Más allá del materialismo








Para el día de hoy (28/02/17):  

Evangelio según San Marcos 10, 28-31



En ciertas estratos sociales opulentos, y también en países en donde no se pasa necesidad, es fácilmente verificable el materialismo especialmente en su faz dilettante de consumismo, que literalmente consume la vida pero nunca consuma la existencia. Es claro que esta cuestión no ha de acotarse exclusivamente a un ámbito de análisis socioeconómico, pues su raíz es eminentemente cordial: la verdadera riqueza está donde se pone el corazón, o mejor aún, que es lo que ocupa el corazón, el Espíritu de Dios, las cosas o, en su extremo, el dinero.

Pero hay cierto materialismo más sinuoso, quizás no tan tosco ni directo, que es el de brindar respuestas y explicaciones a las preguntas últimas -y primeras- de la existencia a través de la ciencia y la tecnología. 
En cada ser humano hay una profunda sed de Dios, una angustiante necesidad de trascender aún cuando ello no se reconozca, y se razone mediante lógicas ajenas al espíritu. Hay cosas fundamentales que no pasan primero por la razón, sino por el co-razón.

Así entonces, desde esa perspectiva la promesa de Jesús de Nazareth de recibir el ciento por uno como premio o recompensa se limitará a un cálculo puntual sin arriesgarse a ingresar en la asombrosa dinámica de la Gracia y del infinito e incondicional amor de Dios, y todo desprendimiento se razonará desde perspectivas pseudomodernas de costo/beneficio o bien desde criterios psicologistas.

Es menester dejar atrás todos los materialismos, aquellos producto de la abundancia o aquellos que surgen a golpes de necesidad. Atrevernos, confiados, a dejar atrás todo aquello que nos aplasta esperanzas y nos come trascendencia, corazones que se vacíen de lo superfluo y se enriquezcan por Aquél que quiere hacer morada en esto que somos, corazones amplios para contener hermanos, amigos y enemigos´.

Sólo en Cristo está nuestra verdadera riqueza, la alegría, la vida eterna.

Paz y Bien

Mirados por Cristo








Para el día de hoy (27/02/17):  

Evangelio según San Marcos 10, 17-27



Como un sendero manso, el Evangelio puede compendiarse rastreando con devoción las miradas del Señor, la mirada amorosa e incondicional de Dios que nos busca, nos encuentra, nos identifica, nos redescubre, nos sueña en lo que somos, nos ama a pesar de lo que fuimos y por lo que podemos llegar a ser.

La lectura para este día también habla de una mirada.

Todo acontece en marcha, quizás señal tácita de un Cristo que es camino, verdad y vida. 
El hombre que sale a su encuentro tiene una actitud muy distinta a la habitual que suele plantearle escribas y fariseos, que se plantan desafiantes, ofensivos, brutales y soberbios. En él hay cierta angustia existencial que lo urge -viene corriendo-, y le muestra reconocimiento como Maestro y un respeto infrecuente echándose a sus pies.

El nudo de su angustia es el más allá, la vida postrera. En su propia expresión podemos reconocer cierta postura, pues inquiere como heredar la vida eterna: como poseedor de numerosos bienes, seguramente conoce bien los vericuetos legales referentes a las herencias. Sin embargo, expresa también una mentalidad antigua por la cual la salvación se gana realizando determinadas acciones piadosas y llevando una vida virtuosa. Todo ello, es claro, está muy bien pero no contempla la asombrosa dimensión de la Gracia, don y misterio del amor de Dios.

Aún así, el Maestro lo guía paso a paso por la historia de fé de su pueblo, lo hace ahondar en su propia identidad, reconocer sus huellas por la Ley que Dios brindó a su pueblo para la libertad. No hay allí ninguna doctrina esotérica que se revele a unos pocos iniciados, sino en verdad el modo santo de relacionarse con Dios y con el prójimo. 
Ese hombre había cumplido al pié de la letra con todos los mandamientos desde su juventud, pero le falta todavía dar un paso, realizar un éxodo definitivo, desprenderse de sus bienes y dárselo a los pobres. Soltar el lastre que lo ata y elevarse allí donde se acumulan los tesoros verdaderos, tesoros definitivos de la caridad.

Frente a ello, el hombre se entristece pues tiene muchos bienes. Dejar atrás las falsas seguridades duele, nos quita los confortables puntos de apoyo en los que nos solemos acomodar. 
La Salvación no se adquiere, la Salvación es don de Dios que nos llega por el sacrificio y la resurrección de Cristo, misterio del amor infinito e incondicional de ese Cristo que nos mira y nos busca aún cuando nos empecinamos en aferrarnos a las cosas y a los esquemas, aún cuando recostamos el corazón en cualquier lado menos en Dios.

En el tiempo de la Gracia, nos descubrimos mirados por Cristo, felices camellos que atraviesan todos los ojos de todas las agujas porque con Él todo lo podemos.

Paz y Bien

Dinero, falso dios









8° Domingo durante el año

Para el día de hoy (26/02/17):  

Evangelio según San Mateo 6, 24-34




Las lecturas lineales o superficiales son siempre peligrosas. Unas, por caer en pura abstracción, lejos del Dios que se encarna. Otras por ideologizarse tanto que se cercena la dimensión trascendente de la religiosidad. Es menester tener un corazón atento aún cuando la enseñanza del Maestro complique, interpele, desestabilice. No hay en Él imposición, siempre es el hijo de María, el Niño de Belén, el profeta humilde y pobre de Nazareth, el Señor servidor de todos.

Así entonces Cristo revela el grave problema y la contradicción entre la vida evangélica y el dinero, entre la fé cristiana y las posesiones -Francisco de Asís lo sabía muy bien-. No se trata, claro está, de una reivindación de cierto pobrismo o de empujar a miles a hondonadas de miserias: se trata de la radicalidad del Evangelio, se trata de que no hay medias tintas, se trata de reconocer a un solo Señor.

El dinero es un falso dios, un ídolo cruel en cuyos altares se realizan sacrificios humanos pues en esas aras terribles se reniega del prójimo. En tanto que el dinero pierde su carácter instrumental y deviene en bien absoluto y superior por sobre el derecho a la vida, a la salud, al trabajo, genera esclavos y desigualdades casi insalvables.
Y también devotos seguidores que te razonan miserias y te exigen sufrimientos mentándote los inmarcesibles beneficios de su cielo falaz, el mercado.

