El hoy, aquí y ahora de la Salvación

 








Para el día de hoy (31/08/20):  

Evangelio según San Lucas 4, 16-30



Este Jesús de Nazareth es un Mesías muy inconveniente. No tiene ningún pruritro en decir las cosas como son, y sus palabras concitan la atención por lo sorprendentes, por lo atrevidas, por lo inesperadas, por no buscar lo conveniente sino más bien y ante todo, por honrar con cada fibra de su ser a la verdad, la Buena Noticia del Reino de Dios entre nosotros.


Anuncio y profecía, compromiso y misión, la Salvación tiene un color definitivo, el del hoy, el del aquí y el ahora, la buena nueva anunciada ante todo a los pobres, aquellos que sólo saben de novedades malas y a menudo horrorosas. La liberación de todas las cautividades, cualesquiera sea su modalidad y su origen. Mirada renovada para los que no pueden ver, agobiados de ceguera. El fin de toda opresión para aquellos que no pueden más, humillados y sometidos. Anunciar que ha comenzado un año interminable de júbilo, de alegría, el tiempo asombroso de la Gracia, el tiempo de lo que se propone y no se impone, el tiempo de renegar de las venganzas y las violencias, el tiempo del servicio y la generosidad.


Tiempo total que se cumple en Él y nos corre por las venas del alma, pues somos ramas de esa vid primera.


Es claro que para sus paisanos de aquel entonces y para muchos en nuestros días, ello es molesto, y superada la sorpresa inicial, se desatan los enojos y las furias. Porque no hay nada más molesto que un Cristo que no se adapte a nuestros esquemas, que no se condiga con nuestras limitadas fotografías de lo que pretendemos que Él sea, un Cristo etéreo y desencarnado, a veces románticamente lejano en cielos inaccesibles, un psicoanalista que nos calma las angustias, un justificador de todas nuestras torpezas y ansias de poder, un dios minúsculo atrapado en los preceptos cultuales que no incomoda, que no desestabiliza, y al que no le preocupa el prójimo, porque el prójimo es mi par, mi cercano, mi similar, más nunca lo edifico, lo construyo y me acerco solidario.


Entonces esas ganas de que se acomode a nuestras pretensiones, nos llevan a apagar la luz del Evangelio. Es mejor despeñar barranca abajo a ese Cristo que no toleramos, y no estaríamos lejos de pretender que nada cambie y que Él no esté vivo y presente entre nosotros.


Pero este Cristo pasa por en medio de nuestros estériles esfuerzos mortuorios. A este Cristo no se le puede callar, así como tampoco a los que siguen sus pasos, a sus hermanas y sus hermanos que florecen en amor y en justicia esta vida que se nos apaga. 


Este Cristo pasa por en medio de nuestras mezquindades y sigue su camino, porque a la vida nueva y plena es imposible finalizarla.


Paz y Bien


Cargar como el Señor la cruz para ganar la vida

 







Domingo 22° durante el año

Para el día de hoy (30/08/20) 

Evangelio según San Mateo 16, 21-27




Jesús De Nazareth camina, decidido y absolutamente libre, hacia Jerusalem. Allí acontece un punto de inflexión que cambia de manera radical su ministerio y también la misión de toda la Iglesia, y su revelación es un hito en la historia de la Salvación.


Porque les revela su condición mesiánica a los suyos. Pero es un mesianismo inesperado, sorprendente, que no se condice para nada con las tradiciones y los preconceptos de los suyos, que esperan un Mesías revestido de gloria y poder que derrote a sus enemigos y que libere a Israel de la bota romana mediante una victoria de tipo militar, restaurando un reinado judío imbatible y duradero. Más asombroso y contradictorio resulta saber de su parte que quienes detentan la autoridad religiosa y simbolizan a todas las tradiciones de su pueblo -ancianos, sumos sacerdotes y escribas- serán los principales responsables de todo lo que ha de padecer el Maestro.


Más parece que no fuera suficiente el estupor causado: Jesús formula a los Doce y a los discípulos de todos los tiempos una invitación que, tomada a la ligera, parece espantosa. Invita a seguirle cargando también, como Él, en libertad y sin condiciones, la cruz.

Ha de entenderse en su real dimensión: durante mucho tiempo la cruz es sinónimo de maldición, de justo castigo. En el tiempo del ministerio del Maestro, era el método de ejecución romano por excelencia previsto por la ley del imperio para ejecutar a los criminales más abyectos y marginales, condena para los rebeldes perpetuos de la autoridad del César. Así entonces, cargar la cruz implica hacerse ejecutable, marginal, despreciable, subversivo.


A Pedro no le agrada lo que percibe, y la contradicción lo violenta. Voluble y temperamental, quiere volver a la falsa certeza que lo tranquiliza, a la de ese mesías glorioso, muy lejano al Cristo servidor sufriente. En cierto modo, Pedro pretende indicarle a Dios hacia dónde debe rumbear, pretende un Dios a imagen y semejanza de Pedro, y no acepta de ningún modo la cruz para el Señor...y mucho menos para sí mismo.


No es grato, no es deseable, no es simpático. Tampoco es algo deseado por Dios, pues el Dios de Jesús de Nazareth no es un sádico cruel. Es una cuestión de amor, de radicalidad del Evangelio, de tomar siempre el lugar del otro para que el otro -el hermano, el prójimo- no sufra, y viva.

Y ahí sí. La fidelidad, para los mezquinos cánones mundanos, no saldrá impune. Tiene su costo, gravoso y gravísimo. La vida cuesta vida, la vida de los demás cuesta la propia vida, y es Jesús quien no vacila en encabezar el peregrinar, en volver a decirle a todos los Pedros, todos nosotros, que está bien jugarse y hasta morirse para que otros vivan, cargar los horrores de la cruz para que no haya más crucificados, y ofrecerse también por todos los sumos sacerdotes y escribas violentos de todo tiempo que imponen condenas y cadenas, y olvidan compartir la Gracia y la misericordia de Dios.


Paz y Bien

El asombroso tesoro infinito del Evangelio

 









Para el día de hoy (29/08/20) 

Evangelio según Mateo 25, 14-30



Las parábolas de Jesús de Nazareth no son solamente elementos didácticos en los que pueden reconocerse contradicciones, alegorías, metáforas a veces extremas destinadas a encender la atención de sus oyentes y así procurar un aprendizaje más profuso.

En las parábolas el Maestro tiene, claramente, una vocación magistral, pero no se reducen a un plano educativo, sino que desde la misma cotidianeidad edifican ventanas por las que nos podemos asomar a la eternidad, de una manera inesperada y gratamente sorprendente. Es por ello que nunca las lecturas lineales o textuales expresan fidelidad a la Palabra, pues dejan de lado el sentido de lo que se dice y, muy especialmente, a Aquél que las pronuncia.

Y toda literalidad incuba y promueve los horribles fundamentalismos de cualquier laya. Lo que cuenta es la fé, la esperanza y el amor.


Ubiquémonos por un momento en uno de los objetos que sobresalen en el relato: los talentos -si nos quedamos meramente en un análisis económico- son monedas de la época del ministerio de Jesús de Nazareth que equivalían a seis mil denarios. Para tener en cuenta la proporción, un jornalero judío de aquel entonces, luego de doce horas de labor, podía llegar a ganar un denario al día. Un talento es una enormidad, una suma desproporcionada de dinero que se confía sin instrucciones y así, sin más trámite se deja en las manos de los servidores.


Quizás por ello, acotarnos a una interpretación que refiera a las diversas capacidades que cada uno de nosotros portamos -que por los orígenes antes descritos, no casualmente también se llaman talentos- y el grado de su puesta al servicio de Cristo y de su Iglesia nos deje en los umbrales de esa trascendencia a la que el Maestro nos invita cada día, a través de la Palabra. La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva.


