Adviento, el tiempo sin letargos




Domingo Primero de Adviento

Para el día de hoy (30/11/14) 

Evangelio según San Marcos 13, 33-37



Más allá de la letra estricta de los tiempos cultuales prescriptos, Adviento es una invitación que no sabe de limitaciones de calendario.
En el tren de la existencia, Adviento es una estación espiritual que no es escala y no es destino, pues nuestro destino -es decir, aquello que nos confiere sentido definitivo y plenitud- es el encuentro con Alguien antes bien que con una idea o abstracción indeterminada.

Adviento es saber que, en verdad, nada nos pertenece, que somos concesionarios de una vida que se nos ha otorgado, tierra fértil para hacerla fructífera. Pero también es descubrir con asombro y alegría la confianza inconmensurable que se nos ha concedido a cada uno de nosotros: la confianza es raíz misma de la fidelidad, de la fé.
Desde esa confianza, sabemos que todos, sin excepción, tenemos una tarea asignada. Ello no es una organización de tareas, y es mucho más que una obligación: esa tarea asignada es el modo de ser plenos, felices, aquello mismo que llamamos vocación, llamados a ser y a hacer de un modo específico, pero invariablemente, con Dios por horizonte.

Con una tarea por realizar a lo largo de toda la existencia -tarea que no es yugo intolerable- no se admiten las perezas ni los letargos. Es claro que no hay sanciones al modo mundano en que nos movemos habitualmente. Sucede que si nos quedamos dormidos, aletargados por las comodidades, las banalidades y muchas preocupaciones que nos inundan, se nos escapa como arena entre los dedos lo que verdaderamente cuenta, y es la capacidad de entrever en nuestros días, en cada segundo, que la historia es kairós, tiempo santo de Dios y el hombre, tiempo fecundo de eternidad.

Así, bien despiertos y atentos, con la ayuda de Dios recuperaremos esa capacidad de asombro que es crucial para no languidecer en estos páramos yertos. 
Otra historia es posible, otra historia viene empujando por senderos cordiales y humildes, otra historia se escribe en silencio desde las mujeres y los niños, desde un Niño pequeño por el que serán sagrados todos los niños, y el estar despiertos no es cosa de espectadores, sino de gentes dispuestas a despertar a los demás, a ser protagonistas de la esperanza, a encender los corazones apagados, a ser sal y ser luz.

Feliz Adviento para todos.

Paz y Bien

En el horizonte




Para el día de hoy (29/11/14) 

Evangelio según San Lucas 21, 34-36





El tiempo definitivo llegará. Cesarán todas las esperas; será tiempo de cosecha, y por eso tiempo en que se evidenciarán los frutos buenos.
Será el tiempo del regreso del Hijo del Hombre, Cristo amaneciéndonos de una vez y para siempre.

Las especulaciones y cálculos carecen de sentido, y se los aligera el andar de toda ansia de precisión calendaria, pues Cristo viene. Y vendrá de improviso, y es menester estar dispuestos para el encuentro final, un final que es el comienzo de la vida absoluta.

Por eso no podemos permitirnos quedar atrapados por las preocupaciones, ni por todas esas cosas que nos distraen.
La alerta que nos enciende Jesús de Nazareth es un mensaje de pura esperanza, porque despojados de todos los sinsentidos, de todo lo que perece, podremos presentarnos humildemente de pié, mirando a los ojos a Aquél que ya hizo morada en nuestros corazones.

No hay manuales, ni soluciones mágicas, ni profusos razonamientos. La espera atenta es un rescoldo que se mantiene encendido con la oración.

Se trata de orar siempre, acercándonos al horizonte que es Cristo que llega.
Orar siempre, orar sin desmayos, orar con confianza, orar en la fecundidad de la escucha atenta, orar con las manos, con cada paso, con cada palabra y cada silencio, orar en soledad, orar en comunidad.
Orar para que nuestras vidas estén en la misma sintonía eterna de Aquél que no deja de buscarnos, orar para transparentar ese amor entrañable.

Orar para que toda la existencia se haga plegaria.

Paz y Bien

Hasta siempre Chespirito


Roberto Gómez Bolaños - Chespirito
1929 - 2014


Dios te bendiga y te guarde, querido Roberto, vuelva a vos su Rostro y te colme de paz, de vida para siempre.
Y que bendiga a tu familia, a México, a todos nuestros pueblos y muy especialmente a todos nuestros chavitos.

Allí adonde vas, los que nos quedamos aquí tratando de ser buenos, algún día te seguiremos.

Paz y Bien

Ricardo

Brotes nuevos



Para el día de hoy (28/11/14) 

Evangelio según San Lucas 21, 29-33



La percepción por los sentidos es limitada, toda vez que está acotada por una corporalidad que es finita, y que al mismo tiempo depende de un cerebro del cual utilizamos sólo una pequeña fracción de su potencialidad.
Propio de los sentidos es el ámbito de los signos: si por un momento suspendemos cualquier intento de trascendencia, podemos afirmar que un signo o una señal -signo/segno/señal- es inequívoco, tal como una flecha que orienta recorridos. Es decir, un signo no refiere a sí mismo sino al objeto que está, claramente, más allá de sí y que no admite demasiadas discusiones ni interpretaciones variadas.
A diferencia de los signos, los símbolos son ventanas que se abren para asomarse a mirar algo que esté más allá de la superficie, y que a menudo depende de quien observe: así entonces los símbolos tendrán un cariz positivo para algunos, negativo para otros y para otros tantos carecerán de sentido y significado.

Pero volviendo a los signos, muchos persistimos -con un superlativo grado de estupidez- en mirar el color del cartel antes que girar a uno u otro lado en la ruta a la que tal señal nos compele, y así chocamos. Los signos están allí, y los dramas suceden porque no se quiere mirar y ver.
Para muchos de nosotros, mujeres y hombres citadinos, la referencia a una higuera no nos resulta tan propia. Pero para un campesino, la aparición de brotes nuevos, las brevas que comienzan a crecerse -y que son promesa de sabrosas frutas- son una señal inequívoca de que el verano está ahí nomás, muy cerca.

Si hay un distingo fundamental en la condición humana, es la capacidad de trascender, de ir más allá de las lógicas limitaciones espacio-temporales a las que su corporalidad y finitud está atada. En cierto modo, es una posibilidad de sumergirse en niveles de profundidad más allá de cualquier apariencia.
Y así, con certeza de labriegos,adentrarnos mar adentro de una realidad mucho más rica que estos tiempos a menudo tan oscuros, pues los signos están allí. Sólo hay que animarse a encender la mirada interior, pues esa realidad es infinita, el tiempo del hombre bendito y fecundado por la eternidad de un Dios que se ha despojado de todo, que se hace historia, que se hace hombre.

En cada gesto de bondad, en cada acción de justicia, en cada paso de compasión, en cada vida que se ofrece generosa para que otro viva hay signos certeros del Reino aquí y ahora. 
A pesar de tanto espanto, Dios con nosotros.

La Palabra de Dios es Palabra de Vida pero también Palabra Viva que nos restaura, levanta y sana. La Palabra -Verbo eterno de Dios- acampa entre nosotros, y con un poco de coraje y otro poco de despojo de interés menor, todos -sin excepciones- podemos darnos cuenta de esos brotes nuevos de eternidad.
Porque todo el universo tiende y señala a Cristo.

