Sensatez y prudencia











Para el día de hoy (31/08/17) 

Evangelio según San Mateo 24, 42-51




Sensatez y prudencia. 
Dos términos que si bien no son sinónimos, son parientes muy cercanos en su raíz etimológica y significativa: el primero refiere a la capacidad de buen juicio y de percepción veraz y real de las cosas, mientras que el otro implica el obrar con cautela de acuerdo a lo que se conoce en profundidad, es decir, mirar delante de sí lo que adviene y actuar en consecuencia.

En el Evangelio para el día de hoy, el Maestro insta a la vigilancia. Vigilancia no tanto como una guardia armada, sino vigilancia en su sentido de vigilia, de estar despiertos, de abrir bien los ojos, de espera atenta. Como aguardan, expectantes, los que aman. Sólo los que aman saben esperar, porque saben que Aquél que esperan está vivo y presente, y regresará en plenitud en cualquier momento. Más aún, saben que está de regreso.

Los que aman esperan confiados y cuidan de una viña que, saben bien, no les pertenecen. Hacen las cosas movidos por ese afecto primordial que deviene en obligación cordial, más no por un pago ni un premio. Por eso vigilan con sensatez y prudencia, pues son capaces de actuar con cautela, de correr riesgos cuando hay que correrlos y a la vez, esgrimen una prudencia que es naturalmente hermana de esa providencia que es el rocío de todas las almas agobiadas.

Sin embargo, a veces la prudencia ejercida ostensiblemente sólo esconde cobardía. Hay que saber jugarse los huesos por la viña, con toda humildad. Sólo somos servidores menores, pero no obstante ello, servidores confiados que hacemos lo que debemos, porque aunque quizás no sepamos el momento exacto, conocemos que vá a ocurrir, y más aún, confiamos en que ese regreso, que es la plenitud de toda la creación, ya ha comenzado.

Paz y Bien

La alegre pasión por el Reino









Santa Rosa de Lima, Patrona de América Latina

Para el día de hoy (30/08/17):  

Evangelio según San Mateo 13, 44-46





Hay dos diferencias sutiles e importantes a la vez en las dos pequeñas parábolas que el Maestro brinda en el Evangelio para el día de hoy.

El tesoro escondido en el campo está allí; ya se encuentra y permanece, aún cuando no se lo busque, aún cuando se lo pase de largo. El labrador que lo encuentra no está buscándolo, sólo pasa por ese campo, probablemente encaminándose a sus tareas cotidianas. Pero el encuentro lo enciende de regocijo, y vende todo para adquirir ese terreno que un valor tan grande tiene escondido a simple vista.

La perla más valiosa también se encuentra allí, oculta entre las valvas de un molusco. Quien la encuentra es un mercader de perlas, un buscador avezado y experto, un hombre que sabe bien el valor de las piedras preciosas, un buscador constante, un hombre que no se deja engañar con facilidad, que sabe reconocer lo valioso. Él también, frente al descubrimiento, vende todo lo que tiene para adquirir esa perla valiosísima.

Para ambos, el vender todo es espontáneo y no supone un gravoso sacrificio. Hay cierta pasión alegre en el encuentro. Lo que han descubierto les demuestra que todo lo demás, en comparación, tiene un valor ínfimo.

El Reino está allí, al alcance de quien lo busca, y para el asombro de quien está sumergido en la rutina.
El Reino está allí disponible para toda la humanidad, para todas las mujeres y los hombres capaces de enamorarse y de apasionarse con esta eternidad entretejida en lo cotidiano.

Y es bueno, muy bueno e imprescindible, dejar atrás lo que no tiene valor, lo que perece, todos los rictus amargos y circunspectos, porque se ha encontrado lo que inevitablemente nos enciende de amores y alegría.
Lo más valioso está allí, a nuestro paso, en cada instante de nuestras existencias por pura bondad de Aquel que todo lo dá, todo lo comparte y nada se reserva para sí.

Paz y Bien

El hombre íntegro, el profeta fiel










Martirio de San Juan Bautista

Para el día de hoy (29/08/17): .

Evangelio según San Marcos 6, 17-29




Creer en la propia misión no es cosa fácil; más aún, ser fiel hasta las últimas consecuencias a eso que llamamos vocación, que otorga sentido pleno a toda la existencia no es tarea para tibios.
Juan fué fiel, y sobre él Cristo vertiría como un perfume el elogio cordial mayor: era el profeta hijo de Zacarías e Isabel el más grande entre los nacidos de mujer.

Como una señal de auxilio y advertencia, Juan jamás se buscó a sí mismo ni se reservaba espacios de solaz refugio. Se encaminaba a su horizonte en la docilidad completa al Espíritu que lo guiaba.

Renegado feliz de comodidades, lujos y reconocimientos, Juan destellaba integridad para todo el pueblo.

Un profeta es necesario pues nunca se calla cuando todos, por temor o connivencia, consienten o enmudecen. Un profeta siempre está presto a anunciar con voz clara y fuerte las cosas de Dios, y no se anda con remilgos ni análisis al denunciar lo que se le opone a ese Dios que lo sustenta. Un profeta anuncia y denuncia.

Juan no cede un ápice con la corrupción, pues la corrupción en todas sus formas acarrea la muerte y nos desciende en humanidad, a pesar de todos los artilugios ideológicos. Juan allana el camino del Mesías en justicia y en verdad, la voz que clama en el desierto.

Con la fuerza de una tormenta de verano que está cediendo, la voz de Juan preanuncia un soleado amanecer que será definitivo, el amanecer de la Gracia, de la Salvación.

Por eso suplicamos recuperar la vista y el oído para prestar atenta escucha a los profetas conque hoy el Espíritu nos bendice.
Por eso hacemos memoria de su martirio y del de tantos hermanas y hermanos: no celebraremos jamás la muerte de un inocente, sino la vida que se ofrenda, la fidelidad sin quebrantos, el permanecer en vela para que no se nos apaguen las esperanzas.

Paz y Bien

Las falsas imágenes de Dios









San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

Para el día de hoy (28/08/17) 

Evangelio según San Mateo 23, 13-22





Los ayes -mucho más que una crítica declamada- que Jesús de Nazareth expresa acerca de la dirigencia religiosa de su tiempo, escribas y fariseos, es durísima. Más aún, porque el Maestro entendía que no hay verdades a medias, que todo debe decirse con voz clara y sin ambages; pero a su vez, los ayes lo ponen bajo un grave riesgo, pues no es una idea volcada en un ambiente amistoso, sino en el propio rostro estupefacto de esos fariseos y esos escribas. Y como es usual, los poderosos suelen reaccionar con violencia a lo que intuyen una amenaza al poder que detentan.

Sin embargo, la raíz del problema no ha de acotarse a un tiempo histórico determinado -la religión judía en el siglo I de nuestra era- sino que en su tenor veraz se extiende interpelando a todos las autoridades religiosas de todos los tiempos.

Un término sobresale en sus palabras, que son crítica y son también expresión de dolor por esos hombres extraviados que a su vez son causa de tropiezo para muchos: hipocresía, que literalmente significa responder o discurrir con máscaras. Es decir, que bajo una pátina determinada se esconde u oculta otra de signo muy distinto, hasta contrapuesto.

Esas máscaras son máscaras religiosas; son las que prefieren la absolutización de conductas piadosas codificadas prescindiendo del Dios que las inspira. Y el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios de amor y perdón.

Pero estos hombres propalan la falsa imagen -en cierto modo, una idolatría- de un dios severo, punitivo, juez y verdugo, que premia a unos pocos y excluye a una gran mayoría. Un dios así aniquila cualquier atisbo de fraternidad, de Reino, de comunidad.
Ellos también se afanan por incrementar el número de súbditos a los que regir, desbordes cuantitativos sin vínculos filiales, sin un Dios que congregue, sin prójimo, sin misericordia. Y de allí que se esfuercen en la casuística cruel del ritual sin corazón, de una pseudo fé templo adentro, de una religiosidad sin conversión, hambrientos de poder, de dinero y bienes, de juramentos vanos, dejando tras de sí una estela densa de corazones sometidos sin esperanza.

