Con el hermano al hombro





Los primeros santos mártires de la Iglesia de Roma

Para el día de hoy (30/06/16):  


Evangelio según San Mateo 9, 1-8



El relato de la sanación del paralítico lo podemos encontrar en los tres Evangelios sinópticos; especialmente en Marcos y Lucas hay una abundancia de detalles -recordemos que se menciona cuando descuelgan al enfermo a través de un boquete que abren en el techo- mientras que en Mateo la descripción es mucho más concisa, casi austera. 
Mateo parece dejar de lado esos detalles de varios colores para que la mirada del oyente/lector se enfoque en el maestro y en Su Palabra.

Cristo ha manifestado su soberanía, su poder -exousía- en la predicación de la Buena Noticia, quizás con mayor relevancia en el Sermón del Monte, y su señorío sobre los elementos y las fuerzas de la naturaleza. Ahora ha llegado el momento de revelar su autoridad sobre aquello que oprime y demuele el corazón del hombre, el pecado, cuyas consecuencias afectan inclusive a la constitución física, corporal.
Así expresará el amor liberador, la misericordia de Dios que redime, restaura y levanta al caído, pues no ha venido en tren de juicio sino en santa misión de rescate de los perdidos. Esa misericordia del Padre se hará explícita perdonando.

El paralítico no es solamente un hombre incapacitado de moverse. Su postración también es simbólica, un cuerpo agobiado por la enfermedad, un corazón doblegado por las miserias y la esperanza en retroceso por cierta mentalidad que induce a la resignación, a aceptar las patologías como insigne castigo de un Dios juez y verdugo severo, a cuenta de los pecados propios o de los padres. Su mundo se reduce a la estrechísima superficie de la camilla inmóvil, como a tantos de los nuestros se le ha acotado el horizonte a un presente sin destino, obscuro y agobiante.
Cuando eso acontece, es menester estar atentos. A veces hay que ponerse al hermano postrado al hombro, y conducirlo humildemente de regreso al ámbito amplio de la mesa grande, de la serena alegría, de estas pequeñísimas existencias que somos y que compartimos en el nombre de Cristo.
Ponerse el hermano al hombro sin aspavientos ni condescendencia, en afanes de esperanzas recuperadas, de tiempos mejores, de sal y de luz, de Cristo vivo, amigo, hermano y Señor. Cuando el hermano se apaga, el pequeño rescoldo de la salvación se mantiene encendido por la caridad aunada de la Iglesia, brasa grata y fraterna que nos despeja los fríos de la muerte.

Es claro que los razonadores de siempre pondrán las objeciones del caso, como si para hacer el bien hubiera que andar pidiendo permisos y autorizaciones. 
Sin embargo, en una revelación de asombrosa confianza, así como el Padre ha dado la autoridad del perdón al Hijo, éste la ha concedido a su Iglesia. El perdón de los pecados, vendar los corazones, sanar la totalidad de la persona humana, salud y salvación, alegría para el pueblo que cree, espera y confía.

Paz y Bien







Cum Petro et sub Petro








Santos Pedro y Pablo, apóstoles

Para el día de hoy (29/06/16):  


Evangelio según San Mateo 16, 13-19





Pedro era galileo, pescador de Cafarnaúm, un hombre sencillo de pasiones encendidas, afablemente amistoso y capaz -en su voluble carácter- de acciones heroicas pero a su vez de la traición, de la negación temerosa, del obcecarse en las viejas ideas.

Pablo era fariseo, benjaminita y poseía una importante formación erudita adquirida a los pies del rabbí Gamaliel. El celo que ponía en la persecución violenta de los primeros cristianos se transformó en el celo apostólico, en los afanes del anuncio de la Buena Noticia que se anuncia a los gentiles.

Ambos bien diferentes, ambos unidos por la misma savia, la fé en el Cristo que los ha llamado a ambos, cada uno a su modo y a su tiempo.

Pedro, Simón Bar Jonás, dejó de esconderse como otro Jonás en diversos vientres de ballenas, del renegar, del temor, de sus prejuicios, y ha salido al fin a la luz del Evangelio, fiel en cada uno de sus días hasta el martirio, confesando a cada instante a Cristo, el Hijo de Dios vivo, respirando caridad y misericordia.

Shaul de Tarso deja de perseguir a Cristo y a sus hermanos para, finalmente, converger, convertirse y seguirle desde la fé y la verdad, apóstol de los gentiles.

Entre esas dos columnas y desde la fé que nos inspira el Espíritu de Aquél que siempre nos llama, se ubica y crece nuestra vida cristiana.
A partir de ellos y con ellos, en la comunión del Cuerpo místico del Señor, confesamos al Cristo Resucitado y encarnamos el amor de Dios en vocación de misión que no se extingue.

Y permanecemos en pié, humildes y tenaces cum Petro et sub Petro, con Pedro y desde Pedro desde el amor, pues todas las primacías se establecen a partir de la caridad, de la comunión y del servicio.

Dios guarde a Pedro y proteja a su Iglesia.

Paz y Bien


Cuando Cristo se duerme






Para el día de hoy (28/06/16):  


Evangelio según San Mateo 8, 23-27 




La Palabra de Dios tiene una actualidad perpetua, tal como el hoy de la Salvación. Dios nos habla hoy, ahora mismo -Dios me habla!- para recuperar el habla, para salir de la mudez del pecado y trascender estos horizontes escasos del mundo, para la vida eterna.
Los datos geográficos e históricos son importantes en tanto conocimiento y señales que ayuden en nuestra reflexión; sin embargo, lo que cuenta y decide es saber encontrar el amor de Dios en esos acontecimientos que llamamos milagros, ese amor insondable e infinito que se mixtura en el tiempo del hombre y lo hace santo.

Así entonces la Palabra ha de ser releída y contemplada desde la fé, pues en caso contrario nos quedaríamos en el plano del fenómeno o de la mera letra.
Por eso mismo la lectura que nos ofrece la liturgia del día nos brinda, desde la fé, otra perspectiva mucho más profunda que la de los elementos que obedecen la autoridad de Cristo.

Una propuesta de reflexión es la contemplación del Cristo que duerme.
Jesús de Nazareth era galileo, y como José, tenía habilidades de artesano, de carpintero; eran varios de sus amigos los expertos pescadores, los que estaban en verdad duchos en los menesteres de esas aguas que a menudo se encrespaban con violencia, pues en su ubicación geográfica -en una especie de olla-  los vientos se embolsaban y se desataban las tormentas.
Por otra parte, es preciso recordar la magnitud del ministerio del Maestro, su ir y venir incansable -siempre a pié-, comer a veces salteado y asumir en el propio ser el dolor y el sufrimiento de los demás. Esto último no es sencillo, y suele pasar factura corporal, por lo que el cansancio -el agotamiento- es más que razonable, y tiene cierto carácter entrañablemente cercano, un Dios que comparte nuestra frágil condición humana.

Como sea, el Maestro está agotado y se duerme en la barca.
Él se duerme porque confía en sus amigos, que son los que saben manejarse en esas tareas complicadas de la navegación. Sabe que aún cuando sobrevengan chubascos peligrosos, ellos podrán seguir adelante sin zozobras.
Sin embargo, esa confianza no es pareja ni recíproca. Él confía en sus amigos mucho más de lo que ellos mismos confían en Él, y que ante las embestidas del tiempo parecen haber olvidado Su presencia incondicional junto a ellos.
Sus gritos y súplicas parecen un salmo desesperado, pero el Señor no abandona a los suyos aún cuando su falta de fé ceda paso al miedo que los paraliza.