Paz y Bien



Tiempo de liberación




Para el día de hoy (27/11/14) 

Evangelio según San Lucas 21, 20-28




Lo que se diviniza, sin serlo, tarde o temprano se derrumba en su falsedad.

Los que rechazan la paz con violencia, la paz que sólo proviene de Dios, tarde o temprano empuñarán armas para defender su menguado mundo, atacando a los que le resulten ajenos, y por ello pereciendo en esa lucha sin sentido.

Los imperios, cualesquiera sea su signo ideológico o su vertiente histórica, sin lugar a dudas han de caer: nada tan opuesto a las cosas de Dios imponer el dominio de unos sobre otros mediante la fuerza, la explotación, subyugando a millones.

Toda la historia humana está teñida de oscuros tonos horrorosos. Nuestras existencias, a menudo, nos empujan al ahogo y la tristeza que se asoma permanente.
Pero desde la fé sabemos que hay otra historia y otro tiempo, el tiempo de Dios y el hombre, tiempo santo que no suele escribirse en los libros ni salir en las noticias. Es un tiempo humilde y silencioso pero que tiene la fuerza imparable del amor, de un Dios Padre y Madre que jamás se desentiende de las cosas de sus hijas e hijos, aún cuando éstos lo olviden y rechacen en esa distonía que llamamos pecado.

Con todo y a pesar de todo, con paciencia infinita y con corazones transparentes, Dios sigue tejiendo eternidad en el aquí y ahora.

El Adviento que estamos por inaugurar es signo y símbolo de liberación para todos los que esperan con una confianza que no puede describirse pero -pequeño grano de mostaza- sigue germinando tenaz.

Porque Cristo viene, Cristo está y Cristo volverá.

Paz y Bien

Otra certeza




Para el día de hoy (26/11/14) 

Evangelio según San Lucas 21, 10-19




La lectura que la liturgia nos presenta en el día de hoy es violenta y vulnera muchas certezas.
Porque socava cierto tipo de comodidades religiosas de las cuales nos apropiamos con fervor.
Porque añoramos paz y armonía, y el Maestro nos promete desprecios, acosos y persecuciones por causa del Evangelio.

Está claro que si esto sucede es loable, y es fruto de la santidad. Pero a veces nos quedamos en una observación romántica, casi pueril, cuando en realidad se trata de situaciones espantosas, atroces, durísimas.
Las hermanas y hermanos, los discípulos de Jesús de Nazareth serán, de acuerdo a esa fidelidad, tratados como subversivos, como delincuentes, como desestabilizadores del orden, y entregados a las autoridades como malhechores para su castigo, el que a veces llega a la misma muerte.

Tal vez desde esa perspectiva, la medida de la fidelidad de la Iglesia estriba en si no se acomoda a los poderes de este mundo, y si se la persigue por su compromiso con la Buena Noticia, y por ello con los más pequeños, con los olvidados, con las víctimas de todo tiempo y lugar.

Ningún dolor es deseable, ningún horror es delectación.
Pero la diferencia la hace siempre la fidelidad. La fidelidad al Evangelio.
Y por sobre todo, la fidelidad de un Dios que jamás nos dejará abandonados a nuestra suerte, librados a las maldades de imperen, porque a pesar de toda cruz, tenemos la certeza de que lo que prevalece por ese amor infinito es la vida, la Resurrección.

Paz y Bien

Esperanza sin engaños




Para el día de hoy (25/11/14) 

Evangelio según San Lucas 21, 5-9


Algunos de los discípulos, llenos de admiración y orgullo patriótico frente al Templo de Jerusalem, comentaban ésto con el Maestro, refiriéndose a las magníficas piedras ornamentales y a las ofrendas votivas.
Es que ese Templo era para la nación judía el centro y fundamento de su cosmovisión: allí estaba afincada su identidad nacional y sus raíces religiosas, pues entendían que su Dios se hallaría allí, en el recinto sagrado, en el culto específico, el la doctrina puntillosa y en las tradiciones de siglos que ahora los imbuían como pueblo.
Quizás, en este siglo nos cueste un poco valuar la real dimensión se su alcance: sólo referiremos que la destrucción de jerusalem y el derribo del Templo en el año 70 DC a manos de las legiones romanas supuso una catástrofe inconmensurable, aún mucho mayor que los miles de muertos y otros tantos de hombres y mujeres jerosolimitanos vendidos como esclavos. La destrucción del templo implicó la destrucción de su mundo y de su identidad.

A ello, en parte, se refiere Jesús de Nazareth. Pero sería erróneo atascarnos solamente en el hecho histórico, pues los Evangelios no son crónicas históricas sino teológicas, es decir, espirituales. Por eso las palabras de Jesús de Nazareth se dirigen a los discípulos de todos los tiempos, nosotros mismos entre ellos.

Lo importante es no dejarse engañar por nada ni nadie, aún cuando acontezcan hechos durísimos, luctuosos que parezcan permanentes, y aún cuando podamos escuchar voces convincentes y amenazantes respecto de todas las tragedias.

No hay que resignarse ni desmayar. El tiempo de Dios no es el nuestro, no es mensurable, sólo puede percibirse desde el misterio de la fé.

Lo importante es sostenerse en la esperanza en Aquél que es nuestro templo definitivo, nuestra alegría, nuestro horizonte, nuestra Salvación.

Paz y Bien

Las monedas de la viuda pobre




Para el día de hoy (24/11/14) 

Evangelio según San Lucas 21, 1-4



En el Templo de Jerusalem solía haber un río constante de peregrinos llegados de Judea, de Galilea y de la Diáspora. Por entre tanta multitud, es muy complicado poder ubicar a alguien en particular; para la cultura de la época, a una mujer -más allá de su posible atractivo natural- no se le presta demasiada atención, no tiene otra relevancia ni derechos que los que pueda otorgarle el esposo. En el caso de una viuda, no sólo es invisible sino que apenas sobrevive, sumergida en la miseria y dependiente de la caridad de otros. Una viuda está completamente desprotegida.

La legislación preveía un impuesto por el cual todo judío varón debía contribuir al sostenimiento del culto y de los sacerdotes; hemos de recordar cuando Jesús de Nazareth vuelca las mesas de los cambistas, que estaban precisamente allí para proveer monedas aceptadas para el pago del tributo. Además de ello, había en el Templo unas alcancías o cepillos metálicos -los historiadores y exégetas los llaman gazofilacios- con unas bocas anchas en donde pasan los peregrinos, y angosta en el piso inferior del tesoro, que es en donde caen las monedas que libremente depositan allí los asistentes, monedas que han de destinarse a la caridad, es decir, limosna para viudas y huérfanos, una suerte de asistencia social para los que nada tienen.
Algunos echaban allí ingentes sumas, movidos no tanto por la caridad sino por las ganas de figurar, de ser reconocidos, robustos puñados de monedas que provocaban un ruido que no podía soslayarse. Las dos moneditas de una viuda no se escuchan, no tienen relevancia como tampoco la tiene esa mujer que las arroja, y es probable que a su vez esas moneditas sean también el producto de una limosna a ella concedida, para que compre pan, para que sobreviva.

La escena estremece. Entre toda esa gente, sólo Jesús de Nazareth puede ver a quien los demás no miran ni ver, en su real dimensión, en la estatura completa de su corazón.
Esa mujer ha dado más que nadie, porque ha dado su propio sustento y nó lo que le sobra; no se puso a calcular beneficios divinos, intereses de ahorro o el quedar bien frente a los demás. No vaciló en ofrecerse porque hay otros que pasan necesidad, y esa aparente decisión irreflexiva tiene que ver con la desmesura de la Gracia de Dios, con hacer presente el Reino aquí y ahora, con que la compasión transforma toda realidad, por pequeña que aparezca.

