Dejamos atrás la noche porque está cerca el alba del pesebre de todas nuestras esperanzas













San Andrés, apóstol

Para el día de hoy (30/11/19): 

Evangelio según San Mateo 4, 18-22







La lectura del día nos hace presente al Maestro caminando a orillas del mar de Galilea; esta ubicación es geográfica y teológica, es decir, espiritual.

El mar/lago de Galilea es la frontera marítima entre la nación judía y las tierras paganas: por esa cercanía, los galileos son mirados habitualmente con recelo y desconfianza. Quienes viven en esas orillas se mixturan en lo cotidiano, y para una religiosidad como la imperante en aquel entonces el contacto con lo extraño, con lo foráneo impurifica, excluye de la deseada y obligatoria pureza ritual.
Sin embargo, se trata de un nuevo tiempo que surge desde los bordes de la existencia, en esas periferias en donde nada bueno ni nuevo se espera. La pureza no estará dada por los orígenes raciales o nacionales ni por la observancia de los preceptos: es Dios quien purifica, quien transparenta, quien hace nuevas todas las cosas en los asombros inmensos de la Gracia.

Los convocados son pescadores de oficio y experiencia. En el entrevero constante de las aguas, todos los peces son parecidos, y no hay peces judíos de un lado y peces paganos del otro. La convocatoria entonces será la de pescar hombres, rescatar humanidad por entre el oleaje que pierde y tan a menudo confunde y asusta. Se ha de pescar por igual en ambas orillas, en todos los mares.

Andrés y Simón son hermanos. Su vínculo filial es biológico pero, más aún, es simbólico: este oficio nuevo de pescadores de hombres está signado desde sus propios orígenes con la rúbrica indeleble de la fraternidad. La pesca es tarea de hermanos, ámbito y esfuerzo comunitario en donde todo se comparte, en donde se crece en común, en donde se agradece ante todo la vida del otro, del hermano que es también compañero de caminos.

Ellos dejaron las redes y siguieron a Cristo. No hubo retrasos, ni convenientes esperas; la presencia del Maestro es tan decisiva que transforma el aquí y el ahora.
Ellos dejaron las redes, dejaron el pasado, dejaron todo lo que perece para quedarse con lo único que importa, compartir la vida eterna de Dios en la persona de Jesús de Nazareth. No hay adhesión doctrinaria, ni siquiera declamación de pertenencia, sino profesión vital de seguir sus pasos. Seguimos a una persona antes que a una idea.

Dejamos atrás las redes en tren de ruptura mansa, un cambio total para vivir como Jesús vivía, amar como Jesús amaba, servir como Jesús servía, en la sagrada misión de compasión y liberación.

Dejamos atrás la noche porque está cerca el alba del pesebre de todas nuestras esperanzas.

Paz y Bien

Frutos nuevos, frutos buenos de justicia, de compasión, de servicio, de solidaridad














Para el día de hoy (29/11/19):  

Evangelio según San Lucas 21, 29-33











La higuera tenía una gran carga simbólica para la mentalidad y la cultura judías del siglo I. Crece tanto como arbusto en suelo rocoso o bien como árbol frondoso en terrenos más llanos, con una altura cercana a los 8 metros: la encontraban surgiendo silvestre o cultivada en muchas fincas, toda vez que sus frutos eran muy apreciados por su sabor dulce pero también por su utilización terapéutica, pues se utilizaban para morigerar los síntomas de varias patologías cutáneas.
Pero también traía a esas gentes profundas resonancias religiosas, la higuera como símbolo de prosperidad y de reflexión de la Palabra de Dios -recordamos aquí a Natanael sentado bajo la higuera, ante la vocación de Cristo-.

La higuera dá frutos en ramas viejas por el mes de junio. Lo llamativo es que ante la llegada del verano, no reverdece en hojas frondosas sino que florecen brevas nuevas, frutos deseados. Ello puede expresar, desde otra perspectiva, que la aparición de esos brotes preanuncia la llegada del verano.

Es menester abandonar miradas limitadas y, por lo tanto, mezquinas.
Los signos son inequívocos y están allí. Es necesario tener ojos de fé, la mirada de Cristo, la mirada de Dios, una mirada de trascendencia, esperanza, una mirada que se amplía por la Gracia.

Hoy, ahora mismo, hay frutos que están anunciando en silencio y humildad la llegada del verano, la presencia de un Dios Abbá presente y vivo en medio de su pueblo.

Frutos nuevos, frutos buenos de justicia, de compasión, de servicio, de solidaridad, todos frutos de un Reino que empuja la vida con tenacidad desde la pequeñez de un Niño que se abre paso desde los márgenes de la historia para nuestra salvación.

Paz y Bien

Dios con nosotros. Está muy cerca nuestra liberación















Para el día de hoy (28/11/19): 

Evangelio según San Lucas 21, 20-28









El lenguaje apocalíptico no es sencillo ni digerible especialmente para nosotros, mujeres y hombres que oscilamos culturalmente entre dos siglos, dos mil años después de escritos los Evangelios.
Un indicio interpretativo es el significado de Jerusalem para las gentes del siglo I: tanto para judíos como para las primeras comunidades cristianas, era la Ciudad Eterna, faro seguro y presencia de Dios que los nutría de identidad nacional y religiosa y una certeza inamovible en la que se afirmaban frente a los horrores de la ocupación romana.

Jesús de Nazareth, en tenor profético, les preanuncia a sus oyentes las calamidades que sobrevendrán, una guerra extensa y brutal de ocho años, el asedio de Jerusalem, la destrucción del Templo y de la Ciudad Eterna y la dispersión de los pocos sobrevivientes por las legiones imperiales de Vespasiano y Tito en el año 70.
Ello implicó el colapso de toda una cosmovisión, y que quedaran arrasadas todas las esperanzas. Sin destino ni horizonte, la noche parece no tener fin, las desgracias una constante inagotable.

Así es posible proyectar ese escenario a cada uno de los tiempos históricos en donde acontezcan desgracias y calamidades que arrasen los cuerpos y demuelan las almas. Cada tiempo tenebroso tiene, por lo general, la misma característica, y es su aparente perennidad, su enquistación definitiva en la cotidianeidad de las personas, como una maldición del presente y una negación del futuro.

Con todo y a pesar de todo, aún cuando señales cósmicas indiquen lo contrario, la esperanza sigue viva como el humilde y tenaz rescoldo que no se apaga. Dios no nos ha abandonado. Dios está tan amorosamente implicado en la historia que se ha hecho tiempo, vecino, pariente, un Niño en brazos de su Madre que desafía mansamente a los poderes, a los imperios, a todas las opresiones desde la fidelidad y la ternura.

Dios con nosotros. Está muy cerca nuestra liberación.

Paz y Bien

La diferencia siempre la hace la fidelidad al Evangelio















Para el día de hoy (27/11/19)

Evangelio según San Lucas 21, 10-19









La lectura que la liturgia nos presenta en el día de hoy es violenta y vulnera muchas certezas.
Porque socava cierto tipo de comodidades religiosas de las cuales nos apropiamos con fervor.
Porque añoramos paz y armonía, y el Maestro nos promete desprecios, acosos y persecuciones por causa del Evangelio.

Está claro que si esto sucede es loable, y es fruto de la santidad. Pero a veces nos quedamos en una observación romántica, casi pueril, cuando en realidad se trata de situaciones espantosas, atroces, durísimas.
Las hermanas y hermanos, los discípulos de Jesús de Nazareth serán, de acuerdo a esa fidelidad, tratados como subversivos, como delincuentes, como desestabilizadores del orden, y entregados a las autoridades como malhechores para su castigo, el que a veces llega a la misma muerte.

