del Dios encarnado, de ese Bebé Santo en donde Dios mismo se revela y en donde encontramos nuestra Salvación, nuestra plenitud.

Andamos mal rumbeados, gastando suelas sin ton ni son, agotados de nada, y ese Dios nos vuelve a ofrecer una estrella para recuperar el sendero, los pasos ciertos y ligeros, sin cargas vanas que nos desvíen andares.

Esa estrella es María de Nazareth, Theotokos, la Madre del Señor.

El misterio de la Navidad tiene un amable rostro de mujer, joven y humilde. Por Ella y con Ella nos encontraremos, felices de sentido, en el pesebre de Belén, con la silenciosa humanidad de Dios en Cristo, Dios que se hace tiempo, que se hace historia, que se hace vecino, amigo, hijo queridisimo que se adormece en nuestras manos, un Dios que asume nuestra fragilidad haciéndose Él mismo frágil y dependiente de los demás.

Tiempo extraño, tiempo maravilloso, tiempo de que esa estrella nos sale al encuentro, en nuestra búsqueda, Visitación cordial de esa Mujer que es madre, discípula y amiga y en cuyos ojos nos encontramos la raíz de todas las alegrías, la Gracia de Dios que todo lo transforma.
Porque donde esté la Madre, nos encontraremos al Hijo.

Paz y Bien



Anunciación del Señor, saludo cordial de Dios a toda la humanidad












Para el día de hoy (20/12/18):  

Evangelio según San Lucas 1, 26-38








El estilo redaccional de San Lucas nos lo advierte desde un comienzo: Nazareth es una ciudad galilea, un villorio perdido de provincias. No trae reminiscencias bíblicas, no se encuentra en el centro geográfico de Judá -como por ejemplo Ain Karem, en donde viven Zacarías e Isabel- ni tampoco en el centro religioso y político de Israel, Jerusalem. Muchos de los eruditos declaman con seriedad que nada bueno puede salir de allí, zona sospechosa de impureza, el borde mismo de la periferia.

Como en un contrapunto, la anunciación a Zacarías acontece entre la sagrada imponencia del Templo de Jerusalem, mientras que la Anunciación a María se desplaza a una aldea polvorienta que casi nadie conoce, y ese desplazamiento nos despierta cierta intuición: parece que lo sagrado -representado por el Ángel- está dejando el ámbito esplendoroso del Templo hacia la humildad de esa muchacha galilea, niña que es un templo vivo y latiente de la Gracia de Dios.

El Ángel llega a Nazareth y llega a su casa: el detalle es muy importante. En aquel tiempo, las mujeres no tenían otro derecho que el que les llegaba por los varones de la familia. Realmente, su hogar debía ser la casa paterna, y sin embargo el Evangelista señala con precisión que el Mensajero llega a su casa, signo ineludible de un Dios que llega y se hace morada en los corazones de los creyentes.

María de Nazareth es una pequeñísima flor del campo, silvestre, que casi ni se vé, por ser pobre, provinciana y mujer. Ella es transparente de tan pura y es tan hermosa en su humildad que un Dios asombroso se enamora de ella con la misma intensidad conque ama a su creación.
La esposa primera, Israel, ha sido tenazmente infiel y obstinada en su esterilidad. En María y con María, Dios celebra esponsales definitivos con la humanidad.

Ella se conmueve y seguramente se ruboriza. Es una niña que ingresa al mundo de los adultos con rapidez, y ese saludo cordial la conturba como lo hacen los humildes frente a la presencia de Dios.
Agraciada -plena de Gracia- se descubrirá feliz porque el Todopoderoso la ama y porque ha puesto su mirada y su ternura en su pequeñez.

La entonación del Ángel trasunta un tenor de respeto y cordialidad que es infrecuente, que no se condice con nuestras ganas de creer en un Dios que impone deseos sin preguntar.
Con todo y a pesar de todo, Ella dirá Sí! desde un corazón inmaculado, desde un alma sin mancha, desde su pequeñez que se completa y magnifica por el amor de Dios, el mismo amor que le hace crecer un Bebé santo en su seno.