Entre nosotros hay muchas viudas así, muchos que hacen de su vida una ofrenda. 
Lo que nos sigue faltando es la mirada de Jesús de Nazareth.

Paz y Bien


Honrar al Rey




Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

Para el día de hoy (23/11/14) 

Evangelio según San Mateo 25, 31-46



Las variaciones suceden de acuerdo a las circunstancias históricas y a las diferentes culturas y costumbres nacionales. Sin embargo, hay ciertas constantes que podemos entrever sin demasiadas dificultades en torno al soberano que rija los destinos de un pueblo determinado.

Están los adulones de siempre, los que se postran solamente en el gesto -aplaudidores incansables y seriales- que a menudo esconden la intención de obtener favores del rey. No hay mucho más que les interese en ese trueque encubierto.

No pueden faltar los cortesanos usuales, habitués de un grupo reducido que suele arracimarse en las cercanías del trono, y de ese modo hacen que el rey esté cada vez más lejos de su pueblo.

Otros se limitan a las ceremonias específicas y protocolos reales de momentos puntuales. Pero finalizadas las ocasiones solemnes, vuelven a sus existencias como si nada, y especialmente se dedican a olvidar la soberanía del Rey.

Pero muchos otros, a veces la mayoría del pueblo, no están en los primeros puestos y a veces no saben bien las cosas que deben decir en presencia de su rey, pero al rey lo respetan y veneran, y son de cumplir con los mandatos porque es su deber y porque así no van a andarse con problemas.

Los discípulos de Jesús de Nazareth actúan de manera similar a estos someros ejemplos. Pero más allá de proyectar en Cristo sus ansias y sus frustraciones, persistían obcecados en adjudicarle categorías enteramente mundanas al Reino que Él les revelaba, porque en esos esquemas escondían también sus ambiciones.

Pero Cristo es un rey muy extraño, que rehuye de palacios, pompas y ornas solemnes. El acontecimiento que cambia la historia de la humanidad, su nacimiento, acontece en un refugio de animales por castillo, y por trono los brazos de su Madre, rodeado de una paupérrima corte de pastores cuidadosa y expresamente elegidos. 
Es un rey que no encaja en ningún molde, porque reniega del uso de la fuerza -siervo manso de sus hermanos y también de sus enemigos-, que no admite derramar ninguna otra sangre que no sea la propia, que es glorificado en el momento absoluto de la aparente derrota total de la crucifixión, asumiendo en sus hombros lastimados todas las muertes para que no haya más crucificados.

Es que el reino de este Rey no se encamina por canales razonables, lógicos. El dominio de este rey es humilde y pujante en el ámbito de los corazones, un reinado que no se impone, porque su esencia es el amor, y el amor no tiene nada de abstracto ni de ilusorio. Es bien concreto, sanguíneo y eterno a la vez.

Por eso a este rey se lo honra en espíritu y en verdad en cada acción de misericordia, de compasión, de justicia, de solidaridad, soberanía de la esperanza que se crece entre hermanos, territorio definitivo del Resucitado.

Paz y Bien



Teologías de las conveniencias





Santa Cecilia, virgen y mártir

Para el día de hoy (22/11/14) 

Evangelio según San Lucas 20, 27-40




El motivo aparente de discusión entre algunos saduceos y Jesús de Nazareth es la llamada Ley de Levirato. Este instituto legal de Israel preveía que si una mujer quedaba viuda sin haber tenido hijos, obligatoriamente debía contraer nuevas nupcias con un hermano del esposo fallecido para perpetuar el linaje -o si se quiere, para que no se pierda el apellido-, y para que las propiedades permanezcan en la familia. El carácter era endogámico, es decir, que presumía no sólo salvaguardar intereses de clan sino también la contaminación extranjera. Si bien el levirato está prescrito en la Torah, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth su observancia, en parte, se había relajado al punto que la obligación se subordinaba al consentimiento de los nuevos contrayentes.

La discusión exegética que le plantean al Maestro tiene por objeto tiene por objeto desacreditarlo, humillarlo en público. El nudo es tan ridículo que es irrelevante, y por ello debemos ahondar en el carácter de esos inquisidores que bajo una pátina respetuosa -lo tratan como un rabbí- en realidad le manifiestan un desprecio que no pueden esconder del todo.
Es que los saduceos representan, mayormente, a una élite noble, laica y de gran poder económico y político, aún cuando notorios saduceos accedan al sumo sacerdocio de Israel, como por ejemplo Anás y su yerno Caifás. Ellos están más que satisfechos con la vida privilegiada que llevan, y que consideran como una bendición divina, y por eso mismo articulan todo un pensamiento teológico alrededor de esa prosperidad floreciente que disfrutan; es decir, establecen principios de fé subordinados a su conveniencia, una conveniencia a la que le dan sustento religiosos y a la que buscan afanosamente prolongar.
Sobre esa realidad de total confort y bienestar sin sobresaltos pretenden una prolongación sin límites: por resultarles tan cómodo el más acá, no hay demasiado interés en el más allá, excepto que este último sea una prolongación consecuente de sus días, en el mismo sentido, una inmortalidad sin trascendencia.
La idea de una humanidad recreada en la Resurrección les resulta inaceptable porque la Resurrección no se adapta a sus limitados esquemas, porque la Resurrección es don y misterio de amor y libertad.

El Dios de Jesús de Nazareth es Dios de la Pascua, de la Vida plena que se teje entre Él y la humanidad a la que ama sin límites ni cansancios. Y la fé ofrecida no es un catálogo de ideas convenientemente ordenadas en provecho propio, sino la unión de la totalidad de la existencia con el Cristo de nuestra Salvación.

Paz y Bien

Niña de todas las esperanzas





La Presentación de la Santísima Virgen María

Para el día de hoy (21/11/14) 

Evangelio según San Mateo 12, 46-50



No hay parangón ni comparación posible.

Ella es una niña pequeña, una niñita judía casi invisible. Frente a sus ojos mansos -en los que ya se puede adivinar la mirada de Aquél que un día sería su Hijo y nuestro hermano- se levanta imponente ese Templo que representa la historia y la fé de sus mayores.
El Templo tiene unas dimensiones inverosímiles, está revestido de las piedras más refulgentes y del oro más puro en sus muros altos, en sus naves, en sus escalinatas y patios, en su altar en donde se desborda el humo del incienso del culto y el de los sacrificios constantes. Una multitud como un río caudaloso, que proviene de todos los puntos cardinales, parece aumentar sus dimensiones.

La razón dicta que se trata de una niña pequeña frente a un Templo enorme.
Pero el corazón sabe que Ella es aún más grande que ese edificio, en la ilógica de un Reino que está llegando. En su insondable pequeñez, esa niña es la más grande, y desde su alma esa niña se vuelve Templo definitivo de la Gracia de Dios, de un Dios que está reescribiendo la historia humana hacia campos fértiles de Salvación... desde esa muchachita.

Ese Dios que algunos suponen recio y severo, implacable vengador de su pueblo, en realidad se conmueve sin límites frente a la pequeñez de esa niña.

El Dios del universo está enamorado.

Esa niña se haría mujer y esposa, Madre y hermana, profeta y discípula de ese Dios al que llamaría hijito, que gestaría en su seno, que acunaría en sus brazos.

