La buena semilla permanece siempre fiel a su vocación y destino
















Para el día de hoy (31/01/20):  

Evangelio según San Marcos 4, 26-34






Estas parábolas del Maestro confrontan totalmente con esas ganas y esas ansias de lo automático, de lo impositivo, de lo instantáneo.
¿Qué no daríamos, tan a menudo, porque lo que anhelamos se resolviera u obtuviera de golpe, a modo espectacular, sin otro esfuerzo que el de pasivos y embelesados espectadores de shows religiosos?

Jesús de Nazareth translada, sospechosamente, el ámbito de lo sagrado, de lo que inferimos atado al templo y a la liturgia, a un espacio totalmente profano, el de los labradores, el de la paciencia y la espera que se despliegan en la cotidianeidad.

El problema estriba, quizás, en que nos confundimos. Tenemos vocación y misión de sembradores confiados, no de crecedores. Las bondades de la semilla son misteriosas, es decir, que escapan a la simple verbalización y a los límites acotados de la razón, y esas bondades no son destellantes.
Su fuerza imparable es humilde, sencilla, modesta, y aún así, el mínimo grano de mostaza se convertirá en el mayor de los arbustos, frondoso de sombras y refugio, pleno de frutos y rinde.

Tal vez haya un modo de saber si las semillas que vamos sembrando -en este oficio de pura confianza, de fé- es el camino correcto, y si esas semillas son las verdaderas, las mejores.

La clave está en la frondosidad de la planta que crezca.

Cuando ella crece y se vuelve frondosa, y así alberga muchos pájaros, es que su origen es muy bueno. Y más, cuando esos pájaros son de diverso color, tamaño y origen, a veces de orígenes extraños y casi imposibles.
Por ello, cuando la Iglesia se vuelve frondosa y hogar de muchos pájaros -tantos, que a ninguno rechaza- es que ha sembrado la buena semilla, y es que ha permanecido fiel.

Paz y Bien

La luz que se nos ha confiado
















Para el día de hoy (30/01/20): 

Evangelio según San Marcos 4, 21-25









En el tiempo en que Jesús de Nazareth predicaba por los pueblos y ciudades de Palestina, las viviendas familiares por lo general estaban constituidas por un solo ambiente en donde transcurría la vida familiar; era toda una cuestión iluminar esa habitación cuando el sol caía, más en invierno cuando los días se acortaban.
Para ello se utilizaban lámparas, pues las velas eran carísimas y solían utilizarse en el culto. Esas lámparas eran pequeños recipientes de barro cocido con una boca y dos orificios, uno para colocar una mecha y el otro para que ingrese el oxígeno, y por la boca se cargaba aceite de olivo -no se conocía el petróleo-; ese aceite a su vez era prácticamente un artículo suntuario.
Y para que tuviera mayor efectividad, la lámpara encendida se colocaba en pequeños salientes elevados que tenían los hogares para que iluminaran toda la habitación, es decir, a todos los presentes. Con esa luz, literal y simbólicamente se disipa la noche y se prolonga el día.

Los que lo escuchaban lo entendían perfectamente. A nadie se le ocurriría poner una lámpara con algo tan valioso como la luz bajo la cama o debajo de una caja o un canasto. La luz ha de ubicarse siempre allí en donde ilumine a todos.

La comprensión de la parábola es profundamente sencilla, pero en esa misma sencillez se contiene su contundencia inequívoca y taxativa.

Somos todos nosotros pequeños recipientes de barro que albergan algo precioso, valiosísimo, la Palabra, la Gracia de Dios. Esa luz no puede ni debe ocultarse, y extrañamente se propaga y expande cuanto más se la comparte, como esos pequeños cirios encendidos que, a su vez, encienden a otros.

Somos lámparas vivas, y es misión, es deber y es, por sobre todo, un tesoro que se nos ha confiado.

Paz y Bien

Sembradores tenaces de la asombrosa semilla del Evangelio














Para el día de hoy (29/01/20) 

Evangelio según San Marcos 4, 1-20






A veces es un buen ejercicio imaginarnos ubicados allí, en medio de la multitud cuando el Maestro enseñaba.
Allí podemos observar a pescadores del mar cercano, a jornaleros, a labriegos, quizás algunos fariseos y escribas atentos esperando algún fallo o error por parte de Jesús, muchos esperando la sanación de un ser querido, muchos más a la deriva en un mundo agobiante.

Esos oyentes no necesitaban demasiadas explicaciones: ese joven rebbí galileo les hablaba de Dios a partir de las cosas que vivían a diario. Ellos sabían bien lo difícil que era arrancarle frutos a su tierra, pedregosa en su gran mayoría excepto en algunos valles fértiles. Ellos conocían del esfuerzo del campesino y del rinde de las cosechas, pues en ello les iba la supervivencia de su familia.
Hemos de detenernos por un momento e insistir en este punto: la Iglesia a menudo olvida esta virtud de dialogar con las mujeres y hombres de hoy a partir de lo cotidiano de sus existencias.

El sembrador de la parábola que les narra es bastante tonto. A ninguno de ellos se le ocurriría dispersar valiosas semillas en cualquier lado, sólo lo harían en terrenos que ellos consideraran seguros de brindarles buenos brotes.  Aún así, no puede negarse que este sembrador es obstinado, que no ceja en seguir esparciendo por doquier la siembra.
Y es de imaginar las sonrisas cómplices y alegres que entrecruzarían frente a ese impresionante rendimiento de la semilla, treinta, sesenta, ciento por uno.

Todo misterio, por autonomasia, desborda el acotado marco de la razón. Por eso mismo el Maestro les enseñaba en parábolas, amistosas ventanas para asomarse al infinito. Así esos hombres sencillos pueden ingresar a la asombrosa dinámica de la Gracia, a la magnífica desproporción del amor de Dios.

A nosotros, pecadores todos y a la vez discípulos y seguidores de Cristo, se nos revela también una misión, y una confianza a menudo ausente. Y es que la Palabra de Dios, semilla del infinito, invariablemente es eficaz. Siempre dará frutos, frutos buenos, frutos santos, en silencio y con una fuerza que no puede detenerse.

Por eso es menester volvernos sembradores tenaces. A veces no son necesarias predicaciones, basta con el testimonio de una vida fecunda en el Espíritu. Muchos no leerán otro Evangelio que aquel que nuestras propias existencias les relate.

Paz y Bien

Un Dios que considera a los suyos padre, madre, hermana y hermano















Para el día de hoy (28/01/20):  

Evangelio según San Marcos 3, 31-35







Eran tiempos muy duros para el pueblo de Israel.
Llevaban a cuestas demasiados años de sometimiento al ocupante imperial extranjero, con los rigores y humillaciones que ello suponía En la provincia Galilea esto se acentuaba por el actuar despótico de los reyes vasallos Herodes el Grande y su hijo Herodes Antipas.

Frente a un sistema opresivo y disolutorio, surgía entonces el clan como el único refugio y la única garantía de identidad y pertenencia, de seguridad protectiva de las familias y de la tierra, de conservación de tradiciones y religión; en esta perspectiva, es fundamental el rol de los varones.

Así entonces se comprende que la madre y los hermanos -los parientes- se lleguen desde Nazareth a Cafarnaúm buscando a Jesús: no ha cumplido con las expectativas que los suyos tienen de Él, se ha marchado de su querencia a los caminos, brindándose por entero a extraños y réprobos y hablando de Dios de una manera asombrosa, en vez de cuidar las cosas familiares, continuar el oficio de José, tener hijos.
Él les pertenece, y quieren ejercer ese derecho de propiedad, y el reclamo dice que lo consideran alienado y hasta trastornado.