Tal vez desde esa perspectiva, la medida de la fidelidad de la Iglesia estriba en si no se acomoda a los poderes de este mundo, y si se la persigue por su compromiso con la Buena Noticia, y por ello con los más pequeños, con los olvidados, con las víctimas de todo tiempo y lugar.

Ningún dolor es deseable, ningún horror es delectación.
Pero la diferencia la hace siempre la fidelidad. La fidelidad al Evangelio.
Y por sobre todo, la fidelidad de un Dios que jamás nos dejará abandonados a nuestra suerte, librados a las maldades de imperen, porque a pesar de toda cruz, tenemos la certeza de que lo que prevalece por ese amor infinito es la vida, la Resurrección.

Paz y Bien

Puentes de bondad y esperanza
















Para el día de hoy (26/11/19): 

Evangelio según San Lucas 21, 5-9










Es dable imaginar la mirada de espanto de los oyentes del Maestro cuando Él les preanuncia la destrucción del Templo.
Ese Templo era motivo de orgullo nacional por su imponente construcción, por las bellas ornamentaciones, por la pompa y el boato que lo engalanaban, pero muy especialmente para esas gentes era el recinto en donde se encontraba su Dios. Como núcleo y faro de la fé de Israel, su destrucción cerca del año 70 por las legiones romanas implicó un quebranto emocional e identitario para toda la nación, y murieron por miles y otros tantos sufrieron los rigores de la diáspora, quedando el Pueblo Elegido sin patria, sin nación, sin un Templo que los congregara.

En cierto modo, el derribo primero es conceptual: en la Buena Noticia no hay mediación entre Dios y el hombre a través de las joyas, ni se acota casi de manera pagana el ámbito de lo sagrado a un espacio específico -un Dios encerrado-. Es un tiempo nuevo en donde la mediación absoluta acontece en la persona de Jesús de Nazareth, el Cristo, pascua del pueblo desde el templo de piedra hacia la persona santa, misterio asombroso de la Encarnación de Dios.

Así todas las seguridades se caen como castillos de naipes al viento, y brota con furia paralizante el miedo. De allí que a menudo lo escatológico implique para muchos cuestiones horrorosas, finalísticas.
Consecuentemente con esos parámetros, cuando acontecen miserias y desgracias, hecatombres humanitarias, violencias sin sentido, la rebelión de una naturaleza maltratada, se asocian esos pesares al panorama oscuro del final.

Pero la peor de todas las calamidades es renegar del presente y abdicar de toda esperanza, aún cuando campeen las sombras.
El Cristo de nuestra Salvación y sus hermanos fieles siguen tendiendo puentes de bondad para el reencuentro con Dios.

Paz y Bien 

Los pequeños gestos que nos redimen

















Para el día de hoy (25/11/19): 

Evangelio según San Lucas 21, 1-4





El Maestro sabía mirar y ver como nadie, superando todas las apariencias y superficies. Árboles y bosques, o mejor aún, árboles dentro del bosque.
Así puede descubrir la verdad más profunda por entre la multitud que discurre, por entre las estruendosas ofrendas de los ricos, por entre el palabrerío de las plegarias repetidas que tan a menudo desdicen su sentido de oración: allí, en la sala del Tesoro del Templo destella ante sus ojos, como una diadema muy valiosa, el gesto infinito de la ofrenda de una viuda pobre.

Durante su ministerio, Jesús de Nazareth planteó en numerosas ocasiones una antítesis escatológica entre el Reino y las riquezas, entre la inminente liberación de ese Reino y la esclavitud del dinero, entre el aferrarse a lo que perece o afirmarse en lo que trasciende, aunque a los ojos del mundo sea algo menor, ínfimo, irrelevante.

Sin embargo, no se trata únicamente de una enseñanza moral. Hay más, siempre hay más, manantial inagotable es la Palabra.
La humilde ofrenda de esa mujer conmueve al Maestro: mientras los ricos dan lo que poseen y lo que les sobra -y por eso son poseídos por las cosas-, ella se brinda a sí misma en esos dos shekels menores, su subsistencia consagrada para los demás, sin limitarse ni menguarse en precauciones, pues abandona toda cautela arrojándose por entero a un presente que engalana con su ofrenda y con su fé. 
Ellos dan lo que poseen, mientras que ella posee lo que dá, su vida misma ofrecida.

El Maestro se conmueve porque en el profundo gesto de esa mujer encuentra el rostro amable de su Padre, un Dios pobre que no se limita, que se brinda incondicionalmente desde una indigencia asumida por amor a sus hijas e hijos, sin reservarse nada, en la alegría absoluta del vivir por y para los otros.

Que el Espíritu nos abra los ojos para reconocer los gestos eternos que redimen nuestros días, imágenes santas del Dios de la vida.

Paz y Bien

Cristo nuestro hermano y Señor, Cristo nuestro Rey, Cristo nuestro Dios


















Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo 

Para el día de hoy (24/11/19):  

Evangelio según San Lucas 23, 35-43 





En la Fiesta que hoy celebramos nunca faltan las imágenes imponentes de Christus Rex, Christus Imperator, corona con diademas y cetro de poder. Seguramente, en esas imágenes hay mucho de afectos y piadosa devoción; pero justo es decir que no se condice con la profunda realeza de Cristo, que no es de este mundo, que no se adapta a los criterios y razones mundanas. Sin irnos demasiado lejos, ello también expresaba los deseos de poder temporal de ciertos sectores de la Iglesia.

Pero en el siglo I, la cruz era el preciso y estudiado castigo, la pena capital que imponían los romanos sobre los delitos más graves; a su vez, la tradición judía infería que un crucificado era un maldecido, un abandonado por Dios a causa del pecado.
Es decir, decir crucificado es decir criminal abyecto y maldito.

La liturgia tiene cosas extrañas, y a menudo nos embiste alegremente en nuestras comodidades: con el tempo propio del tiempo ordinario, y asomándonos a la luminosa ventana del Adviento, la contemplación de la lectura de la crucifixión nos desestabiliza, alabado sea Dios, pues aparenta estar totalmente fuera de lugar.

Así también un rey crucificado, una desubicación imposible de conjugar. Un rey que se precie muere en combate, o en su lecho rodeado de sus cortesanos luego de una extensa vida.

Este pretenso rey tiene por corte a ciegos, a leprosos, a lisiados, a publicanos penitentes, a descastados y descartados, a los irrecuperables e impresentables de siempre. Sus huestes no se imponen a la fuerza aplastando a sus enemigos; los suyos se revisten de esperanza y sólo están armados con la fé en Aquél que los envía y no los abandona, misión de liberación desde la vida ofrecida cada día.

El procurador romano pone un rótulo en su patíbulo, que es identificatorio pero también una provocación para con los dirigentes judíos: allí se lee Jesús Nazareno Rey de los Judíos. 
Rey de los judíos es burla pero también amenaza velada, como aseverando el opresor que éste es el destino horrible de cualquier asomo de soberanía judía, de corona restaurada.
Pero al destacar nombre y gentilicio, reafirma sin saberlo el núcleo de la historia de la Salvación, un Dios que se encarna, que se hace hombre y vecino desde la periferia galilea. 

Hay burlas y afrentas para con ese rey quebrantado y derrotado.
Muchos, plenos espectadores inmóviles; no hacen nada pero esa omisión los vuelve partícipes del crimen.
Otros se burlan con un -sálvate a ti mismo-, la injuria del egoísmo mayor, de abandonar al inocente a su suerte, de regodearse con la miseria y el sufrimiento del otro.