El Hijo que vendrá se llamará Jesús -Dios salva-. Por su padre legal, José, será descenciente de David y por ello reinará sobre la casa de David, corona judía; a su vez reinará también sobre la casa de Jacob, el reino del Norte, y ello es fundamental: unificará en su reinado al pueblo elegido, quebrantado por las guerras y por luchas intestinas, y desde allí proyectará su luz a todos los pueblos y todas las naciones en un Reino sin fin.

La Anunciación del Señor, Anunciación a María, es el saludo cordial de Dios a toda la humanidad. De un Dios que se inclina decididamente a favor de los pequeños, que exalta a los humildes, que se hace tiempo, historia, vecino, Hijo queridísimo en nuestros brazos para la Salvación, merced al Sí1 confiado y creyente de esa muchacha de sol.

Paz y Bien

El fecundo silencio de Zacarías













Para el día de hoy (19/12/18): 

Evangelio según San Lucas 1, 5-25









Sin perder de vista el carácter de Revelación, de Libro Sagrado, hemos de mencionar que el estilo literario del Evangelio según san Lucas es maravilloso, bellísimo, pleno de signos y símbolos que nos nutren.
Siempre es menester sumergirnos en los diversos niveles de profundidad de un texto.

De manera magistral, Lucas nos brinda coordenadas históricas y geográficas que brindarán al relato un contexto específico; de allí la mención política a Herodes -el Grande, padre de Antipas-, por aquel entonces rey de Judea, que es la especificación geográfica. Pero hay más, siempre hay más, y se trata de otras coordenadas presentes y no tan evidentes, las coordenadas teológicas o espirituales: toda la lectura habla de un Dios comprometido con los suyos, que interviene decisivamente en la historia de su pueblo.

Así, en ese marco amplio, el Evangelista nos presenta a Zacarías, sacerdote de la clase o casta de Abdías: era uno de los tantas castas sacerdotales que prestaban servicios cultuales en el Templo en turnos rotativos, de tal modo que estos sacerdotes, por lo general, podían acceder al santuario a ofrecer el incienso sólo una vez en su vida, pues eran muchísimos -a diferencia de los sumos sacerdotes-. También Lucas señala que Zacarías y su esposa Isabel son descendientes de Aarón, es decir, descienden de la esencia religiosa misma de Israel.


Zacarías e Isabel son, para los parámetros de la época, ambos de edad avanzada. Su vejez quizás delate una religiosidad que se ha anquilosado, envejecido en la rigurosidad de las formalidades vacías de corazón y de fé, abdicación de la esperanza. Ambos son estériles, no pueden tener hijos, el apellido, la familia morirá con ellos, y tal vez sea esa misma religiosidad que se está secando sin frutos. Pero además, la esterilidad también era considerada una desgracia y un castigo divino por pecados inexcusables, en contraposición con la llegada de los hijos, siempre una bendición.

A Zacarías le llega el turno de inciensar el santuario del Templo: la unicidad de la oportunidad, lo sacrosanto del lugar nos revelan la importancia sagrada y la solemnidad del momento, cuando se presenta un Mensajero, Gabriel, voz y presencia de Dios, portador siempre de buenas noticias.
Y la noticia que le trae no puede ser mejor: contra todo pronóstico, contra toda lógica, Isabel y Zacarías -más cerca de ser abuelos, bordeando quizás la muerte- serán padres de un hijo maravilloso, que será una antorcha de esperanza y reconciliación para su pueblo.
Ese hijo no se parecerá en nada a su papá, a diferencia de otro hijo de un carpintero galileo: ese niño no llevará el nombre paterno -se llamará Juan, Dios es misericordia-, no será sacerdote pero igual tenderá puentes y allanará caminos, desertará alegremente del Templo pues su Dios está en todas partes y muy especialmente en los corazones, y llevará una vida ascética e íntegra, confiado sólo en la providencia divina.

