La vocación leprosa de la Iglesia









Para el día de hoy (30/06/17):  

Evangelio según San Mateo 8, 1-4





Entrados ya en el siglo XXI, no tiene la lepra para nosotros un significado relevante, y ello mayormente se deba a los avances médicos y tecnológicos de mediados del siglo XX en adelante. Pero su ausencia -conocimientos médicos, tratamientos, fármacos- tal vez pueda ponernos en la perspectiva de lo que sucedía con los enfermos de lepra en los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth, y en el ámbito de la nación y la cultura judías.

La situación para el enfermo era terrible. 

Por una parte, las consecuencias propias de la enfermedad: como patología degenerativa, deformante y necrotizante, literalmente transformaban al paciente en un desconocido de rostro incierto y espantoso, de miembros carcomidos sin posibilidad de remisión o cura conocidas. A ello se sumaban los casos conocidos -no todos- altamente contagiosos, por lo cual tendía a aislarse al enfermo.
Por otra parte, es menester ubicar estas cuestiones en el plano social y religioso de Israel de aquellos tiempos, en donde la línea divisoria entre lo social y lo religioso prácticamente no existía.
Se entendía en general que las enfermedades eran causa directa de pecados propios o de los padres, proporcionales los sufrimientos a las faltas cometidas, convirtiendo al enfermo en un impuro ritual. Esto se agravaba en el caso de la lepra, la impureza en grado máximo, de tal modo que quien certificaba la condición de salud/enfermedad era el sacerdote, y de existir, automáticamente el enfermo era aislado de la vida comunitaria. También, cierta casuística de la Torah asumía la lepra como una maldición.

Se trata del contagio potencial de la lepra pero también del contagio posible de la condición de impuro, condición que el enfermo debía proclamar a los gritos, para evitar el contacto con otras personas.
El leproso prácticamente es un condenado perpetuo, y debe resignarse a su estado, pues su condición es, en la religiosidad imperante, querida por Dios.

El leproso es un excluido que sólo puede andar con sus pares, tan condenados como él mismo, y a la vez se le exige sumisión a los preceptos.

Por ello, que un leproso se acerque a ese Cristo que pasa rodeado de una multitud es muy extraño e infrecuente. Para algunos, escandaloso y expresamente prohibido. Sin embargo podemos entrever una fé humilde y pujante y un gran valor. La fé es don de Dios pero también implica coraje, la valentía de confiar.
Ese leproso no pide que el Maestro le toque sus zonas afectadas para sanar: confía en el Maestro galileo que, contra todo pronóstico, no lo rechaza. Él confía en el poder liberador de Cristo, al que no se le resiste ningún mal, por fiero y arraigado que parezca.
 
Acontecen por la bondad de Dios más de un milagro. 
El Cristo que no se somete a ninguna prescripción inhumana, por sacrosanta que se declame, y que toca con afecto. 
El Cristo que limpia su cuerpo de las llagas que lo carcomen. 
El Cristo que limpia su alma de la soledad y el olvido al que otros lo han condenado, y que lo restituye nuevo, íntegro, a la vida de su pueblo. Es por ello que ese hombre, ahora sano, debe presentarse al sacerdote, para ser readmitido plenamente como hijo de Israel por los mismos que lo condenaron a la soledad, a una culpa ajena, al penar razonado.

En cierto modo, la vida cristiana tiene vocación leprosa. Se trata de confiar en ese Cristo que pasa, que todo lo puede, que nos libera de todas las llagas que asumimos o nos endilgan.

Pero también, como el Maestro, tender una mano fraterna a tantos leprosos de cualquier índole, hermanos demolidos por la soledad y la resignación.

Paz y Bien

Pedro, fundamento y servidor de la Iglesia












Santos Pedro y Pablo, Apóstoles

Para el día de hoy (29/06/17) 

Evangelio según San Mateo 16, 13-19






La liturgia de hoy nos brinda una lectura del Evangelio según San Mateo que posee cuestiones que, en sus diversas interpretaciones, son cruciales para el ecumenismo, para los duros y esforzados pasos en la búsqueda de la unidad de los cristianos, tan ansiada y querida por Cristo. Precisamente esas interpretaciones, en especial las referidas al papado, son las que a veces trazan una línea abismal e insalvable entre hermanos que deberíamos caminar juntos, como esos Pedro y Pablo de los que hoy hacemos memoria, tan distintos entre sí -casi casi opuestos- y sin embargo tan hermanos como el que más, tan de Cristo y del pueblo de Dios, familia de los creyentes que llamamos Iglesia.

Desde aquí, con las evidentes limitaciones que se poseen, no hay intención de ejercer apologéticas ni de buscar debates teológicos. El propósito es siempre muy modesto, intentar compartir vivencias del mejor modo posible; si ello es bueno, seguramente el Espíritu se encargará del resto, de hacerlo fructificar y madurar. No hay méritos que reivindicar, pues todo, sin excepciones, es bendición, don, gracia y misterio.

Así entonces el afán de detenernos a contemplar a Simón, hijo de Jonás, galileo y pescador de oficio, seguidor del Maestro. Están en Cesarea de Filipos, ciudad importante edificada por el tetrarca de turno al emperador romano opresor, elevado según la costumbre a deidad. Es el símbolo preciso de un mundo que se ha inventado nuevos dioses e ídolos falsos a los que rinde culto, y que mientras tanto disminuye con voraz velocidad varios escalones en humanidad, toda vez que la ausencia de libertad y de verdad oprime y confunde, especialmente a los pequeños.
 
En esa confusión, son diversos los rótulos que le irrogan a Jesús de Nazareth. Algunos creen que es el profeta Elías de regreso, otros Juan el Bautista redivivo, otros -depositando en Él sus ansias de libertad y restauración de la propia historia judía- que es uno de los grandes profetas de Israel como Jeremías. Todas esas identificaciones quizás respondan, en parte, a transferirle a ese Cristo los colores y caracteres de las propias necesidades e inquietudes más profundas. Es razonable y comprensible, pero esas ansias suelen ser directamente proporcionales a su carencia de verdad. Porque a Cristo se le reconoce desde el corazón: es un acto de fé profunda, don y misterio.

El pescador galileo, frente a la confusión de las gentes, hace una declaración tan contundente que estremece en su seguridad, en su certeza: ese rabbí es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo. No es merced al esfuerzo de su razón, ni a una conveniencia ideológica: es el Espíritu de Dios que lo ilumina y lo impulsa, y desde esa revelación eterna no vacila en confesar a Jesucristo, fundamento primordial de una fé que no es adopción de ideas ni adhesión a doctrinas, sino la confianza depositada en Alguien, Jesús el Cristo de nuestra salvación.

Así, cuando en la existencia acontece ese encuentro salvador, nada volverá a ser igual, y es por ello que Simón será conocido como Pedro. Un nuevo nombre para una nueva vida que tiene una misión, misión que no otorga privilegios ni honras sino que se caracteriza por su fé y por el ministerio de servicio abnegado a los hermanos.

Pedro será fundamento de la Iglesia y tendrá primacías solamente desde la caridad. Cuando se aparte de ese amor fundante, torcerá el horizonte, y en una confianza asombrosa inusitada Cristo hace extensivo el ministerio petrino a toda la Iglesia, asamblea, comunidad y familia de los creyentes.

Pues hay muchos que están alejados aunque se encuentren físicamente cerca, y es primordial re-ligarlos, establecer nuevos vínculos desde la caridad. Y es importantísimo también desatar todos los nudos de inhumanidad que hieren, que cautivan, que anulan corazones y cuerpos.

Quiera Dios que pongamos manos a la obra en esta tarea a la que se nos ha invitado, y que es la de edificar, con Cristo, esta familia que es la Iglesia.
Y quiera Dios también cuidar, proteger, iluminar y sostener a nuestro Pedro, Francisco de toda la Iglesia.