La Iglesia y nuestras existencias son así, frágiles como esa barca, y nos dejamos ganar por el temor como esos hombres. Pero en verdad, cuando Cristo se duerme no implica un silencio descorazonador, sino un magnífico destello de la confianza que nos tiene, de la navegación que ha puesto en nuestras manos, todos con el rumbo seguro del Espíritu pese a las tormentas de la vida.

Y si acontecieran los temores, hay que rogar, suplicar con ganas, para volver a escuchar su voz y recuperar la memoria y la certeza de que no estamos solos.

Paz y Bien



Condiciones de seguimiento






Para el día de hoy (26/06/16):  

Evangelio según San Mateo 8, 18-22




Las cosas hay que apreciarlas en su real sentido y valor: el Maestro se conmovía por las multitudes libradas a su suerte -ovejas sin pastor-, pero a su vez descreía de los usuales parámetros de popularidad, lo masivo que se desvanece con facilidad. Por ello, ante la multitud que se congrega y lo rodea por su fama de taumaturgo, decide irse de allí. La otra orilla mencionada por el Evangelista Mateo se corresponde con las áreas paganas de Galilea, y es una señal del anuncio universal de la Buena Noticia, pues Jesús de Nazareth transpondrá las fronteras de Israel.

Los dos personajes que en el transcurso de la lectura se acercarán al Maestro son descritos en cuanto a su condición, obviando sus nombres propios: es menester señalar y tener en cuenta que cada vez que eso sucede, es un recurso pedagógico/catequético del Evangelista para que allí, tras el aparente anonimato se ubiquen nuestros nombres, es decir, ese anonimato refiere a la universalidad y atemporalidad de lo que se está enseñando.

Curiosamente, la primer persona que se acerca es un escriba, perteneciente al grupo que habitualmente critica con ferocidad al Maestro, que busca desacreditarlo mediante trampas dialécticas que lo conduzcan a una efectiva condena religiosa que no es otra que la pena capital. Sin embargo, aquí parece haber otra postura para nada belicosa y floreciente de respeto. Para un hombre como él, reconocer a otro como maestro implica una subordinación de su mente, de su inteligencia a la sabiduría y conocimientos del otro, alguien que es más que uno mismo y que vale la pena seguir. El indicio del lugar -donde quiera que vayas- tal vez señale la costumbre usual de aquel tiempo: los grandes rabbíes tenían un sitio específico en donde impartían conocimientos, un sitio que dado su prestigio tornaba propio y prodigaba, a su vez, prestigio a los alumnos.

Pero estamos en un tiempo nuevo, en donde todo ha cambiado. El seguimiento, el discipulado, no se define solamente por la decisión del discípulo/seguidor, y por el empeño puesto sino en primer lugar por la vocación, la invitación a seguir los pasos de Cristo. Las primacías son siempre de ese Dios que nos ha salido al encuentro y es precisamente el motivo de nuestra alegría y nuestra esperanza, invitación que es amor y es confianza.
En el Evangelio según San Mateo es la primera vez que se utiliza la expresión Hijo del Hombre: ello expresa al hombre total, la humanidad plena por el Espíritu que la re-crea, la asombrosa solidaridad de un Dios que se ha hecho amigo, vecino, pariente, Hijo amado entre nosotros.

Otro hombre, un discípulo, pide al Maestro una dispensa para sepultar a su padre difunto; entre la cultura judía del siglo I, el respeto y cuidado para con los difuntos -especialmente para con el padre- era una tarea piadosa impostergable. De esa manera, era impensado que se quebrantara esa regla no escrita pero vivida con intensidad.
El Maestro no embate contra ello. La aparente dureza de sus palabras tiene que ver con la urgencia del anuncio evangélico, lo que no puede posponerse, lo más importante. En un plano simbólico, el padre quizás exprese las tradiciones que se observan sin reflexión, el perpetuar lo antiguo por antiguo pero no por valioso, y la sepultura indique las doctrinas que se han muerto porque no se sustentaban en el Dios que las inspira y a las que les dá sentido. 
El Evangelio es historia nueva que vamos haciendo con el Maestro, paso a paso, día a día, a cada instante y siempre es gratísima novedad que se dirige al mundo de los que aún viven.

El seguimiento entonces debe reflexionarse y contemplarse a la luz del Cristo que nos llama, nos invita y nos compromete, en la urgencia de lo vital, para que nadie se pierda, para que la vida florezca.

Paz y Bien

El Evangelio, sin mirar atrás






13º Domingo durante el año

Para el día de hoy (25/06/16):  

Evangelio según San Lucas 9, 51-62




La lectura que nos presenta la liturgia de este Domingo tiene por distingo la misión del Señor, su fidelidad, la cruz que se asoma en el horizonte de Jerusalem y que, con todos sus horrores, no lo hace retroceder ni desviarse. Justamente esa perspectiva de cruz es la que no comprenden los discípulos, pues siguen aferrados a los viejos esquemas de glorias mundanas, de un poder que se impone y rechazan al Siervo Sufriente.

En ese peregrinar decidido, podemos observar un mapa de Tierra Santa: allí podremos ver que Samaria se encuentra entre Galilea y Judea, con lo cual los viajeros que van a las fiestas deben, necesariamente, pasar por tierra samaritana. La variante es ir por el este del río Jordán, ruta mucho más larga y complicada por lo riesgosa.
Ahora bien, la enemistad entre judíos y samaritanos era enconada, virulenta y encendida de desprecio mutuo, y se remontaba largo tiempo: cuando en el siglo octavo antes de Cristo los asirios vencen y conquistan a Israel, deportan al exilio a muchos judíos -especialmente a la dirigencia religiosa e intelectual-, mientras que en la provincia samaritana, colonizada al igual que Galilea, surge un nuevo grupo social de orígenes raciales mixtos. Esas gentes observan, a su modo, la Ley de Moisés, y establecen el culto en un templo que sitúan en el monte Gerizim, quizás por la imposibilidad de acceder al Templo de la Jerusalem ocupada. Así, se reivindican como guardianes de la fé y las tradiciones de Israel, mientras que la dura ortodoxia de Judea los tiene por impuros réprobos, identidad disuelta por los matrimonios mixtos expresamente prohibidos, y a menudo el desprecio se traduce en violencia.
Quizás desde esa perspectiva también se comprenda mejor la parábola del Buen Samaritano; sin embargo, hoy nos centra la atención otra perícopa que nos habla del rechazo que recibe el Maestro en un pueblo de Samaria, lo cual se explica por lo expresado en el párrafo anterior, pues Jerusalem expresa todo aquello que los samaritanos odian con fervor.
La respuesta de Santiago y Juan tiene la misma densidad y perspectiva de rencor, y probablemente haga referencia al Segundo Libro de Reyes, en donde el profeta Elías pide una lluvia de fuego para arrasar a los samaritanos: los hermanos sólo esperan la anuncia de Cristo para ejecutar lo que infieren justo, pero hay más, siempre hay más. Ellos consideran el ministerio de Jesús de Nazareth desde una mundana perspectiva triunfal, y desde ese esquema creen que el Maestro tomará posesión de Jerusalem y la corona judía, y así se lo exigirán en su momento; el deseo de aniquilar samaritanos tiene la misma sintonía, pues si ellos son impuros absolutos y, además, rechazan al Señor, deben tener su escarmiento.

