Cristo camino, verdad y vida

 





Para el día de hoy (30/04/21) 

Evangelio según San Juan 14, 1-6



A partir de la Palabra para el día de hoy, se podrían realizar profusas reflexiones teológicas y enriquecedoras exégesis, lo cual -es claro- no está mal.


Pero por un momento, detengámonos en la escena que nos plantea el Evangelista Juan: es un hombre joven que sabe que vá a morir muy pronto, que conoce el daño espantoso que producirá el miedo, que luego de su partida a sus amigos los perseguirán, los acosarán con represión, con descalificaciones, con exclusiones y excomuniones. Y sabe bien que aún después de tanto enseñarles y de tantos senderos compartidos, aún no terminan de comprenderlo.


Lo que está por suceder es inmensamente doloroso y golpea con su tristeza en ciernes, y eso es lo que angustia al rabbí nazareno, que no quiere que se pierda ni se extravíe ninguno de los suyos.


La respuesta a esa inquietud profunda que brinda Jesús de Nazareth transluce la infinita compasión de su Padre, un Dios increíblemente resplandeciente en lo humano, un Dios entrañablemente cercano a nuestra finitud y a nuestras miserias.


Nadie debe perderse, nadie.

Esas habitaciones de su casa son reflejo de su corazón infinito y signo de aquello que llamamos Iglesia: un recinto amplísimo con lugar para todos, en donde se respire fraternidad, misericordia, mansedumbre y paz, todas semillas certeras y eficaces de la alegría que no perece)


Paz y Bien


En los pequeños Dios se revela y brota la profecía

 




Para el día de hoy (29/04/21):

Evangelio según San Mateo 11, 25-30



Lo podemos advertir si nos detenemos por un momento y nos sinceramos: nos ha impuesto -y aceptamos alegremente- el cumplimiento de una miríada de rituales, normas, legislaciones, cánones y espiritualidades pro-forma. En muchos casos, claro está, no esta para nada mal; sin embargo esto suele ser causa de exclusión profusa. Cada vez son más los marcados para quedar fuera de un grupo que, aparentemente, es el más piadoso, el más cumplidor, el más puro, el más ortodoxo.


Una religiosidad sistematizada -a menudo causada por una prudencia que es hija dilecta del temor al compromiso- necesariamente conduce al fundamentalismo y al olvido del otro, negación militante del prójimo.


Frente a esta postura harto racional, de rictus severo y cerrado, brilla diáfana la locura de la Buena Noticia.

En alguna parte y en algún momento hemos perdido el rumbo: la fé cristiana debería ser, ante todo, no la adhesión a un cuerpo doctrinario que a menudo se torna ideológico, sino más bien creer en Alguien, Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor. Vivir como Él vivió, pasar por la vida con sus mismos pasos, amar como Él ama, rendirle culto al Dios de la Vida en los templos latientes que son nuestros hermanos.

Mientras que nuestros magníficos templos y nuestras estructuras tengan para nosotros mayor valor que una sola vida -por pequeña que sea- estamos negando concienzudamente la fuerza revolucionaria del Evangelio.


Dios se ha dado a conocer en la historia humana, haciéndose un Niño frágil en brazos de su Madre, artesano pobre de aldea sospechosa, Dios que levanta al caído, que se inclina al enfermo y al agobiado, Dios del regreso y el reencuentro, Dios que se desvive por los pobres y excluidos, Dios que es abrazo y perdón, Dios que es fiesta y liberación.


¿Dónde lo encontraremos?

Jesús lo expresa con claridad: el rostro de Dios resplandece en los más sencillos y pequeños, en los pobres y oprimidos, y es un misterio de amor que escapa a cualquier mesura; allí lo encontraremos, lejos de cualquier simpatía, agrado o preferencia. Carga en sus hombros nuestras cruces y agobios, nuestros cansancios, nuestros sufrimientos.

Su yugo es liviano, es justicia y liberación, compasión y misericordia.


Dios se revela en los más pequeños, en ellos se expresa, allí brota la profecía y su voluntad primera: la gloria de Dios es que el pobre viva en plenitud.


Paz y Bien

Hacernos bendición

 




Para el día de hoy (28/04/21):  

Evangelio según San Juan 12, 44-50




Él caminaba por toda aquella Galilea de los márgenes, subía a Jerusalem, pasaba sus días en Jericó, en Cafarnaúm, en Betania, en la Decápolis, bordeaba los poblados del mar, cruzaba las fronteras de la pureza y la ortodoxia impuestas.


Eran todos sitios concretos, en un momento determinado de la historia; y en todos aquellos lugares este judío humilde Jesús de Nazareth, desbordaba compasión, se acercaba a los dolientes, comía con los réprobos, brindaba sanación, levantaba a los caídos, hablaba de su Padre y de un Reino que las almas más estrechas y severas se negaban a aceptar, acusándolo de blasfemo, de impuro, de loco.


Todas y cada una de las cosas que Él dijo e hizo han sido señales luminosas para aquellos que agonizaban en oscuridad y silencio, para los que no podían ver más allá de algunos conceptos mezquinos, para los que toda noticia habitualmente era mala.


Todas esas señales fueron posibles porque Él mismo es la luz, luz que ilumina y no encandila, luz que desaloja toda tiniebla, luz que es pura transparencia.

Estamos demasiado empeñados en adjudicarle al Maestro títulos, categorías y atributos divinos, y así solemos olvidar la clave mayor de la revelación, la identidad plena entre Jesús y el Padre, de tal modo que sabemos con certeza que Dios es Jesús y Jesús es Dios.


Ello excede cualquier cálculo y supera por lejos todas aquellas especulaciones que podamos realizar: en la humanidad plena de Jesús de Nazareth se expresa la eternidad y el infinito del Creador del universo, una expresión que siempre es salvación y liberación, alegría y misericordia.


Solemos suplicar la bendición de Dios en todo lo que emprendemos, en nuestra cotidianeidad y está muy bien; sin embargo, desde estas señales de luz quizás nosotros mismos -hermanos y discípulos del Maestro- tengamos pendiente hacernos bendición para los demás, señales de auxilio para nuestra gente.


Paz y Bien

El Buen Pastor hace que los días sean celebración perpetua

 




Para el día de hoy (27/04/21):  

Evangelio según San Juan 10, 22-30



La interpelación que los dirigentes judíos imponen a Jesús acontece durante la celebración de la Fiesta de la Dedicación, también conocida como Hanukkah o fiesta de las Lucernarias.

En ella, se celebraba la victoria de la revuelta iniciada Judas Macabeo y sus hermanos por sobre el rey invasor e ilegítimo Antíoco Epífanes; era un acontecimiento de índole nacionalista pero también religioso, toda vez que los Macabeos mandaron realizar la purificación del Templo de Jerusalem, pues dentro del mismo el rey Antíoco mandó colocar un altar para la adoración del dios Zeus. Esto implicaba una afrenta gravísima al ámbito sagrado del Dios de Israel y, por tanto, a todo su pueblo.