Pero no nos internaremos por veredas ingenuas ni tomaremos posturas anacrónicas. Lo que perdura y prevalece es la Palabra que revela el amor entrañable de Dios, y hemos de rogar para que el Verbo sea nuestra cotidianeidad, nuestra luz, nuestra paz.
Desandar idolatrías, rumbear hacia el hermano distante, hambrearnos con fervor de justicia, buscar el Reino con afán y con confianza, cuidar la casa común que se nos ha otorgado, agradecer por la vida que se renueva en cada despertar. Alegrarnos porque no todos tienen su precio, porque hay hermanos y hermanas santas que no se dejan comprar, porque otros tantos nunca se resignan ante el no se puede ni se arrodillan ante los supuestos imposibles.

Todo lo podemos en el Resucitado.

Paz y Bien


Infancia cordial








Para el día de hoy (25/02/17):  

Evangelio según San Marcos 10, 13-16




La escena que nos presenta la lectura del día posee varios aspectos, especialmente en la actitud de los discípulos: ante la presencia de unas personas que traen a la presencia del Maestro a unos niños para que los toque, ellos se enojan y reprenden a esas personas. Hemos de notar que el Evangelio habla de tocar antes que de bendecir, es decir, esos padres esperaban que con el simple contacto con Jesús de Nazareth sus hijos alcanzaran bendiciones, una  fé incipiente pero fé al fin.

Quizás suponían que la algarabía propia de los niños altere el ambiente docente que ellos presumen serio y recatado; seguramente, algo de ello haya, pero en verdad lo que se impone son los parámetros religiosos imperantes por los cuales un niño es un ser humano incompleto, un impuro inhábil de participar del culto divino y de las cosas de Dios, alguien que no tiene voz propia ni derecho a ser escuchado. En todo depende de su progenitor.

Sin embargo, la mirada de los discípulos no se corresponde con la mirada del Señor. Él no quiere que de ninguna manera se impida a los niños acercarse a su persona, y más aún. Siempre hay más. Hay pocos condicionales tan taxativos, tan contundentes: si no reciben, si no recibimos al Reino de Dios como un niño, no entraremos en él.

No se trata, claro está, de un llamado a la ingenuidad, a una vida pueril carente de significado. Se trata de un imperioso llamado a reverdecer en una infancia espiritual, infancia de los corazones, infancia cordial.

Puede llegar a resultar una postura simpática y que se declame con gestos elocuentes. Sin embargo, no es tarea sencilla, para nada. 
Implica ante todo la abnegación, es decir, la negación de sí mismo -quien quiera seguirme, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame! enseña Cristo-, la alegre deserción de toda autosuficiencia, especialmente a la hora de los peligros y las tentaciones, la renuncia explícita a cualquier presunción y, a su vez, confiar con todo el corazón, desde las honduras de la existencia, en la Divina Providencia, en el amor bondadoso de un Dios que por Cristo hemos descubierto como Padre y más todavía, Abbá, Papá eterno.

La infancia cordial invierte ciertos criterios de razonabilidad estricta que suelen regirnos y amplía horizontes hacia ámbitos santos, humildemente infinitos, en donde el Señor siempre nos abraza y bendice.

Paz y Bien

Con la mirada de Dios








Para el día de hoy (24/02/17):  

Evangelio según San Marcos 10, 1-12




Ante todo, contexto e intencionalidad: un grupo de fariseos interpela a Jesús de Nazareth en una postura inquisitiva que sólo busca el error condenatorio, es decir, actúan con siniestras intenciones a lomos de un terrible prejuicio. 
El argumento elegido es el del divorcio: su estricta casuística regulaba esa cuestión en una perspectiva reglamentaria -que no espiritual- y sólo desde el punto de vista del varón. Por ello al preguntar si a un hombre le es lícito divorciarse de su mujer, expresan tácitamente que la mujer no tiene voz ni derechos, que es en algún modo una propiedad del esposo sometida a sus deseos y caprichos.

No ahondaremos en este tema ni tampoco nos internaremos en ámbitos doctrinales, pues tal vez la cuestión pueda contemplarse desde otra perspectiva más profunda.

Los fariseos eran profundamente piadosos, pero su religiosidad -bajo el pretexto de la estricta observancia de la Ley mosaica- se afirmaba en la pura letra, en el reglamento en desmedro y olvido de Aquél que la inspiraba y le confería sentido.
Ellos tenían una mirada severa, como otros tantos, más ella no era la mirada de Dios.

La mirada de Dios es una mirada infinitamente amorosa, que mira con misericordia a todas sus hijas e hijos con ojos bondadosos de Padre. 
Dios es familia eterna, y como hijos adoptivos suyos por Cristo, en la familia crecemos, vivimos, encontramos identidad, germina el Evangelio y se expande la vida. Cuando la familia crece, hacia dentro y hacia fuera, acontece el Reino pues el amor de Dios se encarna en cada historia.

El matrimonio, entonces, como núcleo basal de la familia y espejo santo del amor de Dios, debe ser contemplado y venerado desde esa profunda perspectiva que es un don de fé, y también con su misericordia, una misericordia que solemos olvidar a la hora de sentenciar, de excluir y de relegar al olvido.

Paz y Bien

La sal de la vida







Para el día de hoy (23/02/17):  

Evangelio según San Marcos 9, 41-50



La lectura que hoy nos convoca tiene que ver con la reciprocidad, con la concordia, con el cuidado del otro y que otra manera de vivir y otro mundo son posibles, lejos de cualquier utopía pues se trata de una fé que se encarna en la cotidianeidad.

El Maestro se identifica plena y absolutamente con los suyos, de tal modo que quien reciba a uno de los suyos en su nombre a Él le recibe, y si le rechaza y desprecia, a Él le rechaza. En los ojos del hermano encontramos la mirada del Señor.

En esa propedéutica de presencia y cuidado tienen un lugar destacado y fundamental los pequeños: con ello no se refiere específicamente a los niños, sino a los que son como ellos. En aquel tiempo, un niño carecía de voz propia y derechos, era poco menos que un humano incompleto y en todo dependía de los demás. Por ello, los pequeños son los débiles, los humildes, aquellos que fé incipiente, un pequeño brote del que se espera a su tiempo propicio buenos frutos.
Él se vale de una hipérbole, que es una figura literaria exagerada tendiente a destacar en el que escucha la idea principal, merced a una imagen fortísima. Sin embargo, la misma hipérbole resalta la importancia de su afirmación: el cuidado de los pequeños implica el evitar convertirse en escándalo -skándalon- piedra de tropiezo para ellos. Mejor es morir ignominiosamente que menoscabar una vida así.

