Pentecostés: que Dios sea todo en todos






















Pentecostés - Solemnidad

Para el día de hoy (31/05/20):  

Evangelio según San Juan 20, 19-23







En la fiesta que hoy celebramos, llega a su término pleno el tiempo pascual. Es el paso liberador a través de las aguas de la muerte que llega a la tierra prometida de la vida eterna, de la vida de Dios en nosotros, el don absoluto de la propia vida de Dios para los discípulos.

Hoy se perforan los bajos techos humanos, e ilumina todos los recintos el sol infinito. Pentecostés también significa celebración para toda la creación, pues en donde el Espíritu de hace presente acontece la plenitud, la felicidad.

Hoy la Iglesia celebra su nacimiento espiritual. El Espíritu del resucitado congrega como familia universal y como pueblo nuevo a los que se han incorporado a Cristo a través de la fé y el bautismo, Espíritu que nos hace reconocer a Jesús nuestro hermano como Señor, y a Dios como Abbá, Dios Padre que a todos ama sin límites.

Es la fuerza de Dios, Padre de los pobres, causa de la paz y la alegría, germen de todo amor, savia que produce los mejores frutos, fuego que nos enciende en los fríos del miedo y el desánimo, impulso para nuestros pasos cansados, razón y co-razón, justicia que se ansía y se busca sin descanso, coraje y fortaleza, testimonio veraz.

El Espíritu ilumina e impulsa a la misión, una misión que es rescate, es salvación, es nueva creación desde el perdón y la misericordia. Para que el Reino venga y sea entre nosotros.

Para que Dios sea todo en todos.

Paz y Bien

El amor de Dios, un amor incoercible que no sabe de abstracciones ni de generalizaciones
















Para el día de hoy (30/05/20):  
 
Evangelio según San Juan 21, 20-25








Mucho se ha estudiado acerca de la identidad del Discípulo Amado: tradicionalmente se lo identificaba con el mismo Evangelista Juan. Sin embargo, otros exégetas aducen, con muy buenas razones, que se trata de Lázaro de Betania, el hermano de Marta y María. Otros autores indican que este discípulo permanece innominado porque es el símbolo de la comunidad cristiana, es decir, de todos y cada uno de los creyentes.
Cada una de las posturas tiene su importancia y su proyección espiritual.

Sin embargo, hoy nos quedaremos con la fidelidad del Maestro.
Antes de detenernos en celosas particularidades que a menudo nacen del ego, lo que cuenta es ese amor entrañable que el Resucitado y su Padre tienen por todas sus hijas e hijos. Todos somos amados según nuestras singularidades, con nuestros aciertos y errores y a pesar de nuestros quebrantos y traiciones.

Todos somos amados sin límites ni condiciones, y es un amor incoercible que no sabe de abstracciones ni de generalizaciones. Dios nos ama tal como somos, y tiene una asombrosa confianza puesta en nosotros por lo que podemos llegar a ser.

A partir de allí el testimonio ha de ser diferente. Hay mucho que leer en el libro de la vida, la mano bondadosa de Dios que escribe junto al hombre la historia humana.
Es todo un desafío a nuestras soberbias reconocer las bondades del Dios Abba descubrir su Presencia en el hermano y en cada instante de toda existencia.

A partir de allí mucho, muchísimo puede contarse.
Porque los Evangelios no son crónicas históricas, sino relatos teológicos -espirituales- para la Salvación.
Si se contara por escrito todo el bien que el Maestro que ha realizado en su ministerio y todo lo que a través de los tiempos continúa realizando, no bastaría ni el mundo ni el universo para contener a los libros que lo expresen.

Paz y Bien

Cristo cree y confía en nosotros
















Para el día de hoy (29/05/20):  


Evangelio según San Juan 21, 15-19









El momento fue, por lo menos, complejo. Es que el Maestro había Resucitado y esperaba a esos pescadores a la orilla del lago, con la comida preparada; al calor de ese fuego, acontece ese encuentro tan personal entre Jesús y Pedro.
No es difícil imaginarse la situación de Pedro; muy poco antes -prisionero del miedo- había renegado concienzudamente de su pertenencia y su amistad en los patios de la casa de Anás. Fué rápido en la negación cuando el peligro arreciaba, y es dable suponer que en cualquier otra circunstancia hubiera sido objeto de ajuste de cuentas, de reconvenciones, de queja, de repudio, de pase de facturas. Las deslealtades suelen doler muchísimo.

Pero se trata de otro tiempo, y florece una ilógica santa y eterna.
La mirada de Jesús -imposible de describir con palabras exactas, de tan profunda- traspasa la totalidad de la existencia del pescador galileo. Y en cambio de exigencia de explicaciones, sobreabunda un perdón en forma de amistad que también es misión. La amistad del Señor no obliga, pero nos vuelve testigos.
Por eso a los tres quebrantos de Pedro corresponden tres expresiones de amor de Jesús, y tal vez Pedro se entristezca pues la culpa y la vergüenza lo revisten.

En esas preguntas de Jesús a Pedro están arraigadas sus certezas. Pedro será signo de paz y confirmará a sus hermanos a partir del amor que profese a Jesús de Nazareth, y ese mismo amor se expresará en los hermanos del Maestro, en especial en los más pequeños.

El Señor tiene una estupenda desmemoria para nuestras traiciones, y desborda de confianza en todo lo que podemos llegar a ser, con todo y a pesar de todo. Él confía en nosotros, Él cree en nosotros, Él nos tiene fé.

Quizás con razonable necesidad histórica, a través de los tiempos hemos adjudicado a los que sucedieron a Pedro cruciales factores de poder, de dominio, de doctrina y de gobierno.
Pero todas las certezas de Pedro, su firmeza como roca -y la nuestra también- pasa por el amor.

Paz y Bien

Común unión en Cristo



















Para el día de hoy (28/05/20) 

Evangelio según San Juan 17, 20-26







La unidad de los cristianos debería ser reflejo de la Trinidad, es decir, vínculos indisolubles e inquebrantables de amor que implican el conocimiento y reconocimiento del otro y la reciprocidad en el cuidado, el respeto y el afecto, el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro sin reservas.

Sin embargo, a través de la historia hemos truncado, a menudo con violencia y resentimientos perdurables, ese sueño primordial del Creador. A veces con palpables y explícitas razones doctrinarias, a veces con una soberbia militante, a veces por celos y por ansias tóxicas de poder y dominio.
Pero por más fundamentos que puedan argumentarse, el Maestro encomienda a los suyos a su Padre desde otros aspectos.