Esa niña vuelve hoy a decirnos, desde un silencio frondoso, que todo está al revés. Que Dios se inclina abiertamente hacia los más pequeños, hacia los que nadie mira ni vé, hacia los que no cuentan. Que a pesar de tantas cosas que aparentan una contundencia definitiva y luctuosa, por enormes, por demoledoras, desde donde menos se espera y de quien menos se lo espera nos puede llegar aquello que cambie nuestras existencias para siempre, y transforme el rostro apesadumbrado de un mundo que sigue prefiriendo las fastuosas y tangibles construcciones a la humildad definitiva de los pequeños.

Esa niña es aún más grande que ese Templo al que la llevan para ser presentada. Esa niña será un día mamá de Aquél que es el Templo definitivo, el Templo santo que permanece para siempre.

En esa niña están todas las esperanzas porque en esa niña se afinca como un remanso la Gracia de Dios.

Paz y Bien

El llanto de Jesús



Para el día de hoy (20/11/14) 

Evangelio según Lucas 19, 41-44


A pesar de los discípulos que le acompañaban, a pesar de la multitud creciente que solía rodearle, la imagen es sobrecogedora: se trata de un hombre, sólo un hombre frente a la gran ciudad, grande por el Templo, grande por su historia y tradiciones, grande por el hondo significado simbólico para todo Israel.

Jesús de Nazareth es el mejor lector de los signos de los tiempos y es un conocedor profundo de lo que se teje en las honduras de los corazones. El Espíritu que lo impulsa y sostiene le brinda esa claridad única, esa mirada capaz de atravesar toda apariencia y los velos del tiempo. Sabe lo que sucederá algunas décadas después de su Pasión con la Ciudad Santa: las legiones romanas de Vespasiano y de Tito matarán a miles de hijos de Israel -combatientes zelotas o nó-. Otros tantos serán vendidos como esclavos, y no dejarán piedra sobre piedra de ese Templo que es el centro del mundo judío, y condenarán al pueblo a una diáspora que durará muchos siglos, demasiados, pueblo paria sin estado ni nación. 
El Maestro es un hijo fiel de su pueblo, lo lleva en los huesos tal como María su Madre y su padre carpintero de Nazareth. Por ello, frente a esa Ciudad derruída en su ojos lejanos, llora sin esconder sus lágrimas.

La que en su nombre lleva su destino -Yerushalayim o Yerushalaim, Ciudad del Shalom, Ciudad de la Paz- será aplastada por la maquinaria infernal e inhumana de la guerra. Porque toda guerra, por más justicia que se enarbole, nos hace descender varios escalones en humanidad.
Y porque la paz no se declama. La paz se edifica día a día, con paciencia, con justicia, con tolerancia. La paz es don para todos aquellos hijos de Dios lo suficientemente inquietos para no acomodarse, para no se espectadores pasivos, para dejar de resignarse a que todo pase.

Y tal vez sea tiempo de darnos cuenta que hemos olvidado como llorar. Llorar en serio, llorar hasta las entrañas, llorar todo lo que haga falta, llorar como Cristo porque nay demasiadas ciudades nuestras que se tragan a sus hijos, que no aceptan bendiciones, que son demasiado hostiles a la vida. y sin ese llanto que nos purifique, las almas seguirán opacas a toda luz que nos recree, y nos vuelve reacios a la conversión.

Paz y Bien
 
 

En clave de regreso










Para el día de hoy (19/11/14) 

Evangelio según Lucas 19, 11-28




Algunos de los discípulos se aferraban a la inminencia del establecimiento del Reinado del Mesías; no obstante ello, esa imagen tenía que ver con sus aspiraciones nacionalistas, sus ansias de liberación como nación y, porqué nó, su hambre de poder. Pero en verdad el Reino de Jesús de Nazareth, el Reino de Dios nada tiene que ver con nuestros esquemas mundanos, y ya se asoma humilde entre nosotros, aquí y ahora.

Como una travesía, toda existencia ha de tener un horizonte, un puerto hacia donde arribar. Pues el viaje, el no quedarse es importante, tan importante como no ir a los tumbos, sin brújula, y librados a los caprichos malos de cualquier temporal.

El regreso cierto del Señor es nuestro horizonte, el que ratifica nuestra esperanza, el que sustenta nuestros andares, el que nos acrisola el carácter.
Ese horizonte estará siempre, aún cuando muchos bienintencionados pretendan adelantarse con mensajes contrarios, arrogándose a veces una corona aurífera que en realidad es de espinas y de humildad absoluta, de silencio y sobre todo de confianza.

Hasta que Él vuelva. Ya está regresando, y reinará desde el trono de cada corazón, porque es un Rey que rehuye del poder y de los palacios, un rey muy extraño de confianza infinita en sus servidores, inmerecida, desbordante.

Por ello todo lo que se haga debe orientarse y centrarse en ese regreso. Y no puede haber resquicio alguno para el miedo, toda vez que el miedo es carácter propio del poderoso que impone terror, castigo y venganza, nada más opuesto y lejano al Dios de Jesús de Nazareth. Porque a veces el temor se disfraza de prudencia excesiva, que es la forma falaz de la cobardía.

Por esa confianza, sabemos que nada nos pertenece en verdad pues todo se nos ha confiado. Y la gratitud verdadera es devolver, cuando sea nuestro tiempo, esos dones que se nos han puesto en nuestras manos fructificados en justicia y fraternidad, en la savia eterna de la Gracia.

Paz y Bien

La estatura de Zaqueo




Dedidación de las Basílicas  de San Pedro y San Pablo

Para el día de hoy (18/11/14) 

Evangelio según Lucas 19, 1-10



Como en la liturgia de ayer, seguimos en Jericó, en los arrabales de la Ciudad Santa, en el umbral mismo de la Pasión del Señor. Es por ello que todo signo y todo símbolo cobra especial relevancia, porque ese aparente final de horror y muerte es en realidad comienzo del tiempo definitivo.

También, como en el día de ayer, nos encontramos con un problema de visión, aunque sus orígenes sean distintos. En el caso de ayer, se trataba de un hombre no vidente.
Hoy se trata de un hombre cuya mirada se haya limitada por la multitud y a causa de su estatura.
Dos extremos: el ciego de las puertas de la ciudad, de la vera del camino languidece en la miseria absoluta; Zaqueo, como jefe de publicanos es inmensamente rico. Con notable habilidad literaria, el Evangelista los vincula a ambos, y así la riqueza de uno puede inferirse como causal de la miseria del otro con el transcurrir de los versículos.

Los publicanos eran judíos que recaudaban tributos para el ocupante imperial romano, es decir, que cobraban impuestos para el César con el respaldo fiero de las legiones estacionadas en la zona. Un publicano es un traidor, ferviertemente odiado por sus paisanos, y un impuro consumado por el contacto permanente con extranjeros y con monedas no judías. Pero ellos, abusando de su posición, extorsionaban y cobraban de más en favor propio, toda vez que la legislación vigente consideraba la evasión del tributo imperial como sedición y por tanto, causal de condena a muerte. Así, los publicanos sólo podían tener vida social con otros tantos de su mismo oficio, su vida religiosa era prácticamente nula y estaban clasificados por sus compatriotas con la misma vara moral de las prostitutas.