Pero es un tiempo nuevo, tiempo de Buenas Noticias, de novedades asombrosas, de un Dios muy cercano, un Dios pariente.

El Maestro expande las fronteras escasas del clan familiar y edifica una nueva familia que supera largamente los lazos biológicos, a menudo impuestos y siempre heredados. Esta familia nueva se construye a partir de lazos cordiales porque sus integrantes se han descubierto hijas e hijos de ese Dios que está con ellos, por ellos y en ellos.

Un Dios que considera a los suyos padre, madre, hermana y hermano porque se han decidido por su sueño mayor y su voluntad, la vida plena para todos sin excepciones.

Paz y Bien


El rechazo al amor entrañable que Dios nos tiene y que no requiere interpretaciones















Para el día de hoy (27/01/20):  

Evangelio según San Marcos 3, 22-30






El anuncio de la Buena Noticia -el ministerio de Jesús de Nazareth- crecía sin descanso. Él hablaba de un modo distinto al habitual, y enseñaba las cosas de Dios con una autoridad nueva, y las gentes comenzaban a entrever el rostro de un Dios que los amaba, y no tanto un Dios lejanamente severo, propicio a los castigos. Junto a ello, y como parte del la misma novedad buena, Él sanaba todas la dolencias, las del cuerpo y las del alma, y a nadie exceptuaba de esta sanación ni lo tomaba por réprobo o indigno de la sanación.

Así entonces la fama del Maestro se extendía por todas partes, inclusive allende las fronteras de Israel; esa fama lo volvía, por un lado, inmensamente popular y agradable al pueblo. Por otra parte y por ello mismo, las autoridades religiosas y políticas lo percibían como una amenaza peligrosa, como un enemigo a ser suprimido.
Es que a menudo la bondad, para los poderosos, es gravosa e intimidante, y el ejercicio de esa bondad ha de pagarse caro.

Las cosas habían llegado a tal punto que envían desde Jerusalem a representantes oficiales -garantes de la más pura ortodoxia- con el fin de confrontar con el Maestro y suprimirlo, minimizando los riesgos que Él implicaba para todo el sistema establecido.

Las acusaciones que esgrimían en su contra crecían en gradualidad e intensidad: en los comienzos, los descalificaban por ser un campesino nazareno, presuponiendo que por su origen pobre y galileo carecía de autoridad alguna, ni merecía que se le preste atención. A medida que el tiempo pasaba, las acusaciones se incrementaban y se volvían cada vez más peligrosas, pues varias de ellas suponían -de progresar su oficialización- la condena a muerte de Jesús.
En el caso de hoy, los representantes de la religión oficial lo descalifican aduciendo que sana a endemoniados con el poder del Maligno, algo así como un agente experto de Belzebul. Las evidencias de los signos que Él realizaba estaban allí, evidentes e inocultables -las gentes sanaban-, y por ello los escribas cuestionan y atacan la naturaleza primordial del poder que Jesús ejerce.
No obstante, esto iba mucho más allá, pues se podía concluir luego de la acusación que Jesús no actúa por Dios ni en nombre de Dios, y así arrastra a las gentes a la perdición. Eso es lo más grave, el rechazo abierto de la bondad que se ejerce con cada signo, en cada milagro y a pesar de toda evidencia.

El Maestro responde con argumentos sutiles, poniendo en evidencia la contradicción flagrante de quienes quieren suprimirlo, y la dureza de su respuesta no se acota a esa situación en particular, en ese momento determinado, sino que llega a nuestros días.

No hay modo de negar lo evidente, y cuando el bien florece, toda argumentación contraria deviene inútil y estéril.
Porque lo imperdonable no viene de Dios, un Dios Abbá que es misericordia infinita. Lo imperdonable nos pertenece, es cosa nuestra, queda de esta vereda el rechazo al amor entrañable que Dios nos tiene y que no requiere interpretaciones, un amor que está allí, abiertamente a la vista y se ofrece a todos sin excepción.

Paz y Bien

Pequeños e incansables pescadores en mares inmensos

















Domingo 3º durante el año

Para el día de hoy (26/01/20):  

Evangelio según San Mateo 4, 12-23






La convocatoria a los primeros discípulos que nos brinda el Evangelista Mateo resulta muy extraña para las tradiciones de su época; en aquél entonces, los hijos de las principales familias judías -las más tradicionales y las de mejor posición socioeconómica- buscaban afanosamente a los rabbíes destacados para pasar a ser parte de los, por lo general, reducidos grupos de discípulos que aprendían de ellos la Ley, siempre en modo académico, estáticamente ubicados en un sitio predeterminado.

Jesús de Nazareth rompe con esta costumbre establecida, y es Él mismo quien sale en búsqueda de sus discípulos; se ha invertido la postura, y no son aquellos quien buscan un rabbí de quien aprender, sino que es el Maestro quien los invita.
Su enseñanza no será una acumulación progresiva de erudición, tras montañas de escritos enjundiosos -que pueden ser muy buenos y hasta santos-. Su enseñanza no es la transferencia pasiva de conocimientos, sino un caminar, un compartir la vida misma a diario, el conocimiento de Cristo que es el fundamento de todo destino y roca firme de la fé. Se trata de conocer para actuar como Jesús actuaba, vivir como Jesús vivía, amar como Jesús amaba, y no hay manual de instrucciones. Todo es enteramente personal, y más aún.

Este Cristo que sale al encuentro es signo cierto de las primacías de Dios, que siempre -de continuo, sin rendirse jamás, sin descanso- nos sale al encuentro, nos convida, nos busca primero.

Sin caer en una ligera y estéril lectura sociológica o ideológica, los primeros discípulos, sinceramente, son unos don nadie, sin relevancia ni fortuna, sin una genealogía que exhibir ni glorias que relatar. Se trata de hombres comunes, hombres de esfuerzo y trabajo cotidiano, sabedores de ganarse el pan, de las luchas cotidianas, con sus idas y vueltas, con sus fidelidades y sus quebrantos.

Quizás y lejos de toda épica, el Maestro buscó y sigue buscando mujeres y hombres ordinarios, corrientes, casi invisibles entre las multitudes pero capaces de seguir sus pasos, de ponerse en pié, de confiar/se a ese Cristo que no los abandona nunca, ni siquiera en los momentos más oscuros.
A veces puede tratarse de mujeres y de hombres a los que la vida ha dejado heridas salobres y dolorosas, recuerdos gravosos, pasados pesados y que sin embargo se atreven a renegar de la mera supervivencia, y se animan a vivir con ese Dios que lo descubren en sus días, en su cotidianeidad, en el día a día, minuto a minuto, aquí y ahora.

Estos pescadores son pequeños, muy pequeños y frágiles, la más brava, el más fiero también. Todos somos quebradizos y portamos el sayo de nuestras limitaciones. Y la tarea se asoma harto complicada, que no imposible. El mar que nos toca navegar es enorme y peligroso para nuestros escasos barcos.
Más se trata de irse mar adentro a echar as redes, para mantener a muchos pequeños peces con vida, una vida que sabemos disponible y abundante para todos sin excepción, una vida plena, feliz, total, que se nos ofrece a diario y que es el Reino de los cielos, cielos cercanos, al alcance de cada corazón.