Tal vez no sepamos mensurar las consecuencias del pecado. Lejos de cualquier ánimo punitivo -Dios es un Padre que nos ama-, pecado es quebranto, ruptura, muerte, negación de Dios y del prójimo. De allí el énfasis que Cristo pone para regir nuestras vidas por la Gracia y en la Gracia de Dios.

Aún con las consecuencias gravísimas del pecado, las buenas acciones también tienen consecuencias, a menudo inadvertidas. A veces en los gestos más simples, en las acciones más sencillas resplandece el amor de Dios y brota el Reino.

Ésa es la sal de la vida. Brindarle sabor a la existencia, que dé gusto vivirla en plenitud, y guardarla con afán de toda corrupción, cuidándonos desde el servicio para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

Casa edificada sobre roca









La Cátedra de San Pedro apóstol

Para el día de hoy (22/02/17):  

Evangelio según San Mateo 16, 13-19




En cada ocasión que los Evangelistas nos sitúan en una locación específica, hemos de prestar especial atención, pues se nos están brindando coordenadas teológicas, espirituales; así, la lectura del día nos ubica en Cesarea de Filipo, una ciudad que contiene un templo en donde se venera al César como un dios, una zona ubicada al norte de Galilea que no es puramente judía, sino entrecruzada por vetas gentiles, tal vez señal de que el ámbito de la misión propia de la Iglesia siempre sea mestizo, mezclado, controversial, lejos de atisbos de purezas varias pues sólo Cristo en verdad purifica.

Allí Cristo interpela a los suyos pues son diversas las opiniones que boyan alrededor de su persona, opiniones erróneas que se quedan en la superficie mayormente según intereses, y que no ahondan en el misterio e identidad. Frente a esos devaneos y confusiones, precisamente allí en donde a los poderosos se los deifica, Pedro realiza un reconocimiento y confesión de fé tan contundente que conmueve y definirá su toda su existencia: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo-. Tal es la trascendencia de esa confesión que expresa que su vida ha sido renovada y recreada, y ya no se llamará Simón hijo de Jonás, sino Pedro -Cephas- Un nuevo nombre que contiene identidad y misión.

Sobre Pedro, sobre su fé, Cristo edificará la Iglesia, y por ello la Iglesia será una casa edificada sobre roca, pues su fundamento es Cristo aún cuando descanse en la fragilidad de los hombres. Abunda el pecado pero sobreabunda la Gracia, y por eso Pedro tiene plena autoridad para atar y desatar, atar con vínculos cordiales a los hombres que se han separado por odios y egoísmos -de allí que se lo reconozca como pontífice, hacedor de puentes-, desatar los nudos que oprimen, las cadenas del pecado, misión de liberación.

Pedro será primero entre sus hermanos desde la caridad y el servicio, pues ha sido elegido a pura misericordia y sostenido por la Gracia, más allá de cualquier mérito, bendición de un Cristo que no lo abandonará nunca.

Dios guarde a Francisco.

Paz y Bien




Disputas de poder









Para el día de hoy (21/02/17):  

Evangelio según San Marcos 9, 30-37




La reserva que impone el Maestro a los suyos se corresponde con las otras expectativas mesiánicas que tenían las gentes de su tiempo: la idea de un Mesías sufriente, derrotado, sometido a escarnio por sus enemigos era escandalosa, incomprensible e inaceptable.
Los discípulos no eran ajenos a esos esquemas, e implicó un duro camino cuesta arriba desprenderse de ese lastre que impedía que su fé creciera y madurase. 

Aún hoy, la imagen de un Dios que se nos muere como un criminal es causa de desprecio e incomprensión para el mundo...pero para nosotros también, afanosos como a veces nos descubrimos, entendiendo el poder como fuerza que aplasta.

Más que un contrapunto, es como un anti-eco la postura de los discípulos. Él les enseña acerca de su misión y de lo que acontecerá en su Pasión, mientras que ellos se afanan por determinar primacías, disputas de poder interno, de prebendas, de dominio.
Advierten que algo no está bien, y ante la pregunta del Maestro callan, quizás avergonzados por reconocer que no querían entender, que los caminos de Cristo no son los suyos.

Aún así, Él no los reprende ni descalifica. A veces, la enseñanza y el aprendizaje consiste en abrir las ventanas luminosas de una perspectiva nueva y distinta. 
Una cuestión crucial es que esto sucede en la casa de Cafarnaúm, casa que es hogar de amigos, imagen de Iglesia y comunidad: allí es el ámbito propicio para aprender, para crecer, para conocer y re-conocerse corazón adentro.

No se trata, pues, de determinar quien es el primero, sino en el cómo de llegarse a ese sitial, tácito indicativo de trabajo y esfuerzo. Es imperioso desandar toda tentación e ínfula de privilegios, pues en la sintonía del Reino, grandeza significa servicio y generosidad incondicional al prójimo, un prójimo que es par e impar, un prójimo al cual edifico porque me aprojimo/aproximo.

El Señor toma un niño, lo abraza y lo ubica en medio de ellos. El abrazo de Cristo es vocación y bendición a todo destino, pero es menester comprender el porqué de ese niño allí, al centro de la atención de los discípulos.
En el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, un niño carecía de voz y derechos, considerado un humano incompleto al que cuidaban las mujeres, al que prácticamente no se tenía en cuenta hasta su ingreso en la edad adulta, del todo dependiente de los demás.

Precisamente ése es centro de todos los afanes de la comunidad cristiana, el servicio y la recepción fraterna de aquellos que nadie vé, que no tienen voz, que no pueden valerse por sí mismos. En ellos resplandece el rostro mismo de Dios.

Paz y Bien

Oración y poder








Para el día de hoy (20/02/17):  

Evangelio según San Marcos 9, 14-29



Demasiados demonios andan dando vueltas. Se ceban con terrible ensañamiento en los niños, en los pobres, en los indefensos. Pero suele afincarse como un tumor maligno en los corazones, y de allí parten las señales evidentes de dolor, de odio, de desprecio, de violencia, de injusticia.

Hay que estar atentos, pues el amor en retroceso, la proliferación de la corrupción y la mentira, la justificación de los medios para los fines, el Evangelio cuando deviene abstracto -restringido al culto dominical-, el razonamiento y la justificación de las miserias, la violencia bajo cualesquiera de sus modos, la imposición de la resignación, de la cruz por el dolor mismo, todas señales del Maligno que parece campear la tierra, estos arrabales a veces tan tenebrosos.