Zaqueo sabe que el rabbí galileo ha llegado a Jericó, y está movilizado en las honduras de su corazón. Ese Maestro a nadie rechaza, perdona antes que condena, habla de Dios de una manera tan nueva y esperanzadora que -intuye- hay una multitud de respuestas en Él, incluso respuestas a esas preguntas aún no formuladas, las preguntas fundamentales de toda existencia.
Zaqueo intenta infructuosamente divisar a Jesús de Nazareth, pero la multitud está abigarrada -no cabe un alfiler- y Zaqueo es bajito, ni dando saltos puede divisar siquiera una sombra fugaz del Maestro. Por eso no vacila en en subirse a un árbol, un sicómoro, para tratar de verlo desde las ramas. A veces no está mal irse por las ramas si ello nos aclara la visión. 
Zaqueo es petiso y eso le dificulta observar por entre el gentío. Pero más que eso, no vé bien porque ha decrecido en la estatura de su alma: la sujeción al dinero, la explotación de los demás, la corrupción cotidiana que se le ha enquistado lo empequeñecen, lo disminuyen al punto de no poder ver más allá de sí mismo. Esa pequeñez es muy distinta a la de María de Nazareth pues más que una pequeñez se trata de una bajeza estéril sin destino.

Pero esa subida al árbol revela que, en realidad, las primacías son siempre de Dios. Porque Cristo siempre se deja encontrar a pesar de toda dificultad por quienes le buscan con sinceridad y desde un corazón que languidece de hambre por el pan que no perece.

La cena en casa de Zaqueo es la celebración de ese Cristo que ha llegado a la vida de Zaqueo y se ha afincado en su corazón, restaurándolo en su estatura humana plena, que se convierte y repara todo el daño que ha podido causar por acción u omisión. Porque en el horizonte redescubierto de Zaqueo están nuevamente Dios y el prójimo.

Quiera Dios que podamos elevarnos para mirar a Cristo a los ojos. Dejarnos también descubrir por Él, y así celebrar y agradecer la vida recuperada desde lo alto.

Paz y Bien

El ciego de Jericó




Santos Roque González de Santa Cruz SJ, Alfonso Rodríguez SJ y Juan del Castillo SJ, presbíteros y mártires. Memorial

Para el día de hoy (17/11/14) 

Evangelio según Lucas 18, 35-43




En ruta hacia Jerusalem, Jericó se encuentra a sólo treinta kilómetros, menos de una jornada de marcha. Poblado antiguo de historia frondosa, geográficamente se ubica como umbral de la Ciudad Santa, y simbólicamente es el suburbio de la Pasión de Cristo, la antesala de los horrores y los odios que no pueden apagar el amor mayor de la cruz.

Pero nos guiamos por la fé, y esa fé nos dice que la Pasión en Jerusalem no es el final sangriento de un peregrinar de tres años, sino que es un comienzo de un tiempo definitivo. Es por ello que desde esta perspectiva, hemos de prestar especial atención a lo que suceda en Jericó como hito decisivo.

Jesús de Nazareth se acerca a esa ciudad acompañado de sus discípulos y rodeado seguramente de un nutrido grupo de gente. La situación es compleja para los discípulos, pues reniegan de abandonar sus viejos esquemas, las viejas ideas nacionalistas mezquinas o las caricaturas mesiánicas que propugnan; pero también se embriagan de la influencia creciente que su Maestro tiene con el pueblo, y quizás ya se imaginen portentosos gobernantes delegados, aunque en sus mentes el miedo no está ausente. En numerosas ocasiones han escuchado las virulentas condenas y las patentes amenazas de los poderosos de siempre, y temen por Jesús y por ellos mismos.

A la vera del camino se encuentra, sumido en las sombras, un hombre ciego que suplica limosnas, cadencia de dolor continuo de un mundo que las retinas muertas de sus ojos le van angostando día a día el corazón. En el siglo I, las cegueras adquiridas en Palestina son frecuentes, a causa de las tormentas de arena y polvo del desierto, de las salinas de la zona y del sol fuerte que pega duramente contra rocas blanquecinas, lesionando las córneas de muchos. Así la ceguera implica caer en la miseria absoluta, dependiendo de la buena voluntad de los marchantes que puedan acercarles, solidarios, algunas pequeñas monedas para apenas sobrevivir.
A veces no se tiene la real dimensión de una limosna que se brinda desde la compasión; puede aparentar ser una monedita ínfima, pero tiene una eficacia asombrosa, y lo que produce abre las aguas de todas las rutinas que agobian. Así con este hombre, al que por compasión -y quizás sin darse cuenta- le brindan lo más valioso, la llegada del Señor, el Cristo que pasa por su existencia.
A veces también, ocupados en faraónicas planificaciones, nos solemos olvidar del valiosísimo primer paso de la Evangelización, que es una palabra de esperanza, una escucha atenta, una mirada transparente, el aviso claro de que Alguien se preocupa y ocupa de todos.

Ese hombre no ha cedido a la resignación. No baja los brazos a pesar de que la ceguera parece permanente, a pesar de que todos los demás acepten que su vida apenas discurra a la vera del camino, sumido en la miseria de las carencias y en la miseria de los corazones que justifican su descarte.
Esos gritos que enarbolan expresan rebeldía a la inhumanidad establecida y aceptada, pero más aún expresan confianza en una persona, Jesús de Nazareth. Y los gritos crecen en la misma proporción en que intentan morigerarse, y ser silenciados.
Triste imagen tan habitual, la de acallar los clamores de los que sufren y los gritos de los olvidados, un dios mezquino para unos pocos elegidos desentendido de todo dolor.

Pero este Cristo jamás pasa de largo. Es un servidor que vá hacia la raíz misma del problema, que sólo quiere prestar su auxilio. Y ese hombre confía en Él,, pilar fundamental junto al amor de Dios para que acontezcan milagros.
En ese hombre se inaugura la mejor de las noticias pues no pide ser librado de su ceguera, sino que antes bien quiere recuperar la vista. Parece una cuestión semántica, pero es crucial. La bendición, la liberación que Cristo nos ofrece no es tanto exonerarnos de sino ser libres para. Por eso ese hombre será nuevamente capaz de recibir y percibir la luz, su corazón renacerá y se convertirá en discípulo, paso salvador de Cristo por su existencia, la misma Pascua que hoy se nos ofrece para una vida santa, plena, eterna, feliz.

Paz y Bien

En nuestras manos




Para el día de hoy (16/11/14) 

Evangelio según Mateo 25, 14-30




Las parábolas de Jesús de Nazareth no son solamente elementos didácticos en los que pueden reconocerse contradicciones, alegorías, metáforas a veces extremas destinadas a encender la atención de sus oyentes y así procurar un aprendizaje más profuso.
En las parábolas el Maestro tiene, claramente, una vocación magistral, pero no se reducen a un plano educativo, sino que desde la misma cotidianeidad edifican ventanas por las que nos podemos asomar a la eternidad, de una manera inesperada y gratamente sorprendente. Es por ello que nunca las lecturas lineales o textuales expresan fidelidad a la Palabra, pues dejan de lado el sentido de lo que se dice y, muy especialmente, a Aquél que las pronuncia.
Y toda literalidad incuba y promueve los horribles fundamentalismos de cualquier laya. Lo que cuenta es la fé, la esperanza y el amor.

Ubiquémonos por un momento en uno de los objetos que sobresalen en el relato: los talentos -si nos quedamos meramente en un análisis económico- son monedas de la época del ministerio de Jesús de Nazareth que equivalían a seis mil denarios. Para tener en cuenta la proporción, un jornalero judío de aquel entonces, luego de doce horas de labor, podía llegar a ganar un denario al día. Un talento es una enormidad, una suma desproporcionada de dinero que se confía sin instrucciones y así, sin más trámite se deja en las manos de los servidores.