Zacarías permanece aferrado a los ritos viejos, a las doctrinas y a un culto que ha perdido sentido. De allí su incredulidad: no tanto por ser viejo su cuerpo, sino por haberse envejecido su alma, sin renuevo, sin esperanza.
Casi al mismo tiempo, una muchachita judía de Nazareth, ante un mensaje también extraordinario y aunque no comprenda, se confía con todo su ser a Dios.

Zacarías se quedará mudo. Esa mudez es la imposibilidad de pronunciar palabras que ya son vacuas, que no dan respuestas, pura fórmula sin Espíritu.
Su silencio no es tanto castigo, sino más bien una bendición. A veces es necesario exiliarse por un tiempo a las tierras del silencio para permitir/nos que germinen humildemente cosas nuevas, para que se despejen los espacios interiores para lo que permanece y no perece. Irse por un tiempo al silencio para regresar, plenos, con la Palabra.

Es un tiempo maravillosamente extraño, en donde el pueblo -con todo y a pesar de todo- permanece expectante. Cuando todo asoma perdido, hay que buscar en el pueblo los rescoldos de esperanza.
Es un tiempo santo en donde los reyes, los sacerdotes, los guerreros callan, pues no tienen más nada que decir, y donde cobrará nuevo y definitivo impulso la voz de las mujeres y de los niños.

Quiera Dios regalarnos silencios así, para que nos nazca la Gracia corazón adentro.

Paz y Bien

Los sueños de José el carpintero











Para el día de hoy (18/12/18): 

Evangelio según San Mateo 1, 18-24






Durante mucho tiempo, desde la reflexión teológica y desde la catequesis, se nos ha hablado acerca de las angustias de José de Nazareth que nos hace presente la lectura de hoy desde una perspectiva legalista, es decir, desde la óptica del cumplimiento de la Ley, para allí inferir los fundamentos de su decisión de repudiar a María en secreto.
Quizás ello actúe en desmedro de la importantísima y enorme figura del carpintero belenita como hombre de una fé frutal, hombre justo porque su voluntad -todo su ser- se ajusta a la voluntad de Dios.

Hay algo que solemos pasar por alto, como si no fuera posible en el ámbito de la Sagrada Familia, y es que María y José de Nazareth estuvieran profundamente enamorados, y que como tales no pudieran esperar el encontarse y compartirlo todo, aún cuando no fuera el tiempo de la convivencia marital.
Por eso mismo las dudas: al enterarse del embarazo milagroso de la mujer que amaba, un niño que vendría producto de la intervención divina, José de Nazareth vacila y teme, pero no por su esposa. José duda de sí mismo, se descubre menor, mínimo, indigno de estar junto a esa mujer bendita a la que le crece una vida nueva en su seno a puro amor de Dios. La santidad y el amor que le profesa a María lo hacen buscar una salida, una fuga silenciosa y sin escándalos, porque él no puede estar allí.
Humildad es raíz de justicia.

José de Nazareth se adormece. Es el cansancio del cuerpo demolido luego de una dura jornada de trabajo, en donde procuró el sustento familiar, en donde se acrecentó su dignidad desde la integridad, la honradez y el esfuerzo. Pero ese adormecerse es también símbolo de todos aquellos que no se rinden, que no se resignan, que frente a un cerco de sombras presentes no dejan de imaginar, esperanzados, un futuro diferente. Porque Dios acompaña con buenas noticias a todos los soñadores.

Un Mensajero -voz y presencia sagradas- le ordena las ideas, le clarifica las angustias, lo pone en marcha hacia su misión que es un destino que deberá edificar con la ayuda de Dios.
Su tarea no es menor: al convertirse en padre legal -no padre adoptivo- del Niño que habrá de nacer, José de Nazareth posibilitará que el Bebé Santo tenga historia y familia, que no sea un bastardo sin arraigos, que en el árbol frondoso de Israel puedan seguirse sus raíces hasta David y Abraham.

