Para el día de hoy (06/06/14)
Evangelio según San Juan 21, 15-19
Quizás por cierta modalidad formativa, o tal vez por cierta tendencia imperante en la Iglesia durante mucho tiempo, nos cuesta imaginarnos a un Cristo capaz de sonreír, de alguna broma amistosa, de unas buenas carcajadas. La importancia decisiva de su misión, su gravedad fundamental para la salvación de la humanidad no implica necesariamente un rostro permanentemente severo, de ceño fruncido, de acartonamiento pomposo.
El Señor es Dios hecho hombre, enteramente Dios y enteramente hombre, el más humano de todos, y nos solemos olvidar que el buen humor -aún en los momentos más difíciles- es una señal exacta de salud, de alma en paz.
La liturgia hoy nos ofrece el personalísimo diálogo entre el Maestro y Simón Pedro.
En el alma de Pedro seguramente aún hay un torbellino de imágenes y emociones yuxtapuestas, un Mesías derrotado en la ignominia de la cruz que ahora está vivo nuevamente, aunque con una diafanidad distinta a la que supo conocer, que comparte con ellos la comida, que aconseja y escucha. Pero especialmente porta la carga de esa triple culpa que lo demuele: él mismo, a pesar de sus encendidos juramentos, la noche de la detención de Jesús lo negó y renegó de de Él con la velocidad de un gallo del amanecer. Esa traición lo sojuzga y carcome por dentro.
Tal vez por eso Jesús quiere llevarlo paso a paso de regreso al perdón que es sanación y liberación. En parte por ello le hace tres preguntas similares, que se corresponden con esas tres negativas de Pedro. Más aún, comienza nombrándolo con su antiguo nombre -Simón- como sugiriéndole que ha regresado a lo viejo, a lo antiguo, a lo que ya no se es.
Pedro se entristece pues infiere una reconvención culposa. Pero el Maestro sólo le pregunta acerca de su capacidad de amarle, porque es ése y no otro el fundamento de la fé cristiana, el amor y el amor a Cristo que se expresa en el cuidado de los hermanos.
Aquí hagamos un alto: es dable imaginarse un brillo de maravillosa picardía en la mirada de Jesús, pues a cada pregunta hay escondida una respuesta tácita: ¿me amas? se corresponde a un ¡pues ahora tú también!.
Simón ben Jonás era galileo, pescador de oficio que es invitado por Jesúis de Nazareth a realizar un viaje de confianza mar adentro de las aguas turbulentas y oscuras del mundo. En esa confianza, en esa fé naciente, Simón tendrá un oficio nuevo, transformado, el de pescador de hombres. Porque la vocación comienza a partir de lo que somos y se dirige hacia lo que podemos ser y hacer con el auxilio de Dios. Y así entonces Simón será un hombre nuevo con un nombre nuevo también, Pedro, piedra o roca sobre la cual se fundamentará la fé de sus hermanos, se edificará la comunidad naciente y creciente que es la Iglesia.
Pedro confirmará a sus hermanos en la fé, es un hombre peligroso pues es un hombre que tiene horizonte y misión, una misión de paz, de rescate, de cuidado, de servicio que no tiene otra lógica santa que la del amor que aprendió de Jesús, su amigo y Señor.
Paz y Bien
2 comentarios:
El seguidor de Cristo está llamado a ser cada vez más “profeta” de una verdad que jamás podrá eliminarse: únicamente Dios es Señor de la vida. Él conoce, ama, quiere y guía a todo hombre
Sin lugar a dudas: anunciar una verdad que es de Otro y que supera cualquier molde, y denunciar todo lo que se opone al sueño eterno de Dios, la vida misma.
Paz y Bien
Ricardo
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