Quizás por ello, acotarnos a una interpretación que refiera a las diversas capacidades que cada uno de nosotros portamos -que por los orígenes antes descritos, no casualmente también se llaman talentos- y el grado de su puesta al servicio de Cristo y de su Iglesia nos deje en los umbrales de esa trascendencia a la que el Maestro nos invita cada día, a través de la Palabra. La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva.

Lo verdaderamente decisivo, lo maravillosamente inquietante, lo realmente asombroso es que se ha confiado en nuestras manos algo enormemente valioso, herencia tan crítica que no puede mensurarse su real valor de tan ilimitado que es. Esa confianza desestabiliza, y quiera el Espíritu que siempre lo haga. Ninguno de nosotros tiene méritos suficientes para su administración, y por ello es aún mayor el impacto de esa confianza brindada, una confianza que no surge de los contratos sino del conocimiento profundo, de la interioridad misma de los corazones. Por eso la prudencia excesiva es tan desigual, por eso la prudencia excesiva es el maquillaje que suele utilizar la cobardía.

Porque en nuestras torpes y limitadas manos, merced a una confianza de Padre y aun cariño maternal, se nos ha confiado el Evangelio, la Buena Noticia, talentos que es menester gastar con los hermanos, extraña herencia que se multiplica y reproduce cuando no se reserva, cuando con generosa fraternidad se dilapida sin miramientos, para el bien de todos, por ese Reino que está aquí y ahora entre nosotros.

Paz y Bien



Plegarias de viudas




San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia 

Para el día de hoy (15/11/14) 

Evangelio según Lucas 18, 1-8



Dejando de lado cualquier ligera pretensión sexista o neoideológica -pues las ideologías de género tienen hoy gran relevancia y son pesadamente tramposas- es menester ubicarnos en el contexto o paisaje sociocomunitario en el que Jesús de Nazareth refiere la parábola. 
Durante varios siglos y por numerosas causas, la mujer judía carecía de derechos religiosos y jurídicos, siendo los únicos que podía en cierto y limitado modo esgrimir los que derivaban de su esposo. Es decir, dependía toda su existencia de la protección de los varones - de su padre, de su esposo, de su hijo mayor- y a su vez estaba sometida a sus deseos y limitada por la influencia que su cónyuge pudiera tener.
En el caso de viudez, esto se lleva a un epítome doloroso. 

Una viuda es alguien que carece de derechos reconocidos ni de respaldo y apoyo. Una viuda es, en este contexto, el símbolo de todos aquellos que apenas sobreviven en su condición de vulnerabilidad. Su tenacidad en la petición, que se hace cargosa, molesta, martilleante, nos hace suponer sin demasiada dificultad que la intensidad de su reclamo está directamente relacionada a su sustento y, por lo tanto, a su supervivencia. Su vida misma está en juego, colgando apenas de un hilo el derecho que implora sin desmayos.

Del otro lado, quien debía escucharle y respaldarla, hace todo lo contrario. Es una imagen demasiado habitual, la de aquellos a los que fuera de sí mismos nada les importa, ni Dios ni el prójimo, lo que se agrava cuando dichas personas han de impartir justicia. Ello requiere ajustarse a derecho y mirar y ver, en primer lugar, a aquellos a los que no tienen nadie quien los proteja, viudas y huérfanos, y quizás por ello antes que una imponente estatua de una diosa de ojos vendados con una balanza equilibrada, preferiríamos simbolizar a la justicia como una madre de familia...con una escoba en su mano, y con los ojos bien abiertos.

Este juez de la injusticia, de la justicia denegada, de la no-justicia explícita, decide reivindicar el derecho de la viuda porque ya comienza a importunarle la insistencia de la mujer. Quizás se nos pase por alto algo muy elemental, y es que la persistencia del ruego deja en evidencia flagrante la inconducta del funcionario, quebrantando el tempo constante de indiferencia, la rítmica acomodaticia y corrupta de los que permiten y toleran que todo siga igual.

Entre nosotros, gracias a Dios, tenemos muchas viudas que no solemos ver, y que sustentan nuestras vidas merced a su plegaria constante. No necesariamente han perdido a sus esposos, pero son y se reconocen pequeñas y vulnerables, pero las distingue una confianza inquebrantable en ese Dios al que sin descanso se dirigen y suplican.

Su plegaria es peligrosa, pues quien tenga una vida orante vive la vida misma de Dios, y por ende su existencia refleja una luz que no puede extinguirse, una luz que pone en evidencia tantas sombras, tantas opacidades, tantas tinieblas. Esas plegarias constantes sostienen nuestros pasos, y es la plegaria que quizás nos siga permanenciendo en la columna del debe. 
No tenemos excusas, debemos orar sin desfallecer.

Paz y Bien




Quemar las naves




Para el día de hoy (14/11/14) 

Evangelio según Lucas 17, 26-37



La expresión tiene más carga figurativa que literal. Quizás nos quedemos solamente en lo meramente episódico de las naves de Hernán Cortés durante la conquista de México, o la definitoria Alea jacta est de las legiones de Julio César, o tal vez decisiones en ciertos momentos críticos de la historia; más todas ellas remiten a un quiebre definitorio, a una ruptura de ciertas constantes que implican y refrendan que no hay vuelta atrás, punto elegido de no retorno.

Dejando de lado cualquier tentación melodramática, la conversión es precisamente eso, un quemar las naves de la existencia. Es atreverse a no mirar atrás, a no quedarse en las rutinas como en los tiempos diluvianos en que todo es lo mismo, en los que nada ha de pasar, en aferrarse a la certidumbre vana y banal de un pasado que debe ser historia y no recreación constante del ayer en el hoy.
Porque la historia humana está grávida del Espíritu, porque desde Cristo ya nada será igual.

Quemamos nuestras naves cuando dejamos de asustarnos por ciertos espectros escatológicos que nos inventamos y nos encienden los miedos.

Quemamos nuestras naves cuando hacemos pié en la tierra firme de la fé, de la confianza, de la presencia cierta de un Cristo que jamás nos deja librados a la suerte de nuestras tormentas.

Quemamos nuestras naves cuando jovialmente nos aferramos a la Divina Providencia.

Paz y Bien

Tiempo de cumplimiento




Para el día de hoy (13/11/14) 

Evangelio según Lucas 17, 20-25



Están siempre las aves negras anunciadoras de desastres, los profetas del mal agüero, la prepotencia de que todo -necesariamente- ha de terminar mal, y que en circunstancias postreras se resolverá la historia con el regreso de Cristo, un apocalipsis que pretenden precalcular en exactitud de fechas, por signos descollantes y espectaculares. Ello, bajo cierta apariencia bíblica, entraña una postura falsaria y peligrosa, y es la de un Dios desentendido del acontecer humano, un Dios que parece renegar de la Encarnación, un Dios alejado y punitivo que nos deja librados a nuestros azares y miserias.
Pero en Dios, sólo en Dios está nuestra suerte.

Jesús de Nazareth inaugura el tiempo decisivo del cumplimiento de todas las promesas, de Dios con nosotros, y ya no hay motivo de recálculos, porque el Reino de Dios está aquí y ahora, haciendo fecundo nuestro presente tan pequeño y limitado, eternidad que se teje en la cotidianeidad, en los instantes.

