Codicia, horizonte sin prójimo






18° Domingo durante el año

Para el día de hoy (31/07/16):  

Evangelio según San Lucas 12, 13-21



Por entre la nutrida multitud un hombre requiere que el Maestro intervenga en una disputa familiar por una herencia: los rabbíes no sólo interpretaban la Torah, sino que eran socialmente la autoridad moral y hasta jurídica que mediaban y arbitraban en las disputas. Quizás por su fama de rabbí galileo es que se lo busca, pero en el talante de ese hombre -lo podemos inferir de su tono- no hay una búsqueda de enseñanza, sino la exigencia de un pronunciamiento por parte de Jesús de Nazareth que lo favorezca en su interés personal.
No le interesa la Palabra, sino apenas una palabra acorde a su conveniencia.

Pero el Maestro no quiere embarcarse en esas cuestiones. No es árbitro de intereses menores, y el planteo no conduce a nada. Prefiere ir a la raíz misma de la disputa, la codicia que separa hermanos, destruye vínculos, arrasa corazones a puro egoísmo, y así brinda -a su audiencia de aquel entonces y a todos nosotros- la llamada parábola del rico insensato.

Hay un distingo que sobrevuela todo el carácter de ese terrateniente, y es que monologa, habla para sí mismo. Es un hombre rico que incrementa su fortuna por una cosecha abundante: frente a ello imagina un futuro próximo a puro disfrute y pereza, una vida de placer sin asomo de trabajo. 
Planea derribar los viejos graneros y edificar unos más grandes para acumular el centro de su fortuna, esa cosecha inverosímil que es fruto del esfuerzo de muchos campesinos, más no del propio.

Debemos despojarnos de cualquier filtro ideológico. El monólogo de ese hombre dice primero yo, luego yo, siempre yo. No hay otro ni hay Dios, sólo él mismo, y en esa acumulación olvida que el granero primordial ha de ser el plato vacío de los necesitados, de los hambrientos Esos son los graneros que es menester colmar siempre. 

Es un insensato porque los bienes -el dinero- no compran la vida, porque nada nos llevaremos y porque en el altar de la codicia acontecen sacrificios humanos, por fiero que suene, pues en ese ara cruel se sacrifica la existencia del hermano.

Dios nos libre de todos los argumentos que justifican la pobreza impuesta. Dios nos ampare de los opulentos razonadores de miseria del pueblo.

La codicia es un horizonte estrecho en donde no hay Dios ni prójimo y que conduce a la violencia y a las peores catástrofes, pues no es posible la fraternidad, se reniega del Reino y se cercena todo asomo de justicia.

Paz y Bien


El temor del tirano








San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia

Para el día de hoy (30/07/16):  

Evangelio según San Mateo 14, 1-12



Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y vasallo de los romanos, andaba muy preocupado. Se había enterado de todo lo que suscitaban las enseñanzas y las acciones y gestos de Jesús de Nazareth, e infiere que se trata de Juan el Bautista resucitado de entre los muertos, y que por ese motivo posee poderes milagrosos.

De esa manera, Herodes ubica a Cristo en el mismo plano sagrado que el Bautista, intuye en Él una fuerza sobrenatural que lo aterroriza, pues cree que Dios lo ha traído de nuevo para que cobre venganza por su crimen, la perenne pesadilla del culpable. Sin embargo, aún en el ejercicio omnímodo e infame del poder, el tetrarca se encuentra mucho más cerca de la realidad de Cristo que los propios paisanos suyos nazarenos, que sólo veían al hijo de María, al hijo del carpintero, sólo una persona.

Herodes respetaba al Bautista, y hay indicios de que a menudo lo escuchaba con cierto agrado; pero eso no influyó cuando el Bautista comenzó a señalar en pleno rostro del tetrarca la ilicitud de su vínculo con Herodías, mujer de su hermano Filipos. Ni siquiera lo molestaba demasiado los constantes llamados de Juan al pueblo a la conversión, a una vida virtuosa sin ninguna concesión a la corrupción, pero cuando la voz del profeta lo señala sin ambages, lo silencia encerrándolo en la mazmorra de su palacio, como si decir la verdad -por molesta que ella fuera- significara la comisión de un delito grave.
Herodes no podía ir más allá aunque quisiera matarlo, pues temía la reacción del pueblo.

Los tiranos son siempre iguales. No caminan por senderos de justicia, y se paralizan de temor cuando el pueblo se le pone en contra, medidas bastardas en las que no hay búsqueda de bien para el pueblo, sólo perpetuarse en el poder.

La decisión de ejecutar a Juan surge de un compromiso imprudente, y del temor al que dirán sus pares, su mujer y la hija de ésta. La escena trasunta una mesa eminentemente corrupta y mortal, totalmente opuesta a las mesas de Cristo en donde se comparte la vida.

Con todo y a pesar de todo, los discípulos del Bautista sepultan el cuerpo del profeta inocente y fiel, y se dirigen hacia donde está Cristo para darle la noticia. No es solamente la trasmisión de un hecho luctuoso, sino una profunda señal que el Maestro comprenderá en toda su dimensión. La misión del Bautista ha finalizado, y ahora comenzará su ministerio, en el mismo Espíritu que los anima a ambos, y de ese modo la misión comenzada por Juan será llevada a su plenitud definitiva por Jesús de Nazareth.

Cuando el Reino acontece, no hay tiranos ni poderosos que puedan oponerse ni acallar la voz de los profetas.

Paz y Bien


Marta de Betania, amiga de Cristo








Santa Marta

Para el día de hoy (29/07/16):  

Evangelio según San Juan 11, 19-27




El ambiente con el cual se dá comienzo a la lectura del día es fúnebre, luctuoso. Es casa de discípulos del Señor, de Marta y María y el fallecido Lázaro; ellos tres profesaban un gran afecto hacia el Maestro, un afecto recíproco que nos representa a la Iglesia como familia, como ámbito de cordial amistad en donde Jesús de Nazareth se siente a gusto, en casa propia. 
Pero ese día prevalecía el dolor, la oscuridad de la pérdida, el horizonte cerrado por la tristeza.

La mención que hace el Evangelista a que muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María remite, puntualmente, a la presencia de integrantes de la fé de Israel que están en veredas opuestas a las enseñanzas de Cristo, habitualmente sus enemigos -escribas, fariseos, saduceos-. Hay un distingo significativo: en los gestos de consuelo que brindan a las hermanas de Lázaro no se manifiesta la misma violencia que esgrimen en gestos, palabras y corazón contra el Maestro.
Como sea, su presencia augura también que allí están con ellos sus viejas ideas, esquemas que en nada se corresponden con la enseñanza acerca de la Resurrección que brindaba Jesús, antiguos criterios que se resignaban ante la muerte -quizás en mayor medida los saduceos-, y frente a una muerte que parece tener la última palabra, no hay lugar para ninguna esperanza, sólo parálisis que se extiende.

Conocemos a las hermanas. María era la que se quedaba con la mejor parte, aferrándose a la Palabra a los pies del Maestro, en la escucha atenta, en la contemplación de lo que no perece. Marta, volcada por entero al servicio de los demás, solía perderse en los afanes de hacer bien las cosas, de brindarse sin medida. En las urgencias, tal vez, se mareaba. 
Pero en esta ocasión es María quien se queda sentada en la casa, y Marta quien sale al encuentro del Cristo que llega, un Cristo que no ingresará a ese hogar tan caro a sus afectos pues allí se ha instalado la muerte, usurpadora de cualquier asomo de vida, de futuro, de verdad.
Marta, impulsiva y proactiva, sale al encuentro del Maestro porque Él es quien en verdad puede compartir su dolor y llorar con ella, y no guardar ciertas formalidades usuales frente al luto, un lo siento, un mi pésame que lastiman más.