Más aún: será José quien le ponga un nombre al Niño. Un nombre es mucho más que un capricho o una moda pasajera: un nombre revela carácter y destino, y el Niño se llamará Jesús -Yehoshua-, que significa Dios Salva, porque ese Niño salvará a su pueblo de todos los pecados.

Magnífico padre,y padre con todas las letras José de Nazareth. Seguramente el Niño que ya hombre se convertirá en Maestro, te llamaba de pequeño abbá, y desde tu silente y frondosa figura reveló a las naciones el rostro amable de un Dios que es Padre. Y a tu Dios le llamabas con ternura y confianza hijito.

La Anunciación de San José es llamada para aclararnos las cosas a cada uno de nosotros. Para Dios no hay imposibles, pero es tiempo de la Gracia, del milagro eterno de la Encarnación, Dios con nosotros, tiempo santo de Dios y el hombre. Y ese Dios nos busca, pequeño y frágil, para hacerse tiempo, historia, un Hijo amado que duerma en nuestros brazos, que crezca ante nuestros ojos, que se haga Salvación para todas las gentes.

Paz y Bien





Navidad, urdimbre silenciosa de Dios en la historia de su pueblo
















Para el día de hoy (17/12/18): 

Evangelio según San Mateo 1, 1-17








Para muchas culturas antiguas, la relevancia de una persona estaba directamente asociada a su linaje, a sus antepasados famosos. Así entonces, se elaboraban extensas genealogías para destacar el carácter y también el destino de esa persona partiendo de la familia que lo precedía.
En ese modo procedural es que el Evangelista San Mateo establece en el Evangelio la genealogía de Jesucristo: refiere a su carácter único y a su misión de salvación, Mesías de Israel y de toda la humanidad, en base a toda una nutrida historia que lo precede.

Mateo no se afirma en la rigurosidad histórica, pues su intención no es desarrollar una crónica histórica, sino una crónica teológica o espiritual, y por ello incurre en aparentes errores o confusiones.

A diferencia de las tradiciones de los pueblos semíticos, en donde la voz cantante la llevaban los varones; en este caso, las que serán decisivas en la historia de Jesús de Nazareth serán cinco mujeres, María de Nazareth junto a cuatro extrañas compañeras. Extrañas, pues no hay ninguna matriarca, ninguna reina, ninguna figura femenina heroica de Israel: Tamar, Rahah, Rut y Betsabé -la mujer de Urías- son todas ellas extranjeras e infringen por ello las severas normas imperantes de pureza ritual. Todas presentan embarazos extraños, sospechosos, pero todas tienen un sagrado denominador común: por ellas y en ellas se mantiene viva la esperanza y la promesa de redención del Dios de Israel a su pueblo. Y este Dios parece conducirse desde los márgenes de la historia.

Mateo agrupa lapsos en tres grupos de catorce generaciones cada uno. La carga es simbólica: mientras que el número tres refiere a la divinidad, el número siete refiere a la perfección. Aquí, entonces, se nos presentan seis septenarios o seis lapsos de siete años previos al nacimiento del Señor. Por lo tanto, por la mano de Dios, en el nacimiento de Jesús comienza el séptimo año, el definitivo, el de la plenitud humana.

La genealogía está presentada de manera descendente, es decir, desde Abraham, pasando por el rey David, hasta Jesucristo. El Cristo de nuestra salvación es heredero de las promesas hechas a toda la humanidad por Abraham, padre de todas las naciones, y también heredero del rey David, y por ello en Él se cumplen las esperanzas de Israel.
Aunque quizás, lo más importante es que el Salvador ha nacido entre nosotros, como uno más, urdimbre silenciosa de Dios en la historia de un pueblo y bendición para todos los pueblos, y es el mismo Cristo que quiere humildemente ser parte también de nuestra historia, nuestro tiempo, nuestras alegrías y esperanzas.