Una fé sin el amor y sin la misericordia de Aquél que nos busca con denuedo y sin descanso, no es una fé: es un cúmulo de prácticas religiosas inmanentes en las que la Salvación es otro bien a adquirir y no don, no misterio, no precio terrible pagado para siempre con la sangre de Aquél que nos amó al extremo de ofrecer a su propio Hijo en lugar de cada uno de nosotros.

Paz y Bien

Atar y desatar, misión de Pedro, misión cristiana










Domingo 21º durante el año

Para el día de hoy (27/08/17) 

Evangelio según San Mateo 16, 13-20




La referencia geográfica es importante: la enseñanza que nos brinda el Evangelio para el día de hoy acontece en las cercanías de Cesarea de Filipos. Nos encontramos al norte de la tierra de Israel, al pié del monte Hermón -alturas del Golán-; es una ciudad con cierta historia, en la que antiguamente podía hallarse un altar del dios Baal de los cananeos, también posteriormente un altar al dios helénico de la naturaleza Pan. En tiempos del rey Herodes el Grande -aproximadamente por el año 20 a.c.-, éste erige un templo imponente en honor al César de Roma, Augusto, siguiendo la costumbre de deificar a los césares con culto propio. A la muerte de Herodes el Grande, uno de sus hijos, Herodes Filipos, renombra a la ciudad con el título de Cesarea de Filipos por dos motivos: primero, honrando desde su posición de vasallo al nuevo emperador Tiberio, y también para diferenciar la ciudad de la otra Cesarea de la costa marina.

La geografía es importante, pero no tanto en la referencia a los mapas o a la historia, sino más bien al trazado cordial: se trata de una geografía espiritual. Se trata de una ciudad en la que se ha honrado a múltiples dioses, se trata de una ciudad definida por la devoción al poderoso de turno, por elevar a la categoría de dios a un dominador imperial, por una subordinación que es ante todo interior antes que política, pues se rinde culto al poder, al que humilla naciones, al que explota y expolia a pueblos enteros.
Precisamente allí, por esos antecedentes tan específicos que parecen tan contrapuestos, sucede una de las confesiones de fé más contundentes, que a su vez -la fé es don y misterio- es fundacional, conmovedora, plena de futuro.

Jesús de Nazareth realiza una misma pregunta en dos direcciones: quiere saber qué piensa las gentes acerca de Su persona, pero más aún, que piensan los suyos, sus amigos, sus discípulos, y en la pregunta hay una afirmación velada que no ha de pasarnos inadvertida. Porque la fé cristiana, ante todo y por sobre todo, no es creer en algo, sino creer en Alguien, es una relación decididamente personal con Cristo.
Lo lógico hubiera sido escuchar -como expresaban muchas de las personas de su tiempo- que el rabbí galileo encarnaba las ansias de liberación de su pueblo, máxime en ese sitio en donde se honra al opresor, y así se lo identifique con un profeta importante o con una tonalidad mesíanica de carácter nacionalista y política.

Aún así, Simón sorprende a todos: él confiesa sin ambages que el Maestro es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Esa afirmación no es producto de su esfuerzo racional, no es la consecuencia de una exactitud lógica, sino que es fruto del Espíritu que enciende su mente e inflama su corazón. Esa fé que se atreve a confesar decide una vida nueva para el pescador galileo, y el indicio de la vida nueva se corresponde con un nuevo nombre, Pedro en su forma latina, Cefas en su raíz aramea.

En aquel entonces, el Sumo Sacerdote de Jerusalem era designado con el acuerdo y a instancias de la autoridad imperial romana. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, ese rol tan importante y prestigioso fué ocupado por Caifás. La similitud no es sólo fonética, sino que adquiere la profundidad de un símbolo: Caifás es electo desde el poder por el imperio, y oprimirá a su pueblo desde la Ciudad Santa. Cefas es elegido desde la fé por Cristo, y gobernará a partir del servicio desde la misma ciudad de los césares.

Pedro ha de ser roca para sus hermanos, promontorio firme al que se aferrará la comunidad para no quedar a la deriva en los vaivenes mundanos, fundamento de una Iglesia que no podrá ser derribada porque es Cristo quien edifica, y es la fé la que brinda sustento, fé que es don de Dios y misterio de fraternidad y confianza.
Ciertamente Pedro no es perfecto: cometerá errores, traicionará, será voluble o tal vez se arrogará prerrogativas que no le corresponden: sin embargo, lo que cuenta es la fé que lo reviste y asiste, fé que confiesa y vive.

Desde esa fé tendrá una misión que en nada tendrá que ver la imposición y el ejercicio de poder al estilo del mundo: Pedro y la Iglesia tienen por misión clara atar a la humanidad entre sí, a partir de vínculos espirituales de caridad, vínculos que perduran, y también la de desatar todos los nudos que quitan el aire, que esclavizan, que atan los corazones y doblegan las almas, desde el servicio generoso y desinteresado de aquellos que nada quieren para sí, sino que todo lo hacen por Aquél que los ha llamado primero.

Paz y Bien

Diaconía y liberación











Para el día de hoy (26/08/17) 

Evangelio según San Mateo 23, 1-12




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En la lectura que nos ofrece la liturgia en este día, es menester destacar algunas cuestiones.
Una de ellas, es que Jesús de Nazareth -manso entre los mansos, infinitamente humilde de corazón- tenía su carácter, y no andaba con floreos a la hora de decir verdades, quizás un Cristo muy distinto de ciertas imágenes melosas, pueriles y, tal vez, inocuas que suelen propalarse por allí y que a veces resultan tan convenientes, pues no incomodan ni interpelan.

Otra de esas cuestiones es su crítica a los dirigentes religiosos, en especial a escribas y fariseos: la dureza de lo que expresa no está motivada en tanto que dirigentes judíos, sino antes bien y especialmente en tanto que maestros y doctores hipócritas, que prescriben una moral al pueblo que ellos no cumplen, obligaciones que se imponen a los otros y que ellos mismos son los primeros en no cumplir, obligaciones tan gravosas que son causa de opresión y pesar para las almas, en especial para los más pequeños.

El Maestro se explaya respecto a la cátedra de Moisés: en la estructura de la sinagoga, es un sitial importante -por lo general, una silla- desde donde la autoridad que interpreta y educa explica la Torah y los Profetas, es decir, enseña las cosas y la voluntad de Dios desde la Sagrada Escritura. Por eso impetra escuchar con atención la Palabra, pues es en verdad lo que es eterno y prevalece siempre, pero a la vez manda a blindar el corazón de toda hipocresía, esas ganas de figurar, esas ansias de prebendas, títulos y jerarquías que no se acotan solamente a la dirigencia judía de su tiempo.

Porque Cristo es Dios entre los hombres, un Dios que se despoja para la Salvación de todas sus hijas e hijos, la humanidad entera, y que desde el misterio de la Encarnación señala el camino, camino de la Gracia, camino del servicio, de la abnegación, diaconía que es liberación, verdad, amor.
Allí comienza la raíz de toda autoridad que se precie de tal. No por lo que se imponga, sino por como se ame y por cómo se sirva a los hermanos, sin reservas, a fuerza cordial de generosidad.

Paz y Bien

Al encuentro de Dios en el prójimo














Para el día de hoy (25/08/17):  


Evangelio según San Mateo 22, 34-40






Los fariseos plantean a Jesús una pregunta teñida de engaños, es decir, una falacia pues necesariamente su razonamiento implica un silogismo que induce a error. No hay hambre de verdad, sólo intención de detectar heterodoxia o blasfemia en el joven rabbí galileo, para poseer así un motivo de condena.

El tema no es menor: los maestro y doctores de la Ley distinguían un total de 613 mandamientos, 365 preceptos de carácter prohibitivo y 248 de carácter positivo, números que a su vez implicaban una profunda simbología: 365 por cada uno de los días del año y 248 por los huesos del cuerpo, con lo cual la Ley brindaba sustento y moldeaba a la totalidad de la existencia humana.
Así entonces tornaba imperativo que los sabios de Israel determinaran cuáles entre ellos eran los más importantes, o bien encontrar una fórmula que los resuma y contenga sin menoscabo, pues de lo contrario  todo se tornaba en un fárrago legal de improbable cumplimiento.