Esos aspectos tienen que ver con la esencia de Dios, el amor, de cómo guardamos en nuestras profundidades la Palabra y la ponemos en práctica, de cuanta caridad somos capaces de sembrar, pero también y muy especialmente de volvernos capaces de descubrir a Dios en el rostro y en la existencia del hermano.

Ese Dios que resplandece en el otro -tan hijo y tan amado como el que más- nos conduce también a la fé.

Es menester volver a creer en el hermano, con la misma intensidad que profesamos nuestra fé en Dios
Porque el signo de la Buena Noticia es la comunidad de los creyentes, familia creciente, ámbito de paz y de justicia que llamamos Iglesia.

Paz y Bien

Consagrados en la verdad por el Espíritu del Resucitado














Para el día de hoy (27/05/20) 

Evangelio según San Juan 17, 6a. 11b-19







La vehemencia y el fervor de la plegaria de Jesús de Nazareth por los suyos -por los Once, por la Iglesia, por todos nosotros- revela su preocupación primordial ante la inminencia de la Pasión y su partida. Pero es una partida extraña, pues Él, yéndose, se quedará con los suyos de manera más plena.

Como reflejo mismo de su amada Trinidad, son tres los aspectos de un único sentido en los que insiste: implora que los suyos permanezcan en la verdad, permanezcan unidos y, especialmente, que permaneciendo en el mundo no sean mundanos, no le pertenezcan más que a Dios.

Permanecer y vivir en la verdad es la fidelidad a la Palabra de Dios que se escucha con atención y se pone en práctica, una Palabra que es el Logos eterno de Dios revelado por Jesucristo, la eternidad vivida en la día a día, el infinito como don y bendición que se entreteje en la cotidianeidad. Esa verdad encierra el absoluto de que Dios es amor, es Padre y Madre que nos ama hasta extremos asombrosos, más allá de cualquier mérito, es vivir la plenitud y transmitirla, y reflejar esa luz primordial.

Esa verdad no es cosa de individualismos, de esoterismos a escondidas. Como reflejo de ese Dios que es familia amorosa, los discípulos han de vivir en la unidad, alrededor de Cristo, fundamentados en su amor. Porque cuando la unidad se quebranta, cuando la familia se dispersa, la verdad se vá pues no encuentra hogar ni cobijo cálido.

La santificación que es el horizonte de los seguidores del Maestro acontece en el mundo, en el aquí y el ahora cotidianos. Sin embargo, bajo una aparente paradoja que es la santa ilógica del Reino, los discípulos están en el mundo sin pertenecer al mismo pues pertenecen a Dios y esa pertenencia es mucho más que una simple propiedad, pues es un vínculo filial que nada ni nadie puede borrar ni eliminar. Podrán haber hijos perdidos o hijos renegados, pero nunca ese Padre reniega de la ansiosa espera del regreso.

No es fácil, nada sencillo y sin embargo es simple. Permaneceremos consagrados en la verdad si permitimos que el Espíritu Santo obre en nosotros y nos transforme de raíz.

Paz y Bien

Gloria de Dios, plenitud del hombre


















Para el día de hoy (26/05/20)

Evangelio según San Juan 17, 1-11






Todo este capítulo del Evangelio según San Juan es llamado Oración Sacerdotal.
Es Jesús hablando con su Padre, es Jesús hablando con sus amigos, es Jesús a un paso de afrontar con entera libertad su Pasión por puro amor a los suyos y a su Padre.

Todo el clima nos remite a el Maestro mostrándonos su corazón abierto... Y al ser una cuestión de corazón, tan profunda, precede a la razón y como tal, debe ser asumida, aceptada, comprendida y aprehendida desde cada corazón en silencio.
Sólo desde un silencio atento es posible la escucha plena de la Palabra.

Jesús no ha vivido para sí mismo; toda su vida ha sido ofrenda para los demás, donación enteramente libre que no ha podido cercenar ni la tortura, ni el desprecio, ni el rechazo, ni la muerte.
Por Él, toda la creación y muy especialmente cada mujer y cada hombre pueden descubrir el gran misterio de la existencia: que Dios es Padre -¡Abbá!- y que nos ama más allá de lo imaginable.

Esa ofrenda es la Glorificación de su Padre: porque Jesús glorifica y alaba a su Padre amando, respondiendo con cada fibra de su ser a la misma esencia de Dios, el Amor.

En esa donación de su vida por los suyos -y también por los que lo odian- nada se ha reservado para sí; en esos momentos críticos, al límite de toda angustia, se preocupa por los suyos con una ternura que no puede expresarse con palabras.

Y nosotros tenemos un sino de pertenencia: por Jesús, adquirimos una dignidad y una identidad únicas e intransferibles, la de ser hijos.

Unidos al Maestro, también lo glorificamos cuando guardamos su Palabra haciéndola vida cotidiana, entrega sin medida hacia los demás, libre donación de nuestra existencia para que el hermano caído se levante, para que el hermano cautivo se libere, para que el hermano hambriento se sacie.

La glorificación de Dios pasa por el Amor, porque la fé -como don, como Gracia, como regalo- es ante todo y por sobre todo, vida transformada en ofrenda antes que férreos cumplimientos doctrinales o rígidas costumbres cultuales.

La doctrina y el culto deberían ser expresión y consecuencia de esa vida hecha ofrenda, y esa misma vida implica riesgos grandes. Porque el amor, para este mundo, es cosa peligrosa.

Quiera el Altísimo entonces, que nos volvamos amorosamente peligrosos.
Para mayor gloria de Dios y servicio a los hermanos.

Paz y Bien

Cristo ha vencido al mundo

















Para el día de hoy (25/05/20):  


Evangelio según San Juan 16, 29-33








Las palabras del Maestro en esa Última Cena terrena con los discípulos son palabras de despedida pero también de fortaleza y confianza. De un modo asombroso, ese Hombre que está a punto de morir ejecutado como el peor de los criminales, abandonado por los suyos, despreciado por la mayoría, se preocupa y ocupa de los suyos, porque sabe lo que les espera en breve.
Ellos no terminan de comprender ni aceptar el sacrificio inmenso que su Maestro realizará en esa cruz de dolores, y quedarán sumidos en el miedo y el desconcierto, demolidos de soledad.

Aún con todo lo que se cierne en el horizonte inmediato, sus Palabras son semillas que quedan en sus corazones y que germinarán paz, esperanza y fortaleza para siempre y especialmente en los tiempos duros.