En memoria de aquellos acontecimientos, durante ocho días se encenderían luces o velas en un candelabro especial, recuerdo de la restitución del Templo, de su purificación y del fin del yugo extranjero. Es memorial de liberación.


Los dirigentes judíos están furiosamente inquietos: se han apropiado de lo que no les pertenece -el pueblo, las cosas de Dios- y como tales creen tener derecho a exigir que Jesús se defina, para determinar si encaja en sus parámetros, los únicos válidos. Ellos han trastocado una fiesta de liberación en la repetición estéril y sin corazón de gestos cultuales, de sacrificios, de preceptos a cumplir. Ellos son los falsos pastores que suprimen cualquier profeta por considerarlo competencia y amenaza, y están más que dispuestos a hacer lo que fuera necesario para que nadie de su rebaño escape de su imperio y poder.


La diferencia es raigal.

Mientras uno consideran al pueblo como su propiedad, Jesús de Nazareth, el Buen Pastor, es servidor de sus ovejas. Él sabe que vá a ser escuchado porque sus palabras son claras y diáfanas, palabras que arrojan buena luz, como esas lucernas de Hanukkah.

El Buen Pastor hace que los días sean celebración perpetua y viva del paso liberador de Dios por la historia, y a esa celebración de la vida ninguna oveja ha de faltar.


Paz y Bien

Jesús de Nazareth es la puerta de la casa luminosa de la Salvación

 





Para el día de hoy (26/04/21):

Evangelio según San Juan 10, 1-10



Tristemente, nos hemos acostumbrado a la constancia de ladrones y salteadores en nuestras vidas, pequeñas y frágiles existencias. Son los mismos que a diario nos hieren con la corrupción y nos agravian con la mentira.


Son los eficientes constructores de altos muros que separan, los sembradores de odios, los dispensadores de exclusión y miseria.


Son aquellos que con religiosa puntillosidad proscriben a tantos, los mismos que ponen barreras y pretenden cobrar peaje para acceder a un Cristo que han dibujado lejanamente celestial y accesible para unos pocos, nunca para los pequeños.


Pero hemos de desertar con alegría y confianza de todo ello.


El Maestro es la puerta a la vida plena, a la vida generosa y abundante.

Es puerta que refiere a hogar, a casa grande con mesa para todos, a refugio, a descanso del camino, a hospitalidad y compasión, al acceso gratuito y bondadoso a salvación y liberación.


Jesús de Nazareth es la puerta de una casa luminosa en donde vive nuestra esperanza.


Paz y Bien

Las ovejas que sólo conoce el Buen Pastor

 






Domingo Cuarto de Pascua

Para el día de hoy (25/04/21):  

Evangelio según San Juan 10, 11-18



Para la gran mayoría de las mujeres y los hombres del siglo XXI, los temas referidos a pastores y rebaños no nos resultan incomprensibles pero sí decididamente ajenos a nuestras vidas modernas, especialmente porque la gran mayoría portamos una cultura mediatizada y citadina de la que es muy difícil escapar.


Jesús de Nazareth enseñaba la Buena Noticia a partir de las cosas cotidianas que sus oyentes y amigos -y Él mismo- conocían; les encendía luces de eternidad desde esas cosas sencillas que eran parte de sus días, y es algo que nosotros hemos olvidado y perdido, y es el anuncio del Reino comenzando por lo que sabemos y conocemos, por las cosas conocidas y asumidas en la rutina y la repetición. Es todo un desafío y una tarea pendiente.


En aquellos tiempos, los oyentes del Maestro eran en su gran mayoría campesinos galileos a los que -para nada- les era desconocida la tarea pastoril, como tampoco les resultaban extrañas estas cuestiones a pescadores, a peregrinos de la Diáspora, a extranjeros de Samaría y la Decápolis, a fariseos y saduceos.


El oficio pastoril tenía una decidida influencia socioeconómica, pues el ganado ovino proveía, en la palestina del siglo I las necesidades de carne, de leche y hasta indirectamente de vestido por las pieles de los animales, cuando nó también fuente de materia prima de usos múltiples hasta médicas también: la grasa de oveja solía utilizarse para curar diversas heridas y lesiones en la dermis, tan comunes en la región por las inclemencias del clima -un uso que llega hasta nuestros días, y que nosotros conocemos como lanolina-.

Sin embargo y a pesar de esta relevancia, el pastor era mirado habitualmente de manera desconfiada y sospechosa; eran habitualmente considerados amigos de lo ajeno, tenaces quebrantadores de los preceptos sabatinos, de dudosa ortodoxia y, en la crueldad de la interpretación literal de la Ley, hombres inmersos en la pobreza y la miseria justificadas por pretéritos pecados.


-Quizás por ello mismo el Dios del Universo los invita con preferencia y primacía a saludar antes que nadie a su Hijo recién nacido y a su Madre...-


A la vez, para Israel el pastor era un símbolo cargado de significado en su historia y en su fé, caudillos y reyes que cuidaban de su pueblo, signo cierto de su Dios que no los abandonaba.


Desde estas ventanas tan contrapuestas, Jesús de Nazareth invita a dar un paso más allá de lo establecido por que hay más, siempre hay más, hay una eternidad escondida más allá de lo evidente y de lo duramente establecido.


El Buen Pastor no es una reivindicación de la autoridad entendida como el extremo superior de una específica pirámide de poder; Jesús de Nazareth sólo comprende y enseña a la autoridad como servicio y más aún, no como poder detentado sino como un esclavo a favor de sus hermanos en asunción libre y consciente. Es el que reniega de cualquier interés previo y egoísta -no lo hace por un salario-, sino que considera a sus ovejas como familia propia, y a su vez es reconocido como parte fundamental del rebaño por ellas mismas.

Él vuelve a decirnos que todas las ovejas son importantes, todas y cada una de ellas, y que es deber sagrado salir en busca de la que se ha extraviado, aún cuando se ponga en riesgo a las otras noventa y nueve.


Más aún: hay otras ovejas que nos son desconocidas, posiblemente de carácter inaceptable y decididamente ajenas a las que hay que ir a buscar con el mismo cuidado con que se protege a los considerados propios.

En la asombrosa Gracia del Reino, hay ovejas aún insospechadas para la gran mayoría pero nunca para el Buen Pastor, recordando que Él no nos pertenece a unos pocos sino que más bien es de toda la humanidad.


En el esplendor único y humilde de la Resurrección, tal vez sea menester detenernos por un momento; por rutina y costumbre hemos relegado el significado de pastor a determinadas funciones eclesiales específicas, cuando en realidad es oficio santo de todos los bautizados el cuidado del otro, el rescate del extraviado, la vida que se ofrece alegremente como rescate del que peligra, y ese mandato que no se negocia y es irreductible, y es que todos -sin excepción- estamos llamados a pastos de calma, de paz, de plenitud y de fraternidad.


Paz y Bien


Sólo Cristo tiene Palabras de vida eterna

 






Para el día de hoy (24/04/21):

Evangelio según San Juan 6, 60-69


Con la Pasión asomándose en el horizonte inmediato, el tiempo para Jesús y sus seguidores se vuelve un tiempo de definiciones porque la cruz no admite medias tintas.