Ella sale con la energía de siempre, quizás portando resabios de las viejas ideas, pero con una constante que tampoco se pierde: el Maestro los ama profundamente a los tres hermanos, el Maestro es su amigo, y ella confía, ella lo ama, ella se aferra a Él para no perecer en esos mares de dolor que están agobiándola. Él es su amigo, y en ese tenor afectuoso y entrañable se dirige a Él.
No hay reproche, sino una afirmación confiada y ciertas ganas que tenemos de dibujar hubieras cuando se vá un ser querido hacia las pampas de Dios.

Ella, a causa de esos viejos conceptos, supone que la resurrección será un hecho postrero, post mortem. Pero aún cuando persistan esos criterios erróneos, todo lo define su cercanía cordial con el Señor. La amistad es magnífica expresión de amor y confianza, y por sobre todo -aún por sobre su razón- ella confía en Cristo, y ese es el distingo de la fé cristiana. No implica tanto la pertenencia o adhesión a una idea como la cercanía y la confianza con el Cristo, nuestro Dios, nuestro hermano, nuestro amigo.

En Él acontece la Resurrección aquí y ahora, salvación que es misterio y don de amor de Aquél que nos amó primero. 

Por esa confianza y es cercanía cordial, Marta reconoce a su amigo como Mesías, el Hijo de Dios, y es su amigo y su Dios el que le dice que su hermano vivirá, que todo es posible si seguimos confiando, con todo y a pesar de todo.

Paz y Bien

El tiempo de la paciencia








Para el día de hoy (28/07/16):  

Evangelio según San Mateo 13, 47-53



La parábola que hoy nos presenta la lectura del día hace referencia al mar y a la pesca; Jesús le está enseñando a una multitud compuesta, en gran parte, por hombres que tenían por oficio la pesca en el mar de Galilea. Esos hombres bebían con grata avidez sus palabras, pues a la vez de asomarse al misterio infinito de Dios, descubrían también -o intuían- que lo eterno, las cosas de Dios se encontraban en sus vidas cotidianas, a veces tan grises, a veces tan duras.

Por otra parte y en el plano simbólico, el mar representaba lo caótico y peligroso, y en ese aspecto el mar, así expresado, se asemeja en gran medida a un mundo que suele ser opuesto a Dios, al Reino, un mundo en el que estamos inmersos pero del que debemos ser libres.

Como don absoluto, como una bendición inmensa de la que aún no hemos comprendido su trascendencia, la red es el Reino que nos rescata del mar, de ese mar terrible en el que todo se pierde y disuelve y en el que estos pequeños peces que somos -todos nosotros, sin excepciones- para conducirnos a la plenitud de la existencia, a Dios mismo.

La Iglesia es también, a su modo, una red elaborada a pura misericordia y tejida pacientemente por esos amigos del Maestro, pescadores de oficio y pescadores de hombres por vocación, redes de misericordia y compasión para que el Reino acontezca aquí y ahora, un Reino por el que suplicamos al Dios del universo junto a Cristo llamándolo por su nombre, Abba.

Quizás el trasfondo principal, lo que bulle tras la superficie de las letras sea la inmensa paciencia de Dios, que en esa red recoge peces de toda clase, de múltiples características.
No es nuestro tiempo ni nuestra atribución discriminar entre buenos y malos para desechar a los peces sin utilidad, a los peces nocivos. Esa, precisamente, es cuestión escatológica, del tiempo final, propia de Dios.

Sin embargo, ello no implica plantarse en la cómoda postura del espectador cómodo sin compromiso que vé la vida pasar desde una platea distante. Los pies en el barro, el corazón en el cielo, oídos en el pueblo y en el Evangelio.
El Reino por el que suplicamos es Reino de justicia, de amor y de paz, y eso no admite medias tintas ni edulcorantes, sólo compromiso cordial, existencias frutales y voces claras que digan las cosas como son, renunciando a los sofismas y a cierto tipo de torpe corrección política para no ofender a los poderosos. Iglesia y profecía, Iglesia que tiene una vocación profética irrenunciable.

Y otra certeza nos colma; que ante Dios, ante el Dios de Jesús y María de Nazareth, el Dios de la Iglesia, de nuestros padres, de nuestros hijos y nuestros amigos, ante ese Dios el mal no prevalece.

Paz y Bien

El tesoro del Reino, la alegría del Evangelio











Para el día de hoy (27/07/16):  

Evangelio según San Mateo 13, 44-46





Los dos ejemplos de la parábola no pueden ser más distintos: el hombre que atraviesa el campo -no sabemos si es un labriego o sólo un caminante, aunque podamos imaginarlo- tiene un encuentro casi azaroso, fortuito con ese tesoro asombroso que lo lleva a vender todo para comprar ese campo, para que no pierda su tesoro. En cambio, el mercader de perlas es un hombre de ojo avezado, un buscador profesional que también, frente a ese hallazgo único y mayor, vende todo para adquirir esa perla incomparable, y entre ambos sucede la totalidad de la existencia. El Reino acontece en el día a día, en una cotidianeidad que se fecunda por el Espíritu del Resucitado.

Más aún, aunque no se menciona, podremos también dibujar en el corazón las reacciones de los demás. Tal vez los vecinos del hombre lo supongan un loco, un trastornado que está fuera de sí y que liquida sus bienes vaya a saberse porqué. O los colegas del mercader supongan una decisión comercial desastrosa, acaso una deuda impagable. Sin embargo, en ambos casos hay una tenaz y persistente alegría.

El tesoro escondido del Reino, la alegría del Evangelio es aquella que refleja la luminosidad de los que han descubierto la plenitud de sus existencias y que por ello mismo -en la libertad propia y única de los hijos de Dios- permanecen fieles y son capaces de ser sal de la tierra y luz en las tinieblas., la vida que se ofrenda pues se ha acrecentado hasta el infinito, porque el tiempo es santa urdimbre de Dios y el hombre, porque saben y conocen el verdadero valor de las cosas al conocer la más valiosa.

En la humilde alegría del Evangelio, el amor se expande y no hay fuerza ni poder en el universo que pueda detener un corazón así.

Alabado sea Dios por la fidelidad y el testimonio inmenso de Pére Jacques Hamel, sacerdote y mártir. Bendita sea su memoria.

Paz y Bien



La cosecha final







Para el día de hoy (26/07/16):  

Evangelio según San Mateo 13, 36-63




La lectura del Evangelio que hoy nos convoca involucra la explicación de la parábola de la cizaña por parte del Maestro a los discípulos, parábola que meditábamos días pasados. Se trata de la aplicación universal de esa enseñanza, y el modo de vivirla en los tiempos que le toquen vivir a los discípulos de todos los tiempos, de toda la historia: si tomamos las dos lecturas en una sola línea, la primer parte es netamente cristológica mientras que la que hoy nos ocupa es eclesiológica por el compromiso de la comunidad cristiana y, a su vez, escatológica pues remite a los tiempos finales.