Él ha vencido al mundo. 

Vencer al mundo significa no ser esclavo del poder ni amigo de los poderosos que oprimen a tantos, y más aún, entender que hay un sólo poder, el servicio generoso y desinteresado, aquél que reconoce en el otro a un hermano.

Vencer al mundo implica derrotar a cualquier egoísmo y soberbia.

Vencer al mundo significa respirar compasión y misericordia.

Vencer al mundo es desfallecer de hambre y sed de justicia.

Vencer al mundo es amar con todo y a pesar de todo, aún cuando ese amor no sea correspondido.

Vencer al mundo, en la ilógica del Reino, no tiene por consecuencia gloria ni fama ni tampoco la humillación de la derrota para los enemigos. 
Porque la única vida que ha de perderse es la propia, en ofrenda para el hermano.

Paz y Bien

Ascensión del Señor: cielos abiertos para siempre
















La Ascensión del Señor

Para el día de hoy (24/05/20) 

Evangelio según San Mateo 28, 16-20





Ellos son Once discípulos, y ese número preciso señala el paso abyecto de la traición por esa comunidad incipiente. Es símbolo exacto de una Iglesia quebradiza e imperfecta que aún así, con esas limitaciones y miserias, de la mano de Cristo cumplirá con su destino misionero y será capaz de todos los imposibles, de acciones humildemente maravillosas.

El punto de encuentro entre el Resucitado y los suyos es el monte, y es en Galilea.

Del monte no sabemos el nombre y quizás la importancia no es cartográfica, pues responde a una geografía teológica, a un punto concretamente espiritual: el monte como sitio en donde Dios se revela y manifiesta, en donde la altura representa a esa divinidad que es el Totalmente Otro.

Pero han de encontrarse en Galilea, y esto es clave y decisivo: en Galilea todo comienza, en la Galilea sospechosa y marginal, teñida de contaminación heterodoxa, en esos bordes mismos de la existencia comienza el ministerio y misterio de la Salvación, y es por ello mismo que es imperioso que todos regresemos a todas las Galileas de los bordes, para que la vida amanezca de una vez por todas.

Los Once oscilan entre el asombro, la fé y las vacilaciones de sus dudas. Es comprensible, pues a sus razones -tan limitadas como las nuestras- se les presenta este Cristo Resucitado de un modo novedoso, liberado definitivamente del abrazo oscuro de la muerte. Son hombres sencillos -varios de ellos rudos pescadores- y ninguna experiencia los ha preparado para lo que están viviendo. 
Sin embargo, sean sus dudas también las nuestras y a la vez motivo de todas nuestras esperanzas: Dios no ha confiado la misión primordial a los ángeles o a hombres perfectos, sino que se confía, con todo y a pesar de todo, de mujeres y hombres capaces de alabar pero también que a menudo se tambalean en sus inseguridades.

La bendición ha de llegar a todos los rincones del universo desde una comunidad imperfecta que está en marcha por la fé que la congrega y el Espíritu que la anima.

Cristo asciende a los cielos y la naturaleza humana asumida por Dios en Él se plenifica hasta el infinito, a pesar de la muerte.
Es don inmenso que se ofrece generoso e incondicional a toda la humanidad, y es un misterio insondable de amor, de un Dios que al suplicio, al sufrimiento y a todos los desprecios responde con vida plena y perdurablemente eterna.

Pero también es misión. Cristo asciende para que todos podamos llegar a esa plenitud, pero no se vá. Se queda presente a través de los suyos, de todos nosotros, y la misión es precisamente ésa, anunciar que el cielo está aquí y ahora entre nosotros, volvernos docentes en el servicio, obreros en la bondad, compañeros en todos los caminos pues no tenemos otro mandato que el amor, que edifica la Iglesia, que transforma toda la tierra, con la fuerza y la constancia que brinda el saber que nunca jamás iremos ni estaremos solos.

Paz y Bien

Con el Espíritu hay una nueva vida en ciernes




















Para el día de hoy (23/05/20):
Evangelio según San Juan 16, 20-23






Son tantos los agobiados, tantos los que agonizan en soledad, tantos los que languidecen en silencio, tantos sin más horizonte que la injusticia que los somete, la miseria que los ofende, ese desempleo inhumano, esa exclusión cruel.

¿Qué hacer, qué decir frente al dolor del otro asumido como propio, en qué creer cuando en nuestras existencias sólo parece presentarse la noche?

Quizás la respuesta no esté tanto en el qué tanto como en el quien.
Se trata de Jesús de Nazareth que nos inaugura y nos florece el Reino aquí y ahora entre nosotros.

Es mucho más que buscar a un Cristo milagrero, un Mesías solucionador de los problemas en que solemos sumergirnos.
Es el desafío de un amanecer distinto, de una vida plena plena, de una alegría que no se nos apague.

Como María, se trata de que la Palabra nos crezca y nos nazca; como en un parto, los dolores pasan al olvido porque hay una vida nueva en ciernes.

Por ello, no podemos callarnos ni ocultar esta Palabra que tanto bien puede hacer a aquellos que sólo saben de malas noticias.
Está en nuestras manos que se disipen las tinieblas, que se destierre el agobio, que renazca la esperanza. Es cotidiano, a cada instante, en cada gesto.

La muerte no tiene la última palabra y el dolor no es definitivo, otra vida y otro mundo son posibles desde este preciso momento.

Paz y Bien


La soberanía de la caridad

















Para el día de hoy (22/05/20):
Evangelio según San Juan 16, 23b-28







La gran revelación que Jesús de Nazareth realiza a través de todos los tiempos y para toda la humanidad, es que Dios es un Padre amoroso que se desvive por sus hijas e hijos.

Contra todo razonamiento y más allá de cualquier especulación debidamente fundada, Él habla de un Todopoderoso lejano a imposiciones, a fuerza a la que nada puede oponerse, a realeza que ejerce sus derechos.
El Dios de Jesús de Nazareth es infinitamente poderoso y todo lo puede porque ama. Su soberanía absoluta y universal surge de su misma esencia, el amor.

Por ello mismo Jesús prefiere no llamarlo Dios y decirle Padre, y en esa cercanía comprendemos -quizás sin palabras- la intensa profundidad del arco iris eterno de la Encarnación, la Pasión, la Resurrección y la Ascensión que desembocan como un río vital en Pentecostés.