No han comprendido el tiempo ganado, el tiempo de la Gracia y que el juicio sólo le corresponde a Dios. La vida de los demás -aún la del peor enemigo- no debe estar sometida a los caprichos y designios humanos. La vida es sagrada, y ése es el proyecto santo de Dios que se clarifica en la encarnación de Cristo.
Por todo ello el Maestro los reprende, y esto sí que es infrecuente. Habitualmente hay en Jesús de Nazareth una reconvención hacia los errores de los suyos, un ánimo de corregir razonando: la reprensión ocurre siempre que un demonio agobia la vida de un enfermo, demonios que hay que acallar. Por eso el enojo del Maestro manifiesta la gravedad del error de sus amigos, que no es sólo un falaz deseo de venganza, sino el no comprender nada de la misión del Señor. A veces haría falta que el Maestro nos reprenda así, cuando perdemos el rumbo, cuando nos tomamos atribuciones que no son nuestras.
Él decide irse a otro pueblo, en donde se los reciba sin tantos conflictos estériles. No se trata de eludir problemas, pero a menudo hay que apartarse un poco mientras las intensidades de las peleas sin destino consumen mentes y corazones; es menester luchar y sacrificarse por lo importante y seguir.


El discipulado no es sencillo ni fácil. La vida cristiana no es cosa de adeptos, ni de pertenencia ritual, sino ante todo seguir los pasos de Cristo, aunarse a su Persona.
Unos quieren seguirlo adonde vaya, como si ello implicara un lugar predefinido, un destino exitoso. No obstante, es ignorar que el Señor es Dios que se anonada, que se hace un esclavo y servidor, que deshecha comodidades y prebendas. El ámbito no es un lugar físico, el ámbito amplísimo del Reino es el amor.

La respuesta al hombre cuyo padre ha fallecido no es un desprecio a las tradiciones ni una dura afirmación que desconozca dolor y sentimientos. Habla más bien de que la misión cristiana refiere ante todo a la vida, pues son los vivos los que necesitan el anuncio del Reino aquí y ahora.

Nosotros, en gran mayoría, somos hijos del cemento, citadinos sin raíces agrarias o rurales en una sociedad demasiado tecnificada, y por ello se nos haga complicado comprender la metáfora del arado. Un campesino que empuña el arado debe tener su vista al frente siempre mientras roture la tierra, pues volver la vista atrás implica que el surco quedará torcido, zigzagueante y, con toda probabilidad, ridículamente inútil. Quizás sea una pérdida de tiempo que implique no comer el próximo invierno, y quizás la imagen más cercana sea el conductor de un automóvil que deja de fijar su mirada en el camino, y mira hacia atrás volteando el cuerpo. El peligro es manifiesto y mortal.

El Evangelio implica no mirar atrás. No se abandona la propia historia, pero se construye una nueva vida con Cristo, la vida que cuenta, la vida que importa. El Evangelio siempre es novedad, buena y nueva noticia que se encarna y se comparte, y sea la única carga -el grato yugo- el suave yugo del Señor, un corazón poblado de hermanos.

Paz y Bien





Fiarse




Para el día de hoy (25/06/16):  



Evangelio según San Mateo 8, 5-17




Con toda probabilidad, el centurión que se acerca al Maestro era romano; en aquél tiempo había un despliegue militar variopinto en Tierra Santa. Los romanos, como fuerza ocupante imperial, que por lo general se estacionaban en Cesarea junto al procurador Pilatos, el que se desplazaba a Jerusalem para las fiestas. Los mercenarios de Herodes, tetrarca de Galilea, hombres de armas que guardaban las fronteras y garantizaban el orden y los cobros de tributos, cuando no era utilizados como fuerzas represivas. Las tropas auxiliares de los romanos. La policía religiosa, dependiente del Sanedrín.
Señalábamos que el centurión era romano, y ello se desprende de la propia descripción del Evangelista: sólo los militares romanos se encuadraban de esa manera, y no así las fuerzas del tetrarca.

Entre todos ellos, los hombres de Herodes y las fuerzas romanas eran por entero extranjeros, y como tales, paganos; para la rígida mentalidad imperante, un pagano es un impuro mayor con el cual no hay que tener contacto. Pero para el pueblo judío, al romano se lo odiaba profundamente, pues la sumisión al Emperador implicaba desertar de la libertad que su Dios les había concedido: era peligrosísimo rebelarse contra las fuerzas romanas, y debido a ello ese odio y ese rencor se mantenía como un virulento caudal subterráneo, presente y silencioso. Además, el procurador era antisemita de un modo manifiesto, y no perdía oportunidad de ofender a las gentes de la provincia que dominaba.

Por esas cuestiones se comprende la postura del centurión romano. Se sabe ajeno a todo el universo judío, y conoce el rechazo visceral que su presencia induce. Pero la enfermedad de un criado suyo -muy cercano a sus afectos, dado que no es un simple empleado o un esclavo- le hace acercarse a ese rabbí galileo del que todos hablan, buscando acaso lo que su mundo de poder y órdenes no le puede procurar.
Hay en ese oficial romano un gran respeto y una actitud deferente para con Jesús, y sabe ubicarse, pues entre el Maestro y él mismo ha descubierto un abismo. 
La humildad es la verdad de la existencia, y ese centurión es plenamente veraz. Se reconoce indigno de que el Señor vaya a su casa, pero Cristo ya ha llegado a su otro hogar, las honduras de su corazón, y es precisamente allí -donde todo se decide y resuelve- donde confía, se fía de la eficacia de la Palabra del Maestro. 
Esa fé y esa humildad procuran, en santa mixtura con el amor de Dios, que acontezcan dos milagros: la sanación del sirviente y un alma agobiada que se restituye en toda su estatura al descubrirse amado por Dios con todo y a pesar de todo.

La fé del centurión preanuncia la fé de los gentiles, la fé que crecerá como el grano de mostaza a partir de la predicación y la escucha atenta de la Palabra, y nosotros hemos de regresar a esos rumbos humildes de confianza. Volver a fiarnos de Cristo todos los días, cada día, cada momento.
Él todo lo puede.

Paz y Bien

Juan es su nombre







Nacimiento de San Juan Bautista


Para el día de hoy (24/06/16):  



Evangelio según San Lucas 1, 57-66.80



La Iglesia hoy celebra el nacimiento de San Juan Bautista, exactamente seis meses antes de la Natividad del Salvador. Dos niños santos deciden la historia humana, uno prepara los caminos para la llegada del otro, del que todos esperan y es un espejo de la existencia: la vida cristiana tiene mucho de bautismo, de nacer de nuevo desde el perdón y el amor de Dios. Siempre es menester preparar el hogar/corazón para Aquél que llega, o mejor aún, para Aquél que quiere llegar a cada uno de nosotros.

Se trata de un nacimiento extraño.