Paz y Bien

La caridad, medida cordial








Para el día de hoy (28/06/17) 

Evangelio según San Mateo 7, 15-20






En aquello que nos brinda el Evangelio para el día de hoy, hemos de proceder con cierto cuidado y esmero: la enseñanza del Maestro no está dirigida hacia cómo debemos juzgar a los demás -tal vez y específicamente a nuestros pastores- sino más bien el dotarnos de criterios de discernimiento para andar con pies ligeros y a paso firme en este peregrinar que es la existencia. Pues tropiezos, a causa de nuestras imperfecciones y nuestras miserias, sucederán. Pero no es cosa de andar a los tumbos, oscilando de un lado a otro sin ton ni son.

La psiquis puede jugarnos malas pasadas, y los sofismas y falacias están a la orden del día, cada vez más refinados y elaborados. En ese universo puramente discursivo, es fácil para todos caer en la trampa, pero con mayor riesgo y gravedad los más pequeños, los que se asoman a la existencia y los que recién han germinado a la fé.

Por eso mismo, el tomar las palabras como brújula puede conducirnos a las arenas movedizas de una fé pervertida y a una caricatura del Dios de Jesús de Nazareth. Pues esas palabras son flatus vocis, es decir, palabras vacías, voces de aire, más no Palabra de Vida.
Los auténticos pastores, los fieles a la Buena Noticia tienen un persistente olor a oveja, pues están al servicio de los suyos, y su estatura se determina por gestos y acciones de caridad. El Papa Francisco, cuando era nuestro obispo aquí en Buenos Aires, nos lo repetía sin cesar: pastores con olor a oveja...Más aún, los pastores que no portan ese aroma que es producto del servicio, de la abnegación, de seguro son lobos con disfraz.
Pues los lobos sólo buscan su propio provecho, carroñeros de almas.

Sea para nosotros también una mensura cordial. Porque la única medida de nuestra existencia, la anchura y capacidad de nuestros corazones está determinada por el amor que se practique, por la vida ofrecida para el bien del prójimo.

Paz y Bien

La puerta estrecha del nosotros










Para el día de hoy (27/06/17):
 
Evangelio según San Mateo 7, 6.12-14




Ante todo, es menester situarnos en la perspectiva histórica: Jesús habla a gentes que, en su cultura, consideraba despreciables a los perros y profundamente impuros a los cerdos. Dado que en la mayoría de nuestras culturas y sociedades está positivamente considerado el respeto y cuidado a los animales, desde esa perspectiva necesaria podemos ahondar en lo que se nos dice hoy, es decir, la advertencia de Jesús para tratar con sumo respeto a lo sagrado, a las cosas de Dios.

Aquí podemos estar tentados de circunscribir esta cuestión a un ámbito meramente litúrgico o cultual...¿porqué no pensar, con la mirada del Maestro, el respeto y cuidado de lo sagrado que encontramos en lo cotidiano, lo eterno que podemos descubrir en el día a día, Dios que se manifiesta en la vida y en los pequeños gestos?

Así también lo verdaderamente valioso se traduce en el devenir de la existencia, fundamentalmente en lo que nos define e identifica y es nuestra relación con el otro. 
Se trata de aquellos valores que superan, en la perspectiva del Reino, el mandato negativo del -no hagas...- por la ética en positivo de la reciprocidad, en donde el acento está puesto especialmente en el otro.

Se nos abre entonces la puerta a una vida nueva que, sin embargo, es estrecha: no es sencillo derrotar el egoísmo que cobijamos y el individualismo que prohijamos.

Amplios y abundantes son los modos y maneras de la muerte, de todo lo que se opone a la vida. 

Estrecha es la puerta de la generosidad y la solidaridad, de la compasión y la misericordia, de la vida que se hace plena en comunidad, en el conocimiento y reconocimiento de la identidad única del otro.
 
Y mucho más estrecha es la puerta de la Salvación, esa misma que es preciso atravesar para vivir plenos, asumiendo la cruz desde el amor y la esperanza, sabiendo que el dolor no es definitivo y que la muerte no tiene la última palabra

Paz y Bien

Reciprocidad










Para el día de hoy (26/06/17) 

Evangelio según San Mateo 7, 1-5




La liturgia de hoy nos ofrece la enseñanza de Jesús de Nazareth acerca del juicio hacia los demás, y a partir de allí, de nuestra relación con Dios. Sin embargo, cobra sentido pleno cuando se medita en el horizonte de la vida comunitaria, pues es allí en la comunidad en donde únicamente se puede vivir en plenitud la Buena Noticia.

Tiene que ver con la capacidad de tener una mirada transparentemente recíproca hacia el prójimo, reflejo de un corazón que descubre a su Dios en el rostro del hermano. Tiene que ver con desterrar la crueldad de los preconceptos, de conocerse y re-conocerse por esta única condición filial antes que por cualquier otro motivo. Significa vivir y dejar vivir, pero ante todo con-vivir.

En una comunidad en donde los hermanos tienen -a pesar de sus miserias y sus flaquezas- ansias de fidelidad y transparencia, los lazos se vuelven indestructibles, pues se vuelve rotundo el crisol del Espíritu Santo.

En una comunidad en donde cada uno es reconocido y reivindicado en su identidad primordial de hijo y, por ello, de hermano, todo se edifica sobre la roca sólida del Evangelio y la compasión, y cada gesto, cada palabra y cada acción es descubierta con la alegría de la mano salvadora de Dios antes que como castigo destinado o juicio pretérito.

Pues la solidaridad implica, ante todo, solidez, firmeza en el hermano, abnegación y servicio, vida que se expande en la reciprocidad, esa misma que define que el otro es el más importante pues allí está y resplandece Cristo.

Paz y Bien

Somos pequeños, frágiles, valiosos












Domingo 12° durante el año

Para el día de hoy (25/06/17):  

Evangelio según San Mateo 10, 26-33





Jesús de Nazareth puso gran parte de su empeño docente en preparar a sus amigos, pues tendrán que afrontar tiempos durísimos de persecuciones, de descréditos, de infamias y calumnias, todo a causa de su Nombre.
 
Sin duda, los discípulos algo intuían: en la medida en que se profundizaba y crecía el ministerio del Maestro, eran cada vez más virulentos los ataques que sufría por parte de escribas y fariseos, es decir, por parte de las autoridades religiosas, de la ortodoxia oficial, con la mirada cada vez más preocupada del pretor romano, siempre veloz a la hora de reprimir díscolos y subversivos.

Porque Jesús sabía bien que esos doce hombres que le acompañaban, y los discípulos de todos los tiempos serían pasibles de los mismos castigos, de similares persecuciones, de afanosos esfuerzos por socavar honras y de violencia cruel ilimitada. La fidelidad al sueño de Dios, el Reino, la entrega de la vida en favor de los hermanos, la proclamación veraz de la Buena Noticia acarrean esas graves consecuencias, porque el Evangelio que se vive y palpita es un manso y humilde desafío a los poderosos de todo tiempo y lugar.

Aún así, no hay que bajar los brazos ni resignarse. El temor es más que razonable, pero el miedo paraliza, congela, demuele confianzas.
 
Quizás el primer paso sea desertar de esa imagen judicial y espantosa de Dios que suelen imponernos y que asumimos sin más. El Dios de Jesús de Nazareth, nuestro Dios, es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, tan valiosos que somos a sus ojos infinitos. Mucho más valiosos de lo que nosotros mismos nos consideramos y tenemos por tales a nuestros hermanos, la asombrosa bendición de ser amados hijas e hijos.

En un mundo tan inhóspito y tan violento, nuestra fragilidad se vuelve más evidente. No asumirla es mentirnos, internarnos en fangales nada veraces, presos de imágenes falsas.
Pero con todo y a pesar de todo, hay que perseverar en la fidelidad porque todo lo podemos en Aquél que se ha despojado de todo, de sí mismo, de su propio Hijo, para que todos vivan.