El tiempo final está decidido y resuelto por el Hijo del hombre, Su envío de los ángeles cosechadores es signo de su autoridad plena, de su soberanía divina. El tiempo final, antes que un tiempo de venganza y temores, es el tiempo santo del encuentro definitivo del Cristo con la humanidad y por eso es motivo de nuestra esperanza.
Porque la buena semilla dá frutos asombrosos, una cosecha portentosa desde la humildad silenciosa de la tierra fértil, y el Enemigo intentará frustrar ese destino de pan suscitando cizaña, yuyo venenoso que es extremadamente parecido en sus comienzos al trigo santo. Muy parecido, pero nunca lo mismo. 
Cizaña escandalosa, piedra de tropiezo de la fé de los pequeños.
Cizaña de maldad, en donde se cercena toda posibilidad de justicia, flor del Reino.

Aún así, paciencia y misericordia de Dios van de la mano. Siempre hay tiempo de revertir lo tóxico de la cizaña, y que revierta en pan de los hermanos.
Pero mejor aún, el Enemigo siembra cizaña precisamente por la presencia del trigo, de los buenos brotes, del mejor fruto.

A pesar de que duela, a pesar de todas las molestias y los horrores, la presencia de la cizaña es un indicador de que el trigo viene creciendo joven y sano, y no es nuestra la cosecha ni la poda intermedia.
Nuestra es la esperanza, nuestra es la alegría de sabernos acompañados y esperados hacia el final con gozo de reencuentro y fiesta de frutos.

Paz y Bien




Peregrinos con Santiago





Santiago apóstol, Patrono de España

Para el día de hoy (25/07/16):  

Evangelio según San Mateo 20, 20-28




La existencia, y muy especialmente la vida cristiana, es un peregrinar con otros, un ir hacia, un salir de uno mismo para ir al encuentro del otro y de Otro.
Quizás nuestro primer antecedente lo encontremos en los magos de Oriente, incansables buscadores de verdad y trascendencia que no se amilanaron por las distancias físicas ni por los abismos cordiales. Ponerse en marcha sabiendo que el que busca, encuentra.

Los apóstoles, en nuestro andar por los caminos de la fé, también han debido realizar un éxodo de liberación, desde la vana imagen de un Dios inaccesible, violentamente vengador y de un Mesías glorioso revestido de poder militar a la tierra prometida de la Gracia, el Dios Abbá de Jesus el Señor, servidor y esclavo de sus hermanos.

Santiago -Jacobo- y su hermano Juan eran dos hombres de carácter bravo y de una religiosidad teñida de brusco fundamentalismo. que no toleraba disidencias, a tal punto de ser conocidos como Boanerges o hijos del trueno, y no tanto como hijos de Zebedeo, su padre. En esos fuegos de sus personalidades se aferraban al viejo esquema del poder que se impone desde el dominio, un Mesías monárquico al que le reclaman, en esa tesitura, la porción de poder que les corresponde.
Tal vez a riesgo de volvernos simplistas, es dable pensar que su exigencia cuadraba con el ídolo que se habían fabricado a su conveniencia, sin entender que el camino de Cristo es camino de amor y servicio y, por ello mismo, camino de liberación.

Con Santiago también somos peregrinos, esforzados exiliados de esas idolatrías que a veces no son tan pequeñas, y que a veces se llaman ego, poder, mercado, ideología, dinero, y que rechazan de plano la presencia de Aquél que le dá sentido a todas las cosas, el Espíritu del Resucitado que vivifica, re-crea y sustenta andares y horizontes.

Peregrinos con Santiago hacia los gratos pagos de la Buena Noticia, querencias de amor, romerías de la familia de las  hijas y los hijos de Dios que se descubren felices por la misma pertenencia cordial y por un destino común que se edifica andando, aún cuando a menudo implique ofrecer la vida para que otros vivan, peregrinos de la Salvación.

Dios bendiga y guarde a España.

Paz y Bien


Dios no se duerme






Domingo 17° durante el año

Para el día de hoy (24/07/16):  

Evangelio según San Lucas 11, 1-13



Sin ánimos de plantarse en nefastas veredas de miedos patológicos, no es demasiado aventurado afirmar de que las ciudades -las sociedades- se encuentran frente a la disyuntiva de la supervivencia o la destrucción.
El relato de la súplica de Abraham para salvar del abismo a Sodoma y Gomorra expresa a la justicia como sustento de todo destino, es decir, la supervivencia se decide por la justicia que pueda haber en el mundo.
A su vez, esa justicia depende del diálogo con Dios. Hablarle a Dios y dejar que Dios nos hable, escucharle con atención, suplicar con confianza y sin desmayos, con la franca tenacidad de Abraham que confía en su Dios por sobre todo y a pesar de todo.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, cada grupo y secta religiosa tenía una plegaria propia, característica y única que los distinguía de los demás. A menudo, esa oración sólo podía ser pronunciada por aquellos que hubieran sido iniciados en los misterios propios de su grupo, en talante mistérico y restricto, secreto, arcano. Quizás por ello los discípulos le piden al Señor que les enseñe a orar, para diferenciarse ellos también de los demás, incluso como los discípulos del Bautista.

Pero hay otra cuestión evidente a nuestra reflexión, y es que la lectura del Evangelio para este día comienza con el Maestro orando al Padre en soledad, en inmediatamente seguido el pedido de aprender a orar. El discípulo que realiza el pedido permanece anónimo, y es la señal del Evangelista para colocar allí nuestro nombre. Por ello la petición tenga que ver no sólo con un rasgo fundamental de identidad, sino también de orar como Él.

Asombrosa escena de un Dios que reza.

Por Jesús de Nazareth sabemos que Dios no es un violento y rápido verdugo que castiga con prontitud faltas y desvíos, sino que es un Padre que nos ama sin medida ni descanso, un Dios que no se duerme aún cuando nuestros ruegos sean intempestivos y, a menudo, errados. Escucha y protege como sólo un Padre puede escuchar y proteger a sus hijos, y que nos dá el don primordial de la existencia, el Espíritu Santo.

En él se sustenta nuestra esperanza y se hace posible una justicia que haga prevalecer la vida desde el perdón, la compasión, la mesa común, la voluntad amorosa de un Dios que nos habla y nos escucha.


Paz y Bien


La cuestión de la cizaña







Para el día de hoy (23/07/16):  

Evangelio según San Mateo 13, 24-30







Quizás en la lectura de hoy volvamos a encontrar la trascendencia de las parábolas: Jesús les enseñaba a las gentes las cosas de Dios a partir de lo cotidiano, de cosas que vivían a diario esas personas que, en gran medida, eran peones de campo y agricultores. Pero hay más, y se trata de que mediante esas comparaciones sencillas, el pueblo intuía que el Reino se entrelazaba con la realidad cotidiana.

En aquellos tiempos el cultivo del trigo tenía un carácter de primera necesidad, pues a partir de la harina se amasaba el pan que para Israel y para los pueblos de Oriente Medio era el alimento primordial por excelencia. Era raro que los pobres comieran carne excepto algunos pequeños peces, y por eso la falta de pan implicaba el hambre y ponía en riesgo la supervivencia.

Esos campesinos conocían lo que solía pasar en los sembrados: junto a los tallos del trigo crecía también la llamada cizaña, término que remite a una serie de plantas similares conocidas como falso trigo -lolium temulentum-. Las dos plantas, en los estadios iniciales del crecimiento son muy parecidas y por ello muy difíciles de diferenciar. Pero la cosa cambia cuando fructifican, las espigas de trigo tienen granos dorados y ovalados mientras que la cizaña brinda frutos redondos de color violáceo. La primera producirá la harina elemental, mientras que la segunda es venenosa, altamente tóxica, incomible.
El otro gran aspecto es el de las raíces: la cizaña poseía raíces fuertes y frondosas que en la etapa del crecimiento se entrelazan con las raíces del trigo. Una vez crecidas y germinales, los campesinos -al advertir al fin la diferencia- no pueden simplemente arrancar la cizaña pues al hacerlo dañarían al buen trigo.
No se puede erradicar lo malo sin lastimar profundamente lo bueno.