Así, hijas e hijos se dirigen a Dios como Padre, y no es sólo un rótulo más; hablamos con Dios con una cercanía muy difícil de describir, y allí se enraiza y acrecienta nuestra confianza.
Lo sabemos y lo entendemos como una necesidad vital: siempre se quiere estar cerca de quien se ama, y hablar, y escuchar. Esa proximidad supera toda distancia mesurable, y más aún: la oración, antes que plegaria a un Desconocido, es respuesta al Espíritu que nos susurra ese afecto entrañable en nuestros corazones.

Lo que nos identifica, nuestra carta de ciudadanía del Reino es ese amor que se nos ha concedido sin condiciones; en tiempos de la Gracia, suplicamos y pedimos en el Nombre de Jesús que ese Reino sea y acontezca aquí y ahora entre nosotros, sabedores de que ese Padre ansía plenitud, desborda justicia, sueña liberación y alegría para todos.

Paz y Bien

La tristeza se convertirá en gozo


















Para el día de hoy (21/05/20):  

Evangelio según San Juan 16, 16-20








La cruz, como hecho concreto y como símbolo, puede verse de tres modos o aspectos distintos.

Uno es el externo, el del horror y el espanto, el del patíbulo, el de la ignominia, el de la abyecta maldición, el del Mesías derrotado que torna insoportable a los conceptos portados o imaginados.

Otro, es el de las connotaciones interiores de aquellos cercanos al Maestro. Aún cuando la gran mayoría se dispersará presa del miedo, todos ellos -frente a la muerte de Jesús- vestirán sus almas de tristeza. Es muy humano llorar, quebrarse en la pérdida, suspirar ausencias que a menudo se hacen tan patentes en los platos vacíos de la mesa común. Y esa tristeza parece, sombríamente, volverse definitiva, quiere quedarse de modo permanente.

Pero hay un tercer aspecto que deja muy atrás a todos los demás, y que escapa a toda racionalización. Posee la misma ilógica santa del amor. Ese aspecto es el de la cruz que esconde el germen de la alegría perpetua, infinita, eterna, dolores de parto que preanuncian una vida nueva.
El error quizás estribe en aferrarse a la necesariedad, es decir, a que resulte imprescindible el crisol del dolor y el sufrimiento para que haya brotes nuevos, existencias renovadas. Ello tiene poco y nada que ver con la Buena Noticia.

Pero cuando llega el dolor, cuando se hace tan duramente presente, hay que abrazarlo. Hay que hermanarse al dolor, hay que asumirlo como esa cruz que por el misterio insondable de la bondad divina deviene en símbolo y signo de paz y de bien aún cuando su intención primera y su sentido inicial sea cruel.

Con su Resurrección, Jesús de Nazareth dá el primer paso rotundo para que todos y cada uno de nosotros nos volvamos audazmente capaces de realizar nuestra Pascua. Pues nunca, jamás, estaremos librados a nuestras limitaciones ni sometidos a los azares.

Paz y Bien

Espíritu Santo, aliento de Dios en nosotros
















Para el día de hoy (20/05/20) 

Evangelio según San Juan 16, 12-15






A pesar de haber compartido tanto con Jesús, casi todo su ministerio, conviviendo con Él por los caminos durante tres años, los discípulos no alcanzaban a comprender la real dimensión de su Maestro, la Salvación ofrecida, el rostro de Dios que en Él resplandecía.
Están en el cenáculo, la cruz está demasiado cerca y no queda casi tiempo; Jesús de Nazareth es un hombre que se sabe próximo a la muerte -una muerte horrorosa- y no quiere dejar a sus amigos librados a su suerte, con tantas dudas y tanto por aprender y aprehender en las honduras de sus corazones.

En Jesús todo es darse, expresión total de la esencia de Dios, un Dios que es comunidad, que es familia, que es movimiento y donación amorosa perpetua y eterna. Por eso, para no dejarlos solos les dejará el Paráclito, Espíritu Santo que es la vida que no se apaga.
Por el Espíritu se llega a la verdad en plenitud, los primeros discípulos y los de todos los tiempos y todas las épocas. Pues la verdad en plenitud es el conocimiento profundo de Cristo y su seguimiento, pues la verdad ya ha dejado de ser un concepto que se internaliza, una abstracción inteligida, un categorema adoptado.

La verdad, en este tiempo nuevo y asombroso, es una persona, Jesús el Cristo, hombre y Dios.

Esa esencia amorosa de Dios es el salir siempre de sí mismo y donarse incondicionalmente, a pura generosidad, y por el Espíritu del Resucitado podemos ser capaces de conocer plenamente al Redentor, su misión y la Salvación ofrecida a toda la humanidad.

El Espíritu es movimiento, viento divino que sopla en todas partes, que enciende lo que se ha apagado, que moviliza lo que se ha quedado paralizado, que despierta los corazones adormecidos.
Por el Espíritu todo puede cambiar, y esa verdad que seremos capaces de hacer nuestra, de encarnarla en el día a día nos volveremos enteramente libres, seres transformados que siguen los pasos de Aquel que encabeza la gran caravana de la vida que jamás finalizará.

Paz y Bien

Paráclito, Intercesor de nuestra pequeñez y limitación frente al misterio eterno de Dios

















Para el día de hoy (18/05/20) 

Evangelio según San Juan 15, 26-16, 4







La fidelidad a Cristo y a su Buena Noticia no es un proceso abstracto ni aséptico, sin consecuencias. Más aún, vivir el Evangelio necesariamente tendrá sus consecuencias, consecuencias graves, durísimas, violentas: ninguna fidelidad, desde la mirada obtusa del poder, quedará impune.

Esto lo sabían bien los discípulos y las primeras comunidades: serían expulsados ignominiosamente de su espacio religioso de siempre, excomulgados sin más trámites de las sinagogas, y serían perseguidos hasta la muerte -previo juicio- por los poderes políticos, especialmente por la Roma imperial.
Los cristianos de hoy en día tampoco están exentos de las persecuciones, las que se han refinado en sus modos pero siguen teniendo su carga de odio y su dosis de crueldad, y no es aventurado afirmar también que la medida de las persecuciones y repudios sufridos es también la medida de la fidelidad practicada.

El Maestro promete sin ambages el Paráclito -Parakletos en su origen griego, o alguien llamado en su traducción literal. Es Aquel a quien se clamará por ayuda, es el Espíritu Santo de Dios que acudirá como Abogado, Consejero, Consolador e Intercesor.