Pescadores tan pequeños como vos y yo, como tú y ella, como todos nosotros, como la frágil barca que llamamos Iglesia y que a pesar de las tormentas se mantendrá firme, y nadie perecerá.
Porque la conduce Aquél que camina sobre las aguas terribles del desconcierto, las olas del miedo y las tormentas de la duda.

Paz y Bien

El último no se puede ha sido borrado con la Resurrección del Señor

















La Conversión de San Pablo, apóstol 

Para el día de hoy (25/01/20):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-18








La principal clave de lectura del día de hoy se encuentra en el primer versículo: los testigos, los enviados, son testigos y mensajeros del Resucitado.
No encarnarán en su existencia una misión por el simple hecho de adherir a doctrinas ni a ideas específicas; antes que todo eso -que no está mal, claro está- su escapulario distintivo será su confianza y su vida compartida con Jesús de Nazareth, vivo y presente en medio de su pueblo.

Su mandato misionero es, nada más ni nada menos, que el anunciar una Buena Noticia, el hecho asombroso del amor de Dios, raíz y clave de todo destino. No son palabras, pura declamación, sino de dar un testimonio veraz, que será ratificado con signos que serán fedatarios de su credibilidad y su veracidad.

Signos de liberación, desalojando a todos los demonios que anidan en mentes y corazones de los hombres, alienando sus vidas, reduciendo en estatura espiritual su humanidad tantas veces socavada.

Signos de comprensión, en un lenguaje nuevo y comprensible por todos los pueblos, para que las gentes vuelvan a comunicarse y a escucharse, dejando de lado los gritos de guerra y de desprecio, paso esencial en la búsqueda de la fraternidad.

Signos de la Divina Providencia, pues al vivir la vida de Dios el misionero, pase lo que le pase, jamás serán acallados ni derrotados, ni la muerte misma apagará su luz.

Más que artilugios o acciones milagreras, esos signos son signos del mismo Cristo y señales de conversión a a una vida impulsada sólo por el amor de Dios, en afable desdén por el poder, en alegre rechazo al renombre, al reconocimiento, a la fama. 

Hay muchas manos que imponer, mano sobre mano para volver a la confianza de la palabra que se empeña, manos amigas, manos fraternas, manos del trabajo, manos que se unen en oración para que la inmensa tarea siga realizándose, porque no es imposible, nada es imposible.

El último no se puede ha sido borrado con la Resurrección del Señor.

Paz y Bien

Pueblo nuevo que camina hacia todos los encuentros, Iglesia y comunión













Para el día de hoy (24/01/20) 

Evangelio según San Marcos 3, 13-19










El proyecto de Dios nunca se detiene.
Desde una mirada de fé, podemos afirmar sin vacilaciones que hemos recorrido un largo camino desde las tiendas en el desierto del viejo pastor de Ur.

Una amorosa promesa de amor, que es rescate y liberación es entretejida por Dios en la historia. Un pueblo nacido en tribus esclavas, peregrino hacia tierras nuevas, es portador de esa promesa, a pesar de sus quebrantos, aún con sus infidelidades.
Porque ese Dios es un Dios de una fidelidad infinita e inquebrantable. Es el Dios de una alianza que perdurará por los siglos, alianza que lo une para siempre con los suyos, alianza que también es símbolo de sus esponsales con la humanidad.

Ese pueblo elegido y bendito madura y al tiempo propicio de los frutos cosecha al Salvador.

El Cristo de la Encarnación, Dios con nosotros, inaugura un tiempo santo -kairós- de Dios y el hombre, y funda un pueblo nuevo que no estará definido por la raza, por la cultura, por las banderas o ideologías.
Se trata de un pueblo que se afirma y establece a partir de vínculos trascendentes de caridad y fraternidad, pero por sobre todas las cosas, por su unión a Cristo, pueblo que es familia como el mismo Dios.

Las grandes cosas, los grandes aconteceres en el tiempo de la Gracia comienza con humilde pujanza, con la fuerza silenciosa de una mínima semilla.
Así este pueblo se edifica a partir de unos pocos hombres elegidos por el Maestro, que serán enviados con una misión asombrosa, pero que ante todo son precisamente eso, elegidos por Él, sus amigos, sus hermanos.

El pueblo nuevo crece y se edifica, árbol santo que ha de dar frutos, árbol firme que nunca perecerá pues su savia es el Espíritu Santo, pueblo nuevo que camina hacia todos los encuentros, Iglesia y comunión.

Paz y Bien

Cristo nunca nos abandona, Cristo nunca nos defrauda
















Para el día de hoy (23/01/20) 

Evangelio según San Marcos 3, 7-12









Jesús de Nazareth era un fiel hijo de su pueblo -judío hasta los huesos como sus padres-, y por ello es dable presuponer que su predicación y su ministerio se encamine con razonable preferencia hacia los suyos, hacia el pueblo de Israel en rotunda exclusividad justificada por toda una historia nacional.

Pero la fama del Maestro se extendía con inusitada rapidez, y lo buscaban no sólo sus paisanos galileos, sino también los más tradicionalistas y ortodoxos de Judea y de la misma Jerusalem del Templo. Sin embargo, trasciende fronteras y por entre las multitudes que lo requieren se pueden identificar también gentes de Idumea o Edom, de Transjordania, de Tiro y Sidón, todos territorios rebosantes de gentiles y extranjeros, símbolo de la catolicidad/universalidad de la Buena Noticia, que no se deja encerrar ni se acota a nada. Ni a nadie. 
El Evangelio es Buena Noticia para todas las naciones.

Tal como lo expresa la lectura que nos ofrece la liturgia en el día de hoy, Jesús debe dirigirse a espacios abiertos, espacios públicos, pues ha sido excomulgado de las sinagogas por la furia de los dirigentes religiosos que le consideran un blasfemo que quebranta el Shabbat y se arroga cuestiones que ellos consideran exclusivas de Dios.
Pero el Maestro no se detiene. Tiene una misión y, fiel hasta el fin, asumirá todas las consecuencias que esa fidelidad absoluta le atraigan sobre su persona.

Aún así, esa multitud expectante está atraída en gran parte por la fama de ese joven rabbí galileo. Unos, por los signos de sanación, por lo que lo identifican como un milagroso taumaturgo. Otros, encendidas sus pasiones nacionalistas, creen que es un Mesías que liberará a Israel y restaurará la dinastía davídica aplastando militarmente a sus enemigos, todas imágenes desdibujadas, un Cristo a la medida de las necesidades de cada uno. Esa fama es peligrosa pues es nociva para los corazones.
Por eso el Maestro se aparta de ese abrazo peligroso que en realidad amenaza con aplastar su ministerio antes que a su propio cuerpo.

Pero el Señor no ceja ni se resigna ni huye. Así, se sube a una barca y desde la orilla, a una cierta distancia, continúa enseñando a las gentes. A pesar de sus errores, no abandona a las gentes a su suerte.

Así es nuestra existencia. Nos solemos sumergir en caricaturas convenientes de un dios con minúsculas, arremetiendo contra todo lo que no se condice con nuestras expectativas.
Pero Cristo anda por nuestras orillas, paciente y compañero, esperando que madure en nosotros las ganas de hacerle espacio a la Gracia de Dios, las puertas abiertas a la Salvación.

Paz y Bien 

Nunca puede postergarse el auxilio al que sufre, nunca se debe posponer la caridad















Para el día de hoy (22/01/20):  
 
Evangelio según San Marcos 3, 1-6










A veces por esta vida acelerada e inhumana en la que muchos estamos inmersos, se nos pasan por alto ciertas cuestiones fundamentales del ministerio de Jesús de Nazareth. Se trata de saber reconocer que es lo verdaderamente urgente, lo que no admite postergación bajo ninguna razón, qué es aquello de lo que hay que ocuparse aquí y ahora desde la mirada del Maesto, que es la mirada y la acción misma de Dios.