Cuando ello nos abruma, cuando el mal parezca tener la última palabra, resuena la voz de Cristo: todo es posible para el que cree.
Sin embargo, la fé cristiana es poder, poder infinito más no a la usanza del mundo. Es el poder eterno del amor, del servicio, de la generosidad, de afirmar en cada gesto, en cada acción, en cada palabra y en cada silencio la Gracia de Dios que nos ha llegado por Cristo, nuestro hermano y Señor.

Desde la oración todo es posible y se expulsan todos los demonios que hacen tanto daño. Orar es ubicarse en la misma sintonía amorosa de Dios, crecerse en humildad, afirmarse en la fé, revestirse de esperanza aunque todo diga que nó, que no se puede, que es cosa de nuncas y jamases.

El Señor ha resucitado, el Señor vá con nosotros.

Paz y Bien

La perfección de los hijos









7° Domingo durante el año 

Para el día de hoy (19/02/17):  

Evangelio según San Mateo 5, 38-48



Las lecturas lineales o superficiales no son veraces ni tampoco justas, y originan todos los fundamentalismos, nocivos y contrarios al Evangelio. Así entonces, la llamada Ley de Talión no debe despreciarse o minusvalorarse.

En tiempos antiguos, la Ley de Talión -o lex talionis- implicó un salto cualitativo gigantesco en el ordenamiento jurídico de la nación, pues es esfuerzo y razonamiento para superar los fuegos de la venganza y establecer principios de justicia retributiva, especialmente en el ámbito penal. Socialmente también expresaba un compromiso con la equidad, abandonando caprichosas arbitrariedades.
Aún hoy, traspolada en parámetros culturales actuales supondría un principio moderador de cualquier abuso, relegando la violencia como último recurso y asignando responsabilidades.

Si bien la Ley de Talión es un criterio surgido en numerosos pueblos, adquirió un significado especial para Israel desde su casuística religiosa, en la que predominaba -en tiempos de Jesús de Nazareth- la corriente farisea, según los principios de proximidad/projimidad; es decir, la Ley aplica a mi prójimo, la justicia para los míos y no para los otros, los extraños, los enemigos.

Pero la enseñanza del Maestro irrumpe en la historia y derriba ciertos parámetros mundanos en apariencia inamovibles. No hay desprecio de la Ley ni impulso a la desobediencia. Por el contrario, convoca a llevar a una dimensión trascendente las relaciones humanas, un plano de justicia que se establece desde el escándalo y el asombro de la misericordia y el perdón.

Grave error sería pensar una bucólica imagen de pasividades sin destino, de pacifismos paralizantes. Antes bien, es la dinámica del amor que desdibuja todas las fronteras que solemos crear para separar y dividir y acerca a las personas desde otra perspectiva, la mirada bondadosa de un Dios que llueve su providencia sobre todos por igual.

Es dificilísimo el perdón a los enemigos, pero la venganza impone cavar dos tumbas. El amor a los enemigos expresa la bondad infinita de un Dios que se llega a nuestros arrabales, Dios Padre que se hace hermano en nuestras miserias y que nos señala en Cristo el único camino de la perfección, el ascenso a través del amor, con todo y a pesar de todo.

Paz y Bien


Escucha atenta








Para el día de hoy (18/02/17):  

Evangelio según San Marcos 9, 2-13




La montaña es, simbólicamente, el ámbito propicio para las grandes revelaciones y las teofanías, el encuentro profundo con Dios, y es precisamente en un marco así que nos encontramos a Jesús de Nazareth y sus amigos Pedro, Juan y Santiago.

Él les había revelado su vocación e identidad mesiánicas, aunque ellos no llegan a captarlo en toda su dimensión: la ruptura con las autoridades religiosas era total, y Él, aún sabiendo lo que le espera en Jerusalem, se dirige con decisión encendido de fidelidad y amor al Padre .

El lo alto de los montes acontecen las cosas de Dios.
En lo alto de ese monte el Maestro se transfigura y sus vestidos se vuelven tan blancos y resplandecientes que noy hay manera en el mundo de lograr ello, tal como su Reino no es de este mundo, tal como esas vestiduras son signo inequívoco de la presencia divina.

Moisés y Elías aparecen conversando con Cristo. Hay allí una respetuosa subordinación, y es la Ley y los Profetas que encuentran su real significado en Él.
Pero también Dios salva a su pueblo de la esclavitud en Egipto por medio de Moisés y a Elías de las garras de la muerte.
Cristo es vida y liberación para su pueblo aún cuando la sombra ominosa de la cruz se asome en el horizonte.

Frente a una experiencia tan profunda, es mejor callar, vivir el momento, nutrirse de esa bendición.

La clave de todo destino es la escucha atenta al Hijo de Dios, Hijo amado de Dios por el cual todos nos descubrimos queridísimos hijos de Dios, hermanos a pura gracia, herederos de vida y libertad.

Una escucha atenta que es madurar corazón adentro su Palabra y su vida, para volver a la llanura en donde los hermanos padecen oscuridad y dolor, con Buenas Noticias de amor, de liberación, de todo es posible, para mayor Gloria y alabanza de Dios.

Paz y Bien

Cruz y seguimiento














Para el día de hoy (17/02/17):  

Evangelio según San Marcos 8, 34- 9, 1



En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, la cruz era símbolo de espanto: método por excelencia elegido como pena capital por la potencia imperial romana, se reservaba especialmente para los delitos más graves y para los reos más marginales y abyectos. Además, en la tradición judía, cruz significaba una maldición irrecuperable.
Al crucificado se lo hacía agonizar entre terribles dolores y luego de su fallecimiento se le dejaba bien a la vista, en macabra exhibición que buscaba desalentar cualquier actitud sediciosa, un castigo ejemplificador para los demás.

No es poca cosa. Contrariamente a cualquier lógica y razonabilidad, el Maestro señala que los verdaderos discípulos, aquellos que lo sigan, han de cargar su cruz.
No podemos perder de vista que es Cristo quien encabeza la procesión, al contrario de tantos que impulsan el ¡coraje, vayan!. Pero más aún, seguir a Cristo en toda su dimensión y plenitud implica estar dispuesto con la totalidad de la existencia a ser un marginal, considerado un criminal abyecto y un maldito.

En el Reino las cosas, decididamente, son al revés de la lógica mundana.