El Gólgota parece enmarcarse con las dos personas que crucifican junto al Maestro, dos malhechores -dos hombres habituales en el mal antes que dos ladrones-. Uno de ellos, agonizando, advierte en su corazón la terrible injusticia de ejecutar a un inocente, y que en ese Cristo que muere a su lado hay algo más que un simple galileo enemistado con las autoridades, o que un rabbí itinerante, y en ese reconocimiento hay conversión.
Como señal inequívoca, la misericordia no se demora aún en los tiempos más duros y difíciles. La Salvación acontece aquí y ahora, en tiempo presente.

Como felices malhechores salvados por la entrañable bondad de Aquél que ha vencido a la muerte. nosotros celebramos y rendimos humildes honores al rey crucificado.
Rey por servir, por entregar su vida sin medida ni reservas, Dios parcial que se hace hermano fiel de todos los crucificados de toda la historia, Todopoderoso porque ama y seguirá amando con todo y a pesar de todo.

Cristo nuestro hermano y Señor, Cristo nuestro Rey, Cristo nuestro Dios.

Paz y Bien

Dios de vivos, Dios dador de vida y plenitud















Para el día de hoy (23/11/19): 

Evangelio según San Lucas 20, 27-40









En la época del ministerio de Jesús de Nazareth, los saduceos -tsedduquim, descendientes del Sumo Sacerdote Sadoq-, conformaban una élite de importante influencia política, religiosa y económica en Israel, al punto de actuar de un modo similar al de un partido político. Aunque en su gran mayoría integraban la nobleza laica y los espacios del poder político, aún con la dominación romana, algunos de ellos a su vez pertenecían a los estratos curiales superiores del clero que servía en el Templo de Jerusalem, y así en su historia podemos encontrar varios sumos sacerdotes, siendo los más notorios Caifás y su suegro Anás.

Su influencia se correspondía también con profusas fortunas y un bienestar sin precedentes. Aferrados a una vida desbordante de privilegios, elaboran un pensamiento religioso sistemático -una teología- que la fundamenta, y por ello en gran medida niegan la Resurrección: la respuesta simple es que no tiene sentido preocuparse por el más allá, cuando se está tan bien en el más acá. Sin embargo, subyace en estos criterios cuestiones más profundas: para ellos la buena fortuna, las riquezas son bendiciones divinas en premio o recompensa por una vida piadosa meritoria, observante a su modo de la Ley mosaica. Inversamente, la pobreza y los sufrimientos son los castigos lógicos de un dios espantoso y punitivo que castiga con miserias y dolores las vidas religiosas mediocres o abiertamente involucradas en pecados públicos o afrentas a la Ley.
Así entonces, los saduceos conforman -desde lo político y lo religioso- un grupo extremadamente conservador al punto de llevar sus reservas a la paranoia, pues cualquier atisbo de novedad o cambio es percibido como una amenaza a suprimir rápidamente por todos los medios posibles.

Negaban la Resurrección, y por ello con mayor énfasis, rechazaban la Buena Noticia: en su horizonte es imposible el alba de un Dios que sea Padre, que sea amor, que sea incondicionalmente generoso, que sea Gracia pródiga, Salvación para todos, sin excepción.

En esta perspectiva es que le plantean al Maestro una especulación dogmática sobre la llamada Ley de Levirato, la cual era una antigua institución legal de Israel, de carácter estrictamente endogámico, por la cual se pretendía que si una mujer enviudaba sin tener descendientes varones, debía ella contraer nuevas nupcias con el hermano del difunto para garantizar la continuidad de la tribu, del clan, de la raza pura y sin contaminaciones. En el tiempo del ministerio del Señor la obligatoriedad de esta norma había caído en desuso, limitándose al consentimiento previo de los involucrados, pero es dable comprender su reivindicación por los saduceos en su elitismo cerrado.

El problema es que el argumento no es inocente, carece de intención veraz, pues busca hacer tropezar a Jesús de Nazareth haciendo que se expida contradictoriamente en cuestiones propias de la ortodoxia religiosa, a tal punto de banalizar la discusión llevándola a un extremo ridículo, en idéntica proporción al insulto velado que le imparten: se dirigen a Él como Maestro pero lo tratan como a un  imbécil.

Nada eso amilana a Cristo. Ni las banalizaciones, ni los insultos, ni los desprecios. Aún desde enmarañadas madejas se pueden tejer buenos lienzos, y es menester estar atentos, pues en su respuesta están también todo el precioso tiempo que malgastamos en torpes juicios y absurdas e interminables discusiones bizantinas sin sentido ni destino.

Porque lo que importa es que el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios de vivos, que nó de muertos, Dios dador de vida y plenitud, de perdón y Salvación, incansable en su afán de que la vida -que es don y misterio- sea para todos un regalo infinito, interminable, que comienza aquí y ahora y que no tiene fin.

Paz y Bien

La casa de oración que debe ser purificada de robos y tráficos es el templo de nuestro corazón















Para el día de hoy (22/11/19): 

Evangelio según San Lucas 19, 45-48







La expulsión de los vendedores y cambistas del Templo suponía un desafío abierto a la autoridad religiosa, y por eso mismo un acto de enorme coraje. 

Una nutrida marea de gente confluía hacia el Templo de Jerusalem durante todo el año pero especialmente en las fiestas solemnes, desde todos los rincones de Israel y también de toda la Diáspora. Ello implicaba que los que no vivían en las cercanías de Jerusalem tuvieran que adquirir animales kosher, es decir, animales cultualmente puros para los sacrificios que se ofrecían, mientras que los peregrinos llegados de sitios distantes tendrían que cambiar el dinero que portaban por la moneda oficialmente aceptada. Todo ello implicaba una enorme afluencia de dinero, de pingües negocios de los que -seguramente- los miembros principales del Sanedrín eran beneficiarios. Ayer y hoy para muchos la religión es un negocio, un tráfico tolerado y aceptado.

Así, la acción rotunda del Maestro nos resulta muy atractiva pues despeja al Templo, ámbito de lo sagrado, de todo foco de corruptela, de lo que no debe estar allí de ningún modo. Pero la realidad es mucho más profunda: en ese lugar se había instaurado una concepción mercantilista de la fé en un Dios al que se le podían arrancar favores y bendiciones a cambio de actos tabulados como piadosos, colocables en la columna del haber religioso acumulable. Ese Dios no es el Dios de Jesús de Nazareth, Padre bondadoso, pródigo en su amor.

Se trata de un tiempo distinto, no alternativo, sino raigalmente diferente, y se ha producido un desplazamiento absoluto, del Templo de piedra a la persona de Jesús de Nazareth. Porque al Padre se le honra y adora en Espíritu y en verdad antes que en lugares específicos.

Nosotros no estamos exentos de ciertas tinciones que nos suelen ensombrecer. También nos perdemos en los afanes del trueque piadoso, y si bien hay un atiusbo de fé, también hay una negación expresa de la Gracia asombrosa, generosa, incondicional.

La casa de oración que debe ser purificada de robos y tráficos es el templo de nuestro corazón.

Paz y Bien

Madre del Señor, remanso de la Gracia de Dios













La Presentación de la Santísima Virgen María 

Para el día de hoy (21/11/19) 

Evangelio según San Mateo 12, 46-50








No hay parangón ni comparación posible.