Está cerca, muy cerca, tan cerca que está al alcance de cada corazón que le busca con sinceridad y fidelidad, con la veracidad de la gratitud porque el tiempo ya no es una fatalidad, sino que con todo y a pesar de todo el tiempo es redescubierto como bendición, don y misterio de la vida.

El Reino de Dios aquí y ahora, humilde, silencioso y potente como una semilla que no resigna su germen implica que cada día de la existencia puede y ha de ser único, maravilloso, irrepetible, tiempo santo porque Dios ha acampado entre nosotros, porque Dios nos habita, porque en las honduras de los corazones florece la vida eterna que Cristo ha ganado para todos nosotros con el sacrificio inmenso de la Pasión, vida ofrecida que no haya más crucificados, para que la muerte no tenga la última palabra, para que todos vivan para siempre.

Paz y Bien


Diez leprosos




Para el día de hoy (12/11/14) 

Evangelio según Lucas 17, 11-19



En la época del ministerio de Jesús de Nazareth, la Palestina del siglo I, el padecimiento de la lepra implicaba para el enfermo una situación demoledora para toda su existencia.
Socialmente, y ante la imposibilidad de un tratamiento eficaz, al paciente se lo separaba y aislaba de la comunidad -hasta de su propia familia- por el alto riesgo de contagio que ello implicaba, decidiéndose que habitara en tiendas o en cuevas alejadas de cualquier poblado, y librados a las limosnas que pudieren conseguir, las que lógicamente eran escasas.
Religiosamente, la situación se agravaba, toda vez que al leproso se le consideraba el impuro mayor, es decir, el indigno de toda indignidad, incapacitado de ser partícipe de la vida de Israel por haberse contaminado la savia pura del Pueblo Elegido: en esa religiosidad, toda enfermedad se considera consecuencia directa de la acción punitiva de Dios frente a los pecados cometidos por sí mismos o por los padres.

En una sociedad como la judía de aquel entonces, sociedad/política y religión no se diferenciaban, siendo esta última la que poseía la última palabra en todos los órdenes de la vida. tal es así, que quienes determinaban el estado de pureza/impureza, de salud/enfermedad o de lepra son los sacerdotes del Templo. Ellos son médicos que no curan pero que emiten diagnósticos durísimos. La cuestión se agrava, pues el paciente, una vez ratificada su enfermedad por la religión, ha de reconocerse a lo lejos como tal, como leproso, para evitar que los otros hijos de Israel se contaminen. Así entonces se vestirán con harapos, con sus cabellos sueltos y despeinados, y proclamando a los gritos su condición de impuro.
Es una situación de dolor inimaginable, pues al padecer de la misma enfermedad se le añade la conciencia de su impureza -su enfermedad es justa-, y el oprobio infame de gritar su estado para que los demás tomen distancia.
En las limitadas ocasiones en que había remisión de la enfermedad, otra vez eran los sacerdotes los que decidían el final de la infamia, volviendo a declarar al enfermo puro y por lo tanto habilitado para la vida comunitaria, y quienes prescribían los ritos y sacrificios a efectuarse para completar su rehabilitación era, nuevamente, los sacerdotes.

La irrupción de Jesús de Nazareth y sus enseñanzas de la Buena Noticia asustaron a varios y regocijaban a muchos. Al estar totalmente identificado con su Padre, no toleraba una imagen vana y falsa de un dios verdugo, de un dios al que le agraden esas clasificaciones crueles de pureza/impureza, un dios que prodiga la enfermedad tanto más que su bendición.

El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre que cuida y una Madre que ama, que no descansa hasta restituir en su integridad a los hijos caídos a la vera del camino, un Dios que se desvive por los excluidos, un Dios que es Salvación incondicional, Gracia y Misericordia.

Esto era bien conocido por las gentes. Por ello mismo los gritos fervorosos de los diez leprosos, suplicando la compasión de ese Cristo que pasa a cierta distancia. El se acerca, sin importarle comentarios ni consecuencias, y los remite a los sacerdotes, a esos mismos sacerdotes que los han condenado a un ostracismo brutal, religiosamente impiadoso, para ser readmitidos con toda dignidad y derechos a su sociedad. En camino hacia el templo, ellos se descubren limpios, es decir, purificados, liberados de toda llaga.
Llamativamente, de los diez leprosos sólo uno regresa a los pies del Maestro, desbordante de gratitud. Es un samaritano, un impuro ejemplar pues los samaritanos son considerados, en el mejor de los casos, abyectos traidores, toda vez que originariamente pertenecientes a Israel, durante las sucesivas invasiones enemigas formaron familia y tuvieron descendencia con extranjeros, lesionando de modo irreparable la sangre pura de los hijos de Israel, y no reconocían tampoco la primacía del Templo de Jerusalem como centro absoluto de la fé judía.
Este hombre -considerado varios escalones por debajo de la condición humana básica- es el único que se ha dado cuenta que en Cristo está la Salvación, y que esa Salvación implica salud, dignidad, fraternal aceptación, cuidado, inclusión sin condiciones, esperanza. Por ello agradece rostro en tierra, desalojando toda resignación.

Los otros nueve han ido, según la costumbre, a presentarse al sacerdote. Quizás se creen con derecho, por pertenencia, a obtener esa bendición. Pero sin dudas, se aferran a esas ideas de que a través de los ritos y las prácticas religiosas prescritas se obtiene el favor divino.
El samaritano regresa agradecido, pues sabe que sólo en Alguien, en una persona, en Cristo se encuentra con Dios y por ello con la plenitud, la felicidad.

Esta parábola quizás debiera recordarse como la del samaritano agradecido, y es un llamado de atención para revisar nuestras gratitudes ausentes.

Paz y Bien


Siervos inútiles y felices


San Martín de Tours, obispo - Patrono de la Ciudad de Buenos Aires

Para el día de hoy (11/11/14) 

Evangelio según Lucas 17, 7-10



Ciertos matices en el lenguaje de Jesús de Nazareth pueden resultarnos contradictorios y confusos por los giros propios de la época de su ministerio. Pero invariablemente se trata de utilizar situaciones que todos sus oyentes conocen para hacerse entender, para cale hondo su enseñanza.

Ello puede advertirse en la lectura que nos ofrece la liturgia en el día de hoy. El Maestro les habla a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos, aunque en la coyuntura de cada parábola pueda enfocarse en ciertas personas en particular; aquí lo que cuenta es el trasfondo, y ese trasfondo es una religiosidad en la que impera el concepto retributivo, es decir, que mediante el cumplimiento preceptual y la acumulación de acciones piadosas que, a la postre, permitirían requerir recompensas acordes a esos méritos que se poseen. Es decir, que a través de esa pseudo virtudes se adquiere la bendición divina, y en realidad esconde la inefable soberbia de creerse en condiciones de exigirle determinados pagos a Dios.

En una relación filial no hay deudores, sino una familia que por sobre todo se ama sin condiciones.

EL Dios de Jesús de Nazareth es Padre y es Madre y es tan cercano que se hace vecino, amigo, hermano. Esa cercanía revela su esencia primordial, el amor, y de allí la gratuidad de su bondad, eso que llamamos Gracia.
El amor de Dios no se adquiere, el amor de Dios se acepta o rechaza del mismo modo que se ofrece, incondicionalmente. Hay vínculos mucho más profundos que el de las normas, y se fundamentan en una asombrosa confianza, una confianza que ese Dios deposita en nosotros para hacer sus cosas.

