Institucionalizaciones









Para el día de hoy (17/01/17):  

Evangelio según San Marcos 2, 23-28



Para el pueblo de Israel, el Sábado hacía a su identidad nacional y conformaba un espacio de reposo y restablecer vínculos con Dios y con la familia, tal vez por el hecho de permanecer en el hogar todo un día en el nombre de su Dios.
En los días del exilio babilónico, su relevancia fué aún mayor pues era el único modo de preservar su identidad nacional y su pertenencia religiosa en un ambiente tan hostil.

Todo ello surgía de los mandamientos de Dios en la Torah, y varios siglos antes de la irrupción de Cristo en la historia, numerosos estudiosos, exégetas y comentaristas se ocuparon especialmente del tema. Parte de esos comentarios teológicos fueron agrupándose en un tratado denominado Mishná, el cual con el correr de los años adquirió un status tan alto como el de la misma Palabra de Dios. De allí la adminración del pueblo en la enseñanza del Maestro frente a la didáctica de los escribas: éstos comentaban la Mishná, es decir, comentaban al comentarista, quizás dejando de lado la contemplación de Aquél que es fuente, origen e inspiración de la Palabra.

Los rigores no son criticables, más aún en tiempos de disolución relativista. El problema estribaba en que el Sábado se había institucionalizado en demasía, con la imposición de reglamentos inflexibles y de allí el olvido del Dios que brindaba a su pueblo el Shabbath como día de reencuentro, de salud, de descanso familiar.

Un día, el Maestro y los discípulos atravesaban un sembradío, y tomaban algunas espigas entre las manos para liberar unos pocos granos, un engaño del hambre, una urgencia de subsistencia que parece no poder postergarse. En el Libro del Deuteronomio, sorprendentemente, esto estaba previsto: un hambriento podía tomar espigas de trigo de un campo vecino para menguar su languidez sin usar una hoz, una previsión solidaria para con el que la pasa mal y que no admite demoras ni juicios por robo.
Así, la crítica de los escribas vá en esa dirección: fervorosos escrutadores de los detalles, solían perder la visión de conjunto que es, precisamente, el amor de Dios que se expresa en su afán incansable por la búsqueda del bien y la plenitud humanas.

Sin embargo, una cuestión de enorme trascendencia se plantea: al reconocerse Señor del Sábado -antes había perdonado pecados-, Cristo revela su identidad divina. 

Y este Dios tan cercano y hermano nuestro, nos vuelve a decir hoy que tenemos demasiados Sábados a los que les rendimos cultos, cuando el culto verdadero es la compasión -Misericordia quiero, que no sacrificios-, y que cada hombre y cada mujer porta una vida que es sagrada, templo vivo del Dios de la vida. 


Paz y Bien

1 comentarios:

ven dijo...

Es una gran verdad lo que nos dice hoy en su reflexión, Dios enriquece al alma que se despoja de todo. Gracias , un fuerte abrazo fraterno.

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