Muchos dirigentes religiosos de su época se preocuparon in extremis por las acciones y actitudes del rabbí galileo: su sistema de preceptos era tan ceñido y rígido que cualquier desvío se consideraba peligroso, y era sometido a un intenso escrutinio: ello, en gran medida, se debe a que Jesús pone en entredicho el sitio o ámbito de radicación de lo sagrado. Así, como un alud creciente, la observación de esos hombres fariseos -profundamente piadosos- no era una mirada justa y apreciadora de verdades sino que, vieran lo que vieran, ya habían emitido su dictamen, y ese galileo era un incordio y un anatema. Por eso mismo siempre estaban a la espera de un quebranto flagrante de las normas y la ortodoxia, pues la condena estaba dispuesta.

Pero Jesús lee los corazones como nadie, y sabe de las oscuridades crueles que se crecen en el interior de esos hombres severos. Es ése el motivo por el que al hombre de la mano paralizada lo hace pasar al frente, al centro de la atención de todos los presentes: el que sufre debe ser el centro mismo de la comunidad, pues allí están las preferencias de Dios.
Ese hombre tiene varias cargas: una discapacidad física que le impide trabajar y ganarse el pan, estrechar una mano amiga, abrazar, acariciar, y además, está estigmatizado. Su enfermedad lo convierte en un impuro ritual al que es mejor evitar, su enfermedad es consecuencia del pecado, y en cierto modo, no trabajar, no amar y portar esos sayos pesadísimos que le imponen es una forma de estar muerto en vida.

Pero es el tiempo de la encarnación, de un Dios con nosotros y entre nosotros, de un Dios que bondadosamente se desvive por la plenitud de mujeres y hombres. Todo aquello que menoscaba dicha plenitud es opuesto a Dios, y Cristo es liberación, sanación de cuerpos, de mentes, de almas, de comunidades.
Nunca puede postergarse el auxilio al que sufre, jamás, aún cuando ello pueda, en cierta medida, chocar con ciertos mandatos o preceptos religiosos, por importantes que estos fueran.

Como una nota no menor, acontece en ese ámbito una extraña alianza -de carácter violento y mortal- entre fariseos y herodianos, quienes entre sí se odiaban cordialmente. Sin embargo, no es tan difícil la lectura de su razón: el ministerio de amor de Cristo pone en entredicho la autoridad religiosa pero también la autoridad política -en este caso los herodianos. Porque en aquél entonces y en nuestros tiempos también la religión es un vórtice de control y sometimiento social, y cuando ello se subvierte, se encienden las alarmas de los poderosos.

Paz y Bien

Nuestra herencia es el amor de Dios
















Para el día de hoy (21/01/20)  

Evangelio según San Marcos 2, 23-28







Desde una perspectiva fenomenológica, la fé cristiana es secular y extrañamente profana pues no se condice con los parámetros usuales de divinidad, de escisión de lo sagrado, de alteridad absoluta.

La clave es el misterio de la encarnación de Dios, un Dios que se hace humano en Cristo -el más humano de todos- que se hace finito, que se hace tiempo, que se hace historia para que la historia se transforme, fermente y florezca.
El Dios de Jesús de Nazareth es el Totalmente Otro que se encuentra muy cerca, y que no es uno habita en un cielo inaccesible y desde allí aplica parámetros de subordinación, de obediencia militarizada, Dios de premios y castigos.

La discusión con los fariseos plantea un abismo infranqueable. Ellos todo lo subordinan a una casuística establecida a partir de parámetros que deificaron y que anteponen a la misma Palabra, un fundamentalismo tan proclive a detectar malos e impuros, a señalar con fluidez prohibiciones y a separar a muchos mediante yugos agobiantes, todo en nombre de Dios.

Jesús de Nazareth, Dios con nosotros, sabe que cada mujer y cada hombre es un templo viviente del Dios de la vida. Que en cada hombre y en cada mujer resplandece el rostro de Dios, y hay  que saber mirar y, especialmente, tener el deseo de ver, con una persistente hambre de verdad.

Ese corazón sagrado en llamas por el Espíritu que lo anima no puede abdicar de las necesidades humanas, ni subordinarlas a la observancia de normas, por importantes que ellas fueran.
Es claro que no es una mera cuestión material o biológica: es el paso mayor de una razón que deviene en co-razón, que se conmueve frente a la necesidad, a las ausencias, a las injusticias, a los sábados impuestos que han dejado de ser santos y restauradores de almas y familias para convertirse en carga de rictus amargo y gravamen intolerable.

Porque en verdad nos aferramos a esos sábados que hemos inventado, y soltamos la mano bondadosa que Dios, a cada paso y cada momento nos tiende.

Paz y Bien

Con Cristo, la vida ha de ser celebración perpetua de estar vivos

























Con motivos a veces fundados, pero también con ansias descalificatorias, se ha encasillado a la secta de los fariseos en la absoluta negatividad y fiera religiosidad enemiga de Cristo. Sin embargo, hemos de señalar que los fariseos eran, ante todo, hombres muy piadosos que procuraban por todos los medios permanecer fieles al Dios de Israel, hombres de plegaria constante, de estudio y reflexión de la Palabra, de reordenar toda la existencia en base a esa fé que profesaban. Con el tiempo, ello se fué tergiversando y devino en un grupo cada vez más sectario que rechazaba cualquier novedad o heterodoxia.
Dos eran los problemas que aquejaban sus almas: por un lado, eran totalmente literalistas, es decir, leían la Torah y la interpretaban en forma literal, olvidando los niveles de profundidad y, especialmente, a Aquél que le daba pleno sentido a esa Palabra.
La literalidad es madre y causal de todos los fundamentalismos, y éstos suelen ser violentos, sectarios y excretan del ámbito de lo propio al distinto, al que no se aferra a cosas que tradiciones a menudo dudosas le han impuesto.

Por otra parte, estaban firmemente establecidos en una religiosidad retributiva, y ello implica que sus actos de culto y pìedad estaban destinados a ganar los favores divinos. Al seguir los preceptos establecidos -sin dudas- obtendrían la bendición de su Dios.

En cierto sentido, Juan el Bautista y sus discípulos también estaban imbuidos de esa mentalidad: de allí que ayunaran con notoria frecuencia, para la obtención del perdón de sus pecados mediante la mortificación del cuerpo, en un perpetuo rictus amargo y de temor por la venganza de su Dios para con los pecadores.

Con Jesús de Nazareth, todo cambia. El Dios que revela es un Dios que ama, un Dios Padre y Madre también que se dona por entero, asumiendo en Cristo a la humanidad frágil y quebrantada para levantarla, para que pueda mirar al sol.
En los albores del Reino que nos ofrece, se encuentra la Gracia, asombrosa e inefable, un Dios que perdona y ama incondicionalmente. Porque la condenación y la muerte son bien nuestras, no son para nada de Dios.

No está para nada mal el ayuno, claro que no. El problema estriba en el sentido que se le otorga, máxime cuando su motor primordial es la caridad, la misericordia y la solidaridad, el encuentro amoroso con un Dios inquebrantablemente fiel que no distingue entre propios y ajenos. Ello es nuestro, esa divisoria fronteriza de aguas nos pertenece. 
Para el Dios de Jesús de Nazareth todas son hijas y todos son hijos.