Lo verdaderamente decisivo, lo maravillosamente inquietante, lo realmente asombroso es que se ha confiado en nuestras manos algo enormemente valioso, herencia tan crítica que no puede mensurarse su real valor de tan ilimitado que es. Esa confianza desestabiliza, y quiera el Espíritu que siempre lo haga. Ninguno de nosotros tiene méritos suficientes para su administración, y por ello es aún mayor el impacto de esa confianza brindada, una confianza que no surge de los contratos sino del conocimiento profundo, de la interioridad misma de los corazones. Por eso la prudencia excesiva es tan desigual, por eso la prudencia excesiva es el maquillaje que suele utilizar la cobardía.


Porque en nuestras torpes y limitadas manos, merced a una confianza de Padre y aun cariño maternal, se nos ha confiado el Evangelio, la Buena Noticia, talentos que es menester gastar con los hermanos, extraña herencia que se multiplica y reproduce cuando no se reserva, cuando con generosa fraternidad se dilapida sin miramientos, para el bien de todos, por ese Reino que está aquí y ahora entre nosotros.


Paz y Bien


La historia humana está fecunda de Dios

 

 


 

 

 

 

 Para el día de hoy (28/08/20): .

Evangelio según San Mateo 25, 1-13 

 

 

 

A nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, sobresaturados de información y recargados de imágenes, la idea de las diez vírgenes esperando al esposo se nos haga, quizás, demasiado ajena, esquiva. Pero en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth se comprendía con facilidad, aún cuando el oyente careciera de la formación de los escribas, un simple labrador, un humilde pescador.
Pero también hay otra perspectiva, la simbólica, la que trasciende la pura letra y se adentra en el significado y la profundidad de la enseñanza del Maestro.

Volviendo al siglo I, la vida era dura y escasa en distracciones y esparcimiento, especialmente en los pueblos pequeños, a lo que debía añadirse la severa rigurosidad religiosa que no admitía demasiadas sonrisas. Sin embargo, había ocasiones en que el tedio se podía romper, como nacimientos, bodas, el paso a la vida adulta -bar mitzvah- o eventualmente funerales, pero de entre esas ocasiones destacaban las bodas, que podían durar varios días. El día de bodas era el más importante de sus existencias para los contrayentes, y  motivo de alegría, baile y brindis impostergables para todo el pueblo.
Precisamente, en esa perspectiva se inscribe la enseñanza de hoy, lo crucial para la vida, el destino de fiesta soñado por Dios, el matrimonio inquebrantable entre Dios y la humanidad.

Tal vez, cierta tendencia bondadosamente ligera nos lleve a imaginarnos los habría y los hubiera, es decir, qué hubiera pasado si las vírgenes prudentes le hubieran prestado un poco de aceite a las insensatas?... Aún así, y a pesar de que en numerosas ocasiones el Maestro nos conmina a la fraternidad del compartir, en esta ocasión no sólo no lo menciona, sino que es terminante al respecto. Ello destaca sin ambages la importancia decisiva de aquello que se procura merced al esfuerzo, y que de no ser así es imposible tener.

El aceite, la luz propia, se enraiza inseparablemente a esto que somos y nos define, y que por ello es único e intransferible.

Pero hay más, siempre hay más. El encomio de mantenerse en vela, con la propia luz encendida, implica una invitación a descubrir que la historia humana no es solamente lo que vemos y que tan a menudo nos agobia. La historia está fecundada por el Espíritu de Aquél que se ha hecho uno de nosotros, un vecino, un amigo, un Hijo queridísimo, y ese valor trascendente sólo puede percibirlo y gratificarse con ello todos aquellos que se mantengan atentos, con la lucidez propia de la esperanza.

Paz y Bien

Despiertos y atentos a las necesidades y las vidas de los hermanos

 

 


 

 

 

 

 Para el día de hoy (27/08/20):  

Evangelio según San Mateo 24, 42-51

 

 

 

Usualmente la reflexión acerca de esta lectura refiere a lo postrero, al estar atentos para cuando llegue el tiempo de irse y de rendir cuentas. No está mal, claro está, pues pone la vida -esta vida tan pequeña y frágil, tan corta- en perspectiva, la teleología de la existencia, saber que todo, apenas, está comenzando.

Pero la encendida apelación a la vigilancia que hace Jesús de Nazareth tiene que ver con un distingo fundamental de la vida cristiana.
Se trata de no adormecerse frente a todo lo que duele, de no mirar hacia otro lado frente a las injusticias, de no sucumbir a los cantos de sirena que nos tira el mundo a cada paso.

Una clave posible estriba en el término servidor; aunque el sentido común sea el menos común de los sentidos, servidor indica oficio, misión, tarea pero nunca propiedad. El Dueño es Otro, no el servidor, y cuando el servidor pierde esa perspectiva e invierte los roles, todo se trastoca, todo pierde sentido.
El servidor se reviste de nobleza cuando permanece fiel a esa misión, a esa vocación, al servicio de cuidar lo que no le pertenece pero que, extrañamente, se le ha confiado.

Más aún. La fidelidad del servidor, que se expresa en el estar en vela, atento y despierto, es también una invitación y una bendición para ser partícipes de la vida misma de Cristo desde la caridad, el cuidado del hermano, el esfuerzo denodado por derrotar el hambre, el ansia permanente de justicia, la cortesía fraternal, la importancia decisiva de los pequeños gestos.

Servidores fieles de la Gracia de Dios, fieles y felices derrochones de esos bienes santos que no deben mezquinarse. Despiertos y atentos a las necesidades y las vidas de los hermanos, en vela en el tiempo y la historia, encendidos del Espíritu en el aquí y el ahora como señal de auxilio para los más pequeños, porque el Dueño está de regreso a cada instante.

Paz y Bien



Los sepulcros blanqueados sólo son signos de muerte

 










Para el día de hoy (26/08/20) 

Evangelio según San Mateo 23, 27-32



Las cosas que habrá visto. Los gestos y las acciones que tanto le revelaban y que tanto lo rebelaban. De otro modo, no hay explicación para estas durísimas expresiones que el Maestro tiene para con la hipocresía de escribas y fariseos. Su voz es tan fuerte, tan contundente, tan profética que conmociona no sólo a aquellos hombres del tiempo de su ministerio, sino a todos aquellos que, a través de la historia, se internan camino adentro de esas veredas de sombra y muerte, pretendiendo encaminar tras de sí a todo el pueblo.


Sepulcros blanqueados los menta, y no es sólo una alegoría extrema. Se trata de la experiencia de la vida cotidiana que no se permite ser llamada a engaños. 


Despojémonos por un momento de lo externo, es decir, de los afectos y la piedad que portamos junto con algunas flores -como flores de caridad- cuando visitamos el sitio en donde reposan los restos de alguien querido o venerado. Una tumba, un sepulcro, es el hogar de lo muerto. Por fuera puede tener una blancura prístina, una estructura artísticamente bella, una edificación imponente, pero ello no es óbice para la cuestión naturalmente obvia: por dentro hay restos de un cuerpo muerto, hay degradación, hay corrupción biológica.


Mucho más grave es cuando esa imagen se traslada al obrar de aquellas y aquellos que desempeñan funciones sociales, políticas y religiosas de liderazgo, de jerarquía, de conducción. Sepulcros andantes que, bajo la apariencia grácil de una blancura deslumbrante, sólo albergan en su interior muerte y corrupción, vidas contínuamente degradadas, tumbas en donde se sepultan bien profundo las ansias de trascendencia de la gente más sencilla, el hambre de justicia de los pueblos, la sed de paz de tantos.

No hay otra conclusión posible: aunque nadie somos para andar juzgando a nadie, tampoco podemos renunciar a esta vocación irrevocable de profecía que nos llega al corazón por vía paterna y materna, de un Dios que es Padre y Madre, de un Cristo que es hermano y Señor. Y a las cosas hay que llamarlas por su nombre.