El Maestro dá un paso más, y es revelar que ese surgimiento no es fortuito sino deliberado, neta acción del enemigo para que no haya buen trigo, para impedir el pan, para que se disemine el veneno y la muerte.

Nosotros, como labriegos al cuidado del campo que se nos ha confiado, no nos podemos arrogar la función propia del Dueño, que al tiempo final de la cosecha separará el trigo de la cizaña, porque no nos corresponde y porque a su vez, el dañor que provocaremos será aún mayor que el bien que se pretende.

La convocatoria a la paciencia es asombrosa, y a la vez nos abre los ojos a la quebradiza realidad humana. No se trata de internarse en el fango de un maniqueísmo que justifique los quebrantos y miserias. Trigo y cizaña son muy parecidos, pero no son lo mismo, de ninguna manera.
Lo que importa es el fruto, el destino de pan que será la evidencia de la bondad de la semilla que nos ha crecido en este pequeño terreno fértil que es nuestro corazón.
Paciencia y esperanza.



Paz y Bien

Con amor de Magdalena









Santa María Magdalena

Para el día de hoy (22/07/16):  

Evangelio según San Juan 20, 1-2. 11-18





El Evangelista se preocupa en señalarnos que los acontecimientos que nos relatará acontecen el primer día de la semana: no se trata tanto de un orden cronológico como de significar el nuevo día de la nueva creación que está surgiendo, silenciosa pero definitiva.

Nos situamos en los albores de la madrugada aún cuando persista la noche y la oscuridad, y es un llamado a no desmayar. En las noches más oscuras siempre hay esbozos de amaneceres. Nada es definitivo, sólo la vida, sólo el amor de Dios.

Así, María de Magdala se encamina a la tumba reciente de su Maestro muerto con perfumes que son como caricias postreras, honras fúnebres nutridas de afecto. Ella esboza un tiempo maravilloso aún cuando no se dé cuenta, y esos perfumes que porta quizás sean un reflejo de las cosas valiosas de su alma.
Pero ella ha salido cuando todos se esconden por el miedo y el estupor de la muerte que demuele, recarga con la culpa del sobreviviente y reviste de tristeza que paraliza. Los amigos del Maestro están paralizados y abatidos, pero ella vá, aún cuando la pueblen las lágrimas, aún cuando vaya en busca de un muerto.

Con todo y a pesar de todo -había permanecido firme junto a la Madre del Señor, al pié de la cruz- sigue amando. Aunque vaya en busca de despojos, no hay un luto perenne y resignado sino un afecto entrañable que nos quita las palabras por su llanto profundo.

La tumba está en un jardín, tal vez como señal silente del jardín primordial en donde la vida prevalecía en la comunión con Dios. 
Ella, como mujer, tiene su capacidad de intuir a pleno, sin menoscabo. Por eso, la piedra removida y la tumba vacía se le hace otra ofensa más para con el Cristo que la ha reconocido como mujer y como hermana, que la ha purificado de todos los demonios que la alienan. Ofensa de cuerpo robado, de ultraje postrero, y en esos menesteres seguramente se volvió a sentir hermanada a Jesús de Nazareth, pues ella es considerada apenas algo más que una cosa sin derechos, un ser irrelevante, alguien que es mejor evitar.
Tristemente, ello se prolongó con el correr del tiempo, y duele más cuando se torna versión de algunas corrientes teológicas, la Magdalena como una prostituta recuperada pero siempre con el sayo pasado a la vista. O como otros estructuran sus negocios mediáticos, a partir de un romance con ese Cristo que amaba en serio, y nó con banalidades sin fundamento que se fundamentan en abyecta basura pseudocientífica.

María Magdalena ama del mismo modo en que Jesús la amaba. Ése es su testimonio, ésa es su esperanza, seguir firme en el amor aún cuando todo permanezca saturado de sombras, aún cuando la muerte parezca haberse tragado todo, aún cuando nadie le preste atención.

Los que aman como Magdalena son los verdaderos testigos del Resucitado, ovejas felices que reconocen la voz de Aquél que está vivo cuando Él las llama por su nombre, y que con esa esperanza sin resignaciones, son mensajeros de la mejor de las noticias a todos los hermanos del Señor que languidecen en todas las Galileas, en todas las periferias de la existencia:-El Señor vive!-

Santa María Magdalena, ruega por nosotros.

Paz y Bien


Asomarse al infinito









Para el día de hoy (21/07/16):  

Evangelio según San Mateo 13, 10-17




La gente más sencilla se asombraba del modo en que Jesús de Nazareth les hablaba y enseñaba las cosas de Dios, a partir de ejemplos y situaciones tomadas de la vida cotidiana. Nadie había hablado antes como Él.

Pero los discípulos, sus amigos, preguntaban porqué hablaba de un modo tan claro a ellos y por medio de parábolas a los demás. No lo comprenderían en plenitud hasta Pentecostés, pero ellos bebían cotidianamente, del Maestro, de las mismas fuentes del misterio insondable de Dios.

Por ello mismo la necesidad de las parábolas, que son mucho más que una metodología específica de enseñanza o una forma literaria útil. Las parábolas son gratas ventanas para que las gentes se asomen al infinito, al misterio divino.
Además, la misma rítmica de las parábolas implica una enseñanza progresiva en la que subyace una cuestión fundamental: el tiempo propicio, el crecimiento de la semilla, la germinación, los tiempos propios de cada persona y de cada comunidad. Todo ha de tener su tiempo para brindar frutos buenos, y en ese ámbito la fé también tiene un carácter frutal, corazones que poco a poco se enderezan al sol de la Gracia, para que la existencia se transforme en alabanza y oblación perpetua de amor y señal indudable de misericordia.

Aún así, es claro que hay muchos que añoran la oscuridad, las sombras de los prejuicios y un rencor a menudo maquillado de buenas formas, especialmente cuando el Evangelio nos pone frente a disyuntivas cruciales, la radicalidad de vivir según la justicia de Dios o los cálculos mundanos. Hay evidencias que a veces se intentan demoler porque comprometen, oídos obturados y miradas tabicadas por la soberbia y la falta de compasión que nos duelen mucho más cuando las percibimos en la propia familia eclesial.

La fé es don y misterio que ha de cultivarse a diario, a cada instante, y la fé que se hace vida es un milagro santo y un mandato ineludible del Cristo que nunca nos abandona, y que nos sigue abriendo esas ventanas de eternidad todos los días, en la mesa del Pan y la Palabra.

Paz y Bien

Nada se pierde







Para el día de hoy (20/07/16):  

Evangelio según San Mateo 13, 1-9





Cuando contemplamos las lecturas del día, es útil a la reflexión situar el contexto en el cual el Maestro enseñaba, nos impulsa a profundidades que podemos pasar por alto en la superficie de la pura letra. No obstante ello, es importante recordar que los Evangelios tienen una doble vertiente, la enseñanza de Jesús de Nazareth a los hombres y las mujeres de su tiempo y la enseñanza para todas las mujeres y los hombres de todos los tiempos.