La vida se gana cuando se la entrega generosamente y sin condiciones, cuando se hace ofrenda, cuando se muere para que otros vivan.
Lejos de cualquier apología del dolor, es la decisión perpetua de humilde oblación que se multiplica como salvación infinita y asombrosa, tal como Cristo multiplica panes y peces para las ovejas sin pastor.

Paz y Bien

Razones de cruz









Para el día de hoy (16/02/17):  

Evangelio según San Marcos 8, 27-33



Detengámonos un momento y observemos: lo que sucederá a continuación está signado por el Cristo que camina con los discípulos, certeza que la fé es camino que se hace junto al Maestro, que también es camino, verdad y vida. Pero también nos ubica en las inmediaciones de Cesarea de Filipo.
Filipo era hijo del rey Herodes y hermano de Herodes Antipas, tetrarca de la zona en donde ellos se encontraban; Cesarea era una ciudad que se había edificado en honor de César Augusto sobre una antigua ciudad dedicada al dios Pan griego. Inclusive poseía un templo en el que se rendía culto al César como a un dios. Edificada por Herodes padre, había sido ampliada y embellecida por Filipo, y de allí el nombre que la distingue de otra homónima situada a las orillas del Mediterráneo.

Justamente, en ese ámbito en donde antes se rendía culto a las fuerzas de la naturaleza -el dios Pan- y ahora se postran frente al emperador como si fuera un dios, allí mismo el Maestro pregunta a los suyos qué piensan y dicen las gentes acerca de Él. Más aún, que es en verdad lo que ellos piensan y creen de Su persona.

Ellos expresan los diversos criterios que surgían en ese tiempo, es decir, que Jesús de Nazareth es el Bautista redivivo, Elías u otro de los profetas. Sin embargo lo importante es lo que piensan ellos, nosotros, todos.
Pedro toma la palabra en la primacía cordial de sus hermanos, y confiesa con una contundencia estremecedora que Jesús de Nazareth es el Mesías.

Aún así, como en la lectura que contemplábamos ayer, Pedro y los otros no tienen clara la mirada y su fé es incipiente. Ellos ven las cosas a medias, hombres como árboles que caminan, y no pueden tolerar a un Cristo que imaginaban glorioso, revestido de poder, a éste que se les anuncia servidor manso, que se encamina decidido pero no resignado a su encuentro con la cruz.

Pedro se enoja y reprende, pues no entiende las razones de cruz, y éstas razones son el puro amor de Dios en Cristo, un Dios que sale por completo de sí mismo y se ofrece sin medida a los demás, un Cristo que se entrega como prenda de salvación y cordero pascual para que no haya más chivos expiatorios ni crucificados, un Dios todopoderoso porque ama, un Cristo que salva porque es capaz de morir por ellos, por tí, por mí.

El ministerio de salvación de Cristo sólo puede comprenderse en su plenitud a la luz de la cruz.

Paz y Bien

Hombres como árboles








Para el día de hoy (15/02/17):  

Evangelio según San Marcos 8, 22-26



Lo instantáneo se propaga como panacea de los tiempos actuales, un cariz casi mágico en la solución de los problemas. Quizás se deba a la agresión permanente de la publicidad, o tal vez a la incapacidad de la paciencia. Sin embargo, hemos de descreer de los cambios automáticos.

Los cambios verdaderos, profundos, acontecen luego de un proceso, de un tiempo paciente y propicio, con un crecimiento y desarrollo propio que a menudo no puede replicarse. Los cambios exteriores no son cambios, sólo maquillaje, caricaturas de una conversión que se declama y no se practica.

Este hombre estaba ciego. Incapacitado de ver, expresa la ceguera de un Israel que en su gran mayoría no puede reconocer en Cristo al Mesías, y para los que la Ley se ha vuelto una mórbida imposición sin sanación ni plenitud.
El Maestro lo lleva fuera del aldea, ajeno al ámbito en donde prevalece una religiosidad del trueque piadoso y por ende, en donde no hay espacios para la Gracia. Pero también porque la Salvación es enteramente personal y radicalmente profunda, no un show, un expectáculo de taumaturgia dedicado a ganar adeptos.

La saliva y la imposición de manos son símbolos del poder del Espíritu que actúa en Cristo. Aún así, el hombre no está del todo curado. Comienza a ver, pero apenas distingue a los hombres como árboles que caminan, como si su ceguera le impidiera reconocer al prójimo en otra persona, en su real dimensión humana, la cosificación y despersonalización, la ruptura de la comprensión por el pecado. 
La imposibilidad de reconocer a las gentes como personas es también un alma que se cierra al encuentro de Dios.

La sanación ha implicado un plazo, un proceso, un germinar de vida nueva, restituída por la Gracia. El hombre recupera la vista plena, la mirada amplia para con sus hermanos y su Creador.
Pero debe callar, y no regresar a la ciduad, a lo viejo, a la vida anterior de oscuridades. Ya habrá un momento santo y fértil para comunicar la Buena Noticia del paso salvador del Redentor por su existencia.

Que Dios nos clarifique nuestras miradas.

Paz y Bien

Levadura farisea, levadura de Herodes













Para el día de hoy (14/02/17):  

Evangelio según San Marcos 8, 13-21




La escena parece contradecirse en sí misma, pues el Evangelista sostiene que los discípulos, habiéndose embarcado, olvidaron llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. 
En realidad, en afanes menores y distracciones banales dejaron de lado y perdieron la mirada en su verdadero centro, Cristo, el Pan de vida. 

Aún en mares encrespados, aún cuando imperen confusiones y falta de identidad, el Maestro no baja los brazos y enseña las cosas del Reino, un Reino que no puede cernirse nunca a los vaivenes del mundo.

Los discípulos han de cuidarse de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes. 
En la tradición ancestral judía, el pan perfecto ha de ser matzah, es decir, pan ázimo, sin levadura, toda vez que se entiende que la levadura y su acción de fermento es un proceso de corrupción interna de la masa.
Así entonces y ante todo, ambas levaduras -la farisea y la herodiana- indican corrupción de los corazones y señalan las respectivas esperanzas mesiánicas.

La levadura farisea es la que impone una religiosidad aferrada a las formas exteriores pero que olvida lo que subyace, lo que importa y cuenta. De allí que supone que la acumulación de gestos piadosos normados acarrea indefectiblemente la bendición divina, una fé para unos pocos puros que deja a tantos fuera, abandonados a su suerte, ovejas sin pastor. Levadura de una masa que no alimenta pues no hay espacios para la Gracia.