Los sepulcros blanqueados sólo son signos de muerte, y hacia ella conducen, y allí se demuelen todas las esperanzas.


Gran contradicción, grave reniego, pues desde la Resurrección sabemos que la muerte no decide ni tiene la última palabra. Por el Resucitado sabemos que ese sepulcro vacío deviene inutil, y que en cada sepulcro ha de germinar pacientemente -a pesar del dolor, a pesar de todo y todos- la certeza de la vida perpetua que no se extingue. Por ese Cristo sabemos que toda tumba deviene inútil.


En paralelo también, una admonición para nuestras existencias menores: a los sepulcros, decíamos, solemos llevar fé y afectos, flores y amores. Sin embargo, a quien se ama siempre es menester, como al hermano, rendirle culto y amor en vida, en el aquí y ahora. Nunca es tarde.


Paz y Bien

Si no hay misericordia, la Gracia no se ha encarnado en nuestras existencias

 

 

 

 

 

 

 

Para el día de hoy (25/08/20) 

Evangelio según San Mateo 23, 23-26

 

 

 

 

La ley del diezmo tenía un significado místico y una importancia social para el pueblo de Israel. Así, se reconocía el derecho de propiedad de Dios sobre toda la tierra y sus bienes, y a su vez, la décima parte del producido de la tierra -de allí diezmo- se destinaba a mantener el culto del Templo de Jerusalem y a sostener a los sacerdotes. De todo ello, una parte menor también se utilizaba como fondo de limosnas, para el socorro de viudas, huérfanos y de los más pobres.
En un afán de ortodoxia y estricta observancia, escribas y fariseos -la dirigencia religiosa de la fé de Israel- extendieron la obligatoriedad del diezmo a toda la actividad económica de Israel, y puede inferirse a partir de lo que sindica el Maestro: era obligatorio el diezmo sobre la menta, el anís y el comino, bajo apercibimiento de infracción grave. Así, no es difícil imaginarse a un ama de casa tomando un puñado de perejil, de albahaca, de menta, y separando una ramita de cada diez para el pago obligado.

El problema no estriba en prestar atención a las cosas pequeñas. Por el contrario, Jesús de Nazareth tenía una mirada muy particular al respecto, y nada se les escapaba, todo era importante, los detalles hacen al todo. El problema, entonces, comienza cuando se absolutizan esas cosas pequeñas, y se olvida lo verdaderamente importante, la justicia, la misericordia y la fé.

Se trata de imponer horizontes estrechos, mezquinos, en donde no hay Dios sino prácticas religiosas enmarcadas en una pseudosantidad. Sin embargo, no hay contraposición entre lo cultual y la vida diaria: por el contrario, hay reciprocidad y vigencia de significados. Y cuando hay ruptura, todo se complica y se cierra el corazón a la asombrosa dinámica de la Gracia.

Así contará más la purificación de objetos y manos en desmedro de la clarificación de los corazones, los que verán felizmente a Dios. Así se esconderán, bajo pretexto de piedad, ambiciones y egoísmos, y como dolorosamente podemos observar, el rigor litúrgico observado y jamás ponerse del lado de los pobres, de los pequeños y muy especialmente, del lado de las víctimas. Jamás justificar o defender a los victimarios.

Si no hay misericordia, la Gracia no se ha encarnado en nuestras existencias y lo religioso es una práctica más, por lo general acotada a lo que se hace puertas adentro de los templos, que no de los corazones.

Paz y Bien 

San Bartolomé - 24 de agosto

 







San Bartolomé, apóstol

Para el día de hoy (24/08/20):

 
Evangelio según San Juan 1, 45-51



A veces, la sencillez y la simplicidad nos hacen recordar y recuperar la frescura de la Buena Noticia. Y si por un momento nos detenemos a mirar y ver desde esa perspectiva, Jesús de Nazareth siempre nos está invitando a una vida nueva, sin condiciones previas.

Él ha convocado a Felipe de un modo inequívoco, porque siempre es Dios el que nos busca, es Dios quien tiene todas las primacías y todas las iniciativas.


Felipe se ha conmovido por el llamado, y no quiere guardarse ese asombro para sí, una fuerza imperiosa lo moviliza a compartir ese tesoro insospechado.

Quizás esta sea la clave de la evangelización y el apostolado, el descubrirnos llamados y buscados, y salir a compartirlo con los demás. En el corazón de Felipe arde la misma brasa que en los corazones de los peregrinos de Emaús.

 

Esa fuerza increíble no se detiene en disquisiciones estériles ni en casuísticas ni en exégesis: es una experiencia vital profunda que ha de expandirse en el compartir con los hermanos. Por eso Felipe, ante las razonables dudas de Natanael/Bartolomé, redobla la invitación.


La lógica indica que nada bueno puede salir de la ignota Nazareth, y así será siempre con las cosas del Reino, que tiene que ver con lo inesperado, con lo insospechado, con lo asombroso.

 

No se trata tanto de lugares físicos, sino más bien de espacios cordiales.

 

-Ven y verás- invita Felipe, y es una puerta abierta para animarse a más, porque hay más, siempre hay más.


Así los corazones íntegros y sin dobleces podrán descubrir la Salvación en ese Jesús que permanentemente invita, corazones capaces de dejar atrás preconceptos, corazones capaces de ser felices, de asombrarse, de atreverse y de reconocerse buscados e invitados por Aquél que sólo quiere la plenitud para todos sin excepción.


Paz y Bien

Los vínculos indisolubles de la caridad

 








Domingo 21º durante el año

Para el día de hoy (22/08/20) 

Evangelio según San Mateo 16, 13-20



La referencia geográfica es importante: la enseñanza que nos brinda el Evangelio para el día de hoy acontece en las cercanías de Cesarea de Filipos. Nos encontramos al norte de la tierra de Israel, al pié del monte Hermón -alturas del Golán-; es una ciudad con cierta historia, en la que antiguamente podía hallarse un altar del dios Baal de los cananeos, también posteriormente un altar al dios helénico de la naturaleza Pan. En tiempos del rey Herodes el Grande -aproximadamente por el año 20 a.c.-, éste erige un templo imponente en honor al César de Roma, Augusto, siguiendo la costumbre de deificar a los césares con culto propio. A la muerte de Herodes el Grande, uno de sus hijos, Herodes Filipos, renombra a la ciudad con el título de Cesarea de Filipos por dos motivos: primero, honrando desde su posición de vasallo al nuevo emperador Tiberio, y también para diferenciar la ciudad de la otra Cesarea de la costa marina.


La geografía es importante, pero no tanto en la referencia a los mapas o a la historia, sino más bien al trazado cordial: se trata de una geografía espiritual. Se trata de una ciudad en la que se ha honrado a múltiples dioses, se trata de una ciudad definida por la devoción al poderoso de turno, por elevar a la categoría de dios a un dominador imperial, por una subordinación que es ante todo interior antes que política, pues se rinde culto al poder, al que humilla naciones, al que explota y expolia a pueblos enteros.

Precisamente allí, por esos antecedentes tan específicos que parecen tan contrapuestos, sucede una de las confesiones de fé más contundentes, que a su vez -la fé es don y misterio- es fundacional, conmovedora, plena de futuro.


Jesús de Nazareth realiza una misma pregunta en dos direcciones: quiere saber qué piensa las gentes acerca de Su persona, pero más aún, que piensan los suyos, sus amigos, sus discípulos, y en la pregunta hay una afirmación velada que no ha de pasarnos inadvertida. Porque la fé cristiana, ante todo y por sobre todo, no es creer en algo, sino creer en Alguien, es una relación decididamente personal con Cristo.