Paz y Bien

Domingo de Gaudete, la alegría de la justicia, la esperanza de liberación














Tercer Domingo de Adviento - Domingo de Gaudete

Para el día de hoy (16/12/18):

Evangelio según San Lucas 3, 2b-3. 10-18







Estamos en un tiempo muy especial, kairós, tiempo santo de Dios y el hombre. Precisamente, es reflejo de la Encarnación un Dios que acampa entre nosotros comenzando por los más humildes, desde los pequeños como María de Nazareth.

La voz del Bautista se vuelve a elevar en este Adviento como hace veinte siglos, pues la voz de los profetas nunca queda perimida, ni se extingue, ni es anacrónica.

Juan nos está llamando la atención con su voz clara, fuerte, íntegra.

Está llegando Aquél que es el más importante del universo, Aquél que todo lo transforma, Aquél que es la respuesta a todos los interrogantes más profundos, Auqél que es nuestra vida y nuestra esperanza.

Hemos de estar preparados. Allanar sus caminos es encarnar cada días, todos los días la justicia, una justicia que impone ajustar nuestra voluntad a los sueños de Dios, que tiene un proyecto de plenitud para toda la humanidad y para cada uno de nosotros.

Quizás los grandes proyectos, las conquistas de justicia social de las naciones -que se establecen a través de la acción política- comiencen corazones adentro. Muy personalmente antes que individualmente. En cada horizonte está Dios inevitablemente unido al prójimo.

La solidaridad que se proclama en acciones concretas, que restablece vínculos rotos, que se practica a diario, sin grandilocuencias ni declamaciones vanas. La solidaridad derriba con arrolladora humildad los malos muros que el egoísmo edifica y que nos separan y nos aíslan.
Desunir a las comunidades con cualquier modo y bajo cualquier pretexto bordea lo imperdonable. Es una maldición.

Es cosa de Dios también desertar fervorosamente de toda corrupción. Corrupción es muerte, la que se vé a simple vista y también la que se esconde tras buenos discursos.

A cada uno, lo suyo. El rasero aplicado hacia abajo no iguala, Aplasta. Los escalones por los cuales el prójimo, a veces trabajosamente, asciende, siempre son motivos de serena celebración.

Quizás cuando escuchamos una voz profética como la de Juan, se nos encienden las expectativas y se nos despierta la esperanza. Pero la euforia es peligrosa. Es menester mirar y ver. No hay que seguir ídolos, y el Señor es uno solo. Sólo ante Él se han de doblar las rodillas.

Esos mismos fuegos parecían apropiarse de las gentes que escuchaban al Bautista, esas ganas de depositar en otro lo que uno mismo debe hacer.
Y aunque somos pequeñísimos, somos importantes, muy importantes a los ojos de Dios.

Juan lo sabe en sus huesos, en las honduras de su alma inmensa. Y aunque sus palabras tengan un cierto tenor de dureza, nos renuevan desde las propias raíces.

En estos tiempos tan oscuros y confusos, también nos preguntamos qué debemos hacer.

Practicar la justicia. Convertirse, porque conversión es converger hacia Dios y hacia el hermano.

Domingo de Gaudete, Domingo de regocijo por Aquél que ya está por llegar, Dios-con-nosotros, un Dios que es justicia y liberación porque ambas son motivo de alegría y de un mundo nuevo, de una vida digna, de un tiempo grato para vivirse.

Paz y Bien


El Profeta, encendido con el fuego de Dios, señal de auxilio para nuestra gente
















Para el día de hoy (15/12/18):  

Evangelio según San Mateo 17, 10-13









Es menester, ante todo, situarnos en el contexto previo al desarrollo de esta lectura: el Maestro, junto a tres de sus discípulos, se habían transfigurado en la cima del monte Tabor. Ellos lo habían visto conversar con Elías -los profetas- y Moisés -la Ley. Precisamente en ese asombro y ese interés surge la pregunta acerca de Elías.