Paz y Bien

Evangelio, tiempo santo de mujeres y niños










Nacimiento de San Juan Bautista

Para el día de hoy (24/06/17) 

Evangelio según San Lucas 1, 57-66. 80





La escena que nos ofrece el Evangelio para el día de hoy a través de San Lucas es bellísima en su sencillez y profundidad, especialmente si utilizamos la consabida utilidad de situarnos nosotros mismos allí, en ese preciso momento, como espectadores patentes de lo que acontece.

Se trata de un poblado pequeño, Ain Karem, ubicado en las montañas. En esos lugares, lo sabemos, todos suelen conocerse entre sí, algo que con el agigantamiento cruel de nuestras ciudades hemos olvidado y perdido. En esos pueblos pequeños los vecinos son casi casi como los parientes -a veces más- y allí la vida y la muerte se comparte, alegrías y tristezas, esperanzas y frustraciones. Por eso el festejo manso de los presentes: Isabel, la que ya parecía destinada más a abuela  sin nietos que a madre primeriza, ha dado a luz a un niño. Esas gentes saben reconocer, sin que nadie se los diga, el paso bondadoso de Dios por las vidas ancianas de Zacarías e Isabel.

Un niño que nace es un libro nuevo a escribirse en su totalidad. Pura esperanza, todo expectación, en donde los más sabios no se afanan en proyectar sus causas quebradas, lo que ellos no tuvieron, sus derrotas que ansían convertir en victorias, sino que celebran la esperanza que trae una vida nueva que se les duerme entre sus brazos y manos de trabajo, una vida en donde todo es posible.
Aún así, esas gentes intuyen que en ese bebé hay algo más, algo especial, y se le encienden los sueños intentando saber cual será el horizonte maravilloso que tendrá el niño que además de ser un poco hijo de cada uno de ellos, es la vida que continúa, la vida que prevalece, con todo y a pesar de todo.

En esos afectos, en esa cercanía cordial, pretenden terciar en la decisión de nombrar al nuevo hombrecito. Las tradiciones pesan, pero más aún esos cariños que a menudo no se morigeran, y con obstinada ternura pretenden que el bebé lleve, según la costumbre, el nombre de su padre Zacarías.

Pero cada niño ha de tener alas propias, vuelo personal, volará por sí mismo y no tanto por los antecedentes de sus mayores. Es una vida nueva y, en este caso, una vida muy especial que requiere un nombre también especial, y por eso mismo el niño ha de llamarse Juan, que literalmente significa Dios concede una gracia, una bendición.
Todos los niños son una bendición para nuestros corazones envejecidos, pero ese niño en particular es señal de la fidelidad absoluta de Dios para con su pueblo.

Se trata de un tiempo nuevo y muy, muy extraño, imprevisiblemente maravilloso.
Los caudillos, los guerreros, los sacerdotes han de guardar silencio, pues la confianza -paso primordial de la fé- la han abandonado.
Es tiempo de mujeres y de niños, y ellos han de cambiar la historia misma de la humanidad. Las mujeres, por cobijar en las honduras de su corazón la fé en su Dios y la Palabra que descubren como Gracia y Misericordia.

Los niños, abriendo puertas y ventanas.
Uno, allanará las huellas y preparará desde su integridad los caminos.
El otro, bebé santo, traerá la vida definitiva que nada ni nadie podrá quitarnos, esta alegría perenne de Dios con nosotros, de sabernos hijas e hijos de Dios.

Paz y Bien

Corazón del Señor, alivio, paciencia y sabiduría









Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Para el día de hoy (23/06/17) 

Evangelio según San Mateo 11, 25-30




Cuando hablamos de corazón, lejos de los límites biológicos, nos remitimos simbólicamente a la esencia misma del ser, a la fuente primordial de cada persona, a aquello que define y decide su obrar y su existir.

En esta Solemnidad, nos detenemos del diario trajín para contemplar en silencio, con devoción y una mirada capaz de asombros al corazón sagrado de Jesús, a su intimidad primordial, a lo que lo constituye y que, por eso mismo, decide nuestra pertenencia, nuestra misión y nuestro destino.

Y desde el vamos el asombro comienza: en este corazón no hay visos de abstracciones ni de vanas declamaciones. Este corazón es inmenso, pues nos contiene a todos -buenos y malos, justos y pecadores- pero se inclina decididamente en favor de los pequeños, un corazón escandalosamente parcial, y esa parcialidad tiene sus raíces en el amor, esencia del Dios del universo.

Esos pequeños no son exactamente los niños, por quien Jesús tenía y tiene un especial cuidado y dedicación: los pequeños aquí refiere a los humildes, a los mansos, a los que por lo general no cuentan pero que sin ellos la vida no sería posible pues en su confianza, en su fé salan e iluminan estos páramos desolados. Los pequeños son los pobres, los marginados, los que nadie escucha pero tienen a Dios de su parte, y otro corazón inmenso, el de María de Nazareth, lo supo cantar con palabras imborrables.

En el Sagrado Corazón del Señor es el amor lo que prevalece y sobreabunda como pan bueno y santo, perdón y misericordia, redención y liberación, compasión y socorro.

Nada ni nadie le es ajeno, y en esa bondad se funda nuestra esperanza. Porque Cristo estuvo, está y estará junto a nosotros y en nosotros, con todo y a pesar de todo, celebración de todos los regresos, rescate de los extraviados, consuelo de los afligidos, serena alegría que permanece para siempre porque no hay cruz ni muerte que sean definitivas, tesoro escondido que se multiplica cuando, como Él, se ofrece la vida, la existencia toda en las manos, corazones transparentes a pura Gracia de Dios.

Paz y Bien

Por la causa de Dios y del prójimo










Para el día de hoy (22/06/17) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15





Por Cristo, sabemos que la vida cristiana en plenitud se fundamenta en el devenir cotidiano a partir de dos pilares, dos aspectos o ramas de un único tronco frutal, la Gracia de Dios.

Esos dos fundamentos son el amor y la oración.

El amor que se explicita en la abnegación, en el servicio incondicional al prójimo.

La oración, que antes de dicción tenaz y exacta de fórmulas, es escucha cordial del susurro primordial de un Dios que jamás deja de buscarnos, de ese Espíritu que nos hace decir Abbá!.

La cruz de Cristo ya no es señal de muerte y horror, sino signo cierto del amor mayor, de la vida ofrecida para que todos vivan. Y también es un profundo símbolo en su constitución misma: a una cruz la constituyen dos maderos cruzados, uno elevado hacia el cielo, el otro que se expande horizontalmente hacia los lados, así la Buena Noticia también se constituye -indisolublemente- de ese vínculo hacia el Dios del universo y hacia los hermanos.

Por ello mismo, por la oración en la que nos identificamos y que es la oración misma de Cristo, la plegaria es por la causa de Dios y por la causa de los hermanos, sarmientos frutales de la misma savia.

Essa savia nutricia es el amor de Dios, que se revela y nos rebela de toda rutina y acomodamiento cuando descubrimos a Dios como Padre, y nos sabemos hijas e hijos amadísimos que no buscan demasiadas palabras, sino que se aferran a la Palabra.

Paz y Bien

La tierra santa de la caridad










Para el día de hoy (21/06/17) 

Evangelio según San Mateo 6, 1-6. 16-18




En la tradición del pueblo de Israel, tres eran las prácticas básicas piadosas, la limosna, la oración y el ayuno. Más aún, con un profundo sentido metafísico, la limosna era a menudo llamada también justicia.