Así muchos se irían de su lado, en parte escandalizados, en parte por no ser capaces de admitir que es un tiempo nuevo, de libertad plena. Y a menudo esa libertad espanta, porque involucra un compromiso raigal, una vida vivida de un modo totalmente distinto, vidas capaces de donarse incondicionalmente en favor del otro y para que el otro viva.


Lo peor de todo no es la renuncia de aquellos que se van; lo peor radica en aquellos que dicen pertenecer y estar, y sin embargo son ajenos a cualquier Buena Noticia y están en las antípodas del tiempo de la Gracia.


Por ello, Señor, aunque se nos haga duro, no iremos allí donde a menudo se nos invita.


No iremos a una fé de trueque, de conveniencias, en donde se negocian favores divinos a cambio de promesas piadosas, a los templos de estrictas condiciones de acceso.


No iremos a esos sitios tan reales y actuales de costos y beneficios, y renegaremos de ese eslogan terrible que afirma que todo tiene su precio.


No iremos allí en donde todo está específicamente normatizado, donde se ahoga el Espíritu de verdad y vida detrás de reglamentos.


No iremos allí en donde se nos insiste en un dios lejano e inaccesible, un dios que exige pagos previos, un dios castigador severo, un dios voraz sediento de sacrificios.


Nosotros nos vamos con Abbá Padre, Dios encarnado en nuestra historia, infinito tejido en nuestros días.

Nosotros nos vamos con Jesús de Nazareth, nuestra alegría y nuestra salvación, porque sólo Él tiene palabras de eternidad)


Paz y Bien

Pan Vivo para la vida eterna

 







Para el día de hoy (22/04/21):  

Evangelio según San Juan 6, 44-51


Siempre ha sido fuente de estudios, análisis y controversias la búsqueda de Dios. Muchos han realizado ingentes esfuerzos a partir de la razón -en diversas épocas de la historia- para justificar o negar su existencia, y es un tema que no se agotará con facilidad, pues está indisolublemente unido a las preguntas y necesidades primordiales y más raigales de la humanidad.


Sin embargo, Jesús de Nazareth nos enseña y revela una perspectiva asombrosa: no es tanto el empeño puesto en esa búsqueda como infinito es el esfuerzo de un Dios que es Padre saliendo en nuestra búsqueda, de modo incansable, tenazmente amoroso, sagradamente revestido de bondad y ternura.


Ese Dios que nos busca no se oculta en nubes pretéritas, en cielos inaccesibles, en su abismal alteridad. Es un Dios que se deja encontrar, es un Padre que nos está constantemente llamando, es una Madre que nos lleva de la mano por los senderos más oscuros.

Y es en medio de nuestra cotidianeidad en donde se hace presente con su increíble y maravillosa Gracia, regalo infinito de liberación y salvación para toda la humanidad sin excepción.


A ese Dios lo encontraremos en el pan compartido, en cada gesto de compasión, en cada acto de bondad, en el perdón que nos sana, en la misericordia que nos levanta.


En la comunidad que se reúne en torno a ese Jesús que es hermano y Señor, allí precisamente acontece el Reino y florece la fé como don y misterio, creciéndose impetuosa y humilde la vida eterna.


Paz y Bien

Hemos de volvernos pan para el hermano, trascender a partir de la donación de la existencia

 




Para el día de hoy (21/04/21):  

Evangelio según San Juan 6, 35-40



En cierto modo, la Eucaristía es un escándalo y contraría toda razón.


Se trata de un Dios que se atreve a alimentarnos a todos nosotros, simples y mínimos mortales, con su misma esencia. El Dios del Universo se hace tan cercano como el pan.


Lo usual sería una divinidad que de alguna manera se vuelve proveedor de todo aquello que necesitamos como sustento; así lo interpretaban muchos en los tiempos del Maestro, refiriéndose al maná del desierto.

Pero aquí se trata de un salto infinito: es Dios mismo que se brinda y se entrega sin reservas, que se dona sin condiciones para que nadie más languidezca, para que todos -sin excepción- vivan en plenitud.


Por eso mismo, quienes comieron del maná famoso sobrevivieron a los rigores del Sinaí pero tarde o temprano murieron.

Ahora la diferencia es abismal: quien se alimenta de este Dios que se brinda en Jesús de Nazareth vive para siempre, pues asimila en su existencia la misma trascendencia de Dios.


Es una nutricia cuestión de amor, que desafía a las almas severas y rigurosas.

Nadie, por ningún motivo, debe perderse, todos estamos en las manos bondadosas de un Dios que es misericordia.


Como ese Cristo que se brinda para la Salvación, se edifica nuestra misión y vocación.

Hemos de volvernos pan para el hermano, trascender a partir de la donación de la existencia en lo cotidiano, especialmente allí en donde nada bueno ni nuevo se espera.


Paz y Bien


La vida que se ofrece incondicional

 




Para el día de hoy (20/04/21):

Evangelio según San Juan 6, 30-35



Esas gentes que le reclamaban al Maestro un signo espectacular, un hecho milagrero para seguirlo. Se habían quedado asombrados por ese pan múltiple e increíble y quisieran seguirlo como profeta sólo por eso, y no por su Palabra Viva que exige un compromiso, un enfrentamiento con la injusticia, una cruz asumida por amor a los demás, el coraje por un mundo nuevo.


Es la redundante y habitual contraposición entre ley y Evangelio, entre costumbres religiosas anquilosadas y Buena Noticia. Por ello su referente ha de ser el maná de Moisés en el desierto, dejando de lado a Aquél que por bondad les proveía el sustento en esos tiempos aciagos.

Es la pasividad del alma que exige un dios panadero, proveedor de necesidades mínimas en el que se creerá en tanto y en cuanto -comercio piadoso mediante- cumpla en tiempo y en forma con aquello que le exigimos.

Ese no es el Dios de Jesús de Nazareth.


El pan de vida, ese Cristo que se nos hermana, no llueve desde un cielo inaccesible con ribetes mágicos. 

El pan de vida es el pan de la comunión y la vida compartida que tiene una marca de cruz, es pan que promete y compromete, es pan que nos vuelve santos porque santificamos el nombre de Dios buscando con ahínco y sin desmayos el sustento de tantos hermanos abandonados, es pan de fraternidad sin concesiones, es pan de justicia, es pan de eternidad floreciéndonos en el aquí y ahora de la mesa compartida sin ninguna exclusión, la mesa de todos -buenos y malos-, la mesa de las hijas e hijos de Dios en donde nadie debe faltar, es Cristo mismo descubierto en el rostro del hermano y más aún, pan para el que aún no ha llegado, pan para el extraviado, pan para el que se ha ido, pan de Vida y pan Vivo para que nadie más pase hambre ni sufra sed.


Paz y Bien

Es tarea santa desalojar el hambre

 






Para el día de hoy (19/04/21):

Evangelio según San Juan 6, 22-29



La bondad de Dios que trasluce Jesús de Nazareth se expresó en ese pan abundante, que desborda cualquier presunción, pan para saciar la necesidad de la multitud sin pedir nada a cambio, pan de la compasión y el compartir.