Las diversas corrientes rabínicas se embarcaban en profusas casuísticas en busca de la fórmula perfecta; no obstante ello, la tradición de Israel brindaba cierto fundamento a partir de la plegaria diaria -Shema Ysrael-, en el que se alababa al Dios único, y se expresaba el amor absoluto que se le debía.
Así, algunos maestros como Hillel complementaba ese fundamento, expresando que no hagas a otro lo que no quieras para tí: esto es toda la Ley.

El Maestro no reniega de ello, pero establece, con una originalidad fundante, un principio unificador para toda existencia, puerto seguro para todo destino que quiera edificarse.
Son como los dos maderos de la cruz, esos dos maderos que refieren a la totalidad del amor mayor, a la mansa y definitiva ratificación de la Encarnación de Dios: un brazo que se eleva al cielo, el otro -unido intrínsecamente al primero- que se extiende a los hermanos.
La primacía siempre el amor a Dios -con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma-, pero ello jamás ha de escindirse del amor a los hermanos, al prójimo que reconocemos y que buscamos.
El prójimo no es solamente el cercano, el par, el que es de mi tribu, mi clan, mi religión, mi nación: el prójimo es el hermano que descubro en todas partes, sin limitaciones, como otro hijo bendito de Dios.

Ese amor es clave/llave que abre todas las puertas y que a su vez revela de una vez y para siempre el carácter universal y redentor de la Buena Noticia, Dios con nosotros, Dios en nosotros, Dios por nosotros.

Paz y Bien

Bajo la higuera de nuestros pensamientos










San Bartolomé, apóstol

Para el día de hoy (24/08/17):  

Evangelio según San Juan 1, 45-51





La reacción de Felipe es propia de quienes han descubierto la Buena Noticia que proclama Jesús de Nazareth. El encuentro con el Maestro conmueve, transforma, moviliza, y se hace imperioso comunicarlo a otros, comenzando por los amigos.
En la Palabra del rabbí nazareno hay una fuerza asombrosa que enciende los corazones, y como el llamado de Jesús ha sido personal -porque de Dios son todas las primacías- tamvién el contar esa experiencia fundante será enteramente personal, antes que una abstracta transmisión doctrinaria.

A diferencia de Felipe y Andrés, cuyos nombres traen reminiscencias helénicas, tanto Bartolomé como Natanael son nombres enteramente inscritos en las tradiciones judías. La corrientes exegéticas a menudo entran en conflicto y han sido exhaustivas respecto de la identidad del apóstol Bartolomé o Natanael, especialmente en el hecho de identificar a la misma persona con dos nombres. Aquí sólo diremos que Bartolomé -bar Tholomai, hijo de Tholomai- no excluye al nombre Natanael, siendo perfectamente posible que Natanael sea el nombre de pila y Bartolomé el patronímico, ambos enraizados en plena identidad judía.

El hombre que está bajo la higuera es una figura eminentemente simbólica: es el israelita que bajo el amparo de la higuera de Yahveh -Israel- pone su mente y su corazón en estudiar la Torah, Palabra de Dios y Ley para su pueblo.

Sin embargo, el estudioso Natanael se aferra a ciertos criterios vigentes, que indican que de Galilea, de la misma Galilea a la que él pertenece por nacimiento, y muy especialmente de Nazareth jamás vendrá algo bueno.
Es una idea fiera tenazmente enquistada, pues en nuestro hoy nos sigue latiendo que de todas las periferias sospechosas nada bueno puede salir.
Por eso Felipe no se embarca en esas discusiones doxológicas, porque la verdad corre por cauces extraños, e invita al amigo a un encuentro personal: el Ven y Verás debería ser bandera cordial de todo esfuerzo misionero, emblema de la Gracia, de un Cristo que restaura y libera, amigo y Señor, hermano y servidor.

Natanael pronto entenderá que el Maestro lo venía mirando desde hace tiempo, antes inclusive que el convite de Felipe. Y en un espacio nuevo y dialógico, que es la oración, descubre que hay un más allá de los criterios mezquinos, que una vida nueva se le ofrece a partir de ese hombre, Cristo Jesús.
Porque Natanael es un israelita que ha permanecido fiel, y es un hombre sin doblez.

Un hombre honesto y recto, un hombre que no se permite estar a la deriva de ideas y tendencias vanas, un hombre transparente que se afirma en su Dios, y esa firmeza no deviene en rigidez fanática, sino en la capacidad de asombrarse, de permitir que Dios nos descubra y encuentre en cada encrucijada de la existencia, bajo las higueras de nuestros pensamientos, porque Él ha salido en nuestra búsqueda y todo es posible.

Paz y Bien

Generosidad ilimitada










Para el día de hoy (23/08/17) 

Evangelio según San Mateo 19, 30-20, 16





Las lecturas lineales nunca son buenas, siempre es necesario ahondar en las profundidades al modo del buscador de tesoros que cava cada vez más profundo y sin desmayos. La literalidad se suele quedar solamente en la letra escrita o impresa e ignora el significado mayor, y es la madre de todos los fundamentalismos excluyentes, exclusivistas y hasta violentos.

Un ejemplo de este postulado es la lectura del Evangelio para el día de hoy. En la superficialidad, es claro que según los razonables parámetros que solemos manejar, esto es, nuestro criterio primero de justicia entendida como equidad, el a cada uno lo suyo. Más aún en el castigado ámbito del trabajo, en donde la humanidad tan a menudo se encuentra mancillada y menoscabada con condiciones brutales, destratos y salarios indignos. Y hablamos de salario en su sentido primordial, o sea, un trozo de sal entregado al jornalero o trabajador -en épocas del Imperio Romano- que por valioso, se entregaba como pago por una tarea específica realizada en un lapso de tiempo determinado, algo tan infrecuente como razonable que implica el mismo pago por la misma tarea.
No está mal, claro que nó, y quiera Dios que el mundo del trabajo y el trabajo en el mundo -único camino para la inclusión y la dignidad- discurra por caminos así de justos.

Sin embargo, la parábola de Jesús de Nazareth no se refiere a ello, sino más bien tiende a acentuar alegóricamente cualquier presupuesto o esquema que podamos graficarnos interiormente acerca de Dios, y de su esencia primordial, el amor. Y de su indescriptible vínculo paternal y maternal para con toda la humanidad, que supera infinitamente cualquier precálculo.

El Dueño de la viña paga muy bien a estos jornaleros; un denario es un salario altísimo para un día de labor. Y no conforme con ello, les paga primero a los últimos en llegar, a los que prácticamente no han hecho ningún esfuerzo, a los que -en esos válidos criterios humanos- no merecen el mismo salario que los que trabajan desde el amanecer.

La parábola habla de justicia, pero de la justicia de Dios que es la misericordia. Es asombrosa, es inconmensurable, es desmedida, es ilógica y no busca méritos, porque el amor de Dios en Cristo es el Reino aquí y ahora entre nosotros, para todos, sin excepción, sin visas, incondicional, generoso al extremo de no buscar nada a cambio, canastas inagotables de pan vivo para que nadie más pase hambre, la Gracia de Dios.

Paz y Bien

Ricos, camellos y agujas









Santa María, Reina

Para el día de hoy (22/08/17):  

Evangelio según San Mateo 19, 23-30



Lejos de cualquier parcialización o de cualquier lectura lineal, es muy importante situarnos en el escenario de la lectura que nos ofrece la liturgia del día, y es la continuidad literaria y sobre todo teológica de la conversación entre Jesús de Nazareth y el joven rico.
Por ello mismo la necesidad de no caer en una perspectiva apológica de cierta clase de pobrismo -especialmente el que se impone y no se elige-, o la trampa de ideologizar y aplicar a la Buena Noticia categorías sociológicas y hasta ideológicas respecto de ciertas clases sociales.

Lo cierto es que en aras del falso dios Dinero se realizan sacrificios humanos pues se aniquila al prójimo. Lo cierto es que no se puede servir a dos señores, a Dios y al Dinero. Lo cierto es que en esas cuestiones se juega nuestra vocación infinita de ser libres, con la libertad de los hijos de Dios.