Con este Dios con nosotros habrá buenas noticias que serán siempre nuevas y renovadoras. Porque la Gracia de Dios nos está re-creando y resucitando a diario, a cada instante.
Cristo es la tela nueva para vestirse el alma de fiesta, Cristo es el vino que nunca se avinagra, que nos enciende las almas, que nos impulsa a celebrar. Toda esta novedad concedida por pura bondad no admite remiendos, ni parches de viejas costumbres.
Siempre hemos de estar dispuestos a ojos de niño -miradas de asombro- porque de continuo todo nos está renaciendo.

Por este Cristo hermano y Señor, con todo y a pesar de todo, la vida ha de ser celebración perpetua de estar vivos, felices de este don y misterio que es la existencia, con la segura certeza de que Él vá con nosotros.

Paz y Bien


Cordero de Dios, Cristo vivo y presente en medio de su pueblo














Domingo 2º durante el año 

Para el día de hoy (19/01/20):  

Evangelio según San Juan 1, 29-34









El signo del Cordero pascual era y es una imagen decisiva y cara a los afectos del pueblo de Israel: evocaba la intervención de Dios en la historia del pueblo, el éxodo liberador, la noche de la primera Pascua en la que las gentes señalaban las puertas de sus casas como señal de vida.

Por ello mismo, el testimonio del Bautista habría de ser impactante para todo el que lo escuchara. Para todo creyente de fé judía, que se adjudicara la condición de Cordero pascual y, más aún, de Cordero de Dios a una persona y una persona desconocida, por lo menos causaba un impacto y un asombro difíciles de describir.

Así a nosotros nos puede suceder lo mismo: por entre la multitud que se llega a orillas del río Jordán a bautizarse, viene silencioso y humilde -paciente, ocupando su lugar en la fila- un galileo, un artesano de Nazareth, y solamente a los ojos de Juan no pasa inadvertido, como no pasa inadvertido ese Cristo liberador a las mujeres y hombres del Espíritu, plenos de confianza y profecía. 
Ese momento único es imposible de describir, aunque se tenga la profunda precisión de los artistas: ese momento se vive.

Afirmar que ese Jesús de Nazareth, que se acerca como uno más por entre el bullicio, es el Cordero de Dios, es reivindicar que creemos en Alguien antes que en algo, es afirmar que Dios interviene directamente en la historia para quitar el pecado del mundo, para enviar al destierro permanente todo lo que se opone a la vida, a la plenitud, a la felicidad.
A través de Jesús y por Jesús, acontece el éxodo definitivo, y es una victoria extraña, en donde no hay vencedores ni vencidos: no es una ideología distinta a la imperante, ni planes contrapuestos a los poderosos o a los opresores, hay más, siempre hay más.

Se trata de reconocer que en ese Cristo que nos viene encontramos liberación porque Él comunica la asombrosa Gracia, que es la plenitud del amor de Dios que se comunica.

Hay que atreverse a señalar al Cristo que está presente entre las gentes, resplandeciente en los pobres, y volver a transparentarnos para que se lo reconozca, para que haya celebración de libertad, tierra prometida de fraternidad y vida creciente.

Paz y Bien

Señor, te seguimos con todo y a pesar de todo













Para el día de hoy (18/01/20):  

 
Evangelio según San Marcos 2, 13-17









Seguirte, Señor, es tener la maravillosa certeza de que nos has buscado, que has salido a nuestro encuentro, en nuestros quehaceres cotidianos, en esos presentes a veces tan insípidos de rutina, y les diste un sentido nuevo. Nos brindaste junto a tu amistad incondicional un horizonte seguro hacia donde ir, una razón para vivir -que no sobrevivir-, tu respaldo perpetuo más allá de nuestros quebrantos.

Seguirte, Señor, es descubrir corazón adentro que nunca se nos apaga el rescoldo de eternidad que se nos ha concedido, imagen de ese Dios que se ha llegado hasta aquí y se ha quedado entre nosotros.

Seguirte, Señor, es esa confianza de que sos el mejor médico, ese mismo que jamás abandona a sus pacientes, todos nosotros, tan doblegados por el peso de las miserias que elegimos, la ceguera de nuestras fugas, las camillas de nuestras comodidades, las llagas del egoísmo, la crueldad de ignorar al hermano.
A veces la carga que portamos libremente es tan gravosa... pero aún así, tu invitación sigue firme y constante a pesar de los escasos méritos. Todo es Gracia.

Seguirte, Señor, es saber también que tu mesa es amplia, enorme, y que tienen asientos preferenciales todos aquellos a los que ni soñando invitaríamos a nuestras mesas restringidas. Tu mesa es donde la vida se comparte, la vida se celebra, la vida se agradece, la vida se expande y multiplica.

Seguirte, Señor, es enarbolar humildemente la bandera de tu tenacidad. Desde nuestras mínimas y modestas existencias, seguir, siempre seguir, jamás rendirse ni bajar los brazos, a pesar de tantos rostros circunspectos, agrios árbitros de lo correcto pero jamás de lo justo, lo que se ajusta a la voluntad de Dios.

Seguirte, Señor, es manifestar tu confianza en nosotros, porque creés en nosotros mucho más que lo poco que nos aferramos a tu esperanza. Porque no te importa tanto lo que somos, sino lo que podemos llegar a ser, la vida que podemos acrecentar, la plenitud que siempre está allí, al alcance de cada corazón, esa alegría que no se agota.

Seguirte, Señor, es andar a paso firme sabiendo que nos andás resucitando de tantas muertes con tu perdón y tu misericordia que nos sanan y liberan.

Paz y Bien

Cristo, sanador de la existencia















Para el día de hoy (17/01/20) 

Evangelio según San Marcos 2, 1-12







El ministerio galileo de Jesús de Nazareth tenía como epicentro Cafarnaúm, más precisamente la casa familiar de Pedro y Andrés, algo así como un centro de operaciones en el cual se reunía con sus amigos y descansaba tras los ingentes esfuerzos de la misión. Es también un signo de que Cristo se hace presente allí en donde le reciben, en donde dos o más se reunen en su nombre, en donde le brindan afectuoso hospedaje cordial.

La fama creciente del Maestro entre las gentes -con tantos enfermos librados a su suerte- ubica ese hogar como su propia casa. No es del todo errado, claro está, la casa de Cristo está allí en donde se encuentran sus amigos y hermanos, signo cierto de la Iglesia.
Pero esas gentes, por esos motivos plagados de la desesperación conducente que les ocasionaba los criterios imperantes que vindicaban toda enfermedad como efecto necesario de una causal pecaminosa, es decir, un castigo divino frente a pecados propios o de los padres -Jn 9, 2-. En síntesis, no sólo se consideraba al enfermo un impuro ritual y social, sino lo que es más grave aún, que está bien y es justo que esté así, que sufra, que se aguante. Esas gentes buscaban a Jesús de Nazareth por su fama de sanador, taumaturgo inmediato de tantos padeceres, sin escuchar la Palabra, sin mirar más allá del signo amoroso de la sanación, y tal vez por ello el Maestro enseña en parábolas. Pero aunque esos errores a menudo campeaban en las mentes, no obstaban a la compasión infinita del Maestro.

En esa ocasión, las gentes se arracimaban en torno a la casa en donde estaba Jesús. Una multitud tan abigarrada que impedía entrar o salir de la casa, un grupo tan grande y cerrado que no permite que otros se acerquen a ese Cristo.