Pero las multitudes y los Doce se quedaron en el mero episodio -magnífico y asombroso, claro está- pero no se atrevieron a ir más allá, no siguieron la dirección que el signo de Jesús les brindaba. Se quedaron estancados en lo episódico, en una superficie de gestos puros y desviaban su mirada de la caridad que los impulsaba. Es la actitud de quienes se aferran a los ritos y a dogmas, dejando de lado al Espíritu que todo lo anima, nuestra mediocridad de quedarnos en las orillas y no navegar mar adentro.


Desde allí, es comprensible que al Maestro le pregunten -¿Cuando llegaste?-, porque su horizonte no es el mismo, porque nuestros senderos no suelen ser los suyos.


Porque es tarea santa desalojar el hambre que agobia a miles, eso es indudable.

Pero en el mismo ámbito de Salvación, nos falta animarnos a suplicar que se nos despierte, tenaz e incansable, ese hambre de justicia, de fraternidad, de solidaridad, del compartir, de que nadie quede excluido de la mesa grande de la vida.


Paz y Bien

Volver de todas las muertes

 






Domingo tercero de Pascua

Para el día de hoy (18/04/21):  

Evangelio según San Lucas 24, 35-48


Estaban allí, prisioneros de sus miedos, vestidos de fracaso e incomprensión, con las esperanzas derrotadas y una sensación de que todo había sido en vano. Aún cuando los caminantes a Emaús les relataran la maravilla sucedida, no podían dar ningún paso, algo más que una puerta estaba trabado en ellos.


Esos muros de desaliento que han levantado en torno a ellos no son obstáculo para la el Verbo que crea y recrea, y por ello Jesús de Nazareth irrumpe mansamente en esa estancia apretada con un saludo de paz. La paz es signo certero de la presencia de Dios y de los suyos en aquellos sitios en donde la vida viene en retroceso, en donde nada bueno ni nuevo puede acontecer.


Aún así, ellos se asustan y suponen ver a un fantasma. A nosotros también nos asusta la presencia real de Jesús Resucitado, tan cómodos estamos con postales y estampas a medida del Cristo celestial, tan ajeno a nosotros, tan conveniente a nuestra razón. Hacer vida que, precisamente, el Resucitado es el Crucificado supone un éxodo interior.


Allí están visibles las marcas de los clavos, allí están la violencia y la crueldad dejando huella en sus pies. Manos a las que se trata de volver inútiles al trabajo, al afecto, al abrazo. Pies a los que se les quiere impedir el andar. Esas heridas son la identidad definitiva y definitoria del Resucitado, las marcas de la cruz, la presencia del amor mayor.


Por eso, quizás hemos de suplicar ese derribo necesario, esa irrupción santa puerta adentro de nuestros miedos, en el encierro de nuestra falta de fé y de nuestro no querer mirar y ver.

En la comunidad que comparte el pan se hace presente el Resucitado, abriéndonos en entendimiento para comprender la paradoja y el escándalo de la cruz, la eternidad que empuja y florece con todo y a pesar de todo.

En nuestros hermanos heridos, en todos los que han sido lastimados hemos de descubrir a Aquél que está vivo y es la vida.


Y desde allí, resucitar. Volver de tantas muertes con el alma recreada.

Quizás por ello la Iglesia sea comunidad de Resucitados que dan testimonio de que la vida prevalece.


Paz y Bien

El Señor viene a nuestro encuentro por sobre todas las tormentas

 




Para el día de hoy (17/04/21):

Evangelio según San Juan 6, 16-21


Ellos se habían subido a la barca, alejándose de ese sitio en donde el pan se había multiplicado en pura bondad y gracia para miles y para los que aún no habían llegado.

Frente a ello, muchos -incluidos los Doce- cayeron rotundamente en la tentación ideológica del éxito: querían nombrar allí mismo a Jesús de Nazareth como rey.

Pero el Maestro desdeña rótulos, rechaza el poder y la fama; es un príncipe de paz extraño, que se coronará de espinas, que sólo entiende al poder como servicio y fruto del amor infinito que surge de su Padre. Por ello habrá de despedir a la multitud, por ello los discípulos desertan de esa imagen que se le ha caído, como habitualmente hacemos con las estampas y esquemas que solemos crearnos para nuestra conveniencia.


Desertamos de ese Jesús de Nazareth de la mansedumbre, la pobreza, la humildad y el servicio, y nos embarcamos en severos proyectos que imaginamos dorados y revestidos de espectacularidad. Pero nuestras barcas -nuestras existencias- son frágiles, barquitos que tiemblan ante cualquier viento ajeno. Y sucede que por ese andar solos, nuestros planes se tornan tempestades.


Pero Jesús es el Verbo de Dios, la Palabra Viva entre nosotros que nunca, jamás nos abandona, con todo y a pesar de todo. Y es esa palabra la que calma toda tormenta, palabra de paz, palabra que aleja el miedo, palabra que nos despeja nuestra visión de todo aquello que adjudicamos a un lejano cielo.


Será entonces que aún nos falte renegar abierta y alegremente de todo éxito, de todo poder, fugitivos perpetuos del reconocimiento y las prebendas.

No es tarea imposible, pues el Maestro viene siempre, inquebrantablemente a nuestro encuentros por sobre las aguas turbulentas que nos suelen agobiar.


Paz y Bien

Hermanos de los relegados al olvido

 





Para el día de hoy (16/04/21):

Evangelio según San Juan 6, 1-15



Es imprescindible situarse en las regiones por donde Jesús predicaba: allí hay una multiplicidad de señales que hoy mismo nos están dirigiendo la mirada hacia lugares y situaciones impensadas. Así podemos advertir que Jesús cruza el mar de Galilea también llamado Tiberiades, sitio mixto de judíos y paganos, región de ortodoxia sospechosa, de donde nada bueno puede esperarse igual que en la Nazareth de sus orígenes. Lo bueno y lo santo pueden y deben acontecer en lugares extraños, allí mismo en donde nada nuevo puede esperarse.


Hay una multitud que lo sigue, probablemente movida más por su fama de sanador, por los signos fantásticos que realiza antes que por el Reino que anuncia. Sin embargo esto no es motivo de reprobación o rechazo, nadie ha de perderse, todos son invitados a la mesa grande del Dios de la Vida y por ello mismo, los panes que sobreabundan -esos doce canastos- se guardarán concienzudamente para los que aún no han llegado.


Jesús de Nazareth tiene una mirada profunda y compasiva que sabe descubrir la necesidad del otro aún cuando no se le reclame, sin que se le ruegue, advirtiendo que hay cinco mil hombres pero también hay mujeres y niños hambrientos a los que pocos tienen en cuenta. Los pobres suelen molestar y los excluidos se tornan invisibles en estas realidades tan dolorosas por las que atravesamos, y es menester volverse -convertirse- al Reino al cual estamos invitados, un ámbito amplísimo en donde todos podemos sentarnos fraternalmente en paz a compartir el pan, a compartir a Dios.