Los discípulos están más que preocupados. Ellos, si bien han dejado familia y bienes siguiendo los pasos de Cristo, aún se aferran también a determinadas cosas, y ese aferrarse es similar a las limitaciones que se autoimpone el joven rico. Las viejas ideas, los viejos esquemas, un corazón que paulatinamente envejece porque se per-vierte, es decir, que no se con-vierte.

Lo saben en sus corazones, y la razón no puede indicarles otra cosa: la carga de las propias miserias es tal que nadie, desde una lógica mundana, de justicia retributiva, puede salvarse. Nadie.
Y es verdad. A la Salvación no se la adquiere, por ella ya ha pagado con su propia vida, el costo mayor, Cristo en la cruz por todos nosotros.
Porque la Salvación es don y misterio del amor de Dios, y nó fruto de nuestros meritos ahorrados.

Lo cierto es que nosotros vamos montados a lomos de otros camellos. Lo cierto es que en esta monta atravesaremos todos los ojos de agujas.
Porque vamos en la feliz montura de la Gracia, del amor infinito de un Dios que es Padre y que nos sale al encuentro, de un Dios que todo lo puede y para el que no hay imposibles.

Nuestra herencia -inmerecida, generosa, asombrosamente desproporcionada- es la vida eterna, plena, feliz, en los brazos del Dios que nunca se resigna.

Paz y Bien

El cielo está cerca









San Pío X, Papa

Día del Catequista

Para el día de hoy (21/08/17):  

Evangelio según San Mateo 19, 16-22






Dos aspectos destacan en la actitud del joven que se acerca con su pregunta al Maestro: parece venir decidido a todo, y a su vez se acerca con franqueza y confianza, sin hipocresía, sin intenciones ocultas como solían hacer escribas y fariseos, sin ánimos veraces.

Su razonamiento no nos es para nada ajeno, pues separa las cosas de esta vida de la postrera y además, consonante con nuestras actitudes, inquiere qué debe hacer ahora para procurar luego la vida eterna.
No está mal, claro está, pero la encarnación de Dios en Cristo es la urdimbre santa de la eternidad en el tiempo, un Dios que se hace historia y vecino. Y que la Salvación es don y misterio de amor antes que premio por méritos acumulados en la balanza de las buenas acciones.

Para miradas teológicamente severas, el Maestro responde con ortodoxa exactitud: hay que cumplir los mandamientos.
Pero los mandamientos son mucho más que un reglamento a observar, y encuentran pleno sentido y trascendencia en Cristo.

De allí el énfasis que Jesús de Nazareth pone en su enseñanza: respetar siempre la vida sea propia o ajena, venerar los cuerpos, amar a la esposa, venerar a los mayores, nunca tomar lo que no nos pertenece, afirmarse en la verdad, amar al prójimo como a uno mismo.

Se trata de eso que llamamos ética, entendiendo como ética la manera de ser en el mundo. Ética es mucho más que moral, ética son principios inalterables y la moral podría considerarse el modo en que la ética se traduce en cada etapa histórica.
Cuando la ética se contempla y vive desde la fé, es decir, desde la perspectiva del corazón de Dios, entonces se proyecta al infinito.

Todos esos mandatos llegan a su plenitud cuando se deja todo atrás y se vive por y para los otros. Abnegación, servicio, solidaridad. Venderlo todo para dárselo a los pobres es renegar alegremente del yo para trascender en el nosotros, en un Dios que descubrimos en el rostro del hermano.

El cielo está cerca y ya se asoma en la cotidianeidad.

Paz y Bien

Fé y pertenencia











Domingo 20° durante el año

Para el día de hoy (20/08/17) 

Evangelio según San Mateo 15, 21-28




Desde el comienzo mismo de la lectura para este día, el Evangelista Mateo nos pone en entredicho seguridades y preanuncia una aureola de conflicto: Jesús de Nazareth ha partido de tierras judías, de tierras santas y se retira a Tiro y Sidón, ámbito extranjero y, por tal, pagano y religiosamente impuro.

Para la religiosidad imperante en la época, estas cuestiones eran cruciales: sólo a Israel, como heredero de las promesas de Dios, llegaría la bendición divina, la salvación. Se trata de una endogamia cordial, exclusiva y excluyente. En casos más exacerbados, el extranjero -el gentil- es tratado con abierto desprecio.
Y Jesús de Nazareth, fiel hijo de sus mayores, era judío hasta los huesos.

Por otra parte, judíos y gentiles -muy cercanos entre sí geográficamente- tenían algo en común: estaban ostensiblemente oprimidos por el imperio romano que los subyugaba sin piedad.
Entre esos matices se puede comenzar a comprender el encuentro del Maestro con la mujer cananea.

El detalle que destaca también es que los discípulos quieren que el Maestro despache rápido a esa mujer, pues se vuelve cargosa, molesta con sus gritos. Quizás les moleste tanto su insistencia como los prejuicios étnicos, religiosos y, obviamente, los de género.

Seguramente la fama del Señor como taumaturgo trascendía las fronteras judías. Esa mujer que grita no pide para sí, suplica por su hija. Es ante todo una madre, y tal vez por ello no conste su nombre.
Ella sabe que en el joven galileo hay respuestas, hay salud y liberación para su hija, que no encuentra en cualquier otra parte o persona.

La expresión que habla del pan de los hijos y los cachorros, con toda probabilidad se trate más de un slogan usual en esos tiempos en referencia a los campesinos judíos expoliados por los brutales tributos impuestos por los romanos/perros. 

Más aún, esa mujer llama al Maestro como "Hijo de David": al Él ese título, aunque exacto, no le gustaba, pues remitía inevitablemente a una reivindicación de la corona real. No obstante, ella lo reconoce como Señor, y su argumento inteligente y perspicaz se fundamenta en la clave de todo destino, la fé, y la fé en Cristo.

Ella lo reconoce como Señor, Él reconoce su fé y su confianza. Ella, tan distinta y ajena, tiene más fé que los pretendidamente propios, los discípulos.

Cuando nos conocemos y re-conocemos pueden suceder milagros.

Ese Cristo conmovido revela a un Dios que se deja convencer, que no impone criterios mezquinos de pertenencia, que desdibuja fronteras férreas porque la pertenencia a su familia acontece desde la fé, desde la confianza en ese Cristo, Hijo de un Dios tan solidario con la humanidad que se ha hecho uno más entre nosotros.

Paz y Bien

Los preferidos de Cristo











Para el día de hoy (19/08/17) 

Evangelio según San Mateo 19, 13-15




En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, los niños tenían una clasificación social cuanto menos complicada. Estaban situados en un escalón similar a los esclavos y a las mujeres, es decir, que carecían de derechos, y a su vez se definían por ser seres incompletos. Y excepto en contadísimas ocasiones, las condiciones en que eran criados no pasaban el tamiz severo de las normas de pureza/impureza vigentes, por lo que si el Maestro les imponía sus manos, Él también se volvería un impuro, un proscrito para la vida religiosa y comunitaria.

A ello se debe, en gran parte, el reproche de los discípulos a las madres de los niños. Pero también otro enojo subyace a la par de la reprensión, y es que esos hombres -prisioneros de sus tradiciones y su cultura- no toleran en las honduras de sus corazones que los niños -tal como esclavos o mujeres- sean parte privilegiada del Reino de Dios que Cristo les inaugura y revela.

A diferencia de esa mentalidad que es tan persistente a través del tiempo, Jesús recibe, abraza y bendice a los niños. Es el signo cierto de la preferencia de Dios por los pequeños, por los que no cuentan, por los indefensos, por los que son capaces de asombrarse, por los que aún mantienen esperanzas indestructibles de mirada transparente.
Y más aún, su reclamo perentorio para que permitan que los niños lleguen a Él es también una toma de posición que no admite medias tintas y que debería también ser el carácter primordial de la comunidad cristiana.
Proteger a los indefensos, hacerse familia de los pequeños, hermanarse con los que no cuentan y muy especialmente, ponerse del lado de las víctimas, jamás buscar justificar a los victimarios.