Para ese hombre la situación no era nada fácil, prácticamente imposible. La parálisis lo aferra a la inmovilidad y a la dependencia en todo de otros, y su universo no se extiende más allá de la camilla en donde languidecen sus días. No hay modo, entre tanta gente, de sostener su esperanza de que ese rabbí galileo lo cure.
Pero cuando se apagan las esperanza, cuando el no se puede parece decidirlo todo, entra en juego la solidaridad. Esos cuatro hombres no se resignan, los conmueve y moviliza el sufrimiento de ese hombre que no puede levantarse, y es una cuestión de fé, pues la fé nunca es abstracta, siempre es concreta, siempre se expresa en acciones, siempre moviliza.

En aquel tiempo las casas familiares se edificaban en sus muros con adobes, y los techos -en parte a los bravos calores estivales y a los duros inviernos- constaban de madera, barro y paja. A esos hombres estos inconvenientes no los detienen. Para corazones solidarios y plenos de fé, no hay imposibles.
Esos hombres, cuando la cerrazón de las gentes que, expectantes, esperaban al Maestro, hicieron lo que nosotros solemos olvidar.

Ellos miraron hacia arriba.

No los amilana ni la brecha que hacen en el techo, ni el riesgo patente de que el enfermo se les caiga al bajarlo con sogas. No hay impedimento que valga cuando hay que llevar a un hermano a la presencia salvadora de Cristo, máxime cuando ese hermano tiene paralizados cuerpo y, muy especialmente, el alma.

La fé de esos hombres y el amor de Dios expresado en Jesús de Nazareth provocan los milagros. Porque allí se sana un cuerpo que no se puede mover, pero muy especialmente se libera un alma encadenada por la culpa.

Algunos hombres severos y celosos -religiosos profesionales que se creen propietarios de Dios- infieren que el joven galileo blasfema pues perdona los pecados que pudiera portar ese hombre. No es una acusación menor, aunque sea tácita: la blasfemia, en ese tiempo, acarreaba directamente a la muerte por lapidación, una costumbre espantosa que sigue hoy vigente en ciertos sitios.

Cristo también abre brechas en ciertos techos. No hay medida ni condicionamientos para el amor de Dios, y seguir abriendo esos huecos es tarea muy actual para todos nosotros, vocación misionera esencialmente humana indelegable.

Paz y Bien

Testigos de todo el bien que ha hecho el Señor en nuestras vidas
















Para el día de hoy (16/01/20):  


Evangelio según San Marcos 1, 40-45








Como un signo cierto de los tiempos, a partir de la injusticia obrada contra Juan el Bautista, Jesús de Nazareth regresa a Galilea y se larga a los caminos. Lleva a todas partes el anuncio de la Buena Noticia, por los poblados, las ciudades, en donde las gentes trabajan, en las sinagogas en donde se reunen a orar y a hablar de las Escrituras.
Es muy diferente a Juan, que se queda en el desierto, bautiza a orillas del río y allí recibe a muchos. Jesús es dinamismo, es la imagen misma de Dios que sale al encuentro del hombre, y tiene un terrible hambre de enseñanza. Nada ni nadie puede detener su vocación docente, la revelación de ese Dios que es Padre y ama a todas sus hijas y a todos sus hijos.

Como contrasigno, ese hombre agobiado por la lepra es el opuesto total. Es un cuerpo doliente y un alma sometida. En aquel entonces, la lepra era una cuestión sanitaria, una cuestión social, una cuestión económica y una cuestión religiosa, siendo ésta última la principal que subsumía a todas las otras.
Sanitaria, pues no se tenían respuestas médicas que aliviaran las terribles consecuencias degenerativas y contagiosas.
Social, pues al no tener respuesta médica, al enfermo es menester aislarlo de familia y comunidad.
Económica, pues el ostracismo obligado impide que el enfermo se gane el pan diario y permanezca sumido en la miseria, apenas subsistiendo por una ocasional limosna.
Y religiosa, pues los sabios y eruditos habían determinado que la lepra era señal de impureza ritual absoluta, por lo que -además del lógico contagio- era considerado en el escalón espiritual más bajo, todo ello producto del castigo divino frente a pretéritos pecados. Tal es así, que quienes determinaban la presencia o ausencia de la enfermedad eran los sacerdotes. Una vez colocado el terrible sambenito, el leproso no podía vivir en las ciudades, ni acercarse a ningún judío que pasase cerca, exclamando a viva voz su condición de impuro, vestido de harapos y revestido de suciedad. Muerto en vida -pues los casos de remisión eran casi inexistentes- es apenas un cuerpo a la vera del camino.

Y sucede lo impensado. Ese hombre, contra todas las normas estrictas de contacto y segregación se acerca al Maestro, lo aborda y le ruega. Es un hombre que tiene su mente conquistada por ese ideario religioso imperante, pero a la vez es un hombre que no se resigna, y que seguramente ha oído maravillas de ese joven rabbí nazareno que a nadie rechaza, que habla con autoridad, que expulsa espíritus malos. Por ello mismo suplica ser limpiado, purificado, si tal es la voluntad del Maestro, y en esa plegaria hay un reconocimiento de Jesús como Señor: sólo Dios puede purificar, es decir, sólo Dios -para esa mentalidad- puede quitar la pena que ha impuesto. Aún así, su atrevimiento porta una fé grande, y una confianza ilimitada en la persona de Jesús de Nazareth.

Jesús no está cómodo. Él está de camino, de camino misionero, peregrino de enseñanzas nuevas, y no quiere ser presas de multitudes atadas a los fenómenos -que lo consideran un sanador nomás- ni tampoco quebrantar porque sí las normas. La Ley no es mala, la Ley se ha desviado y ya no sirve al hombre.
Jesús está alterado por la interrupción y por esa condena cruel. Por ello se conmueve, y por ello quedan en un plano muy posterior sus enojos eventuales. La compasión ha de signar todo su ministerio, y no vacila en en demoler la costumbre instaurada: así tocará al intocable, al prohibido, y el hombre se ha purificado desde su misma raíz. Ese contacto bondadoso le ha restituido su humanidad plena, su identidad única e irreductible.
El antiguo leproso recibe instrucciones precisas: ha de presentarse al sacerdote, para que éste certifique su estado de salud y pureza. Ha de ser readmitido en la vida comunitaria y religiosa por los mismos que lo han execrado, con la estricta instrucción de no revelar nada de lo que ha sucedido, Cada cosa tiene su tiempo, y si hay alguien que no es amigo de propaganda alguna es, precisamente, el Maestro.

Pero el ex-leproso desobedece, y vá por todas parte contando lo que le ha sucedido. El Maestro caminante se ha impurificado -se contagió esa impureza condenatoria- y por eso debe retirarse a un lugar solitario. El hombre ya sano, es un misionero sorprendente, un apóstol improbable, que anunciará el paso salvador de Dios por su existencia, y eso es lo que llamamos Evangelización: contar la Buena Noticia que nos ha acontecido por nuestros encuentros personales con Jesús de Nazareth.

Paz y Bien

Libres para servir















Para el día de hoy (15/01/20):  

Evangelio según San Marcos 1, 29-39










En la lectura del día podemos contemplar un desplazamiento que no es solamente físico sino teológico, es decir, espiritual: el Maestro ha participado de las celebraciones propias del Shabbath, ha sanado a un hombre poseído por un espíritu impuro y se ha dirigido a la casa de amigos, y en esa casa en donde el Reino se manifiesta en plenitud, señal de un pueblo nuevo que tiene calor hogareño, una Iglesia que crece con Cristo y se reconoce familia bendita.