Los padres, más que cercanos a ser padres están para abuelos dada su edad. La mamá, durante todo el embarazo, se oculta a la vista de las gentes; quizás algún prurito moralista, quizás ciertas cuestiones psicológicas propias de su edad le hacen esconderse, a diferencia de una parienta suya -jovencísima, casi una niña- a la que su gesta parece haberle puesto alas a sus pies y unas ganas asombrosas de contar esa gran alegría a los demás.

El papá, formado en los rigores del sacerdocio del Templo, parece dudar de la novedad magnífica que le confía un Mensajero, y desde ese momento se reduce al silencio. A veces hay que callar y esperar el momento propicio, dejar que las cosas maduren para que nos retome la Palabra.

Los vecinos, como solemos verlo en pequeños pueblos y en nuestra gente más sencilla, se alegran sin reservas de la gran bendición que ha llegado a las vidas de Isabel y Zacarías, los padres de ese niño recién nacido. El afecto los vuelve miembros cordiales de la familia, y esgrimen ciertos derechos que creen poseer, entre ellos terciar acerca del nombre con el que se identificará a esa nueva vida.
Pero también quizás responde a mantenerse aferrados a las tradiciones; el problema estriba en que en esos menesteres se resigna la esperanza y la posibilidad de toda novedad.

Y para lo verdaderamente nuevo, lo que viene de Dios, hay que ser del Espíritu.
Isabel y Zacarías lo son, y por ello sin hablar coinciden en lo mismo: Juan es su nombre -Dios es misericordia-, señal del compromiso inquebrantable de Dios con su pueblo.

El nacimiento de este niño que celebramos está revestido de gratitud. Con sus papás volvemos a afirmar que Juan es su nombre, que Dios es misericordia, que siempre estamos allanando los caminos de nuestra existencia para la llegada del Salvador firmes en la vocación, fieles en el amor, tenaces en la palabra empeñada, desertores felices de toda corrupción sin excusas, aún cuando por firmeza y fidelidad la vida se ponga en riesgo.

Juan es su nombre, Dios con nosotros, todo es posible.

Paz y Bien

Seguidores de arena, discípulos rocosos






Para el día de hoy (23/06/16):  


Evangelio según San Mateo 7, 21-29




Si un distingo fundamental tiene la enseñanza de Jesús de Nazareth es que no se asemeja a las doctrinas usuales, a los arcanos que se comunican solamente a los iniciados. El Maestro siempre está llamando, encendiendo corazones apagados, despertando las conciencias adormecidas, impulsando a la acción, adviertiendo acerca de los riesgos.

No hay posibilidad de medias tintas. Se cambia o se perece. Él sabía que sobreabundan seguidores de arena, adeptos de pies vanos que se han quedado en la pura exterioridad, la grandilocuencia de hablar mucho sin decir nada, la declamación pomposa sin conversión, el fingir piedad quedándose en gestos vacíos de amor, erudición sin sabiduría, religiosidad sin Dios.
Seguidores de arena que ante las tormentas que seguramente han de hacerse presentes, se derrumban y caen con el peso inexorable de la verdad, de un Dios que han alejado de sus existencias, de una Palabra que no es Verbo sino voces vacuas.

En cambio, el Maestro llama la atención hacia sus discípulos. Sabe que aunque débiles, volátiles y quebradizos, con buenos cimientos permanecerán firmes, y ante las tormentas no vacilarán jamás. Para ello no se requieren portentos ni espectáculos descollantes, gestos grandilocuentes o magnas hipocresías para consumo de la galería. Nada de eso, y sin dudas la postura es mucho más veraz en tanto que humilde, que permite a Dios ser Él mismo en la existencia.

Quien edifica sobre la roca eterna de Cristo jamás será derribado, y permanecerá humildemente firme, discípulos rocosos en alegre esperanza.

Paz y Bien


Lobos por ovejas






Para el día de hoy (22/06/16):  


Evangelio según San Mateo 7, 15-20 





Hay enseñanzas del Maestro que superan las especulaciones ad intra, es decir, el ámbito de la comunidad cristiana. Más aún, las enseñanzas de Jesús de Nazareth tienen una universalidad tal que quizás los criterios de la comunidad cristiana son sólo otro aspecto y no el primordial. El mensaje de Cristo se dirige a todos los hombres de todos los tiempos.

Es por ello que la lectura de este día nos ofrece criterios de discernimiento, aprender a mirar y ver desde la perspectiva de la Buena Noticia. Es claro que se trata de mucho más que un simple tamiz, o unas gafas a través de las cuales se filtra el acontecer diario: encarnar la mirada de Cristo supone, ante todo, convertirse, escuchar la Palabra y ponerla en práctica, tener a Dios por bien supremo. Desde allí todo se mira y vé de otra manera.

Lobos por ovejas siempre hubo, en cada etapa de la historia, aunque quizás en los últimos tiempos adquirieron cierta pátina peligrosamente falaz y seductora de aquellos que gustan consumir slogans y que ceden a otros su mandato de ser sal de la tierra y luz del mundo.
En nombre de la pura praxis se suele dejar la humanidad a un lado. En reverencia a falsos dioses -mercado, poder, ideología- se justifica pobreza y se razona miseria. Enarbolando pretensas banderas morales, se resigna toda perspectiva de compasión, ética sin bondad ni corazón, agresivo escepticismo con pátina de progreso. 
Aunque la vara siempre debería ser la misma: la actitud de servicio, el respeto a los pobres, la integración de los abandonados a su suerte en todas las banquinas de la existencia, impuestas a puro dolor.

En la comunidad cristiana no hay demasiada diferencia, sólo una variable de perfumes. Los pastores auténticos tienen olor a oveja por involucrarse con su grey hasta los huesos, por dar la vida cotidiana y humildemente por ellos, por ocuparse y preocuparse por lo importante, la salvación de las almas antes que el poder y las instituciones.

Volver a lo sencillo, a la mirada transparente del Evangelio es el llamado de este día.

Paz y Bien


La puerta estrecha de los discípulos






Para el día de hoy (21/06/16):  


Evangelio según San Mateo 7, 6. 12-14 






A veces, cuando el Maestro se expresa con dureza se nos puede desdibujar cierta imagen light de un Cristo convenientemente inocuo, rodeado de aureolas que emocionan pero no conmueven, un Mesías de las imágenes piadosas cuya presencia no se traduce en una vida cotidiana transformada. Cuando eso suceda, más allá de la lógica inestabilidad producto del abandono de las falsas certezas, es momento de gratitud pues es oportunidad que Cristo sea plenamente en nuestras vidas, y nó tanto las caricaturas que solemos formarnos de Él.

El primer párrafo de la lectura del día no es proclive a una interpretación sumaria ni sencilla. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth los perros y los cerdos representaban, simbólicamente, lo más impuro, lo opuesto a Dios. De ese modo y  a pesar de la dureza de la expresión, el llamado del Maestro es una llamada de atención para sus discípulos y seguidores; lejos de cualquier abstracción o idealización desencarnada, hay ciertas cuestiones de vivencias profundas, de misterios de fé que sólo pueden ser vividos y comprendidos dentro de la comunidad cristiana. Más sencillo, lo sagrado no puede ponerse en debate frente a aquellos en los cuales su hostilidad es manifiesta, su mala voluntad se trasunta sin ambages. Ése precisamente es el cuidado que hay que tener, y refiere también al profundo respeto interior por lo que es de Dios comenzando por la vida misma.