Abogado que nos defenderá en principio de nosotros mismos, de todo el mal que hemos hecho -Espíritu de misericordia y perdón.
Consejero que nos dará las palabras justas para que nuestro testimonio sea veraz, aún en los momentos más difíciles.
Consuelo en nuestras horas más bravas, en las noches que se hacen perpetuas, en las angustias y en las lágrimas.
Intercesor de nuestra pequeñez y limitación frente al misterio eterno de Dios, fuerza de la vida, vida plena, alegría y profecía.

No hay precio porque no hay condiciones, porque todo se decide por la Gracia de Dios.
Por ello, en feliz reniego de una religiosidad retributiva o de obligaciones tabuladas, roguemos que nuestra obediencia sea sencillamente que nos reconocemos hombres y mujeres que hacemos lo que debemos porque Alguien, a costo de su propia vida, nos ha comprado tiempo, tiempo eterno para crecer y dar frutos.

Paz y Bien

El éxodo de la Ley a la caridad














Domingo Sexto de Pascua


Para el día de hoy (17/05/20) 

Evangelio según San Juan 14, 15-21








Nadie dice que es fácil. Menos aún en las ambigüedades, durezas e indiferencias crueles e inhumanas de estos tiempos que corren, en donde se oscila desde un materialismo burguesmente torpe y consumista a los embates de la miseria y el desempleo, todo teñido de violencia.
Pero el horizonte de la existencia debería ser el vivir, el vivir en la plenitud de nuestra humanidad, transponiendo ágilmente los límites escasos de la mera supervivencia.

Sobrevivir es quedarse nomás en los afanes del sustento, pero olvidarse del hambre de justicia y de aquello que alimenta para siempre, que no perece. Sobrevivir es volverse estricto para con la letra y el reglamento, y olvidar a su sentido primordial y al Espíritu que todo anima y significa. Sobrevivir es hacer que todo sea pasado siempre sea presente -lo malo y lo bueno- e impedir que haya novedades, que el hoy florezca y soñar con un futuro. Sobrevivir es devenir en esclavos del ritmo de la rutina y de los estereotipos, de la declamación antes que de la proclamación, el ego primero antes que el nosotros.

Nadie dice que sea fácil, peor aún cuando agonizan en silencio y no conocen otra cosa que espanto y dolor.
Y a menudo son tantos los embates de la realidad, que la soledad es sutilmente tentadora.
Pero ni vivimos ni sobrevivimos solos y sin esperanzas.

Quizás el rasgo primordial de los cristianos sea precisamente ése, el de una familia que no abdica jamás en sus ansias por vivir, con todo y a pesar de todo. Y que no todo es producto de esfuerzos desencarnados, pues no estamos solos, y porque no conocemos otra ley ni otra norma que la reciprocidad y la infinita trascendencia del amor.

Porque nos descubrimos amados para siempre y desde siempre, y como rescoldo que nunca se apaga y mantiene perennes los mejores fuegos, el Espíritu del Resucitado nos vá alimentando esta vida que a veces se nos apaga, vino que se nos consume y que nos llega por los ruegos de María de Nazareth.

Paz y Bien

Fieles, ser de Cristo, ser como Cristo




















Para el día de hoy (16/05/20):  
 
Evangelio según San Juan 15, 18-21









Las palabras del Maestro no pueden ser más contundentes: por ser como es, lo que es y del modo que es, a Él lo odian, lo desprecian, lo persiguen y es pasible de toda violencia. Y esto está duramente asegurado para los suyos que se mantengan fieles a esa asombrosa Buena Noticia.

Los fieles serán invariablemente odiados y perseguidos como Él por ser fieles, por ser de Jesús y por ser como Jesús.
El motivo estriba en que están en el mundo sin ser de él, las hermanas y hermanos del Señor que viven el Evangelio en plenitud, sin medias tintas ni calmantes acomodaticios, tarde o temprano entrarán en conflicto con el mundo. Porque el mundo se ordena y estructura a partir del poder, del egoísmo y del dominio, y la garantía de la imposición de ese orden -tan inhumano, tan lejano a la Buena Noticia- es el ejercicio brutalmente calculado de la violencia.

No se trata, es claro, de alternativas políticas ni de procesos revolucionarios de signo distinto al imperante. Se trata de anunciar que otra vida es posible, una vida más humana y trascendente, y de no callar la denuncia de todo lo que se oponga a una vida plenamente humana. Un mundo en donde el verdadero poder sea el servicio, un mundo en donde campee el desinterés y la generosidad, un mundo en donde el único hambre tolerado sea el de justicia.

Por ello cuando el río no suena, cuando no está revuelto, cuando la vida de esta comunidad que llamamos Iglesia discurre apacible, cómoda y sin contratiempos -como un actor más del mundo- hemos de preocuparnos. En algún punto se ha quebrantado la fidelidad, de algún modo no se vive radicalmente el amor de la misma manera que Jesús de Nazareth.

Paz y Bien

Amar, en la sintonía de Cristo, es ser para los demás






















Para el día de hoy (15/05/20) 

Evangelio según San Juan 15, 12-17







Un mandato no es necesariamente una orden que ha de obedecerse ciegamente, sin pensárselo dos veces.

Un mandato implica que se ha confiado en alguien para un cometido determinado, y en el confiar reposa también la certeza de que el mandatario posee las cualidades o capacidades necesarias para lo que se le ha encomendado. Por eso quizás se nos ha desdibujado este sentido básico cuando aplicamos estos conceptos a nuestros gobernantes, en el país que fuere. Y esa confianza brindada implica una responsabilidad, una ética, es decir, un modo de actuar en el mundo y para con los demás.

El mandato de Jesús de Nazareth no es un la obligación de cumplir un número predeterminado de normas específicas, y el Maestro lo ha enseñado del mejor de los modos posibles, viviéndolo Él mismo en cada momento de su existencia, y haciéndose ofrenda infinitamente generosa para el bien de toda la humanidad.
Ese mandato es el amor, y antes que arribar a definiciones que delimitan trascendencias, es menester contemplar al mismo Cristo, al modo en que Él amaba, y cómo Él traducía en nuestro rudimentario lenguaje humano el corazón eterno de Dios que es ese amor infinito.

Amar, en la sintonía de Cristo, es ser para los demás. Y ser para los demás porque primero y ante todo nos descubrimos hijas e hijos amados por Dios, cuyo amor se expresa y explicita en ese Cristo que se desvive por los otros, buenos y malos, justos y pecadores.
No es, como podría inferirse, una progresiva aniquilación del yo y una disolución de la voluntad y la personalidad; antes bien, es una decisión enteramente libre y voluntaria que se fundamenta en que nos ha amado primero, y que no hay otro modo de trascender que el romper caparazones de egoísmo y soberbia, y salir al sol, al encuentro del otro.
Más aún, salir en la afanosa búsqueda del otro porque en verdad, al prójimo se lo edifica toda vez que nos aprojimamos/aproximamos.