Jesús las asume como propias, y a la vez las hace extensivas a todos los suyos en principio, fundamento de una nueva humanidad. No está demás pensar que el Señor también soñaba con un mundo mejor, más justo y fraterno a partir de la irrupción del Reino aquí y ahora entre nosotros, y de cómo Él podía contribuir a ese mundo para su humanización.
No obstante ello, la perspectiva es nueva, es distinta y, si se quiere, humildemente revolucionaria.

Se trata de un éxodo cordial, de un peregrinar de los corazones que abandonan los lúgubres desiertos del oportunismo y la conveniencia, de una espiritualidad mercantilizada que supone la acumulación de méritos piadosos para la consecución de bendiciones y cielo, negando tácitamente la asombrosa dinámica de amor de la Gracia de Dios.
Se trata de arribar a la tierra santa de la caridad, de la abnegación, del servicio desinteresado, de la fraternidad.

Porque, siguiendo una antigua pero vigente idea, los justos de las Escrituras son los que ajustan su voluntad a la voluntad de Dios. Así entonces limosna, oración y ayuno son nítidas y evidentes acciones de justicia.

La limosna que socorre sin demoras al necesitado, porque todos somos hijas e hijos de Dios, brindándonos ante todo a nosotros mismos y no tanto lo que viene sobrando.
La oración que es escucha y es diálogo filial, que nos ubica en la misma sintonía eterna de un Dios encarnado, uno más entre nosotros.
El ayuno que nos disciplina deseos, y que por amor implica privarse de alimentos para que otros no pasen privaciones, no adolezcan de dolosos platos vacíos.

La caridad no busca reconocimientos ni esgrime alardes vanos.
En los pequeños gestos de caridad y bondad se anticipa el Reino.
El deber ser, desde Cristo, es fruto necesario del descubrirse amadísimos hijas e hijos de ese Dios que se desvive por nosotros.

Paz y Bien

Una religión extraña e incómoda








Para el día de hoy (20/06/17) 

Evangelio según San Mateo 5, 43-48



Desde una mirada histórica, perspectiva de estudio sociológica y filosófica, la irrupción de Jesús de Nazareth en la historia humana no supone, directamente, la institución de una nueva religión.
Es difícil objetivarnos, pues están en juego nuestros afectos, el corazón mismo. Pero una toma de distancia nos descubre a un rabbí itinerante, a un varón judío de origen muy humilde que habla de su Dios de una manera muy extraña, con una confianza y cercanía que ni por asomo se acerca a la ortodoxia oficial, pero que no convoca a derribar templos, a trastorcar estructuras de culto e imponer conceptos ni un cuerpo dogmático. Por el contrario, frente a las polémicas y a las críticas, reafirma que no ha venido a abolir esa Ley que constituye el nodo fundacional del pueblo de Israel, sino a darle su pleno cumplimiento.

Pero por otra parte, esa objetivación intentada nos muestra también una impensada religión humanizada. Quizás y con razón, de tan humana parece desacralizada, extrañamente ajena a lo que solemos entender por trascendencia sacral, peligrosamente secular y cercana al corazón del hombre.

Es que Cristo hace todo lo que hace y enseña y propone el Reino, la Buena Noticia del amor de Dios desde su experiencia única de identificación total con ese Dios al que descubre como Abbá.
Tal vez sea precisamente el saber que el Reino está aquí y ahora entre nosotros, que el cielo comienza en la cotidianeidad por oblación infinita de la ternura de Dios que deviene, a veces, tan utópicamente lejana.

El misterio de la Encarnación supone un tiempo nuevo, un tiempo santo -kairós- de Dios y el hombre, una historia nueva urdida en común, desde vínculos familiares. Y solamente desde esos nuevos lazos es posible comprender la postura del Maestro acerca de quien nos odia o nos hace daño.
En la perspectiva de su corazón sagrado no hay propios y ajenos, sólo hijas e hijos, hermanas y hermanos, el horizonte inconmensurable del nosotros con Dios mismo.

Porque el Reino es cosa de locos, de atrevidos, de aquellos que se atreven a amar más allá de cualquier previsión porque primero y ante todo se saben queridos y amados por Dios.

Paz y Bien

El éxodo hacia la comunidad








Para el día de hoy (19/06/17) 

Evangelio según San Mateo 5, 38-42




Acerca de la llamada Ley de Talión, es menester no pasar por alto un detalle, y es que en las Escrituras nunca es mencionado con ese nombre el corpus legal adoptado por numerosos pueblos de la antigüedad, quizás comenzando por los babilonios en la dinastía de Hammurabi, y asumido también por el reino de Israel.
Se la llama así por la expresión latina lex talis, es decir, ley del tal como. Su importancia no es menor: implicaba en primer lugar moderar los efectos de la venganza, igualar los derechos entre el ofensor y el ofendido y, especialmente, establecer normas de derecho -aquí derecho penal- aplicables a toda una nación.

En la ley del talión o del ojo por ojo y diente por diente encontramos los orígenes de todo orden social en tanto reglas explícitas de convivencia, y a la vez los fundamentos del derecho que hoy conocemos en todas sus variantes. El derecho actual presupone, en cierto modo, el cariz de talión pues es un derecho y una justicia retributivas, que adjudica una pena proporcional al delito o infracción cometidos.

Jesús de Nazareth no embiste contra ello. Nosotros podemos encontrar visos censurables o críticas profundas a sistemas que nos imponen o que nos pertenecen; sin embargo el Maestro propone e invita a ir más allá, a trascender porque otro mundo y otra vida es posible.

Probablemente los ejemplos que Él nos brinda en la Palabra nos sean muy gravosos. Pero la vida cristiana implica decisiones definitivas, la radicalidad del Reino que no tiene otro sentido que el insondable amor de Dios.

Cristo propone superar la ley del talión por su experiencia absoluta de Dios como Padre, y de cada mujer y cada hombre reconocidos como hermanos por ese único y asombroso vínculo filial que es Gracia y salvación. 

Más allá de cualquier proyecto ideológico, el Señor convida al atrevimiento de pasar de sociedades inmanentes a la comunidad, a la común unión en donde sucede una de las cosas más difíciles para nuestros egoísmos, el reconocimiento del otro, la edificación del prójimo, el Reino aquí y ahora.

Paz y Bien

Eucaristía, camino y dirección










Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Para el día de hoy (18/06/17) 

Evangelio según San Juan 6, 51-58





Esos hombres estaban desconcertados y ofendidos, tan cautivos de esa literalidad a la que se sometían, tan presos de una religiosidad retributiva, tan dados a las abstracciones.

Todos ellos eran muy religiosos, hombres profundamente piadosos y, a su modo, férreamente arraigados en la fé de sus mayores. Así entonces, si fueran invitados a una celebración en donde se sirviera carne como gran manjar exclusivo, ellos se preguntarían primero si ese plato es kosher/kashrut, es decir, si cumple con los preceptos de la Ley mosaica respecto de los alimentos permitidos, de aquellos alimentos considerados puros, entre lo que destacará también el modo en que el animal debe sacrificarse, sin que implique consumir sangre bajo ningún punto de vista, y ello tiene que ver, simbólicamente, con que la sangre representa la savia de la vida misma en la biología.

Ellos se sienten confundidos, ofendidos y escandalizados frente a ese rabbí nazareno que se ofrece Él mismo como alimento para la humanidad, de un modo tan explícito, tan carente de figuraciones, y el escándalo que los sobrevuela está originado por varios factores.

Que el mismo Cristo, a partir de un antiguo y venerado ritual de pastores, se ofrezca como alimento concreto sin mediación de la pura simbología es terriblemente conflictivo y horroroso. Hablamos de carne y de sangre, de biología y existencia, de la vida toda como plato principal para desterrar todos los hambres.

Lo sacrificial no puede pasarse por alto: nuevo cordero pascual que salva al pueblo, este Cristo se señala a sí mismo como sacrificio generoso, y es menester regresar a su significación primera: sacrificio implica hacer santo o sagrado lo que no lo es, y Él se ofrece para que el mundo, la vida, cada persona sea santa, permanezca con vida, sea de Dios y para Dios en Dios.