Porque Dios tiene sus preferidos, a los que pertenece el futuro y desde donde el Reino florece.


Paz y Bien

Aunarse











Para el día de hoy (18/08/17):  

Evangelio según San Mateo 19, 3-12





Los fariseos se acercan al Maestro con ánimos más que polémicos, pues no hay búsqueda de verdad en la discusión que pretenden iniciar, pues buscan provocar el error, la trampa que haga fallar en la ortodoxia religiosa a Jesús y, de allí, desacreditarlo frente al pueblo y juzgarlo por medio del Sanedrín.
Sin embargo, entre ellos mismos hay posiciones encontradas; baste como ejemplo la escuela de rabbí Shammai, que atribuía la cuestión de la responsabilidad del divorcio al adulterio o a una conducta inmoral por parte de la mujer, mientras que la escuela de rabbí Hillel aceptaba como motivos válidos o legales también poca capacidad en la cocina, o simplemente que la esposa dejara de atraer o agradar al esposo.

En cualquier caso, el libelo de divorcio era potestad única del varón, dejando en una consideración inferior e infamante a la mujer. Como decía un sabio de estos lares, todos somos iguales pero algunos son más iguales que otros.

Por eso, la cuestión acerca de la observancia de la Ley iba mucho más allá de intentar hacer tropezar a Jesús de Nazareth. La clave radicaba en un legalismo extremo en donde no había lugar para Dios, en donde el acceso del simple fiel estaba vedado, en donde se antepone el precepto a la propia vivencia pascual del Dios de la vida.
Tras esquemas así, no hay posibilidad de fraternidad ni de -mucho menos- nunguna novedad, y la percepción de lo bueno. Buenas Noticias de nuestra liberación, del amor de Dios.

La cerrazón de esos hombres era tal que el Maestro discurre por los andariveles de su propio lenguaje. Pero no se embarca en casuísticas legalistas ni en literalidades vanas. Sólo les revela y recuerda que todos ellos han olvidado y por ello han renegado del plan de Dios, vida plena y abundante para todos.

Sueño de Dios es la convergencia, el conjugar -cónyuges- la vida de una mujer y un hombre desde el amor, edificando familia, la bendición de los hijos, la alegría de vivir y envejecer juntos, con todo y a pesar de todo, una vida nueva que es mucho más que un pacto societario. Es una bendición feliz de nuestro Dios, aunque los egoísmos y diversos dramas que permitimos germinar coarten esos sueños infinitos.
Y más aún, su acabada comprensión es producto de la fé.

No obstante ello, tenemos una gran deuda de caridad para los que ese proyecto de familia, ese tallo de amor ha quedado trunco. A menudo y aunque sean necesarios, en los estrados tribunalicios el amor se dá de bruces contra el suelo.
Grave error es quedarnos en el reglamento. Los hermanos que han quedado a la vera de sus caminos y que quieren ponerse en marcha al amparo de Dios siguen siendo, precisamente, hermanos, tan hijas e hijos de Dios como el que más. ¿Con qué autoridad estamos revestidos para su juicio, para condenar sus divergencias?

Todos somos mendigos del a Misericordia de Dios, que se nos brinda inconmensurable, abundante, asombrosa y con una maravillosa desproporción respecto a cualquier mérito.

Paz y Bien


El cálculo de la misericordia









Para el día de hoy (17/08/17):  

Evangelio según San Mateo 18, 21-19, 1




Diez mil talentos es una suma inimaginable, mayor aún que la suma total de la deuda externa de un país pobre. Para tener una idea: un jornalero, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, ganaba un salario de un denario por día de labor, y un talento es la moneda equivalente a seis mil denarios, es decir, un jornalero debía trabajar -sin gastar un céntimo- durante dieciséis años para poder ahorrar un sólo talento.
Por lo tanto, diez mil talentos son una enormidad: simbólicamente, refieren a todo aquello que es impagable, para lo que no hay matemáticas que cierren las cuentas.

Lo impagable de la deuda tiene que ver con el pecado y con la misericordia de Dios. Una lectura meramente lineal y literal solamente nos indicaría que nos encontramos frente a un Dios que es un patrón severo que extiende premios y castigos. Es por sobre todo un Padre que nos ama, una Madre que nos cuida, y todos, sin excepción -hasta los deudores más recalcitrantes- somos sus hijos amados.

Porque en verdad lo gravoso de nuestras miserias suele ser imperdonable si lo miramos con los ojos de nuestra justicia.

Pedro está en una sintonía similar. Aún así, las siete veces que propicia perdonar al hermano que constantemente lo hiere y lo ofende es de índole afable y generosa, máxime conociendo el carácter volátil del pescador galileo. Además, siete representa para la simbologia judía la totalidad, por lo cual el perdón que esboza Pedro tiene un larguísimo alcance.
En realidad, no es por allí que se desvía. Su error es aplicar criterios mundanos a las cosas del Reino. Su error es calcular las cosas de Dios, y de allí suponer que meritoriamente debe realizarse una aritmética específica del perdón.
Por eso la respuesta del Señor es tan concluyente: no siete veces, sino setenta veces siete, es decir, setenta veces siempre.

La aritmética de la Gracia es extraña y asombrosa. Nunca hemos de arribar a resultados exactos porque es gratamente desproporcionada y felizmente errónea, fallida en nuestros escasos parámetros. No surge de méritos o tasaciones de culpas varias, sino de la misericordia, esencia del amor de Dios por nosotros.
Y es menester vivir de acuerdo a ello, perdonar de acuerdo a lo que se nos perdona.

No se opone este perdón a nuestra justicia. La Misericordia está en otro plano distinto que apunta y conduce a la eternidad. La justicia humana refiere a la reciprocidad y a la equidad, pudiendo coincidir o discurrir por distintos senderos.

Hay que salir de pobres, más no de cosas o dineros.
Salir de la verdadera pobreza, la mala, la espúrea, la de no saber reconocer la Gracia de Dios en nuestras existencias, Gracia que puede germinar brotes de bien aún de la tierra más reseca y estéril.
Porque no reconocer el paso salvador de Dios por nuestras vidas, cada día, es la auténtica causa de toda des-gracia.

Paz y Bien

Espacios de reconciliación









Para el día de hoy (16/08/17) 

Evangelio según San Mateo 18, 15-20





Por la certeza de la presencia del Señor, a partir de la verdad comunitaria de dos o más reunidos en su Nombre, la Iglesia es espacio sagrado de Salvación. Y es Cristo el que convoca, el que re-une, el que edifica comunidad junto a hombres y mujeres que le sigan.

Quizás los mecanismos institucionales sean necesarios, y con ellos las tabulaciones y normas disciplinarias. Los problemas comienzan cuando estos procedimientos se ponen por delante o en desmedro de lo que verdaderamente cuenta, la fidelidad y la misericordia.

Los frutos mejores de ese ámbito sagrado, entonces, han de ser el perdón y la reconciliación, señales ciertas del cuidado recíproco, de la búsqueda del hermano, de la paciencia respirada.

El perdón sana y cierra heridas; y como toda cura, no es cosa sencilla, pues es multicausal y a su vez produce varios efectos. Especialmente el derribo de los muros de egoísmo y de orgullo, y el reencuentro de los alejados. Es cierto que no es fácil, pero mucho peor y terrible es el rencor.
El perdón no es solamente una cuestión de amores rituales, sino que tiene efectos concretos sobre la cotidianeidad, es decir, sobre la historia. Por eso, en tanto que surge de modo primordial del amor entrañable de Dios, el perdón es revolucionario.

Y la reconciliación es expresión del reencuentro, la venda de los corazones heridos, la posibilidad de un presente distinto y fructífero, y de un futuro en común con el hermano. Perdón no es desmemoria: perdón es la posibilidad de inaugurar una nueva historia, con todo y a pesar de todo y todos.

Quiera Dios que nos reconozcan y nos identifiquemos por las canastas asombrosas de perdón que seamos capaces de compartir.