Ella es una niña pequeña, una niñita judía casi invisible. Frente a sus ojos mansos -en los que ya se puede adivinar la mirada de Aquél que un día sería su Hijo y nuestro hermano- se levanta imponente ese Templo que representa la historia y la fé de sus mayores.
El Templo tiene unas dimensiones inverosímiles, está revestido de las piedras más refulgentes y del oro más puro en sus muros altos, en sus naves, en sus escalinatas y patios, en su altar en donde se desborda el humo del incienso del culto y el de los sacrificios constantes. Una multitud como un río caudaloso, que proviene de todos los puntos cardinales, parece aumentar sus dimensiones.

La razón dicta que se trata de una niña pequeña frente a un Templo enorme.
Pero el corazón sabe que Ella es aún más grande que ese edificio, en la ilógica de un Reino que está llegando. En su insondable pequeñez, esa niña es la más grande, y desde su alma esa niña se vuelve Templo definitivo de la Gracia de Dios, de un Dios que está reescribiendo la historia humana hacia campos fértiles de Salvación... desde esa muchachita.

Ese Dios que algunos suponen recio y severo, implacable vengador de su pueblo, en realidad se conmueve sin límites frente a la pequeñez de esa niña.

El Dios del universo está enamorado.

Esa niña se haría mujer y esposa, Madre y hermana, profeta y discípula de ese Dios al que llamaría hijito, que gestaría en su seno, que acunaría en sus brazos.

Esa niña vuelve hoy a decirnos, desde un silencio frondoso, que todo está al revés. Que Dios se inclina abiertamente hacia los más pequeños, hacia los que nadie mira ni vé, hacia los que no cuentan. Que a pesar de tantas cosas que aparentan una contundencia definitiva y luctuosa, por enormes, por demoledoras, desde donde menos se espera y de quien menos se lo espera nos puede llegar aquello que cambie nuestras existencias para siempre, y transforme el rostro apesadumbrado de un mundo que sigue prefiriendo las fastuosas y tangibles construcciones a la humildad definitiva de los pequeños.

Esa niña es aún más grande que ese Templo al que la llevan para ser presentada. Esa niña será un día mamá de Aquél que es el Templo definitivo, el Templo santo que permanece para siempre.

En esa niña están todas las esperanzas porque en esa niña se afinca como un remanso la Gracia de Dios.

Paz y Bien

Fructificar nuestros pequeños dones















Para el día de hoy (20/11/19):  

 
Evangelio según San Lucas 19, 11-28








La parábola que nos brinda el Evangelio para el día de hoy proviene de un género alegórico el cual, sin darle una adecuada trascendencia, nos limita a una linealidad torpe y contraria a las enseñanzas de Jesús de Nazareth.
Siguiendo esas razones, nos estancaríamos en una espiritualidad que justifique teológicamente desigualdades, desigualdades que por tanto está muy bien que las prorroguemos y prolonguemos entre nosotros, que es deseable la especulación financiera antes que el trabajo, y que Dios es un puntual castigador, cruel y vengativo.

Más en realidad todo debe leerse en clave de la Pasión que Jesús está a punto de vivir, cruz, muerte y Resurrección, clave de todo destino.
 
Así no se trata de indagar tanto acerca de los bienes recibidos ni tampoco de un juicio final que todos esperamos -rendición de cuentas mediante- sino de qué hacemos, como discípulos y hermanos de ese Cristo, con este don valioso que se nos ha dado, la vida misma.

Por el misterio de la Encarnación, estamos estrechamente unidos a ese Dios que se ha hecho uno de nosotros, y con Él nos volvemos partícipes de la creación. 

Por ello es menester tomar riesgos, florecer la existencia, no esconder los talentos, no enterrarse por temor, sino hacer que lo que se nos ha dado -y no nos pertenece- podamos devolverlo, orgullosos y felices, al tiempo de la cosecha al Viñador que nunca nos abandona.

Paz y Bien 

Elevarse para redescubrir a Dios y al prójimo















Para el día de hoy (19/11/19) 

Evangelio según Lucas 19, 1-10









Seguimos en Jericó, en los arrabales de la Ciudad Santa, en el umbral mismo de la Pasión del Señor. Es por ello que todo signo y todo símbolo cobra especial relevancia, porque ese aparente final de horror y muerte es en realidad comienzo del tiempo definitivo.

También, como en el día de ayer, nos encontramos con un problema de visión, aunque sus orígenes sean distintos. En el caso de ayer, se trataba de un hombre no vidente.
Hoy se trata de un hombre cuya mirada se haya limitada por la multitud y a causa de su estatura.
Dos extremos: el ciego de las puertas de la ciudad, de la vera del camino languidece en la miseria absoluta; Zaqueo, como jefe de publicanos es inmensamente rico. Con notable habilidad literaria, el Evangelista los vincula a ambos, y así la riqueza de uno puede inferirse como causal de la miseria del otro con el transcurrir de los versículos.

Los publicanos eran judíos que recaudaban tributos para el ocupante imperial romano, es decir, que cobraban impuestos para el César con el respaldo fiero de las legiones estacionadas en la zona. Un publicano es un traidor, ferviertemente odiado por sus paisanos, y un impuro consumado por el contacto permanente con extranjeros y con monedas no judías. Pero ellos, abusando de su posición, extorsionaban y cobraban de más en favor propio, toda vez que la legislación vigente consideraba la evasión del tributo imperial como sedición y por tanto, causal de condena a muerte. Así, los publicanos sólo podían tener vida social con otros tantos de su mismo oficio, su vida religiosa era prácticamente nula y estaban clasificados por sus compatriotas con la misma vara moral de las prostitutas.

Zaqueo sabe que el rabbí galileo ha llegado a Jericó, y está movilizado en las honduras de su corazón. Ese Maestro a nadie rechaza, perdona antes que condena, habla de Dios de una manera tan nueva y esperanzadora que -intuye- hay una multitud de respuestas en Él, incluso respuestas a esas preguntas aún no formuladas, las preguntas fundamentales de toda existencia.
Zaqueo intenta infructuosamente divisar a Jesús de Nazareth, pero la multitud está abigarrada -no cabe un alfiler- y Zaqueo es bajito, ni dando saltos puede divisar siquiera una sombra fugaz del Maestro. Por eso no vacila en en subirse a un árbol, un sicómoro, para tratar de verlo desde las ramas. A veces no está mal irse por las ramas si ello nos aclara la visión. 
Zaqueo es petiso y eso le dificulta observar por entre el gentío. Pero más que eso, no vé bien porque ha decrecido en la estatura de su alma: la sujeción al dinero, la explotación de los demás, la corrupción cotidiana que se le ha enquistado lo empequeñecen, lo disminuyen al punto de no poder ver más allá de sí mismo. Esa pequeñez es muy distinta a la de María de Nazareth pues más que una pequeñez se trata de una bajeza estéril sin destino.

Pero esa subida al árbol revela que, en realidad, las primacías son siempre de Dios. Porque Cristo siempre se deja encontrar a pesar de toda dificultad por quienes le buscan con sinceridad y desde un corazón que languidece de hambre por el pan que no perece.

La cena en casa de Zaqueo es la celebración de ese Cristo que ha llegado a la vida de Zaqueo y se ha afincado en su corazón, restaurándolo en su estatura humana plena, que se convierte y repara todo el daño que ha podido causar por acción u omisión. Porque en el horizonte redescubierto de Zaqueo están nuevamente Dios y el prójimo.

Quiera Dios que podamos elevarnos para mirar a Cristo a los ojos. Dejarnos también descubrir por Él, y así celebrar y agradecer la vida recuperada desde lo alto.

Paz y Bien


El amor de Dios no se esconde en abstracciones sino en gestos concretos de ternura y justicia
















Para el día de hoy (18/11/19): 

Evangelio según San Lucas 18, 35-43






San Lucas nos sitúa en los alrededores de Jericó, y esa localización implica una ubicación específica pero más aún una geografía teológica, es decir una localización espiritual.