Tan intoxicados por los medios de comunicación como estamos, y portadores de criterios tan banales, solemos confundir lo heroico con lo espectacular o con lo eminentemente trágico. Sin embargo, lo heroico es mantenerse en ese principio primordial de ser para los otros, y no transigir jamás.
Y por sobre todo, animarnos y atrevernos así, dando la vida y dando vida, a ser felices.

Paz y Bien

La alegría cristiana, síntoma y señal de la presencia del Resucitado



















Para el día de hoy (14/05/20) 

Evangelio según San Juan 15, 9-11








Contrariamente a lo que se estila caracterizar, la alegría no es euforia ni un sentimiento pasajero de bienestar.
La alegría verdadera es duradera, perdurable y no es una emoción individual: es más bien fruto del encuentro, y muy especialmente de eso que llamamos concordia, es decir, la puesta en común de los corazones aún con todas las disimilitudes que solemos portar.

No es tarea sencilla pues no es nada fácil el conocimiento y re-conocimiento del otro como tal, y es una situación que se torna álgida y primordial cuando ese otro ha sido preclasificado como adversario o, peor aún, como enemigo.

En la comunidad cristiana, la alegría debería ser síntoma y a la vez señal, aunque quizás estos dos términos sean muy parecidos, que no sinónimos.

Síntoma pues denota salud en las almas que se reunen en torno a Cristo, congregadas por su Espíritu, y en las cuales prevalece el servicio, el cuidado, el amor generoso y desinteresado que es la misma esencia de Dios.

Señal pues la comunidad cristiana que es fiel al Maestro -sarmiento firmemente unido a la vid verdadera- arroja destello de luz y auxilio en un mundo en donde son tristemente habituales los odios y las sombras de la discordia, el olvido y los rechazos.

Hablamos de reciprocidad, una reciprocidad que excede la obligación tabulada y que es el producto grato de la amistad, de salir en búsqueda del otro, de propiciar el encuentro porque en el otro adivinamos y descubrimos el rostro de Dios.

Y cuando en comunidad esa alegría trasciende las limitaciones espacio temporales deviene en plenitud, en felicidad, pues lleva el germen santo del amor de Dios y la redención de Cristo.

Paz y Bien

Que el Viñador nos vaya purificando, plenificando, fructificando en santidad





















Para el día de hoy (13/05/20) 

Evangelio según San Juan 15, 1-8







La vid es una constante en los cultivos de una cultura que por siglos fué campesina y rural, y de ese modo no es aventurado afirmar que de esa cultura/cultivo, sabios y profetas la hayan utilizado como alegoría o metáfora para hablar y enseñar las cosas de Dios. Jesús de Nazareth tampoco es ajeno a esta tradición, fiel hijo de su pueblo.

Detrás de esa metodología, en una enseñanza de siglos subyace la imagen de Israel como viña del Señor, una viña o vid que a menudo, por sus quebrantos y traiciones, se ha vuelto estéril, infecunda, corrompida.
Pero la irrupción en la historia de Cristo transforma de raíz esa imagen, y es un cambio tan crucial que debe ser meditado en su enorme trascendencia: la vid ya no es Israel, sino que la vid es el mismo Cristo quien asume en su existencia, en su vida, toda la tradición de su pueblo resignificándola, recreándola, plenificándola.

La tradición veterotestamentaria acota la vid a un pueblo elegido. En el tiempo de la Gracia, con la música de la Buena Noticia, Cristo es la vid verdadera y los sarmientos serán todos aquellos que unidos a Él den frutos santos, un pueblo nuevo nacido en la Cruz por el crisol del amor, la humanidad entera.

Pero volviendo a la imagen inicial, la vid necesariamente requiere de poda, quitar lo que no dá frutos, lo que está muerto, lo estéril. La poda no es negativa o violenta aunque resulte a veces dolorosa: sin embargo, vale por su sentido teleológico, que no es otro que el brindar buenos y nuevos frutos.

Frutos de justicia, frutos de paz, frutos de compasión, frutos de misericordia, vino nuevo del Reino.

Indudablemente, en lo personal y en lo social nos anda faltando una buena poda, y antes de tomar herramientas cruentas hemos de rogar al Viñador que nos vaya purificando, plenificando, fructificando en santidad.

Paz y Bien

La paz de Cristo es señal de que a pesar de todas las cruces, la vida nos amanece en la Resurrección






















Para el día de hoy (12/05/20) 

Evangelio según San Juan 14, 27-31a






La sociedad actual ofrece un menú variopinto y múltiple de la cuestión de la paz.

Una paz que implica la ausencia de conflictos, y esto procurando evitar las situaciones conflictivas, las crisis, el repliegue sobre sí mismo evitando a los que la pasan mal.
Una paz química, que puede ser la medicación -a menudo necesaria- que adormece los sentidos de las almas agobiadas, y en casos extremos, las drogas que subyugan con su cruel adicción a las personas.
Una pax del tipo romano, es decir, la paz que se impone mediante el uso explícito de la fuerza; sus variantes pueden ser la acumulación de poder bélico con el fin de persuadir al enemigo de una destrucción mutua o de una guerra encarnizada, la paz obtenida luego de sangrientas batallas.
La paz de los cementerios, de la que todos guarden silencios, la paz de la comodidad, del miedo, del mirar para otro lado, y otras tantas modalidades parciales e inmanentes, sin futuro ni trascendencia.

Pero la paz que Cristo regala y ofrece de modo generoso e incondicional es muy distinta.
Abarca sí todos los aspectos de la vida humana, genera bienestar y calma, pero no practica escapismos ni rehuye de los problemas. La paz de Cristo, se apoya en la verdad absoluta del amor total de Dios para con la humanidad. Y es una paz que compromete, y que se edifica en este mundo cuando florece la justicia, cuando se reniega de la violencia, cuando servicio y mansedumbre son las ilógicas armas de los que se atreven y tienen coraje de vivir y propagar esa paz.

La paz de Cristo es don, es regalo, y acaso no se limite a ello. Su paz moviliza, su paz impulsa a salir en la búsqueda de los demás, su paz es la certeza de que aunque nuestras mínimas barcas estén sometidas a las tormentas más bravas, si Él viene a bordo, hemos de llegar a buen puerto y no pereceremos.