El ofrecimiento primero devengará en rotundo rechazo en la cruz: el rabbí galileo morirá en la cruz como un marginal, como un maldito, nada kosher, opuesto a todo lo que conocen y sostienen, carne repudiada, alimento que no es tal.

Sin embargo, lo que más molesta y que flota tácitamente en ese ambiente tan cargado es que Dios mismo, en ese Cristo de pan y vino, de carne y sangre, se ofrezca a la humanidad sin condiciones previas para que todos vivan para siempre.
Un Dios ofrecido destierra cualquier idea de méritos acumulables que puedan trocarse por beneficios o bendiciones divinas, balances positivos que habiliten el acceso a cielos postreros.

Concreto y real, Dios ofrecido, Cristo sacrificado por todos y por cada uno, mesa inmensa tendida en donde nadie debe faltar, vida compartida que celebra la vida ofrendada, Eucaristía que compromete con un para siempre en la abnegada y humilde oblación de estas pequeñas existencias que somos, y que hacen que la vida se expanda pues, en cada mujer y en cada hombre hay un templo vivo del Dios de la vida.

Paz y Bien

Somos nuestras palabras










Para el día de hoy (17/06/17) 

Evangelio según San Mateo 5, 33-37





El Maestro no vino a abrogar la Ley de Moisés, sino a darle cumplimiento pleno. Ello no implica solamente una variable heterodoxa interpretativa, sino más bien una profunda lectura de sentido a partir de su experiencia profundamente personal de Dios como Padre.
Sólo desde allí la Ley deja de ser norma escrita a cumplir y se transforma en proyecto de vida, en auxilio y brújula de la existencia.

En el Evangelio para el día de hoy, Jesús de Nazareth pone el énfasis y el corazón en la veracidad de las palabras, en no perjurar, en no abandonarse a las sombras de la mentira.

En cierto modo, la palabra empeñada parece carecer de valor y trascendencia en los tiempos que corren; pero aún así, esa palabra es decisiva y debería ser motivo de confianza recíproca.
Porque en verdad, somos nuestras palabras. Somos lo que decimos, somos lo que callamos, somos las verdades que ratificamos y las mentiras que destilamos, y por ello es dable y razonable afirmar que en cada palabra -escrita, pensada, pronunciada- nos estamos jugando la vida, pues la verdad es libertad, y su ausencia configura el peor de los escenarios.

Así entonces el Señor nos impulsa a la sencillez, y esa sencillez no es simpleza superficial. Antes bien, implica una profunda honestidad, un valor tan ausente en nuestro mundo.

Más aún: tenemos el mandato de ser veraces para ser libres, desde la verdad primera que es Cristo, y a la vez el destino de hacernos Palabra para el prójimo cercano y lejano, Evangelios vivos que aunque permanezcan en silencio, dicen todo lo que hay que decir desde el testimonio de vidas santamente coherentes.

Paz y Bien

Conjunción de corazones








Para el día de hoy (16/06/17) 

Evangelio según San Mateo 5, 27-32



La contraposición matrimonio/divorcio suele ser motivo de nutridos análisis; también, desde el Magisterio, se suele definir taxativamente qué es lo que se puede o está permitido y qué es lo que no. Ello, razonablemente, responde a la vocación profética de la Iglesia, que anuncia la Buena Noticia y denuncia todo lo que se opone a ella, a la vida, a la humanización plena.

Sin embargo, a veces solemos adolecer de una cuestión fundamental, y es la raigalidad de todo el obrar humano. Todo encuentra raíz en los corazones, todo, sin excepción.
Lo que cuenta es lo que se cobija en las honduras, la cizaña que impide otras germinaciones, las sucesivas capas o costras de egoísmo con las que nos revestimos para alejarnos del otro, priorizando el yo antes que el nosotros, y en donde Dios no tiene sitio.

Ello se evidencia en el matrimonio, y se debe a que para Jesús es una cuestión en la que detenerse, a la cual prestarle toda la atención. Pues la costumbre se quedaba en la linealidad de la letra escrita -pura moralina- pero olvidaba al Espíritu que la había inspirado.
En cierto modo, ese Espíritu alienta una ética trascendente, un modo de ser en el mundo y ser con y para los demás a partir de la misma esencia de Dios, el amor.

La familia es el camino por el cual adquirimos identidad, cultura, fé, afectos, cuidados y crecemos. Y los cimientos de toda familia se encuentran en el matrimonio, en el amor profesado y practicado entre el hombre y la mujer, un amor que es abnegación, vida ofrecida en su totalidad, corazones transparentes que nada se reservan y se brindan al otro por completo.

Más aún, son corazones que generan vida aún antes de la llegada y bendición misma de los hijos.

Todo es cuestión de corazones que se dejan iluminar y cuidar por el Dios de la Vida.

Paz y Bien

La violencia de la injusticia









Para el día de hoy (15/06/17) 

Evangelio según San Mateo 5, 20-26



Mucho se dice e imagina acerca de los escribas y de los fariseos. Con términos anacrónicos y limitados, es dable afirmar que tienen muy mala prensa, a veces razonablemente fundamentada.

Lo que suele pasarse por alto es que todos ellos eran hombres muy piadosos, férreamente atrincherados en la religión y en las tradiciones de sus mayores, de su pueblo. Se consideraban a sí mismos hombres puros, separados -tal es la traducción literal de fariseo- del resto del pueblo al que por su labilidad y sus vaivenes consideraban impuros y poco serios. Quizás ese, precisamente, fuera su error primero, el suponerse puros, hechos, completos, hombres de Dios y que por eso mismo Dios les pertenecía más a ellos -estrictos cumplidores de los mandamientos y de la Ley- que a los demás.

Así pues, la irrupción en su rutina religiosa de un hombre como Jesús de Nazareth los desestabiliza y los reviste de miedo. Presienten que la seguridad del mundo que han edificado se tambalea, y por ello tal vez reaccionan con tanta rabia; no hay nada tan violento como un hombre temeroso.

Más aún: además de su piedad estricta, ellos también eran fieles practicantes de las obras de caridad prescriptas en la Ley, es decir, la limosna, la oración y el ayuno.
Pero el conflicto no discurre por la adecuación a una ortodoxia doctrinaria, sino que vá más allá, es una actitud fundamental en sus existencias.
Ellos conciben a la Salvación como un mérito adquirido, ganado mediante virtuosos esfuerzos y no como don y misterio de amor. En su horizonte y en sus corazones no han dejado espacio a la Gracia asombrosa de Dios, y el cielo es el premio procurado mediante la acumulación puntillosa de obras piadosas, la contabilización exacta en el haber de lo que consideran buenas acciones, y es por eso que ayunan, es por eso que dan limosna, es por eso que oran.
En el fondo, su idea de justicia es bien conocida, es el concepto de retribución.

Se trata de una fé comercializada, del trueque de piedad por bondades divinas, de un Dios que hace lo que ellos quieren y no a la inversa, de considerar prójimo al par, al que es parecido en pensar y obrar execrando al resto, fundándose con desolador orgullo en una lectura lineal y literal de las Escrituras, causa de todos los fundamentalismos que inflama egos y no deja lugar a Dios. Sin embargo, olvidan que la injusticia es violenta, pues en los altares del egoísmo se sacrifica al prójimo.

El tiempo santo de Dios y el hombre, inaugurado en la Encarnación, ratificado en la Cruz y la Resurrección y plenificado en Pentecostés es el tiempo de la Gracia, de Dios con nosotros, Dios en nosotros, Dios por nosotros, Dios en el hermano, y la Salvación como acto infinito de amor de ese Dios que no descansa buscándonos. Todos -buenos y malos, santos y pecadores, la humanidad en su conjunto- somos hijas e hijos, y la justicia del Reino se traduce como misericordia, como generosidad, como gratuidad que es parte de esa identidad filial. Actuamos así porque nuestro Padre es también así.