Elías era una figura entrañable y ansiada para el pueblo judío. Los estudiosos de las Escrituras -los escribas- aseveraban, basándose en las profecías de Malaquías, que Elías regresaría en las postrimerías de la llegada del Mesías, renovando los lazos familiares y restaurando en Dios las tribus judías. Por lo tanto, la presencia de Elías implicaba la inminencia del Mesías.

La erudición no es sinónimo de sabiduría. Los escribas caían en el terrible error usual que es la lectura superficial de los signos y los hechos de la historia, la banalización de las señales, el no querer aceptar lo evidente. Hoy esa ceguera probablemente -además de la soberbia- se alimente con la ideología y la propaganda.
La conclusión es inevitable: Jesús de Nazareth no es el Mesías porque en verdad Elías no ha llegado.

Para el Maestro, Elías ya se ha hecho presente en la misión de Juan el Bautista. Sus gestos, sus palabras y la integridad de su vida dan fé de la trascendencia de su misión. Sin embargo, no le reconocieron y lo despreciaron, e hicieron con él lo que sus caprichos e intereses les dictaban.
No es un dato trágico más, y se trata de un gravísimo error y un infame pecado. Desconocer al precursor es desconocer al mismo Dios, y desoír el santo llamado a bendecir la familia por la reconciliación y procurar el bien para el pueblo.

El Adviento viene a recordarnos que sigue habiendo precursores, mujeres y hombres de Dios que humilde y tenazmente siguen encendidos, como señales de auxilio para nuestra gente y para todas las naciones, señales firmes y tenaces de un Dios que es y está, un Dios que nunca se desentiende de la historia, un Dios que siempre está a las puertas de nuestras existencias, Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.

Paz y Bien

La mansa rebelión de la conversión














Para el día de hoy (14/12/18):  

Evangelio según San Mateo 11, 16-19







En la lectura que nos brinda la liturgia del día, el Maestro se vale de una imagen de juegos infantiles para expresar su crítica a ciertos sectores que le oyen pero no le escuchan. El término generación quizás resulte demasiado abarcativo, y su significado primero refiere a los dirigentes religiosos de esa época, escribas, fariseos y saduceos.
Esos hombres eran profundamente religiosos, pero a su vez estaban atrapados por el entramado legalista de la religiosidad que representaban y conducían. Primaban sus esquemas pero nó su Dios, aunque declamaran piedad y devoción; de ese modo, todo aquello que no se amoldara a sus criterios se execraba con críticas impiadosas y brutales.

Era una actitud caprichosa, la misma de aquellos a los que nada satisface ni conviene. Cuando crece demasiado el ego, no hay sitio ni para Dios ni para el prójimo. Nada les conforma y no se trata de elogiar actitudes antiacomodaticias. Se trata de la crítica porque sí, la expansión de los chismes, los murmullos que socavan, el rostro en rictus amargo que revela una vida des-graciada.
En realidad, si ahondamos un poco, esta actitud es conveniente a todos aquellos que exhalan críticas de continuo pues de ese modo nada vá a cambiar. Criticar para que todo permanezca igual.

De esa manera, el Bautista -profeta en el desierto, ascético e íntegro- es quizás demasiado religioso, un loco místico demasiado sagrado. Pero lo que dicen el Maestro es muy peligroso, aunque sólo apareciera como una expresión de desprecio dedicada a menoscabarlo ante el pueblo.
Esa actitud es conocida en nuestros tiempos, tantas personas ajusticiadas en los medios sin justicia y sin poder defenderse.