La levadura herodiana es la levadura del poder, de la política sin ética, del todo vale, del fin que justifica los medios, pero es también la teología de la prosperidad y la importancia del más acá. Los ricos son ricos porque Dios asi lo quiso, los pobres también.

Ellos deben volver sus corazones, mirar y ver lo que Él ha hecho: cuando multiplicó los panes en tierras judías, todos se saciaron y quedaron doce canastas llenas de pan. Cuando multiplicó los panes en tierras gentiles, también todos se saciaron y quedaron siete cestos repletos de pan.
La Salvación es don del amor de Dios que se ofrece a los hijos de Israel y a todos los pueblos, y las canastas y los cestos llenos es el pan de la vida, Cristo mismo que aguarda la llegada de los hambrientos de todos los tiempos.

Paz y Bien

Ocaso de señales














Para el día de hoy (13/02/17):  

Evangelio según San Marcos 8, 11-13





En la lectura que nos presenta la liturgia del día, si bien breve, nos encontramos con el reclamo de los fariseos exigiéndole al Maestro que realice un signo celestial, una señal cósmica que confirme todo lo que Él predica.

Claro está, ello tiene visos morales pues de esa manera se ubican ellos mismos como fedatarios de cualquier origen celestial, certificadores autorizados de que el ministerio de Cristo en verdad se origina en Dios. Pero también expresa una religiosidad que se afirma en triunfalismos, en un Mesías portentoso que logra sumisión mediante señales fulgurantes, espectaculares, contundentemente asombrosas.

Pero nada encontrarán. El cielo se cierra, ocaso de señales, o mejor dicho, ocaso de señales del tipo que ellos buscan.
Seguramente en el tiempo final, regreso definitivo del Señor, el cosmos se conmueva. Aún así, esos signos escatológicos no son precisamente los que ellos buscan.

A veces también los cristianos caemos en esa tentación -en cierto modo exhibicionista- de afirmarnos en lo portentoso y en demostraciones de un poder aplastante, que suele asociarse a lo masivo. Sin embargo, es menester tener presente el profundo lamento del Maestro frente a esta incredulidad manifiesta.

La señal salvífica primordial y definitiva es el mismo Cristo, su encarnación, su nacimiento pobre y humilde, su niñez en Nazareth, el amor sin límites que prodiga a los pobres, a los enfermos, a los excluidos, su perdón y misericordia infinitos, su Pasión y su Resurrección, y esa señal eterna sólo puede mirar y verse con los ojos de la fé.

Paz y Bien




Un nuevo significado








6º Domingo durante el año

Para el día de hoy (12/02/17):  

Evangelio según San Mateo 5, 17-37



Contrariamente a lo que se supone, Jesús de Nazareth no vino a suprimir la Ley de Moisés y los Profetas ni, con ello, todas las tradiciones ancestrales judías, sino más bien a llevarlas a su plenitud. Sin embargo, las autoridades religiosas de su tiempo inferían que con ello desairaba al mismo Dios.

Ellos pensaban que en el mejor de los casos era un simple provocador que buscaba fama y poner en su contra al pueblo que guiaban -y sometían; en cambio, muchos lo identificaban peligroso, heterodoxo y blasfemo, aún cuando sus críticas solían acotarse al plano intelectual de metodologías y casuísticas que desembocaban, invariablemente, en condena moral.

Pero el Maestro no venía a plantear alternativas interpretativas, una ortodoxia diferencial ni tampoco la sustitución de las autoridades exegéticas canónicas. No es un rabino más que aporte nuevos comentarios. Hasta los escribas más honestos se atemorizaban pues la autoridad de Cristo lo ponía por sobre cualquier legislador convencional, y como el Mesías, Él llegaba para revelar el auténtico sentido de la Ley.

Él confiere a la Ley y a los Profetas un nuevo significado tan trascendente que es definitivo: el amor.

La Ley sin amor es puro reglamento, que puede llegar a tener una utilidad social e implicar normas religiosas, pero que se agota en sí misma y carece de trascendencia. La pura letra origina fundamentalismos de cualquier índole, y todos ellos nada tienen que ver con la Buena Noticia de Jesucristo.

Dios nos ampare de situarnos en legalismos razonados, de convertirnos en puntillosos observantes de normas que reniegan de la compasión, la misericordia, la justicia, todos frutos del amor que es Dios.

Paz y Bien




Tarea de discípulos








Para el día de hoy (11/02/17):  

Evangelio según San Marcos 8, 1-10



Nos encontramos nuevamente con el Maestro y sus discípulos en tierras gentiles, paganas, extrañas a los hijos de Israel. Acontece allí la segunda multiplicación de los panes, y se nos ofrece en el texto una gran carga simbólica a la cual hemos de prestar especial atención.

En la primer multilpicación de los panes, las canastas son doce, símbolo de las doce tribus, imagen del pueblo de Dios. Aquí, tanto los panes como los cestos eran siete, en velada alusión a la idea veterotestamentaria de que la totalidad de las naciones paganas son setenta. Pero siete son los días de la creación, la acción creadora de Dios que llega a todos los pueblos por su infinita misericordia.

En esta ocasión, no hay canastas sino cestos, típicos de la cultura helenística -la Escritura nos ubica en la zona de la Decápolis-. El pan de vida no se restringe a los pretendidamente propios, sino que se ofrece por igual a todos, sin distinción.

Las personas que se alimentan son cuatro mil, referencia inequívoca a los cuatro puntos cardinales, la universalidad de la Salvación que trae Cristo.

El Maestro actúa movido por la compasión, y es esa compasión el amor entrañable de Dios por su creación que sólo reconoce hijos a pesar de las fronteras y divisiones que nos esforzamos en colocar, la catolicidad que declamamos y no encarnamos.

Suele suceder. Frente a las necesidades más urgentes y básicas, los discípulos reaccionan lo la visión de una razón que se acota a las propias posibilidades que se muestran escasas e insuficientes frente a la enormidad del desafío. Una tarea tan grande como pequeña la capacidad de brindar respuestas.

El Maestro eleva los ojos al cielo, bendiciendo los panes, la acción de gracias que se hace eterna -Eucaristía-, pero esa bendición se transforma también en el pan que sacia las necesidades de las personas, el corazón vacío, los estómagos que duelen, el abandono que golpea. Desalojar el hambre es también una bendición.