Lo lógico hubiera sido escuchar -como expresaban muchas de las personas de su tiempo- que el rabbí galileo encarnaba las ansias de liberación de su pueblo, máxime en ese sitio en donde se honra al opresor, y así se lo identifique con un profeta importante o con una tonalidad mesíanica de carácter nacionalista y política.


Aún así, Simón sorprende a todos: él confiesa sin ambages que el Maestro es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Esa afirmación no es producto de su esfuerzo racional, no es la consecuencia de una exactitud lógica, sino que es fruto del Espíritu que enciende su mente e inflama su corazón. Esa fé que se atreve a confesar decide una vida nueva para el pescador galileo, y el indicio de la vida nueva se corresponde con un nuevo nombre, Pedro en su forma latina, Cefas en su raíz aramea.


En aquel entonces, el Sumo Sacerdote de Jerusalem era designado con el acuerdo y a instancias de la autoridad imperial romana. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, ese rol tan importante y prestigioso fué ocupado por Caifás. La similitud no es sólo fonética, sino que adquiere la profundidad de un símbolo: Caifás es electo desde el poder por el imperio, y oprimirá a su pueblo desde la Ciudad Santa. Cefas es elegido desde la fé por Cristo, y gobernará a partir del servicio desde la misma ciudad de los césares.


Pedro ha de ser roca para sus hermanos, promontorio firme al que se aferrará la comunidad para no quedar a la deriva en los vaivenes mundanos, fundamento de una Iglesia que no podrá ser derribada porque es Cristo quien edifica, y es la fé la que brinda sustento, fé que es don de Dios y misterio de fraternidad y confianza.

Ciertamente Pedro no es perfecto: cometerá errores, traicionará, será voluble o tal vez se arrogará prerrogativas que no le corresponden: sin embargo, lo que cuenta es la fé que lo reviste y asiste, fé que confiesa y vive.


Desde esa fé tendrá una misión que en nada tendrá que ver la imposición y el ejercicio de poder al estilo del mundo: Pedro y la Iglesia tienen por misión clara atar a la humanidad entre sí, a partir de vínculos espirituales de caridad, vínculos que perduran, y también la de desatar todos los nudos que quitan el aire, que esclavizan, que atan los corazones y doblegan las almas, desde el servicio generoso y desinteresado de aquellos que nada quieren para sí, sino que todo lo hacen por Aquél que los ha llamado primero.


Paz y Bien

Cristo es Dios entre los hombres, un Dios que se despoja para la Salvación de todos sus hijos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para el día de hoy (22/08/20) 

Evangelio según San Mateo 23, 1-12

 

 

 

En la lectura que nos ofrece la liturgia en este día, es menester destacar algunas cuestiones.
Una de ellas, es que Jesús de Nazareth -manso entre los mansos, infinitamente humilde de corazón- tenía su carácter, y no andaba con floreos a la hora de decir verdades, quizás un Cristo muy distinto de ciertas imágenes melosas, pueriles y, tal vez, inocuas que suelen propalarse por allí y que a veces resultan tan convenientes, pues no incomodan ni interpelan.

Otra de esas cuestiones es su crítica a los dirigentes religiosos, en especial a escribas y fariseos: la dureza de lo que expresa no está motivada en tanto que dirigentes judíos, sino antes bien y especialmente en tanto que maestros y doctores hipócritas, que prescriben una moral al pueblo que ellos no cumplen, obligaciones que se imponen a los otros y que ellos mismos son los primeros en no cumplir, obligaciones tan gravosas que son causa de opresión y pesar para las almas, en especial para los más pequeños.

El Maestro se explaya respecto a la cátedra de Moisés: en la estructura de la sinagoga, es un sitial importante -por lo general, una silla- desde donde la autoridad que interpreta y educa explica la Torah y los Profetas, es decir, enseña las cosas y la voluntad de Dios desde la Sagrada Escritura. Por eso impetra escuchar con atención la Palabra, pues es en verdad lo que es eterno y prevalece siempre, pero a la vez manda a blindar el corazón de toda hipocresía, esas ganas de figurar, esas ansias de prebendas, títulos y jerarquías que no se acotan solamente a la dirigencia judía de su tiempo.

Porque Cristo es Dios entre los hombres, un Dios que se despoja para la Salvación de todas sus hijas e hijos, la humanidad entera, y que desde el misterio de la Encarnación señala el camino, camino de la Gracia, camino del servicio, de la abnegación, diaconía que es liberación, verdad, amor.
Allí comienza la raíz de toda autoridad que se precie de tal. No por lo que se imponga, sino por como se ame y por cómo se sirva a los hermanos, sin reservas, a fuerza cordial de generosidad.

Paz y Bien

La caridad, plenitud de la Ley

 

 

 

 

 

 

 Para el día de hoy (21/08/20):  

Evangelio según San Mateo  22, 34-40

 

 

 

  Los Evangelios fueron escritos en idioma griego, más cercano al griego del Ática que al actual, y en ese idioma hay varios términos que expresan el amor, ágape, filia y eros.

Ágape es el amor absoluto e incondicional de Dios, un amor de donación sin restricciones. Ágape es el modo en que Dios nos ama.

Filia refiere al amor que se define por los afectos, por las inclinaciones. El amor del querer.

Eros es el amor vinculado a la sexualidad, que habitualmente se lo menoscaba limitándolo a cierta genitalidad. Eros es el amor que se expresa principalmente con el cuerpo, el amor de las pasiones.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, debido -en parte- a ciertos fundamentalismo que se aferraba a la literalidad y a los prejuicios, había varias casuísticas encontradas, toda vez que la ley mosaica establecía 613 preceptos legales o mitzvot, 248 de carácter positivo que simbolizaban los huesos del cuerpo humano y 365 de carácter prohibitivo que, a su vez, simbolizaban los días del año. Ello no es un dato menor y es importantísimo, la ley de Dios que ilumina todos los órdenes de la existencia.
El problema estribaba en que desde ese criterio de don divino se había transformado en un reglamento estricto e intolerable para la mayoría del pueblo.

En ese orden de ideas, no es difícil suponer los esfuerzos de los eruditos / doctores de la Ley, para determinar, por entre esos 613 preceptos, cual era el mayor. Pero esa discusión quedaba en un plano intelectual, tal vez desdeñando su fundamento cordial, espiritual, el Dios que le confería sentido y trascendencia.
Así se acercan ciertos doctores de la Ley sin ansias de verdad ni de conocimiento, sólo buscando que el Maestro se equivoque en sus conclusiones, en parte para desacreditarlo frente al pueblo -la manipulación de la opinión pública no es nada nuevo- y, además, procurar expresiones erróneas en el orden religioso que impliquen una condena.

Volvamos a los postulados iniciales.
El Maestro confiere pleno sentido a la Ley, y por ello enseña que ante todo se debe amar a Dios con todo el corazón, con todo el espíritu, con todo el alma, y en la cultura de aquel tiempo corazón remitía al núcleo de la existencia, a lo que viene del centro mismo de la vida. Precisamente es el amor ágape, el amor sin restricciones ni menoscabos, el amor que es mucho más que un querer acotado a los vaivenes de los estados de ánimo, el amor que transforma, que se deja transformar por la inmensidad de Dios.

En un plano humano, corresponde filia o eros, y está muy bien, afectos y pasiones que pueden sublimarse al reconocimiento del otro, a la generación de la vida nueva. Pero hay más, siempre hay más.
El mandato es ágape, amar con el cuerpo, con la razón, con toda la existencia a ese Dios que sale de sí mismo a nuestro encuentro, que nunca descansa, que nada se reserva, que nos ama con todo y a pesar de todo. Por el amor de ese Dios que es Padre y que nos ha amado primero, se inaugura otra perspectiva inseparable, indisoluble del amor a Dios, el amor al prójimo en donde resplandece el rostro eterno de Dios, brazos de una cruz que mira al cielo pero que se expande hacia los lados, al otro que reconozco como mi hermano.