Jericó es una ciudad antiquísima -de las más antiguas de Palestina- y se encuentra a escasos kilómetros, unos treinta, de Jerusalem. Es decir, Jericó es prácticamente un suburbio, umbral y antesala de la Ciudad Santa y a su vez umbral y antesala de la Pasión y Resurrección del Señor, y de allí su relevancia.

Además, en Jericó se alojan los sacerdotes y levitas del Templo, y allí hay un contraste demoledor entre esos expertos servidores del culto y el ciego que languidece a la vera del camino, ignorado y acallado por los paseantes. Tal vez es el signo de una religiosidad que se seca en su infertilidad, que se ha quedado sin corazón pues es incapaz de la compasión del samaritano de la parábola, que cree que a Dios se lo ubica y acordona en un lugar concreto -el Templo-, paganismo e idolatría de otro signo pues ningún lugar es santo ni a Dios se le puede encerrar en ningún lugar: la santidad la concede la Presencia del Santo entre los Santos, y a Dios se le encuentra en todas partes, comenzando por Jesús de Nazareth y siguiendo por los ojos del hermano.

Hay un desplazamiento sin retorno del Templo estático de piedra y ornamentos a la persona de Cristo, que asumirá en su cuerpo los males del mundo, que se brindará como pan de Salvación, y que por ello hará de la compasión el culto primero y veraz. Es la Pascua definitiva que se esboza en ese camino, a las puertas de Jericó.

La ceguera no es infrecuente en la Palestina del siglo I: las tormentas de arena y el sol bravo que se refleja en el suelo rocoso lesiona las córneas de muchos, pero además, el criterio imperante es que toda enfermedad es causada por un Dios vengador y punitivo que castiga con dolencias los pecados propios o de los padres. Así entonces un ciego no puede valerse por sí mismo, no puede ganar el sustento de los suyos y además es un impuro ritual absoluto al que hay que evitar.
Por ello, cuando se entera que por allí pasa Jesús de Nazareth clama por piedad, por misericordia a partir de lo que sabe y conoce: el Mesías de Israel -notificaban los antiguos profetas- restituiría la vista a los ciegos, y así ese hombre suplica y llama al Hijo de David.
Al Maestro mucho no le gustaba ese rótulo, pues encerraba conceptos erróneos de un mesianismo terrenal, referido a las aspiraciones nacionalistas y de poder político de su pueblo. Su Reino no es de este mundo. Pero aún así, aunque no haya demasiadas precisiones o inexactitudes nominales, lo que cuenta es la fé, la confianza que se profesa.

Los gritos que se elevan por sobre las voces que pretenden acallarle son maravillosos. Se trata de la fé que se empecina en Aquél en quien confía, la fé que no se resigna, la fé que sabe que todo se resuelve en el encuentro con Aqué que salva y sana.

El contraste surge nuevamente, como un contrapunto doloroso. Los apóstoles caminaron por tres años con el Maestro pero no querían aceptar la evidencia del plan de Salvación, ni el verdadero rostro mesiánico del Señor. Ese hombre descartado al costado de la vida sabe y cree más en Cristo que ellos mismos y por ello, restituída su mirada, su vista límpida, se erguirá como hombre pleno de gratitud, alabando a Dios y seguirá los pasos del Maestro, imagen exacta y fiel del discípulo.

Porque se trata de una Pascua que es paso salvador de Dios por la existencia, paso redentor de las miserias a la misericordia que libera y restaura, el amor de Dios que no se esconde en abstracciones sino en gestos concretos de ternura y justicia.

Paz y Bien

No hay noche cerrada que no deserte cuando la luz de Cristo se hace presente














Domingo 33° durante el año 

Para el día de hoy (17/11/19):  

Evangelio según San Lucas 21, 5-19










El Templo era el centro de la fé de Israel y clave en su identidad nacional: todo judío estaba orgulloso de su imponencia, de su talante fastuoso, de su engalanada belleza. En cierto modo y aunque a veces -por la Diáspora- no pudieran peregrinar, siempre tenían sus miradas orientadas hacia Jerusalem y más precisamente hacia el Templo pues era la certeza de lo perenne, de lo inmutable y de la firmeza de sus tradiciones.

Justamente allí, en las inmediaciones del mismo Templo, Jesús de Nazareth preanuncia su destrucción. La comunidad cristiana primera tndrá certeza de ello y lo recordará hacia el año 70, cuando las tropas romanas de Tito y Vespasiano, luego de un prolongado asedio, ingresan a sangre y fuego a la Ciudad Santa y arrasan con el Templo sagrado.

Pero en realidad el Maestro advierte a los suyos acerca del futuro, pues respecto del Templo y su trascendencia ya les ha enseñado bastante. El futuro como horizonte de toda la vida, el futuro como realización de la existencia, el futuro pleno de Dios.

A continuación, la descripción de los acontecimientos que han de vivir los suyos nos trae ecos desoladoramente cercanos: los falsos profetas que engañan, revoluciones y guerras, terremotos y plagas. Hoy, en este presente tan crítico en el que se juega a diario la supervivencia y todo transcurre con mórbida normalidad, podríamos decir las falsas profecías de las ideologías y la propaganda, la violencia extrema que se planifica en siniestros escritorios y se razona en los medios, los descalabros ecológicos porque no cuidamos la casa común, esta tierra, esta naturaleza de la que somos parte.

Más aún, en las persecuciones implacables, el acoso del hambre y el desempleo, las difamaciones continuas, la incomprensión de los cercanos a los afectos, en esas noches cerradas no hay que perder de vista por quien andamos, por quien somos lo que somos y como somos. Quien nos acompaña sin dejarnos librados a nuestra suerte.

Permanecer firmes en lo que prevalece y no perece, aunque todos los templos que nos edificamos como refugio tranquilo se derrumben o nos los derriben, tenaces en la esperanza en Aquél que nos impulsa, que camina con nosotros y que nos espera en un final que es el comienzo definitivo de la eternidad.

No hay noche cerrada que no deserte cuando la luz se hace presente.

Paz y Bien

Quien tenga una vida orante vive la vida misma de Dios
















Para el día de hoy (16/11/19) 

Evangelio según Lucas 18, 1-8








Dejando de lado cualquier ligera pretensión sexista o neoideológica -pues las ideologías de género tienen hoy gran relevancia y son pesadamente tramposas- es menester ubicarnos en el contexto o paisaje sociocomunitario en el que Jesús de Nazareth refiere la parábola.
Durante varios siglos y por numerosas causas, la mujer judía carecía de derechos religiosos y jurídicos, siendo los únicos que podía en cierto y limitado modo esgrimir los que derivaban de su esposo. Es decir, dependía toda su existencia de la protección de los varones - de su padre, de su esposo, de su hijo mayor- y a su vez estaba sometida a sus deseos y limitada por la influencia que su cónyuge pudiera tener.
En el caso de viudez, esto se lleva a un epítome doloroso.

Una viuda es alguien que carece de derechos reconocidos ni de respaldo y apoyo. Una viuda es, en este contexto, el símbolo de todos aquellos que apenas sobreviven en su condición de vulnerabilidad. Su tenacidad en la petición, que se hace cargosa, molesta, martilleante, nos hace suponer sin demasiada dificultad que la intensidad de su reclamo está directamente relacionada a su sustento y, por lo tanto, a su supervivencia. Su vida misma está en juego, colgando apenas de un hilo el derecho que implora sin desmayos.