La tarea de los discípulos es pasar de mano en mano el pan que se ha multiplicado por el amor de Dios. Poner manos a la obra sin resignarse ni bajar los brazos, que lo poco que se tenga se hace asombrosamente inmenso cuando se comparte, cuando la vida se ofrece, cuando se confía en la bondad de un Cristo que se conmueve frente a los que no tienen auxilio y están abandonados a su suerte en un mundo que razona miserias y muerte.
Los discípulos han de pasar mano en mano, corazón a corazón, el pan de la Palabra y los alimentos que hacen justicia con los pobres, señales de justicia y de misericordia, de un Dios que nunca abandona a sus hijas e hijos.

Paz y Bien

Corazones cerrados








Para el día de hoy (10/02/17):  

Evangelio según San Marcos 7, 31-37



La Palabra tiene niveles de profundidad y una importantísima carga simbólica. 
Los signos o señales son como flechas que nos dirigen la mirada en una dirección precisa; los símbolos, en cambio, son ventanas que se abren para que nos asomemos y miremos a través de ellas, y por ello la contemplación desde ellos es amplia.

La lectura de hoy, en un plano superficial, nos habla de un hombre aislado por su enfermedad, que no puede escuchar ni tampoco comunicarse, dificultado de comprender a los demás y de hacerse entender, y que es llevado por otros a la presencia de Cristo, pues confían en que ese rabbí judío tan famoso puede rescatarlo de lo usualmente conocen como irresoluble, y tal vez por ello le piden que le imponga las manos, un gesto tradicional de bendición pero a su vez la confianza en los gestos rituales antes que en Aquél que les confiere sentido.

Pero podemos también atrevernos y asomarnos, ir un poco más allá. Ese hombre expresa también a un mundo que no escucha la Palabra de Dios, que se ha vuelto incapaz de escuchar al otro y de comunicarse y dialogar, de anunciar Buenas Noticias.
Esa sordera y ese mutismo nacen, antes que en una discapacidad física, en una enfermedad espiritual, el corazón que se cierra a la Palabra de Dios, que oye pero no escucha, que recita pero no reza, que dice muchos vocablos más palabras vanas que aturden.

Cerrarse a la Palabra acontece por el pecado y también por cederle espacios y primacías a los ruidos sin sentido, a las exigencias del egoísmo, y así, como islas aisladas, vivimos junto a multitudes pero no convivimos con nadie.

Que el Cristo de nuestra salvación nos abra nuevamente corazón, oídos y boca, para escuchar la Palabra y poder proclamar la Buena Noticia en este mundo sumido en sombras y muerte.

Paz y Bien

Migajas de misericordia









Para el día de hoy (09/02/17):  

Evangelio según San Marcos 7, 24-30




La lectura del día nos ubica, nuevamente, fuera de las fronteras de Israel; probablemente, el Maestro buscara un lugar un poco más reservado en el que pasando de incógnito pudiera descansar, retirarse con sus amigos para orar y restablecer fuerzas. Quizás sea ése el motivo antes que el de un viaje netamente misionero, pues la misma Escritura nos señala que Él no quería que nadie se enterara de su presencia.

Estamos en las cercanías de la ciudad de Tiro, traspasando la frontera norte de Galilea, territorio netamente pagano en el que se ubican numerosas familias campesinas de origen galileo, es decir, judías, y tal vez en uno de esos hogares el Maestro busca hospitalidad. 
Los campesinos galileos de esa zona eran de origen muy humilde y, con frecuencia, despreciados enconadamente por la clase rica y sofisticada de la zona. Los tirios, históricamente, desprecian a los judíos, y su esplendor económico y cultural es una zona de activo comercio- los lleva a mirar de arriba hacia abajo a esos granjeros pobres que hablan otro idioma y tienen una religión extraña y cerrada.

Pero la fama sanadora y de apertura -Él recibía a todos- de Jesús de Nazareth lo precede y excede largamente las fronteras de Israel, y nada de pasar inadvertido. Una mujer se entera de su presencia, y corre a postrarse a sus pies.
El Evangelista destaca que se trata de una mujer pagana de origen sirofenicio; ello es importantísimo, pues indica tanto su condición religiosa -no es judía.- como su origen, que para los hijos de Israel es el epítome del enemigo acérrimo. Pero hay una tercera condición, y precisamente es que se trata de una mujer que se dirige abiertamente, quizás a los gritos, a un hombre que no es de su familia, ni de su cultura Para colmo este hombre es un rabbí judío, no tirio, no similar a sus vecinos.
Con todo eso en contra, ella se atreve y confía pues su pequeña hija sufre y no puede encontrar una cura al mal que le aqueja, confía en ese joven rabbí galileo que a nadie rechaza. La fé atraviesa todas las fronteras que se imponen, especialmente aquellas férreamente instaladas en las honduras de los corazones y las mentes.

La respuesta del Maestro sorprende por su dureza. En un primer momento nada contesta a las súplicas de la mujer, quizás manteniendo distancia por el atrevimiento y deseoso de no generar escándalos en ese lugar en donde le han recibido. Pero luego expresa su negativa a ayudarla con un tono despectivo: los perros es el término para el desprecio hacia lo distinto, lo impuro, lo que se execra -al día de hoy lo seguimos utilizando como insulto-. Tal vez -sólo tal vez- en el criterio de Jesús de Nazareth persistieran ciertos criterio tradicionales de nacionalidad, etnia, religión de sus mayores, la preferencia de su ministerio en primer lugar para los hijos de Israel. 
Aún así, ella no se resigna. Su razonamiento es maravillosamente tenaz, profundamente piadoso y revestido de fé. Ella no está pidiendo nada para sí sino para su hijita enferma, pero en su voz encuentran ecos valientes todos los descartados, todos los que se ha encasillado como indignos o perros a la hora de la bendición y la salvación.

La fé de esa mujer suplica migajas de misericordia y esa súplica amorosa, confiada, es la que conmueve el corazón sagrado del Señor. Y allí se inaugura un nuevo y asombroso día de vida y milagros.

Paz y Bien



Miopías espirituales










Para el día de hoy (08/02/17):  

Evangelio según San Marcos 7, 14-23




La lectura que nos presenta la liturgia del día no versa exclusivamente sobre los alimentos aptos o permitidos, ni tampoco sobre los criterios de pureza e impureza a aplicar en nuestras vidas y a utilizar como parámetros para juzgar a los demás.

Expresa, ante todo, la miopía espiritual de la dirigencia religiosa del tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, que adjudicaban a causales y circunstancias externas todos los problemas que suceden y el pecado de manera exclusiva, y a partir de allí estructurar toda una serie de ritos vanos para eliminar las potenciales contaminaciones.