Los discípulos, aún cuidando ese ámbito sagrado, no deben perder de vista lo interpersonal. Se con-vive a pesar del mandato de estar en el mundo sin ser de él, y la reciprocidad -la llamada Regla de oro- es distintiva. Esta Regla de oro es común a muchas culturas y pueblos, toda vez que es más que razonable no hacer a los demás lo que no se quiere que le hagan a uno, pero desde la perspectiva de Cristo no se acota a la dialéctica prohibido/permitido sino que vá más allá: la vida cristiana, en tanto fundada en el amor, implica un ir hacia, un salir de sí mismo al encuentro del prójimo a quien se reconoce como hermano, aún cuando ese hermano pueda enarbolar banderas de odio y enemistad.

En estos tiempos de relativismo explícito, de escepticismo militante, de laxitud ética -la declamación rabiosa de buenas intenciones y revanchas sin bondad- se nos hace más ostensible el aserto de volvernos cordialmente rigurosos a los principios de la Buena Noticia. No debería haber espacio para medias tintas, porque está en juego la vida eterna, la Salvación de todos y cada uno de nosotros, puerta estrecha de los discípulos que aunque camellos inverosímiles se animan a pasar por todos los ojos de agujas del mundo porque siguen los pasos de Cristo en su compañía fiel.

Paz y Bien


Juicio y fraternidad





Para el día de hoy (20/06/16):  


Evangelio según San Mateo 7, 1-5




La enseñanza que hoy nos trae la lectura del día habla de convivencia, de reciprocidad y fraternidad desde la mirada de Cristo, pero el corazón del Señor es amplísimo, infinito, y sus palabras no se acotan a los pares, a ese prójimo que identificamos desde la pertenencia o semejanza religiosa. Su mensaje siempre es universal pues se dirige al corazón de todos los hombres de todos los tiempos.

El prójimo no se acota solamente a cierta objetividad que implica que está allí, aquél que podemos mirar desde cierta distancia. El prójimo se edifica aprojimándonos/aproximándonos. Por eso la vida cristiana no es un compendio de las cosas permitidas y de las prohibiciones, sino más bien la vivencia plena del amor en todos los aspectos de la existencia. 

Uno de esos aspectos es la mirada que tenemos para con los demás. Es usual que se anuden los prejuicios como eslabones de una pesadísima cadena que nos aleja de los demás, y desde ella se aisla a muchos y se oprime a otros tantos. La brizna en el ojo del hermano es aferrarse a nimiedades y potenciarlas a la totalidad de la vida, es decir, a partir de minucias rotular al prójimo con mil y una etiquetas, pero escasamente como un hermano.

Es claro que no se trata de abandonar criterios propios ni resignar el espíritu crítico, impulsor cabal en la búsqueda de la verdad. Se trata de no usurpar lo que es propio de Dios, de no tomarnos atribuciones que no tenemos, ni tampoco la torpe condescendencia que esconde la soberbia de creernos mejores que otros.

El juicio, en tanto que tribunal cordial de nuestro interior en donde somos juez, jurado y verdugo, atenta contra la Buena Noticia y quebranta la fraternidad, pues enciende ciertos detectores de enemigos e infractores, y reniega de la justicia de Dios, la misericordia.

Paz y Bien

La gran pregunta, la impostergable respuesta







12º Domingo durante el año


Para el día de hoy (19/06/16):  


Evangelio según San Lucas 9, 18-24




El Evangelista Lucas comienza esta perícopa señalando que el Maestro se encontraba orando a solas, y que los discípulos estaban con Él, y es precisamente ese clima -como lo hará Lucas en varias ocasiones- el que señala la solemnidad y trascendencia del momento. Cuando se nos presente la imagen del Cristo orante, atención!, que están por suceder cosas importantísimas.

No es poco: Jesús de Nazareth les revela a los suyos -a los Doce, a los discípulos de todo tiempo- su total fidelidad al Padre, su identidad mesiánica, su voluntad de permanecer firme en su vocación a pesar de todos los horrores inminentes. 
Por otra parte resulta comprensible. En aquellos tiempos, diversas ideas imperaban, ideas fogoneadas al calor de las ansias de un pueblo sometido, de una nación humillada por el invasor imperial, por lo cual el Mesías esperado respondía a esas necesidades tangibles, un Mesías que restaurara la dinastía davídica, y que revestido de un poder asombroso aplastara a sus enemigos en aureolas de gloria, muy mundana.

No es difícil imaginar las miradas que se entrecruzan entre esos hombres que lo acompañan. Muchos de ellos -sino todos- concordaban con la creencia ideológica y religiosa de un Mesías muy distinto del Cristo que ahora se les presenta en toda su verdad.
El primer tramo de la pregunta tiene la apariencia de una encuesta, y es sorteado por los discípulos con cierta facilidad; nada más sencillo que hablar de los otros, de lo que dicen los demás, en una postura aséptica que no trae riesgos. El problema comienza cuando han de dar respuestas acerca de sí mismos. Un silencio incómodo ha debido sobrevolar esa reunión a campo abierto, cerca de Cesarea de Filipo.
Sólo Pedro rompe el hielo que esconde el estupor y, tal vez, cierta vergüenza. Su respuesta es contundente y estremece, aún cuando el mismo Pedro en otros momentos cuestionará la mansedumbre del Maestro, y con ello su propio carácter mesiánico.

Pedro lo reconoce como Mesías/Cristo de Dios porque es el Espíritu el que lo alienta, el que lo ilumina, el que pone las palabras en su boca. La fé no es un acontecimiento producto del esfuerzo racional, sino don y misterio. 
Pedro también responde por ser la roca sobre la cual se edificará la asamblea de los fieles, pues desde la firmeza de la fé que profesa se confirmarán sus hermanos, primado en la caridad.

Aún así, esa pregunta ha de calar hondo en nosotros. Aquello de ¿quién dicen ustedes que soy? es la gran pregunta que trae aparejada una respuesta tan impostergable como intransferible. Afecta la misma raíz de la existencia, pues la fé cristiana no implica la adhesión y el estudio de doctrina -que es importante-, sino de manera primordial, ante todo, la confianza y la cercanía con una persona, Jesús de Nazareth el Cristo de Dios, nuestro hermano y Señor.

Sólo desde allí se descubre el sentido último y definitivo de la vida, sólo desde Él es posible la luz en todas nuestras tinieblas y oscuridades, sólo en Él es posible la libertad y la vida plena.

Consecuentemente con la respuesta a esa pregunta fundante, la vida cambia. Toma otro rumbo, hacia Dios y hacia el hermano, en humildad y mansedumbre, en solidaridad y compasión, hasta asumirse como un marginal, lo que es sindicado por el mundo como abyecto y que se acepta con tranquila esperanza porque es el bien para el prójimo, porque es la imitación del Señor, porque la vida se la gana cuando se la ofrece en Su Nombre sin condiciones.

Esa pregunta debe resonarnos nuevamente, y traernos su eco redentor en todos los días de nuestras vidas.