Así, no es difícil imaginar que gran parte de los oyentes de Cristo era versados en las cosas de la tierra, la siembra y las cosechas; muchos de ellos eran agricultores y campesinos que escuchaban con agrado la enseñanza del Maestro, pues Él hablaba en su mismo idioma de cuestiones que vivían a diario. Quizás nosotros hemos perdido parte de esa capacidad de dialogar con el hombre y la mujer de hoy a partir de lo que viven, de lo que les pasa.
Pero esos hombres sabían bien lo difícil que se hacía a veces arrancar frutos a una tierra que no siempre era fértil sino bastante árida, pedregosa y arenífera, los duros esfuerzos de sol a sol en búsqueda del sustento, la gratitud expresada en la fiesta de las cosechas, pues en sus huesos habían conocido los esfuerzos de la siembra, y finales a menudo escasamente exitosos.

Para nosotros también, hijas e hijos de la Iglesia que solemos conocer las vicisitudes de la siembra/evangelización.
A menudo nos embarcamos en la inútil batalla del éxito y del fracaso, una ética diluida y mundana de ganadores y perdedores. A menudo todos los planes y esfuerzos parecen devenir vanos, tanta piedra sin germen, tanto asfalto que rechaza, tanta espina que agobia crecimientos. 
Y a los ojos del mundo hay una aparente colección de fracasos acumulados.

Bendito sea Dios. El que tenga oídos, que oiga. La clave no está en la pericia del sembrador, sino en la calidad de la semilla, en su fuerza escondida que es capaz de generar una cosecha asombrosa, de frutos generosos que no pueden someterse a los parámetros usuales, con la desmesura propia de la Gracia, del amor de Dios
Menoscabarnos con el éxito o el fracaso implica, en cierto modo, anticipar el juicio de Dios, el grato tiempo final. No nos pertenece.

Somos sembradores de una semilla única, y por ello hemos de ser sembradores tenaces y confiados porque hasta de las piedras puede brotar el bien, los frutos santos del amor de Dios. Nada se pierde, todo fructifica si se hace desde el servicio y desde la fé.

Paz y Bien





Familiarmente Dios






Para el día de hoy (19/07/16):  

Evangelio según San Mateo 12, 46-50




No era fácil, para una mentalidad tan cerrada como la de aquel tiempo, aceptar la novedad de Cristo. Quizás en términos más sencillos, es dable afirmar que no era sencillo andar por su misma huella y aceptarlo tal cual era: este Jesús rompía todos los moldes y derribaba todas las expectativas usuales que los demás imaginaban sobre Él, quizás por ello mismo intentando restringir su existencia a sus propios criterios.

Algo de ello repercutía en sus parientes. La afirmación tus hermanos precisamente tiene que ver con ello, es decir, con la pertenencia familiar-tribal nazarena, el férreo vínculo básico de aquellos que se vinculaban por parentesco, a menudo de tercer o cuarto grado -primos, primos segundos, etcétera-. Jesús no respondía a los proyectos que ellos habían diseñado para Él, no se había casado, no prolongaba sus raíces familiares, no seguía el oficio paterno y se había largado a los caminos a hablar de Dios de una manera extrañísima, muy distinta al Dios que les enseñaban los sábados los hombres doctos de su fé. Para colmo de males, Jesús de Nazareth no vacilaba en enfrentarse abiertamente con las autoridades religiosas, quienes no sólo lo despreciaban sino que peligrosamente lo vindicaban como blasfemo, toda una desgracia que podía hacerse extensiva a su familia, a sus parientes.
Todo ello tuvo como consecuencia que sus parientes -sus hermanos- creyeran que Él estaba fuera de sí, y trataran de buscarle para regresarlo a la pretendida normalidad y seguridad nazarena.

Quizás algo de ello se refleje en la lectura de este día. Sin embargo, hemos de desoír la tentación de la literalidad, de aferrarnos a la pura letra desdeñando profundidades y símbolos.
El reclamo de tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte no tiene que ver tanto con la presencia de esos parientes, sino más bien una referencia implícita a la sinagoga y a la nación judía.
Jesús de Nazareth era un fiel hijo de Israel, respetuoso de la historia y las tradiciones de sus mayores, y esa pertenencia también ratifica el compromiso de amor de un Dios que se encarna, en un tiempo concreto de la historia humana, que acampa entre los suyos. 
Madre y hermanos entre la multitud, reclamando que quieren verle -sinagoga y nación judía- es la exigencia para que Él vuelva a escuchar a la ortodoxia rígida sin misericordia y a su identidad única, no gentil ni impura, para que recobre sus cabales, para que reencauce su vida y se deje de hacer peligrosas tonterías.

Sin embargo hay más, siempre hay más. No se trata solamente de una dura réplica por parte del Maestro, sino de algo mucho más profundo y decisivo: Dios es Padre, y por ello todos los vínculos de la biología, la cultura y la nacionalidad quedan superados infinitamente por estos nuevos vínculos espirituales, lazos cordiales de aquellos que escuchan con atención y ponen en práctica la Palabra de Dios.

Más aún. Dios se revela familiarmente cercano, un amigo, papá, mamá, hermano, Hijo querido que nos impulsa los sueños y nos restablece todas las esperanzas en esta familia creciente que llamamos Iglesia.

Paz y Bien

Generación malvada y adúltera











Para el día de hoy (18/07/16):  

Evangelio según San Mateo 12, 38-42




El pedido que le hacen algunos escribas y fariseos a Jesús de Nazareth no tiene nada de inocente, ni hay en ella intención de encontrar la verdad.
Esos hombres eran prejuiciosos en el sentido literal del término, es decir, que de antemano tenían un juicio amoldado a las personas y a las ideas a través del cual todo lo tamizaban, Ese filtro falaz todo lo mediatizaba, por lo cual era improbable que se encontraran frente a la realidad de la gente y al ámbito espiritual. Así, para ellos el Maestro era un provocador heterodoxo que socavaba las férreas tradiciones instauradas, un provocador de intenciones obscuras, un blasfemo irredimible.

Quizás lo peor fuera que ese hombre hablara de Dios Abbá, un Dios tan cercano como Padre, un Dios que salía en busca del hombre y que se hacía historia, tiempo, amigo, vecino, Hijo queridísimo. Ello echaba por tierra la imagen que propugnaban, un Dios terrible, severo y eternamente distante al que sólo se accede a través de los reglamentos de los que sólo ellos son guardianes absolutos e incuestionables.
Pero además hay otra cuestión más terrena, capciosa, espinosa de envidias bravas: ese Jesús era un galileo pobre de la periferia, que no tenía formación académica -hijo de carpintero al que se le nota el acento provinciano- que se arroga la potestad de enseñar cosas de Dios. Inadmisible.
El pedido de una señal o signo refiere a esos criterios: si ese hombre habla en nombre de Dios, que haga algo sobrenatural que vindique lo que dice, y así desdeñan todos los gestos de bondad, todas las señales de sanación, todos los signos de liberación que el prodiga a pura bondad.

La respuesta del Señor es durísima. Escribas y fariseos pertenecen a una generación malvada y adúltera que reclama un signo.
Malvada pues su soberbia obstinación impide que florezca el bien.
Adúltera, pues los esponsales amorosos de Dios con Israel han sido reemplazados por el maridaje de ellos con sus propios egos, con sus ambiciones de poder, con sus desprecios encendidos, con su perenne torpeza autorreferencial que no admite al otro.