El ambiente es extrañamente profano, secular. Aún así, lo sagrado no refiere tanto a las cosas rituales de los hombres sino más bien a la presencia del Señor en medio de los suyos, y las primeras comunidades cristianas no diferenciarán templos de hogares, pues en las casas crecía la Iglesia.

Había terminado el culto más no el Shabbath con sus estrictas normas que se observaban sin excepción; sin embargo, el Maestro entendía que el Sábado era para el hombre y nó a la inversa como se imponía, ante lo cual no le preocupaba demasiado transgredir ciertos reglamentos que deshumanizaban.
Así entonces le avisan de la enfermedad de la suegra de Pedro. Nunca debe haber excusas ni demoras frente al sufrimiento y al dolor.
Pero se trata de una mujer y, para colmo, de una mujer enferma. Socialmente, carece de derechos, de voz y de voto; religiosamente, es una impura ritual -por la enfermedad- que debe aislarse, en una suerte de estado de contagio de esa condición cultual. Quizás las fiebres que la doblegan sean también reflejo de cierta ideología que razona dolores, que justifica sufrimientos, que aplauden humillaciones impuestas.
Entonces el milagro acontece, con el carácter sencillo y profundamente humano de Cristo: no hay en Él ritos ni fórmulas arcanas, sólo el gesto de tomar su mano y hacerla levantar. Precisamente ése es el milagro de bondad, reconocerla en su dignidad de mujer, de hija y de hermana, sin importarle las consecuencias transgresoras del Sábado y de esas normas sociales que lo obligaban a tomar distancia.

El mal en fuga por la presencia de Cristo, el bien que florece desde la ternura y la misericordia, la salud restablecida que es expresión de una Salvación que atañe a toda la existencia.

Esa mujer, inmediatamente, se pone a servir a los presentes. No se trata solamente de tarea de mujeres, sino de una nueva diaconía que desafía estructuras y que es a su vez plegaria de gratitud. A menudo la oración no se expresa con palabras pero sí con gestos concretos.

Por la tarde, una multitud de dolientes se congrega a las puertas de aquella casa, un desfile interminable de enfermos que parece no terminar. Van a esa hora, pues las imposiciones del Shabbath restringían movimientos más temprano, y hay un cariz de querer esconder lo doloroso por fuera de la sacralidad.
Quizás muchas de esas personas buscaban al sanador mágico, y otros al Mesías restaurador de la corona davídica, pero no al Mesías sufriente y servidor, y está el peligro de embarcarse en la nave fútil del éxito, con el riesgo paralelo de quedarse con los beneficios de la presencia del rabbí galileo para unos cuantos.

Pero el Señor no es de nadie y es de todos. La Buena Noticia ha de llegar a todos los pueblos, sin esperar gratitudes ni actos de reconocimiento por todo el bien que ha prodigado. La bendición de Dios ha de llegar a todas las naciones, y ésa es nuestra misión y nuestro horizonte que edificamos a diario con el Cristo orante que camina con nosotros.

Paz y Bien

Nada es ajeno a la autoridad de Cristo

















Para el día de hoy (14/01/20) 

Evangelio según San Marcos 1, 21-28






La sinagoga era, más que un sitio, una institución que probablemente encuentre su origen en los tiempos del exilio babilónico. Lejos del Templo y sometidos a una cultura y una religión que les era completamente ajena, el pueblo judío comenzó a congregarse para orar y reflexionar la Torah, Palabra de su Dios que le confería sustento espiritual e identidad como pueblo; congregación, tal es el sentido literal del término sinagoga.
Ha de tenerse en cuenta su carácter laico: los sacerdotes, aún cuando no hubieran perdido Jerusalem, estaban afectados específicamente al culto en el Templo.

Con el correr de los años, la institución sinagogal adquirió una importancia cada vez mayor, especialmente durante la celebración del Shabbat. Se oraba, se recitaban salmos, se leía la Torah y se la comentaba públicamente; los escribas -expertos exégetas- suelen comentar las Escrituras de un modo tal que el oyente se vea comprometido a cumplir normas que ellos mismos infieren de su análisis, y su análisis, a su vez, es un juicio emitido en base a precedentes exegéticos. En términos más simples, los escribas comentan los comentarios que otros expresaron, y a mayor cantidad de autores citados, mayor es la autoridad que se les reconoce, asociada a renombre y honores.

Que un rabbí galileo tan joven y humilde, sin ninguna clase de antecedentes académicos hable con palabras tan nuevas y frescas, asombra a todos. Él habla con un conocimiento que no se adquiere en los libros, sino a partir de la vivencia e identidad absoluta entre Él y su Padre.
Las gentes se asombran por esta autoridad, que en nada se parece a los dictados de los escribas, que podan corazones y libertades. Cristo hace nacer cosas nuevas, pues revela desde la Palabra a un Dios que ama, un Dios bueno, un Dios Padre y Madre, un Dios de amor y liberación.

Cuan grande no sería el asombro de esas gentes al escuchar hablar de su Dios de esa manera.

Quiera el Altísimo que jamás nos acostumbremos. Que la Palabra jamás se nos haga rutina conocida. Que Cristo nos asombre y nos alegre cada día, a cada momento, en cada encuentro con su Palabra, que es Palabra de Vida y Palabra Viva.

Paz y Bien

Tiempo bendito, tiempo santo de Dios y el hombre












Para el día de hoy (13/01/20):  

Evangelio según San Marcos 1, 14-20







La lectura de los signos de los tiempos, es decir, de una realidad mucho más profunda que el mero acontecer y que remita a una trascendencia definitoria. Esa lectura precisa y veraz conlleva a la toma de decisiones que cambian los rumbos de toda existencia hacia su consumación, hacia su plenitud.

Jesús de Nazareth era un lector exacto de estos signos. En todo descubría el trazo bondadoso de Dios, que junto al hombre quiere reescribir la historia, un Dios que se aproxima -se aprojima-, que acampa entre los pueblos, que se hace tiempo, que se queda para siempre. Ya no es el tiempo del puro transcurrir, del devenir constante, sino que es el tiempo propicio, el tiempo justo, el tiempo bendito, kairos, el hoy de la Salvación.

Probablemente, la señal sea la entrega a manos crueles y vorazmente corruptas del enorme Bautista. Jesús se dá cuenta que la luz que portaba Juan ahora debe llevarla Él mismo, pero con otro sentido que se dirige a su misma plenitud.

Parece una contradicción, pero se trata de la ilógica del Reino. Cuando campean las sombras, cuando parece que sobreabunda el horror -la mazmorra herodiana, la ejecución de un hombre bueno- el Dios de Jesús de Nazareth transforma esas noches densas en asomos tenaces de luz.

Siempre es posible que renazcan noticias mejores, una Buena Noticia que nos cambie de una vez y para siempre.

No es casual, tampoco, que el anuncio de esta Buena Noticia comience en Galilea. Tendrá que ver seguramente que era terreno bien conocido por Jesús; posiblemente, habría allí menos peligros y hostilidades que en Judea y en Samaria, zonas del ministerio de Juan el Bautista.
Pero sin lugar a dudas, tiene que ver que Galilea es periférica, que está siempre bajo sospecha de estar contaminada por extranjeros, bajo escrutinio de impureza y de otros tantos estigmas adjudicados. Y tiene que ver que de allí nada bueno ni nuevo se espera. Galilea es la periferia misma de la existencia, Galilea es el margen de la vida, es el campo de los pobres, es el sitio en donde nadie es escuchado ni tenido en cuenta.