Paz y Bien

Asunción de María, plenitud de humanidad









La Asunción de la Virgen María

Para el día de hoy (15/08/17):  
Evangelio según San Lucas 1, 39-56



Celebramos la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, preanuncio y certeza de todas las plenitudes ofrecidas incondicionalmente a toda la humanidad. Celebramos que no somos solamente una idea, una entelequia, una mente escindida, sino que los cuerpos tienen destino de eternidad, que los cuerpos también son sagrados. Celebramos que tenemos un destino infinito de felicidad total, interminable. Celebramos que, a pesar de lo exigua que es esta vida terrena, no hay un fin porque hay más, siempre hay más.

Esa alegría interminable que se consuma en el más allá se comienza edificando en el más acá, día a dia, segundo a segundo.
Porque por la Resurrección de Cristo y con María de Nazareth tenemos la certeza incoercible de que la muerte es éxodo y nuevo comienzo, que no final. Aquí estamos de paso nomás, peregrinos en estos caminos tantas veces ensombrecidos.

En este peregrinar se nos suelen trabar los pies en el fango del dolor, del que provocamos y del que nos infringen. Retrocedemos por la carga de nuestras mezquindades, nos sometemos a los egoístas y temerosos designios de la comodidad.

Pero Ella no se amilana, ni baja los brazos.

La Asunta es María de Nazareth, esposa de José de Nazareth, Madre de Jesús, Madre de Dios, esposa, madre, hermana y discípula fiel. María es presencia que alumbra nuestras incertidumbres, espejo perfecto de Aquel que es la luz, señal cierta de que estos cuerpos a veces dan doblegados no son sólo un envase que se descarta, sino más bien templos vivos con promesa inquebrantable de eternidad.

Ella enciende nuestras esperanzas desde el milagro de la solidaridad y el servicio.
Ella es la testigo espléndida de todo lo que Dios quiere hacer por nosotros, pura bondad y ternura, la Gracia de todos los asombros.
Ella nos vuelve a decir sin cansancio que Dios está muy cerca, que siempre cumple sus promesas, que su sueño es la liberación para que todas sus hijas e hijos sean felices, que tiene prefiere abiertamente a los pobres, los pequeños y los humildes, un Dios que hace que la vida florezca, crezca y se expanda, un Dios que derriba a los poderosos de sus tronos.

Ella es pequeña, pequeñísima. Sin embargo, en su corazón fecundo por la Gracia caben todas las ansias, alegrías y dolores de todos los hijos, y aún hay más lugar.
 
Ella se puso en marcha hacia el Hijo que supo llevar en sus entrañas, Ella es certeza firme de reencuentro definitivo, Ella es fé y es abrazo, Ella es confianza y es vida siempre creciente, Ella le habla al Hijo del vino que nos anda faltando.
 
Porque donde está la Madre, está el Hijo, está la vida, está el motivo de nuestra alegría y nuestra esperanza

 
Paz y Bien

Tributos de paciencia











Para el día de hoy (14/08/17) 

Evangelio según San Mateo 17, 22-27





Jesús de Nazareth debía tener, indudablemente, miríadas de paciencia. Frente a un nuevo anuncio de la Pasión que afrontaría en libertad, fidelidad y obediencia, los discípulos se entristecen. Después de tanto andar con Él por caminos misioneros, aún se aferraban a esas imágenes viejas de un Mesías glorioso, de victoria impuesta, de poder detentado. Quizás su tristeza se deba, precisamente, a que todas sus ansias individuales se truncaban de antemano, y en menor medida a los sufrimientos que su amigo debía tolerar en breve; más ninguno de ellos atinaba a comprender que los caminos de Salvación, los senderos de Dios son bien diferentes de los nuestros, de los que solemos elegir.

Ellos, caminando por Galilea, llegan a Cafarnaúm: allí les sale al paso uno de los recaudadores de tributos del Templo, requiriendo el pago de estilo, la tasa usual. Ésta se había instaurado al regreso del exilio babilónico, de tal modo que todo varón judío había de pagar dos dracmas -una de las tantas monedas vigentes, de origen griego- para el sostenimiento del culto en el Templo de Jerusalem y de los sacerdotes. Ello aplicaba no sólo a los judíos de Tierra Santa sino también a los de la Diáspora, y en muchos casos era mirado con cierto rencor, pues muchos de los obligados a duros esfuerzos lograban apenas el sustento diario. Sin embargo, y a pesar de no ser un tributo provincial del Imperio Romano, nadie se atrevía a discutirlo ni a evadirlo pues significaba una rebeldía flagrante contra la institucionalidad de la fé de Israel.

Pero todo lo que enseñanza el Maestro parecía ir en una dirección contraria; es que en realidad, la santidad se desplaza, en el tiempo de la Gracia, desde una imponente construcción de piedra hacia una persona -templo vivo-, Jesús de Nazareth. En este vínculo nuevo no hay duras imposiciones, sino lazos filiales que hacen nuevas todas las cosas.
Jesús de Nazareth es, de tan obediente, libérrimo. Nada puede atarlo desde fuera, desde lo impuesto; antes bien, Él voluntariamente se rebaja y pone a disposición de los demás en la entera libertad del amor.

La exigencia del recaudador de impuestos abre una encrucijada: si el Maestro no paga, es un rebelde y un apóstata de las tradiciones de su pueblo. Pero si paga, contradice todas sus enseñanzas al modo de escribas y fariseos, hagan lo que yo digo pero no lo que yo hago.
Pedro es temeroso de cualquier ruptura, y se apresura a confirmar el pago.
Pero Jesús no es un provocador inútil ni un generador banal de escándalos, que habitualmente hacen bulla pero nada cambian. Y Pedro y los discípulos -todos nosotros- somos libres porque este Cristo nos ha liberado, porque ha pagado todo tributo vinculante con la eternidad al costo infinito de su misma vida, de su sangre ofrecida.

El pez con el dracma en la boca quizás sea un símbolo de humor velado, de no dar demasiada relevancia a lo que no lo tiene. Pero también, que sí es importante contribuir a uno de los bienes sociales más importantes, la paz, la concordia. Y a ese tesoro sólo se lo engrosa mediante aportes pacientes.

Como Pedro, pescador galileo y pescador de hombres, nosotros también hemos de hallar en nuestra cotidianeidad monedas de paciencia y libertad para el bien común, con la libertad de los hijos de Dios.

Paz y Bien

Seguir navegando










Domingo 19° durante el año

Para el día de hoy (013/08/17):  

Evangelio según San Mateo 14, 22-33




Mientras Jesús despide a la multitud que se ha saciado del pan milagrosamente multiplicado, los discípulos deben embarcarse e ir hacia la otra orilla, por expresas instrucciones del Maestro. El énfasis puesto por el Evangelista Mateo en esta acción nos indica la resistencia de los discípulos a hacer lo que Jesús quiere: es que en la otra orilla se encuentra el mundo pagano, lo extraño, lo ajeno, lo que nada tiene que ver con el nosotros, el enemigo.

Es un tabique que los encierra y que deben aprender a sortear: la Buena Noticia, el pan de vida, ha de compartirse con todos los pueblos y naciones, porque esa asombrosa revelación de que Dios es Abbá implica que todos, sin excepción, somos sus hijas e hijos amados.

Podemos imaginar algunos gestos de enojo contenido o de estupor por el mandato. Aún así, se embarcan y van hacia donde les ha mandado Cristo. Pero esa barca es pequeña y endeble, y los vientos del lugar la suelen zarandear a capricho y gusto. Ellos no avanzan ni se acercan al destino indicado por el Maestro: tienen un gran viento en contra que los hace retroceder, pero ese viento no silba entre las olas encrespadas sino que arrecia las honduras de sus corazones. Es su afan por lo viejo y perimido lo que los retiene, egos atrapados en dialécticas sin trascendencia y pietismo sin Dios.

Por eso, tal vez, el Señor salga a su encuentro. La barca es la Iglesia, y sólo llega a buen puerto cuando se embarca Él.
Camina sobre el mar encrespado de la desconfianza y los temores, sobre todos los miedos. Pero ellos están temerosos y lo suponen una aparición espectral. Cuando Cristo no se adecua a nuestros moldes comienzan los problemas, solemos venerar esos moldes y repudiar al Cristo real. Preferimos la fotografía a la persona, o peor, la caricatura.