Paz y Bien

Todo encuentra pleno sentido en Cristo









Para el día de hoy (13/06/17):  
 
Evangelio según San Mateo 5, 17-19




Este pasaje que nos ofrece el Evangelio para el día de hoy es muy llamativo, y una lectura superficial puede llevar a un particular estado de confusión, pues las discusiones entre el Maestro de un lado y escribas y fariseos del otro eran cada vez más descarnadas, violentas, que desataban en sus oponentes furia y ganas de acallarlo y suprimirlo, toda vez que cuestionaba la interpretación que ellos hacían de la Ley de Moisés y el modo opresivo que imponían para su cumplimiento.

En ese sentido, parecería que Jesús de Nazareth es un provocador y un infractor constante de normas y preceptos, alguien contrario y opuesto a esa Ley que sus adversarios decían defender y de la que se consideraban intérpretes únicos y ortodoxos.

No obstante todo ello, el Maestro hace una afirmación asombrosa y de consecuencia inmensas: Él no ha venido a abolir a Ley o los profetas, sino a darles pleno cumplimiento.
Ello implica que la Antigua Alianza no ha sido jamás abolida -como bien lo señalaba Juan Pablo II-, que cobra su verdadero sentido en Cristo, y que tanto la Ley como los profetas son expresión en la historia humana de los designios de Dios para la Salvación del hombre.

El sábado es para el hombre enseñaría. Esa Ley y esos despertares que brindaban los profetas fueron dones del Altísimo para que aprendamos a convivir, para edificarnos como comunidad, para levantarnos de la esclavitud como un pueblo nuevo.
Y adquieren su significado definitivo con el Redentor, expresión máxima del amor de Dios.

Ley y profetas, a la luz de la caridad, implican una ruptura con esa nefasta costumbre de fines que justifiquen los medios, es decir, cumplir normas absurdas y opresivas desvirtuadas por caprichos mundanos para que la humanidad pueda erguirse en toda su dignidad de hijas e hijos amados por Dios.

Así, ni una coma ni una tilde han de ser pasadas por alto y debe transmitirse ese amor de generación en generación, en afán generoso e incondicional de servicio y Buenas Noticias.

Paz y Bien

La humildad de la sal, la tenacidad de la luz









San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia

Para el día de hoy (13/06/17) 

Evangelio según San Mateo 5, 13-16




Las parábolas que hoy nos ofrece la Palabra se ubican a inmediata continuación de las Bienaventuranzas, del Sermón del Monte, y es en ese contexto en el que adquieren pleno sentido para sus destinatarios, la comunidad de creyentes, la Iglesia, todos y cada uno de nosotros.

En ese monte hay una nutrida multitud, y el gentío es variopinto: están los Doce, hay otros discípulos y seguidores, muchos curiosos sin compromiso, algunos herodianos, una buena cantidad de escribas y fariseos muy atentos a lo que Jesús de Nazareth haga o diga. Pero el Maestro pone un énfasis muy puntual en sus palabras, y al destacar a los discípulos por entre tanta gente los define, les otorga un carácter único, una identidad intrínsecamente ligada a la misión que les ha confiado y que es vivir llevando la Buena Noticia a todas partes.

A nosotros, mujeres y hombres modernos del siglo XXI, algunas dimensiones posiblemente se nos escapen; la sal y la luz en la Palestina del siglo I eran valiosísimas, a diferencia nuestra que o la conseguimos en prácticos envases y la utilizamos en consecuencia -a menos, es claro, que haya indicación médica en contrario- o bien es el producto usual de operar un interruptor.

Pero para aquella sociedad la sal y la luz eran claves.

La sal, en breves y mínimas pizcas brindaba sazón a los alimentos, es decir que éstos adquirían sabor y así las comidas, por humildes y sencillas que fueran, se disfrutaban. Pero también, al no haber refrigeradores ni conservadores, la sal era utilizada para conservar la carne fresca tal como se conoce en varios de nuestros países, charqui o charque. Entonces, la sal era el medio para evitar que la carne se pudra y corrompa, se mantenga fresca.

Por otra parte, el aceite de las lámparas para iluminar en la noche los hogares era carísimo, y no era algo que la mayoría de las familias compraría y usaría a granel, pues las velas se reservaban para el culto y eran aún más onerosas. Así entonces, la única lámpara familiar, al caer la tarde, se colocaba en lo alto de la habitación para que la luz proyectada alcanzara la mayor superficie posible.

En estos dos símbolos Jesús nos revela un misterio profundo, y es que a pesar de que somos pequeños somos muy importantes, todos nosotros, a los ojos bondadosos de Dios.

En la sintonía eterna del Reino, es misión fraterna el hacer que esta vida tenga sabor, que dé gusto ser vivida con un sentido que rumbee a un horizonte cierto. Y también, proteger la existencia de toda corrupción que nos vaya carcomiendo y degradando los días.
Es por ello corazón mismo de la Iglesia volverse prisma, cristal que no tiene luz propia sino que proyecta a todos los sitios la luz de Dios, la Palabra, que no le pertenece pero que le ha sido confiada, para que no haya más tinieblas ni sombras de muerte.

En estos andares, nos queda saber si somos capaces de aceptar este mandato que es invitación asombrosa, pues pocos méritos -o ninguno- tenemos para prolongar a través de los tiempos el ministerio mismo de Cristo.

Paz y Bien

Felices los que viven para los demás









Para el día de hoy (12/06/17) 

Evangelio según San Mateo 4, 25-5, 12



La expresión nuevo orden es, en el mejor de los casos, controversial. Por lo general, refiere a cuestiones de índole política o ideológica, y en muchos casos es la excusa para implantar regímenes brutales, autoritarios, o sencillamente crueles bajo una pátina revolucionaria. Por desgracia, ejemplos sobran.

Sin embargo, el Reino de Dios inaugurado y predicado por Jesús de Nazareth implica un nuevo orden, pero un nuevo orden de los corazones: es en el corazón humano en donde todo se resuelve.
Porque la bienaventuranza es proyecto y propuesta universal de felicidad, de humanidad plena, de mesa grande de fraternidad comenzando por los que están sumidos en la tristeza, el dolor, la miseria impuesta. Pero debemos estar en guardia contra todo intento de premiaciones postreras, que suelen esconder voluntades de resignación: felices los pobres porque el Reino les pertenece hoy, aquí y ahora. Y el hambre que agobia, y el dolor que persiste no son deseados ni queridos por Dios.

El Padre de Jesús de Nazareth ama sin límites a todas sus hijas e hijos, y ese amor se traduce en trastocar todo lo que deshumaniza, que humilla, que pretende socavar la dignidad única de cada hombre y de cada mujer. Y más aún, es un Dios que se pone abierta y escandalosamente del lado de los pobres, de los que lloran, de los que sufren, de los que nada tienen. Su plenitud y su esperanza está en el mismo Dios.

El Señor ha inaugurado el año infinito de la Gracia, de la Misericordia, tiempo santo de Dios y el hombre.

Pero muchos otros se sentirán satisfechos con lo que tienen, y que no es solamente una cuestión de bienes o posesiones. Nuevamente, se trata de lo que se hunde en las raíces del alma. Almas que se nutren de dinero, de poder, de elogios, de conformismo y resignación. Ahí se afincan las lágrimas porque no hay espacio para la Gracia, porque el prójimo ha sido desterrado.

La invitación a ser felices es un mandato y una vocación tenaz e irrenunciable que ese Dios nos ofrece aquí y ahora.