Del otro lado, quien debía escucharle y respaldarla, hace todo lo contrario. Es una imagen demasiado habitual, la de aquellos a los que fuera de sí mismos nada les importa, ni Dios ni el prójimo, lo que se agrava cuando dichas personas han de impartir justicia. Ello requiere ajustarse a derecho y mirar y ver, en primer lugar, a aquellos a los que no tienen nadie quien los proteja, viudas y huérfanos, y quizás por ello antes que una imponente estatua de una diosa de ojos vendados con una balanza equilibrada, preferiríamos simbolizar a la justicia como una madre de familia...con una escoba en su mano, y con los ojos bien abiertos.

Este juez de la injusticia, de la justicia denegada, de la no-justicia explícita, decide reivindicar el derecho de la viuda porque ya comienza a importunarle la insistencia de la mujer. Quizás se nos pase por alto algo muy elemental, y es que la persistencia del ruego deja en evidencia flagrante la inconducta del funcionario, quebrantando el tempo constante de indiferencia, la rítmica acomodaticia y corrupta de los que permiten y toleran que todo siga igual.

Entre nosotros, gracias a Dios, tenemos muchas viudas que no solemos ver, y que sustentan nuestras vidas merced a su plegaria constante. No necesariamente han perdido a sus esposos, pero son y se reconocen pequeñas y vulnerables, pero las distingue una confianza inquebrantable en ese Dios al que sin descanso se dirigen y suplican.

Su plegaria es peligrosa, pues quien tenga una vida orante vive la vida misma de Dios, y por ende su existencia refleja una luz que no puede extinguirse, una luz que pone en evidencia tantas sombras, tantas opacidades, tantas tinieblas. Esas plegarias constantes sostienen nuestros pasos, y es la plegaria que quizás nos siga permanenciendo en la columna del debe.
 
No tenemos excusas, debemos orar sin desfallecer.

Paz y Bien

La vida como tiempo santo, tiempo de bendición












Para el día de hoy (15/11/19):  

Evangelio según San Lucas 17, 26-37










El texto que hoy nos convoca se caracteriza por un lenguaje que a nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, nos puede resultar duro y extraño, toda vez que se trata de un lenguaje apocalíptico habitual en el siglo I.

Pero su misma intensidad no tiene por objeto el suscitar miedos ni el acosarnos con temores; ello nada tiene que ver con la Buena Noticia. En cambio, es una palpitante llamada de atención para no estar sujetos a chronos -el tiempo consecutivo y mensurable-, y en cambio permitirnos vivir en el kairós, el tiempo propicio, el tiempo santo de Dios y el hombre.

El memorial es imperioso y acuciante, el reconocimiento del paso bendito de Dios por la historia humana y por nuestras mismas existencias.
Algunos, andan por la vida como si nada pasara, como si nada importara, vidas sin futuro ni sentido que sucumben frente a las pequeñas tormentas, y ni hablar frente a los diluvios.
Otros, con una fé incipiente y sin raíces, tal vez escuchen la llamada urgente, pero vuelven su mirada atrás, nostálgicos de comodidades y seguridades pasadas, estatuas de sal que se aferran a infiernos habituales pero nó cielos por conocer.

Es claro que entre esos ejemplos también solemos oscilar.

La vida es demasiado corta y muy valiosa para andarse de manera irresponsable, derrochando el tiempo en el sinsentido, un tiempo que en Cristo se ha inaugurado como tiempo de bendición, era de Salvación desde el mismo corazón bondadoso del Padre.

Contra toda lógica y a pesar de las especulaciones mundanas, es preciso perder la vida. Dilapidarla con alegría en el servicio a los demás, volcarla sin vacilaciones en la compasión, robustecernos corazón adentro en el amor, lo que prevalece y no perece, la identidad única y distintiva de las hijas y los hijos de Dios.


Paz y Bien

Dios sigue interviniendo el la historia humana a través de Cristo y sus discípulos

















Para el día de hoy (14/11/19): 

Evangelio según San Lucas 17, 20-25










Lo rezamos a diario, y suplicamos ¡Venga a nosotros tu Reino!, la oración que el mismo Cristo nos enseñó, rostro bondadoso de un Dios que es Padre.
Pero ese Reino a veces es, para muchos, una circunstancia post mortem, un ideal o utopía a realizarse siempre en el más allá de la vida terrena, que no en el más acá.
Para otros, anquilosados en viejos conceptos mundanos, reino equivale a poder que se impone, a gobiernos, a jerarquías, a una Iglesia en desmesura de poder, directamente proporcional a la ausencia de corazón.
Otros tantos levantan banderas de miedo, de escenarios terriblemente apocalípticos de fines demoledores, especulando a veces fechas, señales en el calendario y escenarios propicios, confundiendo una Parusía gloriosamente ampulosa como poder definitivo y no como un supremo acto de amor, el regreso definitivo de Cristo, la plenitud de los tiempos y el cosmos.

Mientras tanto, en ciertas veredas intermedias se vincula exclusivamente al Reino con la interioridad, relegándolo a un plano espiritualista, quizás abstracto en una piedad que no se encarna.

Sin embargo, para Jesús de Nazareth el Reino de Dios es una realidad palpable, perceptible en el aquí y el ahora, como el rocío bienhechor que renueva la vida al alba, bendición asombrosa e inconmensurable, milagro constante del amor que Dios nos tiene.

Dios sigue interviniendo el la historia humana a través de Cristo salvando, liberando, sanándonos de pecados y dolencias, redimiéndonos de todas las cadenas, haciéndonos plenos. Allí precisamente está el Reino de Dios entre nosotros.

Y cuando los seguidores y discípulos de Jesús -la comunidad cristiana- en su Nombre ofrece la vida en sintonía evangélica, allí también florece el Reino.

Que el Espíritu del Resucitado nos conceda restituirnos una mirada profunda para advertir, descubrir y agradecer este don, esta Gracia, esta Salvación que se nos ha dado y se nos ofrece generosa en cada instante de nuestras existencias, Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.

Paz y Bien

La gratitud, reconocer el paso salvador de Dios por nuestras vidas


















Para el día de hoy (13/11/19): 

Evangelio según San Lucas 17, 11-19








El peregrinar de Jesús de Nazareth nunca es fácil, sencillo y siempre, e inevitablemente abre surcos. El Evangelista Lucas nos brinda datos puntuales que exceden la mera geografía del siglo I, pues -siempre es menester volver a ello- los Evangelios no son crónicas históricas, sino más bien crónicas o relatos teológicos.
Así entonces estas coordenadas ofrecidas nos conducen, como una suerte de Gps cordial, a una geografía teológica, a un ámbito espiritual específico.

Lo importante es que el Maestro se encamina decidido y sin vacilaciones, a pura fidelidad y amor, hacia Jerusalem, al encuentro de la Pasión, de la cruz, de la vida ofrecida. Pero parece tomar cierta ruta contraindicada: atraviesa Samaría y Galilea, zonas bajo conflicto y sospechas continuas.

Los samaritanos son odiados con fervor por el pueblo judío: ellos se consideran a sí mismos descendientes verdaderos de las doce tribus iniciales -más específicamente de Efraím y Manasés-. Adoran a Dios a su modo, tienen la Torah por Libro Santo y la Ley por guía, y no reconocen la autoridad que emana del Templo de Salomón. Ellos tienen su propio templo y monte santos en Garizim. El odio y el desprecio que reciben de los judíos es correspondido y retribuido de su parte.