La respuesta de Felipe a la magnitud de la tarea está revestida de lógica y teñida de la más exacta razón: es la clásica actitud de esa mentalidad de éxitos y fracasos, porque se apoya netamente en la razón antes que en el co-razón. Aún así, hay que atreverse a más, y la respuesta proviene de la humildad innominada de un muchachito que se anima a compartir dos pescaditos y unos panes de cebada -almuerzo de pobre-. Sólo allí, desde la confianza en ese Jesús hermano y servidor y a partir de la solidaridad podrán acontecer los milagros, y esa compasión también se nos vuelve milagrosa.


Se acercaba la fiesta de la Pascua judía, memorial del paso liberador del Dios del Israel en éxodo de toda esclavitud. El Maestro vuelve a decirnos que todo puede cambiar, que los milagros son cotidianos, desprovistos de toda espectacularidad, y que es necesario que hagamos nuevamente nuestro éxodo para celebrar en plenitud la Pascua.

Éxodo de toda injusticia, renegando a cada instante de egoísmos, valientes a la hora de partir el pan. compasivos con el hambriento, hermanos de los que están relegados al olvido.


Paz y Bien


Salvación es unirse inseparablemente a Alguien

 




Para el día de hoy (15/04/21):

Evangelio según San Juan 3, 31-36



La Pascua es la fiesta del amor mayor, de ese amor incondicional de Dios para con toda la humanidad, y es también celebración de la libertad.


Celebramos la libertad absoluta con la que Jesús de Nazareth nos ama hasta el extremo de morir por nosotros, ese amor hasta el fin, ese quedarse para siempre entre nosotros aún cuando todo diga que ha partido. Allí también se enraiza nuestra existencia.


Porque Dios nos ofrece Salvación y liberación sin imposición, incondicionalmente, bendición total a pesar de todo lo que somos, a favor de todo lo que podemos llegar a ser.

La premisa es sencilla, pero no por ello menos profunda: significa unirse cordialmente -desde las profundidades de nuestro ser- a la ofrenda de ese Jesús hermano nuestro y Señor.


Salvación es unirse inseparablemente a Alguien, aceptar salir a su sol, renegar de toda tiniebla, encaminarse decididamente a una vida plena a la que nos invita más no se nos obliga.

Dios es un Padre que nos ama y nos cuida y no quiere que ninguno de sus hijas e hijos se pierda, que no amenaza con castigos sino que nos quiere y seguirá queriendo siempre.


Paz y Bien

La Salvación es don amoroso de nuestro Dios

 






Para el día de hoy (14/04/21):  

Evangelio según San Juan 3, 16-21


La inmensa y asombrosa revelación que Jesús de Nazareth brinda es que Dios -contrariamente a los postulados usuales de todas las religiones, incluidas las cristianas- es un Padre bondadoso y pleno de ternura que ama a sus hijas e hijos con amor entrañable e incondicional. 


Ese amor puede presentarse a nuestros limitados ojos como desmesurado y exorbitante. No se condice todo lo que hacemos y todo lo que omitimos para que Él nos siga queriendo de esa manera.

El Dios de Jesús de Nazareth es un Dios pobre, un Dios absolutamente pobre: se ha despojado de su divinidad para acampar en medio nuestro, en estos arrabales que somos y habitamos, nada se reserva para sí y su gloria mayor es que el hombre viva, y viva en plenitud. Hasta su misma raíz ha entregado para que ninguno se pierda, su propio Hijo sacrificado en mansedumbre para la vida de tantos, a pesar de los horrores de la cruz.


Hay que convenir que, como humanidad -tanto en lo general como en lo individual- no hemos sumado demasiadas bondades. Por el contrario, si imperara una justicia al modo que conocemos, es decir, un derecho retributivo, muy pocos o casi nadie quedaría a salvo de castigos, de penas, de balanzas inclinadas hacia el peor platillo.

Quizás por ello mismo no es aventurado afirmar que la Misericordia sostiene al universo.


Este Dios no es un juez estrictamente imparcial que observa asépticamente las pruebas condenatorias o absolutorias de los sujetos en juicios. Allí en donde solemos discriminar entre buenos y malos, justos e injustos, amigos y enemigos, este Dios sólo encuentra hijas e hijos, y sale a su encuentro, lluvia fecunda de Salvación, bálsamo de perdón, fiesta de liberación.


El poder de Dios radica en su misma esencia, el amor, y nó en esas fotografías trucadas que tanto disfrutamos, que bosquejan un emperador que gobierna gloriosamente los cielos.


La Salvación es don amoroso de este Dios. La condenación, la vida desperdiciada, la des-gracia, es sólo nuestra.


Paz y Bien

No hay fronteras para los que han renacido a la verdad de la Resurrección

 





Para el día de hoy (13/04/21):  

Evangelio según San Juan 3, 5a.7b-15



Nicodemo era un individuo importante dentro de la nobleza laica judía, de gran relevancia en el Sanedrín; es un experto exégeta de formación farisea, pero aún así se ha quedado admirado de las cosas que hace y dice Jesús de Nazareth, y en plena noche se dirige a su encuentro para tratar de entenderlo mejor, y es un síntoma magnífico. Una de las facetas claves de la conversión es dejarse asombrar por ese Maestro galileo.


Sin embargo, tiene Nicodemo varias cosas en contra, que lo detienen y retienen su alma. Por una parte, es un prisionero más del prestigio y las apariencias, y por ello se encuentra con Jesús en la noche, para evitar comentarios descalificatorios entre sus pares sanedritas, que en su gran mayoría repudian y execran al rabbí de Nazareth al punto de buscar con denuedo su muerte. Por la otra, Nicodemo es esclavo de la literalidad en la interpretación de las Escrituras y de las tradiciones de sus mayores -Ley antes que profecía, Sábado antes que el hombre-. Así el esfuerzo por comprender al Reino que inaugura Jesús de Nazareth deviene inútil, aún cuando ponga todo su empeño hermenéutico, su erudición y, porque nó, también su honestidad.

Todo ello no basta, es insuficiente. De allí que tampoco entienda la propuesta de Jesús de un nacer de nuevo.

En su literalidad -que es origen de cualquier fundamentalismo- supone que ello implica volver al vientre materno, y en su caso, casi anciano, se torna más improbable.


Ser del Reino, ser discípulo implica sumergirse totalmente en el misterio, renovar a cada instante el bautismo fundacional de nuestras existencias, hacernos mujeres y hombres del Espíritu. Es un desafío mayor que no admite medias tintas.

Renacer al Espíritu es animarse a la vida plena, eludir con alegría y determinación todo control aceptado o impuesto que cercene los encuentros y la comunión, atreverse a dejarse llevar a cimas interiores insospechadas o a sitios inimaginados, conducidos por la mano bondadosa de Aquel que nos ama y nos cuida, veraces y libres como el viento, el mismo que puede presentirse pero que jamás puede detenerse ni orientarse a distancias mezquinas.


No hay fronteras para los que han renacido a la verdad de la Resurrección.