Paz y Bien

Para la Mesa del Señor hay que revestirse de justicia y misericordia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para el día de hoy (20/08/20):  

Evangelio según San Mateo  22, 1-14

 

 

 

 

 En la cultura del tiempo en que surge el ministerio de Jesús de Nazareth, cuando una familia celebraba la boda de su hijo mayor se carneaban los mejores animales y se preparaban a las brasas con cuidado especial; se llenaban las tinajas con el mejor vino y se tendían las mesas para esos festejos que duraban varios días. El dueño de casa solía cursar dos invitaciones, una previa que preparaba a los invitados para una fecha determinada, y la otra para avisar que ya estaba lista la cena, que no hubiera demoras.
La dos llamadas implicaban, en cierto modo, la delicadeza y el gesto de atención del dueño de casa para con los invitados, pero también y especialmente frente a la segunda invitación, no había modo de excusarse.
Pero también la ausencia y las excusas engloban una descortesía rayana en el insulto y en el desprecio a esa invitación a celebrar la vida que se prolonga en el hijo.

A pesar de los que desertan, lo importante es la fiesta ofrecida. Mucho más que la costumbre usual, el Dueño no realiza dos invitaciones sino tres, algo impensado, asombroso. Aunque los invitados originales no participen, serán partícipes con pleno derecho y plenos honores muchos que estaban a la vera de los caminos, en todas las encrucijadas de la vida, quizás aquellos que nadie en su sano juicio invitaría.

La fiesta de bodas -fiesta de la vida, fiesta del amor- es un ofrecimiento infinitamente generoso del Dueño que realiza por el Hijo, y que quiere que muchos, tantos como quieran, participen en esa alegría.

Era costumbre también que el dueño de casa proveyera de ropajes a los asistentes, toda vez que a menudo sufrían los embates de los caminos polvorientos. El vestido significaba ser parte de la familia, la identidad de huésped de honor, y no ponerse el traje ofrecido es una injuria intolerable, cuyo mensaje supone creerse uno mismo más importante que la celebración.

La Mesa del Señor está tendida y se ofrece luminosa, como un faro entre tantas tinieblas, a todos los pueblos, especialmente a los que tantos otros nunca invitan a nada, los que no suelen tener motivos para el festejo.
Para la mesa del Señor es menester ponerse vestidos acorde a la ocasión, revestirse de justicia como parte de la familia y en honor y homenaje al generoso Dueño que nos invita a pura bondad.

Paz y Bien

La misericordia divina es asombrosa, inconmensurable, desmedida

 









Para el día de hoy (19/08/20) 

Evangelio según San Mateo 20, 1-16




Las lecturas lineales no son buenas, siempre es necesario ahondar en las profundidades al modo del buscador de tesoros que cava cada vez más profundo y sin desmayos. La literalidad se suele quedar solamente en la letra escrita o impresa e ignora el significado mayor, y es la madre de todos los fundamentalismos excluyentes, exclusivistas y hasta violentos.


Un ejemplo de este postulado es la lectura del Evangelio para el día de hoy. En la superficialidad, es claro que según los razonables parámetros que solemos manejar, esto es, nuestro criterio primero de justicia entendida como equidad, el a cada uno lo suyo. Más aún en el castigado ámbito del trabajo, en donde la humanidad tan a menudo se encuentra mancillada y menoscabada con condiciones brutales, destratos y salarios indignos. Y hablamos de salario en su sentido primordial, o sea, un trozo de sal entregado al jornalero o trabajador -en épocas del Imperio Romano- que por valioso, se entregaba como pago por una tarea específica realizada en un lapso de tiempo determinado, algo tan infrecuente como razonable que implica el mismo pago por la misma tarea.

No está mal, claro que nó, y quiera Dios que el mundo del trabajo y el trabajo en el mundo -único camino para la inclusión y la dignidad- discurra por caminos así de justos.


Sin embargo, la parábola de Jesús de Nazareth no se refiere a ello, sino más bien tiende a acentuar alegóricamente cualquier presupuesto o esquema que podamos graficarnos interiormente acerca de Dios, y de su esencia primordial, el amor. Y de su indescriptible vínculo paternal y maternal para con toda la humanidad, que supera infinitamente cualquier precálculo.


El Dueño de la viña paga muy bien a estos jornaleros; un denario es un salario altísimo para un día de labor. Y no conforme con ello, les paga primero a los últimos en llegar, a los que prácticamente no han hecho ningún esfuerzo, a los que -en esos válidos criterios humanos- no merecen el mismo salario que los que trabajan desde el amanecer.


La parábola habla de justicia, pero de la justicia de Dios que es la misericordia. Es asombrosa, es inconmensurable, es desmedida, es ilógica y no busca méritos, porque el amor de Dios en Cristo es el Reino aquí y ahora entre nosotros, para todos, sin excepción, sin visas, incondicional, generoso al extremo de no buscar nada a cambio, canastas inagotables de pan vivo para que nadie más pase hambre, la Gracia de Dios.


Paz y Bien

Camellos santos que atraviesan las más inverosímiles agujas

 








Para el día de hoy (18/08/20) 

Evangelio según San Mateo 19, 23-30






A simple vista, parecería que toda la enseñanza del Evangelio para el día de hoy gira alrededor del ascetismo y de la austeridad, de tener sólo lo necesario. O, si se quiere, de cierto tipo de pobrismo, la igualación hacia abajo y mil y una razones dialécticas o ideológicas -es menester volver a meditar en silencio acerca de la Hermana Pobreza que nos brindaba el hermanito de Asís-.


Pero hay una cuestión mucho más profunda y raigal, pues la Buena Noticia no admite medias tintas, tibiezas o matices morigeradores.


Del tener al ser, del desalojar del corazón todo lo que perece y muy especialmente, de renegar de la acumulación del dinero entendido como fin último y nó en su carácter instrumental. El dinero ha adquirido status de ídolo, con su liturgia inmanente y sus sacerdotes ubicuos, carece de bandera o lealtad y en su ara cruel se siguen realizando sacrificios humanos, Porque quien elige al dinero, sacrifica al prójimo, reniega de la prioridad por el hermano.


A su vez, en ese mismo sentido, cierta espiritualidad mercantilista está entrelazada a estas tendencias mundanas; es la que supone la búsqueda constante de favores divinos mediante la acumulación de actos piadosos, la obtención de bendición a cambio de promesas, un dios con minúsculas al que se puede manipular, dios que nos enoja cuando no cumple nuestros caprichos, dios antípoda del Dios Padre y Madre de Jesús de Nazareth, Dios de amor, de la Gracia, de la incondicionalidad, de la generosidad sin límites. Porque la Salvación es don y misterio a la que estamos invitados, y está en nosotros aceptar el convite.


Cuando nos sinceramos y nos revestimos de honestidad, el gravamen de nuestras faltas y de todos los pecados se asoma como insostenible. En nuestra idea de justicia retributiva, nadie está a salvo de un razonable y merecido castigo.

Así, la pregunta de Pedro es la pregunta de la comunidad, de todos nosotros cuando olvidamos al Dios que sale al encuentro del hijo perdido, de la oveja extraviada.


No se trata de méritos, se trata de la Gracia de Dios, por la cual con todo y a pesar de todo y todos, nos volvemos camellos santos que a travesamos las más inverosímiles agujas, pues la puerta permanece abierta por el amor infinito brindado por Cristo en la cruz.


Paz y Bien

Irse tras los pasos libres del Maestro, hacia campos de plenitud.

 








Para el día de hoy (17/08/20) 

Evangelio según San Mateo 19, 16-22



No puede cuestionarse la honestidad del joven rico que interpela a Jesús, de ninguna manera. Es sincero en sus planteos, y denota un hambre tenaz de plenitud, de volverse completo en humanidad, de trascendencia, de vivir para siempre.