Paz y Bien

Santísima Trinidad, Dios familia









Santísima Trinidad 
 

Para el día de hoy (11/05/17):  

 
Evangelio según San Juan 3, 16-18




A pesar de los miles y miles de años transcurridos, la humanidad -en las cosas de Dios- sigue siendo un niño balbuceante. Es tal la diferencia abismal entre Creador y creación que no hay salto ontológico posible.
 
Dios es el totalmente otro, y quizás por ello a través de toda la historia, los pueblos se han autoerigido dioses a su medida, a su imagen y semejanza de sus necesidades y a partir de sus culturas.

Dios es un misterio insondable.

Pero algo más de dos mil años atrás, una pequeña certeza que se iba entretejiendo pacientemente a través de los siglos, destelló para siempre desde una ignota aldea judía una luz que no se apagará jamás, luz creadora de horizontes, el puente infinito que se ha tendido entre Dios y la humanidad en Jesús de Nazareth en la Encarnación.

Ese hombre humilde y pobre vino a contarnos que Dios era Padre y hasta Madre también, un Dios que ama a todas sus hijas e hijos con un amor desbordante e incondicional.
Él lo sabía mejor que nadie: su identidad entre Abbá y Él era completa, total e irreductible, de tal modo que ni la muerte pudo hacerlo desensillar de esa fidelidad.

Antes que discursos académicos, toda sus acciones revelaban un rostro asombroso de ese Dios que ya no era tan inaccesible. Dios se hacía uno de nosotros, Dios se hacía hombre, Dios se despojaba de su divinidad absoluta para compartir nuestra escasa temporalidad.
 
Él lo sabía: nuestras palabras jamás alcanzarían.

Pero Dios es Palabra que se hace hombre en Jesús de Nazareth para no permanecer mudos, para encontrar el habla que trasciende.
Un Dios que se expresa, un Dios que ama, un Dios que nos habita.

Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.

Un Dios que es Padre bondadoso, un Dios que es Hijo redentor, un Dios que es Espíritu de vida y verdad.

Dios es misterio inagotable, y así también cada mujer y cada hombre tiene en sí parte de ese misterio, imagen y semejanza, astillas del mismo palo. Por ese misterio nos podemos descubrir en una identidad plena y trascendente, con un destino de identidad concedido por puro amor. Así toda vida, por ello, es sagrada.

Dios se comunica, Dios es comunión, Dios es familia.

Paz y Bien

Dar y darse, raíz del Evangelio








Para el día de hoy (10/06/17):  

Evangelio según San Marcos 12, 38-44



El Templo era enorme, imponente. Además del santuario y del recinto propio del culto, constaba de amplísimos patios rigurosamente compartimentados: Patio de los Sacerdotes, Patio de los Gentiles, Patio de Israel, Patio de las mujeres.

En la llamada sala del Tesoro había ubicadas alcancías o gazofilacios, una suerte de gran trompeta de bronce invertida con la boca hacia arriba en donde se arrojaban las monedas de los tributos, que se destinaban al sostenimiento del culto, a la manutención de los sacerdotes y, una fracción, a la limosna para los más pobres, cierta clase de seguridad social de carácter religioso.

Obviamente, al arrojar monedas por tales artefactos se producía un eco sonoro hasta que las mismas se depositaran en las arcas del tesoro. A mayor cantidad de monedas, mayor el ruido.
Los más ricos, buscando quizás aunar su fama a su riqueza, arrojan grandes sumas: el tintineo de las monedas cayendo produce una melodía que hace que muchos se den la vuelta para mirarles. Son los mismos que se aferran a la pura exterioridad de bonanza y prestigio, más en realidad no hay en su horizonte otra preocupación que ellos mismos. Así, justificarán cualquier medio o cualquier acción para mantener y ampliar status y prebendas.

Pero el Maestro no es como los demás. Él sabe mirar y ver, aún por entre el humo del incienso, aún por entre el ruido, aún por entre la abigarrada multitud que vá y viene.

Sólo Él la vé. Se trata de una mujer mínima, pues es viuda; en aquel tiempo las mujeres sólo eran tenidas en cuenta a la hora de procrear y de criar a los hijos, y sus derechos eran concesiones del varón, primero de su padre, luego de su esposo. Cuando ellos faltan, o inclusive cuando no hay un hijo varón que la proteja, una mujer como la que nos presenta la lectura del día de hoy, se encuentra completamente indefensa y sumida en la pobreza, dependiente de eventuales limosnas de ese sistema de protección mencionado en párrafos anteriores.
A pesar de todo ello, la mujer se encamina a la alcancía y deposita dos leptas, dos moneditas de cobre, el equivalente al almuerzo de un pobre. Detrás de esas monedas vá la posibilidad de alimentarse siquiera un día más.

Sin embargo, para el Maestro ella ha dado más que todos los ricos. Se ha dado a sí misma.

Para cualquier mirada su pobreza y su miseria son evidentes. Para Jesús, ese humilde gesto de generosidad evidencia su infinita riqueza.
Ella es anawin del Señor, pobre de toda pobreza material porque sólo Dios le basta, rica porque es pródiga en darse a sí misma, signo cierto de ese amor que es su Dios.

Felices los pobres de Espíritu, dice el Maestro, porque de ellos es el Reino.

No se trata de una vana reivindicación de la miseria, de un pobrismo ideologizado, sino de afirmarnos en lo que verdaderamente cuenta, abandonarse a la bondadosa providencia de Dios sirviendo a los hermanos.

Paz y Bien

Estirpe del Mesías, estirpe de fé








Para el día de hoy (09/06/17):  

Evangelio según San Marcos 12, 35-37




Tantos siglos de dominación extranjera, tanto tiempo de exilio y diáspora habían marcado mentes y corazones en Israel. De allí, en gran medida, que muchos tiñeran con sus propios y particulares colores la imagen del Mesías que su Dios les había prometido.

Muchos coincidían en que el Mesías sería de estirpe davídica, continuador del linaje real de Israel.
Otros tantos, que el Mesías sería el gran restaurador de la estricta observancia de la Ley y, por eso mismo, la bendición divina volvería a posarse sobre Israel.
Algunos más fervoroso nacionalistas, presumían de que el Mesías sería un caudillo al modo de los Macabeos, que libraría la Tierra Santa de la opresión romana mediante una guerra victoriosa y definitiva.
Muchos -quizás sincretizando varias posturas- afirmaban la dignidad real de ese Mesías.

En la enseñanza que hoy nos presenta el Evangelio, el Maestro critica sin ambages la enseñanza de los escribas. Ellos eran de esa corriemte que afirmaba el linaje del Mesías como descendiente directo del rey David, y esa creencia había sido profusamente enseñada y difundida por ellos. Era la tendencia predominante, a tal punto que podremos observar en los Evangelios que en numerosas ocasiones las gentes suplican el auxilio de Cristo -o lo saludan al ingreso a Jerusalem- llamándolo Hijo de David.
Al Maestro en verdad no le gustaba este apelativo. Él es rey, rey del universo, pero su reino no es de este mundo.

El Dios de Jesús de Nazareth es un Dios que se encarna en la historia, en un tiempo propicio -kairós-, a partir de un viejo pastor de Ur y de unas tribus de esclavos que moldeará como pueblo para que porten como antorcha de esperanza su promesa de Salvación. Más la fé abrahámica supone que a partir de la fé de ese hombre y de ese pueblo, se bendecirían todas las naciones de la tierra.

En verdad hay una estirpe davídica en Cristo, pero también una estirpe mosaica, abrahámica y profética. En el confluyen como ríos caudalosos en el mar de la plenitud la Ley y los Profetas.

La estirpe del Mesías es estirpe de fé, la estirpe que nace del corazón de Dios por puro amor, estirpe de la que todos podemos ser partícipes por el asombroso misterio bondadoso de ser hijas e hijos, hermanos del Redentor, buena noticia para todos los pueblos.