Los galileos, debido a las invasiones enemigas y a las sucesivas colonizaciones producto de antiguas derrotas militares de Israel, son siempre mirados con cierto desprecio y sospecha por parte de la ortodoxa Judá, y la muy observante sociedad jerosolimitana: es el contacto histórico con los extranjeros y los matrimonios mixtos -la impureza de sangre- los que los hace descender en el valuación que se hace de ellos, y por ello también se encasilla despectivamente al rabbí nazareno, por su origen y nó tanto por lo que dice y hace. Aún así, observan la Ley según los rigores fariseos, y simultáneamente desprecian a esos samaritanos, tan parecidos a ellos.

Por desgracia, a menudo las miserias nos igualan, nos emparejan. Diez leprosos languidecen a la vera del camino, y no importa tanto su origen natal tanto como su condición. Una Ley estricta e inmisericorde los condena a la soledad, los estigmatiza como impuros absolutos por designio divino, caricatura grotesca de un Dios vengativo, castigador, dispensador de males.
A Cristo su fama de sanador y la amplitud de su corazón lo precedían. Aún así, ellos se mantienen a la distancia prescripta por las normativas, que son mayormente motivos ético-religiosos antes que sanitarios. Es significativo también que ellos mantengan esa distancia: ello indica su sumisión a esa trama injusta, su resignación ante lo que es inhumano y está mal.

Cristo no hace oídos sordos al clamor de los dolientes. Toda súplica se escucha siempre, pero a veces no queremos o no estamos capacitados para recibir una bendición.
Sobre esos hombres acontecen dos milagros: primero, el de ser aceptados como hijos y hermanos, desde el puente tendido de la compasión que supera todos los abismos de la injusticia. El otro milagro es su cuerpo restablecido, los estigmas que se limpian en la superficie de su piel y en las honduras de su alma.
El Maestro sabe bien el porqué de sus sufrimientos, y por ello los envía a presentarse ante los sacerdotes: el sistema que los expulsó ahora deberá readmitirlos como sujetos de pleno derecho. Ello implica todo un desafío a una religiosidad edificada para unos pocos puros y una multitud de impuros que deben subordinarse a ser meros espectadores sufrientes y pasivos de una fé que no libera ni hace plena a la gente.

La resignación de esos hombres, su internalización de los procedimientos los hace correr hacia la puerta segura de lo conocido, y que de una buena vez le quiten el rótulo gravoso de la lepra.
Pero uno de esos hombres no es partícipe de los mismos criterios y además, en cierto modo, es desobediente. Es un samaritano, y es señal que no siempre desde la ortodoxia y desde la masividad está la verdad, no siempre desde allí se esgrimen las razones únicas.

El samaritano regresa pleno de gratitud, y es precisamente esa gratitud un camino de Salvación. Reconocer el paso salvador de Dios por nuestras vidas, que nos hace libres, plenos felices.
Nuestro centro y nuestra vida no pasa por los reglamentos ni por las estructuras que nos imponen y que aceptamos sin cuestionar, maquinalmente: nuestro centro es ahora una persona, y nuestra vida y nuestra alegría está en el regreso desobediente, floreciente en libertad y en gratitud a Jesús de Nazareth, quien nos purifica de todas las llagas, quien nos espera siempre para el reencuentro y la paz.

Paz y Bien

La comunidad cristiana será reconocida en su fidelidad y en el servicio a los demás


















Para el día de hoy (12/11/19): 

Evangelio según San Lucas 17, 7-10









El saber popular lo afirma de manera rotunda: de imprescindibles están llenos los cementerios.

Esa consciencia incrementada de la propia valía suele traer aparejada una creencia cuasi mercantil que poco tiene de fé; se trata más bien de la acumulación piadosa de méritos, de un Dios que troca bendiciones por piedad o promesas cumplidas, que premia o castiga según corresponda. Y así, esa creencia pretende una Iglesia legalista y absurdamente jerárquica -algunos grandes, y el resto pequeños-, en donde no hay espacio para la mesa compartida, para la fraternidad, para la Eucaristía, la Iglesia de la Gracia, del Espíritu del Resucitado.

La eficacia y la importancia de la misión no radica en la capacidad y el esfuerzo del sembrador, sino en la asombrosa vida de la más humilde de las semillas.
El absoluto, el horizonte de la vida cristiana es Dios, y nó el espejo aumentado del propio ego.

La comunidad cristiana entonces será reconocida en su fidelidad en tanto ofrezca su vida en el servicio a los demás, en cada pequeño gesto generoso y desinteresado, en ceder el paso, en brindar frutos desde el humus manso de la humildad.

Que el Reino crezca por obra y gracia de Aquél que nunca nos abandona. Porque el Reino acontece aquí y ahora.

Y cuando dejemos estos arrabales, cuando nos toque el tiempo de la partida, irnos como José de Nazareth, en silencio y sin estridencias, felices siervos inútiles que hemos hecho lo que debíamos hacer, plenos por cumplir, felices por ser fieles a nuestro destino ofrecido.

Paz y Bien

Sólo la fé en Jesucristo puede tender puentes de perdón y reconciliación


















Para el día de hoy (11/11/19):  

Evangelio según San Lucas 17, 1-6








No es cosa fácil ni sencilla el perdón.
A menudo, las heridas que se infringen se realizan en unos pocos instantes... pero las heridas tardan muchísimo tiempo en cerrar, en finalizar el doloroso sangrado. Ello en lo interpersonal. En las naciones es peor aún, odios y rencores son herramientas usuales a la hora de ciertas concepciones espúreas de la política; y muchos pueblos cometen el crimen imperdonable -para los poderosos- de tener memoria larga.

Frente a esas heridas, nada volverá a ser igual. Hay que sincerarse, pues a menudo se cruzan puentes hacia territorios de odio y resentimiento de los que es muy difícil regresar. Y cuando se arriba a esos sitios tenebrosos -a veces, necesariamente equitativos, que nó justos- quien impera es el espíritu de venganza. Ni siquiera el de Talión, de la devolución del golpe proporcionado, sino el abismo del ansia de aniquilar a quien nos ha malherido. Esa actitud no es sólo violencia física, sino también la disolución del otro como tal, su borrado en el horizonte de la propia existencia.

Por ello el perdón se confunde a veces como ingenua debilidad, con resignación frente a la fuerza del otro, con estupidez y militante masoquismo.

Nada de eso. El ejercicio del perdón es para mujeres y hombres hechos y derechos, hombres y mujeres con todas las letras, los que con todo y a pesar de todo se animan a emprender nuevos rumbos y exiliarse de la oscura tierra del golpe devuelto, del rencor persistente, de las mandíbulas crujiendo de rabia e impotencia.

El perdón es cosa de atrevidos, de locos, de revolucionarios, de mujeres y hombres que se saben perdonados a diario y de continuo por un Dios que es misericordia, y que saben que ese perdón que propone Jesús de Nazareth -ilimitado e incondicional- no es imposible, y renueva y recrea a uno mismo y al que nos ha hecho daño. Pues todo puede cambiar aún cuando insuma mucho tiempo a nuestros ojos escasos.

Pero el perdón, para ser legítimo, trascendente y eficaz exige un salto de fé que se nos muestra sin ninguna garantía.
Sólo la fé en Jesucristo, en la acción asombrosa del Espíritu del Resucitado que todo lo renueva puede sanar, tender puentes inauditos, con el empuje de un grano de mostaza y transladar montañas con sólo el fuego cordial de quienes quieren volverse cada día más humanos.

Paz y Bien

Un Dios Abbá que ama sin descanso, obstinado en la plenitud de sus hijos



















32° Domingo durante el año 

Para el día de hoy (10/11/19):  

Evangelio según San Lucas 20, 27-38










El hipotético escenario planteado por los saduceos al Maestro es tan improbable como ridículo, una exacerbación en la interpretación de las Escrituras en pos de sustentar sus intenciones, que en este caso es menoscabar la figura de Jesús de Nazareth.

