De tempestades, riesgos y miedos


Para el día de hoy (30/01/10)
Evangelio según San Marcos 4, 35-41

(La Palabra para el día de hoy nos narra un camino de revelación para los discípulos, esto es, no sólo para los Doce sino para nosotros mismos.

Había sido un día duro, de grandes afanes: Jesús se había pasado todo el día enseñando mediante parábolas a la multitud parado en la barca.

Al atardecer, le pide a sus discípulos -Crucemos a la otra orilla-. Ellos obedecen, y lo llevan así como está.

-Quizás a veces también, cuando se nos vá cerrando la claridad del día, es necesario detenerse y con el Maestro, pasar a la otra orilla del descanso, el reposo, el silencio, el reencuentro-

Navegando en la barca, producto de la intensa actividad, Jesús se queda dormido.
Y sobreviene un vendaval de grandes proporciones; sin embargo, el Señor sigue durmiendo tranquilamente a popa de la embarcación.

No nos confundamos: sin dudas debe haber sido una tempestad violenta, de consecuencias imprevisibles; varios de los discípulos eran pescadores avezados que no iban a ser presa fácil del pánico.

Sin embargo, cuando arrecian las olas y el agua empieza a ganar terreno dentro de la barca, hasta estos pescadores curtidos sucumben aterrados por el miedo, y despiertan a Jesús.
Y en su desesperación, suplican con angustia por sus vidas en riesgo que hasta lo reprenden a puro grito: -¿No te importa que nos ahoguemos?-

Sería razonable esperar que el Señor se despertara y pusiera en orden al caos en el que se hallaban sumidos sus amigos. Sin embargo, para Él lo que importa es la vida de sus discípulos, por eso despertándose increpa al mar, y las aguas lo obedecen.
Nada ni nadie se resiste a su Palabra.

Sobreviene una gran bonanza; ha obrado la Palabra.
Entonces el Maestro se dirige a los temblorosos discípulos: -¿Porqué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fé?-
Y ellos, asombrados en su temor, a pesar de convivir todo el día con Él, se preguntaban quien sería Ése, que hasta el mar y el viento lo obedecen...

Nosotros nos subimos a menudo en esa barca.
El mar de Galilea puede parecernos infinito o bien un pequeño lago; no obstante, siempre está la posibilidad de que sobrevenga una tempestad que nos amenace y nos peine de miedo.

Subirse a la barca del Evangelio y pasar a la orilla de la vida plena con el Señor a bordo supone sus riesgos, riesgos que pueden ser gravísimos.
Nadie está exento de ellos, ni sería humano si no sintiera miedo.
Más aún: subirse a la barca del Evangelio supone que necesariamente haya tormentas que nos desinstalen, temporales que nos quiten de las aguas tramposamente tranquilas de la comodidad y el conformismo.

Pero con nuestras limitaciones, con nuestros vasos de agua que se nos hacen mares, está siempre con nosotros Aquél a quien nadie se le resiste.
El más fuerte -¡Go'El!- el que Todo lo Puede.

Su Palabra calma toda tempestad, su Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva que vence al miedo y trae la gran bonanza de la Gracia.

Quiera Dios que nunca se nos seque la capacidad de asombrarnos -¡Quien es este hombre!- y de querer conocerlo más, por más avezados navegantes que nos creamos.

Y alabado sea Dios por las tormentas que nos desestabilizan y amenazan nuestras falsas calmas.)

Paz y Bien




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