La mención al profeta Jonás es la rebeldía del amor de Dios, del Reino aquí y ahora; Él no se somete a ese interrogatorio que busca la aprobación de esos hombres de religiosidad opresiva sin corazón. El profeta estuvo oculto en el vientre de la ballena y luego de tres días emerge en Nínive anunciando un mensaje divino de conversión.
El Señor estará tres días en el vientre de la tierra -tumba inútil- y emergerá resucitado, signo definitivo del amor de Dios que prevalece sobre la muerte. Algo más que Jonás, algo más que Salomón, algo más que la simple imagen de un Mesías conveniente adaptado a nuestros criterios mezquinos, solución temporal de algunas neurosis sin conversión, sin existencia transformada.

La urgencia de pasar a una vida bondadosa y fiel.

Paz y Bien




Marta y María, hospitalidad, Iglesia






16° Domingo durante el año

Para el día de hoy (17/07/16):  

Evangelio según San Lucas 10, 38-42



Jesús de Nazareth no tuvo casa propia: de niño su hogar era el de José de Nazareth. Ya hombre e inmerso en su misión, su hogar estaba en Cafarnaúm, la vivienda familiar de Pedro y Andrés, adonde regresaba con sus amigos en busca de reposo, calidez, volver a enfocarse, aunque a menudo las multitudes suplicantes de consuelo y auxilio no lo dejaban ni comer.

En otras ocasiones a sus anchas en sitios insospechados, mesa de publicano y fariseo, pan compartido con miles en el campo. 
La escena que nos ofrece el Evangelio para este día sigue esa tonalidad: nos encontramos en Betania, en la casa familiar de Lázaro, Marta y María. No debemos perder de vista que el Maestro está camino a Jerusalem, a su Pasión, a la cruz, y que Betania es prácticamente un arrabal de la Ciudad Santa dada su cercanía, unos pocos kilómetros.
El Evangelista Lucas omite la mención a Lázaro, quizás en aras de destacar que al Maestro no le importaban demasiado ciertas convenciones férreamene instaladas, como aquella que definía que ningún rabbí entablaría diálogo con mujeres, ni mucho menos ingresaría a una estancia en donde sólo estuvieran ellas.

Parece mentira que veinte siglos después sigamos discutiendo estas cuestiones.

Pero allí, en casa de Marta y de María el Maestro se encontraba a gusto, en casa, y es sorprendente la familaridad en el trato.

María, sentada a los pies del Señor, representa al discípulo de Cristo que escucha atentamente su Palabra, que medita y guarda sus cosas en su corazón, lo que prevalece y no perece. Por eso nada ni nadie podrá quitárselo. Cristo es Palabra que llega a las honduras de cada corazón para quedarse.

Marta se afana en las tareas de la casa, en el servicio generoso y amplísimo al recién llegado, en trascendente clave de hospitalidad. Esa hospitalidad es clave: hace al viajero sentirse en casa, al caminante le descubre hogar cordial desde la caridad, desde un amor afectuoso, incondicional. 
Marta no se equivoca -para nada!-, su servicio es imprescindible, pero a menudo hay que suplicarle que se detenga un rato, que haga una pausa en donde ese amor no falte, que beba nuevamente la Palabra, el verdadero reposo, el auténtico descanso. No hay reproche en el Maestro, sólo palabras afectuosas a una amiga entrañable que se ha dispersado en pos de los demás.

Hospitalidad es la clave. El Señor no tiene casa, su hogar está precisamente en la casa de sus amigos que le reciben con afecto y atención.

La Iglesia es hogar de Cristo, hogar del servicio y de la escucha que recibe al Señor y, por eso mismo, tiende una mesa grande para todos los viajeros de la vida.

Paz y Bien

La ruptura que se vuelve comienzo





Nuestra Señora del Carmen

Para el día de hoy (16/07/16):  

Evangelio según San Mateo 12, 14-21



En la lectura que nos brinda la lectura del día, lo tácito, lo que apenas se manifiesta y se acapara a los murmullos y los chismes sectarios, sale a la luz con la fuerza misma de un odio que parece ser devastador.
Si bien no está aquí, en el texto inmediato anterior el Maestro sana a un hombre de mano paralizada en la reunión en la sinagoga, en pleno Shabbat.

No hay semánticas en juego: es un evidente gesto de bondad, un bien concreto y tangible que realiza Jesús de Nazareth. Sin embargo, para los escribas y fariseos se trata de una terrible infracción a la ley que impera, un delito que no puede pasarse por alto. Por eso se confabulan en talante de acabar con el Maestro, de suprimirlo definitivamente. El Evangelista Marcos añade también que a este conciliábulo infernal se suman también los herodianos, conjunción de religión y política, palacio y altar.
Una espantosa tendencia que se repite a través de la historia, enarbolar banderas de muerte en nombre de Dios.

Este escenario desata la persecución abierta que desembocará en los hechos de la Pasión. Pero también implica una ruptura definitiva entre la enseñanza del Maestro y el sistema sinagogal, pues la decisión de matarlo supone su excomunión.

En cierto modo, hay un desplazamiento inadvertido que sólo es perceptible desde una mirada de fé, y es que lo sagrado ha sido desalojado de los Templos. Lo santo ya no habita los edificios de piedra y fasto, lo sagrado destella en plenitud en la persona de Cristo, templo y Dios.
El pueblo, las gentes más sencillas -los pequeños- lo saben antes que se lo enseñen, y por eso acuden en peregrinación hacia Él, santuario vivo y palpitante del amor de Dios. Todos son sanados, y no se trata de una contabilidad de sesgo cristiano, sino más bien del corazón inmenso de Cristo que prodiga el bien a todo aquél que acude en su busca, sin pedirle credenciales, a pura bondad y gratuidad. Allí hay un sitio para todos y cada uno de nosotros, para poner a sus pies todas nuestras miserias, todo lo que nos lastima, lo que nos doblega, lo que nos duele, con una tenaz confianza de liberación, con un feliz rescoldo de justicia.

Aún así, a veces la euforia gana baldosas. La psicología es precisa al respecto, a menudo la euforia es sólo la contracara de la depresión, es decir, la máscara de problemas que no se han resuelto. Aquí también pasa algo similar: a pesar del bien que se ha recibido, es menester permitir que la fé madure, que tenga raíces firmes, que tenga su proceso de crecimiento y maduración, y luego sí, anunciar con voz clara el paso salvador del Redentor por nuestras vidas. 

Toda la historia se encamina hacia Él, toda la historia encuentra en Él sentido y se consumarán los tiempos en el encuentro definitivo, como también estos escasos días que somos se magnifican a la eternidad de su mano.

Paz y Bien


Hambre de misericordia







Para el día de hoy (15/07/16):  

Evangelio según San Mateo 12, 1-8



A veces, la estricta observancia de preceptos sin bondad ni sentido trascendente deviene falaz, es decir, induce a error.
El Shabbat era muy importante tanto para la fé como para la nación judía: frente a los rigores del exilio y el peligro de disolución de su identidad y de su fé, la revalorización del Shabbat ocupa un rol fundamental.
En el Shabbat se rinde culto a Dios, se reencuentra la comunidad en oración y, por la prohibición expresa de actividades, favorece que las familias tengan tiempo para centrarse en los afectos luego de jornadas de trabajo a menudo extenuante.

Pero con el devenir de los años, se acentuó la importancia de las prescripciones propias de ese día, las abluciones, los ritos y no realizar actividad alguna -hasta usar un simple pañuelo, como ejemplo menor-. Cuando se pierde la perspectiva de lo importante, lo trascendente, lo que prevalece, se vuelve primordial lo secundario, lo instrumental.