Con esa confianza y ese amor, nos descubrimos siervos inútiles, es decir, servidores sin méritos que reivindicar, servidores que hemos hecho lo que nos correspondía, o mejor aún, lo que se espera de nosotros.
Servidores felices de hacer lo que se debe, sin estridencias y con el empuje milagroso de la humildad, irnos al silencio frondoso del abrazo de Dios por haber cuidado de que esta pequeña parcela de tierra andante que somos haya sido frutal.

Paz y Bien

Piedra de tropiezo




San León Magno, papa y doctor de la Iglesia

Para el día de hoy (10/11/14) 

Evangelio según Lucas 17, 1-6



El Maestro solía valerse de alegorías y parábolas para enseñar las cosas del Reino, la Buena Noticia del amor de Dios, en un lenguaje común a todos sus oyentes, con imágenes tomadas de lo que vivían a diario, y por su manera novedosa de enseñar las gentes se asombraban y admiraban, pues Él hablaba con autoridad, haciéndoles crecer cosas nuevas corazón adentro, y no tanto acumulando información sin límites.
Pero a la hora de hablar con franqueza no vacilaba ni un instante en utilizar los términos más duros y contundentes, tan severo como una espada afilada. Hay cuestiones que no deben esconderse tras figuras literarias ni edulcorarlas para alivio de oyentes que se han acomodado a cierto tipo de costumbres en su devenir cotidiano.

Él habla de quienes se vuelven motivo de escándalo, y ello no tiene tanto que ver con ese concepto común de cuestiones ocultas e inconfesables, tan usuales en los medios de comunicación. Él se refiere a las implicaciones del sentido literal del término skandalon, que signfica piedra de tropiezo, empujón que hace caer en la incredulidad a los pequeños.
Y pequeños son los pobres, son los que apenas asoman a la vida de fé, los marginados, los que no acceden a la cultura y muy especialmente los niños. Hemos sido testigos demolidos e infernalmente acostumbrados de tantas existencias de niños avasallados por aquellos que debían cuidarles y protegerles, y con tanta frecuencia malsana hemos visto también afanes por esconder bajo la alfombra estas crueldades, o peor aún, de racionalizar lo que no puede tolerarse. 
Porque desde Cristo no hay ambages: siempre hemos de estar del lado de las víctimas, jamás del lado de los victimarios.

Como un segundo movimiento sinfónico, nuestra misión -que es la misma misión de Jesús de Nazareth- nos encomienda una tarea de salud, de vendar corazones heridos, restablecer los vínculos quebrantados desde el perdón. No es tarea fácil y nada tiene de declamación, es bien concreta y definida. El perdón sana, el perdón libera, el perdón es un milagro.

Estos dos puntales sólo pueden sustentarse desde la fé, una fé que es ante todo don y misterio, es fé que moviliza los montes y transplanta los árboles más aferrados, la fé humilde del grano de mostaza que se vuelve frondosa, de sombra bienhechora para todo el que se acerca.

Paz y Bien

Casa de Dios




Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

Para el día de hoy (09/11/14) 

Evangelio según San Juan 2, 13-22



El Templo de Jerusalem era el centro de todo el universo judío. Tradicionalmente, refería a la tienda sagrada del desierto donde el Dios de sus padres habitaba, sitio sagrado.
En los tiempos del rey Salomón se construye el primer templo, que según cuenta tanto la Escritura como referencias históricas era de una magnificencia deslumbrante. Era un polo magnético ineludible para todo Israel, que confería identidad y sentido: allí estaba su Dios, allí se le rendía el culto verdadero, allí se custodiaba el arca de la Alianza.
Resulta difícil para todos nosotros, en nuestra mentalidad de siglo XXI, describir y comprender su decisiva relevancia; sin embargo, no es arriesgado inferir, como un primer esbozo, que Israel era el Pueblo de Dios no sólo porque Dios los había elegido desde la esclavitud de Egipto, sino también porque estaba allí, en el recinto sagrado.

Ese lugar tan caro a la fé y a los sentimientos del pueblo judío fué destruido por tropas invasoras cinco siglos antes del ministerio de Jesús de Nazareth. Luego fué reconstruido por el rey Zorobabel, re-consagrado por los Macabeos y finalmente, Herodes el Grande -casi en la época del nacimiento del Maestro- lo renovó y amplió con un esplendor descollante.

Las sucesivas guerras e invasiones provocaron que una importante número de hijos de Israel vivieran en la llamada Diáspora, es decir, en el extranjero. Pero para todos ellos, la mirada y el corazón siempre estaba orientado hacia ese Templo que era el centro de su universo, y al que acudían en piadosa peregrinación al menos una vez al año.
En el Templo, las prescripciones religiosas obligaban a los creyentes a realizar un holocausto, es decir, sacrificar en honor a su Dios alguno de los animales permitidos -por parte de los sacerdotes- y pagar los tributos o impuestos requeridos y obligatorios para el sostenimiento del culto y el sustento de la clase sacerdotal. Al llegarse a Jerusalem miles de peregrinos de infinidad de sitios, y al encontrarse la Tierra Santa ocupada por los romanos, estos tributos sólo podían pagarse con ciertas monedas permitidas, y por ello era necesaria la presencia de cambistas que realizaran las operaciones financieras para que los peregrinos obtuvieran las monedas autorizadas, y a su vez adquirieran los animales kosher para los sacrificios. Se presupone que las mesas de los cambistas y los corrales de los animales se ubicaban en las enormes explanadas del Patio de los Gentiles, y también un negociado descomunal por la contínua afluencia de fieles, y las prescripciones que obligaban a todos ellos a comprar animales y a cambiar monedas.

La actitud del maestro sorprende a propios y ajenos, y a menudo nos vuelve a emocionar, y lo añoramos así. Solemos abusar de una caricatura de un Cristo light, de bondades pacíficas, dulzuras y paz sin cambios, y este Maestro que se yergue fuerte y decidido, restaurador en justicia y derecho, consumido de celo por las cosas de su Padre es una imagen entrañable por la que solemos suplicar, para que vuelque todas las mesas de los cambistas actuales, para que expulse sin hesitar a tantos comerciantes inescrupulosos de nuestros atrios, comerciantes que a veces se revisten de pastores.
A pesar de razones y de corazones, ello implicaría quedarnos en la superficie, sin ahondar en la Buena Noticia que nos anuncia, aún con el fuerte impacto de las manadas de animales en estampida.

Lo que en verdad cuenta, la mesa cambista que hay que volcar es aquella que interfiere de cualquier modo con la Gracia de Dios. Su nombre mismo lo revela con meridiana claridad, es la asombrosa gratuidad de un Dios que se ofrece sin condiciones, que no se compra con dinero ni con ofrendas piadosas, sino acercándose a ese Cristo que es nuestra vida y nuestra Salvación, en un encuentro personal que es cordial y es sanguíneo, la existencia misma brindada hasta todos los extremos.

La Pascua de Jesús de Nazareth es ruptura con la muerte y con todo aquello que es muro que separa a la humanidad y a Dios. 
Porque la Encarnación decide que Dios ya no habitará exclusivamente en los templos de piedra, por impresionantes y majestuosos que fueren. 
La casa de Dios es el corazón fiel de cada mujer y cada hombre -templo vivo y latiente del Dios de la Vida- que se han despojado de todo lo vano y estéril para que sólo lo habite la eternidad de Aquél que se desvive por sus hijas e hijos.

Paz y Bien


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