Paz y Bien


Esclavos de un tirano, o hijos de un Padre






Para el día de hoy (18/06/16):  



Evangelio según San Mateo 6, 24-34 




Es menester realizar una aclaración previa: en numerosos pasajes de los Evangelios podremos encontrarnos con cierto léxico que puede resultarnos confuso y duro a veces. La lectura -toda lectura- nunca debe ser literal, y ha de ubicarse en el contexto adecuado, permitiendo que aflore toda la simbología también; juzgar algunas expresiones con criterios del siglo XXI, no sólo es un anacronismo sino una falta a la verdad.
Así, cuando Jesús de Nazareth habla de los paganos no expresa un concepto de carácter peyorativo, sino a aquellas personas que no conocen a Dios, que no han experimentado su presencia en su vida, la transformación de su existencia, el sabor único de la trascendencia, a diferencia o en contrario a los hijos de Israel que -a veces a los tumbos, a veces de manera legalista- cuyas vidas adquieren sentido por la fé que profesan, por el Dios que ha intervenido en su historia y que ahora lo hace en plenitud en Jesucristo.

El texto que nos brinda la liturgia del día habla ante todo de la urgencia del Reino, ese Reino que suplicamos sea y acontezca aquí y ahora, totalmente, sin medias tintas, componendas ni edulcorante.
El Maestro lo sabía bien, aún cuando fué pobre toda su vida: el dinero es un ídolo falaz, un tirano cruel que sólo sabe generar esclavos, un monstruo que se alimenta de los corazones de sus devotos y que se mastica sin piedad las vidas de los indefensos, en una bruta liturgia que a menudo se enaltece, el mercado. No se trata, claro está, de una postura ideológica maquillada como piadosa, sino de una cuestión taxativa que nos compele a estar de un lado o del otro. No se puede servir a dos señores. Cuando el dinero pierde su carácter meramente instrumental comienzan los problemas, las injusticias, la vida se viene a menos, y gana espacios lo que perece. Y la vida, para ser plena, ha de orientarse a Dios, en vínculo eternamente filial, la libertad de los hijos que nada ni nadie ha de quitarnos.

Se trata de no subordinarse de modo mórbido a eso que llamamos mundo, y que hace descender apresuradamente hacia la disolución la condición humana.

Sin embargo, otra cuestión se plantea también, y es el orden de las preocupaciones. No está mal des-vivirse ofreciendo cada uno de estos escasos días que tenemos en pos del bien de los demás. La vida se enaltece con todos aquellos que desde la honradez, sin descender a los pantanos de la corrupción, ganan el sustento para los suyos y edifican en silencio y humildad sus existencias, obreros de la integridad y la paciencia.
Pero hay que andarse con cuidado para no resbalarse hacia los fangales inciertos de la pura preocupación sin destino ni sentido, teniendo la mirada puesta en los hermanos pero el corazón en el cielo, santa tirantez que nos eleva.

La Divina Providencia que viste de fiesta la naturaleza a puro amor, y es una realidad cotidiana, nó una bella metáfora. Es imprescindible acunar nuestras angustias en los brazos bondadosos de Dios, Padre bueno que nunca nos dejará librados a nuestra suerte. En Dios está nuestra suerte, nuestro destino, nuestra paz, nuestra justicia.

Paz y Bien



Alcancías







Para el día de hoy (17/06/16):  

Evangelio según San Mateo 6, 19-23





La lectura de hoy y la enseñanza del Maestro está directamente relacionada a la primer Bienaventuranza, la explica y hace profundizar a los discípulos acerca de ella. Tiene que ver con lo que anida en el corazón de cada creyente, lo que en verdad le es valioso, lo que define su vida, Dios o el mundo -dinero, cosas, poder-, pero también con la manera de ver al mundo y al prójimo, con la mirada bondadosa de Cristo o con la mirada mezquina del egoísmo, tamiz cruel que trata de amoldarlo todo a los caprichosos esquemas que se enarbolan.

Pero no es difícil trasladar el mensaje de Jesús de Nazareth de las personas a las naciones, sin perder de vista, claro está, que todo se define en los corazones.
Lo usual y razonable es mensurar y valorar a las naciones en base a sus estados financieros, su poder militar, el volumen de su comercio y producción. Sin embargo, a partir de los nefastos razonadores de miserias de diversos colores y pertenencias, el mundo parece generar cada vez más pobres, sobreabunda en marginalidad y vomita cada vez más violencia, a menudo producto de una injusticia que se enquista como natural y lógica, aún cuando nada -absolutamente nada- justifique el camino de la violencia, potro bravo del que es muy difícil desmontar y que nada tiene que ver con el Evangelio.

Corramos el grato riesgo de ser rotulados como ingenuos. Bendito sea Dios si eso es por la fidelidad a la Buena Noticia.
Desde lo que el Maestro nos descubre, podemos imaginar, soñar y construir otro mundo en donde la riqueza de las naciones no pase tanto por el poder que se imponga ni por la cantidad de ceros de sus finanzas -instrumentos válidos, pero sólo instrumentos- sino más bien en cómo protege a los indefensos, cómo promueve a los pobres, como rescata a los olvidados y desvalidos, el empleo que genera, la justicia que se observa porque es lo que se debe aunque no estén las luces de las cámaras encendidas.

Y también en la mirada que cada nación tenga para los que están caídos a la vera de la existencia, las periferias de la vida, alcancías en donde se acumulen santas moneditas de compasión, de solidaridad, de justicia, de fraternidad.

Paz y Bien



Padre Nuestro, compendio de vida






Para el día de hoy (16/06/16):  

Evangelio según San Mateo 6, 7-15





Los discípulos de Jesús de Nazareth eran, en su gran mayoría, hombres sencillos y rústicos cuya única formación religiosa provenía de lo que aprendido en sus hogares y de las lecciones sabáticas en la sinagoga. No eran hombres demasiado versados, pero no estaban exentos de portar ciertos esquemas y moldes ideológicos propios de su tiempo; por ello le piden al Maestro que les enseñe a orar.
Es que cada grupo religioso tenía su oración característica, a menudo revestida de secretismo al cual accedían solamente los iniciados. Así los discípulos del Bautista, los esenios, los mismos fariseos y tantos otros grupos tenían su plegaria que los identificaba, y con ese criterio se dirigen al Señor; demasiado tiempo habían andado junto a Él los caminos y suponían que debían identificarse de una manera especial, diferenciarse del resto.

A veces hay que saber qué se pide. 
Ellos buscaban una fórmula propia y acotada a su grupo, y el Maestro les brinda todo un resumen del Evangelio que los compromete.

La perspectiva es novedosa y única: la oración ya no será una fórmula puntual que se esgrime con el objeto de procurar los favores divinos, sino el hombre que se pone bajo la luz de Dios para reconocerse tal cual es y descubrir a ese Dios que es Abbá. No un Dios lejano e inaccesible, sino tan cercano como un Papá que nos ama incondicionalmente, diálogo filial que comienza por el llamado del Espíritu que nos hace reconocerle. 
La oración pone las cosas en su sitio, los hijos se descubren tales y por ello mismo hermanos, y se crece en brazos de ese Padre bondadoso. 
Como un extraño tesoro que se acrecienta en tanto se brinda a los demás con generosidad, suplicamos a ese Padre que el Reino sea, que se conjuguen el cielo y la tierra, que la eternidad se expanda por estos andurriales, que el Verbo se haga carne en nuestros días.