Pedro quiere romper ese claustro agobiante, y en cierto modo desafía al Maestro. El tono lo dice todo, pero el Maestro no se niega. Sin embargo Pedro se percata al instante de la virulencia de las aguas, de la fuerza del oleaje antes que de la presencia santa de Dios en Cristo. Por ello desespera cuando el agua le llega al cuello, porque es el fin inminente no sólo de su existencia sino de toda una historia que debe ser pasado, y dejar paso a la Gracia de Dios.

Con todo y a pesar de todo, es preciso seguir navegando. Con la brújula de la fé, con Cristo al timón, esta frágil barca que somos seguirá firme y cumplirá alegremente y con tenacidad mansa su misión de Salvación.

Paz y Bien

Los imposibles se desdibujan








Para el día de hoy (12/08/17) 

Evangelio según San Mateo 17, 14-20




En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, las enfermedades mentales y las patologías neurológicas, como en el caso del Evangelio para el día de hoy la epilepsia, eran consideradas como producto de la injerencia directa o de la acción de espíritus demoníacos. Por tanto, cada enfermo y sus familias necesariamente estaban condenados al sufrimiento propio de su enfermedad y al ostracismo y la condena social.
A ello debía añadirse una cuestión no menor: según los preceptos legales-religiosos que se encontraban vigentes por aquel entonces, toda enfermedad era consecuencia del pecado propio o de los padres, castigo divino adecuado por ignotas culpas. Por tanto, el enfermo devenía en impuro, es decir, en incapaz e inhábil de participar en la vida religiosa y comunitaria, impureza que se contagiaba y transmitía a aquellos que se estaban en contacto con el impuro primario.

Así entonces veremos en varias oportunidades al Maestro retirarse de las ciudades a la soledad: ello no es únicamente por una necesidad de silencio y oración, sino que sucedía a continuación de algún signo de sanación. A Él no le importaban las consecuencias que debía soportar por sanar a tantos, por rebelarse contra esas rígidas normas que desbordaban de inhumanidad y poco o nada tenían que ver con el Dios que Él bien conocía y revelaba, el Dios Abbá de nuestra Salvación.

Pero los milagros no son solamente intervenciones espectaculares de Dios en la historia mientras el hombre observa como un mero espectador pasivo. La Encarnación inaugura el kairós, tiempo santo de la Gracia, tiempo santo de Dios y el hombre, y los milagros acontecen cuando se conjuga el amor y la bondad de Dios con la fé del hombre.

El padre de ese niño, con seguridad, sufría por partida múltiple. Sufría como sufren los papás y las mamás que viven por y para sus hijos, y que no se quedan de brazos cruzados aún cuando todo le diga que no, que hay que aceptar y resignarse frente al dolor. Pero sufría también la portación de ese estigma que su hijo ni nadie debe portar ni merecer, estigma de impureza o de cualquier clase o categoría. Por eso frente a esos discípulos limitados y vacilantes que no pueden hacer nada por su niño, acude al mismo Cristo en busca de auxilio. Quizás sea un hombre sin formación, con muchos conceptos erróneos o deficientes; pero porta lo más importante, que es confiar, confiar en la persona de Jesús de Nazareth, porque sabe en su corazón que será escuchado, que Él todo lo puede, y más aún, nada pide para sí mismo, es un padre que ama y sufre y suplica por su hijo.

Y el enojo y la reprimenda del Maestro nos pueden sorprender por su fuego, por su apasionamiento. Llama a sus discípulos -y a muchos de los presentes- generación perversa e infiel, y estos términos no han de ser leídos en una perspectiva peyorativa social, sino espiritual: es una generación per-versa la que no es con-versa, la que no se atreve a creer, porque todo está allí, al alcance de cada corazón.
La comparación que les sugiere a los suyos no es, como una lectura ligera indicaría, entre la fé de los discípulos y Él mismo. Ellos deben dirigir sus miradas a ese hombre, a ese padre que cree y que merced a esa confianza obtendrá, a pura caridad, la salud/salvación de su hijo.

Los imposibles y los no se puede se desdibujan cuando nos atrevemos a creer y confiar.

Paz y Bien

Abnegación









Santa Clara de Asís

Para el día de hoy (11/08/17) 

Evangelio según San Mateo 16, 24-28






Refresquemos por un momento lo que sabemos acerca de la cruz: eran el patíbulo elegido por el imperio romano, especialmente, para ejecutar a los reos condenados a muerte por los delitos más abyectos, a los criminales marginales. El mismo horror producido y la exhibición obscena del ejecutado a la vez tenían por objeto una clara intención disuasoria y amenazante, de tal modo de taladrar mentes y corazones con el metamensaje de si haces lo mismo que éste, así terminarás.
Por otra parte, la Ley mosaica estipulaba que todo ajusticiado de esa manera o por la horca se debía a pretéritos o cercanos pecados, y a su vez el reo era un maldito, un impuro mayor, el sambenito cruel de los maldecidos por el nefasto silogismos del por algo será.

Muerte, marginalidad y maldición parece ser la consecuencia directa de la cruz, y puede desatarse un temporal de emociones encontradas en nuestras almas porque es Cristo quien nos dice que quien lo siga -el verdadero discípulo- ha de negarse a sí mismo, renunciar a cualquier apetito personal y ponerse al hombro esa cruz que es un horror y se asoma en las cumbres de la inhumanidad.
Sin embargo y con todo lo gravoso, con todo y a pesar de todo, el distingo fundamental, quien cambia la polaridad del espanto y cualquier otro rótulo es el amor y la fidelidad.

Esa abnegación es un bien evangélico que escasea, pero que otros tanto, en fructífero silencio, cultivan en las parcelas fértiles de sus corazones, para mayor gloria de Dios y bien de los hermanos.

Seguir a Cristo no es nada fácil ni simpático, máxime en los vaivenes cotidianos y en medio de las enfermas posturas sociales de nuestros días. Porque todo parece indicar que es una locura no apostar a la individualidad, al bienestar personal, al goce y a los disfrutes propios sin ningún tipo de incovenientes que se acepten consciente y voluntariamente.

Seguir a Cristo es atreverse a hacerse marginal y maldito, a renunciarse a cada momento, a no medrar con la existencia y el esfuerzo de los demás, y a ascender hacia otros niveles de humanidad -a crecer- sin utilizar las cabezas de los otros como escalones, sino más bien a ir con los demás, y desde la propia pequeñez a aliviar la carga de tantos que están doblegados por tantas cruces que se les impone.

Con la cruz al hombro y el hermano en el costado, luces fieles en nuestro mundo de tinieblas.

Paz y Bien

La fuerza escondida de la semilla











San Lorenzo, diácono y martir

Para el día de hoy (10/08/17):  

Evangelio según San Juan 12, 24-26






Una amplia idea instalada y sostenida en los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth era la de un Mesías glorioso y revestido de poder que imponía la victoria de Israel mediante la derrota militar de sus enemigos, pura fuerza esgrimida y detentada. Si bien esto era reivindicado por la ortodoxia religiosa -escribas y fariseos- era ampliamente compartido por mucha gente, especialmente por los discípulos del Maestro.

Por ello, frente a los anuncios de la Pasión, de la muerte en la cruz como un criminal abyecto y marginal, como un epítome de todas las derrotas, sus discípulos se hunden en el estupor, y los fariseos se escandalizan. En sus estrechos esquemas es inaceptable que la muerte sea algo más que eso mismo, un final, y en este caso un final ignominioso.
Pero Cristo revela el rostro afable de un Dios que es Padre, de un Dios que es amor. Y amor es mucho más que un sentimiento, es ante todo la donación incondicional de sí mismo, de la propia existencia en favor de los demás. Dar la vida para dar vida.

Aún así, es menester que ellos entiendan, y la paciencia del Maestro no tiene límites ni cercenada su tenacidad.
Se vale para ello de una sencilla parábola que se origina en la experiencia campesina, en la semilla.