La paz de Cristo es señal de que a pesar de todas las cruces, la vida nos amanece en la Resurrección.

Paz y Bien

Cristo en el santuario de tu alma
















Para el día de hoy (11/05/20) 

Evangelio según San Juan 14, 21-26







Quien más, quien menos, todos tenemos uno o más sitios a los que nos sentimos ligados por los afectos, por devoción, por espiritualidad; en fin, por cuestiones de Dios. 

Humildes capillas, pequeñísimas ermitas o imponentes basílicas son esos lugares en donde expresamos la fé, nos reunimos como familia de Dios, elevamos súplicas de perdón y de petición y realizamos ofrendas y promesas de gratitud. En muchos lugares las peregrinaciones a esos santuarios son conmovedoramente multitudinarias, pueblo de Dios en marcha.
Todo ello es bueno, es salud para nuestras almas pues hay fé y hay oración de la comunidad y por eso mismo Cristo está presente, aunque hemos de tener cuidado con ciertas desmesuras, ciertas tendencias escondidas a vindicar las construcciones y no honrar a Aquél que les otorga pleno sentido, y también la tentación de la masividad como exhibición -a veces obscena- de un poder desprendido de los números y las masas.

Más allá de todo ello, la revelación de la Buena Noticia de Jesús de Nazareth establece de modo definitivo un asombroso misterio de identidad, ajeno a cualquier parámetro de razón mundana, inasible con cualquier tipo de molde o esquema.

Así, la identidad cristiana ya no surgirá de la aceptación de conceptos abstractos, de la adhesión a doctrinas o de la simple pertenencia, sino antes bien de vivir y respirar ese único mandamiento que es también nuestra herencia infinita, el amor, esencia misma de Dios.

Nuestra identidad cristiana quedará en evidencia si amamos como nos ha amado Cristo y del mismo modo en que Él, con toda su vida, nos ha enseñado a amar. Por eso mismo una fé sin frutos de justicia, de misericordia, de fraternidad no es verdaderamente una fé sino una mera creencia menor declamada.

Y si nos mantenemos fieles a su Palabra, en todos esos variados rebaños y con destino a un hogar para todos con múltiples habitaciones, hemos de descubrir que Dios no está para nada lejos, sino que habita los corazones de las mujeres y los hombres que tengan el coraje y la locura de atreverse a amar, a reconocerse entre sí como hijos y por tanto, hermanos.

La presencia real de Dios está en el hermano, y es ese prójimo que debemos edificar y descubrir el verdadero santuario, templo santo y latiente del Dios de la Vida, y el culto primero es la compasión.

Paz y Bien

La verdad de Cristo abarca la totalidad de la existencia y la vida postrera















Domingo Quinto de Pascua

Para el día de hoy (10/05/20) 

Evangelio según San Juan 14, 1-12









En nuestro diario trajinar, es común encontrarnos con personas que suelen hacer preguntas, como mínimo, incómodas. Sea por que se asoman fuera de lugar, por improcedentes, por prejuicios o porque la respuesta es tan obvia que parece de balde ese inquirir, preguntas a veces absurdas de tan torpes.

Pero benditos sean los preguntones.

Tomás y Felipe realizan preguntas que bien podríamos hacerlas todos y cada uno de nosotros. Sus mentes están atadas a viejos esquemas, a pasados que no se resignan a ser historia, a una fé incipiente, que no ha madurado, que gusta de la comodidad sin riesgos. Pero hay algo evidente, y es que ambos son hombres de fé y tienen hambre de verdad, aunque sea a los tumbos. Y quizás sin darse cuenta, dan el paso primordial de los cristianos, que es el confiar y creer en Jesús de Nazareth.
Ellos dos se fían de Él, y por eso el tenor de sus preguntas, sin ningún conato de vergüenza.

Gracias a Dios por esos preguntones y por los actuales también, preguntones de preguntas tan escasas como la pisada de un gorrión, y que sin embargo desatan terremotos.

Ratificando que el tiempo de la Gracia es kairós, tiempo santo de Dios y el hombre, el Maestro libera una gigante lluvia de luz luego y también a causa de las toscas preguntas de sus amigos, y es tan inmenso lo que afirma que aún hoy no lo hemos asimilado del todo.
Porque ahora la verdad no se establecerá en los silogismos, en la precisión teológica, en la exactitud dogmática o en la profundidad filosófica: la verdad, allí y para siempre se transforma en una persona, ese Cristo de la infinita paciencia y la insondable ternura. 

La verdad, para los discípulos, será mirar y ver, contemplar a Jesús de Nazareth para vivir como Él, amar como Él, confiar como Él y en Él, e identificar su rostro en los crucificados de todas las épocas.
No es un tema menor, y es harto peligroso. El amor fué, es y será una amenaza para los poderosos. María de Nazareth lo sabía en las honduras de su alma cuando cantaba las maravillas de ese Dios magnífico cuyo rostro está siempre inclinado hacia los más pequeños, cuya mano se extiende siempre hacia todos los cautivos.
Esa verdad abarca la totalidad de la existencia y la vida postrera también. Brújula asombrosa de los corazones, hay un camino por donde andar, hacia un horizonte cierto hacia donde ir, hay una vida que se ofrece generosa, abundante y gratuita para todos sin excepción.

Esta vida que es y se concentra en el Resucitado abre puerta y ventanas, la casa de Dios.
Es una casa grande, de habitaciones infinitas, hogar enorme y cálido en donde toda la humanidad tiene su sitio. Las uniformidades conspiran contra esa vida que se nos florece, la multiplicidad de colores y tonalidades hace a la trascendencia de su belleza, y muchos añoramos que sea así, fiel y fraterna, esta casa que amamos y que llamamos Iglesia.

Paz y Bien

Dios es Jesús y Jesús es Dios


















Para el día de hoy (09/05/20) 

Evangelio según San Juan 14, 7-14








La declamación pura y abstracta no es del todo sana, no hace nada bien al crecimiento de los corazones. Porque son tristemente conocidos los discursos grandilocuentes, las prédicas efectistas y miríadas de libros analíticos y sesudos que hablan acerca de Dios, de cómo es Él y, a partir de esos postulados, de cómo deberíamos comportarnos merced a pretendidas moralinas que de allí se desprenden.