Paz y Bien

Nos acercamos a Cristo en la noche del corazón para nacer de nuevo

 




Para el día de hoy (12/04/21):

Evangelio según San Juan 3, 1-8



Nicodemo se acerca en la noche a Jesús de Nazareth. Se siente atraído por su Palabra nueva y vibrante, intuye que en el rabbí galileo hay algo más que en la enseñanza tradicional y simpatiza con Él. Pero no deja de ser un fariseo prisionero de sus esquemas, dependiente aún del que dirán.

Es menester que vaya al abrigo de la noche, de manera clandestina, para no poner en juego su prestigio y sus prebendas en el Sanedrín; es la postura similar a la de aquellos a los que Jesús conmueve, pero por temor a pérdidas y a correr riesgo no pasan del plano de la simpatía.


Si hay algo que es innegable, es la honestidad de Nicodemo. Aún así, no es suficiente, hay que atreverse a más, hay que permitirse ir más allá. Nicodemo pretende interpretar las maravillas de la Gracia desde la acotada lente de la Ley, desde las escasas fronteras de la literalidad. Por ello mismo contestará desde el estupor su incapacidad de comprender ese nacer de nuevo propuesto por el Maestro.


Un Dios extraño el de Jesús de Nazareth: no sólo se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sinceridad, sino que sale a los caminos al encuentro de aquellos que se han quedado adormecidos en la vejez de ciertas doctrinas que los someten y en el agobio de una rutina que rechaza toda novedad.


El Reino ofrecido incondicionalmente supone el Bautismo, un Bautismo muy distinto al de Juan. Es aquel que es mucho más que un ritual, es aquel que implica renacer día a día al amor inconmensurable del Dios de la Vida, renuevo de asombro y alegría, liberación de la letra e impulso del Espíritu que todo sostiene y a todo anima.


Renacidos a esa vida buena y nueva, será posible descubrir en todas partes, hasta en los sitios más impensados y de quienes menos lo esperamos, palabras santas y eternas de ese Espíritu que es libertad y que sopla en donde quiere.


Paz y Bien

Las heridas del Señor en nuestros hermanos lastimados

 




Segundo Domingo de Pascua

Domingo de la Divina Misericordia


Para el día de hoy (11/04/21):  

Evangelio según San Juan 20, 19-31



Estaban encerrados por temor a esa violencia que los circundaba, ciegos de ese temor de creerse solos, ignorantes impenitentes del Maestro Resucitado. Ellos habían corrido temerosos el cerrojo, del mismo modo en que solemos encerrarnos, presos de nuestras esperanzas derrotadas, vacíos de cualquier coraje.

Mucha gente también languidece en soledad, puertas adentro del olvido, de la discriminación, del ninguneo, de la exclusión. Hay demasiados recintos cerrados que deberían dolernos y a los que nos hemos acostumbrado como a una rutina más.


Pero más allá de toda previsión, Jesús de Nazareth -el Crucificado que ha Resucitado- irrumpe de modo sorprendente en todos esos recintos cerrados, de puertas trabadas por tanto desconsuelo.

Él ha abandonado todo sepulcro, esos sitios en donde sólo se expresa la muerte y la tristeza, y atraviesa cualquier barrera brindando paz, una paz que es más que un simple saludo o una expresión de deseos. Es la Shalom definitiva, esa misma que subvierte la resignación que prevalece, paz que abre las ventanas, paz que retorna la luz, paz que recupera la alegría y el coraje.


Uno de los discípulos no estaba; no sabemos los motivos de su ausencia, pero aún así castigamos su incredulidad. Tomás no cree en el testimonio de esa comunidad pascual porque ha visto a sus hermanos atenazados por el más de lo mismo de la desesperanza. Necesita vivir una experiencia decididamente personal para creer.

Aún así, no es expulsado por esas desavenencias fundamentales con sus hermanos: la comunidad del Resucitado -la Iglesia- ha de ser recinto amplio de fraternidad y libertad en donde se contiene a todos y a nadie se decide extraño, porque sólo en comunidad es posible la experiencia de la Pascua, recibir ese Espíritu de Vida que es valor, que es alegría, que es impulso y movimiento.


Nos queda volver a descubrir las heridas de Jesús de Nazareth en cada uno de nuestros hermanos malheridos. Tantas llagas que sobreabundan, tantos costados traspasados han de convertirse en signos de vida y no en simbología de dolor.

Allí entonces podremos volver a decir, encendidos como Tomas, -¡Señor mío y Dios mío!-.


Paz y Bien


Desalojando la muerte para siempre

 





Para el día de hoy (10/04/21):

Evangelio según San Marcos 16, 9-15


La situación de los discípulos estaba condicionada por tristeza, dolor, miedo y frustración, y todo ello desemboca en una incredulidad que supera a la razón.

Es que la fé -don y misterio- está mucho más de una postura racional, la aceptación de dogmas o la adhesión a principios religiosos. La fé supone una transformación de la existencia a partir del encuentro con Alguien, Jesús Cristo, el Crucificado que ha Resucitado.


Un Dios extraño es el de este Jesús de Nazareth: para venir a quedarse entre nosotros ha querido depender del sí de una muchachita judía campesina, una mujer ignota de aldea polvorienta. Y para anunciar que está vivo, que la muerte no tiene la última palabra, que ha Resucitado vuelve a insistir con otra mujer, María de Magdala, aquella del alma recuperada de siete agobios, aquella que supo amar más allá del dolor.

Pero se trata de una mujer, y los discípulos siguen empeñados en esa misoginia tan ajena a la Buena Noticia y no creen la maravilla que la Magdalena les cuenta.¿Cómo han de creerle? es sólo una mujer.


Sin embargo, no se quedan allí. Dos hombres les cuentan su encuentro con Jesús Resucitado camino de Emaús, en la Palabra y en el pan compartido. Tampoco a ellos le creen. Su incredulidad está arraigada en sus ideas y esquemas, y todo lo que no se condiga en esos moldes será motivo de rechazo.


Pero la Resurrección de Jesús es evidente en el testimonio de los que creen en Él y lo descubren en sus vidas. Ellos deben hacer su propio éxodo de esas prisiones para poder reencontrarlo vivo en sus corazones, resplandeciendo en su comunidad.


Entonces sí, serán capaces de escuchar el mandato definitivo: ir a toda la creación, sin límites ni fronteras, anunciando la mejor de las Noticias.

Es dialogar e interpelar a toda la creación en clave de Resurrección, con signos de vida, desalojando de una vez y para siempre a la muerte.


Paz y Bien

Cristo nos espera a la vera de nuestra vidas

 





Para el día de hoy (09/04/21):

Evangelio según San Juan 21, 1-14




Los discípulos, ateridos de tristeza y dominados por ese miedo que los circunda, han regresado a su Galilea de los comienzos. Ese regreso no es solamente físico: a pesar de haber andado junto al Maestro por más de tres años, de haber bebido su Palabra, de haber compartido el pan, a pesar de todo luego de la Pasión ellos regresan a lo viejo, a lo pasado. Se habían convertido en pescadores de hombre, y sin embargo deciden regresar a ser pescadores de peces. Solemos hacer lo mismo en cada quebranto que nos sucede, solemos aferrarnos a lo que ya pasó, a las falsas seguridades de antaño, resignando el coraje y la confianza que implica un tiempo nuevo.