El Maestro compartía afablemente la mesa con pecadores, con fariseos, con publicanos. De allí se valían para sindicarlo como un glorón y un borracho: la acusación es grave, pues en Dt.21 esa actitud implica, lisa y llanamente, la pena capital.
Igualmente, encontrarían mil maneras de expresar su desagrado porque el Maestro era nazareno, galileo, pobre, blasfemo. O los de este tiempo porque el pontífice anterior era alemán y frío y este -Dios nos libre- es sudaca y habla como un curita de pueblo, o porque muchos profetas contemporáneos no tengan pergaminos, o porque se ha preclasificado al prójimo en alguna insomne categoría de desprecio caprichoso.

Abandonar las costumbres, lo habitual, no es sencillo. Requiere un gran esfuerzo cordial, y más aún si esa mansa rebelión implica compromisos y muy especialmente conversión.
El Adviento, tiempo santo y bendito que se nos ofrece, es el llamado a desandar esos pantanos y encaminarnos por la huella del Evangelio, en justicia y verdad, en caridad y compasión, en humildad y servicio.

Paz y Bien

Escucha atenta, Cristo ya llega













Para el día de hoy (13/12/18) 

Evangelio según San Mateo 11, 11-15







La situación era, cuanto menos, extraña: las gentes se movilizaban en gran número lejos de sus domicilios, de las ciudades hacia el desierto y hacia la vera del río Jordán para escuchar la voz de Juan el Bautista. Él los despertaba de un oprobioso letargo, y les renacían antiguas esperanzas que la costumbre, las miserias y las injusticias que les ejercían habían opacado, sumido en confusos olvidos.
Allí en el desierto y por ese profeta hacían memoria y revivían el tiempo del éxodo, esas tribus conviviendo con ese Dios que los guiaba, que los liberaba de la esclavitud, que los acrisolaba como pueblo.

Hay una cierta tendencia banal en la capacidad anticipatoria de previsualizar el futuro, en parte adjudicándole un carácter mágico, en parte superstición. Pero desde una perspectiva trascendente, diremos que un profeta es un hombre de Dios, y por ello es un hombre capaz de leer la historia con una mirada distinta, fiel intérprete de un pasado que es historia, que inaugura el futuro posible y que endereza el presente pues lo vive en plenitud, pues su tiempo es don de Dios. Ello implica una confianza total en el Espíritu que lo anima, pues a menudo muchas cosas que mira y vé no llegan a pasar el tamiz estrecho de la razón.
Juan leía las huellas de su Dios en la historia de su pueblo, y advertía que el tiempo estaba maduro, grávido de promesas que estaban cumpliéndose sin ambages, pues su Dios siempre pagaba al contado los compromisos asumidos por fidelidad a su pueblo.

Y otro aspecto importante era la integridad de Juan, que también es parte de su cariz de hombre de Dios. Su integridad es asombrosa como lo es en cada época de la historia en que abundan las turbulencias y corrupciones. La integridad y la honestidad, aún cuando sea silenciosa y humilde, deja en evidencia flagrante a los corruptos, y es esperanza para los que quieren andar por senderos de honradez.

Por su fé y por esa entereza que enarbola porque la respira, Juan no pasa inadvertido, y es percibido como una amenaza por aquellos que detentan poderes.
Los poderosos reaccionan siempre con violencia frente a los que empujan la vida y la humanidad al frente, paso a paso de justicia.

A él se refiere, en la lectura que la liturgia hoy nos ofrece, Jesús de Nazareth. Sus palabras son más que un elogio: son un llamado a la escucha, y a la escucha atenta de un tiempo pleno de signos y símbolos, grávido del Espíritu de Dios, fecundo de eternidad en el aquí y el ahora.

Juan es el más grande, y aún así es el más pequeño en la sintonía del Reino que Cristo inaugura. Ello no vá en desmedro de su figura augusta de fidelidad: Juan es el río caudaloso que atraviesa todo el Antiguo Testamento y desemboca potente en la Buena Noticia, el mar sin orillas de la Gracia.

Porque no somos adeptos a una doctrina, sino que creemos y confiamos en Alguien que está siempre llegándose allí en donde nos encontremos, Dios con nosotros dándose por entero sin condiciones para la Salvación.

Paz y Bien

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