El cruce del Maestro y los discípulos por un campo, y el gesto de amasar algunas espigas entre sus manos para aligerar los calambres del hambre. En sus afanes misioneros, solían obviarse las comidas y el descanso, y la escena los reviste de humanidad, los acerca cordialmente a nuestros andares. 
Rápidamente -otra vez la brizna en el ojo ajeno y la viga en el propio- se alza la voz crítica de los fariseos, porque ese gesto de comerse unos pocos granos vulnera la sacralidad del Shabbat. Hasta pierden de vista otra cuestión, y es que aunque en mínima medida, los discípulos toman algunas espigas que no les pertenecen.

La enseñanza del Maestro -el Sábado es para el hombre- regresa las cosas a su sitio, nos centra en la justicia. El Shabbat es importante, pero lo sagrado es la vida, y por eso mismo Cristo es Señor del Sábado, Señor de todos nuestros sábados en donde solemos extraviarnos de importancias que fingimos, y perdemos de vista lo crucial, la compasión y el amor.

Que Cristo sea Señor de todos nuestros sábados, de todos nuestros días. Y que nos atenace el corazón un hambre feliz de misericordia.

Paz y Bien


El yugo de Cristo






Para el día de hoy (14/07/16):  

Evangelio según San Mateo 11, 28-30



El texto que contemplamos hoy sigue una misma línea que pasa por el rechazo de las ciudades a los signos del Señor, el repudio manifiesto de escribas y fariseos a cualquier novedad que Él enseñara, y su reivindicación de los pequeños, los que no cuentan, los humildes.
Precisamente aquí vuelve su rostro hacia ellos. Son los que en verdad sufren la imposición de una Ley que hace tiempo ha dejado de ser camino de liberación, doblegados por un legalismo sin contemplaciones que a menudo menosprecia al pueblo por fuera de las élites que detentan la ortodoxia religiosa.

Los doctores y eruditos de ese tiempo imponían un legalismo alimentado por una casuística en donde la piedad hacía tiempo que no estaba. Al grato decir de Benedicto XVI, toda teología auténtica es una teología de rodillas, y en esos hombres sobreabundaba un pietismo acumulativo y calculador sin amor ni compasión.

En aquel entonces -y ahora también- se trata de la moral que se impone sin misericordia y que, por lo tanto, deja de ser ética pues no hay atisbos de bondad. A menudo ello se maquilla con aparentes buenas formas, persecuciones de guante blanco, compromisos políticamente correctos del templo hacia adentro, una religión de domingos sin encarnación que escupe esclavos a granel pues priva al mundo de la luz y de la sal.

Los pequeños, los humildes, aquellos hacia quienes Dios inclina su rostro paternal, son los que más sufren la imposición, pues no han perdido el corazón. Una religiosidad impositiva de la obligación perpetua, del miedo mórbido a un dios punitivo les quita el resuello y les aniquila las esperanzas.
El yugo era el pesado elemento que se utilizaba para doblegar la cerviz de los bueyes y hacer que andaran en yunta por los surcos y caminos, sin desvíos. En el plano humano es terrible, pues se doblega voluntad y conciencia en pos de una obediencia que no es tal, sino sumisión que no respeta libertad ni reconoce identidad.

El yugo de Cristo es suave y su carga liviana, pues no se trata de un cúmulo de normas que vienen a reemplazar a otras, sino de algo radicalmente nuevo y distinto, la unión a Su Persona que es justicia, liberación y paz desde el servicio alegre por los rumbos del amor, esencia misma de Dios.

Él es nuestra alegría, nuestra paz, la feliz carga que debemos encontrar en cada despertar.

Paz y Bien

La revelación a los pequeños






Para el día de hoy (13/07/16):  

Evangelio según San Mateo 11, 25-27




A menudo la enseñanza que nos brinda la lectura de este día suele acotarse a los niños, a la infancia, quizás por la expresión del Maestro hacia los pequeños. Sin embargo, y a pesar de la muy especial atención evangélica hacia el cuidado y protección de la infancia, en este caso no se habla de ello.

Reflexionemos por unos instantes: en las lecturas de los días precedentes, nos encontramos con las severas discusiones entre el Maestro y los doctores y escribas, las autoridades religiosas y, muy especialmente, la fé reivindicada por ellos, que poco tiene que ver con la fé del Reino.
Hoy seguimos en esa línea.

Podemos advertir una contraposición entre sabios y prudentes y los pequeños. Sabios y prudentes, precisamente, refiere a esos hombres que se consideran completos, llenos por los saberes incorporados, por su cultivo mental que los pone por encima del pueblo al que suelen menospreciar por ese mismo motivo.
Mucha erudición, sin dudas, pero poca sabiduría y escaso corazón. 
La prudencia en realidad es el conservadurismo extremo que desdeña cualquier novedad, y que no tiene que ver con lo nuevo por sí mismo, sino cercenar por comodidad o por miedo cualquier germen de conversión.

En cambio, con pequeños no hace mención a una condición socioeconómica .-que es muy importante pues está intrínsecamente vinculada a la justicia- sino antes bien a la disposición cordial, vital de los que tienen una fé humilde, sencilla, a veces rústica y que sin embargo confían en Dios sin resignaciones. A ellos Dios se revela en plenitud, hacia ellos Dios se inclina con alegre y amorosa incondicionalidad, Dios de los anawin que esperan con todo y a pesar de todo.

Pero los sabios y los prudentes no son solamente los escribas y fariseos del siglo I, Están entre ellos los que reivindican una religiosidad exclusivista que suele despreciar a los demás, que repudia la religiosidad distinta, que nunca escucha a nadie excepto el discurso propio.

En la voz de los pequeños hay profecía, hay revelación y resplandece el rostro de Dios, y hemos de prestar atención humilde y afanoso servicio, el culto primero de la compasión y la misericordia.

Paz y Bien
 

Presunciones






Para el día de hoy (12/07/16):  

Evangelio según San Mateo 11, 20-24




Las invectivas contra las ciudades que hace el Maestro son durísimas; es el modo y la tonalidad propia de las admoniciones de los profetas de Israel exhortando a la conversión. 
Él se dirige puntualmente hacia dos ciudades, Corozaín y Betsaida, cercanas a Cafarnaúm y costeras al lago. Son galileas como Él mismo, pero a su vez son sede de importantes escuelas rabínicas y centros de estudios religiosos. 

A pesar de todo el empeño puesto en su ministerio, a pesar de todos los signos obrados allí, signos del Reino de Dios presente, no había allí conversión, no abandonaban la injusticia ni se esforzaban en vivir una vida justa de acuerdo a Dios. 
Pero allí prevalecía la presunción de saberlo todo, la autosatisfacción conformista que no admite pecados ni novedades, y también un condescendiente desprecio: Jesús de Nazareth es también galileo, pero acaso se trata sólo de un artesano de poblado menor, sin pergaminos verificables, un judío demasiado marginal al que no hay que darle importancia. Sólo el hijo del carpintero.

Los ayes se incrementan cuando hace referencia a Cafarnaúm: hemos de recordar que Nazareth es la ciudad donde se ha criado, pero Cafarnaúm -patria chica de Pedro y Andrés- es el núcleo que se convierte en epicentro de su actividad misionera, y adonde regresa en busca de descanso y calor familiar, y en donde su corazón sagrado brindará una multiplicidad de signos del amor de Dios, milagros de sanación, de purificación, de liberación.

La comparación es ineludible, y así se menciona a Tiro, a Sidón y a Gomorra. Tiro y Sidón como ejemplos de las ciudades gentiles, Gomorra como epítome de la degradación y la corrupción, en donde sin tanta soberbia hubiera acontecido una conversión humilde y sincera.