Ha cumplido sobradamente con lo que le han enseñado sus mayores, y practica desde hace siglos su pueblo, que caracteriza su identidad única mediante la relación con su Dios: él ha cumplido con los mandamientos, los ha guardado sin ambages, pero aún intuye que hay algo más. Porque con Cristo hay más, siempre hay más.


Pero ese joven porta un problema y se afirma en un error. Su problema no son sólo los numerosos bienes que posee, sino quizás el pretender que sea más definitorio el tener que el ser. Y a la vez, su error estriba en el postulado inicial, y en el modo en que lo expresa: quiere saber el modo de acceder a la eternidad, y en todo momento habla de sí mismo.


La dinámica asombrosa de la Gracia no se ha afincado en su corazón. Porque la Salvación es, ante todo, don y misterio antes antes que premio o adquisición, acto infinito de amor, de la bondad de Dios. Y siempre está intrínsecamente relacionada a la familia, a la vida en comunidad cuando florece el nosotros, donde es más importante el tú que el yo.


Liquidar los bienes y dar el producto a los pobres es tender con confianza lazos hacia la misma sintonía de Dios. Es hacer espacio en el corazón, para desprenderse con alegría de todo lo que perece, y llenarse de los tesoros definitivos que son la compasión, la misericordia, la solidaridad, corazones capaces de poblarse de hermanos.


Y así, con el alma ligera de tantas cosas gravosas, irse tras los pasos libres del Maestro, hacia campos de plenitud.


Paz y Bien

Cristo, alimento verdadero y definitivo

 







Domingo 20º durante el año

Para el día de hoy (16/08/20) 

Evangelio según San Mateo 15, 21-28



La región de Tiro y Sidón, si bien bajo soberanía de Israel, durante siglos fueron objetivo primario de cuanta fuerza enemiga invasora pasara en camino al combate con los ejércitos judíos. Pero además, su situación fué variando con el correr del tiempo, siendo ocupadas militarmente y colonizadas en varias oportunidades por filisteos y por fenicios, todos ellos enemigos acérrimos del Pueblo Elegido.

Ello conllevó a que los judíos más cercanos a Jerusalem y, por lo tanto, al Templo y a la ortodoxia, tendieran sobre los habitantes de esos parajes un manto permanente de sospecha, rótulos de impureza, de extranjería contaminante, de heterodoxia, y preconceptos a menudo cruelmente peyorativos. Entre esas carátulas, estaba la de cananeo, que literalmente significa -además de habitante de Canaan- traficante o mercader menor.


En el episodio que nos ofrece la liturgia en el día de hoy, acontecen algunas transgresiones escandalosas para los estándares de aquel tiempo, que bien pueden trasponerse a nuestros días.

Por un lado, el ímpetu misionero del Maestro que no conoce fronteras, que se atreve a ir abiertamente a todos esos sitios sospechosos y marginales, en donde nada bueno cabe esperarse.

Por otro lado, la actitud de esa mujer: según las normas sociales de la época, ninguna mujer se dirigiría a ningún varón desconocido, menos aún en plena calle, excepto a su esposo o a su hijo. El apartarse de tales conductas implicaba automáticamente que se prejuzgara a una infractora así como una mujer de dudosa moralidad, indecente. De allí la molestia incomodidad de los discípulos, que tienen que soportar las súplicas gritonas y esa actitud de descaro de una mujer que, para colmo de males, es una extranjera, una impura, una extraña absoluta.


Y sorprende bastante, tal vez mucho, pues es dable presumir que la mujer deba insistir en sus gritos un buen trecho. 

Jesús no es un milagrero ni un mago al que se le arrancan intervenciones espectaculares mediante acciones prefijadas, y ya está, como si nada. Es el rostro de un Dios para el que todo es personal, hay que acercarse a las puertas grandes de su corazón sagrado, por la vía cierta de la confianza. No se requiere tal vez exactitud -esa mujer lo llamaba Hijo de David, título impreciso que al Maestro no le gustaba- pero persiste con la tozudez de los que aman.


Ella intuye que ese rabbí galileo ha tendido una mesa inmensa, mucho más grande que la pequeña y exclusiva que muchos de los suyos relativizan. Ella sabe el valor de las migajas, tan valiosas en sí mismas porque provienen del pan bueno, de ese pan que a menudo olvidamos, el pan de la misericordia y la Salvación, el pan vivo bajado del cielo, Cristo, pan que ha de compartirse entre todos y que es alimento verdadero y definitivo.


Paz y Bien

Asunción: María nos precede en el camino de la eternidad

 

 

 

 

 

 

 

 

 La Asunción de la Virgen María

Para el día de hoy (15/08/20):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-56



 

 

 En esta vida, todos somos peregrinos. Mejor dicho, estamos de paso, forasteros en camino a la patria definitiva.
En esos andares, los vaivenes del dolor, de la injusticia, del pecado nos trampean los pasos para nunca llegar a destino, añorando las cebollas del Faraón, desertando de la libertad de los hijos en el desierto.

María de Nazareth caminó las huellas de la existencia como cada uno de nosotros, y a pesar de todo y de todos, arribó victoriosa y feliz a la tierra prometida de la vida eterna, resucitada, plena, sin que la muerte le hiciera mella.

Por eso desde María de Nazareth y con ella descubrimos que ese tiempo peregrino no es solamente un tiempo de exilio oscuro: María de Nazareth nos dice que el tiempo está fecundo por ese Dios que es un Padre que nos ama, y que la historia no es un devenir preescrito de carácter definitivo e irremontable, sino que la historia está fecunda por el Espíritu de Aquél que se ha hecho tiempo, carne, vecino, Hijo Amado.
La historia humana, entretejida de eternidad, se transforma en historia de la Salvación.

La última palabra, la Palabra definitiva la tiene Dios, nó el azar, nó la muerte, nó los perversos.

María confiaba sin desmayos en su Dios, y desde su Sí! fértil e inmenso comenzó a vivir la eternidad sin mella en su ignota aldea nazarena, en su cotidianeidad humilde que nadie veía y que Dios contemplaba con amor infinito.

Feliz por creer, plena por la Gracia, a su Dios lo llamaba hijito.

Ella lo descubría a cada instante en las entrañas de su ser florecido por la Gracia, paso salvador del Creador por su pequeñez, y cantaba con certeza la inmensa ternura de ese Dios que ama a los pequeños, a los humildes, Dios misericordioso que siempre cumple sus promesas, que rechaza a los soberbios, que derriba a los poderosos de sus tronos, que inclina su rostro abiertamente hacia los pobres, los olvidados, los caídos a la vera de todos los caminos.

Con la Asunción de la Virgen María se renueva nuestra esperanza, pues tenemos la certeza de que pase lo que pase no moriremos, que Ella nos ha precedido en el camino de la eternidad, que la vida prevalece desde esa fé que es don y misterio, el fin de todos los imposibles y los no se puede en los brazos del Dios amigo que siempre nos acompaña y nos espera.

Paz y Bien

 

 

 

 

 

 

Todos somos mendigos de la misericordia de Dios

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para el día de hoy (14/08/20):  

Evangelio según San Mateo 19, 3-12

 

 

 

 

Los fariseos se acercan al Maestro con ánimos más que polémicos, pues no hay búsqueda de verdad en la discusión que pretenden iniciar, pues buscan provocar el error, la trampa que haga fallar en la ortodoxia religiosa a Jesús y, de allí, desacreditarlo frente al pueblo y juzgarlo por medio del Sanedrín.
Sin embargo, entre ellos mismos hay posiciones encontradas; baste como ejemplo la escuela de rabbí Shammai, que atribuía la cuestión de la responsabilidad del divorcio al adulterio o a una conducta inmoral por parte de la mujer, mientras que la escuela de rabbí Hillel aceptaba como motivos válidos o legales también poca capacidad en la cocina, o simplemente que la esposa dejara de atraer o agradar al esposo.