Semilla que como grano de trigo cae en tierra, y se esconde entre los pliegues fértiles del humus, abrazo cerrado de la tierra. Allí, en silencio se humedece y los procesos biológicos la pudren y deshacen.
Podríamos quedarnos con eso, claro está. Pero nos quedaríamos con la pérdida, la disolución, la degradación.

Sin embargo, hay más. Siempre hay más, hay que animarse a tener una mirada profunda.
A su tiempo, esa semilla que se deshizo se transforma, pequeñísimo brote oculto que asomará humilde por entre el surco marcado, tallo cimbreante, espiga dorada, pan de bondades.
En un pequeño grano de trigo acontece la plenitud, pues cumple en su totalidad un destino que lo sobrepasa y que está más allá de los escasos márgenes de sí mismo, arribando al pan bendito.

La Encarnación es la imagen primera de ese grano de trigo, la vida que se esconde en la fecunda profundidad de María de Nazareth, Dios que se encarna desde lo pequeño, de lo humilde, de lo que no cuenta.
El Hijo, que tiene los mismos ojos de la Madre, abre caminos ofrendando su propia vida como rescate de muchos.

Porque la vida, don de Dios, tiene una fuerza escondida en lo pequeño, en la ofrenda generosa, en la entrega incondicional para que un hermano -y un hermano pobre- viva pleno, dé un paso adelante, germine hacia la Salvación.

Paz y Bien

Un corazón que asume el dolor del prójimo








Para el día de hoy (09/08/17):  

Evangelio según San Mateo 15, 21-28





Jesús de Nazareth, a pesar de sus raíces galileas -de periferia y cierta heterodoxia cultual- era judío hasta los huesos. Así lo habían criado sus padres, así lo educaron en la fé de sus mayores y en las tradiciones ancestrales de su pueblo.
Por eso le concernían las ideas vigentes, los preceptos obligatorios, los criterios diseminados muchas veces a la fuerza, aún cuando en su interior estuviera en desacuerdo y despuntara otro horizonte, el del Padre.
En resumidas cuentas, Jesús de Nazareth es un fiel y cabal hijo de su pueblo. Y en aras de la autenticidad, se lleva a todas partes y en toda circunstancia lo que uno es, piensa y siente.

Las regiones de Tiro y Sidón hacia donde el Maestro se retira no son áreas estrictamente judías, sino que se encuentran bajo soberanía de Israel por mano militar. Sin embargo, por esos persistentes preconceptos se encontrarán siempre bajo sospecha y observadas con un inocultable desprecio: hay demasiados extranjeros yendo y viniendo por allí, demasiados ajenos que indican impureza ritual, la alteridad desdeñable de los que no son de Israel. También es ruta y a veces hogar de colonos provenientes de los enemigos acérrimos y tradicionales del pueblo judío, fenicios y filisteos.

Para la cultura de su época, una mujer debería guardar recato y silencio, y no trabar conversación en público con ningún hombre fuera de su padre o su esposo, so pena de ser considerada como una mujer de moralidad escasa y/o dudosa -de allí viene el rótulo de mujer pública-. Por todo ello, que una mujer salga corriendo tras del Maestro, a puro grito suplicante, y para colmo de males sea una extranjera, es un escándalo mayor.
Seguramente por ello es que los discípulos le piden a Jesús que la atienda, para menguar aunque sea en parte el impacto de ese bochorno. No hay otra intención, ni siquiera interesarse por su situación. El qué dirán es un rector severo y cruel.

Decíamos que Jesús es un fiel hijo de sus mayores, y así declara que su misión es, ante todo, ofrecida al rebaño de Israel. Las palabras duras  -migas y perros- se destinan usualmente al extraño, aunque quizás haya allí una tácita invitación, pues no hay un desplante abrupto ni una despedida rápida.
Pero la mujer resplandece de inteligencia y de una confianza que opaca la fé torpe de los discípulos, pues en el ruego por su hija está volcada y palpitada la confianza de todo su ser en ese Cristo que pasa, y esa confianza es el mar Rojo de la fé, el inicio de toda Pascua interior.

Pero hay más, siempre hay más.

Y es que el corazón sagrado del Señor es un corazón vulnerable al dolor de los demás, al sufrimiento del prójimo, compasión pura, misericordia genuina e incondicional. Es un corazón en sus manos que se deja conmover y transformar.
Por el amor de Dios expresado en Cristo y la fé del hombre se urden en diáfana humildad todos los milagros, y germina la Salvación.

Paz y Bien

No nos hundiremos









Santo Domingo, presbítero

Para el día de hoy (08/08/17) 

Evangelio según San Mateo 14, 22-36




Jesús de Nazareth había alimentado a la multitud, y ahora quería volver a la soledad, a la oración, al encuentro con Dios; no debemos perder de vista que, poco tiempo atrás, se había enterado de la muerte del Bautista: en esa ocasión -muy reciente- tuvo la necesidad imperiosa, tanto como el respirar, de retirarse a orar, pues el dolor por la muerte de Juan, la plena conciencia de su ministerio y la certeza de que su final ha de ser similar al del profeta lo impulsa a abandonarse a los brazos de su Padre. Más todo esto se interrumpe por la necesidad de las gentes, por las urgencias de una multitud hambrienta y a la deriva.
Hemos de hacer nuestras las prioridades del Maestro.

El Maestro permanece en oración en el monte, pero los discípulos deben embarcar hacia la otra orilla del mar. Es la imagen exacta de la Iglesia: los discípulos han de llevar el pan de la bondad de Dios a todos los pueblos, y no acotarlo a la nación judía, a unos pocos, y en esa orilla se encuentra el extranjero, el extraño, el que no es como uno, el impar, y eso debe terminar. Todos somos hijas e hijos de Dios.

Los discípulos cumplen, en esa débil barca, el mandato del Maestro. Pero las aguas parecen enojadas y el mar se encrespa y maltrata la embarcación. En realidad, no es una tormenta típica de esa zona montañosa: el viento que los zarandea está en sus corazones, es el viento en contra que los quiere depositar a la fuerza, nuevamente, en los terrenos del triunfalismo, del mesianismo fácil, del exitismo espectacular. Son ellos mismos los que actúan como viento contrario y ancla.

Pero el Maestro no es indiferente a lo que les suceda a los suyos. Aún cuando parece desconectar, siempre está allí, y su presencia no disipa las tormentas: antes bien, fortalece la barca-Iglesia y los corazones para que, firmes, atraviesen cualquier temporal. La señal es que Cristo camina mansamente sobre el mar encrespado, siempre está en camino hacia los suyos, jamás los abandona, y la iniciativa y las primacías son suyas, Espíritu de Dios que no nos abandona.

Ellos creen ver a un fantasma, claro está. Pues este Cristo les rompe cordialmente las fotografías trucadas que se han hecho de Él, porque se han quedado con un personaje y han abandonado a lo que cuenta, la Persona.
Pedro no escapa a la media, a los conceptos viejos, al error que impera. Pedro sigue aferrado a los milagros únicamente como intervenciones espectaculares de Dios que actúa frente a una pasividad estupefacta del hombre, y por eso, en cierto modo, pretende tentar a Cristo pidiéndole que lo mande ir hacia Él caminando por sobre las aguas.

Nunca es un momento malo para aprender, y el Maestro lo sabe.

Pedro, obcecado en su error, comienza a hundirse, y ello sucede porque se hunden sus esquemas, sus ideas vanas, los moldes que le ha impuesto alegremente a ese amigo que es su Salvador. Pero sobre todo, Pedro se hunde porque teme, porque no confía, y nó a la inversa. El temor es anterior a la zozobra.

La mano amiga y bondadosa de Dios está siempre allí, cuando todo indica que pereceremos, y hay una cuestión tan obvia que solemos pasarla por alto: el milagro no acontece solamente por la mano tendida de Cristo, sino también por ese Pedro que se aferra a ella y que sobrevive a la catástrofe inminente.

Es una cuestión primordial de fé: no se trata tanto de lo que Dios puede hacer por nosotros -en especial, en los momentos críticos- sino más bien de lo que juntos podemos hacer de su mano y con su auxilio. Y en verdad, nos atrevemos a bien poco.
Será cuestión de seguir navegando y animarse, que no nos hundiremos.

Paz y Bien

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