Que se haga su voluntad, que es la vida.
Que no falte el pan en la mesa del hermano, y que tampoco falte el pan de la Palabra y del cuerpo de Cristo.
Que florezca el perdón.
Porque la causa de Dios es también la causa de los hermanos.

Tertuliano lo enseñaba bien: el Padre Nuestro es un compendio del Evangelio. Es una escuela de oración y de vida porque no se puede orar así si la vida no es reflejo de lo que se expresa; no se puede desear sinceramente la llegada del Reino y vivir al margen de él.

Paz y Bien 

La voluntad de Dios




La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. 
La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, 
la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, 
la moderación en las costumbres; 
el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros, 
el conservar la paz con nuestros hermanos; 
el amar al Señor de todo corazón, 
amarlo en cuanto Padre, 
temerlo en cuanto Dios; 
el no anteponer nada a Cristo, ya que él nada antepuso a nosotros; 
el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, 
el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; 
y, cuando está en juego su nombre y su honor, 
el mostrar en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, 
en los tormentos la confianza con que luchamos 
y en la muerte la paciencia que nos obtiene la corona. 
Esto es querer ser coherederos de Cristo, 
esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre.

San Cipriano, obispo y mártir
Tratado sobre la Oración del Señor

Lo que no se anuncia







Para el día de hoy (15/06/16):  

Evangelio según San Mateo 6, 1-6. 16-18





En los últimos años, merced a una desmesurada aplicación de recursos en los diversos canales de medios, hemos sido inmersos en el fango profundo y persistente de la pura exterioridad, la apariencia superficial en desmedro del ser y del hacer con sentido. Ello afecta las grandes decisiones políticas, las acciones de los gobiernos y naciones pero también nuestra cotidianeidad: en cierto modo, por el mismo carácter mediático, lo que debería ser medio, instrumento, ha devenido como fin en sí mismo. Lo que no se vé parece no existir.
Más aún, nuestro obrar a menudo está regido por lo que mostramos, por el qué dirán, en un enfermo afán de buscar la aprobación y el reconocimiento de los otros en cada acción.

A veces es necesario bordear cierta ingenuidad y volver a preguntarse cómo actuaríamos sin que nadie nos observe. Regresar a la autenticidad de los gestos, a hacer las cosas porque es lo que corresponde hacer sin buscar el aplauso, sólo esa humilde satisfacción de cumplir, de batallar con hidalguía contra el ego. La bondad como actitud corriente y normal por pertenencia familiar, actuando como el Padre.

Los fariseos eran hombres extremadamente piadosos; en todo lo que hacían y declamaban creían honrar a su Dios. El problema estribaba en que se quedaban en la superficie, sin ahondar, sin buscar sentido más allá de sí mismos. El mismo celo religioso que exhibían lo ejercían en procurar prestigio y reconocimiento horizontal, y de esa manera cercenaban su encuentro con Dios y con el hermano. La hipocresía -literalmente, el uso de máscaras- es una elusión de la verdad que sólo conduce al propio ego, amo y señor de todo.

El Maestro nos llama a abandonar esas cuestiones, y a regresar a Dios y al prójimo, y por eso la lectura que hoy nos ofrece la liturgia del día es la que identifica al Miércoles de Cenizas, comienzo de la Cuaresma. Practicar la limosna sin figuraciones, ejercer la justicia desde la fraternidad y la vida compartidas en donde no hay lugar para la condescendencia que ofende, sólo el servicio que enaltece, que cede el paso al otro, la mesa que se agranda por el ayuno, un ayuno que nos ayuda a dominar las pasiones, que se hace ofrenda desde lo quebradizos que somos, la oración que nos pone en la sintonía eterna del Padre.

Ser y hacer lo que no se anuncia porque se ha experimentado el amor de Dios, su paso salvador por la existencia, y ello no se esconde ni se guarda, es el tesoro que se comparte con serena alegría para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

La última frontera





Para el día de hoy (14/06/16):  

Evangelio según San Mateo 5, 43-48




El Evangelio, la Buena Noticia de Jesucristo es un constante ir más allá de los límites presuntos que se han establecido absolutos, inconmovibles, definitivos. Hay más, siempre hay más, fronteras que se desvanecen al paso salvador de Dios por la historia de la humanidad y especialmente por estas pequeñísimas historias que son nuestras existencias.
La Pascua verdadera celebra ese paso redentor de Cristo por nuestros corazones, en nuestra cotidianeidad.

Pero seguimos empeñados en restablecer muros y alambrados, pertinaces en seguir siendo islotes aislados: lo macro es habitualmente objeto de estudio de las ciencias, aunque bien puede hallarse su razón -y su co-razón- anidada en las honduras de las almas.

El Señor traspuso la última frontera, infranqueable bajo nuesta lógica, las puertas de la muerte, y en el sacrificio inmenso de la cruz, asumida a puro amor y en plena libertad, acontece otra cuestión que no puede obviarse, y que es parte de ese mismo éxodo pascual, a tal punto que es el distingo principal de la fé cristiana: el amor a los enemigos.

En el Antiguo testamento -las Escrituras en tiempos de Jesús- no está puntualmente referido el odio a los enemigos, al contrario del amor al prójimo, por lo cual es dable suponer que la expresión del Maestro se deba mayormente a una costumbre propia de su tiempo. Ello es muy probable, toda vez que la rígida casuística imperante delimitada el concepto de prójimo al par, al connacional, al otro creyente de la misma fé, relegando al carácter de gentil a todos los demás. Desde esa perspectiva restricta y exclusivista es posible inferir que el odio o la inquina al distinto, al ajeno y, peor aún, al enemigo de Israel -que en la zona eran muchos y peligrosos- se aceptaba naturalmente como consecuencia lógica.

Precisamente ésa es la frontera que atraviesa el Maestro, la del yo para ir al encuentro del tú, del otro y quizás conjugar el nosotros aún cuando todo diga que nó, aún cuando los imposibles tengan una voz única y atronadora.
Amar al enemigo no es fácil, claro está, pero el amor no es justamente una reducción a un sentimentalismo edulcorado, sino imitar con todas las fuerzas el corazón sagrado de Dios, viviendo la providencia que a todos nos amanece y nos llueve, justos y pecadores, buenos y malos, todos hijos del mismo padre.
Más complicado es tender una mano fraterna al que procura nuestro mal, nuestra miseria, nuestra muerte.

Se trata de la ilógica del Reino, se trata de crecer en humanidad y en santidad, y su comienzo sucede en la oración. Porque aunque todo diga que nó, todo puede ser, todos podemos ser camellos imposibles en feliz galope, atravesando todos los ojos de todas las agujas, pues todo es posible para Dios y por ello mismo para todas sus hijas e hijos.



Paz y Bien

Señor, hazme conocer el camino






SEÑOR , HAZME CONOCER EL CAMINO

Hazme Señor, que conozca mi camino.
Ayúdame a entender las etapas de tu designio,
los momentos de luz y los momentos de sombra,
de prueba, al menos hasta el límite de lo tolerable.

Dame a conocer en qué punto estoy en el camino
y donde me encuentro.
Te lo pido por Cristo nuestro Señor.