La raíz del mal, de lo impuro, de la injusticia ha de hallarse primero en las honduras del corazón humano, y cuando ello se invierte, se corre el riesgo de cierta autosuficiencia religiosa en donde Dios es un ídolo distante que se manipula mediante la acumulación de actos piadosos regulados.

Es menester creer, confiar y trabajar.

En la dinámica asombrosa de la Gracia, tiempo del Reino, es Cristo quien purifica y libera los corazones con su infinita misericordia, un Cristo que sana y salva.
Por él y para Él todo adquiere un nuevo sentido profundo pues todo se orienta hacia Dios y al hermano desde la caridad, donde el rito primordial es la compasión.

Que el Dios de la vida y la paz nos purifique de todo mal.

Paz y Bien

La purificación de los corazones









Para el día de hoy (07/02/17):  

Evangelio según San Marcos 7, 1-13





La discusión que refleja la lectura del día tiene que ver con las abluciones rituales que se realizaban antes de las comidas, estrictas y cuidadosamente reguladas, y que se hacían extensivas a los objetos de uso cotidiano, vasos, copas, vajillas. Esas abluciones implicaban purificarse de todo contacto con lo impuro y más aún, una tajante diferenciación entre lo que ellos suponían sagrado y lo profano.

Allí está el centro de la disputa: los discípulos, a instancias del Maestro, no se preocupaban en demasía con estas cuestiones, cuando según los criterios imperantes debían empeñarse en los ritos con inusual severidad dado su contacto con impuros rituales evidentes como los enfermos, y profanos totales como los gentiles.
Seguramente subyace la acusación de que el Maestro y sus amigos no saben distinguir las cosas de Dios de las que no lo son.

Las consecuencias son graves, pues tras esos criterios se esconde una mirada que infiere unos pocos puros y una miríada creciente de impuros e indignos de acceder a las bendiciones divinas.

Porque Cristo era observante y respetuoso de las tradiciones de sus mayores pero descreía de esa tendencia rígida que implicaba el rigor de los gestos y apariencias que han perdido sentido pues olvidan tanto el bien del hombre como al Dios que le otorga sentido.

Es un tiempo distinto el tiempo de la Gracia, todo es nuevo, todo se re-crea. Los ritos son importantes, pero no serán estos ritos los que purifican ni indican sacralidades sino que es Cristo quien purifica y libera y donde está Él acontece lo sagrado, pues el templo principal es el corazón del hombre en donde Dios hace morada. Cada vida es sagrada, única, irrepetible.

Paz y Bien

Fé y superstición










Para el día de hoy (06/02/17):  

Evangelio según San Marcos 6, 53-56




El Maestro y los suyos han regresado de su viaje misionero por tierras gentiles: el Evangelista Marcos nos sitúa en Genesaret, es decir en tierras judías. Ello implica una ubicación geográfica puntual, un marco cultural preciso pero, muy especialmente, severísimos criterios religiosos de pureza e impureza ritual.

La escena es terrible. Un mar de gente postrada, doblegada por la enfermedad es llevada por sus seres queridos al paso del Cristo que pasa; son los descartados por ese sistema estricto de castigos divinos razonados, pues ese es el concepto que prevalece sobre la enfermedad. Toda una señal de las preferencias de Dios que se expresan en Cristo.
Las camillas en nada se parecen a las angarillas sanitarias actuales: se trata de los colchones en donde los enfermos languidecen a diario, es decir, el mundo del dolor acotado a un pequeño rectángulo. Esas camillas, esas angarillas traen consigo el significado de llevar a la presencia sanadora de Cristo las existencias de esas personas excluidas de todo.

Son muchos, demasiados, llegan de todos pueblos, ciudades y aldeas. En todas partes acontece lo mismo, como si saliera a la superficie un subsuelo de sufrimiento que a diario se ignora y se apisona con presión constante. Pero en todas partes también suplican al Maestro que le permitan tocar los flecos de su manto.
Ello no es casual: todos los varones judíos observantes de las tradiciones -y Cristo lo era- usaban sobre sus ropas un manto o tallit que en sus extremos llevaba anudadas borlas o flecos que representaban el nombre sagrado e impronunciable de Dios.

Todos los que tocaban esos flecos quedaban sanos.

No había allí superstición, pues superstición es fé corrupta, la tendencia a adjudicar a objetos y ritos acciones mágicas o milagreras, que no milagrosas. 
Allí había fé, una confianza en ese Cristo que a nadie rechaza y a todos sana. Ellos se aferran al santo nombre de Dios que encuentran en Cristo, un Cristo que saalva, que ama sin límites y que por ello nos sana de todos los males.

Paz y Bien

 



Fidelidad a la vocación










Domingo 5º durante el año

Para el día de hoy (05/02/17):  

Evangelio según San Marcos 5, 13-16




En el siglo I y especialmente en Tierra Santa, la sal era muy valiosa: poseía reminiscencias bíblicas referidas a la purificación -la arena del desierto es salada-, y por ello los animales que se ofrecían en sacrificios en el Templo debían salarse.
Por otra parte, en la vida cotidiana, la sal se utilizaba para conservar los alimentos, a menudo con las carnes en una suerte de charque, en una región en donde las altas temperaturas tienden a pudrir los alimentos.
La sal era muy valiosa, y a menudo a los trabajadores / jornaleros se les pagaba su sueldo mediante grandes trozos de sal traídos de salitrales distantes; de allí, precisamente, nace nuestra idea actual de salario.

Pero el sentido común marca también que la sal se utiliza en pequeñas proporciones, que su función también es brindar sabor a las comidas y, más todavía, que la sal adquiere sentido cuando se la utiliza, cuando se aplica a salar, a brindar sabor, a conservar los alimentos. La sal, por sí misma, se desvirtúa y carece de sentido, y debe echarse al suelo para ser pisoteada y evitar los resbalones.

Justamente, el Maestro enseña que la vocación cristiana tiene un destino y carácter salobre. 
Ser sal de la tierra es el color de las Bienaventuranzas, y posee la amplia perspectiva de conservar la existencia, de impedir la corrupción, de purificar las horas, de que a esta vida que se nos ha concedido dé gusto vivirla.
Ser sal de la tierra implica una humilde desventaja, una pizca de sal pasa inadvertida y aún así tiene una función crucial, y se nota demasiado su ausencia.

Fieles a esa vocación, portamos una luz que no nos pertenece y hace retroceder todas las tinieblas.

Paz y Bien


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