Algunos de ellos deciden embarcarse, junto a Pedro, en ese viejo oficio que tan bien conocían. Eran pescadores expertos -toda una vida en ello- pero a pesar de sus esfuerzos, la noche les resulta infructuosa. Así pasa con nosotros y le pasa a la Iglesia cuando olvidamos a Aquél que todo lo hace fecundo, cuando creemos que por nuestra pura praxis todo lo hemos de conseguir, cuando nos embarcamos en esforzadas militancias en busca de adeptos, olvidando la brisa santa de la Buena Noticia.



El Maestro camina por las orillas del mar de Galilea aún cuando ellos no advierten su identidad, y sucede algo asombroso: esos expertos en pesca aceptan el consejo de un desconocido, un consejo al menos extraño, que en circunstancias mejores no habrían aceptado de ninguna manera, tan en contrario era a su experiencia. Sin embargo, lo hacen y la red -en oposición a la noche estéril- desborda de peces sin romperse, y la pequeña barca exhala su queja por el sobrepeso.



Entonces, el discípulo amado descubre que el causante de esa pesca increíble es el Resucitado que está allí, junto a la orilla. Es el amor el que nos hace descubrir y redescubrir los rostros de quienes creemos perdidos o escondidos, y el discípulo amado podemos ser vos y yo, tú y ella, todos y cada uno de nosotros.


Jesús espera en la orilla con un buen fuego, un pescado a las brasas y un pan para compartir. Es ese mismo Dios que nos cuida a cada paso, con una delicadeza inexplicable, sin imposición y siempre ansioso por servirnos y aliviarnos de todos los hambres.


A veces, la quilla de nuestra existencia suele crujirnos, y sin saber porqué nos vemos insospechadamente colmados de tanto, de vida abundante que, en nuestras mezquindades, no solemos buscar.


Cuando la existencia nos grita así, no hay dudas: es la presencia del Resucitado que nos devuelve a una vida frutal, plena, éxodo de toda noche, red que nos mantiene con vida a tantos sin romperse.


Él nos espera paciente en la orilla de la vida, y para reconocerlo hay que tener la mirada renovada por el Espíritu de la caridad



Paz y Bien


En el pan compartido encontramos el sentido perdido

 





Para el día de hoy (07/04/21):  

Evangelio según San Lucas 24, 13-35



Ellos se iban de Jerusalem caminando hacia Emaús, se alejaban de la comunidad creyente sumidos en la esperanza quebrantada, en el desconcierto de sus ideas vulneradas, en la tristeza de la pérdida, doloroso aroma a Viernes Santo sin horizonte. 


Presos de una imagen de un Mesías adecuado, no pueden entender ni aceptar a su Maestro en derrota, ni tampoco que ese peregrino no esté al tanto de lo que sucede. Tienen cierto tono de reproche sus palabras, y es la exigencia que imponemos de que el otro sufra de la misma manera de que lo hacemos nosotros cuando nos amanece el dolor.

Tres días ya que se ha muerto, que lo han muerto, que la cruz romana ha decidido su suerte. Hasta sus enemigos están en cierto modo conmocionados. Algunas mujeres y dos de los Once advirtieron que la tumba está vacía, pero es una constante: sus corazones tardíos no se atreven a ver más allá de lo evidente.


Pero el Nazareno del cual se lamentaban iba a su lado. La tristeza les nubla la vista, y Él -con frondosa paciencia- relee toda la historia de su pueblo y todas las historias de sus existencias a la luz de las Escrituras. Porque a la luz de la Palabra toda vida cobra nuevo sentido, y ningún sacrificio deviene vano.


Aún así, esa sensación de desamparo nos alcanza, y cuando cae el sol de la angustia es menester no estar solos. Pero hay que animarse, atreverse a pedirle al Caminante que se quede con nosotros porque se nos cae la tarde, la esperanza, la paciencia, y el horizonte se desdibuja.


En el pan compartido -a pesar de que se acerquen las sombras- encontramos el sentido perdido y recobramos la trascendencia que nos falta porque está El.


Cuando el pan se comparte en mesa de hermanos, pan para el hambriento y Palabra que nutre toda existencia, a Él lo reconocemos, vidas con aroma a pan y a vino fraterno.


Paz y Bien

El amor nunca baja los brazos

 





Para el día de hoy (06/04/21):  

Evangelio según San Juan 20, 11-18


María de Magdala está agobiada por el dolor: ha visto morir a su Maestro en la cruz como un criminal, como un delincuente abyecto, como un maldito. Hasta su sepultura ha sido casi clandestina, en una tumba cedida a préstamo, y con el miedo imperante sus amigos se han escondido dejándolo solo.


Ella está de luto, vestida de lágrimas, y ella persiste en su corazón la muerte que parece haber arrasado todo, por ello mismo busca un cadáver, un cuerpo de vida negada. Pero aún cuando no puede ver ni entender que no es el final, ella no se resigna a seguir amando, a persistir en su querer. Porque cuando se ama de verdad, toda quietud y toda parálisis se disipa a pesar del dolor.

Y aunque busque a un muerto, ella busca. Quiere seguir honrando aunque sea en sus despojos a quien era su esperanza.


Por ello se sorprende y desespera: la tumba está vacía, y teme que en medio de tanto espanto, también le hayan quitado el cuerpo del Señor. Ella conoce bien el tema, al fin al cabo es mujer y es mirada con desprecio y menosprecio, y hasta el día de hoy se sigue suponiendo, con interpretaciones mediocremente piadosas, suposiciones falsarias, olvidando lo principal, lo decisivo, lo que cuenta: María Magdalena es una mujer que ama.


Pero sus angustias se disipan de una vez y para siempre cuando escucha su nombre: es el momento clave de todo destino, aquel que acontece cuando nos sabemos reconocidos desde nuestra identidad única e irrepetible, reconocidos y queridos por Aquél que nos sueña plenos desde siempre.

Ello tiene un único destino de alegría que moviliza, que renueva, que reconstituye.

Jesús es el Resucitado pero es María de Magdala quien emerge también de las sombras de la muerte.


Ese amor inquebrantable y ese reconocimiento del Maestro la vuelve testigo y misionera: ella será evangelizadora de aquellos Once temblorosos y agobiados.

Es sólo eso, y todo eso: -¡Alégrense, Jesús está vivo, lo hemos visto!-.


Paz y Bien


Dios seguirá corriendo las piedras sepulcrales

 





Para el día de hoy (05/04/21):  

Evangelio según San Mateo 28, 8-15



La Resurrección es la nueva Creación, la Creación definitiva.

No se trata solamente de ese Cristo que por amor entrañable de Dios ha derrotado a la muerte, y vive para siempre. Los suyos, sus amigas y amigos, sus discípulos y seguidores, somos partícipes indeclinables de esta vida recreada.