Paz y Bien

Aprojimarse











Para el día de hoy (08/06/17):  

Evangelio según San Marcos 12, 28-34




En los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth, los escribas tenían una relevancia mayor: eran un grupo específico de hombres eruditos, estudiosos de la Torah y de las tradiciones. Sus amplísimos conocimientos le valían el respeto del pueblo -que los llamaba rabbíes, maestros- pues eran doctores de la Ley, y como doctos, enseñaban sistemáticamente a la misma, así como dictaminaban en planos judiciales y teológicos la adecuación de toda la vida judía a la Ley de Moisés. En síntesis, eran los exégetas oficiales de quienes emanaba la interpretación ortodoxa de las Escrituras.
Probablemente, el nombre de escribas se forme varios siglos antes en la historia de Israel, pues en los orígenes eran los copistas autorizados de los libros sagrados, cuyo conocimiento era enciclopédico.

Uno de los temas principales de su reflexión era la cuestión de los preceptos o mandamientos, y es más que razonable que ello sucediese: la Ley enumeraba un total de 613 prescripciones, 248 de carácter positivo y 365 de carácter negativo. Simbólicamente refiere a 248 por todos los huesos del cuerpo y 365 por todos los días del año, es decir, la totalidad de la existencia englobada y regida por la ley, el cuerpo y el alma.
Ahora bien, la razonabilidad de sus inquietudes se hallaba en determinar de entre esos 613 preceptos cuál era el más importante, quizás en la búsqueda de un principio unificante que les confiriera un sentido piramidal y jerárquico.
En las grandes escuelas rabínicas esto no era desconocido: por el contrario, todos sabían la preeminencia de amar a Dios sobre todas las cosas, pero también respetaban la llamada regla de oro, no hacer al otro lo que no desees que te hagan a tí. La fé en su Dios implicaba compromisos con el semejante, el amor al prójimo.
El problema divergía hacia dos vertientes: por un lado, el amor al prójimo como cumplimiento de las exigencias cultuales -limosna, perdón-. Por el otro, el prójimo como el paisano, el otro hijo de Israel, nó el extraño, el extranjero, el gentil.

Curiosamente, el escriba que interpela al Maestro lo hace con una sinceridad demoledora, con una honestidad difícil de encontrar. Pertenece al mismo grupo que busca enconadamente pruebas de blasfemia para esgrimir en un eventual juicio contra Jesús.
A veces, de los lugares y de las personas que menos esperamos, es de donde surge ese ansia de verdad y libertad que son tan auténticamente propios de la Buena Noticia.

El Maestro unifica esos dos criterios -amar a Dios y amar al prójimo- en un sólo mandamiento. El culto verdadero jamás ha de estar desencarnado, nunca podrá desentenderse de la necesidad del hermano. Más aún, el culto primordial es la compasión, es la misericordia que se celebra en el templo santo y vivo que es el hermano.
Desde allí, la cruz no es símbolo de muerte ni instrumento de ejecución. La cruz es símbolo del lenguaje universal de un Dios que se acerca a la humanidad, que sale en su búsqueda incondicional, en su rescate generoso, Dios de amor. La cruz tiene dos maderos inseparables, uno que apunta a los cielos y el otro que se extiende horizontal a los hermanos, porque en el rostro del hermano resplandece el rostro del Creador.

Ese escriba honesto no está lejos del Reino. Aún debe encontrar al Mesías y a su vez, descubrir en cada persona -judío o gentil, amigo o enemigo- al prójimo que debe edificar en su corazón.

Paz y Bien

Dios vivo que vive entre los suyos







Para el día de hoy (07/06/17):  

Evangelio según San Marcos 12, 18-27



En el siglo I, dos grandes tendencias podían encontrarse dentro del judaísmo por entre una gran cantidad de escuelas y corrientes religiosas y filosóficas.

De un lado, estaban los saduceos -tsedduquim, descendientes del Sumo Sacerdote Sadoq- grupo que tenía una significativa influencia en la vida política y religiosa de Israel: ellos constituían la nobleza laica y sacerdotal, a tal punto que de su grupo surgían habitualmente los Sumos Sacerdotes del Templo -por ejemplo, Caifás y Anás-.
Por ende, su enorme poder político y económico se perpetúa mediante la práctica de un conservadurismo extremo que no desestabilice su status quo. Así también, además de ser perceptivos a las influencias de la cultura helenística, eran condescendientes y colaboracionistas con el ocupante imperial romano, pues era el César quien avalaba la corona vasalla de Herodes el Grande y sus sucesores.
Doctrinalmente, sólo aceptaban dogmáticamente al Pentateuco y a ningún otro libro sagrado, y menos aún el estudio y reflexión de las profusas tradiciones orales de su pueblo. De allí que negaran la resurrección, que en la teología judía comienza a entreverse y a aceptarse a partir del libro de Daniel. Asimismo, consideraban que la bonanza que gozaban en sus vidas se debía al premio de su Dios por una vida religiosa intachable.
La conclusión no es antojadiza, y presenta una continuidad con la doctrina que sostienen: lo que cuenta es el aquí y el ahora, las influencias que detentan y el bienestar que usufructúan como bendición. No hay un después, una vida postrera. Les basta con lo que se traen entre manos.

Del otro lado se encontraban los fariseos -pherushim, separados- casi contrapuestos a los saduceos, con quien mantenían virulentos enfrentamientos y un sostenido desprecio mutuo. Ellos, a su manera, eran estrictos intérpretes de la Torah pero, a la vez, tenían en un plano de igualdad con las Escrituras a las tradiciones recogidas a través de los siglos por rabinos, pensadores y teólogos de la Ley, cuyos comentarios se compilaban en la Mishna y el Talmud. Ellos sí creían en la resurrección entendida como una suerte de prolongación de la vida terrena merced a una existencia pródiga en la observancia puntillosa de la Ley y los preceptos.

La situación que nos plantea el Evangelio para el día de hoy viene por una pregunta capciosa por parte de los saduceos, señal de que ese grupo también percibía al rabbí de Nazareth como una amenaza peligrosa para su status. Lo que se razona está más allá de cualquier casuística, es una prescripción del libro del Levítico llevada a términos absurdos con el sólo ánimo de confundir, de trampear, de inducir a error.
Se trata del llamado levirato -o ley de Levirato-, que buscaba asegurar la continuidad del nombre familiar y cierta protección a las viudas: así, si un varón judío casado moría sin dejar descendencia, su mujer se uniría a uno de sus hermanos con el fin de procrear, y al hijo nacido se le impondría el nombre del difunto. De allí que lo planteado, si bien posible, es prácticamente ridículo. Se trata de esa persistente tendencia a acomodar la Palabra a las conveniencias de ocasión, razonando y validando justificaciones.

Pero unos y otros se equivocan. La vida no tendrá por última frontera la muerte, ni la resurrección es una mera prolongación de la existencia terrena. Tampoco es un premio destinado a unos pocos puros.
Lo que enseña el Maestro no es una alternativa a ciertas posturas, sino una mirada nueva, la mirada de la Buena Noticia que es la mirada misma de Dios, esa mirada de la que renegamos con tenacidad.

Enseñar implica coraje y valor para sostenerse en los principios, la fidelidad a lo que se sabe y conoce. Jesús de Nazareth, sin medir potenciales peligros, les dice a esos hombres que no saben nada de Dios ni tienen intenciones de conocerle, ni de descubrirlo en la Palabra y en las obras de amor que realiza Cristo.
El Dios de Jesús de Nazareth no es una entelequia, un concepto, un ídolo manipulable mediante una lineal y estratificada piedad, un verdugo alejado de las cosas cotidianas de la humanidad.

Este Dios es un Dios que nada se reserva para sí, que se brinda por entero, Dios vivo que vive entre los suyos y en los suyos, Dios de vivos que celebran un amor que nada ni nadie puede limitarlo.
Porque por ese amor, nunca moriremos.

Paz y Bien


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