Sin embargo, nuestro lenguaje humano no es ni siquiera un balbuceo menor e incomprensible para hablar de Dios. Nada podríamos -por nuestra cuenta- expresar de Él con nuestras palabras, las que hace demasiado tiempo dejaron de ser logos, de tener relevancia y compromiso, palabras en las que uno se juega la vida pues uno es, en cierto modo, sus palabras.

Aún así, la revelación de Jesús de Nazareth derriba cualquier muro de sombras pues Él mismo, su presencia, es pura luz que disipa toda oscuridad. Y por ese Cristo conocemos a Dios y le reconocemos en el modo en que Jesús vivió, en como ama Jesús, en la misericordia que respira, en la bondad que brinda como lluvia fresca e incondicional, en su solidaridad extrema, en su servicio perpetuo, en la ofrenda de su existencia misma que tiene su cúlmine en esa cruz que no es sólo patíbulo, sino señal del amor mayor para todos nosotros, para toda la humanidad.

En Cristo ser transparenta el mismo Dios del universo, y es tal su identificación que Dios es y está en Jesús y Jesús es y está en Dios, zarza ardiente en cada uno de nuestros instantes.

Como discípulos o, mejor aún, como amigos y hermanos suyos, no podemos menos que ansiar esa transparencia.
Porque al Dios de Jesús de Nazareth, de María y José de Nazareth se lo encuentra en cada gesto de bondad, en la insondable eternidad del amor cuando se encarna en el aquí y el ahora, en el hambre tenaz de justicia y en la sed obstinada de paz, en la edificación de un ámbito inmenso y cálido con sitio para toda la humanidad, hogar y familia que llamamos Iglesia.

No es fácil, es claro. Pero de la mano de Cristo todo se puede, y los imposibles dejan de ser tales cuando se hace presente la fé.

Paz y Bien

Virgen surera, Madre gaucha de Luján


















Nuestra Señora de Luján - Patrona de la República Argentina

Para el día de hoy (08/05/20):  
Evangelio según San Juan 19, 25-27





Pero Ella ha venido hasta nosotros y se ha quedado, desde entonces y para siempre, desde 1630, desde los sueños de Dios mismo.

La llevan junto a una imagen hermana -la Virgen de Supampa- por travesía en un buque comercial, y por caminos clandestinos -ruta de contrabandistas-, pues había algo turbio en los negocios de quienes encargaron las imágenes. La carga no se compone solamente de dos pequeñas imágenes de terracota, sino que se complementa ominosamente con una miseria aberrante: un esclavo negro, Manuel por nombre, es compañero de la Virgen.

Aún así, por senderos inusuales y extraños, en medio de costumbres crueles, todo puede suceder porque Dios sigue germinando la historia, y con tenacidad de madre, con la obstinación que sólo conocen los que aman, decide quedarse en este suelo. No habría, ni hay ni existirá fuerza alguna que mueva esa carreta de ruedas enormes, no consta en el universo nada que pueda conmover estos amores que nos definen y constituyen, Virgen Gaucha, Madre del Señor, Señora de Luján, hermana y compañera de nuestros andares que cobija entre sus pequeñas manos nuestra historia y nuestro pueblo, aún con todos nuestros quebrantos, aún con nuestras luces y nuestras sombras.

La Virgen surera permanece firme en el horror de nuestras cruces y sonríe feliz en el cimbrear de nuestras fiestas.

Madre por ese Cristo que está en donde Ella se encuentre -porque donde está la Madre está el Hijo-.

Gaucha por la santa mixtura de la sangre india que aún nos corre silenciosa, y por tantos abuelos que han venido atravesando mares extensos, gauchísima confortando a los que sufren y protegiendo a tantos desvalidos, abandonados y hambreados que han de ser nuestra vergüenza y nuestra misión, protectora de los niños sometidos, Cruz del sur de tantos jóvenes sin rumbo, fiel hermana de una multitud silenciosa de mujeres y hombres honestos que desde su esfuerzo edifican una casa grande para todos, casa común en donde todos cuentan, todos son importantes, que no reconoce enemigos sino hijos y hermanos.

Ella, como en Nazareth, como en el Calvario y en la Villa de Luján también, no tiene casa propia. Ha vivido siempre en techo prestado, porque su hogar ha de ser siempre el hogar de los hijos que la reciben sin reservas, a puro afecto, con la fortaleza indestructible de la ternura.

Señora de Luján ruega por nosotros, por los que nos precedieron, por los que están perdidos, por los que vendrán, por ese hijo tuyo siempre presente que ahora sucede a Pedro, por todos aquellos que con tu misma hermosa obstinación -rebelde, pura, santa- se afirman en la solidaridad, en la presencia, en la justicia y en la paz.

Amén

Paz y Bien

Nos renovamos desde el servicio, desde la caridad

















Para el día de hoy (07/05/20) 


Evangelio según San Juan 13, 16-20






Ese Dios de liberación y desierto se dá a conocer a Moisés y, por intermedio de éste a todo el pueblo, como Yo Soy.
Es el que es, es el que está.

Del mismo modo, en la calidez de una mesa de amigos y en los umbrales de la Pasión, Jesús de Nazareth se revela del mismo modo, y en su Yo Soy se define eternamente su absoluta identidad con el Padre. Dios es Jesús y Jesús es Dios.

Pero ese rostro, esa imagen que los discípulos y nosotros creemos conocer dista mucho de lo que imaginamos. Alejado de los parámetros ornados de gloria mundana, de poder demoledor, de victoria al modo militar, Aquél que es, que está y estará se revela como siervo de los suyos, como un esclavo.

Puede ser escandaloso, y nos puede desatar la rebeldía al modo de Pedro, pues ese Cristo así, humillado, anonadado nos conmueve cualquier estructura espiritual y mental hasta sus mismos cimientos.

Sin embargo, ese Cristo exhibe una característica familiar que le viene de su Padre y que se traslada también a sus hermanas y hermanos, todos los creyentes, y es precisamente el servicio, la generosidad, el interés primordial por ese otro al que reconocemos y edificamos prójimo/próximo.
Por ello, llave y medida de nuestra felicidad están en el darse incondicionalmente, en ofrecer la vida por pequeña que se nos asome.

Es imprescindible que el Maestro nos lave los pies, signo de ternura y de predilección personal.
Y así ir hacia el horizonte del hermano -pues la gloria de Dios es que el hombre y especialmente el pobre viva- con un caminar renovado, a paso firme, con alegre desprendimiento de todo egoísmo, para mayor gloria de Dios y paz y bien para los que están cerca y los que están lejos.

Paz y Bien

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