Los saduceos integraban la nobleza laica y, a su vez, desde sus filas salían varios Sumos sacerdotes como Anás y Caifás. Poseían las fortunas más importantes de Israel, y por ello una gram influencia política que se sustentaba por sus pactos y su amistad con el opresor romano. 
Los fariseos, a pesar de todo, gozaban de una alta estima por el pueblo; por el contrario, los saduceos solían ser despreciados precisamente por su talante colaboracionista, cuasi traidor de las tradiciones.

Otro aspecto a tener en cuenta era su religiosidad: sostenían que la prosperidad era el producto de la bendición divina, y la pobreza originada en el justo castigo impuesto por pretéritos pecados. Desde allí, la consecuencia indirecta es su no creencia en la Resurrección.
Es claro: la opulencia en la que viven les hace desdeñar cualquier más allá. Sólo cuenta su confortable más acá.

La tergiversación a niveles absurdos de la antigua Ley de Levirato -por la cual una mujer que enviudara sin descendencia debía casarse con su cuñado- reafirma esos criterios, y manifiesta el desprecio que sienten por ese rabbí galileo, humilde y pobre. Viven su bienestar como si Dios dispensara prosperidad a algunos y miserias a muchos, viven como si el futuro no contara, viven sin pensar que un día morirán y han de presentarse a rendir cuentas al Creador. Un horrible mundo en donde los ricos festejan su opulencia y los pobres han de resignarse y languidecer en su miseria porque todo está así establecido, el siniestro determinismo en donde no hay espacio para la conversión, en donde la Gracia no echa raíces.

Pero Abbá, Padre de nuestro Señor Jesucristo es el Dios de la vida, un Dios que ama sin descanso, obstinado en la plenitud de sus hijas e hijos, el Dios que fecunda la historia y los tiempos con su amor entrañable, que ha abierto los cielos aquí y ahora, que edifica el Reino junto al hombre, y que asombrosamente nos ofrece una vida que no se termina, que no se acota por la muerte, una esperanza en esa Resurrección que no se encuentra en la rítmica opaca de los reglamentos, sino en un profundo encuentro personal con el Señor Resucitado, en cada calle, en cada esquina de la existencia en donde Él nos sale al paso.

Paz y Bien

Cristo, Templo total y definitivo



















Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

Para el día de hoy (09/11/19):  


 
Evangelio según San Juan 2, 13-22











En los ámbitos piadosos habituales, suele adjudicarse a la mansedumbre de Jesús de Nazareth un carácter bucólico y hasta banal, un ingenuo pacifismo.
Pero suele olvidarse que el Maestro era un hombre de emociones fuertes, de pasiones vívidas, de una compasión que lo conmovía desde sus mismas entrañas, del fuego del Espíritu que animaba cada uno de sus pasos.

Así los hechos en los atrios del Templo de Jerusalem. Es menester ubicarnos en el contexto histórico y social de aquel siglo I en Jerusalem: el Templo era el faro que congregaba a toda la nación judía y también de la diáspora, signo de la presencia de Dios en medio de Israel, único sitio de encuentro entre el pueblo y su Dios.
Jerusalem está ubicada, desde hace siglos, en el cruce de distintas rutas comerciales de esa zona de Oriente Medio; a ello, hemos de añadir la gran afluencia de peregrinos venidos de sitios muy dispares y lejanos, y la omnipresencia de la potencia imperial ocupante.
Así, pululaban monedas de muy diverso valor y origen, las que debían invariablemente ser cambiadas por la moneda oficial de Judea para poder pagar los tributos del Templo, y para adquirir la variedad de animales kosher, es decir, religiosamente puros que se ofrecerían en los holocaustos rituales al Dios de Israel. De allí que en los atrios del Templo sobreabundaran los cambistas y los comerciantes de animales para tal fin, y a su vez implicaba un inmenso negocio para los sumos sacerdotes que regulaban tales actividades.

Por eso, la virulencia de la acción de Jesús allí debe entenderse en ese ámbito tan cargado de significados profundos. El Maestro derriba las mesas de los cambistas y espanta a los animales de los corrales de venta, encendido por ese fuego de fidelidad que lo consume, pero hace una declaración que se ubica en un plano muchísimo más trascendente que los mismos gestos.

Las lesiones no las reciben cambistas ni comerciantes, sino los que se enriquecían con el negocio religioso -la prostitución de la casa de oración-. Ello, sin dudas, no se lo perdonarán.
Pero más grave es la afirmación que realiza: ese templo enorme de piedras talladas, de oro enjaezado, torna casa estéril pues sólo adquiere significado si lo habita Aquél que a todo lo dá sentido. Y ese Dios ahora resplandece en Cristo.

Es su cuerpo el Templo definitivo, y es mucho más que una trama de la biología. Ese Templo implica asumir propia su misma existencia, caminar como Él, vivir como Él, amar como Él.
Por eso también, cada hombre y cada mujer serán templos vivos del Dios de la Vida, sagrados, únicos.

El signo mayor será que ese Templo, a pesar de los odios y de la muerte que arrasa, será reedificado y se levantará para siempre en la Resurrección, compromiso inquebrantable del amor de Dios.

Nos queda preguntarnos en cual Templo rendimos culto verdadero al Verdadero y Único Dios.

Paz y Bien

Santos acumuladores de tesoros en el cielo















Para el día de hoy (08/11/19):  

Evangelio según San Lucas 16, 1-8








Esta parábola es bastante compleja, y su reflexión ha dado lugar a numerosas interpretaciones.

Como elemento de ayuda, es menester tener en cuenta que en Oriente medio, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, el mayordomo o administrador era a menudo un esclavo o en ocasiones un liberto que se encargaba puntualmente de todas las transacciones comerciales de su amo: cuando se entregaban bienes a terceros, se escribía un cartular o documento mercantil en donde constaba el valor de dichos bienes y, allí mismo, se adicionaba una suma que correspondía a la comisión que ganaba el administrador. Es decir, esa comisión conformaba en gran medida su salario y cualquier atisbo de prosperidad.

El texto de San Lucas nos indica que hay en el ambiente ciertos rumores y acusaciones, tal vez infundadas, de corrupción, de administración deshonesta; sin embargo, si tomamos en cuenta lo expresado en el párrafo anterior, se nos abre otra perspectiva.
El administrador no corrompe los bienes de su amo, sino que altera los boletos de deuda modificando la parte propia, la comisión que por derecho le corresponde. 

Sin dudas, eso le granjea gratitudes y amistades, y desde ese aspecto, la aparente maquinación de este administrador se reviste de una astucia que elogia el Maestro. El hombre, con sagacidad e inteligencia renuncia a unos bienes y beneficios actuales en pos de procurarse un futuro, enriqueciendo de ese modo su porvenir.

No haremos mención de lo que Cristo enseñaba acerca del dinero, la esclavitud que produce, su carácter de falso dios.
Pero los hijos de la luz -los hijos del Evangelio- a menudo desechamos la astucia, la perspicacia, la sagacidad en la vida cotidiana de la Buena Noticia, en nuestro humilde oficio de obreros del Reino, un Reino que suplicamos venga y sea, aquí y ahora.

Implicarse con inteligencia significa también renunciar alegremente a todos los no se puede, a los nefastos pensamientos únicos, planos, sin trascendencia, impuestos para sojuzgar y resignar.

Nosotros también hemos de dejar de lado bienes y beneficios actuales menores, acumulando tesoros en el cielo para un futuro eterno que se nos crece en este presente.

Paz y Bien

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