El Resucitado es Dios renovando de manera definitiva esa vida que parecía apagada, agotada tras los muros de la muerte. Por eso su primer palabra es Palabra fundante, la que en verdad cuenta, la que todo lo transforma, la que convierte nuestros miedos y resignaciones, nuestras traiciones y abandonos en felicidad plena:

-¡Alégrense!-

Y por ello mismo, la segunda expresión será que no temamos: nada puede con nosotros, no hay más imposibles.


El encuentro con el Resucitado es misión, es mandato: hay que dar aviso de esta maravillosa noticia a sus hermanos más queridos, a los que aún agonizan en sombras, a los que ninguna noticia buena jamás les llega.


Hay que regresar a las Galileas de este mundo, a las periferias olvidadas, a los bordes siempre sospechosos, a los arrabales en donde por temor y malas famas no solemos acercarnos. 

Allí lo encontraremos, vivo y joven, presente en los rostros de las hermanas y hermanos olvidados, en los pequeños, en los que no cuentan, en los excluidos con concienzuda justificación. Allí está Él, porque a Él lo encontraremos siempre junto a sus hermanos.


Probablemente, el acoso del dinero cruel -que supone que todo tiene su precio de compraventa- crea que esa noticia puede pervertirse. Sin embargo, y aunque haya que estar atentos, no hay modo: nada puede detener a la Buena Noticia, y Dios seguirá corriendo las piedras sepulcrales para que en todas partes ingrese la luz de la vida.


La mejor de las noticias


Paz y Bien

Sábado de Gloria: la muerte no tiene la última palabra

 




Sábado de Gloria 

Vigilia Pascual en la Noche Santa

Para el día de hoy (03/04/21):  

Evangelio según San Mateo 28, 1-10



En cierto modo, los Evangelios tienen niveles de profundidad inagotables. Como un mar sin orillas, la rumia humilde y reverencial nos pone en la sintonía de Aquél que inspira la Palabra. Y para ello, un primer paso es colocar nuestro corazón a escasa distancia de los acontecimientos, hacernos partícipes de todo lo que sucedía. No es complicado, aun cuando sus consecuencias no puedan mensurarse con facilidad.

Para los discípulos la noche oscura y cerrada parecía no terminarse. El Maestro, con el que habían recorrido caminos y compartido la vida por tres años, había sido ejecutado como un criminal, y no parecía ser el Rey que ellos pretendían que fuera. Y la persecución contra ellos mismos se acrecentaba a cada hora, tal era la inquina que flotaba en el ambiente.

Terrible el significado: de niño y de joven Jesús de Nazareth nunca tuvo casa propia. Su hogar era el de José el carpintero o las casas de sus amigos. Ahora, frente a la muerte, sus restos deben reposar en una tumba prestada por José de Arimatea. La pesada piedra que obtura la entrada tiene el peso de lo definitivo… y de lo prohibido. Ese cuerpo yerto es peligroso para muchos, y por ello hay que bloquear cualquier acceso. Cerrado a cal y canto, sólo resta que se pudra en el olvido.

Pero Cristo es un muerto inquieto, felizmente indócil.

Asoman y florecen varias rupturas que desairan los colores definitivos que suelen imponerse desde el poder para doblegar voluntades y sojuzgar existencias.

“Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana…”  El Shabbat era el día que se consagraba a Dios. La religiosidad imperante de un rigor sin espíritu había potenciado hasta el absurdo todo lo que no podía hacerse ese día, y el quebranto de las normas podría acarrear la muerte. El primer día será el domingo, primer día de la semana, alba de un nuevo tiempo y una nueva humanidad.

 María de Magdala y “la otra María” –madre de Santiago y José- se encaminan al amanecer al sepulcro. María Magdalena fue testigo de su pasión y muerte, y la otra María testigo junto con Magdalena testigos de su entierro. 

Hemos de ponernos en su lugar: han vivido el dolor y el terror de la Pasión y del quedarse solas, de ir a una tumba prohibida, quizás a dejar unas flores en la piedra enorme que impide la entrada junto a los soldados. Aún así, con ese pesar que aplasta, van, no se quedan, no se esconden, no se marean de auto conmiseración.

Sin embargo aquí hay otra ruptura: para la legislación procesal penal judía, era necesario el testimonio de dos hombres como fedatarios de una verdad. Dos hombres, que quede claro. Ellos –los Once- están escondidos por temor a las represalias de las autoridades religiosas. Ellas dos serán testigos únicas y privilegiadas de un hecho puntual: la tumba está bloqueada por una piedra pesadísima y guardada por soldados armados. Nadie podría robarse el cuerpo y mentir cualquier cosa. Pero son testigos de la verdad de la Resurrección del Señor, y serán apóstoles de los apóstoles, mensajeras de la mejor de las noticias.

Un Mensajero baja del cielo, corre la piedra y se sienta sobre ella.

Acontecen varios temblores de diversa intensidad.

Las mujeres son presa del temor. La presencia de un Ángel siempre significa un suceso escatológico, es decir, un acontecimiento divino. Temor y temblor reverencial ante la piedra corrida como si nada, ante el Ángel que les habla y buscar despejarles los miedos, y frente a su afirmación que el Maestro amado no está más allí. Ha resucitado, la tumba deviene inútil, hogar de la nada. Cristo siempre vá por delante.

Un movimiento sísmico conmueve Tierra Santa, recordatorio que la Resurrección de Cristo no se agota en lo histórico sino que es un acontecimiento cósmico, universal. Toda la creación se conmueve.

Los guardias no eran mercenarios pagos o matones de alquiler. Eran tropa romana designada por el pretor pilatos, es decir, fuerzas de élite habituadas a las legiones y al combate fiero. Sin embargo, esos guardias se desvanecen y quedan como muertos. Grabemos esto corazón adentro: no hay imperio ni potestad terrena que prevalezca. El Dios de la Madre del Señor derriba a todos los poderosos de sus tronos, y más temprano que tarde los brutos terminan aplastados en su violencia torpe.

Ellas tienen una misión que el Mensajero les encomienda, dar la Buena Noticia a los discípulos, aún con el temor en ciernes por todo lo que les había pasado.

Pero no es suficiente. No alcanza a veces que te cuenten las cosas. Es necesario vivirlas en plenitud.

Aquél que es camino, verdad y vida ha vencido a la muerte, y se les aparece para que todo temor finalmente se disipe, para que tengan alas en el alma y en los pies.

Ellas se postran a sus pies y le abrazan, en reconocimiento que Él es su Dios y su Amigo.

La misión de ellas es también nuestra misión.

Nos encontraremos con el Resucitado y sus hermanos en todas las Galileas del mundo, allí, precisamente, en donde nada bueno se espera, en donde todo se ha cancelado, en donde toda noticia es mala.

Hemos de volver con ahínco robusto a esas Galileas, a esas periferias de la vida para que se celebre la vida y campee nuevamente la alegría.

Somos hermanos y enviados del Resucitado, esperamos fielmente contra toda esperanza en un mundo que nos agobia y aplasta.

La muerte no tiene la última palabra. El Señor resucitó!

Feliz Pascua de Resurrección!

Paz y Bien


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