Señor, Tú que nos escrutas y nos conoces
sabes lo incapaces que somos
de comprender tu misterio y el nuestro.
Conocemos nuestra incapacidad
para hablar de estas cosas con verdad.
Te rogamos Padre en nombre de Jesús:
mándanos tu Espíritu
que escruta la profundidad del hombre
y sabe lo que hay dentro de nosotros,
a fin de que nos haga capaces de conocernos
como somos conocidos de Ti
en la profundidad de nuestro mal,
con amor y con misericordia.

Haz que veamos con ojos verdaderos
lo que hay en nosotros de peso,
opacidad y oposición a Ti.

Haz que sepamos mirarlo
a la luz misericordiosa
que viene de la muerte
y resurrección de tu Hijo,
Jesucristo nuestro Señor,
que con el Espíritu vive y reina contigo
por todos los siglos.
Amén.

Carlo María Cardenal Martini S.J. +

Ética y Talión






San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia

Para el día de hoy (13/06/16):  

Evangelio según San Mateo 5, 38-42




Los sucesos históricos es menester interpretarlos dentro de su contexto y a la luz de las pautas que los originaron; los juicios morales, aún razonables, suelen ser anacrónicos, poco veraces y no siempre fieles a la verdad.

La llamada Ley de Talión etimológicamente proviene de lex talis, es decir, ley de tal como: implicó un avance notorio en la regulación de los conflictos, despejando cualquier criterio de venganza personal indiscriminada y violenta sin límites. Significaba un principio de reciprocidad en el derecho penal, de modo que el castigo correspondiera proporcionalmente a la falta o perjuicio cometido, y de allí el ojo por ojo, diente por diente, quemadura por quemadura, y a su vez un incipiente criterio de estado, el establecimiento de una ley por sobre una subjetividad que se arrasa por la ira.
No estamos demasiado lejos, ni hay que espantarse por una terminología propia de la época; al fin y al cabo, nuestro mundo establece pautas legales similares y a menudo las olvida en pos de los usuales juegos de poder de las naciones. Atacas a tiros nuestra ciudad, arraso las tuyas con bombardeos incesantes, el uso de la violencia como herramienta política, el armarse con armas de destrucción masiva para amedrentar el armamentismo del vecino o del enemigo. Es claro que éstos son epítomes, pero bien puede comprobarse en la vida cotidiana, cuando gana espacios la venganza por sobre la justicia.

En fin, Talión supuso el establecimiento de conductas sociales y comunitarias, la organización de las naciones desde parámetros legales que abarquen a todos. Por eso, aún cuando la manera de expresarla nos resulte dura, Talión significó justicia.

El Maestro no hace solamente una propuesta alternativa. Su enseñanza debe contemplarse desde su mirada, que es la mirada de Dios. Aún cuando todo indique la división entre propios y ajenos, aunque la idea de justicia que impere sea la que establezca devoluciones, el llamado es a ir más allá del egoísmo, a reconocer a un hermano en el otro aún cuando éste procure por todos los medios nuestro mal.

No se trata de renegar de la justicia ni resignarse a la desmemoria, todo lo contrario, sino de tener una perspectiva trascendente y actuar en consecuencia, como hijas e hijos de Dios, sal de la tierra y luz del mundo.

Paz y Bien 

Una historia nueva




11° Domingo durante el año

Para el día de hoy (12/06/16):  

Evangelio según San Lucas 7, 36- 8, 3




La escena que nos ofrece la liturgia del día posee, además de la enseñanza evangélica, una fabulosa construcción literaria de San Lucas de modo tal que es casi imposible no involucrarse, no estar allí, no ser parte.

Lo que sucede es extraño.
La comida era un momento solemne para los criterios religiosos de la época, y se debían respetar estrictamente las abluciones rituales, las bendiciones, los gestos. Así también no se convida a cualquiera a la propia mesa, y de allí la extrañeza: hablamos de un miembro de la corriente o secta farisea, enemistada con el Maestro con furias incontenibles, y que además de censurar y reprobar lo que Él hacía y enseñaba, solían despreciarlo por su carácter de hombre humilde de la provincia galilea, algo como un campesino sin brillo ni importancia.

Aún así, Simón -el fariseo en cuestión- invita a Jesús de Nazareth a su mesa. Era usual en ese tiempo invitar a reputados maestros de la Ley con la intención de incrementar el prestigio propio y de la casa, aunque este argumento sea el más débil, más laxo respecto de la verdad: es muy difícil que se invitara al Señor como un rabbí de nota aunque formalmente se lo trate como tal. Lo más probable es que Simón, entre los fa.riseos, fuera un hombre moderado y que lo mueva un genuino interés por conocer a ese galileo a menudo revoltoso del que todos hablan, y del que muchos de sus pares echan pestes. Por eso también se entiende que invite a otros fariseos más para observar al rabbí caminante 
Tal vez Simón no lo haya advertido, pero esa actitud es un paso fundamental hacia la fé, interesarse en la persona de Jesús de Nazareth, invitarlo a la casa/corazón y compartir ese descubrimiento con otros.

Pero las viejas mañas son persistentes. Los prejuicios prevalecen por sobre cualquier atisbo de asombro, y podemos notar la pretensión de juzgar si el Maestro se adecua a sus moldes, sus preconceptos, y así una oportunidad maravillosa se desperdicia, queda baldada. No hay cosas mucho peores que la omisión, que guardar ciertas formas civilizadas superficiales para que nada cambie, para que todo siga igual de tenebroso.
En esa sintonía plana, ciertas normas de urbanidad y hospitalidad se pasan por alto, quizás de modo deliberado: no se besan sus mejillas a modo de bienvenida, no se ungen sus cabellos como homenaje, claro indicio de que se ha decidido que Cristo no es bienvenido ni, mucho menos, que se le tiene en alta estima.

La irrupción de una mujer en la estancia de banquetes es, cuanto menos, tormentosa. El exacto ritual de la mesa judía se vulnera de manera imprevista; es una mujer sin nombre, y como tal carece de derechos por sobre los varones, pero en este caso el acento es más grave. La definición de pecadora refiere a que públicamente se conocen sus pecados y probablemente por la moralina farisea se traten de pecados de índole sexual. 
Ella es una impura incuestionable, toda vez que se sabe y conoce con precisión su condición, y según las normas imperantes, la impureza se contagia por simple contacto. Al impuro es menester tenerlo lejos.

Pero esta mujer, anegada en lágrimas y revestida de arrepentimiento no se detiene por ciertas correcciones que, si bien usuales, ningún bien prodigan. En ese talante se arroja a los pies de Cristo, lava con sus lágrimas los pies del Señor y unge sus cabellos con perfume. Ella, y no esos hombres, ha recibido a Dios con una hospitalidad inmensa en sus corazón. Ella, consciente de su pecado, suplica la misericordia del Señor, y ésta no se demora.

El perdón de Dios que Cristo brinda recrea una historia demolida de miseria. Mejor aún, toda historia puede renovarse desde el perdón, desde la misericordia. El Dios de Jesús de Nazareth, frente a la conversión, tiene una gratísima desmemoria.
El perdón de Dios nos anuncia nuevos amaneceres, una vida re-creada que se pone nuevamente en nuestras manos, para ponernos en marcha, para ir adelante hacia la felicidad, al futuro que se avizora luminoso de su mano.

Paz y Bien


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