La Buena Noticia de la llegada del Reino -Dios mismo entre nosotros- se abre paso desde los márgenes hacia los centros que solemos establecer como primordiales. Este Reino no se condice con nuestras ambiciones, con nuestros esquemas, con cualquier expectativa razonable.

Es un tiempo de locos, y para ello hace falta gente simple, gente común, gente cotidiana.
Los primeros llamados son pescadores galileos, y el descubrimiento de su vocación primera acontece en su tarea diaria. Porque el llamado de Dios se descubre en la cotidianeidad, y florece en esas rutinas que a menudo nos adormecen.

El tiempo bendito es aquí y ahora y convoca a mujeres y hombres concretos, con nombres e identidades reconocidas, navegantes tenaces de mares inciertos que han de llegar a buenos puertos.

Paz y Bien

Bautismo del Señor: cielos abiertos definitivos













El Bautismo del Señor 

Para el día de hoy (12/01/20):  

Evangelio según San Mateo 3, 13-17








La práctica ritual del bautismo no era desconocida para la fé de Israel; se bautizaba a los prosélitos -es decir, a los gentiles/extranjeros- conversos al judaísmo. Esto se realizaba en la mikve o piscina ritual, que solía ubicarse primordialmente en el Templo; la inmersión en sus aguas -aguas corrientes, nunca estancadas- suponía parte fundamental de ritos de purificación.

Pero en un momento determinado, surge un hombre recto e íntegro como Juan, hijo del sacerdote Zacarías y de Isabel, que comienza a bautizar en pleno desierto, en las aguas del Jordán. Es grave, es controversial y es muy peligroso. 
Juan es un hijo de un sacerdote del Templo y no desconoce la ortodoxia. El desplazamiento del Templo hacia el desierto supone cierto grado de profanación, es decir, pasar del ámbito sagrado al espacio profano de un río. Pero lo verdaderamente riesgoso es que Juan está bautizando judíos, que se llegan a Betania en un número cada vez mayor.
Es inconcebible que un judío se bautice: como miembro del Pueblo Elegido, como hijo de Abraham, tenía asegurada la Salvación y no requería ningún bautismo, y quien se arrogara ese derecho, derecho de Dios, -como Juan lo hacía- era pasible de ser considerado blasfemo, y por tanto condenado a muerte.

Como si no fuera suficiente, el Bautista presiona más todavía: el bautismo es imprescindible como señal de conversión y arrepentimiento para no perecer, para reconciliarse con el Dios al que han ofendido con una miríada de pecados. 
Simbólicamente, bautizarse es en cierto modo morir bajo las aguas para emerger con una vida nueva, renovada. Juan es un hombre del Espíritu, un hombre con capacidad de leer los signos de los tiempos y poseedor de una mirada lejana, y sabe que su bautismo es necesario pero insuficiente: tras de él vendrá Alguien que es más poderoso, el más fuerte, y que re-creará los corazones -la existencia misma- con un bautismo de fuego, la perenne bendición del Espíritu Santo.

Por entre los ríos crecientes de gentes que se dirigen al río para ser bautizados, camina un hombre joven, galileo de Nazareth. Silencioso entre la multitud, aguarda pacientemente su turno como uno más entre tantos.
Desde lejos, Juan intuye quien es. Y en su presencia, se incomoda violentamente y se resiste: es Juan quien debe ser bautizado por el joven nazareno, y nó a la inversa.

Ese Cristo que se llega a bautizarse es señal inequívoca de las primacías bondadosas de Dios, que siempre se nos está acercando humilde y sencillo, sin estridencias.

 Más Jesús de Nazareth persuade al magnífico Bautista de que lo bautice: se trata de una primordial cuestión de justicia, una justicia que no ha de representarse con una señora de ojos vendados y que porta una balanza en perfecto equilibrio, cuyas platinas se inclinan hacia uno u otro lado según la carga de méritos o pecados.
Lo justo referido por el Maestro es aquello de ajustarse a la voluntad de Dios.

Y la voluntad del Dios de Jesús de Nazareth es ponerse del lado de los pecadores, entre los marginales, en medio de los portadores de cualquier estigma, caminar lentamente con la humanidad quebrantada para que todos levanten la mirada.
Pues los cielos están abiertos y todos -todos, sin excepción, creyentes e incrédulos- somos hijas e hijos predilectos y amadísimos por el Dios del universo que se ha llegado hasta nuestros arrabales existenciales y se ha quedado para siempre.

Paz y Bien

Romper los cercos de soledad, en éxodo hacia la comunidad
















Para el día de hoy (11/01/20):  

Evangelio según San Lucas 5, 12-16






En el texto del Evangelio para el día de hoy es menester distinguir dos hechos harto gravosos para la situación del pueblo de Israel en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth: por una parte y debido a la mentalidad religiosa imperante, las enfermedades eran consideradas consecuencia directa del pecado,y e relacionarse con enfermos, por ello mismo, significaba que el transgresor era afecto a andar en malas compañías, gentes de dudosas reputaciones y conductas.
Por otra parte, el contacto con cadáveres y con ciertas enfermedades era causa inexorable de impureza ritual, con estrictas normas cultuales para recuperar el estadio ideal. En casos extremos, implicaba la separación de los impuros de la vida comunitaria, el ostracismo, la soledad.

Tal era el caso de la lepra: a las durísimas normas que se imponían a los enfermos, debía agregarse un lógico pánico frente a la virulencia de la enfermedad. Por ello mismo, los leprosos debían vivir fuera de las ciudades, vestidos con harapos, sin contacto con nadie. Al paso de los viajeros y caminantes, debían proclamar a los gritos su condición de impuro para evitar también cualquier contacto involuntario.
Y si ello sucedía, quien contactaba a un leproso -máxime si lo tocaba- automáticamente se volvía impuro y excluido de la vida social, religiosa y comunitaria.

Por eso mismo, la actitud del leproso frente a ese Jesús que pasa es inesperada, y es de franca rebeldía a las normas que le han impuesto. Es impensable que ningún leproso se acerque a nadie.
Es un hombre movido por la raíz de la fé, la confianza en ese Cristo que pasa, y también es un corazón que no se arredra frente a su condición: basta que el Maestro tenga la voluntad de limpiar su piel, no hace falta que lo toque.

Sin embargo, es el año interminable de la Gracia y la Misericordia.
Acontecen varios milagros: con entrañable afecto -expresión del corazón sagrado de Dios-, Jesús de Nazareth lo toca, y en ese gesto rompe el cerco de soledad que se le ha impuesto. La fé de ese hombre y el amor de Dios, en conjunción santa, obraron la sanación de la dolencia, y así es enviado por el Maestro a presentarse ante los sacerdotes para cumplir con el culto. Es un hombre re-creado y sano que vuelve a ser parte de la comunidad.

Es claro que, debido al imperio de almas mezquinas, no será algo leve ni gratuito para Jesús. Él se retira a orar a sitios solitarios, por esa necesidad primordial de dialogar con su Padre, pero también porque se ha vuelto impuro y debe ser excluido de la comunidad.

Hay cierto tipo de rebeldías que aún nos faltan asumir, la no resignación frente a todo lo que inhumanamente se impone. Y es necesario recobrar, desde esa fé que mueve cadenas montañosas, el coraje y el atrevimiento de acercarse a los dolientes de todo mal, sin temor a las consecuencias.

Paz y Bien

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