En cualquier caso, el libelo de divorcio era potestad única del varón, dejando en una consideración inferior e infamante a la mujer. Como decía un sabio de estos lares, todos somos iguales pero algunos son más iguales que otros.

Por eso, la cuestión acerca de la observancia de la Ley iba mucho más allá de intentar hacer tropezar a Jesús de Nazareth. La clave radicaba en un legalismo extremo en donde no había lugar para Dios, en donde el acceso del simple fiel estaba vedado, en donde se antepone el precepto a la propia vivencia pascual del Dios de la vida.
Tras esquemas así, no hay posibilidad de fraternidad ni de -mucho menos- nunguna novedad, y la percepción de lo bueno. Buenas Noticias de nuestra liberación, del amor de Dios.

La cerrazón de esos hombres era tal que el Maestro discurre por los andariveles de su propio lenguaje. Pero no se embarca en casuísticas legalistas ni en literalidades vanas. Sólo les revela y recuerda que todos ellos han olvidado y por ello han renegado del plan de Dios, vida plena y abundante para todos.

Sueño de Dios es la convergencia, el conjugar -cónyuges- la vida de una mujer y un hombre desde el amor, edificando familia, la bendición de los hijos, la alegría de vivir y envejecer juntos, con todo y a pesar de todo, una vida nueva que es mucho más que un pacto societario. Es una bendición feliz de nuestro Dios, aunque los egoísmos y diversos dramas que permitimos germinar coarten esos sueños infinitos.
Y más aún, su acabada comprensión es producto de la fé.

No obstante ello, tenemos una gran deuda de caridad para los que ese proyecto de familia, ese tallo de amor ha quedado trunco. A menudo y aunque sean necesarios, en los estrados tribunalicios el amor se dá de bruces contra el suelo.
Grave error es quedarnos en el reglamento. Los hermanos que han quedado a la vera de sus caminos y que quieren ponerse en marcha al amparo de Dios siguen siendo, precisamente, hermanos, tan hijas e hijos de Dios como el que más. ¿Con qué autoridad estamos revestidos para su juicio, para condenar sus divergencias?

Todos somos mendigos del a Misericordia de Dios, que se nos brinda inconmensurable, abundante, asombrosa y con una maravillosa desproporción respecto a cualquier mérito.

Paz y Bien


Misericordia, justicia ilimitada

 










Para el día de hoy (17/08/20):  

Evangelio según San Mateo 18, 21-19, 1




Diez mil talentos es una suma inimaginable, mayor aún que la suma total de la deuda externa de un país pobre. Para tener una idea: un jornalero, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, ganaba un salario de un denario por día de labor, y un talento es la moneda equivalente a seis mil denarios, es decir, un jornalero debía trabajar -sin gastar un céntimo- durante dieciséis años para poder ahorrar un sólo talento.

Por lo tanto, diez mil talentos son una enormidad: simbólicamente, refieren a todo aquello que es impagable, para lo que no hay matemáticas que cierren las cuentas.


Lo impagable de la deuda tiene que ver con el pecado y con la misericordia de Dios. Una lectura meramente lineal y literal solamente nos indicaría que nos encontramos frente a un Dios que es un patrón severo que extiende premios y castigos. Es por sobre todo un Padre que nos ama, una Madre que nos cuida, y todos, sin excepción -hasta los deudores más recalcitrantes- somos sus hijos amados.


Porque en verdad lo gravoso de nuestras miserias suele ser imperdonable si lo miramos con los ojos de nuestra justicia.


Pedro está en una sintonía similar. Aún así, las siete veces que propicia perdonar al hermano que constantemente lo hiere y lo ofende es de índole afable y generosa, máxime conociendo el carácter volátil del pescador galileo. Además, siete representa para la simbologia judía la totalidad, por lo cual el perdón que esboza Pedro tiene un larguísimo alcance.

En realidad, no es por allí que se desvía. Su error es aplicar criterios mundanos a las cosas del Reino. Su error es calcular las cosas de Dios, y de allí suponer que meritoriamente debe realizarse una aritmética específica del perdón.

Por eso la respuesta del Señor es tan concluyente: no siete veces, sino setenta veces siete, es decir, setenta veces siempre.


La aritmética de la Gracia es extraña y asombrosa. Nunca hemos de arribar a resultados exactos porque es gratamente desproporcionada y felizmente errónea, fallida en nuestros escasos parámetros. No surge de méritos o tasaciones de culpas varias, sino de la misericordia, esencia del amor de Dios por nosotros.

Y es menester vivir de acuerdo a ello, perdonar de acuerdo a lo que se nos perdona.


No se opone este perdón a nuestra justicia. La Misericordia está en otro plano distinto que apunta y conduce a la eternidad. La justicia humana refiere a la reciprocidad y a la equidad, pudiendo coincidir o discurrir por distintos senderos.


Hay que salir de pobres, más no de cosas o dineros.

Salir de la verdadera pobreza, la mala, la espúrea, la de no saber reconocer la Gracia de Dios en nuestras existencias, Gracia que puede germinar brotes de bien aún de la tierra más reseca y estéril.

Porque no reconocer el paso salvador de Dios por nuestras vidas, cada día, es la auténtica causa de toda des-gracia.


Paz y Bien

Desatar los nudos que el odio impone y que el rencor en su fiereza asfixia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Para el día de hoy (12/08/20):  

Evangelio según San Mateo 18, 15-20

 

 

 

La Iglesia, la comunidad cristiana, comunidad creyente, tiene un distingo que la hace única: es la que se reune en nombre de Jesús, pues sabe que en ese ámbito amplio el Señor se hace presente.
De allí que el Evangelio que anunciamos y el pan que compartimos es mucho más que la propalación de una doctrina y el cumplimiento de un rito prefijado: vivimos, aprendemos, y agradecemos por Él, con Él, en Él, Cristo vivo y presente en medio de los suyos.
Esa presencia supera infinitamente cualquier especulación matemática -somos tantos o cuantos cristianos, católicos, tantos millones, tantas personas-, pues la comunidad creyente es mucho más que la suma de sus miembros, es ámbito familiar de justicia y libertad que se fecunda por la presencia de Aquél que la sostiene y protege de las puertas del infierno.

Dentro de ese espacio familiar, cuyos vínculos son mucho más profundos que los otorgados por la biología, se distingue especialmente el perdón y la reconciliación. El perdón que corrige servicialmente los pasos desviados y los desencuentros, porque todos, sin excepción, somos esclavos de nuestras miserias, de nuestros pecados, y sólo por Cristo somos libres. Por el perdón de Dios conferido a puro amor e incondicionalidad se renuevan las esperanzas, se despeja la muerte, renacen las posibilidades de una vida cada vez más plena.

Entonces, reconocidos así como pecadores sanados, prisioneros liberados, desde esa presencia santa de Cristo en medio de su Iglesia nos comprometemos al perdón que restaura y levanta, y que sin aspavientos pero con la fuerza de la verdad ejercemos en nombre de Él.

Lo que importa es que aún cuando un hermano se separe y rompa lazos de manera en apariencia definitiva, todos seguimos siendo hijas e hijos amados del Dios de la Vida. Eso, precisamente, moldea nuestros destinos hacia la plenitud.

Desatar los nudos que el odio impone y que el rencor en su fiereza asfixia.
Atar nuevamente, con nuevos enlaces, las existencias de los hermanos que por diversos motivos se han distanciado y separado.
En su Nombre, que está ahora, aquí mismo mientras estas pobres letras se van.