Las lecturas lineales y literales engendran fundamentalismos vanos y violentos, y poco tienen que ver con la Buena Noticia. 
No estamos aquí frente a una promesa de castigo exacto y demoledor, sino al preaviso de consecuencias horribles, producto de una ceguera elegida y tenaz, el no querer mirar y ver y reconocer en el bien prodigado la presencia de Dios. Eso es, precisamente, la auténtica des-gracia.

Nosotros a menudos también somos así de presuntuosos. Nos aferramos a las bibliotecas que hemos tragado, a la piedad calculada y rigurosa, pero la Buena Noticia parece que no nos incomoda ni nos desestabiliza. Permanecemos inalterables frente al paso bondadoso del Señor por nuestras vidas, e indiferentes a los signos de Salvación que el Espíritu suscita de continuo, especialmente su brillo en los ojos de los más pobres.

Quiera Dios que desertemos alegremente de todos los preconceptos y de esas soberbias que nos atan a lo viejo, a lo que perece y no crece.

Paz y Bien

Paz del discípulo, paz de Cristo





Para el día de hoy (11/07/16):  

Evangelio según San Mateo 10, 34 - 11, 1



La declaración de Jesús de Nazareth que hoy nos presenta el Evamgelio para este día es extraña, duramente paradójica: Él, al que reconocemos como Siervo manso y sufriente y príncipe de paz -ajeno a toda violencia- nos habla de que ha venido a traer espada, división, inquietud.
A simple vista, habría una contradicción con el mensaje de las Bienaventuranzas, por su profundo elogio y reconocimiento de los mansos y los pacificadores, como también en el mandamiento de honrar al padre y a la madre.

Pero hay más, siempre hay más. Es imprescindible ir más allá de la pura letra, y adentrarse en el calmo mar sin orillas de la Buena Noticia.

La fé cristiana implica una radicalidad total, el abandono de medias tintas acomodaticias, las convenciones que suelen expresar corrección política pero infidelidad al Evangelio. Vivir la Buena Noticia hasta las últimas consecuencias, aún cuando ello acarree todo tipo de problemas, inconvenientes, incomprensiones -a menudo de los más cercanos, de la propia familia-.

La fé cristiana es señal del amor de Dios y por eso signo de contradicción, pues se encarna en el mundo pero no es parte de él, pero muy especialmente el compromiso que brota de esa fé en Jesucristo tiene que ver totalmente con la Gracia, con el amor, con lo incondicional.

La fé cristiana, vivida en plenitud, no nos deja tranquilos. La fé no es un sedante de las expectativas que a todos nos angustian por igual. La fé cristiana es confiar en la persona de Cristo, y seguir sus pasos.
La fé cristiana es una alegre y convencida deserción de todos los facilismos y de esas tendencias a igualar para abajo que suele tener la globalización, la disolución de la identidad en pos de los negocios y la sumisión.

La paz del discípulo surge del perdón de Dios y de un corazón que sólo se afirma en el amor de Dios.

Paz y Bien



La religión del prójimo







15° Domingo del Tiempo Ordinario 

Para el día de hoy (10/07/16):  

Evangelio según San Lucas 10, 25-37




En tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, el odio y el desprecio que se profesaba hacia los samaritanos por parte de los judíos era enconado y extremo. Varios siglos antes, los asirios derrotan militarmente al ejército de Israel y ocupan Tierra Santa, enviando al exilio -principalmente- a la clase dirigente y a la élite intelectual y religiosa.
En amplias zonas se implantaron colonos extranjeros a los que se brindaba un sucedáneo de instrucción religiosa judía: de estos colonos y de cientos de matrimonios mixtos surge el pueblo samaritano; frente a la ausencia forzosa de la dirigencia religiosa -voz única de la ortodoxia oficial- los samaritanos continuaron, de un modo sui generis, el culto al Dios de sus mayores, observando la Torah y estableciendo el culto a partir de un nuevo templo situado en Garizim.

Al regreso de los exiliados, comenzaron los problemas. Los samaritanos fueron acusados de inventarse una religión que, en realidad, era una caricatura pervertida de la verdadera fé de Israel. Así los samaritanos eran herejes abyectos, traidores e impuros rituales absolutos sin remisión. Era creencia usual sostener que nada bueno podía provenir de un samaritano.

Precisamente del ejemplo de un samaritano se vale el Maestro para enseñar el rostro de la religión verdadera, que es el amor. No se trata de una provocación vana ni banal, ni de ofrecer una imagen que desde el repudio movilice reflexiones. 
Se trata, ante todo, de la mirada del Espíritu, de que en todas partes y desde donde menos se lo espera brota lo bueno, lo noble, lo santo.

El doctor de la Ley es un exégeta, un erudito en la Torah, que ha dedicado gran parte de su vida a adquirir esa experticia religiosa. En cierto modo, es un experto en su religión y por ende en su Dios, pero en verdad no sabe nada del prójimo.
Quiere que el Maestro le explique cuales son los pasos a dar para heredar la vida eterna, y ese criterio lo conduce a un error basal que sigue persistiendo hasta nuestros días, la acumulación de actos piadosos para obtener el favor divino. Sin embargo, esa postura -si bien devota- desoye y reniega de la Gracia, porque es Dios quien sale al encuentro del hombre, quien derrama bendición y salvación a puro amor, de modo incondicional y asombrosamente abundante.

La parábola de la que se vale el Señor para aclarar la mirada del doctor de la Ley, más que un recurso académico, es una invitación a adquirir una perspectiva nueva, distinta, amplia, y esa invitación se extiende también a cada uno de nosotros.
Es sorprendente el tono extrañamente secular, tan alejado de las convenciones rituales, y ello se halla en el levita y el sacerdote que pasan de largo frente al caído a la vera del camino. Esos hombres se atienen estrictamente a las prescripciones rituales: un caído a la vera del camino, asaltado por maleantes, puede estar muerto y es menester eludirlo para evitar la impureza ritual. 
La elusión es totalmente religiosa según los criterios imperantes, pero es una religión que ha descendido en humanidad.
En cambio el samaritano, ése mismo que ha sido condenado de antemano a una vida estéril e infame, quien se prodiga en auxilio y cuidado del caído, aún cuando seguramente no entrara dentro de su horizonte de obligaciones. El caído casi seguro es judío, y el desprecio relatado era recíproco, por lo que es sólo un obstáculo a sortear.

Pero esa secularidad expresa a un tiempo nuevo, el tiempo santo de Dios y el hombre: en lo cotidiano es en donde se transforma la existencia, y se brinda el culto verdadero a Dios en el hermano que es la compasión. 
Más aún: establece un nuevo concepto para saber quien es el prójimo. Lo usual es trazas círculos simultáneos de pares, es decir, el que profesa mi religión, el amigo, el vecino, el connacional y hasta allí nomás. Hay, a pesar de las limitaciones, una condición objetiva del prójimo.

Para el Maestro, el prójimo se edifica. Se trata de aprojimarse, de hacerse hermano, de tener especial preferencia para con el caído, el descartado, el olvidado a la vera de todos los caminos de la existencia. Socorro y más también, la búsqueda de la plenitud del otro aún cuando apenas tengamos algunas monedas de misericordia y un poco de aceite de consuelo. Darse aún cuando lleve tiempo.

La fé cristiana es la religión del prójimo que se descubre y al cual nos acercamos, porque en el prójimo está el Dios de la vida y allí le rendimos culto.

Paz y Bien

ir arriba