Paz y Bien

Cada vida protegida es una esperanza renovada, cada vida rescatada es una fiesta en los cielos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Para el día de hoy (11/08/20):  

Evangelio según San Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

 

 

 

Los conflictos suscitados acerca de las apetencias de los discípulos por ocupar sitios de relevancia y primacías ocupaban demasiado tiempo y espacio. Era y es un mal que se enquista corazón adentro y que suele recidivar en la Iglesia en la medida en que se percibe el sutil y tentador perfume del poder y del dominio, y también aplica a la vida diaria.

Demasiado mundano es, e inversamente proporcional a la ética del Reino, a la vida que se ofrece sin condiciones, a la sacralidad del servicio. Porque el servicio es amor, esencia misma de Dios.

Los discípulos solían tener duras batallas celosas y dialécticas por estas cuestiones. Todos motivos egoístas, y por ello, todos motivos de división.

Ellos trasladan esas oscuras e inútiles pasiones a la consideración del Maestro, para ver si su palabra autorizada dirime los conflictos.
Pero para sorpresa de todos ellos, el Maestro llama y pone en medio de ellos a un niño, y les enseña que si no se hacen como niños, de ningún modo ingresarán en el Reino de los cielos.

Detengámonos por un momento: en aquellos tiempos, y más allá del circunscripto afecto familiar, un niño carecía de derechos civiles y religiosos. Como apenas un hombre a futuro, por nadie era escuchado ni tenido en cuenta, y es por ello que Jesús de Nazareth los reivindica y los pone como espejo de los corazones, de la propia existencia.
Un niño palpita inocencia, la transparencia misma que refleja el rostro amable de Dios. Un niño tiene una incontaminada mirada capaz de asombrarse y de alegrarse con el alma de fiesta frente a un regalo inesperado. Un niño sabe y no se avergüenza de descubrirse frágil y dependiente de su Padre y su Madre, y a la vez de saberse importante por ese amor entrañable, importante por ser amado sin límites.
Porque desde lo pequeño y lo que no cuenta, la vida se abre paso y Dios se manifiesta.

Es claro también que no se trata de apologizar la ingenuidad, cierta tendencia a vidas naif rebosantes de sinsentido y sobrecargadas de supersticiones que implican que debo hacer esto para que me vaya bien, para que no se me castigue, la espiritualidad del temor y del miedo que nada sabe de amor.
Y también es una advertencia durísima: quizás no haya tarea más importante en la comunidad cristiana, la Iglesia, que cuidar y proteger a los niños y a los que son como niños. No hay indignación suficiente en el mundo nio furia cabal cuando la inocencia se vulnera y la infancia se atropella, desde el vientre materno o en los primeros años, cuando se vá moldeando con paciencia a las mujeres y los hombres que algún día serán. Más aún en el caso de aquellos que tienen por misión su cuidado. Frente a ello, no puede de ningún modo haber medias tintas.

Por ello mismo el llamado sigue cada vez más vigente. El hacernos como niños -la más fuerte, el más duro- y poner como centro de la atención y la acción a los niños y a los pequeños, con la misma apasionada dedicación del Pastor que sale, incansable, en búsqueda de la pequeña oveja extraviada.

Cada vida protegida es una esperanza renovada, cada vida rescatada es una fiesta en los cielos, un ágape de ternura humilde y generosa.

Paz y Bien

Lo que verdaderamente cuenta e importa, el infinito amor de Dios

 







Desde el regreso de la esclavitud y el exilio babilónicos, todos los varones judíos tenían la obligación de pagar dos dracmas para sostener el mantenimiento del Templo de Jerusalem y también el sostenimiento del servicio sacerdotal. Por ello era sumamente extraño que ningún hijo de Israel se negara a pagar este gravamen; de allí que tanto los discípulos lo pagaran, y la afirmación de Pedro de que el Maestro no se apartaría de las tradiciones y obligaciones de sus mayores, de su pueblo.


Sin embargo, el talante y tenor de las enseñanzas de Jesús requerían una explicación más profunda. Se trataba del respaldo efectivo al culto vigente, y eso confrontaba con cualquier novedad que Él anunciara, o más aún, el preguntarse en donde habría quedado lo nuevo del Reino.


Frente a toda especulación, sea cual fuere su grado mayor o menor de razonabilidad, lo verdaderamente importante es la libertad imborrable otorgada por ese asombroso vínculo filial dado, el de ser hijas e hijos de Dios. 

Cuando hay una raíz amorosa fundante, no hay imposición que valga, y todo lo que se impone a la fuerza se vuelve irremisiblemente ajeno. Para el Dios Abba de Jesús de Nazareth las cosas no se imponen, se ofrecen y proponen gratuitamente, sin condiciones, desde la ternura.

Porque hay una nueva relación que es la definitiva: las gentes no se vinculan ya con Dios a través del Templo enorme sino a través de la persona de Jesús de Nazareth.


El pez con la moneda de plata en la boca es símbolo entrañable de esa solidaridad que late en cada gesto, en cada silencio y en cada palabra del Maestro, signo manso de buscar el bien común desde la libertad y nunca desde el miedo. Él está indefectiblemente con nosotros.


Paz y Bien


Cristo camina sobre el mar encrespado de la desconfianza y los temores, sobre todos los miedos

 








Domingo 19° durante el año

Para el día de hoy (09/08/20):  

Evangelio según San Mateo 14, 22-33



Mientras Jesús despide a la multitud que se ha saciado del pan milagrosamente multiplicado, los discípulos deben embarcarse e ir hacia la otra orilla, por expresas instrucciones del Maestro. El énfasis puesto por el Evangelista Mateo en esta acción nos indica la resistencia de los discípulos a hacer lo que Jesús quiere: es que en la otra orilla se encuentra el mundo pagano, lo extraño, lo ajeno, lo que nada tiene que ver con el nosotros, el enemigo.


Es un tabique que los encierra y que deben aprender a sortear: la Buena Noticia, el pan de vida, ha de compartirse con todos los pueblos y naciones, porque esa asombrosa revelación de que Dios es Abbá implica que todos, sin excepción, somos sus hijas e hijos amados.


Podemos imaginar algunos gestos de enojo contenido o de estupor por el mandato. Aún así, se embarcan y van hacia donde les ha mandado Cristo. Pero esa barca es pequeña y endeble, y los vientos del lugar la suelen zarandear a capricho y gusto. Ellos no avanzan ni se acercan al destino indicado por el Maestro: tienen un gran viento en contra que los hace retroceder, pero ese viento no silba entre las olas encrespadas sino que arrecia las honduras de sus corazones. Es su afan por lo viejo y perimido lo que los retiene, egos atrapados en dialécticas sin trascendencia y pietismo sin Dios.


Por eso, tal vez, el Señor salga a su encuentro. La barca es la Iglesia, y sólo llega a buen puerto cuando se embarca Él.

Camina sobre el mar encrespado de la desconfianza y los temores, sobre todos los miedos. Pero ellos están temerosos y lo suponen una aparición espectral. Cuando Cristo no se adecua a nuestros moldes comienzan los problemas, solemos venerar esos moldes y repudiar al Cristo real. Preferimos la fotografía a la persona, o peor, la caricatura.


Pedro quiere romper ese claustro agobiante, y en cierto modo desafía al Maestro. El tono lo dice todo, pero el Maestro no se niega. Sin embargo Pedro se percata al instante de la virulencia de las aguas, de la fuerza del oleaje antes que de la presencia santa de Dios en Cristo. Por ello desespera cuando el agua le llega al cuello, porque es el fin inminente no sólo de su existencia sino de toda una historia que debe ser pasado, y dejar paso a la Gracia de Dios.


Con todo y a pesar de todo, es preciso seguir navegando. Con la brújula de la fé, con Cristo al timón, esta frágil barca que somos seguirá firme y cumplirá alegremente y con tenacidad mansa su misión de Salvación.


Paz y Bien

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